Pronunciado: El 25 de agosto de 1973.
Versión digital: Eduardo Rivas, 2015.
Esta edición: Marxists Internet Archive, 10 de
febrero de 2016.
Señor general
Don Carlos Prats González
Presente
Estimado señor general y amigo:
El Ejército ha perdido su valioso concurso, pero guardará para siempre el legado que usted le entregara como firme promotor de su desarrollo, que se apoyó en un orgánico plan que coloca a tan vital rama de nuestras Fuerzas Armadas en situación de cumplir adecuadamente sus altas funciones.
Su paso por la Comandancia en Jefe significó la puesta en marcha de un programa destinado a modernizar la infraestructura, el equipamiento y los niveles de estudio de nuestro Ejército, para adecuarlo a las condiciones que demandan la tecnología y ciencia actuales. Esto se le reconoce ahora y se apreciará mejor en el futuro.
Es natural que quien fuera el alumno más brillante, tanto en la Escuela Militar como en la Academia de Guerra, aplicara, en el desempeño de las más altas tareas del Ejército, elevada eficiencia, celo profesional y efectiva lealtad con los compromisos con la Nación, su defensa y su sistema de gobierno.
No es solamente la autoridad gubernativa la beneficiada con su conducta. Es toda la ciudadanía. Sin embargo, estoy cierto que, dada su recia definición de soldado profesional, usted considera que simplemente cumplió con su deber. A pesar de ello, señor general, me corresponde agradecer, en nombre de los mismos valores patrióticos que defiende, la labor que usted desempeñó.
Expreso, una vez más, el reconocimiento del gobierno por su valiosa actuación como vicepresidente de la República, ministro del Interior de la Defensa Nacional. Su invariable resguardo del profesionalismo militar estuvo siempre acorde con el desempeño de esas difíciles responsabilidades, porque comprendió que, al margen de contingencias de la política partidista, ellas están ligadas a las grandes tareas de la seguridad del país.
El encauzamiento del Ejército dentro de las funciones que le determinan la Constitución y las leyes, su respeto al gobierno legítimamente constituido, fueron reafirmados durante su gestión, de acuerdo con una conducta que ha sido tradicional en nuestra nación, la que alcanzó especial relevancia frente a los incesantes esfuerzos desplegados por aquellos que pretenden quebrantar el régimen vigente y que se empeñan, con afán bastardo, en convertir a los institutos armados en un instrumento para sus fines, despreciando su intrínseca formación.
A usted le correspondió asumir la Comandancia en jefe del Ejército en momentos difíciles para esa institución y, por lo tanto, para Chile; sucedió en el alto mando a otro soldado ejemplar, sacrificado por su riguroso respeto a la tradición constitucionalista y profesional de las Fuerzas Armadas. El nombre de ese general, don René Schneider Chereau, trascendió nuestras fronteras como símbolo de la madurez de Chile, y reafirmó el sentido o’higginiano impreso en el Acta de nuestra Independencia y que consagra el derecho soberano de nuestro pueblo para darse el gobierno que estime conveniente.
Su nombre, señor general, también desbordó nuestro ámbito, al punto que en otras naciones aprecian, en toda su dimensión, su actitud profesional insertada en el proceso de cambios impuesto en Chile por la firme vocación de su pueblo.
Es este un momento en que hay chilenos que callan ante acciones sediciosas, a pesar de hacer constantes confesiones públicas de respeto a la Constitución. Por eso, su gesto significará una lección moral que lo mantendrá como una meritoria reserva ciudadana, es decir, como un colaborador de la Patria con el cual, estoy seguro, ella contará cuando las circunstancias se lo demanden.
Los soeces ataques dirigidos contra usted constituyen una parte de la escalada fascista en la cual se ha llegado a sacrificar al comandante de la Armada nacional, mi edecán, mi amigo, Arturo Araya Peters, quien fuera ultimado por personas pertenecientes al mismo grupo social que tronchó la vida del general Schneider. Es este un duro momento para Chile, que usted lo siente de manera muy profunda.
El gesto de su renunciamiento, motivado por razones superiores, no es la manifestación de quien se doblega o rinde ante la injusticia, sino que es la proyección de la hombría propia de quien da una nueva muestra de su responsabilidad y fortaleza.
Lo saluda con el afecto de siempre.
Salvador Allende G.
Presidente de la República