Publicado por vez primera: "10 Years of Umkhonto we Sizwe", en The African Communist, órgano del Partido
Comunista Sudafricano, No. 47/1971; escrito bajo el nombre de pluma Sol Dubula.
Traducción al castellano: Marxists Internet Archive,
enero de 2025.
Esta edición: Marxists Internet Archive, enero de
2025.
“La paciencia del pueblo no es infinita. Llega un momento en la vida de cualquier nación en que sólo quedan dos opciones: someterse o luchar. Ese momento ha llegado ahora a Sudáfrica”.
Hace diez años, el 16 de diciembre de 1961, Umkhonto we Sizwe —la Lanza de la Nación— proclamó su existencia con estas conmovedoras palabras. En todos los centros importantes del país, los ataques con bombas organizados contra las propiedades del gobierno anunciaron la introducción de un nuevo elemento en la estrategia revolucionaria para derrocar la supremacía blanca.
Este pequeño comienzo marcó un nuevo camino que, históricamente hablando, era coherente con la tradición de la resistencia armada anterior a la conquista extranjera por parte del pueblo africano. A partir de ese momento, por larga y ardua que fuera la tarea, las organizaciones de liberación se habían comprometido a preparar las condiciones en las que la fuerza armada popular desempeñaría un papel significativo en la destrucción del poder blanco. Es apropiado en este aniversario reflexionar sobre algunas de las experiencias que hemos adquirido y las lecciones que hemos aprendido en la dura escuela de la lucha revolucionaria práctica.
La campaña de sabotaje
La campaña de sabotaje de principios de los años 60 cumplió un propósito específico y nunca fue propuesta como una técnica que de por sí sola pudiera conducir a la destrucción del Estado o incluso causarle graves daños materiales.
Su propósito era sentar las bases para formas superiores de actividad militar de tipo guerrillero. Existía la necesidad de crear un aparato militar profesional experimentado que formaría el núcleo de las futuras fuerzas guerrilleras; la necesidad de demostrar que el movimiento estaba rompiendo abierta y claramente con los procesos del período anterior que habían puesto correctamente el énfasis en la lucha militante sin llegar a la confrontación armada; y la necesidad de proporcionar un método eficaz para el derrocamiento de la supremacía blanca mediante una actividad planificada en lugar de espontánea. Como se afirma en Estrategia y Tácticas del Congreso Nacional Africano [ANC], “las tres necesidades fueron satisfechas por esta evidencia convincente de que nuestro movimiento de liberación se había adaptado correctamente a la nueva situación y estaba creando un aparato realmente capaz de atacar clandestinamente al enemigo y hacer preparativos para una fase más avanzada. La situación era tal que sin una actividad de esta naturaleza todo nuestro liderazgo político podría haber estado en juego tanto dentro como fuera del país y las medidas que se tomaron simultáneamente para el reclutamiento y la preparación de cuadros militares habrían encontrado menor respuesta”.
Nueva situación, nuevas tácticas
Mucho antes del 16 de diciembre de 1961, Umkhonto we Sizwe, bajo la dirección y guía de la dirigencia política, tomó medidas dentro y fuera del país para preparar al personal en todos los aspectos del arte de la lucha armada popular. ¿Qué desencadenó este cambio de política? Fue en respuesta a una situación que cambiaba rápidamente.
En términos generales, siempre ha sido cierto que el carácter del gobierno extranjero que se impuso a los pueblos indígenas no podía romperse sin métodos insurreccionales de un tipo u otro. Nunca ha habido un momento en el que se pudiera esperar de manera realista que la minoría blanca renunciara a su privilegio racial sin una lucha violenta. Después de la derrota militar de las prolongadas guerras de resistencia del pueblo africano en el primer período de la conquista blanca, cada intento del pueblo de hacer valer sus demandas se encontró con una represión brutal. Sin embargo, fue recién en los años 60 que tanto el Partido Comunista [PCSA] como el ANC incluyeron en sus perspectivas la preparación para la lucha armada.
¿Era este cambio de estrategia un reflejo sobre que si eran o no correctas las tácticas que se habían empleado en décadas anteriores? Por supuesto que no. Las tácticas anteriores surgieron de las realidades objetivas del período anterior. Ni la situación interna ni la internacional habían madurado hasta el punto de que la insurrección violenta o la preparación directa para la lucha armada pudieran, de manera realista, ser puestas a la orden del día.
En los años 60, el panorama comenzó a cambiar en varios aspectos. En el terreno internacional, el aislamiento de Sudáfrica alcanzó su punto más alto. En la propia África, el control imperialista del continente se vio socavado a medida que un país tras otro lograba la independencia. Esto tuvo varias consecuencias. Por primera vez desde la colonización del continente, las perspectivas de autogobierno encendían la imaginación de los pueblos africanos en toda África, incluido el sur. En segundo lugar, las fronteras amistosas se acercaban sigilosamente a los territorios del asediado sur con perspectivas de una ayuda práctica vital de los nuevos estados emergentes. Por primera vez en el África moderna se libraron luchas armadas exitosas, primero en Argelia, luego en Guinea-Bissau, Angola y, algunos años más tarde, en Mozambique, en las que las fuerzas armadas de liberación nacional desafiaron y derrotaron a los enemigos con una superioridad abrumadora de recursos militares y materiales.
En nuestro propio frente, la efervescencia política que el país había presenciado en las décadas anteriores se reflejó en la creciente militancia del pueblo. Nuestra numerosa clase obrera había alcanzado nuevos niveles de expresión militante en las luchas de los años cincuenta. La huelga general atrajo a la acción política a cientos de miles de trabajadores fabriles que arriesgaron sus empleos y su seguridad para manifestarse contra la supremacía blanca. Protestas masivas, boicots a los autobuses y campañas contra los pases se sucedieron una tras otra. El desafío deliberado a las leyes y las represalias espontáneas, furiosas y a veces violentas, contra la brutalidad policial fueron síntomas del cambio de actitud.
Punto de inflexión
Sharpeville fue un punto de inflexión, no porque el abatimiento de manifestantes desarmados fuera algo único en la historia de Sudáfrica ni porque los organizadores introdujeran algún elemento nuevo en los métodos de lucha: había habido masacres peores y los organizadores de las manifestaciones, a pesar de sus posteriores afirmaciones de haber sido los innovadores de nuevas formas de lucha, se habían esforzado por dirigir las protestas hacia canales explícitamente pacíficos. El líder del PAC [Congreso Pan-Africanista], Sobukwe le escribió al jefe de policía para avisarle que él y sus seguidores se presentarían para ser arrestados el 21 de marzo de 1960 y expresó la esperanza de que “cooperará para hacer de ésta una campaña muy pacífica y disciplinada”. No, la masacre de Sharpeville fue un punto de inflexión, no porque ideara un nuevo enfoque, sino porque a partir de ese momento el estado blanco se preparó para la movilización total para aplastar el movimiento de liberación; y a partir de ese momento se tuvo que dar un nuevo énfasis a la lucha revolucionaria.
No fue sólo en las áreas urbanas donde se evidenció el creciente espíritu revolucionario. En el campo, los años 50 habían producido pruebas impresionantes de que, a pesar de siglos de represión, el campesinado no era sumiso, sino que poseía una capacidad de acción que llegaba hasta el punto de la resistencia armada. En Sekukunelandia, el campesinado, parcialmente armado, resistió tenazmente los intentos de las autoridades de reemplazar a los líderes tradicionales del pueblo por servidores designados por el gobierno, las llamadas Autoridades Bantú. En Zululandia se encontró una resistencia similar. Las luchas campesinas del pueblo pondo alcanzaron grandes cotas: en marzo de 1960 había surgido un vasto movimiento popular; se establecieron unidades administrativas no-oficiales, incluidos los Tribunales Populares. De los puntos escogidos en las montañas donde miles de campesinos se reunieron ilegalmente, surgió el nombre del movimiento: Intaba, la Montaña.
Inevitablemente, un estado elevado de efervescencia política da lugar a estallidos no planificados y espontáneos. Estos perjudican al proceso revolucionario sólo si no están conectados con la corriente principal de la lucha o si llegan a dominar su curso. Muchos de estos estallidos fueron estimulados directamente por el clima creado por el éxito del movimiento en incitar a sectores cada vez más grandes de nuestro pueblo a la lucha. La revuelta de Pondo, por ejemplo, no fue organizada directamente por el ANC. Tuvo sus orígenes en quejas locales, pero sus objetivos pronto se convirtieron en la consecución de objetivos políticos básicos enunciados por el movimiento en general, y los líderes de Intaba llegaron a adoptar en esencia el programa completo del ANC. Los violentos enfrentamientos que se produjeron en El Cabo y en otros lugares eran signos de una creciente militancia revolucionaria. A pesar de que eran estallidos espontáneos e imprevistos, e incluso presentaban ciertos rasgos negativos y dañinos, expresaban la preparación, el coraje y el patriotismo de quienes participaron en acciones como la lapidación de las comisarías. El PCSA reconoció que “esos actos de represalia desesperada tienen un lado positivo, aunque (en sí mismos) no puedan tener éxito en sus objetivos y aunque inviten a fuertes represalias, reveses y derrotas temporales. Porque, de estas derrotas, el pueblo está sacando la conclusión no de que la resistencia es inútil, sino que debe ser planificada, decidida y basada en principios. Los dirigentes del movimiento de liberación africana no se han limitado a adoptar una actitud negativa o crítica hacia estallidos al estilo de Poqo. Han reconocido que los métodos exclusivamente no violentos ya no sirven”. (La salida revolucionaria: declaración del Comité Central, marzo de 1963.)
En el contexto de estos y muchos otros acontecimientos, incluida la ilegalización de las organizaciones de liberación y el uso del terror administrativo y físico no disimulado contra cualquier oposición militante al gobierno blanco, hubo una creciente desilusión por parte de la mayoría de nuestro pueblo con la perspectiva de lograr su liberación mediante acciones de protesta que no incluyeran actividad armada y ofensiva de un tipo u otro.
Así, cuando el movimiento a principios de los años 60 comenzó a modificar el énfasis de su enfoque, reflejaba los cambios radicales que se habían producido tanto en el campo del enemigo como entre el pueblo; y eran cambios que el propio movimiento había ayudado a generar gracias al calibre de la dirección que había proporcionado en el período anterior.
El propio éxito de las tácticas de movilización de masas que se siguieron en el período anterior había ayudado a crear las nuevas condiciones en las que ahora tenía que desarrollarse el conflicto.
El nuevo Programa del PCSA adoptado en 1962, al tiempo que se opone a los actos indisciplinados de terrorismo individual y rechaza las teorías de que todos los métodos de lucha no violentos son inútiles o imposibles, establece que:
"El Partido Comunista considera que la consigna de la 'no violencia' es perjudicial para la causa de la revolución nacional democrática en la nueva fase de la lucha, desarma al pueblo frente a los salvajes ataques del opresor, debilita su militancia, socava su confianza en sus líderes...
... hoy él (el pueblo) no tiene otra alternativa que defenderse y contraatacar, responder a la violencia con violencia. Los Nacionalistas están imponiendo a Sudáfrica una solución en la que los patriotas y los demócratas tomarán las armas para defenderse, organizarán ejércitos guerrilleros y emprenderán diversos actos de resistencia, culminando en una insurrección de masas contra la dominación blanca”.
El enemigo contraataca
La introducción de la perspectiva armada en la lucha política tiene consecuencias de largo alcance. Sería un error considerarla simplemente como otra táctica en el trabajo rutinario de masas. Incluso cuando no plantea la cuestión de un levantamiento nacional inmediato, equivale a una ruptura cualitativa con los métodos tradicionales de acción y movilización política de masas e influye directa o indirectamente en todos los aspectos de la actividad política y organizativa.
El enemigo, como era de esperar, respondió con una ferocidad sin precedentes en un intento de destruir a aquellos relacionados con la nueva política. La aplicación eficaz de esta política dependía de una serie de factores, entre ellos la capacidad del movimiento para mantener e intensificar el alto nivel de militancia activa entre el pueblo, para proteger y ampliar sus estructuras organizativas internas, y de la disposición del mundo exterior y en particular de las naciones emergentes de África para aislar aún más a Sudáfrica y para proporcionar ayuda material y suministrar los considerables recursos necesarios para convertir en realidad algunos de los proyectos.
Al final, las medidas adoptadas para salvaguardar al movimiento contra el inevitable ataque del enemigo resultaron inadecuadas. En la esfera internacional hubo una tendencia a ser demasiado optimistas y a subestimar la tenacidad de las fuerzas imperialistas externas en apoyo del régimen racista. Y en el continente africano, el período posterior a la independencia política expuso debilidades y tendencias internas que iban a crear obstáculos inesperados en el camino de la prosecución de nuestros objetivos.
Como resultado, a mediados de los años 60, tanto la situación interna como la externa se volvieron relativamente menos favorables para la implementación de las tácticas previamente determinadas en el desarrollo de la lucha. El curso que se ha trazado es difícil y prolongado. Ha tenido sus puntos altos y bajos. Pero las complejidades que enfrentamos no deben cegarnos ante el hecho de que, como en los años 60, también ahora, cualquier política de lucha que no incluya como uno de sus pilares básicos la preparación para la acción armada es errónea y condenará tanto al pueblo como al movimiento a la impotencia política. Por supuesto, los cambios que tuvieron lugar en el período inmediatamente post-Rivonia — más particularmente el debilitamiento de la posición organizativa interna del movimiento dentro del país — presentaron nuevos problemas que el movimiento de liberación se ha esforzado por superar. Pero sigue siendo cierto que el derrocamiento del poder blanco en nuestro país solo puede lograrse mediante una lucha armada popular: es decir, una lucha armada con participación y apoyo de las masas. El Comité Central del PCSA, en la declaración política adoptada en la Sesión Plenaria de 1966, dijo:
"La exactitud y viabilidad de esta decisión política general no dependían ni dependen del éxito o el fracaso de ningún plan u operación en particular. Visto en una perspectiva amplia, sigue siendo cierto que la libertad de nuestro país tendrá que ser conquistada en lucha armada y que la preparación para esa lucha es imprescindible para la victoria".
Esto no significa que toda acción política deba ser necesariamente una acción armada. Significa que toda acción política, armada o no, debe considerarse parte de la preparación para una confrontación a escala nacional que conduzca a la conquista del poder.
Lucha armada y movilización política
Aún no ha tenido lugar ninguna actividad guerrillera abierta en nuestro país. En 1967 y 1968, unidades de Umkhonto we Sizwe se enfrentaron al enemigo en Zimbabue. Este no es el lugar para intentar una evaluación equilibrada de las campañas de Wankie, Sipoleli y otras. Baste decir que estos acontecimientos tuvieron una enorme importancia histórica. Fue la primera vez que las unidades militares de Umkhonto we Sizwe se enfrentaron a las fuerzas del enemigo en combate armado. En este bautismo de fuego, los pioneros armados modernos del movimiento de liberación demostraron su capacidad para enfrentarse al enemigo y herirlo. El heroísmo y la nobleza de quienes lucharon y murieron, comunistas y no comunistas entre ellos, les han ganado un lugar de honor indiscutible en la saga de nuestro camino hacia la liberación. Los que emergieron de las batallas han contribuido enormemente al acervo de nuestra experiencia revolucionaria en las batallas venideras.
Algunas de las experiencias negativas de las campañas de Zimbabue reafirmaron en la práctica una de las características más salientes de la lucha armada popular, a saber, que es la culminación de un proceso multifacético que implica la reconstrucción política, el liderazgo político de masas en la ciudad y el campo por medio de la organización, la propaganda, la educación, la agitación, etc., y la actividad armada organizada que atrae a cada vez más gente a medida que pasa el tiempo. Como se expresa correctamente en Estrategia y Tácticas del Congreso Nacional Africano: “Cuando hablamos de lucha armada revolucionaria, hablamos de lucha política por medios que incluyen el uso de la fuerza militar”. Todas nuestras actividades, ya sean directamente militares o políticas, están calculadas para ayudar a generar una situación en la que maduren las condiciones insurreccionales. El desarrollo de estas condiciones y el punto en el que maduren depende de las actividades del movimiento de liberación como un factor. También depende de los acontecimientos sociales y económicos tanto dentro como fuera del país sobre los cuales ningún movimiento político tiene un control absoluto.
¿En qué momento, entonces, se vuelven activos los grupos armados profesionales? Aquí hay un cierto dilema. La experiencia (incluida la campaña de Zimbabue) nos ha enseñado que sin organización interna, movilización de masas y apoyo de las masas, la actividad armada se estrangula. Hemos rechazado correctamente la "teoría del detonador puro", que se basa en la creencia de que las acciones militares localizadas de los cuadros armados profesionales generan automáticamente una resistencia y un apoyo crecientes del pueblo. Pero, por otra parte, posponer toda actividad armada hasta que la movilización política y la reconstrucción organizativa hayan alcanzado un nivel lo suficientemente alto como para sostener sus formas más avanzadas es socavar las perspectivas de una movilización política plena. La experiencia de Sudáfrica y otros estados policiales altamente organizados ha demostrado que hasta que se introduzca un nuevo tipo de acción es cuestionable que la movilización y la organización políticas puedan desarrollarse más allá de cierto punto. Dada la desilusión de las masas oprimidas con las viejas formas de lucha, el demostrar la capacidad del movimiento de liberación para enfrentar y sostener el desafío de una manera nueva es en sí mismo uno de los factores más vitales para atraer su lealtad y apoyo organizados.
Así, se nos ha enseñado a evitar dos posiciones extremas: en un caso, la teoría del detonador puro y en el otro, la teoría de la reconstrucción pura, que implica que no se debe emprender ninguna actividad armada organizada hasta que hayamos movilizado políticamente al pueblo y reconstruido avanzadas redes de organización a nivel nacional. La primera tiene en sí las semillas de una aventura dramática que podría terminar antes de empezar. La segunda ofrece pocas perspectivas de que se inicie la lucha armada y la conquista del poder en nuestra vida.
En nuestras condiciones, la lucha armada y la lucha política son esencialmente una y se complementan. No se las puede abordar cronológicamente y la planificación concreta del movimiento debe asegurar el equilibrio y la combinación necesarios de ambos lados de esta lucha esencialmente única. Esto ha significado una intensificación de los esfuerzos del movimiento en la esfera de la reconstrucción, la propaganda y la agitación general en todo el país, como lo demuestra la creciente intensidad de las campañas de propaganda interna.
La creación de un núcleo de cuadros armados profesionales entrenados, su puesta en el campo con el apoyo logístico adecuado y una cantidad mínima de contactos que les permita mantener sus operaciones en el período inicial, requiere una planificación independiente. No puede ser una respuesta de la noche a la mañana a un cambio repentino de la situación política. En este sentido, la planificación militar, a diferencia de la planificación política, tiene lo que podríamos llamar algunos aspectos mecánicos que inevitablemente implican la formulación de ciertas suposiciones estáticas sobre el futuro. Si las operaciones se desarrollan sin problemas y según lo planeado, el comienzo de la acción será el resultado de una decisión deliberada. En caso contrario, podría desencadenarse por la necesidad del grupo armado de defenderse de los ataques enemigos. Por lo tanto, el momento exacto en el que se produce la acción armada real no siempre coincidirá necesariamente con la situación local o incluso nacional más favorable. Por esta razón, no es realista vincular la planificación del movimiento para el comienzo de las operaciones en las regiones elegidas a la probabilidad de emergencia de una crisis local o nacional especial, o considerarla como la culminación en cada caso de un programa completo de trabajo de propaganda o de organización.
Ante todo, es necesario subrayar una vez más que la tarea más importante que tiene ante sí el movimiento en su conjunto es la intensificación del nivel de movilización política y de lucha de masas en todas partes del país, porque en última instancia, sólo en un contexto tal podrá arraigarse y extenderse la actividad armada. Por tanto, las acciones armadas exitosas son sólo uno de los factores en el proceso de ayudar a crear condiciones en las que todo el pueblo avance hacia la conquista del poder.
El terreno de la actividad armada
En nuestra situación, ¿dónde está el principal terreno de la actividad armada? El documento Estrategia y Tácticas del ANC responde que “el principal entorno físico (de la lucha guerrillera) en el período inicial está fuera del bastión enemigo en las ciudades, en las vastas extensiones de nuestra campiña”. La experiencia de las luchas de otros pueblos y nuestras propias condiciones confirman la exactitud de este enfoque.
La actividad armada en sus fases iniciales no puede adoptar la forma de un choque frontal con las fuerzas enemigas. En el plano militar, existe un enorme desequilibrio entre los recursos disponibles para el enemigo y los disponibles para el pueblo. La supervivencia de los grupos armados y su crecimiento exigen, por tanto, el uso de técnicas y tácticas que compensen este desequilibrio. Dado su carácter popular y una población que cada vez más se pone del lado del grupo armado y lo protege, al mismo tiempo que se opone y desenmascara al enemigo, este desequilibrio puede neutralizarse mediante el hábil uso de tácticas como la sorpresa, la movilidad, la retirada táctica y otros métodos que se combinan para impedir que el enemigo ponga en juego su superior potencia de fuego en cualquier batalla decisiva. En resumen, los inicios de la actividad armada popular en nuestro tipo de situación toman la forma de una lucha de guerrillas en la que las tácticas especiales empleadas tienen por objeto asegurar que no se libre ninguna batalla en particular en circunstancias desfavorables para las guerrillas.
En general, las luchas de tipo guerrillero han echado raíces en sus fases iniciales en las zonas rurales. La razón de ello es obvia. El grupo guerrillero es una unidad armada profesional a tiempo completo que surge aquí y allá y que, para sobrevivir, tiene que mantener continuamente su cohesión y movilidad. El grupo guerrillero no debe confundirse con los auxiliares armados o los grupos de combate a tiempo parcial o de defensa civil, todos los cuales tienen un papel importante que desempeñar en diversas etapas de la lucha, tanto en la ciudad como en el campo. Debido al desequilibrio de la fuerza militar, el grupo guerrillero, para sobrevivir y mantener su cohesión y movilidad, en general tiene que operar lejos de los complejos urbanos en los que el enemigo es más fuerte y está más altamente organizado y centralizado. Tiene que operar en un terreno en el que la población básica de la que obtiene su fuerza es la mayoría abrumadora.
¿Existen en Sudáfrica condiciones especiales que nos obliguen a examinar de nuevo el énfasis que se ha dado al campo en las fases iniciales de la lucha guerrillera? De los territorios coloniales y semicoloniales en los que se han librado guerras de guerrillas, no hay ninguno en el que la clase obrera urbana constituya una porción tan significativa de la población oprimida, tanto numérica como políticamente, como en Sudáfrica. Más aún, se trata de una clase obrera cuya conciencia política y cuya historia de lucha militante la sitúan en la indiscutible posición de vanguardia de nuestra revolución democrática. El levantamiento de masas de los años 50 que abarcó las zonas rurales se inspiró en la efervescencia política que se estaba produciendo en los principales centros urbanos. En las condiciones sudafricanas, por tanto, es impensable que la confrontación armada tenga el carácter de una guerra campesina a pesar de que la mayoría de la población oprimida vive en el campo, ya sea como campesinos o como proletarios rurales.
Si todo esto es cierto, ¿no debería ponerse el énfasis en la lucha guerrillera urbana en lugar de en la rural desde el principio? Creemos que no. Los importantes factores mencionados no alteran la realidad de que en la fase inicial los grupos guerrilleros organizados a tiempo completo con gran poder sólo pueden operar con éxito en las vastas extensiones de nuestro campo. El terreno de la lucha armada lo eligen para nosotros las condiciones objetivas, sólo una de las cuales es la importancia política del proletariado urbano. Esta realidad explica por qué en otros países — la Unión Soviética, Francia, Yugoslavia, etc. — donde la clase obrera ocupaba una posición de importancia igual o mayor en la correlación política de fuerzas, el principal terreno de la guerra de guerrillas organizada estaba fuera de los complejos urbanos. El hecho de que el terreno de las operaciones guerrilleras en sus primeras etapas sea el campo no implica, por supuesto, que la población rural (cuyo apoyo debemos ganar para que no se nos escape la victoria) sea la fuerza revolucionaria más significativa.
Hay ejemplos de luchas — Irlanda, Chipre, Palestina antes de 1948 — en las que, desde el principio, la forma predominante de guerra de guerrillas fue un tipo urbano. Pero en todos esos casos, las operaciones militares contra el enemigo se dirigieron directamente contra un ejército de ocupación estacionado en territorio abrumadoramente hostil, tanto en la ciudad como en el campo. Si bien en cierto sentido es correcto considerar a toda la minoría opresora de Sudáfrica como una especie de ejército de ocupación, la analogía tiene una aplicación limitada. El grupo guerrillero de Dublín podría moverse y actuar en su ciudad rodeado de un apoyo abrumador contra los ocupantes uniformados. En las ciudades sudafricanas, las operaciones principales tendrían que tener lugar en un terreno en el que se puede esperar que la abrumadora mayoría de la población blanca sea fanáticamente hostil a las guerrillas, quienes tienen que moverse por rutas determinadas por el enemigo y rodeadas por sus fuerzas regulares y sus auxiliares, que consisten de toda la población blanca.
Esto no significa que no haya lugar para cualquier forma de actividad militar en los centros urbanos. De hecho, ella es esencial incluso desde el principio. El enemigo debe ser hostigado continuamente en las ciudades por pequeños grupos de combate que realizan sabotajes y otras acciones especiales; grupos que obtienen suministros y dinero y reclutan cuadros para la lucha guerrillera y organizan y estimulan la resistencia civil a las acciones enemigas contra la población urbana. Pero esta actividad es de un tipo especial y aunque es en apoyo a las guerrillas, el uso de la frase “guerra de guerrillas urbana” para describirla no debe servir para ponerla a la par con la lucha guerrillera en el campo que es la forma principal de la actividad militar popular en la fase inicial de nuestra lucha armada popular.
Liderazgo político y militar
Nuestro movimiento de liberación siempre ha rechazado la idea de que, una vez que la lucha armada está a la orden del día, debe haber una separación entre los líderes militares y políticos, o, si la hay, que el liderazgo militar debe ser el principal.
Por supuesto, el arte de la lucha militar requiere la formación de órganos especiales integrados por personal calificado y talentoso que se dedique casi exclusivamente a la creación de grupos armados, coordine sus acciones y, en general, supervise la implementación multifacética de las perspectivas militares del movimiento. Pero todo lo que hemos dicho sobre la relación entre la lucha militar y política exige que, en todas las etapas, la organización política siga siendo suprema. Por supuesto, es cierto que, una vez en el campo, las tareas tácticas de la banda guerrillera sólo pueden ser llevadas a cabo eficazmente por quienes participan en la lucha real, y ningún grupo de líderes que se encuentre fuera de la situación puede esperar proporcionar un liderazgo exitoso en el día a día. Pero es igualmente cierto que la conducción general de la estrategia revolucionaria no puede ser llevada a cabo eficazmente por la banda armada aislada. El complejo y exigente arte de la revolución y la determinación de sus tareas tácticas y estratégicas exigen de tiempo en tiempo una dirección política que no sólo proporcione las grandes directrices para la conducción de la lucha militar en sí, sino que la relacione con la tarea primordial de la movilización política del pueblo en su conjunto, la incesante interacción y posicionamiento de las fuerzas de clase tanto a nivel nacional como internacional, la interacción de factores objetivos y subjetivos, etc. Esto sigue siendo válido incluso cuando la lucha armada se convierte en la forma predominante.
El ejército debe, en todas las etapas, seguir siendo instrumento del movimiento político, y cualquier tendencia en sentido contrario introducirá todos los rasgos malsanos del militarismo. Una lucha armada que no esté “ennoblecida por la influencia ilustrada y organizadora” de la dirección política correcta “se desgasta, se corrompe y se prostituye” (Lenin). La lucha armada revolucionaria no es más ni menos que una lucha política por medios que incluyen el uso de la fuerza militar, y la victoria por la que luchamos tiene como objetivo la conquista del poder por el pueblo dirigido por su vanguardia política y no por un ejército. Por supuesto, a medida que la lucha armada comienza a desempeñar un papel cada vez más importante en nuestra estrategia general, la tarea principal de toda la dirección política se centra cada vez más en el cumplimiento exitoso de los objetivos militares. Pero en todas las etapas sigue siendo una dirección política que responde a la organización política, que es lo principal, y no al ejército, que es su instrumento. La inevitable y necesaria separación entre los órganos militares y políticos crea problemas especiales que deben ser resueltos y tendencias contra las cuales debemos estar continuamente en guardia.
La teoría del dominó
Nuestra lucha es una parte directa e integral de la lucha que se está librando en todos los territorios no liberados de África y también está vinculada con la lucha general contra la dominación imperialista en nuestro continente. El imperialismo occidental ha adoptado a Sudáfrica como un bastión contra la expansión de la verdadera independencia y como uno de los principales instrumentos de la diplomacia dominada por el imperialismo en muchas partes de África. Ya sea a través de la presencia militar directa (como en Zimbabue), la estrecha colaboración militar y financiera (como en Angola y Mozambique), la dominación económica y política directa (como en algunos de los antiguos territorios del Alto Comisionado), o la erosión indirecta de la integridad nacional de algunos territorios independientes por diversos mecanismos financieros y económicos (como en Malawi), es claro que los regímenes minoritarios en el África meridional han llegado a considerar la supervivencia del gobierno extranjero en general y, en particular, del gobierno blanco en el Sur, como algo indivisible.
Cada pronunciamiento sobre la cuestión por parte de representantes de nuestro propio régimen racista deja claro que Sudáfrica considera que sus fronteras estratégicas inmediatas se extienden hasta los puntos más septentrionales de Angola, Mozambique y Rodesia.
En este contexto, es evidente que existe una importante conexión estratégica entre los esfuerzos de las fuerzas guerrilleras en cada parte del África meridional ocupada y que el progreso efectivo en el frente popular está estrechamente vinculado con la creciente colaboración entre todas las organizaciones de liberación de la zona.
La fuerza del enemigo en alianza con sus partidarios extranjeros ha alentado de vez en cuando la sugerencia de que la liberación del África meridional debe abordarse como un proyecto que se debe lograr en etapas geográficas: la llamada teoría del dominó. Primero Mozambique, según se argumenta, luego Angola, luego Rodesia y luego Sudáfrica. Tales propuestas, por bien motivadas que estén, de hecho jugarían en manos del enemigo común. Nada le vendría mejor que poder concentrar sus superiores recursos materiales y militares en una sola área sin distraerse por la necesidad de defender su retaguardia.
Semejante enfoque está en contradicción básica con el principio fundamental de la lucha armada popular de que el enemigo debe verse presionado y privado de oportunidades para movilizar sus superiores recursos materiales en un área restringida.
En cualquier caso, es dudoso que el carácter de la lucha armada popular permita que fuerzas distintas a las autóctonas hagan una contribución directa significativa a la lucha en determinadas zonas. Entre las desventajas a las que se enfrentaron las unidades de Umkhonto we Sizwe que fueron enfrentadas por el enemigo en Zimbabue estaba la necesidad de operar en un entorno geográfico, cultural y social desconocido, a pesar de que la conexión étnica y lingüística entre sectores de nuestro pueblo y los de Zimbabue es históricamente más estrecha que con los territorios portugueses. Por otra parte, el enemigo, que no puede contar y no cuenta con el apoyo popular local, puede, por la naturaleza de las tácticas que se ve obligado a emplear, concentrar y desplegar sus fuerzas fuera de su propio territorio con mayor eficacia.
No cabe duda, y Rodesia ya lo ha demostrado, de que cuando el gobierno portugués en Angola y Mozambique llegue a un punto crítico, los amigos de Caetano en Sudáfrica estarán más que dispuestos a intervenir en gran escala. Los dirigentes del gobierno sudafricano lo han dicho. El Sr. T. A. J. Gerdener, Administrador de Natal, con ocasión de la creación del Fondo de Confort para los Soldados de Mozambique, dijo que hacer pasar el terrorismo por acciones de unos pocos miles de insurgentes desorganizados y mal entrenados era peligroso e irresponsable y que ya era hora de que Sudáfrica se diera cuenta de que si los 80.000 soldados que Portugal tenía en Mozambique y Angola tuvieran que ser retirados mañana, Sudáfrica se vería envuelta en la “guerra terrorista” en cuestión de semanas. Dijo además que Sudáfrica tendría la más amplia justificación para “extender su frente rodesiano contra-terrorista a los dos territorios portugueses”.
La capacidad del enemigo para extender la lucha y comprometer sus fuerzas en gran escala en cualquiera de los otros territorios e incluso su capacidad para prestar asistencia sin una intervención directa como la de Rodesia dependerá en última instancia de los acontecimientos que se produzcan en Sudáfrica y, en particular, del grado en que las fuerzas revolucionarias sudafricanas se arraiguen y amenacen la estabilidad interna. Adoptar el enfoque de etapa por etapa representaría para el enemigo una ventaja inestimable que, por las razones ya expuestas, no se compensaría con una “internacionalización” artificial de la lucha nacional en las llamadas zonas “prioritarias”. Cada parte del Sur no liberado es una zona prioritaria y la victoria estará asegurada cuando el enemigo común se extienda en un combate significativo a todas las partes del subcontinente. Como se afirma en la resolución adoptada por la Reunión Ampliada del Comité Central del PCSA en 1970:
"El enemigo común de la liberación del pueblo africano del subcontinente es el colonialismo portugués en Angola y Mozambique, el gobierno de la minoría blanca en Zimbabue, sobre todo los sistemas de explotación del apartheid de Sudáfrica y Namibia, que juntos constituyen una base unificada de dominación y explotación controlada por los blancos y, simultáneamente, la base más fuerte del imperialismo en África.
"Este sistema de explotación racial será derrotado por los asaltos de la lucha revolucionaria de los pueblos de estos países encabezados por los ejércitos guerrilleros del ANC, ZAPU, SWAPO, MPLA y FRELIMO, operando cada uno en sus propias condiciones específicas en sus propios países, y forjando estrechos vínculos fraternales y de colaboración entre los diferentes movimientos de lucha".
El décimo aniversario de la fundación de Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del movimiento de liberación, es un hito importante en la historia de nuestro pueblo. Es un momento no sólo para rendir homenaje a los que ya han caído, sino para rededicarnos a las tareas inconclusas de la revolución sudafricana, cuya victoria tendrá importancia no sólo para el pueblo sudafricano, sino para todo el continente africano y la lucha mundial contra el imperialismo.