El difunto Le�nidas Krassin, viejo revolucionario, eminente
ingeniero, brillante diplom�tico del Soviet, y sobre todo, criatura
inteligente, fue quien primero llam� a Stalin "asi�tico".
Al decir esto no pensaba en atributos raciales problem�ticos, sino
m�s bien en esa aleaci�n de entereza, sagacidad, astucia
y crueldad que se ha considerado caracter�stica de los hombres de
Estado de Asia. Bujarin simplific� seguidamente el apelativo, llamando
a Stalin "Gengis Kan", sin duda con objeto de llamar la atenci�n
sobre su crueldad, que se ha trocado en brutalidad. El mismo Stalin, conversando
con un periodista japon�s, se denomin� "asi�tico",
no s�lo en el sentido antiguo del vocablo, sino tambi�n en
el moderno; con aquella alusi�n personal se propon�a aludir
a la existencia de intereses comunes entre la URSS y el Jap�n frente
al Oeste imperialista. Examinando el t�rmino "asi�tico" desde
un punto de vista cient�fico, hemos de admitir que en este caso
s�lo es correcto en parte. Geogr�ficamente, el C�ucaso,
especialmente Transcaucasia, es sin duda una continuaci�n de Asia.
Los georgianos, sin embargo, a diferencia de los azerbaijanos, pertenecen
a la raza llamada mediterr�neo-europea. De suerte que Stalin no
estaba en lo cierto al calificarse de "asi�tico". Pero la geograf�a,
la etnograf�a y la antropolog�a no son todo lo que cuenta;
la historia predomina.
Unas cuantas salpicaduras de la sangre humana que ha vertido durante
siglos Asia en Europa se han quedado adheridas a los valles y monta�as
del C�ucaso. Tribus y grupos desconectados parecen haberse congelado
all� en el curso de su desarrollo, transformando el C�ucaso
en un inmenso museo etnogr�fico. Durante muchas centurias, el destino
de ese pueblo qued� estrechamente soldado al de Persia y Turqu�a,
permaneciendo as� retenido en la esfera de la vieja cultura asi�tica,
que ha sabido conservarse est�tica a pesar de continuos traqueteos
de guerras y levantamientos.
El cualquier otro sitio, m�s frecuentado, aquella peque�a
rama georgiana de humanidad (unos 2.5 millones en la actualidad) se hubiera
disuelto indudablemente en el crisol de la historia sin dejar rastro. Protegidos
por la cordillera cauc�sica, los georgianos han mantenido en forma
relativamente pura su fisonom�a �tnica y su lengua, que la
Filolog�a no ha conseguido clasificar hasta ahora con seguridad.
El idioma escrito apareci� en Georgia al mismo tiempo que penetr�
all� el Cristianismo, ya en el siglo IV, seiscientos a�os
antes que la Rusia de Kiev. Los siglos X a XIII se consideran como la �poca
en que florecieron el poder militar, el arte y la literatura georgianos;
siguieron luego centurias de estancamiento y decadencia. Las frecuentes
y sangrientas expediciones de Gengis Kan y Tamerl�n al interior
del C�ucaso dejaron huellas en el habla nacional de Georgia. Si
vamos a creer al infortunado Bujarin, asimismo las dejaron en el car�cter
de Stalin.
A principios del siglo XVII, el zar de Georgia reconoci� la
soberan�a de Mosc�, buscando la protecci�n contra
sus enemigos tradicionales, Turqu�a y Persia. Consigui� su
prop�sito inmediato de ver m�s asegurada su vida. El Gobierno
zarista tendi� las necesarias carreteras estrat�gicas, reform�
ciudades y mont� una red rudimentaria de escuelas, con la finalidad
primordial de rusificar a aquellos s�bditos de otra estirpe. Naturalmente,
en dos siglos la burocracia de San Petersburgo no pudo remplazar el viejo
barbarismo asi�tico por una cultura europea de la que tan necesitada
estaba aun en su propio pa�s.
A pesar de sus riquezas naturales y su magn�fico clima, Georgia
sigui� siendo una comarca pobre y atrasada. Su estructura social
semifeudal se basaba en un bajo nivel de desarrollo econ�mico y
se distingu�a en consecuencia por los rasgos del patriarcado asi�tico
sin excluir la crueldad asi�tica. La industria apenas exist�a.
La agricultura y la construcci�n de casas continuaba virtualmente
con las mismas normas de veinte siglos atr�s. El vino se extra�a
pisando la uva, y se almacenaba en grandes vasijas de arcilla. Las ciudades
del C�ucaso, que comprend�an no m�s de una sexta parte
de la poblaci�n, siguieron siendo, como todas las ciudades de Asia,
burocr�ticas, militares, comerciales, y, �nicamente en peque�a
proporci�n, industriales. Por encima de la masa fundamental campesina
destacaba un estrato de burgues�a pobre en su mayor parte y poco
culta, hasta el punto de distinguirse en algunos casos de los aldeanos
m�s despiertos �nicamente por sus pomposos t�tulos
y dengues. No sin motivo se ha llamado a Georgia (con su fugaz esplendor
pasado, su presente estancamiento econ�mico, su sol ben�fico,
sus vi�edos, su irresponsabilidad y su abundancia de hidalgos provincianos
de bolsillos exhaustos) la Espa�a del C�ucaso.
La joven generaci�n de la nobleza llam� a las puertas
de las Universidades rusas, y rompiendo con la ra�da tradici�n
de su casta, que nunca se tom� demasiado en serio en la Rusia central,
se uni� a diversos grupos radicales de estudiantes rusos. Los campesinos
y ciudadanos m�s pr�speros, deseosos de convertir a sus hijos
en funcionarios del Gobierno, oficiales del Ej�rcito, abogados o
cl�rigos, siguieron la pauta de las familias nobles. De donde result�
que Georgia obtuvo una cosecha exclusiva de intelectuales, que, diseminados
por varias regiones de Rusia, desempe�aron prominente papel en todos
los movimientos pol�ticos progresivos y en las tres revoluciones.
El escritor alem�n Bodenstedt, que era director de una Escuela
Normal de Tiflis en 1844, lleg� a la conclusi�n de que los
georgianos eran no s�lo desali�ados y gandules, sino menos
inteligentes que los dem�s moradores del C�ucaso; en la escuela
no pod�an competir con los armenios y los t�rtaros en el
estudio de las ciencias, la adquisici�n de lenguas extranjeras y
la capacidad de expresarse. Citando esta opini�n, demasiado sumaria,
Eliseo Reclus expresaba la sospecha, bien justificada, de que la diferencia
pudiera no ser debida a la nacionalidad, sino a causas sociales, al hecho
de que los estudiantes georgianos proced�an de aldeas retiradas,
mientras que los armenios eran hijos de la burgues�a urbana. El
hecho es que el desenvolvimiento ulterior dio cuenta pronto de aquel atraso
educativo. Por 1892, cuando Jos� Djugashvili era alumno de segundo
curso de la escuela parroquial, los georgianos, que compon�an aproximadamente
un octavo de la poblaci�n del C�ucaso, contribu�an
virtualmente con un quinto del total de estudiantes (los rusos con m�s
de la mitad, los armenios con un 14 por 100 y los t�rtaros con menos
de 3 por 100...). Sin embargo, parece ser que las peculiaridades del lenguaje
georgiano, uno de los instrumentos de cultura m�s antiguos, son
un obst�culo serio para el aprendizaje de otras lenguas, pues deja
un sello indeleble en la pronunciaci�n. Esto no quiere decir que
los georgianos est�n desprovistos de elocuencia. Como las dem�s
naciones del Imperio, bajo el zarismo estaban condenados al silencio. Pero,
al "europeizarse" Rusia, los intelectuales de Georgia produjeron numerosos
oradores (si no de primer orden, al menos notables) de la variedad judicial
y m�s tarde de la parlamentaria. El m�s elocuente de los
adalides de la Revoluci�n de febrero fue, tal vez, el georgiano
Heraclio Tseretelli. Por lo tanto, ser�a injusto atribuir la falta
de aptitudes oratorias en Stalin a su origen nacional. Incluso en su tipo
f�sico apenas representa una muestra acertada de su pueblo, que
es tenido por uno de los m�s agraciados del C�ucaso.
El car�cter nacional de los georgianos se suele representar
como confiado, impresionable, de genio vivo, pero a la vez falto de energ�a
e iniciativa. Por encima de todo, Reclus hac�a notar su buen humor,
su sociabilidad y su honradez. El car�cter de Stalin tiene poco
de estos atributos, que, en realidad, son los que se advierten ante todo
al frecuentar el trato de georgianos. Los emigrados de Georgia en Par�s
aseguraron a Suvarin, el autor de la biograf�a de Stalin en franc�s,
que la madre de Jos� Djugashvili no era georgiana, sino osetina,
y que hay mezcla de sangre mongola en sus venas. Pero un tal Iremashvili,
a quien tendremos ocasi�n de volver a encontrar m�s adelante,
asegura que la madre de Stalin era georgiana de pura raza, y osetino su
padre, "persona ruda y vulgar, como todos los osetinos, que viven en las
altas monta�as cauc�sicas". Es dif�cil, si no imposible,
comprobar tales asertos. Sin embargo, no son muy necesarios para nuestro
prop�sito de explicar la talla moral de Stalin. En las comarcas
del mar Mediterr�neo, en los Balcanes, en Italia, en Espa�a,
adem�s del tipo llamado meridional, que se caracteriza por una asociaci�n
de perezosa indolencia e irascibilidad explosiva, se encuentran naturalezas
fr�as, en las cuales se combina la flema con cierta terquedad y
malicia. El primer tipo prevalece; pero el segundo lo incrementa como excepci�n.
Parece como si a cada grupo nacional hubiese tocado una parte leg�tima
de elementos b�sicos de car�cter, y que �stos se hayan
distribuido con menos acierto bajo el sol de Mediod�a que bajo el
de Septentri�n. Pero nos aventuramos demasiado en la regi�n
infecunda de la metaf�sica nacional.
La ciudad provinciana de Gori est� pintorescamente situada en
las m�rgenes del r�o Kura, a 75 kil�metros de Tiflis,
sobre el ferrocarril transcauc�sico. Es una de las ciudades m�s
antiguas de Georg�a, y su historia es intensamente dram�tica.
La tradici�n pretende que fue fundada en el siglo XIII por armenios
que buscaban refugio huyendo de los turcos. Luego, la peque�a ciudad
estuvo sujeta a diversas incursiones, pues por aquel tiempo los armenios
eran ya una clase comercial y urbana a la que se atribu�an grandes
riquezas y por eso constitu�an una presa tentadora. Como todas las
ciudades asi�ticas, Gori creci� muy paulatinamente, acogiendo
por grados dentro de sus muros a pobladores de aldeas georgianas y t�rtaras.
Por la �poca en que el zapatero Vissarion Djugashvili acudi�
all� desde su villorrio natal de Didi-Lilo, la peque�a ciudad
ten�a una poblaci�n abigarrada de unas seis mil almas, varias
iglesias, muchas tiendas y m�s fondas para el paisanaje de las comarcas
adyacentes, una Escuela Normal con un departamento t�rtaro, una
Escuela secundaria elemental.
La servidumbre fue abolida en el Gobierno de Tiflis s�lo catorce
a�os antes del nacimiento de Jos�, el futuro secretario general
del Comit� Central del Partido Comunista. Las relaciones sociales
y las costumbres a�n se resent�an en sus defectos. Es dudoso
que sus progenitores supiesen leer y escribir. Cierto es que en Transcaucasia
se publicaban cinco peri�dicos en lengua georgiana, pero su circulaci�n
total no pasaba de cuatro mil ejemplares. La vida de los campesinos continuaba
a�n al margen de la historia.
Calles informes, casas muy diversas, huertos, todo ello daba a Gori
el aspecto de un poblacho. En rigor, las casas pobres de la ciudad apenas
se distingu�an de los cobijos campesinos. Los Djugashvili ocupaban
una vieja choza de adobe, con �ngulos de ladrillo y tejado cubierto
de arena, que calaban f�cilmente el viento y la lluvia. D. Gogojiva,
antiguo condisc�pulo de Jos�, describiendo la morada familiar,
escribe: "Su cuarto no ten�a m�s de ocho varas cuadradas,
y estaba junto a la cocina. Se entraba en �l directamente desde
el corral, sin subir un solo pelda�o. El suelo estaba enladrillado.
El ventanuco apenas daba paso a la luz. Los muebles consist�an en
una mesita, un taburete y una ancha yacija, especie de tarima, cubierta
con una chilopya o estera de paja." A esto vino a unirse la vieja y ruidosa
m�quina de coser de su madre.
No se han publicado hasta ahora documentos aut�nticos referentes
a la familia Djugashvili y a la ni�ez de Jos�, ni tampoco
podr�an ser numerosos. El nivel cultural de su medio era tan primitivo,
que la vida no era registrada y flu�a sin dejar traza alguna. S�lo
despu�s de pasar el mismo Stalin de la cincuentena comenzaron a
aparecer reminiscencias de la familia de su padre. Sol�an ser de
segunda mano, escritas bien por enemigos furibundos y no siempre escrupulosos,
bien por amigos obligados, a iniciativa (mejor ser�a decir por orden)
de comisiones encargadas de la historia del Partido, y, por consiguiente,
en su mayor�a no son sino ejercicios sobre un tema se�alado.
Naturalmente, ser�a f�cil buscar la verdad en la diagonal
entre las dos deformaciones. Sin embargo, yuxtaponiendo ambas, pesando
en una mano las reticencias y en otras las exageraciones, evaluando con
sentido cr�tico el hilo del simple relato a la luz de los episodios
futuros, es posible aproximarse a la verdad. Sin tratar de pintar artificialmente
cuadros perfectos como me propongo, tratar� de ofrecer al lector
los elementos de estos materiales de origen en que descansan mis hip�tesis
y mis conclusiones.
M�s profusos de detalles son los recuerdos del antes nombrado
(Jos�) Iremashvili, publicados en 1932, en alem�n, en Berl�n,
con el t�tulo de Stalin y la tragedia de Georgia. Como su autor
es un antiguo menchevique, convertido luego en algo parecido a un nacionalsocialista,
su historial pol�tico en s� no mueve a gran cr�dito.
No obstante, es imposible dar de lado su trabajo. Muchas de sus p�ginas
son tan terminantes y convincentes que no dejan lugar a duda. Aun incidentes
que parecen cuestionables a primera vista, encuentran confirmaci�n
directa o indirecta en memorias oficiales publicadas varios a�os
despu�s. No estar� de m�s a�adir que algunas
de las conjeturas que yo hab�a hecho bas�ndome en silencios
intencionados o expresiones equ�vocas aparecidos en publicaciones
sovi�ticas encontraban confirmaci�n en el libro de Iremashvili,
que tuve ocasi�n de leer justamente a �ltima hora. Ser�a
un error suponer que en concepto de exiliado y enemigo pol�tico,
Iremashvili tratara de empeque�ecer la figura de Stalin o de pintarla
con negros colores. Todo lo contrario, pasa revista a las aptitudes de
Stalin casi en triunfo y con exageraci�n notoria; reconoce que Stalin
es hombre dispuesto siempre a realizar sacrificios de orden personal por
sus ideas, reiteradamente pondera el afecto de Stalin hacia su madre,
y pinta su primer matrimonio con trazos conmovedores. Un examen m�s
detenido de estas memorias del antiguo profesor del Instituto de Tiflis
produce la impresi�n de un documento compuesto de varias capas.
El cimiento se compone sin duda de los remotos recuerdos de la ni�ez.
Per esa capa fundamental ha sido sometida a la inevitable elaboraci�n
retrospectiva por la memoria y la fantas�a, bajo la influencia del
actual destino de Stalin y de las opiniones pol�ticas del propio
autor. A ello debe agregarse la presencia en las memorias de detalles dudosos,
aunque en su esencia insignificantes, que deben adscribirse a un defecto
bastante frecuente entre cierto pulimento y retoque "art�stico".
Y hecha esta advertencia, creo lo mejor apoyarme, a partir de aqu�,
en las memorias de Iremashvili.
Las referencias biogr�ficas m�s antiguas hablan invariablemente
de Stalin como hijo de un campesino de la aldea de Didi-Lilo. Stalin, por
primera vez, se refiri� a s� mismo como hijo de un trabajador
en 1926. Pero esta contradicci�n es m�s aparente que real:
como muchos trabajadores rusos, Djugashvili padre, continuaba siendo calificado
de campesino en su pasaporte. Sin embargo, esto no agota las dificultades.
El padre se designa siempre como trabajador de la f�brica de calzado
de Alijanov, en Tiflis. Pero la familia viv�a en Gori, no en la
capital del C�ucaso. �Significa esto, acaso, que el padre
viviera separado de la familia? Tal supuesto pudiera justificarse si la
familia y su sustentador viviesen en diferentes ciudades. Adem�s,
Gogojiva, compa�ero de Jos� en el Seminario, y que viv�a
en la misma corraliza que �l, as� como Iremashvili, que le
visitaba con frecuencia, coinciden en afirmar rotundamente que Vissarion
trabajaba all� cerca, en la calle Sobornava, en una casucha de adobe
con el tejado lleno de goteras. En consecuencia, suponemos que el empleo
de su padre en Tiflis fue provisional, probablemente de la �poca
en que su familia habitaba a�n en el pueblo. Pero en Gori, Vissarion
Djugashvili ya no trabajaba en una f�brica de calzado (no hab�a
f�bricas en la capital de provincia), sino como modesto artesano
independiente. La falta deliberada de claridad sobre este punto obedece
sin duda al deseo de no debilitar la impresi�n del origen "proletario"
de Stalin.
Como muchas georgianas, Ekaterina Djugashvili fue madre a�n
muy jovencita. Los primeros tres ni�os murieron en edad temprana.
El 21 de diciembre de 1879, cuando naci� su cuarto hijo, apenas
ten�a veinte a�os. Jos� contaba siete cuando cay�
enfermo de viruela, cuyas marcas conserv� por el resto de su vida
como testimonio de su procedencia y ambiente plebeyos. A sus se�ales
de viruela, el bi�grafo de Stalin en franc�s, Suvarin, a�ade
caquexia del brazo izquierdo, lo que, a�adido a tener soldados dos
dedos de un pie, seg�n su informaci�n, parece probar la ascendencia
alcoh�lica por el lado paterno. Hablando en general, los zapateros,
al menos en Rusia central, ten�an tal fama de bebedores que era
proverbio muy com�n el de "borracho como un zapatero". Es dif�cil
decir hasta qu� punto son ver�dicas las especulaciones sobre
herencia comunicadas a Suvarin por "varias personas", la mayor�a
probablemente emigrados mencheviques. Al enumerar los guardias zaristas
los "rasgos distintivos" de Jos� Djugashvili, no mencionan un brazo
lisiado, pero los dedos adheridos s� est�n rese�ados
en 1903 por el coronel Shabelsky. No es imposible que, antes de publicarlos,
estos documentos polic�acos, como todos los dem�s, hayan
sido objeto de una criba defectuosa por el censor. No debe dejarse de hacer
constar, sin embargo, que en a�os posteriores Stalin sol�a
llevar un guante de abrigo en la mano izquierda, incluso en las sesiones
del Politbur�. Por entonces se acept� como causa el reumatismo.
Pero, despu�s de todo, estas caracter�sticas f�sicas
secundarias, imaginarias o reales, carecen en s� mismas de inter�s
apreciable. Mucho m�s importante es tratar de analizar el verdadero
car�cter de sus padres y la atm�sfera de su familia.
Lo primero que llama la atenci�n es el hecho de que los recuerdos
oficialmente recopilados apenas mencionan a Vissarion, a quien dejan de
lado casi por completo, en tanto que dedican pasajes llenos de simpat�a
a la dura y afanosa vida de Ekaterina. "La madre de Jos� ganaba
muy poco -relata Gogojiva- trabajando como lavandera o cociendo pan en
las casas de los vecinos acomodados de Gori. Ten�a que pagar rublo
y medio por el alquiler mensual de su vivienda: pero no siempre consegu�a
reservar esa cantidad." As� nos enteramos de que el pago del alquiler
corr�a de cuenta de la madre y no del padre. Dice adem�s:
"La pobreza y la vida de fatigas de su madre dejaron huella en el car�cter
de Jos�...", como si el padre no formara parte de la familia. S�lo
m�s tarde, de pasada, el autor inserta la frase siguiente: "El padre
de Jos�, Vissarion, se pasaba el d�a trabajando, cosiendo
y reparando calzado." De todos modos, la ocupaci�n del padre no
se menciona a prop�sito de la vida dom�stica de la familia
o sus problemas de subsistencia. Esto da motivo para suponer que si se
hace menci�n del padre es s�lo por cubrir las apariencias.
Glurdzhidze, otro condisc�pulo suyo del Seminario, nada en absoluto
dice del padre cuando escribe que la madre de Jos� "se ganaba la
vida cortando, cosiendo o lavando ropa interior". Estas reticencias, que
no son casuales, merecen tanta m�s atenci�n cuanto que las
costumbres populares no atribu�an la misi�n directora de
la familia a la mujer. Por el contrario, de acuerdo con las viejas tradiciones
georgianas, persistentes en grado superlativo entre los monta�eses
conservadores, la mujer estaba relegada a la condici�n de esclavitud
dom�stica, y apenas era admitida a la augusta presencia de su se�or
y due�o, no ten�a voz en asuntos de la familia y ni siquiera
se atrev�a a castigar a su propio hijo. Aun en la iglesia, madres,
mujeres y hermanas ten�an que colocarse detr�s de los padres,
maridos y hermanos. El hecho de que los autores de las memorias coloquen
a la madre en el lugar que normalmente correspond�a al padre, no
puede interpretarse m�s que como deseo de evitar toda descripci�n
de Vissarion Djugashvili. La enciclopedia rusa m�s antigua, comentando
la extrema sobriedad de los georgianos en materia de alimento, dice a t�tulo
complementario: "Apenas hay otro pueblo en el mundo que beba tanto vino
como los georgianos." Verdad es que, despu�s de trasladarse a Gori,
dif�cilmente habr�a podido Vissarion conservar su propia
vi�a. Pero, en compensaci�n, la ciudad ten�a dujans
en todos los rincones, y en ellos el vodka compet�a con el vino
y aun le llevaba ventaja.
En este aspecto, las alegaciones de Iremashvili son muy convincentes.
Como los dem�s autores de memorias, pero anticip�ndoseles
en cinco a�os, se expresa con c�lida simpat�a al describir
a Ekaterina, quien demostr� gran cari�o hacia su hijo y sentimientos
amistosos hacia sus compa�eros de juegos y de escuela. Georgiana
aut�ntica, Keke, como generalmente la llamaban, era profundamente
religiosa. Su vida de ajetreo fue un servicio ininterrumpido: a Dios, al
esposo y al hijo. Se le cans� la vista a fuerza de coser en una
vivienda mal iluminada, y comenz� a llevar gafas muy pronto. Pero
en aquella �poca, toda matrona de Georgia, pasados los treinta a�os,
era considerada casi como una vieja. Sus vecinos la trataban con gran afecto,
movidos por la vida de continuos afanes que le ve�an llevar. Seg�n
Iremashvili, el cabeza de familia, Bezo (Vissarion) era persona de �spero
genio, a la vez que dipsoman�aco empedernido. Se beb�a la
mayor parte de sus escasas ganancias. Por eso ca�a sobre la madre,
como una doble carga, la responsabilidad de pagar el alquiler de la m�sera
vivienda y de sostener la familia. Con desesperada congoja, Keke advirti�
a Bezo, en ocasi�n de estar maltratando a su hijo: "Le sacas del
coraz�n el amor de Dios y del pr�jimo, y se lo llenas de
odio a su propio padre." "Palizas horribles, inmerecidas, hicieron al muchacho
tan hosco y cruel como era su padre." Amargado, Jos� comenz�
a cavilar acerca de los misterios eternos de la vida. No le apen�
la prematura muerte de su padre; �nicamente se sinti� m�s
libre. Iremashvili infiere que siendo a�n muy joven, el chico empez�
a extender su latente hostilidad y sed de venganza contra su padre a todos
aquellos que ten�an o pod�an tener un vestigio de autoridad
sobre �l. "Desde su juventud, la maquinaci�n de vengativas
tramas se convirti� para �l en un objetivo que dominaba todos
sus esfuerzos." Aun admitiendo que estas palabras se fundan en juicios
retrospectivos, conservan todav�a la plena fuerza de su significaci�n.
En 1930, ya de setenta y un a�os, Ekaterina, que entonces viv�a
en las modestas habitaciones de un criado, en lo que fue antes el palacio
de virrey en Tiflis, contestando a las preguntas de unos periodistas, dijo
por mediaci�n de un int�rprete: "Soso (Jos�) fue siempre
un excelente chico... Nunca me dio motivo para castigarle. Estudiaba con
ah�nco, siempre estaba leyendo o discutiendo, con el af�n
de entenderlo todo... Soso fue mi �nico hijo. Naturalmente, le quer�a
much�simo... Su padre, Vissarion, quer�a hacer de �l
un buen zapatero. Pero su padre muri� cuando Soso ten�a once
a�os... Yo no quer�a que fuese zapatero. S�lo deseaba
una cosa: que se hiciera pope." En verdad, Suvarin recogi� una informaci�n
muy distinta entre los georgianos de Par�s: "Sab�an de Soso
que era muy duro, insensible, que trataba a su madre sin respeto, y en
apoyo de sus reminiscencias citaban "penosos lances"." El bi�grafo
mismo advierte, sin embargo, que sus informes proced�an de los enemigos
pol�ticos de Stalin. En aquel grupo, adem�s, circulaban tambi�n
no pocas leyendas, s�lo que en sentido inverso. Iremashvili, por
su parte, insiste mucho sobre la fervorosa devoci�n de Soso hacia
su madre. En realidad, el muchacho no podr�a haber tenido otros
sentimientos hacia la bienhechora de la familia y protectora suya contra
las violencias de su padre.
El escritor alem�n Emil Ludwing, retratista de corte de nuestra
�poca, encontr� en el Kremlin una ocasi�n m�s
de aplicar su m�todo de hacer preguntas capciosas en que se asocia
una moderada perspicacia a la sagacidad pol�tica. "�Le gusta
la Naturaleza, signor Mussolini?" "�Qu� opina usted de Schopenhauer,
doctor Masaryk?" "�Cree usted en un futuro mejor, Mr. Roosevelt?"
Durante una de estas inquisiciones verbales, Stalin, desasosegado en presencia
del famoso extranjero, dibuja asiduamente florecillas y barquitos con un
l�piz de color. Al menos as� lo refiere Ludwig. Acerca del
brazo lisiado de Wilhelm Hohenzollern, este escritor ha construido una
biograf�a psicoanal�tica del ex kaiser, que el viejo Freud
contempl� con ir�nica perplejidad. Ludwig no se fij�
en el brazo impedido de Stalin, y no hay que decir que tambi�n los
dedos soldados se le pasaron inadvertidos. Sin embargo, trat� de
deducir la carrera revolucionaria del se�or del Kremlin a base de
las tundas que durante la ni�ez le administr� su padre. Despu�s
de familiarizarse con las memorias de Iremashvili, no es dif�cil
comprender de d�nde extrajo Ludwig su idea. "�Qu�
le hizo a usted rebelde? �Se debi� a que sus padres le trataron
mal?" Ser�a m�s bien imprudente asignar a estas palabras
ning�n valor documental, y no s�lo porque las afirmaciones
y negaciones de Stalin, como tendremos frecuente ocasi�n de ver,
tienden a variar con la m�xima facilidad. En circunstancias an�logas,
cualquiera hubiese podido proceder de igual modo. En todo caso, no es posible
reprochar a Stalin que haya rehusado quejarse en p�blico de su padre,
muerto ya hac�a muchos a�os. Lo que sorprende es semejante
falta de tacto en un escritor tan respetuoso.
Las aflicciones familiares no son, empero, el �nico factor que
moldeara la personalidad del muchacho, ruda, voluntariosa y vengativa.
Las influencias, mucho m�s amplias, del miedo social fomentaron
tales cualidades. Uno de los bi�grafos de Stalin relata c�mo,
de vez en cuando, el muy ilustre pr�ncipe Amilajviri cabalgaba en
brioso corcel hasta la pobre casucha del zapatero para que le reparase
las botas, desgarradas en la caza, y c�mo el hijo del zapatero,
con un gran mech�n de pelo sobre la estrecha frente, miraba fijamente
al pr�ncipe con ojos de aborrecimiento, apretando sus pu�os
infantiles. Intr�nsecamente, esta pintoresca escena pertenece, a
juicio nuestro, al dominio de la fantas�a. Sin embargo, el contraste
entre la pobreza que le rodeaba y la relativa suntuosidad del �ltimo
de los se�ores feudales de Georgia no pod�an menos de causar
una punzante y pertinaz impresi�n en la conciencia del muchacho.
La capa inferior de la peque�a burgues�a no conoce m�s
que dos carreras para sus hijos �nicos o inteligentes: empleado
p�blico o cl�rigo. La madre de Hitler so�aba con la
carrera eclesi�stica de su hijo. La misma grata esperanza acariciaba
Ekaterina Djugashvili diez a�os antes, y aun dentro de un medio
m�s humilde. El sue�o mismo (ver a su hijo envuelto en ropas
talares) muestra casualmente lo poco impregnada que la familia del zapatero
Bezo estaba de "esp�ritu proletario". Se conceb�a un futuro
mejor, no a consecuencia de la lucha de clases, sino como resultado de
romper con la propia clase.
El clero ortodoxo, a pesar de su modesta categor�a social y
su bajo nivel cultural, pertenec�a a la jerarqu�a de los
privilegiados por estar libre del servicio militar obligatorio, del impuesto
capital y... del l�tigo. S�lo la abolici�n de la servidumbre
dio acceso a los campesinos a las filas del clero, privilegio condicionado,
no obstante, por una limitaci�n gubernativa: para ser promovido
a un empleo eclesi�stico, un hijo de campesino necesitaba la especial
dispensa del gobernador.
Los futuros popes se educaban en veintenas de seminarios, cuya antesala
eran las escuelas teol�gicas. Por su categor�a en el sistema
estatal de educaci�n, los seminarios se aproximaban a las escuelas
secundarias o institutos, con la diferencia de que en ellos los estudiantes
laicos, �se supon�an ser simplemente d�biles pilares
para la Teolog�a! En la vieja Rusia, los famosos bursy eran proverbiales
por el salvajismo horrible de sus costumbres, su pedagog�a medieval
y la ley del pu�o, para no citar la suciedad, el fr�o y el
hambre. Todos los vicios censurados por la Sagrada Escritura florec�an
en aquellos planteles de piedad. El escritor Pomyalovsky se gan�
un lugar permanente en la literatura rusa como un autor veraz y despiadado
de Bocetos de la Escuela Teol�gica (Ocherki Bursy, 1862). No puede
uno menos de citar en esta saz�n las palabras que a prop�sito
del mismo Pomyalovsky escrib�a su bi�grafo: "Aquel per�odo
de su vida escolar aliment� en �l la confianza, el disimulo,
la animosidad y el odio a quienes le rodeaban." Verdad es que las reformas
del reinado de Alejandro II aportaron ciertas mejoras aun en la zona m�s
rancia de la ense�anza eclesi�stica. Sin embargo, no m�s
lejos que en la �ltima d�cada del pasado siglo, las escuelas
teol�gicas, especialmente en la remota Transcaucasia, segu�an
siendo los puntos m�s negros del mapa "cultural" de Rusia.
El Gobierno zarista rompi� hace mucho tiempo, no sin derramamiento
de sangre, la independencia de la Iglesia georgiana, someti�ndola
al S�nodo de San Petersburgo. Pero la hostilidad hacia los rusificadores
continu� latente entre los grados inferiores del clero georgiano.
El vasallaje de su Iglesia conmovi� la tradicional religiosidad
de los georgianos y prepar� el terreno para la influencia de la
socialdemocracia, no s�lo en las ciudades, sino tambi�n en
el campo, en las aldeas. La atm�sfera culterana de las escuelas
teol�gicas resaltaba m�s a�n, pues no s�lo
ten�an por misi�n rusificar a sus pupilos, sino prepararlos
para el papel de directores o polic�as espirituales. Un h�lito
de enconada hostilidad impregn� las relaciones entre profesores
y alumnos. La ense�anza se daba en lengua rusa: el georgiano quedaba
relegado a una vez por semana, y no pocas veces se desde�aba como
lengua de una raza inferior.
En 1890, seguramente poco despu�s de morir su padre, Soso, que
entonces ten�a once a�os, entr� con una cartera de
percal bajo el brazo en la escuela teol�gica. Seg�n sus condisc�pulos,
el chiquillo puso gran empe�o en aprender su catecismo y sus oraciones.
Gogojiya hace observar que gracias a "su extraordinaria memoria", Soso
recordaba las lecciones literalmente de o�rlas al maestro, sin necesidad
de repasarlas. En realidad, la memoria de Stalin (al menos su memoria para
retener teor�as) es francamente mediocre. Pero, de todos modos,
para recordar en clase no era necesario prestar excesiva atenci�n.
Por entonces, el orden sacerdotal era, sin duda alguna, la ambici�n
suprema del mismo Soso. La resoluci�n estimulaba sus aptitudes y
su memoria. Otro condisc�pulo, Kapanadze, testifica que durante
los trece a�os de internado y en los treinta y cinco de su actividad
pedag�gica, nunca tuvo ocasi�n de encontrar a "un disc�pulo
tan capaz y bien dotado" como Jos� Djugashvili. Y el mismo Iremashvili,
que escribi� su libro no en Tiflis, sino en Berl�n, afirma
que Soso era el mejor alumno de la escuela teol�gica. En otros testimonios
hay, no obstante, importantes zonas oscuras. "Durante los primeros a�os,
en los grados preparatorios -dice Glurdzhidze-, Jos� estudi�
soberbiamente, y con el tiempo, al revelar aptitudes brillantes cada vez
mayores, lleg� a ser uno de los mejores alumnos." En este art�culo,
que presenta todas las se�ales de un paneg�rico escrito por
orden superior, la circunspecta frase "uno de los mejores", indica claramente
que Jos� no era el mejor, ni superior al resto de la clase, ni extraordinario.
De id�ntica naturaleza son los recuerdos de otro condisc�pulo,
Elisabedashvili. "Jos� -dice- era uno de los m�s inteligentes
y uno de los m�s listos." En una palabra, no era el m�s listo.
As� nos vemos inclinados a sospechar que, o bien vari� su
posici�n escolar en los diversos grados o cursos, o bien algunos
de los autores de memorias, pertenecientes por su parte a la retaguardia
de la instrucci�n, no eran duchos en seleccionar a los mejores alumnos.
Sin pronunciarse definitivamente en cuanto a su clasificaci�n
exacta en su clase, Gogojiya manifiesta que en desarrollo y conocimientos
rayaba "muy por encima de sus condisc�pulos". Soso le�a todo
cuanto encontraba en la biblioteca de la escuela, incluso los cl�sicos
georgianos y rusos, que, naturalmente, eran cuidadosamente cernidos por
las autoridades. Despu�s de los ex�menes de grado, Jos�
fue recompensado con un diploma de m�rito, "lo que en aquellos d�as
era una proeza extraordinaria, pues su padre no era cl�rigo y ejerc�a
el oficio de zapatero". �Un rasgo notable!
En conjunto, las memorias escritas en Tiflis sobre "la juventud del
Maestro" son m�s bien ins�pidas. "Soso nos llevaba al coro,
y con su voz vibrante y armoniosa nos dirig�a al cantar las queridas
canciones nacionales." Jugando a la pelota, "Jos� sab�a escoger
a los mejores, y por eso ganaba siempre nuestro grupo". "Jos� aprendi�
a dibujar espl�ndidamente." Pero ninguna de estas cualidades lleg�
a convertirse en verdadero talento: Jos� no consigui� ser
cantante, ni artista, ni brillar en el deporte. Menos convincentes resultan
a�n menciones como las siguientes: "Jos� Djugashvili era
notable por su gran modestia, y era un camarada afectuoso y sensible."
"Nunca hac�a sentir a nadie su superioridad", y otras por el estilo.
Si todo ello es cierto, hay que convenir en que, con los a�os, Jos�
se transform� en lo contrario.
Los recuerdos de Iremashvili son incomparablemente m�s vigorosos
y veros�miles. Pinta a su tocayo como un muchacho delgaducho, musculoso,
lleno de pecas, sumamente resuelto, reservado y voluntarioso, capaz de
conseguir siempre lo que se propon�a, ya se tratara de dominar a
sus compa�eros de juego, ya de tirar piedras o escalar rocas. Aunque
Soso era decididamente un fervoroso amante de la Naturaleza, los seres
vivos no despertaban sus simpat�as. La compasi�n por la gente
o los animales le era extra�a. "Nunca le vi llorar." "Soso s�lo
ten�a una sarc�stica sonrisa para las alegr�as y los
pesares de sus camaradas." Todo ello puede haberse pulido ligeramente en
la memoria, como una piedra en el torrente; pero no es invenci�n.
Iremashvili comete un error indubitable al atribuir a Jos� una
conducta rebelde ya en la escuela de Gori. Soso sufr�a casi a diario,
seg�n �l, castigo como cabecilla de las protestas de los
escolares, y particularmente por gritar contra "el odioso inspector Butyrski".
Pero los autores de las memorias oficiales, esta vez sin prop�sito
premeditado, retratan a Jos� como un alumno ejemplar, incluso en
conducta, durante todos esos a�os. "Habitualmente era serio, perseverante
-escribe Gogojiya-, y le disgustaban las jugarretas y las diabluras. Terminada
la escuela, iba corriendo a su casa, y siempre se le ve�a enfrascado
en la lectura de un libro." Seg�n el mismo Gogojiya, la escuela
pagaba a Jos� un estipendio mensual, lo que hubiera sido completamente
imposible en el caso de haber faltado alguna vez al respeto a sus superiores
y, sobre todo, al "odiado inspector Butyrski". Todos los dem�s autores
de memorias sit�an el comienzo de los modales rebeldes de Jos�
en la �poca de sus d�as de Seminario en Tiflis. Pero, aun
as�, ninguno consigna nada alusivo a que participara en protestas
ruidosas. La explicaci�n de los fallos memor�sticos de Iremashvili
y los de algunos otros, con referencia al lugar y al tiempo de determinadas
peripecias, est� sin duda en el hecho de que todos los participantes
consideraban el Seminario de Tiflis como continuaci�n directa de
la escuela teol�gica. M�s dif�cil de comprender es
el hecho de que ninguno, salvo Iremashvili, mencione rechiflas dirigidas
por Jos�. �Es una simple aberraci�n de la memoria?
�O es que Jos� desempe�aba en algunos "conciertos"
un papel encubierto, del que s�lo unos pocos ten�an noticia?
Ello no estar�a, ni mucho menos, en desacuerdo con el car�cter
del futuro conspirador.
No se tiene seguridad en cuanto al momento en que Jos� rompi�
con la fe de sus padres. Seg�n el mismo Iremashvili, Soso, en uni�n
de otros dos chicos de la escuela, cantaba gustoso en la iglesia del pueblo
durante las vacaciones estivales, aunque ya entonces (esto es, en los �ltimos
cursos de la escuela) la religi�n era para �l cosa pret�rita.
Glurdzhidze recuerda a su vez que Jos�, cuando ten�a trece
a�os, le dijo un d�a: "Sabes, nos est�n enga�ando.
No hay Dios..." En respuesta al grito de asombro de su interlocutor, Jos�
le insinu� haber le�do un libro en el que se demostraba que
"hablar de Dios es vana palabrer�a". �Qu� libro era
aqu�l? "Darwin. Tienes que leerlo." La referencia a Darwin a�ade
un matiz de incredulidad al episodio. Un ni�o de trece a�os,
en una ciudad remota, dif�cilmente pod�a haber le�do
a Darwin y sacado de su obra conclusiones ate�stas. Seg�n
manifestaciones del mismo Stalin, emprendi� el camino de las ideas
revolucionarias a los quince a�os; es decir, cuando ya estaba en
Tiflis. Verdad es que pudo haber roto con la religi�n antes; pero,
asimismo, es posible que Glurdzhidze, trasladado tambi�n de la escuela
teol�gica al Seminario, confunda las fechas, anticip�ndose
en unos a�os. Repudiar a Dios, en cuyo nombre se perpetraban las
crueldades
de que eran objeto los alumnos, no fue seguramente muy dif�cil.
En todo caso, la energ�a interna necesaria para ello se vio recompensada
cuando los instructores y las autoridades sintieron hundirse bajo sus pies
el fundamento moral. De all� en adelante ya no pudieron hacer violencia
s�lo por el hecho de ser los m�s fuertes. La expresiva f�rmula
de Soso, "nos est�n enga�ando", arroja una luz clara sobre
su mundo interior, independientemente de la fecha en que la conversi�n
tuviera lugar, y de que fuese en Gori o en Tiflis, uno o dos a�os
m�s tarde.
En cuanto a la �poca del ingreso de Jos� en el Seminario,
diversas publicaciones oficiales dan a elegir entre tres fechas: 1892,
1893 y 1894. �Cu�nto tiempo permaneci� en el Seminario?
Seis a�os, contesta El Calendario Comunista. Cinco, dice el bosquejo
biogr�fico escrito por el secretario de Stalin. Cuatro a�os,
asegura su antiguo condisc�pulo Gogojiya. La tablilla conmemorativa
del edificio en que estuvo instalado el antiguo Seminario consigna, en
cuanto es posible descifrarlo de una fotograf�a, que el "Gran Stalin"
estudi� dentro de aquellas paredes desde el 1.º de setiembre
de 1894 hasta el 21 de julio de 1899; por consiguiente, cinco a�os.
�Es posible que la biograf�a oficial silencie la �ltima
fecha por considerar que presenta el seminarista Djugashvili demasiado
grandull�n? En todo caso, preferimos fiarnos de la tablilla conmemorativa,
pues sus fechas se basan muy probablemente en los documentos del mismo
Seminario.
Con el certificado de buena conducta en la escuela de Gori en su cartera,
Jos� se encontr� a los quince a�os por vez primera,
en oto�o de 1894, en la gran ciudad, que no pod�a menos de
confundir su imaginaci�n, Tiflis, la antigua capital de los reyes
de Georgia. No es exagerado decir que la ciudad, entre asi�tica
y europea, dej� en el joven Jos� una huella que perdur�
el resto de su vida. En el curso de su historia de casi mil quinientos
a�os, Tiflis cay� varias veces en manos de sus enemigos,
fue demolida quince veces, y en varias ocasiones arrasada hasta sus cimientos
mismos. Los �rabes, los turcos y los persas, que penetraron en ella
a pura fuerza, dejaron profunda impresi�n en la arquitectura y las
costumbres del pueblo, y las trazas de aquella influencia han persistido
hasta hoy. Se levantaron barrios europeos despu�s de conquistar
Georgia los rusos, convirti�ndose la antigua capital en sede provincial
y centro administrativo de la regi�n transcauc�sica. Tiflis
contaba con m�s de 150.000 habitantes el a�o en que Jos�
ingres� en el Seminario. Los rusos, la cuarta parte de esa cifra,
eran disidentes religiosos desterrados, muy numerosos en Transcaucasia,
o funcionarios militares y civiles. El comercio y la industria estaban
concentrados en manos de los armenios, que desde antiguo constitu�an
el sector m�s numeroso (38 por 100) y el m�s pr�spero
de la poblaci�n. Los georgianos, relacionados con las aldeas, y
que, como los rusos, sumaban la cuarta parte del vecindario aproximadamente,
formaban la capa inferior de artesanos, traficantes y funcionarios civiles
y militares subalternos. "Junto a calles que ofrecen un car�cter
europeo contempor�neo... -consigna una descripci�n de la
ciudad publicada en 1901-, se cobija un laberinto de callejuelas angostas,
tortuosas y sucias, puramente asi�ticas, como las plazuelas y bazares,
encuadrados por tenderetes abiertos de tipo occidental, puestos, caf�s,
barber�as y repletos de una bulliciosa multitud de faquines, aguadores,
recaderos, jinetes, reatas de mulas y asnos de carga, caravanas de camellos,
etc�tera." La falta de alcantarillado, la insuficiencia de agua,
los est�os t�rridos, el c�ustico y porfiado polvo
de las calles, el alumbrado de petr�leo en el centro de la ciudad
y la ausencia de faroles en todas las calles perif�ricas..., tales
eran las caracter�sticas del centro administrativo y cultural de
Transcaucasia al cambiar el siglo.
"Fuimos introducidos en una casa de cuatro pisos -refiere Gogojiya,
que lleg� en uni�n de Jos� al Seminario-, y en los
enormes aposentos de nuestro dormitorio, que albergaban de veinte a treinta
personas. El edificio era el Seminario Teol�gico de Tiflis." Gracias
a sus afortunados estudios de la escuela teol�gica de Gori, Jos�
Djugashvili fue admitido en el Seminario provisto de todo, incluso ropas,
calzado y libros de texto, lo cual, insistimos, hubiera sido totalmente
imposible si se hubiese revelado como rebelde. �Qui�n sabe
si las autoridades llegaron a confiar en que pudiese convertirse en ornato
de la Iglesia georgiana! Como en la escuela preparatoria, la ense�anza
se daba all� en lengua rusa. La mayor�a de los profesores
eran rusos de nacimiento y rusificadores por deber. Se admit�a a
georgianos como instructores en el caso de que demostraran un celo redoblado.
El rector era ruso, fray Herm�genes; el inspector, georgiano, fray
Abashidze, la persona m�s siniestra y detestable del Seminario.
Iremashvili, que ha hecho la informaci�n m�s completa del
establecimiento, recuerda:
"La vida en la escuela era triste y mon�tona. Encerrados d�a
y noche entre muros de cuartel, nos sent�amos prisioneros obligados
a permanecer all� a�os enteros sin haber cometido delito
alguno. Todos est�bamos desalentados y de mal temple. Ahogados por
las habitaciones y pasillos que nos aislaban del mundo exterior, la alegr�a
juvenil nunca lograba afirmarse. Cuando, de tarde en tarde, el temperamento
de la juventud se manifestaba, era inmediatamente sofocado por los monjes
y monitores. La inspecci�n escolar zarista prohib�a leer
literatura y peri�dicos georgianos. Tem�an que llegara a
inspirarnos ideas de libertad e independencia para nuestra tierra, y que
infectaran nuestras tiernas almas con las nuevas doctrinas del socialismo.
Aun las pocas obras literarias que las autoridades seglares permit�an
llegar a nosotros nos eran prohibidas por las eclesi�sticas so pretexto
de que �ramos futuros popes. Las obras de Tolstoi, Dostoievski,
Turgeniev y otros cl�sicos, permanec�an inaccesibles para
nosotros."
Los d�as de seminario pasaron como en una prisi�n o en
un cuartel. La vida escolar comenzaba a las siete de la ma�ana.
Rezos, t�, clases. M�s rezos. Clases, con pausas, hasta las
dos de la tarde. Rezos. Comida, pobre e insuficiente. Permiso para salir
de las paredes del Seminario s�lo se conced�a en el intervalo
de las tres y las cinco. Despu�s de esa hora se cerraban las puertas.
Pasar lista. A las ocho, t�. Preparaci�n de lecciones. A
las diez (despu�s de rezar de nuevo), cada cual iba a su catre.
"Era como si estuvi�semos atrapados en una c�rcel de piedra",
confirma Gogojiya. Durante los oficios de domingos y festivos, los estudiantes
se pasaban tres y cuatro horas seguidas de "pie, siempre plantados en la
misma losa del pavimento de la iglesia, cargando el cuerpo sobre un pie
cuando el otro ya estaba entumecido, bajo la severa mirada de los monjes,
que no los perd�an de vista. "Aun el m�s piadoso se hubiera
olvidado de rezar a influjos de la interminable ceremonia. Tras los gestos
devotos ocult�bamos nuestros pensamientos a los monjes de guardia.
Los m�todos pedag�gicos del Seminario ten�an todo
cuanto los jesuitas han inventado para doblegar las almas infantiles, pero
en una forma m�s primitiva, cruda y, por consiguiente, menos eficaz.
Lo m�s notable era que la situaci�n del pa�s mal pod�a
estimular el esp�ritu de humildad. En casi todos los sesenta Seminarios
de Rusia hab�a estudiantes que, generalmente por influencia de los
universitarios, colgaban sus h�bitos aun antes de haber tenido tiempo
de vest�rselos, y sent�an profundo desprecio por el escolasticismo
teol�gico, le�an novelas did�cticas, peri�dicos
radicales rusos y demostraciones populares de Darwin y Marx. En el Seminario
de Tiflis, el fermento revolucionario, alimentado por fuentes nacionalistas
y de pol�tica general, gozaba ya de cierta tradici�n. En
tiempos pret�ritos se hab�a traducido en acres conflictos
con los profesores, expresiones descaradas de indignaci�n, y aun
en la muerte violenta de un rector. Diez a�os antes de matricularse
Stalin en el Seminario, Silvestre Dzhibladze hab�a matado a su profesor,
por aludir con desprecio al idioma georgiano. Posteriormente, Dzhibladze
fue uno de los fundadores del movimiento socialdem�crata en el C�ucaso,
y se cont� entre los maestros de Jos� Djugashvili.
En 1885 vio Tiflis surgir sus primeros c�rculos socialistas,
en donde los graduados del Seminario ocuparon al punto los primeros puestos.
Al lado de Silvestre Dzhibladze encontramos all� a No� Jordania,
el futuro dirigente de los mencheviques de Georgia; a Nicol�s Chkheidze,
futuro diputado de la Duma y presidente del Soviet de Petrogrado durante
el mes de la Revoluci�n de febrero de 1917, y a varios otros que
estaban destinados a desempe�ar un notable papel en el movimiento
pol�tico del C�ucaso y del pa�s entero. El marxismo
en Rusia pasaba entonces todav�a por su fase de intelectualidad.
En el C�ucaso, el Seminario Teol�gico se convirti�
en el foco principal de la infecci�n marxista, simplemente porque
en Tiflis no hab�a Universidad. En distritos retirados y no industriales,
como Georgia, el marxismo se acept� en una forma particularmente
abstracta, por no decir escol�stica. Los seminaristas ten�an
al menos cierta pr�ctica en el uso de deducciones l�gicas.
Pero en la base de la conversi�n al marxismo estaba, naturalmente,
el profundo descontento social y nacional del pueblo, que imped�a
a los j�venes bohemios a buscar la salida por la ruta revolucionaria.
Jos� no tuvo ocasi�n de abrir nuevos caminos en Tiflis,
a pesar de los intentos de los Plutarco sovi�ticos para presentar
el asunto bajo este aspecto. El golpe asestado por Dzhibladze, reverberaba
a�n dentro de los muros del Seminario. Los antiguos seminaristas
estaban ya al frente de la opini�n p�blica, sin perder contacto
por ello con su madrastra, el Seminario. Bastaba una ocasi�n, un
encuentro personal, un simple empell�n, para que los j�venes
descontentos, irritados, altaneros, que s�lo necesitaban un pretexto,
una f�rmula para encontrarse a s� mismos, derivaran naturalmente
hacia la senda revolucionaria. La primera etapa por esta ruta ten�a
que ser una ruptura con la religi�n. Si es posible que de Gori llevase
el muchacho consigo residuos de fe, de seguro es que se disiparan en el
Seminario. A partir de entonces, Jos� perdi� decididamente
toda su afici�n a la Teolog�a.
"Su ambici�n -escribe Iremashvili- alcanzaba tales alturas que
se nos adelantaba mucho en sus realizaciones." Si esto es verdad, se refiere
s�lo a un lapso muy breve. Glurdzhidze advierte que de los estudios
del programa del Seminario, "Jos� prefer�a la historia civil
y la l�gica", ocup�ndose en los otros temas s�lo en
la proporci�n suficiente para salir airoso de los ex�menes.
Habi�ndose enfriado respecto a la Historia Sagrada, se interes�
por la literatura profana, las ciencias naturales y los problemas sociales.
Le ayudaban estudiantes de las clases adelantadas. "Al descubrir en Jos�
Djugashvili capacidad y esp�ritu investigador, comenzaron a platicar
con �l y a procurarle revistas y libros", relata Gogojiya. "El libro
era el compa�ero inseparable de Jos�, quien no se separaba
de �l ni durante las comidas", asevera Glurdzhidze. En general,
la avidez por la lectura era su caracter�stica principal durante
aquellos a�os de germinaci�n. Despu�s de la retirada
final por la noche, y de haber apagado los monjes todas las luces, los
j�venes conspiradores sacaban las velas de sus escondites y a su
luz vacilante se embeb�an en sus libros. Jos�, que hab�a
pasado muchas noches sin dormir entregado a la lectura, comenz�
a tener mal aspecto y a parecer so�oliento. "Cuando empezaba a toser
-refiere Iremashvili-, yo sol�a quitarle los libros y apagarle la
vela." Glurdzhidze recuerda que los estudiantes devoraban a hurtadillas
obras de Tolstoi, Dostoievski, Shakespeare, Shelley, la Historia de la
Cultura, de Lippert, los escritos del publicista radical ruso Pisarev...
"A veces le�amos en la iglesia durante la misa, ocult�ndonos
en los bancos."
Por aquel tiempo, los art�culos sobre literatura nacional de
Georgia causaron sobre Soso la m�s profunda impresi�n. Iremashvili
describe las primeras explosiones del temperamento revolucionario, en las
que un idealismo todav�a fresco se asociaba al s�bito despertar
de la ambici�n. "Soso y yo -evoca Iremashvili- habl�bamos
frecuentemente del desgraciado sino de Georgia. Nos sent�amos arrebatados
por las obras del poeta Shota Rustaveli..." Lleg� a ser modelo para
Soso el personaje Koba, h�roe de la novela Nunu, por el autor georgiano
Kazbek. En su lucha contra las autoridades zaristas, los monta�eses
oprimidos son derrotados a causa de una traici�n, y pierden sus
�ltimos restos de libertad, mientras que el caudillo de la rebeli�n
lo sacrifica todo, incluso su vida, en aras de su pa�s y de su mujer,
Nunu. Desde entonces, Koba "se troc� en divinidad para Soso... Deseaba
convertirse en otro Koba, luchador y h�roe, tan famoso como el mismo
Koba..." Jos� se apod� con el nombre del adalid de los monta�eses,
y no quer�a que se le llamara por otro. "Su faz resplandec�a
de orgullo y alegr�a cuando le llam�bamos Koba. Soso conserv�
aquel sobrenombre durante muchos a�os, y fue tambi�n su primer
seud�nimo cuando comenz� a escribir y a hacer propaganda
para el Partido... A�n hoy, todo el mundo en Georgia le llama Koba,
o Koba-Stalin." Respecto al entusiasmo del joven Jos� por el problema
nacional de Georgia, los bi�grafos oficiales nada dicen. En sus
escritos, Stalin aparece al punto como un consumado marxista. Sin embargo,
no es dif�cil comprender que en el ingenuo "marxismo de aquel per�odo
inicial, conviv�an en paz nebulosas ideas de socialismo con el romanticismo
nacionalista de Koba".
En el curso de aquel a�o, seg�n Gogojiya, Jos�
se desenvolvi� y madur� tanto, que en su segundo a�o
comenz� a capitanear un grupo de camaradas en el Seminario.
Si Beria,
el m�s oficial de los historiadores, dice verdad,
"en 1896-1897, Stalin dirig�a dos c�rculos marxistas en el
Seminario Teol�gico de Tiflis". Stalin mismo nunca fue dirigido
por nadie. Mucho m�s probable es la referencia de Iremashvili. Diez
seminaristas, entre ellos Soso Djugashvili, organizaron, seg�n �l,
un c�rculo socialista clandestino. "El estudiante m�s viejo,
Devdariyani, a quien se encomend� la direcci�n, se entreg�
a su tarea con toda seriedad." Redact�, o m�s bien recibi�
de sus inspiradores de fuera del Seminario, un programa conforme al cual
los miembros del c�rculo se compromet�an a transformarse,
en el t�rmino de seis a�os, en consumados dirigentes socialdem�cratas.
El programa comenzaba por Cosmogon�a y terminaba con una sociedad
comunista. En las reuniones secretas del c�rculo se le�an
documentos, acompa�ados de un acalorado cambio de opiniones. No
todo se limitaba, seg�n dice Gogojiya, a la propaganda oral. Jos�
"fund� y edit�" en lengua georgiana un peri�dico manuscrito
que aparec�a dos veces al mes y circulaba de mano en mano. El vigilante
inspector Abashidze, encontr� una vez, al registrar a Jos�,
"una libreta con un art�culo para nuestra revista manuscrita". Tales
publicaciones estaban estrictamente prohibidas, cualesquiera que fuesen
los temas tratados, no s�lo en los institutos de ense�anza
teol�gica, sino tambi�n en los seglares. Puesto que el resultado
del descubrimiento de Abashidze se redujo a una "admonici�n" y a
una mala nota en conducta, hemos de pensar que la revista aquella deb�a
de ser bastante inocua. Es digno de tenerse en cuenta que Iremashvili,
tan meticuloso, nada dice acerca de la revista.
En el Seminario, Jos� tuvo que resentirse de su pobreza m�s
sensiblemente que en la escuela preparatoria. "...No ten�a dinero
-dice a este prop�sito Gogojiya-, mientras que nosotros recib�amos
de nuestros padres paquetes y algunos fondos para peque�os gastos.
Durante las horas en que se pod�a salir del recinto de la escuela,
Jos� no pod�a proporcionarse ninguna de las cosas accesibles
a los hijos de familias m�s acomodadas que la suya. Tanto m�s
desenfrenados eran sus sue�os y planes para el futuro, y m�s
notorio el efecto producido sobre sus instintos en su trato con sus compa�eros
de Seminario."
"De muchacho y en su juventud -atestigua Iremashvili- era buen amigo
de aquellos que se somet�an a su dominante voluntad." Pero s�lo
de �stos. Cuanto m�s imperativo era contenerse en presencia
de sus preceptores, tanto m�s se afirmaba su despotismo en el c�rculo
de sus camaradas. El c�rculo secreto, cerrado al mundo exterior,
se convirti� en el escenario natural en que Jos� prob�
sus fuerzas y la resistencia de los dem�s. "Le parec�a algo
inconcebible -escribe Iremashvili- que cualquiera de los otros estudiantes
pudiera ser director y organizador de grupo..., ya que �l le�a
la mayor�a de los documentos." Quienquiera que se atreviese a refutarle
o a intentar explicarle algo, despertaba al instante su "enemistad inclemente".
Jos� sab�a c�mo perseguir y c�mo tomar venganza.
Sab�a asestar el golpe en los puntos d�biles. En tales circunstancias,
la solidaridad inicial del c�rculo no pod�a durar mucho.
En su lucha por dominar, Koba, "con su cinismo altivo y venenoso, inyectaba
querellas personales en la sociedad de sus amigos". Estas quejas relativas
a su "cinismo venenoso", su insolencia y su car�cter vengativo,
se repiten muchas, much�simas veces durante la vida de Koba.
En la biograf�a, m�s bien fant�stica, escrita
por Essad-Bey, se dice que, al parecer, antes de sus d�as de Seminario,
Jos� llev� una vida errante en Tiflis en compa��a
de kintos (h�roes de la calle, charlatanes, copleros y atracadores),
y que de esa �poca le quedaron sus maneras rudas y su habilidad
para soltar reniegos. Todo esto es enteramente falso. Desde la escuela
teol�gica, Jos� fue directamente al Seminario, de modo que
no hubo intervalo posible para el vagabundeo. Pero lo curioso es que el
ep�teto kinto no ocupa el �ltimo lugar en el diccionario
cauc�sico. Significa tanto como arbitrista h�bil, c�nico,
persona capaz de las m�s bajas connivencias. En el oto�o
de 1923 o� por primera vez tal apelativo con referencia a Stalin
de labios del antiguo bolchevique georgiano Felipe Majaradze. �No
es posible que este apodo se le aplicara en su �poca juvenil, dando
origen as� a la leyenda relativa al cap�tulo callejero de
su vida?
El mismo bi�grafo habla de la "mano dura" con que al parecer
Jos� Djugashvili se asegur� el triunfo en las ocasiones en
que los medios pac�ficos no resultaban adecuados. Eso es dif�cil
de creer. La arriesgada "acci�n directa" no fue nunca condici�n
del car�cter de Stalin, muy probablemente tampoco en aquellos remotos
a�os. Prefer�a y sab�a hacer que otros lucharan en
serio, mientras �l se ocultaba en la sombra o detr�s de la
cortina. "Lo que le vali� pros�litos -expone Iremashvili-
era el miedo a su c�lera brutal y a sus malignas burlas. Sus partidarios
sucumb�an a su caudillaje porque se sent�an seguros bajo
su dominio... S�lo esos tipos humanos realmente pobres de esp�ritu
e inclinados a las contiendas pod�an ser amigos suyos..." Las consecuencias
inevitables sobrevinieron en seguida. Algunos miembros del c�rculo
se retiraron, y otros fueron perdiendo gradualmente inter�s en las
discusiones. "En el curso de unos a�os se formaron dos grupos, a
favor y en contra de Koba; la lucha por una causa se troc� en una
repugnante querella personal..." �sta fue la primera gran "querella"
en la senda de la vida de Jos�, pero no la �ltima. Le esperaban
a�n otras muchas.
No es posible dejar de decir aqu�, aun anticip�ndonos
considerablemente, que Stalin, siendo ya secretario general del Partido
Comunista, despu�s de pintar en una de las sesiones del Comit�
Central con negros colores las intrigas y querellas personales que se estaban
desarrollando en los diversos comit�s locales del Partido, a�adi�
de manera inopinada: "Pero estas querellas tienen tambi�n su lado
positivo, pues llevan a la direcci�n monol�tica." Sus oyentes
se miraron unos a otros, sorprendidos; el orador continu� su informe
sin inmutarse. La esencia de tal "monolitismo", aun en sus a�os
juveniles, no siempre estuvo identificada con la idea. Dice Iremashvili:
"No le preocupaba encontrar y determinar la verdad; sol�a atacar
o defender lo que anteriormente hab�a sostenido o condenado. La
victoria y el triunfo eran para �l mucho m�s preciosos."
No es posible poner en claro la �ndole de las opiniones de Jos�
en aquellos d�as, pues no dej� huellas escritas. Seg�n
manifiesta Iremashvili, su tocayo era partidario de las acciones m�s
violentas y de "la dictadura de la minor�a". La participaci�n
de una imaginaci�n intencionada en el esfuerzo de la memoria es
aqu� innegable: a fines del pasado siglo, no exist�a siquiera
la cuesti�n de "dictadura". "Los extremismos de Koba no tomaron
forma -contin�a Iremashvili- en virtud de un estudio objetivo, sino
como producto natural de su ansia personal de poder y su ambici�n
despiadada, que le dominaba f�sica y espiritualmente." Tras el indudable
prejuicio en los asertos del antiguo menchevique debe uno saber encontrar
el meollo de la verdad. En la vida espiritual de Stalin, el objetivo personal,
pr�ctico, estuvo siempre por encima de la verdad te�rica,
y su voluntad ha intervenido siempre con predominio sobre el intelecto.
Jos� Djugashvili no s�lo no se hizo pope, como su madre
hab�a so�ado, sino que ni siquiera obtuvo el certificado
que le hubiera podido abrir las puertas de ciertas universidades provinciales.
C�mo sucedi� esto, y por qu�, es objeto de varias
versiones no f�ciles de conciliar. En unas Memorias escritas en
1929, que ostensiblemente tratan de borrar la desfavorable impresi�n
de las que escribi� en 1923, Abel Yenukidze manifiesta que en el
Seminario, Jos� empez� a leer libros secretos de tendencias
perniciosas. No escap� tal crimen a la atenci�n del inspector
y, en consecuencia, el peligroso alumno "sali� disparado del Seminario".
El historiador oficial cauc�sico, Beria, nos dice que Stalin "fue
expulsado por no inspirar confianza". Naturalmente, nada hay de extra�o
en ello; tales expulsiones eran cosa frecuente. Lo que parece extra�o
es que hasta ahora no se hayan publicado documentos del Seminario relativos
al caso. Que no han sido destruidos por el fuego ni arrebatados por el
torbellino de los a�os revolucionarios resulta evidente al menos
por la tablilla conmemorativa antes mencionada y m�s a�n
por el silencio absoluto que se ha guardado sobre su suerte. �Es
que no se dejan publicar por contener datos poco propicios o porque refutan
ciertas leyendas de origen m�s reciente?
Lo m�s frecuente es encontrar la afirmaci�n de que Djugashvili
fue expulsado por dirigir un c�rculo socialdem�crata. Su
antiguo condisc�pulo del Seminario, Elisabedashvili, que no es testigo
muy de fiar, nos informa que en los c�rculos socialdem�cratas
"organizados seg�n instrucciones y bajo la direcci�n de Stalin"
hab�a "de ciento a ciento veinte seminaristas". Si esto se refiere
a los a�os 1905-1906, en que todas las aguas se hab�an desbordado
y todas las autoridades se hallaban en extremo desconcierto, pudiera prest�rsele
cr�dito. Pero trat�ndose del a�o 1899, semejante cifra
puede tildarse de fant�stica. Si la organizaci�n hubiese
contado con tantos miembros, el desenlace no se hubiera limitado a la mera
expulsi�n; la intervenci�n de los guardias hubiera sido totalmente
inevitable. Lejos de eso, Jos� no fue arrestado inmediatamente,
sino que estuvo en libertad casi tres a�os despu�s de salir
del Seminario. Por lo tanto, la versi�n que asegura ser los c�rculos
socialdem�cratas la causa de su expulsi�n, ha de rechazarse
definitivamente.
Gogojiya expone este desenlace con mucha m�s cautela, sin apartarse
mucho, seg�n su costumbre, del fundamento de los hechos. "Jos�
dej� de prestar atenci�n a sus lecciones -escribe-, estudiaba
s�lo para obtener notas suficientes y para aprobar a fin de curso.
El feroz monje Abashidze se extra�aba de que el talentoso y bien
preparado Djugashvili, dotado de una memoria privilegiada, s�lo
consiguiera notas mediocres... y consigui� obtener una decisi�n
por la que se le expulsaba del Seminario." En cuanto a lo que hizo recelar
al monje, cabe "recelar" tambi�n otras cosas. De las palabras de
Gogojiya se deduce, desde luego, que Jos� fue expulsado del Seminario
por haber descuidado sus estudios, resultado de haber roto con la superciencia
teol�gica. La misma conclusi�n puede sacarse del relato de
Kapanadze sobre lo ocurrido cuando estudiaba en el Seminario de Tiflis:
"ya no era el asiduo estudiante que hab�a sido hasta entonces".
Ha de advertirse que Kapanadze, Glurdzhidze y Elisabedashvili soslayan
por entero el asunto de la expulsi�n de Jos� del Seminario.
Pero lo m�s asombroso es la circunstancia de que la madre de
Stalin, en la �ltima etapa de su vida, cuando los historiadores
oficiales y los periodistas empezaron a interesarse por ella, neg�
categ�ricamente que hubiese habido tal expulsi�n. Cuando
entr� en el Seminario el muchacho de quince a�os, era notable,
seg�n dice la madre, por su excelente salud; pero el af�n
con que estudiaba lleg� a agotarle al extremo de que los m�dicos
temieron que enfermara de tuberculosis. Ekaterina a�ad�a
que su hijo no deseaba dejar el Seminario, y que ella "se le llev�"
contra su voluntad. Esto no es muy veros�mil. Por mala salud pudo
interrumpir sus estudios una temporada, sin abandonar definitivamente la
escuela ni renunciar a una carrera que colmaba las esperanzas de su madre.
Adem�s, en 1899, ten�a Jos� ya veinte a�os,
no se distingu�a por su docilidad, y es dif�cil que su madre
pudiese intervenir en su destino de un modo tan sencillo. Finalmente, despu�s
de salir del Seminario, Jos� no volvi� a Gori a guarecerse
bajo las alas protectoras de su madre, lo que hubiera sido natural de haber
estado realmente enfermo, sino que se qued� en Tiflis, sin ocupaci�n
ni recursos. La vieja Keke no dijo toda la verdad cuando habl� con
los periodistas. Puede suponerse que por entonces la madre consideraba
la expulsi�n de su hijo como una gran desgracia para ella misma,
y como el suceso hab�a ocurrido en Tiflis, ella hab�a asegurado
a sus vecinos de Gori que su hijo no fue expulsado, sino que sali�
voluntariamente del Seminario a causa de su estado de salud. Adem�s,
la anciana debi� pensar que no era decoroso para "el director" del
Estado el hecho de que le expulsaran de una escuela en su juventud. Casi
no hace falta buscar otras razones m�s rec�nditas para la
persistencia con que Keke repet�a: "No lo expulsaron; me lo llev�
yo misma."
Pero acaso tampoco fue Jos� expulsado en el estricto sentido
de la palabra. Tal versi�n, quiz� la m�s veros�mil,
procede de Iremashvili. Seg�n �l, las autoridades del Seminario,
vi�ndose defraudadas en sus esperanzas, comenzaron a tratar a Jos�
con creciente despego y a censurarle constantemente. "As� sucedi�
que Koba, convencido de la esterilidad de todo estudio serio, se convirti�
gradualmente en el peor alumno del Seminario. Sol�a replicar a los
reproches de sus profesores con su risita envenenada y desde�osa."
El certificado que las autoridades del Seminario le dieron para pasar del
sexto curso al �ltimo era tan malo, que el mismo Koba decidi�
irse de all� el a�o anterior al del examen final. Aceptando
esta explicaci�n, se comprende en el acto por qu� Yenukidze
escribi� "sali� disparado del Seminario", evitando las expresiones,
m�s precisas, de "fue expulsado" o "dej� el Seminario"; por
qu� la mayor�a de sus condisc�pulos nada dicen con
relaci�n a un episodio tan importante de la vida escolar de Jos�;
por qu� no se han publicado documentos; por qu�, finalmente,
su madre crey� tener derecho a decir que su hijo no hab�a
sido expulsado, aun cuando ella diera al asunto cierto matiz distinto,
transfiriendo la responsabilidad de su hijo a ella misma. Desde el punto
de vista de la caracterizaci�n personal de Stalin o de su biograf�a
pol�tica, los detalles de su ruptura con el Seminario apenas tienen
inter�s. Pero no son mal ejemplo de las dificultades que la historiograf�a
totalitaria opone a la investigaci�n aun de detalles tan secundarios.
Jos� entr� en la escuela teol�gica preparatoria
a la edad de once a�os, en 1890, pas� luego al Seminario,
cuatro a�os despu�s, y sali� de �l en 1899,
de manera que estuvo nueve a�os en escuelas eclesi�sticas.
Los georgianos se hacen pronto adultos. Jos� ya era un hombre hecho
al dejar el Seminario, "sin diploma -escribe Gogojiya-, pero con opiniones
definidas y firmes sobre la vida". Este largo per�odo de estudios
teol�gicos no pudo dejar de ejercer una influencia profunda en su
car�cter, en su modo de pensar y en su estilo, que constituye una
parte esencial de su personalidad.
No cuesta mucho creer que desde el momento en que Jos� rompi�
en su interior con la religi�n, el estudio de homil�ctica
y la liturgia se le hicieron insoportables. Lo que es dif�cil comprender
es c�mo pudo llevar una vida doble durante tanto tiempo. Si hemos
de dar cr�dito al relato de que a la temprana edad de trece a�os
Soso hab�a enfrentado a Darwin con la Biblia, hemos de convenir
en que, a partir de entonces, durante siete largos a�os, estudi�
pacientemente Teolog�a, aunque cada vez con menos fruici�n.
Stalin mismo situaba la iniciaci�n de su ideolog�a revolucionaria
en los quince a diecis�is a�os, en plena adolescencia. Es
muy posible que se apartara de la religi�n dos o tres a�os
antes de volverse hacia el socialismo. Pero aun admitiendo que ambos cambios
ocurrieron simult�neamente, veremos que el joven ateo continu�,
durante cinco a�os, explorando los arcanos de la ortodoxia.
Ciertamente, en las instituciones de ense�anza zaristas muchos
j�venes librepensadores se vieron obligados a llevar una doble vida.
Pero esto se refiere principalmente a universidades, donde el r�gimen
se distingu�a, a pesar de todo, por una libertad considerable, y
la hipocres�a oficial estaba reducida a un m�nimo ritual.
En las escuelas secundarias, esta divergencia era m�s dif�cil
de sostener, pero no sol�a durar m�s de un a�o o dos,
y luego el joven ve�a ante s� las puertas de la Universidad,
con su relativa libertad acad�mica. La situaci�n docente
seglar, donde los alumnos est�n sujetos a vigilancia s�lo
una parte del d�a, y la llamada "Religi�n" era tan s�lo
una de las asignaturas secundarias; sino en una instituci�n religiosa
cerrada, donde todo en su vida se hallaba sometido a las exigencias de
la Iglesia y donde no daba un paso a espaldas de los monjes. Para soportar
este r�gimen durante siete, o siquiera cinco a�os, se necesitaba
una cautela extraordinaria y excepcionales aptitudes de disimulo. Durante
los a�os de su permanencia en el Seminario, nadie advirti�
el menor signo de protesta expresa, ning�n atrevido acto de insubordinaci�n
por su parte. Jos� se re�a de sus profesores a hurtadillas,
pero nunca se mostr� imprudente en su misma cara. No agredi�
a ning�n pedagogo patriotero, como hab�a hecho Dzhibladze;
lo m�s que hizo fue contestar "con una risita desde�osa".
Su hostilidad era reservada, solapada, vigilante. El seminarista Pomyalovsky,
durante su vida de interno, fue infectado, seg�n o�mos, de
"recelo, reserva, enemistad y odio hacia el medio circundante". Casi la
misma actitud, pero a�n m�s pronunciada, dice Iremashvili,
era caracter�stica de Koba. En 1899 dej� el Seminario, llevando
consigo "una hostilidad rencorosa y feroz contra la administraci�n
docente, contra la burgues�a, contra todo cuanto exist�a
en el pa�s y encarnaba el zarismo. Odio contra toda autoridad".