Salvador Allende

Palabras, pronunciadas en el Salón “Molino del Rey” del Hotel Camino Real de la Ciudad de México


Pronunciado: El 1 de diciembre de 1972.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 5 de febrero de 2016.


Señor Presidente de México, Licenciado Luis Echeverría;

Señora María Esther Zuño de Echeverría;

Estimadas amigas y estimados amigos:

Hemos llegado a un acuerdo anti protocolario con el Presidente y yo se lo he propuesto, porque en realidad en estas gratas 48 horas que he estado en México creo que he dado a conocer nuestro pensamiento político, junto con agradecer emocionadamente la actitud del pueblo mexicano, de sus gentes y del Gobierno, fundamentalmente del Presidente de la República y su señora esposa, cuya hospitalidad Tencha y yo agradecemos.

Me he propuesto por lo tanto, que no hagamos un discurso; pero yo sí quisiera sencillamente, como un hombre observador de algunos hechos, declarar que por primera vez en mi vida, ayer, junto con recibir una grata emoción, he tenido un extraordinario cansancio. Nunca saludé a cinco mil personas; estreché sus manos, recibí abrazos, pequeños golpes muy gratos en la espalda.

Pero en el día de hoy y al margen de lo político -por eso no voy a referirme, a pesar de que está aquí el Presidente de la Cámara de Diputados, el Presidente del Congreso y el Presidente del Senado, a la extraordinaria reunión que honra a Chile en mi persona al recibirnos- quiero decir, tan solo que acompañé al Presidente Luis Echeverría; lo acompañé a ver construcciones que a mi juicio representan un esfuerzo extraordinario y significan nada menos que techo para muchos miles de mexicanos; estuve allí y recibimos el Presidente y yo. En verdad, hubo cierta desproporción: al comienzo recibí yo más empujones que abrazos; después la cosa se cargó a Echeverría y estaba la situación mucho mejor para mí, pero la verdad es que como simple observador humano yo pude ver como las gentes le agradecían al Presidente Echeverría su casa, su departamento; cómo otras compañeras le pedían, yo diría casi dramáticamente, la posibilidad de tener una casa, y cómo el Presidente acogía esta petición; cómo les daba una respuesta y cómo los señores Edecanes anotaban los nombres.

Y yo pensaba en mi Patria, donde faltan seiscientas mil viviendas; y pensaba en América Latina, donde hasta ahora ningún Gobierno ha sido capaz de construir para el aumento vegetativo de la población, ya que es la casa la vida, el vínculo, el nexo familiar, el descanso, la alegría. Pensar que no hay familia sin casa; sin embargo miles y miles y miles de familias en nuestro continente no tienen un techo en que cobijarse.

Y golpeado emocionalmente por lo que había visto y sentido, fui a visitar una escuela en ese conjunto habitacional y, hombre duro, acostumbrado a las derrotas más que a las victorias, al saber que la escuela era en homenaje a Chile y llevaba el nombre de una provincia nuestra, Copiapó, y al recordarme el Presidente que en una etapa dura de México desde allá, desde la zona austral, desde tantos kilómetros de distancia, los mineros de mi Patria que tienen que rasguñar la montaña dura, habían hecho una colecta para ayudar a Juárez; centavos pesos, monedas con poco valor adquisitivo, pero con gran valor moral emocional y revolucionario.

Desde Copiapó, los mineros chilenos junto a México, en un minuto duro de su historia, para estar junto a Juárez el Padre de la Independencia de ustedes queridos amigos y compañeros mexicanos.

Por eso, cuando descubrimos el mural de Siqueiros, que trazó con la maestría de su genio la montaña nuestra en su rigidez mineral, en su color de cobre, en la fuerza de la naturaleza que fue tallando el metal, tuve una vez, una vez más, la comprobación del genio del amigo que plasmó tan bien el paisaje árido y fecundo de nuestras tierras, y después nos hundimos en los mercados -claro, hay alguna diferencia de años-, pero el Presidente Echeverría camina a setenta kilómetros por hora y yo como en un viejo Ford iba a cuarenta y era inútil tratar de que se detuviera su marcha estuvimos en los mercados; por suerte había ahí un negocio y yo le dije: “Tomémonos algo para refrescarnos”. El problema no era refrescarnos, era descansar y después nuevamente al bus. En ese bus habían ido artistas, escritores, hombres y mujeres que representan en esencia la cultura, la creación mexicana. Volvíamos para estar en Los Pinos, ver una película, y llegar protocolarmente a la hora justa. A nosotros nos dicen con cierta ironía que somos los ingleses de América Latina; no lo crean. Pero el hecho es que no llegamos sino con una hora y tanto de retraso. Valga la excusa, de la cual fue la causa, además del calor, el cariño de la gente, y si hecho de que nos bajamos del bus y nos subimos al Metro; como no pagamos se repletó el coche; era imposible, no se podía respirar. A uno de los principales escritores que está aquí -no lo voy a nombrar- yo lo miraba apretujado, transpirando desesperado; me dijo: ¿Qué tal? Voy a escribir un libro sobre cómo se viaja en el Metro.

Pero anduvimos de estación en estación un poco a pie, y el calor, el afecto, el cariño de los que estaban ahí, sin previo aviso, por el Presidente Echeverría era evidente.

Después estuvimos en casa de Los Pinos y un ala de esa casa equivale a Palacio y medio de la Presidencia de la República nuestra; tendríamos que rentar un auto, en Chile para recorrer todas las secciones.

Sobre la visita del Presidente Echeverría a nuestra Patria, quiero decirles que me golpeó emocionalmente y me agradó.

Ustedes podrán ver cómo el pueblo de Chile recibió al pueblo de México en la persona del Presidente Echeverría.

Cuando yo creí que todo había terminado y que era ya un ciudadano que podía cumplir con ustedes, el Presidente Echeverría me dijo: “Ahí están, siete hombres de la televisión, siete artilleros de la televisión; cada uno me acribilló a preguntas”.

Bueno, aquí estamos, para despedirnos de ustedes; no así del Presidente, de su señora, de algunos amigos que viajarán con nosotros mañana, para estar en Guadalajara y conocer mejor a México, su tradición, su cultura, su gente. Un día más, que para nosotros tendrá el valor de horas que vivimos con profunda emoción.

Qué puedo decir; cómo interpretar lo que Tencha y yo, lo que los compañeros de la delegación sienten frente a la hospitalidad de ustedes, frente al cariño, el fervor y el entusiasmo con que el pueblo, no recibieran a una delegación que preside un hombre que es el Compañero Presidente, sino que es el tributo de un cálido homenaje a un pueblo con la lealtad ancestral de los siglos que emerge de los albores de nuestra historia, que se fecunda a través de ella, que aflora en cada circunstancia y en cada momento.

Nosotros llevamos en nuestra pupila a México, a su pueblo, a la cosa multicolor expresada en la gama de sus trajes, en la presencia de sus cantos, pero más que nada en la gama de sus mujeres, de sus jóvenes, de sus hombres y de sus ancianos que nos dieron el fervor de su presencia, el calor de su amistad, trasunto de la que pudiera tener en la distancia Juárez con O’Higgins; nos dieron el calor de la amistad que pudieran tener Madero y Obregón y Calles con Recabarren; nos dieron el calor de amistad que está expresado en Lázaro Cárdenas, en Pedro Aguirre Cerda; nos dieron la lealtad a los principios que emergen de la renovación dinámica de un proceso revolucionario que el Presidente Echeverría ha impulsado en su Patria y más allá de su frontera cuando en la UNCTAD expuso sus principios. Los reafirmó en el Congreso de Estados Unidos y lo ha hecho presente en el propio Congreso de su Patria.

Por eso, despedirme de ustedes, es sentir el dolor que implica la ausencia pero al mismo tiempo sentir la certidumbre de que nada ni nadie impedirá que nuestros pueblos, en una tarea superior y en función de su destino, caminen por la senda dura pero al mismo tiempo extraordinariamente atrayente, para hacer realidad el sueño de la historia que el capitán de los capitanes de América, Bolívar, entregara como obligación a los hombres de este continente.

Un pueblo unido, libre, independiente y soberano.

Quiero testimoniar mi reconocimiento agradecido a México por su adhesión, por su lealtad; a México, que ha hecho público desde aquí y en todas las tribunas internacionales su apoyo fraterno a mi Patria que vive horas duras.

Estimado amigo Presidente, en nombre de mi pueblo reciba usted para, su pueblo, el reconocimiento agradecido y la fervorosa amistad de Chile por México.