Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO PRIMERO

FAMILIA Y ESCUELA
 
El difunto Le�nidas Krassin, viejo revolucionario, eminente ingeniero, brillante diplom�tico del Soviet, y sobre todo, criatura inteligente, fue quien primero llam� a Stalin "asi�tico". Al decir esto no pensaba en atributos raciales problem�ticos, sino m�s bien en esa aleaci�n de entereza, sagacidad, astucia y crueldad que se ha considerado caracter�stica de los hombres de Estado de Asia. Bujarin simplific� seguidamente el apelativo, llamando a Stalin "Gengis Kan", sin duda con objeto de llamar la atenci�n sobre su crueldad, que se ha trocado en brutalidad. El mismo Stalin, conversando con un periodista japon�s, se denomin� "asi�tico", no s�lo en el sentido antiguo del vocablo, sino tambi�n en el moderno; con aquella alusi�n personal se propon�a aludir a la existencia de intereses comunes entre la URSS y el Jap�n frente al Oeste imperialista. Examinando el t�rmino "asi�tico" desde un punto de vista cient�fico, hemos de admitir que en este caso s�lo es correcto en parte. Geogr�ficamente, el C�ucaso, especialmente Transcaucasia, es sin duda una continuaci�n de Asia. Los georgianos, sin embargo, a diferencia de los azerbaijanos, pertenecen a la raza llamada mediterr�neo-europea. De suerte que Stalin no estaba en lo cierto al calificarse de "asi�tico". Pero la geograf�a, la etnograf�a y la antropolog�a no son todo lo que cuenta; la historia predomina.
Unas cuantas salpicaduras de la sangre humana que ha vertido durante siglos Asia en Europa se han quedado adheridas a los valles y monta�as del C�ucaso. Tribus y grupos desconectados parecen haberse congelado all� en el curso de su desarrollo, transformando el C�ucaso en un inmenso museo etnogr�fico. Durante muchas centurias, el destino de ese pueblo qued� estrechamente soldado al de Persia y Turqu�a, permaneciendo as� retenido en la esfera de la vieja cultura asi�tica, que ha sabido conservarse est�tica a pesar de continuos traqueteos de guerras y levantamientos.
El cualquier otro sitio, m�s frecuentado, aquella peque�a rama georgiana de humanidad (unos 2.5 millones en la actualidad) se hubiera disuelto indudablemente en el crisol de la historia sin dejar rastro. Protegidos por la cordillera cauc�sica, los georgianos han mantenido en forma relativamente pura su fisonom�a �tnica y su lengua, que la Filolog�a no ha conseguido clasificar hasta ahora con seguridad. El idioma escrito apareci� en Georgia al mismo tiempo que penetr� all� el Cristianismo, ya en el siglo IV, seiscientos a�os antes que la Rusia de Kiev. Los siglos X a XIII se consideran como la �poca en que florecieron el poder militar, el arte y la literatura georgianos; siguieron luego centurias de estancamiento y decadencia. Las frecuentes y sangrientas expediciones de Gengis Kan y Tamerl�n al interior del C�ucaso dejaron huellas en el habla nacional de Georgia. Si vamos a creer al infortunado Bujarin, asimismo las dejaron en el car�cter de Stalin.
A principios del siglo XVII, el zar de Georgia reconoci� la soberan�a de Mosc�, buscando la protecci�n contra sus enemigos tradicionales, Turqu�a y Persia. Consigui� su prop�sito inmediato de ver m�s asegurada su vida. El Gobierno zarista tendi� las necesarias carreteras estrat�gicas, reform� ciudades y mont� una red rudimentaria de escuelas, con la finalidad primordial de rusificar a aquellos s�bditos de otra estirpe. Naturalmente, en dos siglos la burocracia de San Petersburgo no pudo remplazar el viejo barbarismo asi�tico por una cultura europea de la que tan necesitada estaba aun en su propio pa�s.
A pesar de sus riquezas naturales y su magn�fico clima, Georgia sigui� siendo una comarca pobre y atrasada. Su estructura social semifeudal se basaba en un bajo nivel de desarrollo econ�mico y se distingu�a en consecuencia por los rasgos del patriarcado asi�tico sin excluir la crueldad asi�tica. La industria apenas exist�a. La agricultura y la construcci�n de casas continuaba virtualmente con las mismas normas de veinte siglos atr�s. El vino se extra�a pisando la uva, y se almacenaba en grandes vasijas de arcilla. Las ciudades del C�ucaso, que comprend�an no m�s de una sexta parte de la poblaci�n, siguieron siendo, como todas las ciudades de Asia, burocr�ticas, militares, comerciales, y, �nicamente en peque�a proporci�n, industriales. Por encima de la masa fundamental campesina destacaba un estrato de burgues�a pobre en su mayor parte y poco culta, hasta el punto de distinguirse en algunos casos de los aldeanos m�s despiertos �nicamente por sus pomposos t�tulos y dengues. No sin motivo se ha llamado a Georgia (con su fugaz esplendor pasado, su presente estancamiento econ�mico, su sol ben�fico, sus vi�edos, su irresponsabilidad y su abundancia de hidalgos provincianos de bolsillos exhaustos) la Espa�a del C�ucaso.
La joven generaci�n de la nobleza llam� a las puertas de las Universidades rusas, y rompiendo con la ra�da tradici�n de su casta, que nunca se tom� demasiado en serio en la Rusia central, se uni� a diversos grupos radicales de estudiantes rusos. Los campesinos y ciudadanos m�s pr�speros, deseosos de convertir a sus hijos en funcionarios del Gobierno, oficiales del Ej�rcito, abogados o cl�rigos, siguieron la pauta de las familias nobles. De donde result� que Georgia obtuvo una cosecha exclusiva de intelectuales, que, diseminados por varias regiones de Rusia, desempe�aron prominente papel en todos los movimientos pol�ticos progresivos y en las tres revoluciones.
El escritor alem�n Bodenstedt, que era director de una Escuela Normal de Tiflis en 1844, lleg� a la conclusi�n de que los georgianos eran no s�lo desali�ados y gandules, sino menos inteligentes que los dem�s moradores del C�ucaso; en la escuela no pod�an competir con los armenios y los t�rtaros en el estudio de las ciencias, la adquisici�n de lenguas extranjeras y la capacidad de expresarse. Citando esta opini�n, demasiado sumaria, Eliseo Reclus expresaba la sospecha, bien justificada, de que la diferencia pudiera no ser debida a la nacionalidad, sino a causas sociales, al hecho de que los estudiantes georgianos proced�an de aldeas retiradas, mientras que los armenios eran hijos de la burgues�a urbana. El hecho es que el desenvolvimiento ulterior dio cuenta pronto de aquel atraso educativo. Por 1892, cuando Jos� Djugashvili era alumno de segundo curso de la escuela parroquial, los georgianos, que compon�an aproximadamente un octavo de la poblaci�n del C�ucaso, contribu�an virtualmente con un quinto del total de estudiantes (los rusos con m�s de la mitad, los armenios con un 14 por 100 y los t�rtaros con menos de 3 por 100...). Sin embargo, parece ser que las peculiaridades del lenguaje georgiano, uno de los instrumentos de cultura m�s antiguos, son un obst�culo serio para el aprendizaje de otras lenguas, pues deja un sello indeleble en la pronunciaci�n. Esto no quiere decir que los georgianos est�n desprovistos de elocuencia. Como las dem�s naciones del Imperio, bajo el zarismo estaban condenados al silencio. Pero, al "europeizarse" Rusia, los intelectuales de Georgia produjeron numerosos oradores (si no de primer orden, al menos notables) de la variedad judicial y m�s tarde de la parlamentaria. El m�s elocuente de los adalides de la Revoluci�n de febrero fue, tal vez, el georgiano Heraclio Tseretelli. Por lo tanto, ser�a injusto atribuir la falta de aptitudes oratorias en Stalin a su origen nacional. Incluso en su tipo f�sico apenas representa una muestra acertada de su pueblo, que es tenido por uno de los m�s agraciados del C�ucaso.
El car�cter nacional de los georgianos se suele representar como confiado, impresionable, de genio vivo, pero a la vez falto de energ�a e iniciativa. Por encima de todo, Reclus hac�a notar su buen humor, su sociabilidad y su honradez. El car�cter de Stalin tiene poco de estos atributos, que, en realidad, son los que se advierten ante todo al frecuentar el trato de georgianos. Los emigrados de Georgia en Par�s aseguraron a Suvarin, el autor de la biograf�a de Stalin en franc�s, que la madre de Jos� Djugashvili no era georgiana, sino osetina, y que hay mezcla de sangre mongola en sus venas. Pero un tal Iremashvili, a quien tendremos ocasi�n de volver a encontrar m�s adelante, asegura que la madre de Stalin era georgiana de pura raza, y osetino su padre, "persona ruda y vulgar, como todos los osetinos, que viven en las altas monta�as cauc�sicas". Es dif�cil, si no imposible, comprobar tales asertos. Sin embargo, no son muy necesarios para nuestro prop�sito de explicar la talla moral de Stalin. En las comarcas del mar Mediterr�neo, en los Balcanes, en Italia, en Espa�a, adem�s del tipo llamado meridional, que se caracteriza por una asociaci�n de perezosa indolencia e irascibilidad explosiva, se encuentran naturalezas fr�as, en las cuales se combina la flema con cierta terquedad y malicia. El primer tipo prevalece; pero el segundo lo incrementa como excepci�n. Parece como si a cada grupo nacional hubiese tocado una parte leg�tima de elementos b�sicos de car�cter, y que �stos se hayan distribuido con menos acierto bajo el sol de Mediod�a que bajo el de Septentri�n. Pero nos aventuramos demasiado en la regi�n infecunda de la metaf�sica nacional.

La ciudad provinciana de Gori est� pintorescamente situada en las m�rgenes del r�o Kura, a 75 kil�metros de Tiflis, sobre el ferrocarril transcauc�sico. Es una de las ciudades m�s antiguas de Georg�a, y su historia es intensamente dram�tica. La tradici�n pretende que fue fundada en el siglo XIII por armenios que buscaban refugio huyendo de los turcos. Luego, la peque�a ciudad estuvo sujeta a diversas incursiones, pues por aquel tiempo los armenios eran ya una clase comercial y urbana a la que se atribu�an grandes riquezas y por eso constitu�an una presa tentadora. Como todas las ciudades asi�ticas, Gori creci� muy paulatinamente, acogiendo por grados dentro de sus muros a pobladores de aldeas georgianas y t�rtaras. Por la �poca en que el zapatero Vissarion Djugashvili acudi� all� desde su villorrio natal de Didi-Lilo, la peque�a ciudad ten�a una poblaci�n abigarrada de unas seis mil almas, varias iglesias, muchas tiendas y m�s fondas para el paisanaje de las comarcas adyacentes, una Escuela Normal con un departamento t�rtaro, una Escuela secundaria elemental. 
La servidumbre fue abolida en el Gobierno de Tiflis s�lo catorce a�os antes del nacimiento de Jos�, el futuro secretario general del Comit� Central del Partido Comunista. Las relaciones sociales y las costumbres a�n se resent�an en sus defectos. Es dudoso que sus progenitores supiesen leer y escribir. Cierto es que en Transcaucasia se publicaban cinco peri�dicos en lengua georgiana, pero su circulaci�n total no pasaba de cuatro mil ejemplares. La vida de los campesinos continuaba a�n al margen de la historia.
Calles informes, casas muy diversas, huertos, todo ello daba a Gori el aspecto de un poblacho. En rigor, las casas pobres de la ciudad apenas se distingu�an de los cobijos campesinos. Los Djugashvili ocupaban una vieja choza de adobe, con �ngulos de ladrillo y tejado cubierto de arena, que calaban f�cilmente el viento y la lluvia. D. Gogojiva, antiguo condisc�pulo de Jos�, describiendo la morada familiar, escribe: "Su cuarto no ten�a m�s de ocho varas cuadradas, y estaba junto a la cocina. Se entraba en �l directamente desde el corral, sin subir un solo pelda�o. El suelo estaba enladrillado. El ventanuco apenas daba paso a la luz. Los muebles consist�an en una mesita, un taburete y una ancha yacija, especie de tarima, cubierta con una chilopya o estera de paja." A esto vino a unirse la vieja y ruidosa m�quina de coser de su madre.
No se han publicado hasta ahora documentos aut�nticos referentes a la familia Djugashvili y a la ni�ez de Jos�, ni tampoco podr�an ser numerosos. El nivel cultural de su medio era tan primitivo, que la vida no era registrada y flu�a sin dejar traza alguna. S�lo despu�s de pasar el mismo Stalin de la cincuentena comenzaron a aparecer reminiscencias de la familia de su padre. Sol�an ser de segunda mano, escritas bien por enemigos furibundos y no siempre escrupulosos, bien por amigos obligados, a iniciativa (mejor ser�a decir por orden) de comisiones encargadas de la historia del Partido, y, por consiguiente, en su mayor�a no son sino ejercicios sobre un tema se�alado. Naturalmente, ser�a f�cil buscar la verdad en la diagonal entre las dos deformaciones. Sin embargo, yuxtaponiendo ambas, pesando en una mano las reticencias y en otras las exageraciones, evaluando con sentido cr�tico el hilo del simple relato a la luz de los episodios futuros, es posible aproximarse a la verdad. Sin tratar de pintar artificialmente cuadros perfectos como me propongo, tratar� de ofrecer al lector los elementos de estos materiales de origen en que descansan mis hip�tesis y mis conclusiones.
M�s profusos de detalles son los recuerdos del antes nombrado (Jos�) Iremashvili, publicados en 1932, en alem�n, en Berl�n, con el t�tulo de Stalin y la tragedia de Georgia. Como su autor es un antiguo menchevique, convertido luego en algo parecido a un nacionalsocialista, su historial pol�tico en s� no mueve a gran cr�dito. No obstante, es imposible dar de lado su trabajo. Muchas de sus p�ginas son tan terminantes y convincentes que no dejan lugar a duda. Aun incidentes que parecen cuestionables a primera vista, encuentran confirmaci�n directa o indirecta en memorias oficiales publicadas varios a�os despu�s. No estar� de m�s a�adir que algunas de las conjeturas que yo hab�a hecho bas�ndome en silencios intencionados o expresiones equ�vocas aparecidos en publicaciones sovi�ticas encontraban confirmaci�n en el libro de Iremashvili, que tuve ocasi�n de leer justamente a �ltima hora. Ser�a un error suponer que en concepto de exiliado y enemigo pol�tico, Iremashvili tratara de empeque�ecer la figura de Stalin o de pintarla con negros colores. Todo lo contrario, pasa revista a las aptitudes de Stalin casi en triunfo y con exageraci�n notoria; reconoce que Stalin es hombre dispuesto siempre a realizar sacrificios de orden personal por sus ideas, reiteradamente pondera  el afecto de Stalin hacia su madre, y pinta su primer matrimonio con trazos conmovedores. Un examen m�s detenido de estas memorias del antiguo profesor del Instituto de Tiflis produce la impresi�n de un documento compuesto de varias capas. El cimiento se compone sin duda de los remotos recuerdos de la ni�ez. Per esa capa fundamental ha sido sometida a la inevitable elaboraci�n retrospectiva por la memoria y la fantas�a, bajo la influencia del actual destino de Stalin y de las opiniones pol�ticas del propio autor. A ello debe agregarse la presencia en las memorias de detalles dudosos, aunque en su esencia insignificantes, que deben adscribirse a un defecto bastante frecuente entre cierto pulimento y retoque "art�stico". Y hecha esta advertencia, creo lo mejor apoyarme, a partir de aqu�, en las memorias de Iremashvili.
Las referencias biogr�ficas m�s antiguas hablan invariablemente de Stalin como hijo de un campesino de la aldea de Didi-Lilo. Stalin, por primera vez, se refiri� a s� mismo como hijo de un trabajador en 1926. Pero esta contradicci�n es m�s aparente que real: como muchos trabajadores rusos, Djugashvili padre, continuaba siendo calificado de campesino en su pasaporte. Sin embargo, esto no agota las dificultades. El padre se designa siempre como trabajador de la f�brica de calzado de Alijanov, en Tiflis. Pero la familia viv�a en Gori, no en la capital del C�ucaso. �Significa esto, acaso, que el padre viviera separado de la familia? Tal supuesto pudiera justificarse si la familia y su sustentador viviesen en diferentes ciudades. Adem�s, Gogojiva, compa�ero de Jos� en el Seminario, y que viv�a en la misma corraliza que �l, as� como Iremashvili, que le visitaba con frecuencia, coinciden en afirmar rotundamente que Vissarion trabajaba all� cerca, en la calle Sobornava, en una casucha de adobe con el tejado lleno de goteras. En consecuencia, suponemos que el empleo de su padre en Tiflis fue provisional, probablemente de la �poca en que su familia habitaba a�n en el pueblo. Pero en Gori, Vissarion Djugashvili ya no trabajaba en una f�brica de calzado (no hab�a f�bricas en la capital de provincia), sino como modesto artesano independiente. La falta deliberada de claridad sobre este punto obedece sin duda al deseo de no debilitar la impresi�n del origen "proletario" de Stalin.
Como muchas georgianas, Ekaterina Djugashvili fue madre a�n muy jovencita. Los primeros tres ni�os murieron en edad temprana. El 21 de diciembre de 1879, cuando naci� su cuarto hijo, apenas ten�a veinte a�os. Jos� contaba siete cuando cay� enfermo de viruela, cuyas marcas conserv� por el resto de su vida como testimonio de su procedencia y ambiente plebeyos. A sus se�ales de viruela, el bi�grafo de Stalin en franc�s, Suvarin, a�ade caquexia del brazo izquierdo, lo que, a�adido a tener soldados dos dedos de un pie, seg�n su informaci�n, parece probar la ascendencia alcoh�lica por el lado paterno. Hablando en general, los zapateros, al menos en Rusia central, ten�an tal fama de bebedores que era proverbio muy com�n el de "borracho como un zapatero". Es dif�cil decir hasta qu� punto son ver�dicas las especulaciones sobre herencia comunicadas a Suvarin por "varias personas", la mayor�a probablemente emigrados mencheviques. Al enumerar los guardias zaristas los "rasgos distintivos" de Jos� Djugashvili, no mencionan un brazo lisiado, pero los dedos adheridos s� est�n rese�ados en 1903 por el coronel Shabelsky. No es imposible que, antes de publicarlos, estos documentos polic�acos, como todos los dem�s, hayan sido objeto de una criba defectuosa por el censor. No debe dejarse de hacer constar, sin embargo, que en a�os posteriores Stalin sol�a llevar un guante de abrigo en la mano izquierda, incluso en las sesiones del Politbur�. Por entonces se acept� como causa el reumatismo. Pero, despu�s de todo, estas caracter�sticas f�sicas secundarias, imaginarias o reales, carecen en s� mismas de inter�s apreciable. Mucho m�s importante es tratar de analizar el verdadero car�cter de sus padres y la atm�sfera de su familia.
Lo primero que llama la atenci�n es el hecho de que los recuerdos oficialmente recopilados apenas mencionan a Vissarion, a quien dejan de lado casi por completo, en tanto que dedican pasajes llenos de simpat�a a la dura y afanosa vida de Ekaterina. "La madre de Jos� ganaba muy poco -relata Gogojiva- trabajando como lavandera o cociendo pan en las casas de los vecinos acomodados de Gori. Ten�a que pagar rublo y medio por el alquiler mensual de su vivienda: pero no siempre consegu�a reservar esa cantidad." As� nos enteramos de que el pago del alquiler corr�a de cuenta de la madre y no del padre. Dice adem�s: "La pobreza y la vida de fatigas de su madre dejaron huella en el car�cter de Jos�...", como si el padre no formara parte de la familia. S�lo m�s tarde, de pasada, el autor inserta la frase siguiente: "El padre de Jos�, Vissarion, se pasaba el d�a trabajando, cosiendo y reparando calzado." De todos modos, la ocupaci�n del padre no se menciona a prop�sito de la vida dom�stica de la familia o sus problemas de subsistencia. Esto da motivo para suponer que si se hace menci�n del padre es s�lo por cubrir las apariencias.
Glurdzhidze, otro condisc�pulo suyo del Seminario, nada en absoluto dice del padre cuando escribe que la madre de Jos� "se ganaba la vida cortando, cosiendo o lavando ropa interior". Estas reticencias, que no son casuales, merecen tanta m�s atenci�n cuanto que las costumbres populares no atribu�an la misi�n directora de la familia a la mujer. Por el contrario, de acuerdo con las viejas tradiciones georgianas, persistentes en grado superlativo entre los monta�eses conservadores, la mujer estaba relegada a la condici�n de esclavitud dom�stica, y apenas era admitida a la augusta presencia de su se�or y due�o, no ten�a voz en asuntos de la familia y ni siquiera se atrev�a a castigar a su propio hijo. Aun en la iglesia, madres, mujeres y hermanas ten�an que colocarse detr�s de los padres, maridos y hermanos. El hecho de que los autores de las memorias coloquen a la madre en el lugar que normalmente correspond�a al padre, no puede interpretarse m�s que como deseo de evitar toda descripci�n de Vissarion Djugashvili. La enciclopedia rusa m�s antigua, comentando la extrema sobriedad de los georgianos en materia de alimento, dice a t�tulo complementario: "Apenas hay otro pueblo en el mundo que beba tanto vino como los georgianos." Verdad es que, despu�s de trasladarse a Gori, dif�cilmente habr�a podido Vissarion conservar su propia vi�a. Pero, en compensaci�n, la ciudad ten�a dujans en todos los rincones, y en ellos el vodka compet�a con el vino y aun le llevaba ventaja.
En este aspecto, las alegaciones de Iremashvili son muy convincentes. Como los dem�s autores de memorias, pero anticip�ndoseles en cinco a�os, se expresa con c�lida simpat�a al describir a Ekaterina, quien demostr� gran cari�o hacia su hijo y sentimientos amistosos hacia sus compa�eros de juegos y de escuela. Georgiana aut�ntica, Keke, como generalmente la llamaban, era profundamente religiosa. Su vida de ajetreo fue un servicio ininterrumpido: a Dios, al esposo y al hijo. Se le cans� la vista a fuerza de coser en una vivienda mal iluminada, y comenz� a llevar gafas muy pronto. Pero en aquella �poca, toda matrona de Georgia, pasados los treinta a�os, era considerada casi como una vieja. Sus vecinos la trataban con gran afecto, movidos por la vida de continuos afanes que le ve�an llevar. Seg�n Iremashvili, el cabeza de familia, Bezo (Vissarion) era persona de �spero genio, a la vez que dipsoman�aco empedernido. Se beb�a la mayor parte de sus escasas ganancias. Por eso ca�a sobre la madre, como una doble carga, la responsabilidad de pagar el alquiler de la m�sera vivienda y de sostener la familia. Con desesperada congoja, Keke advirti� a Bezo, en ocasi�n de estar maltratando a su hijo: "Le sacas del coraz�n el amor de Dios y del pr�jimo, y se lo llenas de odio a su propio padre." "Palizas horribles, inmerecidas, hicieron al muchacho tan hosco y cruel como era su padre." Amargado, Jos� comenz� a cavilar acerca de los misterios eternos de la vida. No le apen� la prematura muerte de su padre; �nicamente se sinti� m�s libre. Iremashvili infiere que siendo a�n muy joven, el chico empez� a extender su latente hostilidad y sed de venganza contra su padre a todos aquellos que ten�an o pod�an tener un vestigio de autoridad sobre �l. "Desde su juventud, la maquinaci�n de vengativas tramas se convirti� para �l en un objetivo que dominaba todos sus esfuerzos." Aun admitiendo que estas palabras se fundan en juicios retrospectivos, conservan todav�a la plena fuerza de su significaci�n.
En 1930, ya de setenta y un a�os, Ekaterina, que entonces viv�a en las modestas habitaciones de un criado, en lo que fue antes el palacio de virrey en Tiflis, contestando a las preguntas de unos periodistas, dijo por mediaci�n de un int�rprete: "Soso (Jos�) fue siempre un excelente chico... Nunca me dio motivo para castigarle. Estudiaba con ah�nco, siempre estaba leyendo o discutiendo, con el af�n de entenderlo todo... Soso fue mi �nico hijo. Naturalmente, le quer�a much�simo... Su padre, Vissarion, quer�a hacer de �l un buen zapatero. Pero su padre muri� cuando Soso ten�a once a�os... Yo no quer�a que fuese zapatero. S�lo deseaba una cosa: que se hiciera pope." En verdad, Suvarin recogi� una informaci�n muy distinta entre los georgianos de Par�s: "Sab�an de Soso que era muy duro, insensible, que trataba a su madre sin respeto, y en apoyo de sus reminiscencias citaban "penosos lances"." El bi�grafo mismo advierte, sin embargo, que sus informes proced�an de los enemigos pol�ticos de Stalin. En aquel grupo, adem�s, circulaban tambi�n no pocas leyendas, s�lo que en sentido inverso. Iremashvili, por su parte, insiste mucho sobre la fervorosa devoci�n de Soso hacia su madre. En realidad, el muchacho no podr�a haber tenido otros sentimientos hacia la bienhechora de la familia y protectora suya contra las violencias de su padre. 
El escritor alem�n Emil Ludwing, retratista de corte de nuestra �poca, encontr� en el Kremlin una ocasi�n m�s de aplicar su m�todo de hacer preguntas capciosas en que se asocia una moderada perspicacia a la sagacidad pol�tica. "�Le gusta la Naturaleza, signor Mussolini?" "�Qu� opina usted de Schopenhauer, doctor Masaryk?" "�Cree usted en un futuro mejor, Mr. Roosevelt?" Durante una de estas inquisiciones verbales, Stalin, desasosegado en presencia del famoso extranjero, dibuja asiduamente florecillas y barquitos con un l�piz de color. Al menos as� lo refiere Ludwig. Acerca del brazo lisiado de Wilhelm Hohenzollern, este escritor ha construido una biograf�a psicoanal�tica del ex kaiser, que el viejo Freud contempl� con ir�nica perplejidad. Ludwig no se fij� en el brazo impedido de Stalin, y no hay que decir que tambi�n los dedos soldados se le pasaron inadvertidos. Sin embargo, trat� de deducir la carrera revolucionaria del se�or del Kremlin a base de las tundas que durante la ni�ez le administr� su padre. Despu�s de familiarizarse con las memorias de Iremashvili, no es dif�cil comprender de d�nde extrajo Ludwig su idea. "�Qu� le hizo a usted rebelde? �Se debi� a que sus padres le trataron mal?" Ser�a m�s bien imprudente asignar a estas palabras ning�n valor documental, y no s�lo porque las afirmaciones y negaciones de Stalin, como tendremos frecuente ocasi�n de ver, tienden a variar con la m�xima facilidad. En circunstancias an�logas, cualquiera hubiese podido proceder de igual modo. En todo caso, no es posible reprochar a Stalin que haya rehusado quejarse en p�blico de su padre, muerto ya hac�a muchos a�os. Lo que sorprende es semejante falta de tacto en un escritor tan respetuoso.
Las aflicciones familiares no son, empero, el �nico factor que moldeara la personalidad del muchacho, ruda, voluntariosa y vengativa. Las influencias, mucho m�s amplias, del miedo social fomentaron tales cualidades. Uno de los bi�grafos de Stalin relata c�mo, de vez en cuando, el muy ilustre pr�ncipe Amilajviri cabalgaba en brioso corcel hasta la pobre casucha del zapatero para que le reparase las botas, desgarradas en la caza, y c�mo el hijo del zapatero, con un gran mech�n de pelo sobre la estrecha frente, miraba fijamente al pr�ncipe con ojos de aborrecimiento, apretando sus pu�os infantiles. Intr�nsecamente, esta pintoresca escena pertenece, a juicio nuestro, al dominio de la fantas�a. Sin embargo, el contraste entre la pobreza que le rodeaba y la relativa suntuosidad del �ltimo de los se�ores feudales de Georgia no pod�an menos de causar una punzante y pertinaz impresi�n en la conciencia del muchacho.

La capa inferior de la peque�a burgues�a no conoce m�s que dos carreras para sus hijos �nicos o inteligentes: empleado p�blico o cl�rigo. La madre de Hitler so�aba con la carrera eclesi�stica de su hijo. La misma grata esperanza acariciaba Ekaterina Djugashvili diez a�os antes, y aun dentro de un medio m�s humilde. El sue�o mismo (ver a su hijo envuelto en ropas talares) muestra casualmente lo poco impregnada que la familia del zapatero Bezo estaba de "esp�ritu proletario". Se conceb�a un futuro mejor, no a consecuencia de la lucha de clases, sino como resultado de romper con la propia clase.
El clero ortodoxo, a pesar de su modesta categor�a social y su bajo nivel cultural, pertenec�a a la jerarqu�a de los privilegiados por estar libre del servicio militar obligatorio, del impuesto capital y... del l�tigo. S�lo la abolici�n de la servidumbre dio acceso a los campesinos a las filas del clero, privilegio condicionado, no obstante, por una limitaci�n gubernativa: para ser promovido a un empleo eclesi�stico, un hijo de campesino necesitaba la especial dispensa del gobernador.
Los futuros popes se educaban en veintenas de seminarios, cuya antesala eran las escuelas teol�gicas. Por su categor�a en el sistema  estatal de educaci�n, los seminarios se aproximaban a las escuelas secundarias o institutos, con la diferencia de que en ellos los estudiantes laicos, �se supon�an ser simplemente d�biles pilares para la Teolog�a! En la vieja Rusia, los famosos bursy eran proverbiales por el salvajismo horrible de sus costumbres, su pedagog�a medieval y la ley del pu�o, para no citar la suciedad, el fr�o y el hambre. Todos los vicios censurados por la Sagrada Escritura florec�an en aquellos planteles de piedad. El escritor Pomyalovsky se gan� un lugar permanente en la literatura rusa como un autor veraz y despiadado de Bocetos de la Escuela Teol�gica (Ocherki Bursy, 1862). No puede uno menos de citar en esta saz�n las palabras que a prop�sito del mismo Pomyalovsky escrib�a su bi�grafo: "Aquel per�odo de su vida escolar aliment� en �l la confianza, el disimulo, la animosidad y el odio a quienes le rodeaban." Verdad es que las reformas del reinado de Alejandro II aportaron ciertas mejoras aun en la zona m�s rancia de la ense�anza eclesi�stica. Sin embargo, no m�s lejos que en la �ltima d�cada del pasado siglo, las escuelas teol�gicas, especialmente en la remota Transcaucasia, segu�an siendo los puntos m�s negros del mapa "cultural" de Rusia.
El Gobierno zarista rompi� hace mucho tiempo, no sin derramamiento de sangre, la independencia de la Iglesia georgiana, someti�ndola al S�nodo de San Petersburgo. Pero la hostilidad hacia los rusificadores continu� latente entre los grados inferiores del clero georgiano. El vasallaje de su Iglesia conmovi� la tradicional religiosidad de los georgianos y prepar� el terreno para la influencia de la socialdemocracia, no s�lo en las ciudades, sino tambi�n en el campo, en las aldeas. La atm�sfera culterana de las escuelas teol�gicas resaltaba m�s a�n, pues no s�lo ten�an por misi�n rusificar a sus pupilos, sino prepararlos para el papel de directores o polic�as espirituales. Un h�lito de enconada hostilidad impregn� las relaciones entre profesores y alumnos. La ense�anza se daba en lengua rusa: el georgiano quedaba relegado a una vez por semana, y no pocas veces se desde�aba como lengua de una raza inferior.
En 1890, seguramente poco despu�s de morir su padre, Soso, que entonces ten�a once a�os, entr� con una cartera de percal bajo el brazo en la escuela teol�gica. Seg�n sus condisc�pulos, el chiquillo puso gran empe�o en aprender su catecismo y sus oraciones. Gogojiya hace observar que gracias a "su extraordinaria memoria", Soso recordaba las lecciones literalmente de o�rlas al maestro, sin necesidad de repasarlas. En realidad, la memoria de Stalin (al menos su memoria para retener teor�as) es francamente mediocre. Pero, de todos modos, para recordar en clase no era necesario prestar excesiva atenci�n. Por entonces, el orden sacerdotal era, sin duda alguna, la ambici�n suprema del mismo Soso. La resoluci�n estimulaba sus aptitudes y su memoria. Otro condisc�pulo, Kapanadze, testifica que durante los trece a�os de internado y en los treinta y cinco de su actividad pedag�gica, nunca tuvo ocasi�n de encontrar a "un disc�pulo tan capaz y bien dotado" como Jos� Djugashvili. Y el mismo Iremashvili, que escribi� su libro no en Tiflis, sino en Berl�n, afirma que Soso era el mejor alumno de la escuela teol�gica. En otros testimonios hay, no obstante, importantes zonas oscuras. "Durante los primeros a�os, en los grados preparatorios -dice Glurdzhidze-, Jos� estudi� soberbiamente, y con el tiempo, al revelar aptitudes brillantes cada vez mayores, lleg� a ser uno de los mejores alumnos." En este art�culo, que presenta todas las se�ales de un paneg�rico escrito por orden superior, la circunspecta frase "uno de los mejores", indica claramente que Jos� no era el mejor, ni superior al resto de la clase, ni extraordinario. De id�ntica naturaleza son los recuerdos de otro condisc�pulo, Elisabedashvili. "Jos� -dice- era uno de los m�s inteligentes y uno de los m�s listos." En una palabra, no era el m�s listo. As� nos vemos inclinados a sospechar que, o bien vari� su posici�n escolar en los diversos grados o cursos, o bien algunos de los autores de memorias, pertenecientes por su parte a la retaguardia de la instrucci�n, no eran duchos en seleccionar a los mejores alumnos.
Sin pronunciarse definitivamente en cuanto a su clasificaci�n exacta en su clase, Gogojiya manifiesta que en desarrollo y conocimientos rayaba "muy por encima de sus condisc�pulos". Soso le�a todo cuanto encontraba en la biblioteca de la escuela, incluso los cl�sicos georgianos y rusos, que, naturalmente, eran cuidadosamente cernidos por las autoridades. Despu�s de los ex�menes de grado, Jos� fue recompensado con un diploma de m�rito, "lo que en aquellos d�as era una proeza extraordinaria, pues su padre no era cl�rigo y ejerc�a el oficio de zapatero". �Un rasgo notable!
En conjunto, las memorias escritas en Tiflis sobre "la juventud del Maestro" son m�s bien ins�pidas. "Soso nos llevaba al coro, y con su voz vibrante y armoniosa nos dirig�a al cantar las queridas canciones nacionales." Jugando a la pelota, "Jos� sab�a escoger a los mejores, y por eso ganaba siempre nuestro grupo". "Jos� aprendi� a dibujar espl�ndidamente." Pero ninguna de estas cualidades lleg� a convertirse en verdadero talento: Jos� no consigui� ser cantante, ni artista, ni brillar en el deporte. Menos convincentes resultan a�n menciones como las siguientes: "Jos� Djugashvili era notable por su gran modestia, y era un camarada afectuoso y sensible." "Nunca hac�a sentir a nadie su superioridad", y otras por el estilo. Si todo ello es cierto, hay que convenir en que, con los a�os, Jos� se transform� en lo contrario.
Los recuerdos de Iremashvili son incomparablemente m�s vigorosos y veros�miles. Pinta a su tocayo como un muchacho delgaducho, musculoso, lleno de pecas, sumamente resuelto, reservado y voluntarioso, capaz de conseguir siempre lo que se propon�a, ya se tratara de dominar a sus compa�eros de juego, ya de tirar piedras o escalar rocas. Aunque Soso era decididamente un fervoroso amante de la Naturaleza, los seres vivos no despertaban sus simpat�as. La compasi�n por la gente o los animales le era extra�a. "Nunca le vi llorar." "Soso s�lo ten�a una sarc�stica sonrisa para las alegr�as y los pesares de sus camaradas." Todo ello puede haberse pulido ligeramente en la memoria, como una piedra en el torrente; pero no es invenci�n.
Iremashvili comete un error indubitable al atribuir a Jos� una conducta rebelde ya en la escuela de Gori. Soso sufr�a casi a diario, seg�n �l, castigo como cabecilla de las protestas de los escolares, y particularmente por gritar contra "el odioso inspector Butyrski". Pero los autores de las memorias oficiales, esta vez sin prop�sito premeditado, retratan a Jos� como un alumno ejemplar, incluso en conducta, durante todos esos a�os. "Habitualmente era serio, perseverante -escribe Gogojiya-, y le disgustaban las jugarretas y las diabluras. Terminada la escuela, iba corriendo a su casa, y siempre se le ve�a enfrascado en la lectura de un libro." Seg�n el mismo Gogojiya, la escuela pagaba a Jos� un estipendio mensual, lo que hubiera sido completamente imposible en el caso de haber faltado alguna vez al respeto a sus superiores y, sobre todo, al "odiado inspector Butyrski". Todos los dem�s autores de memorias sit�an el comienzo de los modales rebeldes de Jos� en la �poca de sus d�as de Seminario en Tiflis. Pero, aun as�, ninguno consigna nada alusivo a que participara en protestas ruidosas. La explicaci�n de los fallos memor�sticos de Iremashvili y los de algunos otros, con referencia al lugar y al tiempo de determinadas peripecias, est� sin duda en el hecho de que todos los participantes consideraban el Seminario de Tiflis como continuaci�n directa de la escuela teol�gica. M�s dif�cil de comprender es el hecho de que ninguno, salvo Iremashvili, mencione rechiflas dirigidas por Jos�. �Es una simple aberraci�n de la memoria? �O es que Jos� desempe�aba en algunos "conciertos" un papel encubierto, del que s�lo unos pocos ten�an noticia? Ello no estar�a, ni mucho menos, en desacuerdo con el car�cter del futuro conspirador.
No se tiene seguridad en cuanto al momento en que Jos� rompi� con la fe de sus padres. Seg�n el mismo Iremashvili, Soso, en uni�n de otros dos chicos de la escuela, cantaba gustoso en la iglesia del pueblo durante las vacaciones estivales, aunque ya entonces (esto es, en los �ltimos cursos de la escuela) la religi�n era para �l cosa pret�rita. Glurdzhidze recuerda a su vez que Jos�, cuando ten�a trece a�os, le dijo un d�a: "Sabes, nos est�n enga�ando. No hay Dios..." En respuesta al grito de asombro de su interlocutor, Jos� le insinu� haber le�do un libro en el que se demostraba que "hablar de Dios es vana palabrer�a". �Qu� libro era aqu�l? "Darwin. Tienes que leerlo." La referencia a Darwin a�ade un matiz de incredulidad al episodio. Un ni�o de trece a�os, en una ciudad remota, dif�cilmente pod�a haber le�do a Darwin y sacado de su obra conclusiones ate�stas. Seg�n manifestaciones del mismo Stalin, emprendi� el camino de las ideas revolucionarias a los quince a�os; es decir, cuando ya estaba en Tiflis. Verdad es que pudo haber roto con la religi�n antes; pero, asimismo, es posible que Glurdzhidze, trasladado tambi�n de la escuela teol�gica al Seminario, confunda las fechas, anticip�ndose en unos a�os. Repudiar a Dios, en cuyo nombre se perpetraban las crueldades de que eran objeto los alumnos, no fue seguramente muy dif�cil. En todo caso, la energ�a interna necesaria para ello se vio recompensada cuando los instructores y las autoridades sintieron hundirse bajo sus pies el fundamento moral. De all� en adelante ya no pudieron hacer violencia s�lo por el hecho de ser los m�s fuertes. La expresiva f�rmula de Soso, "nos est�n enga�ando", arroja una luz clara sobre su mundo interior, independientemente de la fecha en que la conversi�n tuviera lugar, y de que fuese en Gori o en Tiflis, uno o dos a�os m�s tarde.
En cuanto a la �poca del ingreso de Jos� en el Seminario, diversas publicaciones oficiales dan a elegir entre tres fechas: 1892, 1893 y 1894. �Cu�nto tiempo permaneci� en el Seminario? Seis a�os, contesta El Calendario Comunista. Cinco, dice el bosquejo biogr�fico escrito por el secretario de Stalin. Cuatro a�os, asegura su antiguo condisc�pulo Gogojiya. La tablilla conmemorativa del edificio en que estuvo instalado el antiguo Seminario consigna, en cuanto es posible descifrarlo de una fotograf�a, que el "Gran Stalin" estudi� dentro de aquellas paredes desde el 1.º de setiembre de 1894 hasta el 21 de julio de 1899; por consiguiente, cinco a�os. �Es posible que la biograf�a oficial silencie la �ltima fecha por considerar que presenta el seminarista Djugashvili demasiado grandull�n? En todo caso, preferimos fiarnos de la tablilla conmemorativa, pues sus fechas se basan muy probablemente en los documentos del mismo Seminario.
Con el certificado de buena conducta en la escuela de Gori en su cartera, Jos� se encontr� a los quince a�os por vez primera, en oto�o de 1894, en la gran ciudad, que no pod�a menos de confundir su imaginaci�n, Tiflis, la antigua capital de los reyes de Georgia. No es exagerado decir que la ciudad, entre asi�tica y europea, dej� en el joven Jos� una huella que perdur� el resto de su vida. En el curso de su historia de casi mil quinientos a�os, Tiflis cay� varias veces en manos de sus enemigos, fue demolida quince veces, y en varias ocasiones arrasada hasta sus cimientos mismos. Los �rabes, los turcos y los persas, que penetraron en ella a pura fuerza, dejaron profunda impresi�n en la arquitectura y las costumbres del pueblo, y las trazas de aquella influencia han persistido hasta hoy. Se levantaron barrios europeos despu�s de conquistar Georgia los rusos, convirti�ndose la antigua capital en sede provincial y centro administrativo de la regi�n transcauc�sica. Tiflis contaba con m�s de 150.000 habitantes el a�o en que Jos� ingres� en el Seminario. Los rusos, la cuarta parte de esa cifra, eran disidentes religiosos desterrados, muy numerosos en Transcaucasia, o funcionarios militares y civiles. El comercio y la industria estaban concentrados en manos de los armenios, que desde antiguo constitu�an el sector m�s numeroso (38 por 100) y el m�s pr�spero de la poblaci�n. Los georgianos, relacionados con las aldeas, y que, como los rusos, sumaban la cuarta parte del vecindario aproximadamente, formaban la capa inferior de artesanos, traficantes y funcionarios civiles y militares subalternos. "Junto a calles que ofrecen un car�cter europeo contempor�neo... -consigna una descripci�n de la ciudad publicada en 1901-, se cobija un laberinto de callejuelas angostas, tortuosas y sucias, puramente asi�ticas, como las plazuelas y bazares, encuadrados por tenderetes abiertos de tipo occidental, puestos, caf�s, barber�as y repletos de una bulliciosa multitud de faquines, aguadores, recaderos, jinetes, reatas de mulas y asnos de carga, caravanas de camellos, etc�tera." La falta de alcantarillado, la insuficiencia de agua, los est�os t�rridos, el c�ustico y porfiado polvo de las calles, el alumbrado de petr�leo en el centro de la ciudad y la ausencia de faroles en todas las calles perif�ricas..., tales eran las caracter�sticas del centro administrativo y cultural de Transcaucasia al cambiar el siglo.
"Fuimos introducidos en una casa de cuatro pisos -refiere Gogojiya, que lleg� en uni�n de Jos� al Seminario-, y en los enormes aposentos de nuestro dormitorio, que albergaban de veinte a treinta personas. El edificio era el Seminario Teol�gico de Tiflis." Gracias a sus afortunados estudios de la escuela teol�gica de Gori, Jos� Djugashvili fue admitido en el Seminario provisto de todo, incluso ropas, calzado y libros de texto, lo cual, insistimos, hubiera sido totalmente imposible si se hubiese revelado como rebelde. �Qui�n sabe si las autoridades llegaron a confiar en que pudiese convertirse en ornato de la Iglesia georgiana! Como en la escuela preparatoria, la ense�anza se daba all� en lengua rusa. La mayor�a de los profesores eran rusos de nacimiento y rusificadores por deber. Se admit�a a georgianos como instructores en el caso de que demostraran un celo redoblado. El rector era ruso, fray Herm�genes; el inspector, georgiano, fray Abashidze, la persona m�s siniestra y detestable del Seminario. Iremashvili, que ha hecho la informaci�n m�s completa del establecimiento, recuerda:

"La vida en la escuela era triste y mon�tona. Encerrados d�a y noche entre muros de cuartel, nos sent�amos prisioneros obligados a permanecer all� a�os enteros sin haber cometido delito alguno. Todos est�bamos desalentados y de mal temple. Ahogados por las habitaciones y pasillos que nos aislaban del mundo exterior, la alegr�a juvenil nunca lograba afirmarse. Cuando, de tarde en tarde, el temperamento de la juventud se manifestaba, era inmediatamente sofocado por los monjes y monitores. La inspecci�n escolar zarista prohib�a leer literatura y peri�dicos georgianos. Tem�an que llegara a inspirarnos ideas de libertad e independencia para nuestra tierra, y que infectaran nuestras tiernas almas con las nuevas doctrinas del socialismo. Aun las pocas obras literarias que las autoridades seglares permit�an llegar a nosotros nos eran prohibidas por las eclesi�sticas so pretexto de que �ramos futuros popes. Las obras de Tolstoi, Dostoievski, Turgeniev y otros cl�sicos, permanec�an inaccesibles para nosotros."

Los d�as de seminario pasaron como en una prisi�n o en un cuartel. La vida escolar comenzaba a las siete de la ma�ana. Rezos, t�, clases. M�s rezos. Clases, con pausas, hasta las dos de la tarde. Rezos. Comida, pobre e insuficiente. Permiso para salir de las paredes del Seminario s�lo se conced�a en el intervalo de las tres y las cinco. Despu�s de esa hora se cerraban las puertas. Pasar lista. A las ocho, t�. Preparaci�n de lecciones. A las diez (despu�s de rezar de nuevo), cada cual iba a su catre. "Era como si estuvi�semos atrapados en una c�rcel de piedra", confirma Gogojiya. Durante los oficios de domingos y festivos, los estudiantes se pasaban tres y cuatro horas seguidas de "pie, siempre plantados en la misma losa del pavimento de la iglesia, cargando el cuerpo sobre un pie cuando el otro ya estaba entumecido, bajo la severa mirada de los monjes, que no los perd�an de vista. "Aun el m�s piadoso se hubiera olvidado de rezar a influjos de la interminable ceremonia. Tras los gestos devotos ocult�bamos nuestros pensamientos a los monjes de guardia.
Los m�todos pedag�gicos del Seminario ten�an todo cuanto los jesuitas han inventado para doblegar las almas infantiles, pero en una forma m�s primitiva, cruda y, por consiguiente, menos eficaz. Lo m�s notable era que la situaci�n del pa�s mal pod�a estimular el esp�ritu de humildad. En casi todos los sesenta Seminarios de Rusia hab�a estudiantes que, generalmente por influencia de los universitarios, colgaban sus h�bitos aun antes de haber tenido tiempo de vest�rselos, y sent�an profundo desprecio por el escolasticismo teol�gico, le�an novelas did�cticas, peri�dicos radicales rusos y demostraciones populares de Darwin y Marx. En el Seminario de Tiflis, el fermento revolucionario, alimentado por fuentes nacionalistas y de pol�tica general, gozaba ya de cierta tradici�n. En tiempos pret�ritos se hab�a traducido en acres conflictos con los profesores, expresiones descaradas de indignaci�n, y aun en la muerte violenta de un rector. Diez a�os antes de matricularse Stalin en el Seminario, Silvestre Dzhibladze hab�a matado a su profesor, por aludir con desprecio al idioma georgiano. Posteriormente, Dzhibladze fue uno de los fundadores del movimiento socialdem�crata en el C�ucaso, y se cont� entre los maestros de Jos� Djugashvili.
En 1885 vio Tiflis surgir sus primeros c�rculos socialistas, en donde los graduados del Seminario ocuparon al punto los primeros puestos. Al lado de Silvestre Dzhibladze encontramos all� a No� Jordania, el futuro dirigente de los mencheviques de Georgia; a Nicol�s Chkheidze, futuro diputado de la Duma y presidente del Soviet de Petrogrado durante el mes de la Revoluci�n de febrero de 1917, y a varios otros que estaban destinados a desempe�ar un notable papel en el movimiento pol�tico del C�ucaso y del pa�s entero. El marxismo en Rusia pasaba entonces todav�a por su fase de intelectualidad. En el C�ucaso, el Seminario Teol�gico se convirti� en el foco principal de la infecci�n marxista, simplemente porque en Tiflis no hab�a Universidad. En distritos retirados y no industriales, como Georgia, el marxismo se acept� en una forma particularmente abstracta, por no decir escol�stica. Los seminaristas ten�an al menos cierta pr�ctica en el uso de deducciones l�gicas. Pero en la base de la conversi�n al marxismo estaba, naturalmente, el profundo descontento social y nacional del pueblo, que imped�a a los j�venes bohemios a buscar la salida por la ruta revolucionaria.
Jos� no tuvo ocasi�n de abrir nuevos caminos en Tiflis, a pesar de los intentos de los Plutarco sovi�ticos para presentar el asunto bajo este aspecto. El golpe asestado por Dzhibladze, reverberaba a�n dentro de los muros del Seminario. Los antiguos seminaristas estaban ya al frente de la opini�n p�blica, sin perder contacto por ello con su madrastra, el Seminario. Bastaba una ocasi�n, un encuentro personal, un simple empell�n, para que los j�venes descontentos, irritados, altaneros, que s�lo necesitaban un pretexto, una f�rmula para encontrarse a s� mismos, derivaran naturalmente hacia la senda revolucionaria. La primera etapa por esta ruta ten�a que ser una ruptura con la religi�n. Si es posible que de Gori llevase el muchacho consigo residuos de fe, de seguro es que se disiparan en el Seminario. A partir de entonces, Jos� perdi� decididamente toda su afici�n a la Teolog�a. 
"Su ambici�n -escribe Iremashvili- alcanzaba tales alturas que se nos adelantaba mucho en sus realizaciones." Si esto es verdad, se refiere s�lo a un lapso muy breve. Glurdzhidze advierte que de los estudios del programa del Seminario, "Jos� prefer�a la historia civil y la l�gica", ocup�ndose en los otros temas s�lo en la proporci�n suficiente para salir airoso de los ex�menes. Habi�ndose enfriado respecto a la Historia Sagrada, se interes� por la literatura profana, las ciencias naturales y los problemas sociales. Le ayudaban estudiantes de las clases adelantadas. "Al descubrir en Jos� Djugashvili capacidad y esp�ritu investigador, comenzaron a platicar con �l y a procurarle revistas y libros", relata Gogojiya. "El libro era el compa�ero inseparable de Jos�, quien no se separaba de �l ni durante las comidas", asevera Glurdzhidze. En general, la avidez por la lectura era su caracter�stica principal durante aquellos a�os de germinaci�n. Despu�s de la retirada final por la noche, y de haber apagado los monjes todas las luces, los j�venes conspiradores sacaban las velas de sus escondites y a su luz vacilante se embeb�an en sus libros. Jos�, que hab�a pasado muchas noches sin dormir entregado a la lectura, comenz� a tener mal aspecto y a parecer so�oliento. "Cuando empezaba a toser -refiere Iremashvili-, yo sol�a quitarle los libros y apagarle la vela." Glurdzhidze recuerda que los estudiantes devoraban a hurtadillas obras de Tolstoi, Dostoievski, Shakespeare, Shelley, la Historia de la Cultura, de Lippert, los escritos del publicista radical ruso Pisarev... "A veces le�amos en la iglesia durante la misa, ocult�ndonos en los bancos."
Por aquel tiempo, los art�culos sobre literatura nacional de Georgia causaron sobre Soso la m�s profunda impresi�n. Iremashvili describe las primeras explosiones del temperamento revolucionario, en las que un idealismo todav�a fresco se asociaba al s�bito despertar de la ambici�n. "Soso y yo -evoca Iremashvili- habl�bamos frecuentemente del desgraciado sino de Georgia. Nos sent�amos arrebatados por las obras del poeta Shota Rustaveli..." Lleg� a ser modelo para Soso el personaje Koba, h�roe de la novela Nunu, por el autor georgiano Kazbek. En su lucha contra las autoridades zaristas, los monta�eses oprimidos son derrotados a causa de una traici�n, y pierden sus �ltimos restos de libertad, mientras que el caudillo de la rebeli�n lo sacrifica todo, incluso su vida, en aras de su pa�s y de su mujer, Nunu. Desde entonces, Koba "se troc� en divinidad para Soso... Deseaba convertirse en otro Koba, luchador y h�roe, tan famoso como el mismo Koba..." Jos� se apod� con el nombre del adalid de los monta�eses, y no quer�a que se le llamara por otro. "Su faz resplandec�a de orgullo y alegr�a cuando le llam�bamos Koba. Soso conserv� aquel sobrenombre durante muchos a�os, y fue tambi�n su primer seud�nimo cuando comenz� a escribir y a hacer propaganda para el Partido... A�n hoy, todo el mundo en Georgia le llama Koba, o Koba-Stalin." Respecto al entusiasmo del joven Jos� por el problema nacional de Georgia, los bi�grafos oficiales nada dicen. En sus escritos, Stalin aparece al punto como un consumado marxista. Sin embargo, no es dif�cil comprender que en el ingenuo "marxismo de aquel per�odo inicial, conviv�an en paz nebulosas ideas de socialismo con el romanticismo nacionalista de Koba".
En el curso de aquel a�o, seg�n Gogojiya, Jos� se desenvolvi� y madur� tanto, que en su segundo a�o comenz� a capitanear un grupo de camaradas en el Seminario. Si Beria, el m�s oficial de los historiadores, dice verdad, "en 1896-1897, Stalin dirig�a dos c�rculos marxistas en el Seminario Teol�gico de Tiflis". Stalin mismo nunca fue dirigido por nadie. Mucho m�s probable es la referencia de Iremashvili. Diez seminaristas, entre ellos Soso Djugashvili, organizaron, seg�n �l, un c�rculo socialista clandestino. "El estudiante m�s viejo, Devdariyani, a quien se encomend� la direcci�n, se entreg� a su tarea con toda seriedad." Redact�, o m�s bien recibi� de sus inspiradores de fuera del Seminario, un programa conforme al cual los miembros del c�rculo se compromet�an a transformarse, en el t�rmino de seis a�os, en consumados dirigentes socialdem�cratas. El programa comenzaba por Cosmogon�a y terminaba con una sociedad comunista. En las reuniones secretas del c�rculo se le�an documentos, acompa�ados de un acalorado cambio de opiniones. No todo se limitaba, seg�n dice Gogojiya, a la propaganda oral. Jos� "fund� y edit�" en lengua georgiana un peri�dico manuscrito que aparec�a dos veces al mes y circulaba de mano en mano. El vigilante inspector Abashidze, encontr� una vez, al registrar a Jos�, "una libreta con un art�culo para nuestra revista manuscrita". Tales publicaciones estaban estrictamente prohibidas, cualesquiera que fuesen los temas tratados, no s�lo en los institutos de ense�anza teol�gica, sino tambi�n en los seglares. Puesto que el resultado del descubrimiento de Abashidze se redujo a una "admonici�n" y a una mala nota en conducta, hemos de pensar que la revista aquella deb�a de ser bastante inocua. Es digno de tenerse en cuenta que Iremashvili, tan meticuloso, nada dice acerca de la revista.
En el Seminario, Jos� tuvo que resentirse de su pobreza m�s sensiblemente que en la escuela preparatoria. "...No ten�a dinero -dice a este prop�sito Gogojiya-, mientras que nosotros recib�amos de nuestros padres paquetes y algunos fondos para peque�os gastos. Durante las horas en que se pod�a salir del recinto de la escuela, Jos� no pod�a proporcionarse ninguna de las cosas accesibles a los hijos de familias m�s acomodadas que la suya. Tanto m�s desenfrenados eran sus sue�os y planes para el futuro, y m�s notorio el efecto producido sobre sus instintos en su trato con sus compa�eros de Seminario."
"De muchacho y en su juventud -atestigua Iremashvili- era buen amigo de aquellos que se somet�an a su dominante voluntad." Pero s�lo de �stos. Cuanto m�s imperativo era contenerse en presencia de sus preceptores, tanto m�s se afirmaba su despotismo en el c�rculo de sus camaradas. El c�rculo secreto, cerrado al mundo exterior, se convirti� en el escenario natural en que Jos� prob� sus fuerzas y la resistencia de los dem�s. "Le parec�a algo inconcebible -escribe Iremashvili- que cualquiera de los otros estudiantes pudiera ser director y organizador de grupo..., ya que �l le�a la mayor�a de los documentos." Quienquiera que se atreviese a refutarle o a intentar explicarle algo, despertaba al instante su "enemistad inclemente". Jos� sab�a c�mo perseguir y c�mo tomar venganza. Sab�a asestar el golpe en los puntos d�biles. En tales circunstancias, la solidaridad inicial del c�rculo no pod�a durar mucho. En su lucha por dominar, Koba, "con su cinismo altivo y venenoso, inyectaba querellas personales en la sociedad de sus amigos". Estas quejas relativas a su "cinismo venenoso", su insolencia y su car�cter vengativo, se repiten muchas, much�simas veces durante la vida de Koba.
En la biograf�a, m�s bien fant�stica, escrita por Essad-Bey, se dice que, al parecer, antes de sus d�as de Seminario, Jos� llev� una vida errante en Tiflis en compa��a de kintos (h�roes de la calle, charlatanes, copleros y atracadores), y que de esa �poca le quedaron sus maneras rudas y su habilidad para soltar reniegos. Todo esto es enteramente falso. Desde la escuela teol�gica, Jos� fue directamente al Seminario, de modo que no hubo intervalo posible para el vagabundeo. Pero lo curioso es que el ep�teto kinto no ocupa el �ltimo lugar en el diccionario cauc�sico. Significa tanto como arbitrista h�bil, c�nico, persona capaz de las m�s bajas connivencias. En el oto�o de 1923 o� por primera vez tal apelativo con referencia a Stalin de labios del antiguo bolchevique georgiano Felipe Majaradze. �No es posible que este apodo se le aplicara en su �poca juvenil, dando origen as� a la leyenda relativa al cap�tulo callejero de su vida?
El mismo bi�grafo habla de la "mano dura" con que al parecer Jos� Djugashvili se asegur� el triunfo en las ocasiones en que los medios pac�ficos no resultaban adecuados. Eso es dif�cil de creer. La arriesgada "acci�n directa" no fue nunca condici�n del car�cter de Stalin, muy probablemente tampoco en aquellos remotos a�os. Prefer�a y sab�a hacer que otros lucharan en serio, mientras �l se ocultaba en la sombra o detr�s de la cortina. "Lo que le vali� pros�litos -expone Iremashvili- era el miedo a su c�lera brutal y a sus malignas burlas. Sus partidarios sucumb�an a su caudillaje porque se sent�an seguros bajo su dominio... S�lo esos tipos humanos realmente pobres de esp�ritu e inclinados a las contiendas pod�an ser amigos suyos..." Las consecuencias inevitables sobrevinieron en seguida. Algunos miembros del c�rculo se retiraron, y otros fueron perdiendo gradualmente inter�s en las discusiones. "En el curso de unos a�os se formaron dos grupos, a favor y en contra de Koba; la lucha por una causa se troc� en una repugnante querella personal..." �sta fue la primera gran "querella" en la senda de la vida de Jos�, pero no la �ltima. Le esperaban a�n otras muchas.
No es posible dejar de decir aqu�, aun anticip�ndonos considerablemente, que Stalin, siendo ya secretario general del Partido Comunista, despu�s de pintar en una de las sesiones del Comit� Central con negros colores las intrigas y querellas personales que se estaban desarrollando en los diversos comit�s locales del Partido, a�adi� de manera inopinada: "Pero estas querellas tienen tambi�n su lado positivo, pues llevan a la direcci�n monol�tica." Sus oyentes se miraron unos a otros, sorprendidos; el orador continu� su informe sin inmutarse. La esencia de tal "monolitismo", aun en sus a�os juveniles, no siempre estuvo identificada con la idea. Dice Iremashvili: "No le preocupaba encontrar y determinar la verdad; sol�a atacar o defender lo que anteriormente hab�a sostenido o condenado. La victoria y el triunfo eran para �l mucho m�s preciosos." 
No es posible poner en claro la �ndole de las opiniones de Jos� en aquellos d�as, pues no dej� huellas escritas. Seg�n manifiesta Iremashvili, su tocayo era partidario de las acciones m�s violentas y de "la dictadura de la minor�a". La participaci�n de una imaginaci�n intencionada en el esfuerzo de la memoria es aqu� innegable: a fines del pasado siglo, no exist�a siquiera la cuesti�n de "dictadura". "Los extremismos de Koba no tomaron forma -contin�a Iremashvili- en virtud de un estudio objetivo, sino como producto natural de su ansia personal de poder y su ambici�n despiadada, que le dominaba f�sica y espiritualmente." Tras el indudable prejuicio en los asertos del antiguo menchevique debe uno saber encontrar el meollo de la verdad. En la vida espiritual de Stalin, el objetivo personal, pr�ctico, estuvo siempre por encima de la verdad te�rica, y su voluntad ha intervenido siempre con predominio sobre el intelecto.
Jos� Djugashvili no s�lo no se hizo pope, como su madre hab�a so�ado, sino que ni siquiera obtuvo el certificado que le hubiera podido abrir las puertas de ciertas universidades provinciales. C�mo sucedi� esto, y por qu�, es objeto de varias versiones no f�ciles de conciliar. En unas Memorias escritas en 1929, que ostensiblemente tratan de borrar la desfavorable impresi�n de las que escribi� en 1923, Abel Yenukidze manifiesta que en el Seminario, Jos� empez� a leer libros secretos de tendencias perniciosas. No escap� tal crimen a la atenci�n del inspector y, en consecuencia, el peligroso alumno "sali� disparado del Seminario". El historiador oficial cauc�sico, Beria, nos dice que Stalin "fue expulsado por no inspirar confianza". Naturalmente, nada hay de extra�o en ello; tales expulsiones eran cosa frecuente. Lo que parece extra�o es que hasta ahora no se hayan publicado documentos del Seminario relativos al caso. Que no han sido destruidos por el fuego ni arrebatados por el torbellino de los a�os revolucionarios resulta evidente al menos por la tablilla conmemorativa antes mencionada y m�s a�n por el silencio absoluto que se ha guardado sobre su suerte. �Es que no se dejan publicar por contener datos poco propicios o porque refutan ciertas leyendas de origen m�s reciente?
Lo m�s frecuente es encontrar la afirmaci�n de que Djugashvili fue expulsado por dirigir un c�rculo socialdem�crata. Su antiguo condisc�pulo del Seminario, Elisabedashvili, que no es testigo muy de fiar, nos informa que en los c�rculos socialdem�cratas "organizados seg�n instrucciones y bajo la direcci�n de Stalin" hab�a "de ciento a ciento veinte seminaristas". Si esto se refiere a los a�os 1905-1906, en que todas las aguas se hab�an desbordado y todas las autoridades se hallaban en extremo desconcierto, pudiera prest�rsele cr�dito. Pero trat�ndose del a�o 1899, semejante cifra puede tildarse de fant�stica. Si la organizaci�n hubiese contado con tantos miembros, el desenlace no se hubiera limitado a la mera expulsi�n; la intervenci�n de los guardias hubiera sido totalmente inevitable. Lejos de eso, Jos� no fue arrestado inmediatamente, sino que estuvo en libertad casi tres a�os despu�s de salir del Seminario. Por lo tanto, la versi�n que asegura ser los c�rculos socialdem�cratas la causa de su expulsi�n, ha de rechazarse definitivamente.
Gogojiya expone este desenlace con mucha m�s cautela, sin apartarse mucho, seg�n su costumbre, del fundamento de los hechos. "Jos� dej� de prestar atenci�n a sus lecciones -escribe-, estudiaba s�lo para obtener notas suficientes y para aprobar a fin de curso. El feroz monje Abashidze se extra�aba de que el talentoso y bien preparado Djugashvili, dotado de una memoria privilegiada, s�lo consiguiera notas mediocres... y consigui� obtener una decisi�n por la que se le expulsaba del Seminario." En cuanto a lo que hizo recelar al monje, cabe "recelar" tambi�n otras cosas. De las palabras de Gogojiya se deduce, desde luego, que Jos� fue expulsado del Seminario por haber descuidado sus estudios, resultado de haber roto con la superciencia teol�gica. La misma conclusi�n puede sacarse del relato de Kapanadze sobre lo ocurrido cuando estudiaba en el Seminario de Tiflis: "ya no era el asiduo estudiante que hab�a sido hasta entonces". Ha de advertirse que Kapanadze, Glurdzhidze y Elisabedashvili soslayan por entero el asunto de la expulsi�n de Jos� del Seminario.
Pero lo m�s asombroso es la circunstancia de que la madre de Stalin, en la �ltima etapa de su vida, cuando los historiadores oficiales y los periodistas empezaron a interesarse por ella, neg� categ�ricamente que hubiese habido tal expulsi�n. Cuando entr� en el Seminario el muchacho de quince a�os, era notable, seg�n dice la madre, por su excelente salud; pero el af�n con que estudiaba lleg� a agotarle al extremo de que los m�dicos temieron que enfermara de tuberculosis. Ekaterina a�ad�a que su hijo no deseaba dejar el Seminario, y que ella "se le llev�" contra su voluntad. Esto no es muy veros�mil. Por mala salud pudo interrumpir sus estudios una temporada, sin abandonar definitivamente la escuela ni renunciar a una carrera que colmaba las esperanzas de su madre. Adem�s, en 1899, ten�a Jos� ya veinte a�os, no se distingu�a por su docilidad, y es dif�cil que su madre pudiese intervenir en su destino de un modo tan sencillo. Finalmente, despu�s de salir del Seminario, Jos� no volvi� a Gori a guarecerse bajo las alas protectoras de su madre, lo que hubiera sido natural de haber estado realmente enfermo, sino que se qued� en Tiflis, sin ocupaci�n ni recursos. La vieja Keke no dijo toda la verdad cuando habl� con los periodistas. Puede suponerse que por entonces la madre consideraba la expulsi�n de su hijo como una gran desgracia para ella misma, y como el suceso hab�a ocurrido en Tiflis, ella hab�a asegurado a sus vecinos de Gori que su hijo no fue expulsado, sino que sali� voluntariamente del Seminario a causa de su estado de salud. Adem�s, la anciana debi� pensar que no era decoroso para "el director" del Estado el hecho de que le expulsaran de una escuela en su juventud. Casi no hace falta buscar otras razones m�s rec�nditas para la persistencia con que Keke repet�a: "No lo expulsaron; me lo llev� yo misma."
Pero acaso tampoco fue Jos� expulsado en el estricto sentido de la palabra. Tal versi�n, quiz� la m�s veros�mil, procede de Iremashvili. Seg�n �l, las autoridades del Seminario, vi�ndose defraudadas en sus esperanzas, comenzaron a tratar a Jos� con creciente despego y a censurarle constantemente. "As� sucedi� que Koba, convencido de la esterilidad de todo estudio serio, se convirti� gradualmente en el peor alumno del Seminario. Sol�a replicar a los reproches de sus profesores con su risita envenenada y desde�osa." El certificado que las autoridades del Seminario le dieron para pasar del sexto curso al �ltimo era tan malo, que el mismo Koba decidi� irse de all� el a�o anterior al del examen final. Aceptando esta explicaci�n, se comprende en el acto por qu� Yenukidze escribi� "sali� disparado del Seminario", evitando las expresiones, m�s precisas, de "fue expulsado" o "dej� el Seminario"; por qu� la mayor�a de sus condisc�pulos nada dicen con relaci�n a un episodio tan importante de la vida escolar de Jos�; por qu� no se han publicado documentos; por qu�, finalmente, su madre crey� tener derecho a decir que su hijo no hab�a sido expulsado, aun cuando ella diera al asunto cierto matiz distinto, transfiriendo la responsabilidad de su hijo a ella misma. Desde el punto de vista de la caracterizaci�n personal de Stalin o de su biograf�a pol�tica, los detalles de su ruptura con el Seminario apenas tienen inter�s. Pero no son mal ejemplo de las dificultades que la historiograf�a totalitaria opone a la investigaci�n aun de detalles tan secundarios.
Jos� entr� en la escuela teol�gica preparatoria a la edad de once a�os, en 1890, pas� luego al Seminario, cuatro a�os despu�s, y sali� de �l en 1899, de manera que estuvo nueve a�os en escuelas eclesi�sticas. Los georgianos se hacen pronto adultos. Jos� ya era un hombre hecho al dejar el Seminario, "sin diploma -escribe Gogojiya-, pero con opiniones definidas y firmes sobre la vida". Este largo per�odo de estudios teol�gicos no pudo dejar de ejercer una influencia profunda en su car�cter, en su modo de pensar y en su estilo, que constituye una parte esencial de su personalidad.
No cuesta mucho creer que desde el momento en que Jos� rompi� en su interior con la religi�n, el estudio de homil�ctica y la liturgia se le hicieron insoportables. Lo que es dif�cil comprender es c�mo pudo llevar una vida doble durante tanto tiempo. Si hemos de dar cr�dito al relato de que a la temprana edad de trece a�os Soso hab�a enfrentado a Darwin con la Biblia, hemos de convenir en que, a partir de entonces, durante siete largos a�os, estudi� pacientemente Teolog�a, aunque cada vez con menos fruici�n. Stalin mismo situaba la iniciaci�n de su ideolog�a revolucionaria en los quince a diecis�is a�os, en plena adolescencia. Es muy posible que se apartara de la religi�n dos o tres a�os antes de volverse hacia el socialismo. Pero aun admitiendo que ambos cambios ocurrieron simult�neamente, veremos que el joven ateo continu�, durante cinco a�os, explorando los arcanos de la ortodoxia.
Ciertamente, en las instituciones de ense�anza zaristas muchos j�venes librepensadores se vieron obligados a llevar una doble vida. Pero esto se refiere principalmente a universidades, donde el r�gimen se distingu�a, a pesar de todo, por una libertad considerable, y la hipocres�a oficial estaba reducida a un m�nimo ritual. En las escuelas secundarias, esta divergencia era m�s dif�cil de sostener, pero no sol�a durar m�s de un a�o o dos, y luego el joven ve�a ante s� las puertas de la Universidad, con su relativa libertad acad�mica. La situaci�n docente seglar, donde los alumnos est�n sujetos a vigilancia s�lo una parte del d�a, y la llamada "Religi�n" era tan s�lo una de las asignaturas secundarias; sino en una instituci�n religiosa cerrada, donde todo en su vida se hallaba sometido a las exigencias de la Iglesia y donde no daba un paso a espaldas de los monjes. Para soportar este r�gimen durante siete, o siquiera cinco a�os, se necesitaba una cautela extraordinaria y excepcionales aptitudes de disimulo. Durante los a�os de su permanencia en el Seminario, nadie advirti� el menor signo de protesta expresa, ning�n atrevido acto de insubordinaci�n por su parte. Jos� se re�a de sus profesores a hurtadillas, pero nunca se mostr� imprudente en su misma cara. No agredi� a ning�n pedagogo patriotero, como hab�a hecho Dzhibladze; lo m�s que hizo fue contestar "con una risita desde�osa". Su hostilidad era reservada, solapada, vigilante. El seminarista Pomyalovsky, durante su vida de interno, fue infectado, seg�n o�mos, de "recelo, reserva, enemistad y odio hacia el medio circundante". Casi la misma actitud, pero a�n m�s pronunciada, dice Iremashvili, era caracter�stica de Koba. En 1899 dej� el Seminario, llevando consigo "una hostilidad rencorosa y feroz contra la administraci�n docente, contra la burgues�a, contra todo cuanto exist�a en el pa�s y encarnaba el zarismo. Odio contra toda autoridad". 

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