Escrito: 1934 o 1935.
Primera vez publicado:
L’Estrella Roja, 16 febrero 1935.
Fuente/Edición digital: La
Bataille Socialiste.
Esta edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2010.
Es indudable que en el mes de octubre pasado, el proletariado español se lanzó a la lucha en condiciones favorables a la revolución triunfante, pero todavía no estaban maduras. La propia clase obrera no veía todavía sus fines con bastante claridad. Precisamente por eso, la reacción provocó el movimiento para hacerlo abortar. Sabía bien que unos cuantos meses más tarde habría sido irresistible.
¿Esto quiere decir que la clase obrera no debió lanzarse a la calle? No.
Hubiera sido un error profundísimo, cuyas consecuencias habrían sido funestas. El ideal consiste, naturalmente, en poder elegir el momento del ataque, pero no siempre se puede hacer. Hay circunstancias históricas en que a pesar de las probabilidades e incluso la seguridad del fracaso, es necesario aceptar la batalla.
El 18 de marzo de 1871, el proletariado parisino se insurreccionó y proclamó la “Commune”. Por toda una serie de circunstancias, aquella audaz empresa no podía triunfar. Y la “Commune” fue ahogada, pero la gesta heroica de los trabajadores parisinos abrió una nueva etapa en el movimiento obrero internacional y le enriqueció de una experiencia inapreciable, sin la cual no habría sido posible la revolución rusa. He aquí un ejemplo de derrota profunda que Marx caracterizó brillantemente en las líneas siguientes: “La canalla burguesa de Versalles planteó esta alternativa a los parisienses: aceptar el reto y lanzarse a la lucha o retirarse sin combate. En el segundo caso, la desmoralización de la clase obrera habría sido un infortunio mucho más grave que la pérdida de un determinado número de “combatientes”.”
En el año 1905, el proletariado ruso se lanzó a la insurrección. El movimiento fue vencido, ahogado en sangre, y se abrió un período de negra reacción. “Lo que el proletariado debió hacer [dijo Plejánov] es no haber tomado las armas”. La clase obrera rusa fue derrotada, pero no vencida. El alzamiento de 1905 fue, según la frase de Lenin, el “ensayo general” de la revolución de 1917. El proletariado ruso se repuso rápidamente, y la derrota se convirtió, doce años más tarde, en una espléndida victoria. He aquí un ejemplo de derrota fecunda.
El proletariado alemán, en el mes de enero de 1932, permitió, sin la menor tentativa de rebelión, que Hitler tomara tranquilamente el poder. La obra de unos cuantos decenios quedó destruida de un golpe, de las organizaciones obreras no queda ni rastro y sobre la clase obrera se manifiesta la reacción más sangrienta e implacable. Si la clase trabajadora se hubiera lanzado a la insurrección, incluso en condiciones desfavorables, el resultado, desde el punto de vista de la represión, habría sido idéntico; pero habría hecho una experiencia provechosa, la desesperación no se habría apoderado de su espíritu y no ofrecería el espectáculo deprimente que hoy ofrece. He aquí un ejemplo de derrota desmoralizadora.
En Austria las condiciones maduraban para un ataque de la reacción a la clase obrera. Si ésta hubiera estado dirigida por un partido revolucionario, y no por la socialdemocracia oportunista, en lugar de dejarse adormecer por las ilusiones democráticas, habría emprendido la ofensiva a tiempo y habría vencido muy probablemente. Dollfus la atacó en condiciones desfavorables para ella; la provocó, y la clase obrera aceptó el reto y se lanzó a una lucha desesperada y heroica. El proletariado fue vencido, pero no aplastado, aprendió más en los días de la insurrección que durante años de actuación legal y pacífica; la reacción no llega a ahogar el movimiento revolucionario, a pesar de las cárceles, fusilamientos y patíbulos, y los vencidos de ayer se preparan para nuevos y victoriosos combates que, todo parece indicar, no se harán esperar. He aquí un ejemplo de derrota fecunda.
¿Hay que señalar que nuestra derrota de octubre pertenece a esta categoría?
La clase obrera española tenía que tomar las armas. La lección ha sido provechosa. No estamos ni abatidos, ni desmoralizados. La alarma y la inquietud de las clases dominantes son su mejor prueba. De la derrota de hoy surgirá la victoria de mañana.
Si en la época relativamente tranquila de antes de la guerra, el proletariado ruso tuvo suficiente con doce años para triunfar, después de una derrota sangrienta, en una época revolucionaria como la que vivimos, cuyos acontecimientos se desarrollan con una rapidez extraordinaria, nuestro desquite se hará esperar mucho menos. Y el sacrificio de los combatientes caídos en las jornadas de octubre no habrá sido inútil.