El 31 de agosto de 1893, Vladímir Uliánov llegó a San Petersburgo, y en el otoño del mismo año se unió a un círculo marxista de estudiantes del Instituto tecnológico (G. M. Krzhizhanovski, S. I. Rádchenko, V. V. Starkov, G. B. Krasin y otros). Como hemos visto anteriormente, durante la primavera de 1892 la policía había arrestado a muchos de los miembros del grupo Brúsnev en San Petersburgo. Sin embargo, unos cuantos trabajadores que habían sido miembros del grupo siguieron en libertad, y una organización obrera, bastante dispersa e informal, logró sobrevivir. Se componía principalmente, si no enteramente, de trabajadores, cuyo objetivo central era el estudio. Los trabajadores que se unían a los círculos (kruzhki) tenían una sed insaciable de conocimientos. Plejánov describe así al tipo de trabajador que se unía a estos grupos:
Después de trabajar en la fábrica diez u once horas diarias, y después de haber llegado a casa no antes del anochecer, el obrero se sentaba ante sus libros hasta la una de la madrugada […]. La variedad y la abundancia de cuestiones teóricas que le interesaban me dejaban boquiabierto […]. Economía política, química, asuntos sociales y la teoría de Darwin ocupaban su atención […]. Habría necesitado décadas para saciar su sed intelectual.1
Cuando pregunté a los obreros qué buscaban, exactamente, en los escritos revolucionarios, me encontré ante las respuestas más diversas. En la mayoría de casos, querían una solución para aquellos problemas que, por alguna razón, eran de especial interés para mi oyente individual en ese determinado momento. En la mente de los trabajadores tales problemas crecían enormemente, y cada trabajador tenía sus preguntas favoritas, según su carácter y sus inclinaciones. Uno de ellos estaba especialmente interesado por el problema de Dios y afirmaba que las publicaciones revolucionarias debían emplear gran parte de sus esfuerzos en destruir las creencias religiosas de la gente. A otros les interesaban los problemas políticos o históricos, o las ciencias naturales. Entre mis conocidos de las fábricas, también había un individuo especialmente interesado en la cuestión de la mujer.2
Los dirigentes de un grupo de estudio socialista de trabajadores judíos intentaron instruir a los trabajadores sobre un amplio abanico de materias. Así, León Bernshtein, en Vilna, enseñaba a sus alumnos «cómo se creó el mundo, el sol, la tierra, los mares y los volcanes», y también «cómo había vivido y vivía la gente, empezando por las tribus salvajes y acabando con los ingleses, su Parlamento y sus sindicatos». En otro círculo, «entre las materias que se discutía había la aparición de las clases sociales, la esclavitud, la servidumbre y el capitalismo. Los miembros del círculo estudiaban a Darwin y a Mill y leían las obras maestras de la literatura rusa».3
Un historiador del movimiento obrero ruso de ese período escribe:
Esos trabajadores veían en el aprendizaje y la alfabetización una salida a su desesperada situación social, por eso aprovechaban con entusiasmo las oportunidades que les brindaban los kruzhki. Algunos de los trabajadores más perspicaces no solo llegaron a dominar las herramientas básicas para aprender, sino que mostraron, además, un agudo interés por la “ciencia” y por la comprensión científica del mundo que les rodeaba.4
Un trabajador, en un discurso que dirigió a sus camaradas en una celebración secreta del Primero de Mayo de 1891, resumía con viveza el enfoque prevalente entre los miembros de un círculo de estudio:
En este momento, lo único que podemos hacer es dedicarnos con devoción a educar y a organizar a los trabajadores, una tarea que —espero— podremos echar adelante a pesar de las amenazas y los obstáculos que nos pone nuestro gobierno. Para que nuestros esfuerzos den su fruto, debemos hacer todo lo que podamos para educarnos y educar a otros, intelectual y moralmente. Debemos trabajar en ello con todas nuestras energías, para que la gente a nuestro alrededor nos considere hombres inteligentes, honestos y valientes, para que tengan más confianza en nosotros y nos tomen como ejemplo para sí mismos y para otros.5
En la práctica, el kruzhki confiaba en la diseminación pacífica de las ideas marxistas para hacer avanzar el progreso de la revolución.
Los círculos estaban pensados como escuelas de socialismo, pero a veces los trabajadores las consideraban sencillamente escuelas, y ponían todas sus esperanzas en el aprendizaje, prestando poca atención a las doctrinas revolucionarias. En 1892, un trabajador de Vilna expresaba muy bien dicha actitud: «Como una madre devota, el conocimiento nos guiará pacíficamente sobre el mar del miedo y el dolor hasta la orilla de la vida».6
Las perspectivas de los trabajadores eran vagas. Uno de los primeros marxistas rusos, y el fundador del primer círculo marxista en Nizhni-Nóvgorod, P. N. Skvortsov, tenía un punto de vista típico. Un alumno suyo, Mitskévich, describía así su actitud:
Tuvimos largas conversaciones acerca del futuro del movimiento de los trabajadores. Cuánto era abstracta la manera como concebíamos las formas futuras del movimiento, se puede percibir en las perspectivas esbozadas por Skvortsov: gradualmente, el número de obreros que estudian las obras de Marx crecerá; y esos obreros atraerán todavía más obreros a los círculos de estudio. Con un poco de tiempo, toda Rusia se llenará de estos kruzhki, y entonces formaremos un partido socialista obrero. Qué tareas tendría que realizar dicho partido, y cómo tendría que llevar a cabo sus luchas, eran cuestiones que no estaban muy claras.7
Las reglas oficiales de la “Unión de trabajadores” socialdemócrata de Ivánovo-Voznesensk definían a sus miembros como «individuos que piensan de manera crítica, y que tratan de hacer posible el progreso de la humanidad», y declaraban que su objetivo principal era «hacer propaganda entre el sector más culturizado de la población trabajadora de ambos sexos».8
Lo que era todavía peor es que muchos miembros de los círculos se iban alienando de sus compañeros de trabajo: «Como resultado de la exposición prolongada a la dieta intelectual del mundo socialista, muchos trabajadores acababan por ser indistinguibles de los intelectuales, en cuanto a perspectivas y a la profundidad y la variedad de sus conocimientos».9
Los trabajadores “avanzados”, que provenían principalmente de los sectores especializados, estaban tan alienados del trabajador medio como los intelectuales. Hablaban con un lenguaje más culto que sus compañeros, se vanagloriaban de sus conocimientos académicos y se vestían con más cuidado incluso que la intelectualidad democrática. Dado que muchos de ellos no fumaban, bebían, ni blasfemaban, se les confundía a veces con los pashkovitas [miembros de una secta bíblica], y se convertían en objeto de burla por parte de sus compañeros. Y lo que es más alarmante, tendían a mantenerse apartados de las huelgas y de otras formas básicas de protesta, que se estaban volviendo muy frecuentes.10
Como decía Mártov, los trabajadores de los círculos:
[…] se veían a sí mismos como individuos que emergían de una multitud atrasada y creaban un nuevo ambiente cultural. Pero el problema principal no era este, sino que, con dicho punto de vista, contemplaban el proceso de una futura insurgencia de su clase de una manera excesivamente simplista. Creían que tal cosa sucedería gracias a la extensión de los conocimientos y los nuevos conceptos morales que ellos mismos habían adquirido en los círculos y a través de la lectura. Después de discutir con ellos, llegábamos a la sorprendente conclusión de que todo su pensamiento social era idealista, que su socialismo era aún enteramente abstracto y utópico, y que la idea de utilizar la lucha de clases para transformar ese medio no culturizado —contra el cual ellos habían reaccionado a través de su propio despertar social— todavía les era absolutamente ajena.11
Algunos trabajadores adquirieron, incluso, «una especie de actitud condescendiente y de desprecio hacia las masas que, se podría decir, no consideraban dignas de las enseñanzas socialistas». Los círculos eran, para muchos, solo «una manera de adquirir conocimientos, y una vía de escape de las condiciones deprimentes en que vivían las masas trabajadoras.12
La hambruna de 1891 llevó a Plejánov a intentar, sin mucho éxito, empezar un nuevo episodio del movimiento marxista: se trataba de pasar del trabajo de los círculos a la agitación de masas. En su panfleto Sobre las tareas de los socialistas durante la hambruna en Rusia, afirmaba que los marxistas debían desarrollar su trabajo educativo entre el proletariado en dos niveles: la “propaganda” y la “agitación”. «Una secta», explicaba, «puede considerar suficiente la propaganda en el sentido estricto de la palabra; un partido político, nunca […]. Un propagandista da muchas ideas a una o a pocas personas, mientras que un agitador da una o pocas ideas a grandes masas de gente […]. Y sin embargo, la historia la hacen las masas».13
En resumen, en vez de restringirse a «la organización de los círculos socialistas de trabajadores», los revolucionarios debían ir más allá, hacia afuera, y avivar el descontento de las masas con consignas políticas y “económicas”, como la demanda de la jornada laboral de ocho horas. Demandas de este tipo atraerían a todos los trabajadores al movimiento socialista. «Así, todos los trabajadores —incluso los más reacios— se convencerán claramente de que llevar a cabo al menos algunas de las medidas socialistas es bueno para la clase trabajadora […]. Reformas económicas como la reducción de la jornada laboral son buenas aunque solo sea porque conllevan un beneficio directo para los trabajadores». «Formular demandas económicas adecuadas en el momento presente» era el deber del partido.14
La llamada de Plejánov no obtuvo respuesta entre los trabajadores rusos. Sin embargo, sí que hubo respuesta entre los trabajadores judíos de la parte occidental del Imperio ruso, en Polonia. En general, el movimiento socialista polaco iba muy por delante del ruso. Tal como decía el historiador soviético S. N. Valk: «El movimiento socialista en Polonia, desde sus inicios, era un movimiento de trabajadores y un movimiento de masas, en claro contraste con el movimiento socialista revolucionario ruso, en el que quien marcaba las pautas eran los intelectuales y los círculos».15 En mayo de 1891 hubo una oleada de huelgas en muchas ciudades polacas, que llegaría a su clímax el año siguiente con la huelga general de Lódź.
Los socialistas judíos también destacaban en la tarea de organizar la agitación. En las regiones con mucha población judía, las huelgas se volvieron frecuentes, llegando a un pico en 1895, en una huelga de la industria textil de Bialistok, en la cual participaron al menos unos 15.000 trabajadores. De hecho, también en cuanto a organización sindical los trabajadores judíos iban muy por delante de los trabajadores rusos. Mientras que, en una fecha tan tardía como 1907, sólo un siete por ciento de los trabajadores de San Petersburgo estaban organizados en un sindicato16, en 1900, el 20 por ciento de los trabajadores judíos de Bialistok estaban sindicados; en Vilna, el 24 por ciento; en Gomel, el 40 por ciento; y en Minsk, el 25-40 por ciento.17
No es, por lo tanto, sorprendente que la llamada de Plejánov a la agitación entre los trabajadores fuera escuchada en primer lugar por los socialistas judíos, que más tarde se organizarían alrededor del Bund judío. En 1894, A. Kremer, un dirigente de la organización socialista judía, escribió un panfleto, Ob Agitatsii (Sobre la agitación), en colaboración con Mártov. Ob Agitatsii condenaba duramente la preocupación por la “autoperfección” que tenían los miembros de los círculos marxistas. «Son precisamente los trabajadores socialdemócratas, en la mayor parte, los que apoyan la misma cosa (la propaganda del círculo) que nosotros condenamos por inútil». Repasando los logros de la kruzhkóvshchina*, el panfleto afirmaba que «de esa forma, solo los trabajadores superiores, los más capaces, han obtenido unos conocimientos teóricos, los cuales asocian de una manera muy superficial a la vida real y a las condiciones que les rodean […]. La lucha de los trabajadores por el conocimiento, para escapar de la oscuridad, se explotaba con el propósito de endilgarles las nociones generales y los principios del socialismo científico».18
El objetivo no era crear intelectuales-obreros alienados de la clase trabajadora, sino entrenar a agitadores. La masa de los trabajadores no podía educarse sobre el socialismo a través de la actividad intelectual abstracta. «Las masas se unen a la lucha no por consideraciones intelectuales, sino a causa del curso objetivo de los acontecimientos».19
La lucha [económica][…] enseña a los trabajadores a defender sus propios intereses, aumenta su coraje, les da confianza en su propia fuerza y la conciencia de la necesidad de unirse; pone ante ellos tareas más vitales que requieren una solución. De esa forma la clase trabajadora se prepara para una lucha más seria, y procede a acatar estas cuestiones vitales. La lucha de clases, de esta forma más consciente, prepara el terreno para la agitación política, cuyo objetivo es el cambio de las condiciones políticas existentes para favorecer a la clase trabajadora. El resto del programa de la socialdemocracia se hace evidente por sí mismo […]».20
Para conseguir captar esa cuestión trivial capaz de movilizar a los trabajadores para la lucha, es necesario entender qué abusos atraen más fácilmente el interés de los trabajadores, hay que escoger el momento más favorable para empezar y conocer qué métodos de lucha, con las condiciones dadas de tiempo y de espacio, serán más efectivos. Tales conocimientos requieren del agitador un contacto constante con las masas de las fábricas, un seguimiento continuo de los acontecimientos de un determinado sector de la industria. En cada fábrica hay innumerables abusos, y el trabajador puede interesarse por los detalles más insignificantes. Discernir precisamente en qué momento impulsar una determinada demanda, saber a priori cuáles pueden ser las complicaciones posibles, etc., esas son las verdaderas tareas del agitador […]. El conocimiento de las condiciones de vida, de los sentimientos de las masas […] le convertirán en su líder de manera natural.21
El papel de los socialistas como dirigentes de las masas se definía así:
La tarea de los socialdemócratas es hacer una agitación constante entre los trabajadores de las fábricas, basada en sus demandas y necesidades cotidianas […]. Está claro que las ideas socialdemócratas del agitador determinarán el camino por el cual guiará a la gente. El agitador siempre debe estar un paso por delante de las masas, debe iluminarles la lucha, explicarles, de una manera general, que sus intereses [y los de sus patrones] son irreconciliables; expandiendo así los horizontes de las masas.22
Ob Agitatsii tenía una teoría mecánica acerca de la relación entre la lucha industrial, la lucha contra los patrones y la lucha política contra el zarismo, basada en el concepto de “etapas”. En años posteriores, esta teoría vino a ser el fundamento teórico para el desarrollo del “economismo” que tan duramente condenaría Lenin. Así, el panfleto decía:
Absteniéndose, por el momento, de presentar objetivos más amplios a las masas, la socialdemocracia debía dejar que fuera la misma experiencia de la lucha la que produjera el enfrentamiento de los trabajadores, no ya con sus patrones individuales, sino con toda la clase burguesa y con el poder gubernamental que había tras ella. Sobre la base de esta experiencia debía ampliar y profundizar su agitación.23
La reacción inicial de los miembros de los círculos a Ob Agitatsii fue, en muchos casos, muy hostil. Mártov escribió que los representantes de los círculos sociademócratas de Kiev y Jártov que visitaron Vilna se posicionaron contra la agitación. Uno de ellos afirmaba que sería una «infracción del sistema de conspiración estricta que habían tardado años en construir, sistema del que dependía todo el entramado de propaganda de los círculos». Otro objetó que la agitación «solo rozaba la conciencia del proletariado», mientras que la tarea verdadera de la socialdemocracia consistía en entrenar a una “vanguardia de trabajadores con conciencia de clase”, término con el que ellos querían decir “unos marxistas-obreros completos, instruidos”.24 Akímov, un cronista temprano del movimiento, citaba a un trabajador, miembro de uno de los círculos marxistas, que decía: «Los folletos son una pérdida de tiempo. ¿Qué es lo que puedes explicar en un solo folleto? Al obrero debería dársele un libro, no un folleto. Al obrero hay que instruírsele. ¡Hay que hacer que se una a un círculo!».25
Un camarada de Kiev relataba:
Fui a ver a una trabajadora y la encontré llorando. Le pregunté qué era lo que la preocupaba, y me dijo que algunos de sus amigos, antiguos miembros de un círculo de trabajadores, le habían hecho una visita y la habían ridiculizado por atreverse a hacer discursos sin haber pasado ella misma por el entrenamiento de los círculos: «Parece que te han convertido en una especie de agitadora socialdemócrata a medio terminar, ¿no es así? ¡Deberías estudiar un poco tú misma, antes de querer enseñar nada!».26
Un trabajador, Abram Gordon, escribió un panfleto que tituló Carta a los intelectuales, y en él recordaba a los intelectuales socialdemócratas que su deber era servir a los trabajadores, no usarlos como «la carne de cañón de la revolución». Denunciaba también que la agitación no era más que otro intento de mantener a los trabajadores en la semi-ignorancia y perpetuar su dependencia de los líderes intelectuales de origen burgués.27
Criticando esa actitud, Akímov decía que estos trabajadores:
[…] no lograban entender la profunda importancia del cambio de táctica. Les parecía que si se abandonaba la actividad propagandística de los círculos de trabajadores, los intelectuales estaban renunciando a su labor cultural e intentando explotar el movimiento elemental inconsciente de las masas trabajadoras, a las que veían como mera “carne de cañón”. De hecho, los trabajadores pertenecientes a los círculos demostraron ser menos democráticos que los revolucionarios que provenían del ámbito intelectual. Se creían superiores a las masas y les irritaba la aparición de trabajadores ignorantes en las reuniones. Como resultado, sectores enteros, como el de los compositores tipográficos, que hasta aquel momento habían marcado el ritmo, se retiraron del movimiento».28
Muchos de los trabajadores que pertenecían a los círculos «consideraban que la autoeducación, en el sentido más noble del término, era el objetivo primordial del movimiento socialista, y les parecía intolerable que, en vez de dedicar todo su tiempo y sus esfuerzos a convertirse en «personalidades capaces de pensar de manera crítica», debieran dedicarse a seleccionar a personas con talento para la agitación y equiparles con los conocimientos mínimos necesarios para influenciar a las masas».29
A pesar de esta fuerte oposición desde dentro de los círculos, la agitación consiguió afianzarse y desplazó a la kruzhkóvshchina. En abril de 1894, una copia de Ob Agitatsii llegó a Moscú, donde se hectografió y se envió a otros grupos socialdemócratas de toda Rusia. En 1896, el grupo Emancipación del Trabajo lo imprimió desde Ginebra, con un prefacio escrito por Axelrod, y se logró que alcanzara una amplia distribución.
Una proporción muy alta de los trabajadores que eran miembros de los círculos, posiblemente la mayoría de ellos, no llevó a cabo la transición hacia la agitación. Y a pesar de que fue Plejánov quien, en 1891, había afirmado que era necesario pasar a la agitación, él y su grupo Emancipación del Trabajo, en la práctica, no fueron demasiado activos.
En una fecha tan temprana como 1892, un joven intelectual marxista de San Petersburgo, A. Voden, visitó a Plejánov para transmitirle una demanda del grupo Brúsnev, relacionada con publicaciones para los trabajadores. Plejánov dijo, cáustico, que era evidente que estos jóvenes praktiki «no sentían ningún deseo de aprender a pensar como marxistas». A Voden le pareció que Plejánov hablaba «con una vejación acumulada a lo largo de mucho tiempo».30 Hubo al menos seis peticiones como la de Voden antes de 1895, y todas acabaron en un conflicto insoluble. La esposa de Plejánov, Rosalia Márkovna, describió la irritación que sentía su marido ante «la ordinariez, la crudeza, y la presuntuosidad […] de esos Lassalles provincianos» que, en las palabras de Plejánov, «venían a medirse con nosotros».31
En 1897, enviaron a Tuchapski, un marxista de Kiev, a Suiza, a pedir a Plejánov y a Axelrod que publicaran una serie de panfletos de propaganda popular para los trabajadores rusos. Ellos rechazaron la petición inmediatamente, afirmando que no tenían tiempo para tales tareas.32
Sí que es verdad que, un año antes, el grupo de Plejánov había accedido a publicar un periódico, Listok Rabótnika (El suplemento de los trabajadores), que se ocupaba básicamente de las noticias relacionadas con el movimiento obrero y los conflictos del sector industrial en Rusia. El mismo Plejánov, sin embargo, no quiso involucrarse en el asunto, y tanto Vera Zasúlich como Axelrod se mostraron claramente resentidos por tener que encargarse de la publicación. En una carta de finales de 1896, Vera Zasúlich se quejaba de que «había empezado a sublevarse» nada más poner la vista en «las frases increíbles, desastrosas» de los artículos destinados a Listok Rabótnika.33 Axelrod escribiría: «Por supuesto que es posible escribir tales caricaturas literarias sin mi ayuda».34 Dos años más tarde, Axelrod escribía a Plejánov que él y Vera Zasúlich estaban «ansiosos por librarse de la tarea de editar publicaciones analfabetas o semianalfabetas».35
La falta de entusiasmo por la publicación de los folletos para los trabajadores fue la causa de que pasara más de medio año entre la decisión de publicar Listok Rabótnika y la aparición del periódico por primera vez, y también de que, entre noviembre de 1896 y noviembre de 1897, apareciera solo un número del mismo.
El abismo entre el respaldo teórico del grupo Emancipación del Trabajo a la agitación y su rechazo a ponerla en práctica se puede explicar considerando la falta de perspectivas inmediatamente revolucionarias de la década de 1880 y principios de la de 1890, cuando se formó el grupo. Vera Zasúlich señalaba claramente la distancia entre ellos y los nuevos agitadores que aparecían en Rusia. Escribía a Plejánov: «¿No te parece claro que no podemos trabajar con una persona así en una misma organización? ¡Y no es porque sea una mala persona! Se trata, sencillamente, de la diferencia de edad, de comprensión y de disposición».36 Unas semanas más tarde, volvía a escribir:
Está ante nosotros prácticamente toda la emigración joven, unida a aquellos estudiantes que ya están preparados o que se están preparando para actuar en serio. Están llenos de energía, y sienten que Rusia les sigue […]. Nosotros no podemos llevar a cabo la función de la Unión, y publicar material escrito para los obreros […]. No podemos publicar un material para trabajadores que satisfaga las necesidades de los rusos. Y parece que se nos acusa de estorbar a aquellos que sí podrían hacerlo […]. Ellos tampoco verán cumplidos sus ideales, pero tienen unos ideales, mientras que nosotros no. Están deseosos de llevar adelante este tipo de actividad, pero no bajo nuestra tutela.
Yo creo que simplemente deberíamos reconocer que nosotros hemos llegado a la conclusión de que los resultados de editar publicaciones obreras no son brillantes, y que damos la oportunidad a quienes nos han criticado de que hagan su propio intento.37
Lenin se adaptó perfectamente a las necesidades de la agitación industrial. Además, por mucho que digan sus biógrafos oficiales, la verdad es que durante los años 1894-96, lejos de denunciar Ob Agitatsii por ser parcial, mecánico y “economista”, sus escritos de aquel período coinciden exactamente con la línea que proponía ese panfleto.
Mientras estaba en la cárcel, en 1895, escribió un esbozo de programa para los socialdemócratas. Este documento fue sacado de la cárcel en secreto, después se perdió y solo fue descubierto pasada la revolución. Es un trabajo interesante, que resume muy claramente la opinión de Lenin sobre Ob Agitatsii. Decía:
Esta transición de los trabajadores hacia la lucha directa por sus necesidades vitales, para obtener concesiones, mejorar las condiciones de vida, los salarios, y la jornada laboral, que ha empezado por toda Rusia, significa que los trabajadores del país están haciendo un progreso increíble, y esa es la razón por la cual la atención del Partido socialdemócrata debería centrarse principalmente [el énfasis es mío, T. Cliff] en esta lucha, y en promocionarla.38
Esta lucha económica, decía Lenin, conseguía, en primer lugar, poner de manifiesto para el trabajador la naturaleza de la explotación económica; en segundo lugar, le infundía un espíritu de lucha; y en tercer lugar, desarrollaba su conciencia política. La conciencia de clase, incluyendo la conciencia política, se desarrolla automáticamente a partir de la lucha económica.
La conciencia de clase de los trabajadores significa que éstos llegan a entender que la única manera de mejorar las condiciones en que viven y conseguir su emancipación es a través de la lucha contra la clase capitalista y propietaria industrial surgida de las grandes fábricas. Significa, además, la comprensión de que los intereses de todos los trabajadores, sean del país que sean, son idénticos, que todos son parte de la misma clase y están separados del resto de clases de la sociedad. Finalmente, significa que los trabajadores comprendan que para conseguir sus objetivos tienen que trabajar para influir en los asuntos de estado, como han hecho y continúan haciéndolo los terratenientes y los capitalistas.
¿Con qué medios pueden llegar a comprender todo esto los trabajadores? Pueden hacerlo a través de la adquisición constante de experiencia a través de la propia lucha que empiezan a llevar a cabo contra los patrones, que se va desarrollando y se agudiza, e involucra cada vez más trabajadores a medida que las grandes fábricas crecen.
Las condiciones de vida de la masa de trabajadores les deja en una posición desde la cual no poseen —no pueden poseer— ni el tiempo libre ni la oportunidad para reflexionar acerca de los problemas de estado. Por otro lado, la lucha contra los propietarios de las fábricas por sus necesidades vitales les espolea, de manera automática e inevitable, a pensar en cuestiones políticas y de estado, sobre cómo se gobierna el estado ruso, cómo se hacen las leyes y las regulaciones, y qué intereses sirven. Cada conflicto en la fábrica enfrenta a los trabajadores con la ley y con los representantes de la autoridad estatal.39
Lenin siguió esta línea de pensamiento de manera consistente en los folletos y los panfletos de agitación que escribió durante los años 1894-96. Paso a paso, conducía al lector a unas conclusiones políticas que, no obstante, no figuraban explícitamente en los escritos. Así, por ejemplo, la conclusión de Explicación sobre la Ley de multas que se impone a los trabajadores de las fábricas, panfleto escrito en la cárcel en 1895, decía que los trabajadores:
[…] entenderán que el gobierno y sus oficiales están de parte de los propietarios de las fábricas, y que las leyes se elaboran de tal modo que el patrón pueda más fácilmente oprimir a los trabajadores […]. Cuando hayan comprendido esto, los trabajadores se darán cuenta de que solo tienen una manera de defenderse, a saber, unir sus fuerzas para la lucha contra los propietarios de las fábricas y contra las prácticas injustas que establece la ley.40
En esa época, el tono que utilizaba Lenin era bastante moderado. Así, por ejemplo, en el folleto Los trabajadores y trabajadoras de la fábrica Thornton se centraba exclusivamente en asuntos económicos, y no hacía ninguna alusión política. Terminaba con un lenguaje muy suave: «Defendiendo estas demandas, camaradas, no nos estamos rebelando en absoluto; simplemente pedimos que se nos dé algo que, por ley, ya disfrutan los trabajadores de las otras fábricas, que se nos devuelva aquello que nos quitaron los que esperaban ansiosamente que fuéramos incapaces de luchar por nuestros derechos».41
En noviembre de 1895, en un artículo titulado “¿En qué piensan nuestros ministros?”, Lenin señalaba insistentemente la conveniencia de dejar al zar fuera del asunto, y hablar, en cambio, de las nuevas leyes que favorecían a los patrones y de los ministros del gabinete que tenían actitudes hostiles hacia la clase trabajadora. El monarca era todavía, para los trabajadores y los campesinos, el «Padrecito». La hermana de Lenin, Anna, citaba las siguientes palabras de Lenin: «Está claro que si empiezas cargando contra el zar y el sistema social existente sólo crearás antagonismo en los trabajadores».42
A finales del año 1894, Lenin y G. M. Krzhizhanovski se encontraron con Greshin-Kopelzon, Nikitin-Sponti y Liajóvski, que entonces trabajaban en los grupos marxistas de Vilna, Moscú y Kiev respectivamente, pero que tenían, todos ellos, experiencia directa en el movimiento huelguista de Vilna. Los asistentes aceptaron la tesis básica de Ob Agitatsii, y después del encuentro, Lenin, Mártov, Krzhizhanovski y otros fundaron la Liga de Lucha por la Emancipación de la Clase Trabajadora de San Petersburgo. La Liga estaba formada por una veintena de intelectuales y trabajadores, y desempeñó un papel importante, empezando la agitación socialdemócrata entre los trabajadores de San Petersburgo. Desde la fundación de la Liga, siempre se asoció el marxismo con los trabajadores de San Petersburgo. Mártov y Lenin eran sus dirigentes reconocidos, y su actividad principal era la elaboración de folletos para las fábricas, para cuya tarea Lenin contó con la importante asistencia de Nadezhda Konstantínovna Krúpskaya, una joven que había conocido en 1894 y con quien se casaría unos años más tarde.
En 1890 Krúpskaya se había unido al círculo marxista de Brúsnev y durante cinco años (1891-96) enseñó en lo que se llamaba “Escuela dominical nocturna”, en los arrabales industriales de San Petersburgo. Los domingos y dos noches a la semana enseñaba aritmética, historia y literatura rusa a los trabajadores, del nivel más básico a uno bastante avanzado. La escuela ofrecía la posibilidad de entrar en contacto con trabajadores dedicados y serios, y eso era lo que atraía a la joven Krúpskaya y a las demás maestras marxistas de la misma escuela, entre ellas, Alexandra Kalmíkova, una editora acomodada y propietaria de una librería popular. Más adelante, Kalmíkova financiaría el primer periódico en el exilio de Lenin, Iskra. También estaba Lidia Knípovich, que fue una de las agentes clandestinas del mismo periódico; y Elena Stásova, que reemplazaría, en 1917, a Krúpskaya como secretaria del partido. Las maestras marxistas de la escuela fundaron un círculo clandestino para coordinar sus actividades.
Los trabajadores mostraban una confianza ilimitada en las “maestras de escuela”. Así, el vigilante sombrío del almacén de madera podía anunciar a su maestra, con ojos brillantes, que había nacido su hijo; una trabajadora del sector textil con tuberculosis le pedía que enseñara a leer y a escribir a su ambicioso pretendiente; o un trabajador metodista, que se había pasado toda la vida buscando a Dios, escribía con satisfacción que no había sido hasta el Domingo de Pasión, gracias a una charla con Rúdakov (otro alumno), que había descubierto finalmente que no existía ningún Dios.43
La escuela servía como fuente de reclutamiento de trabajadores revolucionarios:
Los que pertenecían a nuestra organización iban a la escuela para observar a la gente y detectar quién podía pasar a formar parte de los círculos o ser introducido en el movimiento. Estos trabajadores no consideraban que todas las maestras fueran iguales: podían distinguir hasta qué punto estaban informadas del trabajo de nuestros círculos, y si se daban cuenta de que una maestra era “una de los nuestros”, le daban a entender de dónde venían con alguna observación o alguna frase.44
Krúpskaya hablaba con facilidad con los trabajadores-alumnos y jugaba un papel central tanto en la recopilación de información sobre las condiciones en las fábricas —que después se usaría para elaborar los folletos de la Liga— como en organizar la distribución de los folletos en las mismas fábricas.
Para obtener la información necesaria para los folletos, la Liga empezó a distribuir cuestionarios a algunos trabajadores con quienes habían contactado a través de las maestras. El operario Ivan Bábushkin explicaba: «Recibíamos listas con preguntas preparadas, cuyas respuestas requerían una observación minuciosa de la vida en la fábrica […]. Mi caja de herramientas estaba constantemente llena de papeles, y yo me esforzaba en anotar, sin ser visto, las pagas diarias en nuestro taller».45
Y Lenin escribe:
Recuerdo como si fuera ahora mismo mi “primer experimento”, que no me dejó ganas de repetirlo nunca. Me entretuve durante muchas semanas en interrogar “con saña” a un obrero que venía a verme sobre todos los detalles de la vida en la enorme fábrica donde trabajaba. Es cierto que, con grandísimas dificultades, conseguí elaborar más o menos una descripción (¡sólo de una fábrica!), pero el obrero, limpiándose el sudor, al final de nuestro trabajo decía con una sonrisa: «¡Me cuesta menos trabajar horas extra que contestar a sus preguntas!».46
La información obtenida de ese modo se editaba y se elaboraba para realizar folletos para los trabajadores de cada planta. Trataban aspectos concretos, que todos los trabajadores podían entender.
Lenin pasó meses estudiando legislación laboral para poder explicar con claridad las leyes relevantes y las prácticas que prevalecían en las fábricas, y para formular demandas que los trabajadores después podían trasladar a la dirección. Krúpskaya escribía:
Vladímir Ilich estaba interesado en los detalles más mínimos de las condiciones de vida de los trabajadores. Considerando estas características por separado, intentaba comprender la vida del trabajador en su conjunto, intentaba encontrar algo que sirviera para acercarse mejor al trabajador con la propaganda revolucionaria. La mayoría de intelectuales de esa época no comprendían bien a los trabajadores. Un intelectual iba a un círculo y simplemente les daba una especie de clase.47
Recuerdo, por ejemplo, cómo se recopiló el material de la fábrica Thornton. Se decidió que yo contactaría con un alumno mío, Królikov, un obrero clasificador de esa fábrica que ya en una ocasión había sido deportado de Petersburgo. Yo debía recoger toda la información que él me proporcionara, según un plan trazado por Vladímir Ilich. Królikov llegó envuelto en un abrigo de piel muy elegante que había pedido prestado a alguien, y traía un cuaderno de ejercicios lleno de información que después iba completando verbalmente. Estos datos eran muy valiosos, y de hecho, Vladímir Ilich los devoraba. Después, Apolinaria Alexándrovna Yakúbova y yo nos atamos pañuelos a la cabeza, para parecer obreras de fábrica, y fuimos personalmente a los barracones de Thornton, visitando tanto la sección de trabajadoras solteras como la de casadas. Las condiciones eran absolutamente horrendas. Era a partir de la información recopilada de esta forma, únicamente, que Vladímir Ilich componía sus cartas y panfletos. Examinad los panfletos que escribía para las trabajadoras y los trabajadores de la fábrica Thornton. El conocimiento detallado de las cuestiones que trataba en seguida se hace evidente. ¡Y qué aprendizaje suponía esto para los camaradas! Justo entonces estábamos aprendiendo a prestar atención a los detalles. Y cuán profundamente esos detalles se nos quedaban grabados en la mente.48
De los recuerdos de Krúpskaya sobre el destino de uno de esos folletos de Lenin se puede deducir cómo era, en la práctica, la agitación en esa época: «Recuerdo que Vladímir Ilich elaboró el primer folleto para los trabajadores de la fábrica Semiánnikov. Por entonces no teníamos ningún tipo de recursos técnicos: copiamos el folleto a mano en letra de imprenta y Bábushkin lo distribuyó. De las cuatro copias, dos las interceptó el vigilante, mientras las otras dos circularon de mano en mano».49
El efecto inmediato de la agitación industrial que llevaba a cabo la Liga de San Petersburgo —Lenin, Mártov y sus amigos— fue bastante pequeño. Un historiador lo describe así:
La proclama de Lenin [a los trabajadores de la Thornton] salió del mimeógrafo del grupo el 10 de noviembre de 1895, pero ese mismo día los tejedores regresaron a sus puestos sin haber conseguido ninguna concesión de los patrones. Los starikí [los veteranos: Lenin, Mártov, etc; T. Cliff] fallaron, pues, en su primer intento de avivar las llamas del descontento industrial.
Antes de que acabara la huelga en la Thornton, empezó una huelga espontánea en la fábrica de tabaco Leferm (9 de noviembre), y cuatro días después otra en la fábrica de zapatos Skórojod. En ambos casos, trabajando sobre la base de materiales que les proporcionaban los trabajadores de las fábricas en huelga a través del Grupo central de trabajadores, los starikí prepararon proclamas que definían las demandas de los huelguistas. En ninguno de los casos lograron influenciar el curso de los acontecimientos, ya que ambas huelgas terminaron pronto y sin obtener concesiones para los trabajadores. Pero sus esfuerzos sirvieron para que la gente hablara de la organización ilegal.
La única huelga que los starikí consiguieron alentar antes de que la policía les arrinconara fue la que tuvo lugar en una sección de la fábrica Pútilov. Zinóviev, un trabajador de la Pútilov y uno de sus representantes ante el Grupo central, escribió una proclama para los trabajadores de la sección de las máquinas de vapor, instándoles a empezar una huelga. Su proclama fue mimeografiada por Mártov, y condujo a una interrupción del trabajo el 5 de diciembre. Un llamamiento de Mártov a las hilanderas de la fábrica Kenig, realizada al mismo tiempo, parece que no produjo ningún resultado.
Considerando los logros reales, el resultado de los llamamientos y las proclamas de los starikí en noviembre y a principios de diciembre fue prácticamente nulo.50
Lenin y otros cinco miembros de la Liga fueron arrestados en diciembre de 1895, y unos cuantos más, Mártov entre ellos, a principios del año siguiente. Pero la lucha no había sido en vano: unos cuantos meses después, la primera huelga masiva en Rusia tuvo lugar bajo el estandarte de la socialdemocracia. Fue una huelga de trabajadores del sector textil, y ocurrió en mayo de 1896, en San Petersburgo. Los miembros de la Liga —es decir, aquellos que se habían librado de ser arrestados— desempeñaron un papel central. El conflicto empezó como una protesta por el impago de los salarios de los tres días de vacaciones para celebrar la coronación de Nicolás II. Muy pronto se convirtió en una lucha por la reducción de la jornada laboral y por salarios más altos, y se extendió a veinte de las grandes fábricas de Rusia, que daban empleo a 30.000 trabajadores. La lucha por una jornada laboral de diez horas y media siguió durante tres semanas, y cuando al final los trabajadores decidieron volver al trabajo, lo hicieron en todas las fábricas al mismo tiempo. No se trataba solo de la huelga más grande de Rusia, sino que además era la primera que iba más allá de una sola planta industrial, y la Liga de San Petersburgo tuvo en ella un papel central. Por primera vez en la larga historia del movimiento revolucionario ruso, los revolucionarios habían conducido a las masas a la acción. La socialdemocracia se convirtió, entonces, en un movimiento importante.
Podemos intuir cuánta distancia había recorrido Rusia desde finales de 1895 si leemos una circular confidencial que el ministro de economía escribió al cuerpo de inspectores de fábricas durante aquella época: «Afortunadamente, Rusia no tiene una clase trabajadora como la que existe en Occidente; en consecuencia, nosotros no tenemos problemas laborales; y nadie encontrará en Rusia el terreno adecuado para producirlos».51
El éxito del movimiento, sin embargo, condujo a una grave crisis interna. El movimiento socialdemócrata empezó a dividirse en dos corrientes: la “política” y la “economista”. La corrección de la tendencia de la kruzhóvshchina —un exceso de énfasis en la teoría— llevó a la tendencia opuesta, el “economismo”. Este peligro era ya inherente a Ob Agitatsii, como observaron con perspicacia Lenin y otros en 1898. Hay que recordar la conclusión a la que llegaba Ob Agitatsii:
La tarea de los socialdemócratas consiste en hacer una agitación constante entre los trabajadores de las fábricas, basada en sus pequeñas necesidades y demandas. La lucha provocada por esta agitación entrenará a los trabajadores para defender sus propios intereses, reforzar su coraje, darles confianza en sus propios recursos y despertarles la conciencia de la necesidad de unión, y en un análisis final, les confrontará, finalmente, con las cuestiones más importantes que requieren una solución. Preparada así para una lucha más seria, la clase trabajadora se encaminará a encontrar una solución para las cuestiones más básicas.
Esta fórmula abría el camino a la teoría de las etapas característica de los futuros “economistas”. Los socialistas debían limitar la agitación a cuestiones puramente económicas, primero de una sola planta industrial, después a demandas compartidas en más de una planta, y así sucesivamente. En segundo lugar, gracias a la agitación estrictamente económica y a través de la propia experiencia de la lucha, los trabajadores comprenderían la necesidad de una política, sin que los socialistas tuvieran que emprender una tarea de agitación sobre las cuestiones políticas y sociales generales que afectaban al conjunto de la población rusa. El arresto de Lenin, Mártov y los demás aceleró el giro hacia el economismo en la Liga de San Petersburgo, y los nuevos camaradas que se unieron al grupo tenían menos formación teórica.
«Todo se quedaba en la agitación», escribió Krúpskaya. «Ni siquiera había tiempo de pensar en la propaganda […]. La huelga de los tejedores de 1896 ocurrió bajo la influencia socialdemócrata, y eso cambió la perspectiva de muchos camaradas. Surgió la base para el crecimiento del economismo».52
F. I. Dan, el veterano líder menchevique, que escribió su testamento político unos cincuenta años más tarde, explicaba el ascenso de la tendencia “economista” como sigue:
Aunque respondieron favorablemente a los matices políticos de la agitación económica de la Liga, esas decenas de miles de trabajadores, que se veían envueltos en una lucha organizativa activa por primera vez, aceptaron también, sin embargo, la emancipación política como un mero objetivo “final” y remoto de su movimiento. Para ellos, el objetivo práctico “inmediato” eran las demandas económicas por las cuales estaban dispuestos a arriesgarse haciendo huelgas y perdiendo salarios. En este sentido, el carácter del nuevo estrato de trabajadores avanzados, los nuevos intelectuales obreros que estaban empezando a tomar forma en el fuego de la lucha de masas, divergían no solo de los intelectuales marxistas, sino también de la primera generación de trabajadores socialdemócratas, que no habían accedido a la socialdemocracia a través de una lucha económica “práctica”, sino por la vía “ideológica” de la propaganda en pequeños grupos.53
Un historiador de este período de la socialdemocracia rusa ofrece una perspectiva correcta de los “economistas”:
Las raíces del economismo deben buscarse en el método de agitación que practicaban los socialdemócratas. Los socialistas que idearon este método se habían dado cuenta de la indiferencia que sentían los trabajadores por la política, y se propusieron acabar con esa indiferencia demostrando el vínculo supuestamente inevitable entre los intereses económicos y el orden político del país. Mientras que, en teoría, la agitación era algo político, en la práctica quedó confinada a la economía. De la agitación, que dejaba de lado la política por conveniencias tácticas, solo había un paso hasta llegar al economismo propiamente dicho, que subordinaba la política a la economía por principios. Así nacía el economismo en Rusia en los años 1896-97, tras los pasos del creciente movimiento de masas de los trabajadores.54
Al impacto del economismo y a la amenaza que suponía para el socialismo hay que sumar dos factores más que afectaban el movimiento obrero ruso de esa época. Uno era la política laboral de la policía secreta zarista, y el otro, el ascenso de la poderosa corriente de revisionismo, encabezada por Eduard Bernstein, del Partido socialdemócrata alemán, que era, con diferencia, el partido socialista más importante del mundo.
La policía secreta pensó que el economismo era una reacción a la creciente lucha industrial en Rusia. El general Trépov, jefe de la policía secreta, escribía en 1898:
Si los revolucionarios explotan las necesidades y las demandas menores de los trabajadores para lograr objetivos tan profundamente antigubernamentales, ¿no debería el gobierno apoderarse cuanto antes de esa arma, tan valiosa para los revolucionarios, para asegurarse de que la tarea se lleva a cabo […]? La policía debe estar interesada en lo mismo que los revolucionarios.
Siguiendo esta lógica, como veremos más adelante, el coronel Zubátov, jefe de la Policía de seguridad de Moscú, organizó sindicatos controlados por la policía, primero entre los trabajadores judíos, donde la agitación “economista” era muy efectiva, y después entre los rusos, una iniciativa cuyo punto culminante serían los sindicatos organizados por el padre Gapón en San Petersburgo y el Domingo Sangriento que daría inicio a la revolución de 1905.
El segundo factor que aupó el economismo, el revisionismo alemán, tenía por heraldo el libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, de Eduard Bernstein, publicado en enero de 1899. La idea central del libro era el gradualismo, la reforma del capitalismo por etapas que debía culminar en la transformación en socialismo. La influencia del partido, escribió, «sería mucho mayor que ahora si la socialdemocracia hallara el coraje para deshacerse de la fraseología anticuada y luchara para mostrarse tal como es ahora en realidad: un partido democrático y socialista de reforma». «Lo que se considera en general el objetivo final del socialismo no significa nada para mí; el movimiento mismo lo es todo para mí». Esto coincidía perfectamente con las ideas de los “economistas” rusos, para quienes también “el movimiento” era vital, en el sentido de asegurar mejoras pequeñas y concretas en las condiciones económicas de los trabajadores. Así, todos los objetivos políticos —y sobre todo, el derrocamiento del zarismo— desaparecieron del horizonte.
El vínculo entre el economismo y el revisionismo de Bernstein se concretó en un documento titulado Credo (1899). La autora era Y. D. Kuskova, que por aquel entonces era miembro de la Unión de socialdemócratas rusos en el extranjero, y en él declaraba abiertamente que el revisionismo de Bernstein era su base teórica. La ley general de la actividad de la clase trabajadora, decía, debía consistir en seguir «la línea de menor resistencia». «En Rusia, esta línea nunca irá hacia la actividad política. La opresión extrema originará muchas discusiones y atraerá la atención precisamente sobre esta cuestión, pero nunca será capaz de originar acción política». La «línea de menor resistencia en Rusia» era la acción económica contra los empresarios, y el intento de organizar los sindicatos.
La lucha económica es, también, muy difícil, infinitamente difícil, pero es posible llevarla a cabo, y de hecho las mismas masas la están llevando a cabo. A través de la lucha, los trabajadores rusos aprenderán a organizarse y, al estar en permanente conflicto con el régimen político, crearán finalmente lo que podría llamarse una forma de movimiento obrero, la organización u organizaciones que mejor se adapten a las condiciones rusas. Por el momento, se puede afirmar con seguridad que el movimiento obrero ruso está todavía en un estado amebiano, no ha adquirido forma alguna. El movimiento de huelgas, que sigue adelante con cualquier tipo de organización, no puede describirse aún como la forma cristalizada del movimiento ruso, mientras que las organizaciones ilegales no merecen consideración ni siquiera desde el simple punto de vista cuantitativo (dejando aparte la cuestión de su utilidad en las presentes circunstancias) […].
[…] Entonces, ¿qué puede hacer un marxista ruso? Todos los discursos sobre la formación de un partido político obrero independiente son el resultado de trasplantar objetivos y logros ajenos a nuestra tierra […].
Para el marxista ruso solo hay un camino posible: la participación en la lucha económica del proletariado —es decir, la tarea de asistirles—, y la participación en la actividad de oposición liberal.55
Así, el deber de los socialistas era respaldar a los trabajadores en su esfuerzo por construir los sindicatos, y a la burguesía liberal en su lucha política.
Cuando Lenin, que estaba exiliado en Siberia, recibió una copia del Credo, escribió inmediatamente una respuesta: Una protesta de los socialdemócratas rusos (agosto de 1899). El borrador de aquel texto se discutió en un encuentro de diecisiete marxistas exiliados en la región de Minusinsk, y todos lo aprobaron. El texto hizo que Lenin pasara a ser conocido ampliamente en los círculos socialdemócratas y cumplió bien con su objetivo. Como diría Mártov unos años más tarde, el escrito congregó entorno al marxismo revolucionario a los centenares de exiliados dispersos por toda Siberia.56
Durante los años 1883-99 la evolución de los marxistas revolucionarios fue ciertamente errática, y abarcó desde una secta de propaganda aislada de la clase trabajadora a una organización agitativa que restringía sus actos a la lucha inmediata y diaria de los trabajadores: de la teoría pura a la práctica más estricta. El reproche contundente de Lenin al Credo dejaba claro que era necesaria una síntesis entre la teoría y la práctica:
El famoso bernsteinismo, en el sentido en que lo entiende el público general normalmente y los autores del Credo en particular, es un intento de limitar la teoría marxista y convertir el partido revolucionario de los trabajadores en un partido reformista.
Por un lado, el movimiento obrero se aleja del socialismo: se ayuda a los trabajadores a llevar a cabo su lucha económica, pero no se hace nada, o casi nada, para explicarles los objetivos socialistas o las tareas políticas del movimiento en su conjunto. Por otro lado, el socialismo se aleja del movimiento obrero: los socialistas rusos de nuevo empiezan a decir con más y más frecuencia que la lucha contra el gobierno la tienen que llevar a cabo los intelectuales por sí solos, porque los trabajadores se limitan a la lucha económica.57
Contra esta idea, Lenin exponía la síntesis de la lucha económica y política de los trabajadores desde el punto de vista marxista:
Para un socialista, la lucha económica sirve de base para organizar a los obreros en un partido revolucionario, para cohesionar y desarrollar su lucha de clase contra todo el régimen capitalista. Si tomamos la lucha económica por sí sola, no encontraremos en ella nada de socialista, y la experiencia de todos los países europeos nos ofrece numerosísimos ejemplos de sindicatos no sólo socialistas, sino también antisocialistas.
La tarea del político burgués es “contribuir a la lucha económica del proletariado”; la tarea del socialista es lograr que la lucha económica contribuya al movimiento socialista y a los éxitos del partido obrero revolucionario. La tarea del socialista es contribuir a la fusión indisoluble de la lucha económica y la lucha política en la lucha de clase única de las masas obreras socialistas.
La actividad agitadora entre las masas debe consistir en la más amplia agitación, tanto económica como política, debe ocuparse de todos los casos y todas las manifestaciones de opresión, sea cual sea su forma. Debemos utilizar la agitación para atraer a un número cada vez mayor de obreros al seno del partido socialdemócrata revolucionario, para estimular todas las manifestaciones de lucha política, para organizar esa lucha arrancándola de sus formas espontáneas con el fin de transformarla en la lucha de un partido político único. La agitación, pues, debe servir de medio para la amplia difusión de protestas políticas y de las formas más organizadas de lucha política. Actualmente, el marco de nuestra agitación es demasiado estrecho, el ámbito de problemas que trata es demasiado limitado, y es nuestro deber no dar legitimidad a esta estrechez, sino, por el contrario, procurar librarnos de ella, procurar profundizar y ampliar nuestra labor de agitación.58
Lenin señala que las raíces históricas del reformismo se hallan tanto en la parcialidad de la kruzhkóvshchina como en la reacción contra ella. «En los comienzos de su actividad, los socialdemócratas rusos se limitaron al simple trabajo de propaganda en los círculos. Al pasar a la agitación entre las masas, no siempre pudimos evitar irnos al otro extremo»59. Continúa diciendo que también ayudó a fomentar el economismo la rigidez organizativa que caracterizaba tanto la fase de la kruzhkóvshchina como la fase de la agitación industrial:
En tercer lugar, al actuar aislados en pequeños círculos obreros locales, los socialdemócratas no prestaron la debida atención a la necesidad de organizar un partido revolucionario que coordinase toda la actividad de los grupos locales y permitiese organizar adecuadamente el trabajo revolucionario. El predominio del trabajo aislado está conectado con el predominio de la lucha económica.60
El conflicto entre los marxistas ortodoxos, como Lenin y Mártov, y los “economistas” también adquirió una forma organizativa, que anticipaba el debate en torno a la organización que más adelante enfrentaría a los bolcheviques y los mencheviques. En aquel momento, sin embargo, los protagonistas de las dos futuras tendencias, Lenin y Mártov, sostenían la misma posición.
Después de la exitosa huelga en San Petersburgo en 1896, muchos de los nuevos miembros del movimiento, tanto trabajadores como intelectuales, pidieron que la organización se transformara, dejando de tener un núcleo de revolucionarios profesionales. Los “economistas” explicaron que el carácter político y altamente conspirativo de la Liga era el resultado de la prioridad que los intelectuales habían dado a la actividad política, y de su falta de comprensión de las necesidades reales de la masa de los trabajadores. Si la actividad principal fuera la agitación económica, la necesidad de una organización conspirativa y centralizada sería mucho menor. Una organización “economista” tendría un carácter local, y se ocuparía de los problemas de los trabajadores de una sola fábrica, o como mucho de las fábricas de una localidad, y la organización poco rígida de los trabajadores de la zona y de las fábricas locales sería suficiente. El enfrentamiento entre centralismo y parroquialismo reflejaba en términos organizativos la ruptura entre los revolucionarios políticos y los “economistas”. El revolucionario profesional, en el esquema de los “economistas”, quedaría relegado y sería reemplazado por trabajadores que no dejarían su puesto de trabajo ni su hábitat local normal.
Muchos de los miembros de los círculos, como hemos visto, no realizaron la transición hacia la agitación industrial, pero de los que lo hicieron, fueron muy pocos los que cayeron en el economismo. Fueron los nuevos activistas los que más sucumbieron, aquellos que habían aparecido durante la lucha industrial que culminó en la huelga del sector textil de 1896. El testimonio del líder menchevique Dan, escribiendo cincuenta años después de aquellos acontecimientos, relaciona aquella situación con el posterior desarrollo del bolchevismo y el menchevismo.
Hay que señalar que, más adelante, casi todos los obreros socialdemócratas más eminentes de esta primera “llamada a filas”, que llegaron a ver las revoluciones de 1905 y 1917 (Bábushkin, Shélgunov, Shapoval, Poletáiev y otros), aparecieron después en el bando bolchevique, mientras que de los “intelectuales obreros” bautizados en el movimiento de huelgas de la segunda mitad de la década de 1890 emergieron los futuros cuadros del movimiento obrero de los sindicatos y las cooperativas legales y semilegales, de la ilustración cultural, etc. que, durante mucho tiempo, fueron el principal respaldo del menchevismo.61
Los años 1894-96 fueron importantes para el desarrollo de Lenin como líder de los trabajadores. Citando a Krúpskaya:
Este período del trabajo de Vladímir Ilich en Petersburgo fue de una importancia extrema, aunque pasara inadvertido y en sustancia no fuera aparente. Él mismo lo describía así, no había efectos externos, no nos preocupaban los gestos heroicos, sino cómo acercarnos más a las masas, intimar con ellas, aprender a ser la expresión de sus mejores aspiraciones y lograr que nos entendieran y siguieran nuestro camino. Pero fue precisamente durante este período de trabajo en San Petersburgo que Vladímir Ilich se formó como líder de las masas trabajadoras.62
A pesar de la parcialidad de la agitación de fábricas de ese momento, Lenin siempre valoró el período como una etapa importante y necesaria en el desarrollo de la socialdemocracia rusa, y admitía al mismo tiempo su aspecto progresivo y los riesgos que comportaba. Así, en una carta que escribió a Plejánov el 9 de noviembre de 1900, decía:
La tendencia económica, por supuesto, siempre ha sido un error, pero se trata de algo muy nuevo; mientras que el excesivo énfasis en la agitación económica ha existido incluso sin esta tendencia (y todavía existe, aquí y allá). Y este énfasis era el compañero legítimo e inevitable de cualquier paso adelante en las condiciones de nuestro movimiento tal como existía en Rusia a finales de la década de 1880 y a principios de la de 1890. La situación era tan precaria, entonces, que no puedes ni siquiera imaginártela, y no se debería censurar a aquellos que luchaban por salir como podían de ella. Para lograr dejarla atrás, cierta rigidez era esencial y legítima: y digo era, porque ahora, con esta tendencia a agrandarla hasta las dimensiones de una teoría ligada al bernsteinismo, la cosa ha cambiado radicalmente, por supuesto […]. El exceso de énfasis en la agitación “económica” y en el apoyo a las demandas del movimiento “de masas” eran naturales.63
Esta disposición de Lenin a “doblar demasiado el palo” hacia una dirección, para después doblarlo demasiado hacia la otra, era una característica que conservaría durante toda su vida, y ya se podía observar claramente en esta etapa de su desarrollo como líder revolucionario.
En cada etapa de la lucha, Lenin buscaba aquel que él consideraba el eslabón clave de la cadena del desarrollo de los acontecimientos. Entonces ponía el énfasis repetidamente en la importancia de este eslabón, al que todos los demás debían subordinarse. Más tarde diría: «Nos hemos pasado; hemos doblado demasiado el palo», y con eso no quería decir que hubiera sido un error: para ganar la lucha de ese momento, era necesario concentrar todas las energías en ella.
El desarrollo irregular de los diferentes aspectos de la lucha hacía necesario buscar ese punto clave en cada situación concreta. Cuando se trataba de la necesidad de estudio, de construir la base de los primeros círculos marxistas, Lenin enfatizó el papel central del estudio. En la etapa siguiente, cuando era necesario romper con la mentalidad de los círculos, repitió una y otra vez cuán importante era la agitación en las fábricas. En la siguiente fase de la lucha, cuando había que acabar con el economismo, Lenin lo hizo con ganas. Siempre hablaba de lo que había que hacer de la manera más clara, repitiendo lo que era necesario infinitas veces, con las palabras más llanas, contundentes y resueltas, como si fueran golpes de martillo. Después recuperaba su equilibrio, enderezaba el palo, y más tarde lo volvía a doblar en otra dirección. Si bien este método tenía sus ventajas cuando se trataba de superar obstáculos inmediatos, también conlleva riesgos para quien quiera citar los escritos de Lenin acerca de cuestiones tácticas y organizativas. La autoridad que puede proporcionar una cita, en el caso de Lenin, no tiene ningún sentido. Si se le cita en algún aspecto táctico o de organización, siempre hay que dejar claro a qué problemas concretos se enfrentaba el movimiento en aquel momento.
Otra característica de Lenin que ya era aparente en esta época temprana de su desarrollo es su actitud hacia las formas de organización, que él siempre consideraba condicionadas por la historia. Nunca adoptó unos esquemas organizativos abstractos o dogmáticos, y estaba dispuesto a alterar la estructura organizativa del partido en cada nueva etapa del desarrollo de la lucha de clases. La organización, según él, debía estar subordinada a la política, aunque esto no significaba que la primera no pudiera tener una influencia independiente sobre la segunda. Había una relación recíproca entre ellas, y en ciertas situaciones incluso se podía dar prioridad a la organización.
Notas
1. G. V. Plejánov, “The Russian Worker in the Revolutionary Movement”,
Sochineniia, vol. 3, p. 131.
2. Ibid., p. 143.
3. E. Mendelsohn, “Worker Oposition in the Russian Jewish Socialist
Movement: From the 1890s to 1903”, International Review of Social History,
1965.
4. A. K. Wildman, The Making of a Workers’ Revolution: Russian Social
Democracy, 1891-1903, Chicago, 1967, p. 31.
5. Vladimir Akímov on the Dilemmas of Russian Marxism, 1895–1903, editado
por J. Frankel, Londres, 1969, p. 235–236.
6. Citado en Mendelsohn, op. cit.
7. S. I. Mitskévich, Revoliutsionnaia Moskva, Moscú, 1940, p. 144.
8. Wildman, op. cit., p. 34
9. Ibid., p. 32.
10. Ibid., p. 37.
11. L. Mártov, Zapiski sotsialdemokrata, Berlín-Petersburgo-Moscú, 1922, p.
224-225.
12. Ibid., p. 227.
13. Plejánov, O Zadachi Sotsialistov v Borbe s Golodom v Rossii, Ginebra,
1892, p. 58.
14. Ibid., p. 79.
15. S. N. Valk, “Materials on the history of May Day in Russia”, Krasnaia
Letopis, n. 4, 1922, p. 253.
16. V. V. Sviatlovski, Istoriia Professionalnogo Dvizheniia v Rossii,
Leningrado, 1925, p. 301.
17. D. Pospielovski, Russian Police Trade Unions, Londres, 1971, p. 7.
18. Ob Agitatsii, Ginebra, 1896, p. 1.
19. Ibid., p. 9.
20. Ibid., p. 16.
21. Ibid., p. 17.
22. Ibid., p. 17–18.
23. Mártov, Istoriia RSDRP, Moscú, 1922, p. 28.
24. Mártov, Zapiski Sotsial-Demokrata, op. cit., p. 250–252.
25. Akímov, op. cit., p. 238.
26. Ibid., p. 288.
27. Mártov, Zapiski Sotsialdemokrata, op. cit., p. 227–232.
28. Akímov, op. cit., p. 214.
29. Mártov, Zapiski Sotsial- Demokrata, op. cit., p227–228.
30. A. Voden, “At the Dawn of Legal Marxism”, Letopis Marksizma, n. 3,
1927, p. 80.
31. Wildman, op. cit., p. 166.
32. Ibid., p. 164.
33. L. Deich, ed, Grupa ‘Osvobozhdenie Truda’, vol. 6, Moscú, 1928, p.
174.
34. Perepiska G.V. Plekhanova i PB. Akselroda, op. cit., vol. 1, p. 166.
35. Ibid., p. 32.
36. Deich, op. cit., p. 204–205.
37. Ibid., p. 207–08.
38. Ibid., p. 114.
39. Ibid., p. 115.
40. Ibid., p. 72.
41. Ibid., p. 85.
42. Novy Mir, junio de 1963.
43. Krúpskaya, op. cit., p. 11.
44. Ibid., p. 12.
45. Geyer, op. cit., p. 49.
46. V. Lenin, Obras completas, Moscú, Ed. Progreso, 1981-88, vol. 5, p. 160.
47. Krúpskaya, op. cit., p. 13.
48. Ibid., p. 18.
49. Ibid., p. 17.
50. R. Pipes, Social Democracy and the San Petersburg Labor Movement, 1885-97,
Cambridge, Mass., 1963, p. 93-94.
51. Pokrovski, op. cit., vol. 2, p. 37.
52. Krúpskaya, op. cit., p. 21.
53. T. Dan, The Origins of Bolshevism, Nueva York, 1964, p. 211-212.
54. Pipes, op. cit., p. 124.
55. V. Lenin, Obras completas, vol. 4, p. 177-178.
56. Mártov, Zapiski Sotsial- Demokrata, op. cit., p. 410.
57. V. Lenin, Obras completas, vol. 4, p. 180 y 392.
58. Ibid., p. 336-337
59. Ibid., p. 392
60. Ibid., p. 392
61. Dan, op. cit., p. 212.
62. Krúpskaya, op. cit., p. 19.
63. V. Lenin, Obras completas, vol. 46, p. 74-75.