OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II |
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LA HUELGA GENERAL EN INGLATERRA*
Para comprender la magnitud de esta huelga general, que paraliza la actividad del país más potente del mundo, basta considerar la trascendencia del problema que la origina. No, se trata de una mera cuestión de salarios. El proletariado británico lucha en apariencia contra la reducción de los salarios de los obreros de las minas de carbón; pero, en realidad, lucha por el establecimiento de un nuevo orden económico. El problema de los salarios no es sino una cara del problema de las minas de carbón. Lo que se discute fundamentalmente es la propiedad misma de las minas. Los patrones pretenden que las condiciones de la Industria no les permite mantener los salarios vigentes. Los obreros se niegan a aceptar la rebaja. Pero no se detienen en este rechazo. Puesto que los patrones se declaran incapaces para la gestión de la industria con los actuales salarios, los obreros proponen la nacionalización de las minas. Esta fórmula no es de hoy. Los gremios mineros sostuvieron por ella en 1920 una huelga de tres meses. Les faltó entonces una solidaridad activa de los gremios ferroviarios y portuarios. Y esto les obligó a ceder por el momento. Mas al primer intento patronal de tocar los salarios, la reivindicación obrera ha resurgido. Hace varios meses el gobierno conservador evitó la huelga subsidiando a los industriales para que mantuvieran los salarios mientras se buscaba una solución. El plazo se ha vencido sin que la solución haya sido encontrada. Y como patrones y obreros no han modificado en tanto su actitud, el conflicto ha sobrevenido inexorable. Esta vez está con los mineros todo el proletariado británico. Presenciamos, en la huelga general inglesa, una de las más trascendentes batallas socialistas. Los verdaderos contendientes no son los patrones y los obreros de las minas británicas. Son la concepción liberal y la concepción socialista del Estado. Las fuerzas del socialismo se encuentran frente a frente de las fuerzas del capitalismo. El frente único se ha formado automáticamente en uno y otro campo. La práctica no consiente los mismos equívocos que la teoría. Los reproches a la política conservadora que acompañan la declaración no disminuyen el valor de ésta. Y en el frente obrero, luchan juntos reformistas y revolucionarios, Thomas y Cook, Mac Donald y Savlatkala. Inglaterra es la tierra clásica del compromiso y de la transacción. Mas en esta cuestión de las minas el compromiso parece impracticable. En vano trabajan desde hace tiempo por encontrarlo los reformistas de uno y otro bando. Sus esfuerzos no producen sino una complicada fórmula de semi-estadización de las minas, cuya ejecución nadie se decide a intentar hasta ahora. El problema de las minas constituye el problema central de la economía y la política inglesas. Toda la economía de la Gran Bretaña reposa, como es bien sabido, sobre el carbón. Sin el carbón, el desarrollo industrial británico no habría sido posible. Cuando el Labour Party propone la nacionalización de las hulleras, plantea el problema de transformar radicalmente el régimen económico y político de Inglaterra. En un país agrícola como Rusia la lucha revolucionaria era, principalmente, una lucha por la socialización de la tierra. En un país industrial como Inglaterra la propiedad de la tierra tiene una importancia secundaria. La riqueza de la nación es su industria. La lucha revolucionaria se presenta, ante todo, como una lucha por la socialización del carbón. El Estado liberal desde hace tiempo se ve constreñido a sucesivas y esporádicas concesiones al socialismo. Sus estadísticas han inventado el intervencionismo que no es sino la teorización del fatal retroceso de la idea liberal ante la idea colectivista. El período bélico requirió un empleo extenso del método intervencionista. Y, durante la post-guerra, no ha sido posible abandonarlo. El fascismo, que, en el plano económico, propugnaba un cierto liberalismo, incompatible desde luego con su concepto esencial del Estado, ha tenido que seguir en el poder una orientación intervencionista. Pero el intervencionismo no es una política nueva. No es sino un expediente moderno de la vieja política demo-liberal. En Inglaterra, por ejemplo, ha podido hace meses postergar el conflicto minero, pero no ha podido resolver la cuestión que lo engendra. El Estado liberal se queda inevitablemente en estas cosas a mitad de camino. Los hombres de Estado de la burguesía inglesa saben que la única solución definitiva del problema es la nacionalización de las minas. Pero saben también que ésta es una solución socialista y, por ende, antiliberal. Y que el Estado burgués ha renegado ya una gran parte de su ideario, pero no puede renegarlo del todo, sin condenarse a sí mismo teórica y prácticamente. Por esto ninguno de los proyectos de semiestadización de las minas ha prosperado. Han tenido todos el defecto original de su hibridismo. Los han rechazado, de una parte, en nombre de la doctrina liberal y, de otra parte, en nombre de la doctrina socialista. Y, sobre todo, a con-secuencia de su propia deformidad, se han mostrado inaplicables. El gobierno conservador de Baldwin, que cuando, en la necesidad de evitar la huelga, concedió a la industria un subsidio, se manifestó intervencionista, representa en la lucha presente la concepción del Estado liberal. (Conservantismo y liberalismo son términos que designan actualmente en Inglaterra dos tonalidades, dos caras de un mismo régimen). Hace algunos meses su intervencionismo, denunciado como una abdicación ante la amenaza obrera, detuvo la huelga. Ahora su abstencionismo, esto es su liberalismo, la ha dejado producirse. No hagamos predicciones. El desarrollo de la batalla puede ser superior al que son capaces de prever los cálculos de probabilidades. Lo único evidente hasta ahora para un criterio objetivo es que se ha empeñado en Inglaterra una formidable batalla política y que sus resultados pueden comprometer definitivamente el destino de la democracia. Los ingleses tienen una aptitud inagotable para la transacción. Pero esta vez la mejor de las transacciones sería para el régimen capitalista una tremenda derrota. Sólo la imposición cruda y neta de sus puntos de vista podría contener la oleada proletaria.
NOTA: * Publicado en Variedades, Lima, 8 de Mayo de 1926.
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