El último día que estuve en La Paz fue el 25 de noviembre de 1966. Cerca de la medianoche salimos en un jeep con Joaquín, Braulio y Ricardo. En otro vehículo más adelante iban Urbano, Miguel, Maimura y Coco. Doce horas después estábamos en Cochabamba. Allí me despedí de mi compañera, que estaba viviendo en casa de mi suegro. La conversación fue tranquila, desprovista de dramatismo. Ella ya estaba informada de que partía definitivamente al monte. Antes de salir besé a mis hijos.
Mi decisión de ingresar en el proceso de la lucha armada fue producto de una serie de consideraciones que estaban madurando desde hacía tiempo. Militante del Partido Comunista de Bolivia junto con Coco desde 1951, conocí la estrategia, táctica y mecánica de este partido. También por haber convivido con ellos, sabía perfectamente cuál era la mentalidad de la dirigencia.
Pero también es justo dejar establecido que mientras no hubo perspectivas reales de lucha armada en Bolivia, nosotros participamos y estuvimos plenamente de acuerdo con las decisiones de esa dirección. Ésta es una experiencia qua estimamos puede ser recogida por otros militantes de partidos comunistas en alguna parte del continente que confunden la "incondicionalidad" con la fidelidad a los principios. Para nosotros sólo los principios tienen valor permanente.
La política de la mayoría de los PC latinoamericanos es llegar “al borde de la lucha armada". Es una especie de juego peligroso en el que han adquirido gran maestría, en ese límite se detienen y vuelven a sus posiciones originales para reiniciar la conciliación o sumergirse en la institucionalidad. Cuando han llegado al "borde de la guerra", comercian los principios, se olvidan de sus muertos y adecuan la teoría de su conducta reformista o traidora.
El PCB no era ni es una excepción. Comprometido con muchos meses de anticipación en la lucha guerrillera de nuestro país, había escogido a un grupo de compañeros para este trabajo. Pero la dirección, manteniendo una conducta dual que nosotros captábamos sin esfuerzo, siempre estaba indecisa, a la expectativa.
Nosotros perdimos la confianza en esos dirigentes y, personalmente, no creía que el PC fuera a ingresar a la guerra como partido, o que prestara toda su colaboración, esforzándose al máximo y con lealtad.
El grupo asignado para el trabajo preparatorio, entre los que se encontraban el Ñato, el Loro, Rodolfo, Coco, etcétera, estaba claro, sin embargo, de cuál era nuestra única e irrenunciable estrategia, y nuestra decisión de luchar hasta el final se mantuvo siempre firme.
Esto es natural y ha sucedido también en otros países. Muchos militantes situados "al borde de la guerra", lejos de retroceder con sus direcciones conciliadoras dan un paso decisivo y se sitúan en la vanguardia. Se alza una nueva fuerza, dinámica, agresiva y valiente: es la guerrilla. Incluso remontándonos a antecedentes históricos, estábamos conscientes de que nos encontrábamos al borde de una oportunidad que podría marcar una nueva etapa en el destino de Bolivia.
Para nosotros la separación del Alto Perú del imperio español fue un proceso de emancipación interrumpido. Las bases sociales no se alteraron. El poder político y económico fue transferido a la aristocracia criolla y a los españoles ricos asentados en el país. El pueblo, principal actor de esa gesta del siglo pasado, no disfrutó ni siquiera de las migajas del poder, aunque a lo largo de casi siglo y medio de lucha ha pugnado por romper sus cadenas.
La oportunidad histórica de obtener la verdadera y definitiva independencia, se presentaba ahora, con el desarrollo de la guerrilla cuyo embrión estaba germinando en plena selva boliviana.
Por lo demás esta forma de lucha está enraizada en la tradición del pueblo. Durante quince años -desde 1810 a 1825- guerrilleros como Padilla, Moto Méndez, el cura Muñecas, Warnes, Juana Azurduy y otros, combatieron heroicamente contra los colonialistas españoles enarbolando las banderas de emancipación continental de Bolívar y Sucre.
Naturalmente entendíamos y estábamos plenamente conscientes de que las condiciones eran y son completamente diferentes. Los patriotas del siglo pasado enfrentaron a un imperialismo decadente, acosado por otras potencias imperialistas, que surgían con ambiciones de dominación mundial. Ahora nos enfrentamos al imperialismo norteamericano hegemónico, la potencia industrial - militar más poderosa del mundo, que ejerce su dominio con crueldad, sin escrúpulos, brutalizado, rapaz y genocida. Por otra parte también las motivaciones son distintas: ahora luchamos como vanguardia del pueblo por la conquista del poder, para construir el socialismo y formar el hombre nuevo, eliminando al imperialismo y sus lacayos.
Es necesario advertir, además, que en el pueblo latinoamericano se ha desarrollado un gran sentimiento chauvinista, estimulado, fundamentalmente, por el imperialismo. Este nacionalismo deformado se ha empleado como instrumento para dividir a los pueblos y desatar entre ellos guerras fraticidas. Los partidos tradicionales de izquierda, lejos de combatir esta tendencia, la han fomentado e incluso defendido como principio elemental, contribuyendo con la táctica impuesta por el enemigo. Bolivia en esta etapa de lucha guerrillera no fue una excepción.
Este planteamiento nos rondaba por la mente al conocer, cada vez con mayor certeza, que el PCB no se integraría a la guerrilla.
De todas maneras, nosotros estábamos dispuestos a combatir hasta las últimas consecuencias, independientemente de la actitud que asumiera el PC. Cuando supimos que el Ché dirigiría la lucha tuvimos la absoluta seguridad de que el proceso revolucionario sería verdadero, sin claudicaciones. Por eso al ver esa noche de noviembre a Ramón, la emoción del encuentro fue tremenda.
Al día siguiente llamó a Coco, al Loro y a mí, para conversar sobre el carácter de la lucha. Fue la primera conversación política, interesante y profunda como todas las que tuvimos durante la guerra. El primer concepto que fluyó en forma categórica fue el de la continentalidad. El Ché nos explicó con su franqueza habitual que la lucha tendría estas características claras: dura, larga y cruel. Por lo tanto nadie debía acomodar su mentalidad a situaciones "corto-placistas". Enseguida expuso por qué se había escogido a Bolivia como escenario de la guerra.
Su elección, afirmó, no es arbitraria, "está ubicada en el corazón del Cono Sur de nuestro continente, limitada con cinco países que tienen una situación político-económica cada vez más crítica, y su misma posición geográfica la convierte en una región estratégica para irradiar la lucha revolucionaria a naciones vecinas.
Hay que tener presente que Bolivia no puede liberarse sola, o por lo menos es extremadamente difícil que ello ocurra. Aun derrotando al ejército y derrotando al poder, el triunfo de la revolución no está asegurado, puesto que los gobiernos lacayos dirigidos por el imperialismo o directamente el imperialismo con la colaboración de los gobiernos lacayos tratarán de aplastarnos. Sin embargo si en el desarrollo de la lucha se nos presenta la alternativa de tomar el poder, no vacilaremos en asumir esta responsabilidad histórica. Claro que ello encierra una gran cuota de sacrificio de los revolucionarios bolivianos.
El Ché nos explicó luego lo que él entendía por "cuota de sacrificios" de los revolucionarios bolivianos. Nos dijo que había elaborado un documento para la reunión tricontinental de los pueblos que se realizaría en La Habana en julio de 1967. En ese documento, recalcó, expone lo siguiente: "Solamente podremos triunfar sobre ese ejército en la medida que logremos minar su moral. Y ésta se mina infligiéndole derrotas, y ocasionándole sufrimientos repetidos."
"Pero este pequeño esquema de victorias encierra dentro de sí sacrificios inmensos de los pueblos, sacrificios que deben exigirse desde hoy, a la luz del día, y quizás sean menos dolorosos de los que debieran soportar si rehuyéramos constantemente el combate, para tratar que otros sean los que nos saquen las castañas del fuego."
"Claro que, el último país en liberarse, muy probablemente lo hará sin lucha armada, y los sufrimientos de leí guerra tan larga y tan cruel como la que hacen los imperialistas, se le ahorrará a ese pueblo. Pero tal vez sea imposible eludir esa lucha y sus efectos, en una contienda de carácter mundial, y se sufrirá igual o más aun. No podemos predecir el futuro, pero jamás debemos ceder a la tentación claudicante de ser los abanderados de un pueblo que anhela su libertad, pero reniega de la lucha que ésta conlleva, y la espera como UN mendrugo de victoria."
Para el Ché la cuota de sacrificios significaba la participación del pueblo boliviano como abanderado de la lucha guerrillera, y de ninguna manera la postergación de la toma del poder.
En otros términos, nosotros nos convertíamos en un pueblo de vanguardia que obtendría la liberación combatiendo y no como un "mendrugo de victoria”