Ciencia Social y perspectiva latinoamericana

Vania Bambirra

Agosto de 1976


Fonte: Arquivo Vania Bambirra - https://www.ufrgs.br/vaniabambirra/ - Datilog. (Com a referência: Cidade Universitária, agosto de 1976)

HTML: Fernando Araújo.


“En Chile se inventó la “revolución en libertad” [nota: nome dado a si mesmo pelo governo Eduardo Frei], para demostrar que la justicia social era posible sin en socialismo, que es tanto como demostrar que puede haber justicia bajo el dominio imperialista, el sistema capitalista, la dictadura de la burguesía y la explotación del hombre por el hombre. Hoy al imperialismo, después de estos ensayos engañosos, ridículos y utópicos, sólo le queda el fascismo. Esta verdad clara y descarnada la comprenden los pueblos. Ya no hay siquiera modelos clásicos de “democracia representativa”, como lo fueron durante mucho tiempo, para regocijo de liberales e ignorantes, Uruguay y Chile. Sólo hay dictadura fascista, tortura y crimen. ¿Y que puede ser ésta, sino la única antesala de los cambios verdaderamente radicales y profundos que nuestros pueblos necesitan? ¿Después del fascismo, qué queda al imperialismo?”
(Discurso del Comandante Fidel Castro en el acto central con motivo del XV aniversario de la victoria de Playa Girón, La Habana, 19 de abril de 1976).

I – La Ciencia Social Marxista y Sus proyecciones en América Latina.

Fue con Marx que la sociología se elevó al nivel de ciencia: esta es la tesis que sostiene Lenin en su obra “Quiénes Son los ‘Amigos del Pueblo’ y Como Lucha la Socialdemocracia”. Lenin muestra, en base al prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía política, como Marx desarrolló la “idea del materialismo en la sociología”. Vale la pena empezar este trabajo con una larga cita de Lenin para ilustrar su interpretación del marxismo respecto al tema. Según él, “por el momento, no era sino hipótesis, pero una hipótesis que por primera vez hacía posible tratar de un modo rigurosamente científico los problemas históricos y sociales. Hasta entonces, como los sociólogos no sabían descender hasta relaciones tan elementales y primarias como las de producción, empezaban directamente por la investigación y estudio político-jurídicas, tropezaban con el hecho de que estas formas surgían de tales o cuales ideas de la humanidad en un momento dado, y no pasaban de ahí; resultaba como si las relaciones fuesen establecidas concientemente por los hombres”;(1) Lenin destaca en seguida como esta conclusión encontró su expresión más elaborada con Jean-Jacques Rousseau, en su obra El Contracto Social que sin duda influenció a los socialistas utópicos. El destaca también como este tipo de concepción era contradictoria a las observaciones históricas. “El materialismo [prosigue Lenin], ha eliminado esa contradicción, profundizado el análisis hasta llegar al origen de estas mismas ideas sociales del hombre, y su conclusión de que el desarrollo de las ideas depende del de las cosas es la única compatible con la psicología científica. Además, también en otro sentido esta hipótesis, por vez primera, ha elevado la sociología al grado de ciencia. Hasta ahora los sociólogos distinguieron con dificultad, en la complicada red de fenómenos sociales, los fenómenos importantes de los que no lo eran (esta es la raíz del subjetivismo en sociología), y no supieron encontrar un criterio objetivo para esta diferenciación. El materialismo proporciona un criterio completamente objetivo, al destacar las relaciones de producción como estructura de la sociedad, y al permitir que se aplique a dichas relaciones el criterio general de la repetición, cuya aplicación a la sociología negaban los subjetivistas. Mientras se limitaban a las relaciones sociales ideológicas (es decir, relaciones que antes de establecerse pasan por la conciencia de los hombres), no podían advertir la repetición y regularidad de los fenómenos sociales de los diversos países, y su ciencia, en el mejor de los casos, se limitaba a describir tales fenómenos, a recopilar materia prima. El análisis de las relaciones sociales (…) permitió inmediatamente observar la repetición y la regularidad, y sintetizar los sistemas de los diversos países en un solo concepto de formación social. Esta síntesis fue la única que permitió pasar de la descripción de los fenómenos sociales (y de su valoración desde el punto de vista del ideal) a su análisis rigurosamente científico, que subraya, por ejemplo, que diferencia a un país capitalista de otro y estudia qué tienen de común todos ellos”.

Y concluye Lenin: “esta hipótesis creó, además, por primera vez, la posibilidad de existencia de una sociología científica, porque sólo reduciendo las relaciones sociales a las de producción, y estas últimas al nivel de las fuerzas productivas, se obtuvo una base firme para representarse el desarrollo de las formaciones sociales como un proceso histórico natural. Y sobrentiende que sin tal concepción tampoco puede haber ciencia social”.(2)

En seguida Lenin resalta como Marx comprueba esta hipótesis en base al estudio aproximadamente de veinte cinco años de materiales documentales y de un “gigantesca cantidad de datos” analizando las leyes de movimiento de la formación social capitalista. El resultado fue El capital. Pero Marx “no se limitó sólo a la “teoría económica”, en el sentido habitual de la palabra; al explicar la estructura y desarrollo de una formación social determinada exclusivamente por las relaciones de producción, siempre y en todas partes estudió las superestructuras correspondientes a estas relaciones de producción, cubrió de carne el esqueleto y inyectó sangre”.(3)

El marxismo logró pues, a través de esta síntesis, explicar científicamente el funcionamiento de la formación social capitalista, constituyéndose así como “sinónimo de ciencia social” como “la única concepción científica de la historia”.(4)

Estas consideraciones deben ser el marco teórico general con el cual podemos aproximarnos a la comprensión de la situación actual del pensamiento científico social marxista en América Latina. No obstante es necesario hacer un somero resumen de las condiciones histórico-sociales en las cuales se ha desarrollado este pensamiento en América Latina.

Sólo a partir del impacto de la Revolución Bolchevique que la concepción científica marxista-leninista empezó a fincar sus raíces en el continente, mediatizada en los años veinte por la formación de varios de los partidos comunistas. Esta época correspondía también a la superación de la influencia anarquista, en sus versiones bakuninista o proudhonista, que había hegemonizado hasta entonces la orientación política de la clase obrera. De todos los efectos de la primera gran revolución proletaria son relativamente retardados pues coinciden con el agotamiento del proceso revolucionario campesino en México, con las supervivencias del anarquismo y, al final de los años veinte y durante los treinta con el desarrollo impetuoso del pensamiento nacionalista populista, de corte burgués, que expresaba el control político hegemónico que mantendrá la burguesía sobre el movimiento obrero y popular hasta aproximadamente el término de los años cincuenta. El predominio de esta concepción está dado por las condiciones objetivas y subjetivas que condicionaban la lucha política y social de la clase obrera. Era la época del ascenso a una posición de hegemonía del poder, en varios países, de la burguesía industrial, que ostentaba entonces un proyecto propio de desarrollo nacional, (por cierto este sector de las clases dominantes articulaba todo un sistema de compromisos con los viejos sectores oligárquicos); la clase obrera aún estaba marcada por sua orígenes artesanales y campesinas lo que la hacía muy vulnerable a los apelos paternalistas del populismo burgués.

De todos modos, pese al predominio del pensamiento burgués sobre el movimiento popular, es correcto ubicar entre los años veinte y treinta una nueva etapa en la evolución de un pensamiento social que busca ser científico y avanzar en la comprensión y explicación de las características universales e específicas de las sociedades latinoamericanas. Por cierto este pensamiento es variado y refleja las distintas perspectivas de clase que se van conformando en esta época. Algunos de sus mejores ejemplos pueden ser encontrados en las obras de Maríategui, que representan un esfuerzo de asimilación del socialismo científico y de aporte a su utilización como método de análisis para captar la realidad social de América Latina; de Haya de la torre, que sin duda refleja un intento de comprensión y proposición de alternativas de desarrollo capitalista desde una perspectiva típicamente pequeño-burguesa; y por último vale mencionar también, como un ejemplo, la obra de Henrique Simonsen, quien es uno de los mejores prototipos de un pensamiento que refleja la más consecuente de las perspectivas burguesas industrialistas del período.

Así, en América Latina las respectivas clases van produciendo sus respectivos teóricos que tratan de sistematizar las alternativas que se contraponen. Sin embrago, en esta época aurea del capitalismo dependiente, las ideas dominantes no dejan de ser las ideas de las clases dominantes. Pese a la efervecencia del movimiento popular que recorre América Latina en el final de los años veinte y comienzos de los treinta y que penetra en las universidades – muchas de las cuales, como la Argentina, ya tenía una tradición de lucha democrática – los instrumentos básicos de análisis son aún fundamentalmente basados en los instrumentales científicos-técnicos desarrollados en función de los intereses del capitalismo metropolitano. Los análisis de los fenómenos sociales son tareas de los abogados y literatos y las profesiones de economista y sociólogo sobre todo, aún no son requeridas como necesidad imperiosa del sistema cuya infra estructura productiva se caracteriza por la predominancia del sector primario exportador y, secundariamente en algunos países, por la industria de bienes de consumo. Los más significativos esfuerzos de comprensión de la realidad social del continente van a ser impulsados sobretodo a partir de los años cuarenta y especialmente en la década del cincuenta, por intellectuales vinculados a los partidos comunistas. Merece atención la obra de R. Arismendi. Pero también se relevante destacar los apotes de varios historiadores como son Caio Prado Júnior y Nelson Werneck Sodré en Brasil; Sergio Bagú y Silvio Frondizi, en Argentina; Ramírez Necochea en Chile; Chávez Orozco, en México; Julio Le Riverend y muchos otros, en Cuba.

Al terminar la segunda guerra mundial varios de los países latinoamericanos habían logrado – en base a la utilización de los mecanismos que se han dado llamar substitución de importaciones y a la expansión de los mercados internos – desarrollar, de manera considerable su infra estructura industrial. Tal situación objetiva planteaba, prácticamente, la necesidad de elaboración de proyectos de desarrollo que, de acuerdo a las posibilidades del sistema, contemplaran la viabilidad de modernización y expansión fundamentalmente del sector secundario visando, si no sintonizarlo, por lo menos aproximarlo de los últimos niveles científicos y tecnológicos que se empiezan a lograr al fin del conflicto bélico, particularmente en los Estados Unidos.

En 1949 se crea CEPAL (Comisión Económica para la América Latina). Fué la institución que se abocó a esta tarea tratando de elaborar toda una nueva concepción desarrollista para los gobiernos latinoamericanos. Tal concepción, que pretendía ser progresista en sus postulados y metas – y encontró su expresión mas elaborada en las obras de Raúl Presbisch – tuvo una gran influencia en el pensamiento económico, político y sociológico del continente. El impulso hacia el desarrollo de este tipo de pensamiento era dado si duda por las demandas crecientes que el desarrollo industrial planteaba: necesidad de datos, de información objetiva, de su procesamiento, en fin de elaboración, de análisis mas rigurosas de los fenómenos económicos, sociológicos y políticos. La profesión de economista sobre todo, y secundariamente otras como la de sociología, empiezan a adquirir un nuevo status. Durante los años cincuenta y entrando la década de los sesenta, el pensamiento económico y sociológico se desarrolla en América Latina en parte aún permeado fuertemente por las corrientes de pensamiento vigentes en los países capitalistas desarrollados pero también, en buena medida, buscando enfrentarse a las respectivas problemáticas nacionales y continental y tratando de sistematizar un conocimiento en base al cual se pudiera implementar todo un desarrollo económico y político de las sociedades latinoamericanas. Por esta época se crean en varios países centros de estudios de realidades nacionales, se acentúa el espíritu crítico frente a la adopción mecánica de los modelos analíticos importados o críticamente de otras realidades, se pone en moda postulados que preconizaban la “reducción sociológica”. Una de sus máximas expresiones fue el Instituto Superior de Estudios Brasileños que atrae a personalidades del ambiente académico del país y que tenía como objetivo la elaboración de un pensamiento nacionalista.

De esta manera, el auge del pensamiento nacionalista y desarrollista en el continente coincide en cierto sentido con el auge de la política nacionalista populista que venia preconizando y tratando de implementar las burguesías latinoamericanas. Como fenómeno político esta concepción había encontrado ya sus momentos cumbre con el “varguismo” en Brasil, el “peronismo” en Argentina, el “cardenismo” en México.

Pero el auge del nacionalismo burgués en América Latina es también el comienzo de su fin, de la misma manera que el apogeo de aquél pensamiento que buscaba racionalizarlo y orientarlo pone al desnudo sus limitaciones teórico-metodológicas y sus características esencialmente utópicas en cuanto a metas. Al capitalismo dependiente latinoamericano no estaban dadas las posibilidades de un desarrollo nacional autónomo, vale decir, independiente y soberano.

Ya ha sido por demás analizado el nuevo carácter que asumen las relaciones de dependencia en América Latina a partir del póst-guerra. Ya ha sido suficientemente demostrado como la penetración masiva del capital extranjero, bajo la forma de inversiones directas, se dirige hacia el eje central del proceso de acumulación, vale decir la industria manufacturera, engendrando como consecuencia la desnacionalización de la propiedad de los medios de producción. Ya ha sido puesto en evidencia por la realidad y descrito y explicado por los análisis políticos y sociológicos las consecuencias que este proceso tuvo en el sentido de hacer con que las burguesías latinoamericanas tuviesen que abandonar su superada concepción y proyectos nacionalistas aceptando su rol de clase dominante-dominada. No es necesario repetir aquí esta historia ya conocida. Pero es importante mencionar una vez más que el epílogo de esta etapa latinoamericana coincide con el prólogo de una nueva era expresada por la Revolución Cubana. Desde entonces, el socialismo deja de ser una lejana perspectiva futura y pasa a presentarse como un proyecto viable, como una posibilidad y fueron necesarios que transcurrieran algunos años antes de que el análisis científico comprometido con la perspectiva de las clases dominantes pudiera sistematizas la explicación de los factores que hicieron posible el socialismo en Cuba y que lo hacen posible en los demás países del continente.

Los esfuerzos de sistematización de la necesidad histórica del socialismo en América Latina empiezan a generalizarse a partir de mediados de los años sesenta, en contra-partida al fracaso práctico del nacionalismo y desarrollismo burgués, lo que ponía en el orden del día la tarea de emprender una crítica esencial a sus postulados teóricos.

Es pues en el contexto de una profunda crisis del capitalismo dependiente latinoamericano y de sus reflexos más patentes al nivel de su superestructura, que una parte significativa de los economistas, sociólogos, historiadores y cientistas políticos buscan el materialismo histórico como instrumental de análisis adecuado para comprender, explicar y vislumbrar la alternativa de desarrollo cualitativamente distinta que la Revolución Cubana había inaugurado en el continente.

Esta necesidad de desarrollar un análisis totalizador – vale decir que integrara la comprensión de las relaciones de producción a la de las superestructura que le corresponde – para comprender esta crisis multifacética, explica la relativamente grande difusión del materialismo histórico en América Latina a partir de los años sesenta. Estaba planteada la importancia de un esfuerzo teórico de amplias dimensiones. Debido a las restricciones provenientes de la formación académica burguesa se hacía imprescindible un intercambio de ideas y conocimientos a través de un proceso intenso de discusión que permitiera superar los límites de las especializaciones disciplinarias.

Estas condiciones, pese a que existieron también en otras partes del continente, fueron creadas sobre todo en Chile, país que concentró a partir de la segunda mitad de los años sesenta un número significativo de intelectuales que eran perseguidos en sus respectivos países por las dictaduras militares y donde estaba ubicada la sede central de la CEPAL y del ILPES. Paradoxalmente, un gran aporte al cuestionamiento teórico del desarrollismo provino de elementos que trabajaban entonces en aquellos organismos que le habían dado origen.

Es cierto que en América Latina la mayor parte de los llamados científicos sociales trabajan para el sistema, sea en instituciones públicas o privadas, se dedican con buena o mala conciencia a racionalizarlo, a proponerle reajustes superficiales para que pueda seguir funcionando tal cual. Pero también es cierto que buena parte de ellos – ¿y por qué no la mejor? – enfrentados a la necesidad de análisis totalizadora encuentran en el socialismo científico la teoría y la metodología adecuadas y, por utilizarlas, naturalmente van superando su estricta condición de sociólogos, o economistas, o historiadores, o científicos políticos, formados por la burguesía y transformándose en científicos sociales marxistas. El papel de las universidade fué definitivo en este sentido. En muchas de ellas, bajo la vigencia de gobiernos de corte democrático, se ha podido trabajar con plena libertad de investigación y de docencia y se creó, por tanto, condiciones óptimas para el libre desarrollo del pensamiento científico.

Es necesario destacar que a pesar de la incuestionable atracción que el pensamiento marxista ejerció sobre los científicos sociales latinoamericanos a partir de esa época (y eso se debió no sólo a su superioridad como instrumental analítico frente a un instrumental burgués insuficiente y decadente, sino también por la radicalización política hacia la izquierda que era producto del impacto de la Revolución Cubana en un continente en profunda crisis, muchos de estos, especialmente entre los mismos sociólogos, no lograron superar sus formaciones originales en base a concepciones distintas de la marxista. Existen varios casos de utilización eclética de enfoque marxista mesclado con enfoque weberianos, parsonianos, etc. De la misma manera existen intentos de aplicación mecánica y no creadora del marxismo. Esas versiones inortodoxas de un método que prima por su riqueza y complejidad han limitado su eficacia y suscitado varias críticas por ejemplo a los esfuerzos de elaboración de la teoría de la dependencia. Por lo general estas críticas no han buscado establecer las diferenciaciones entre los grupos de autores, han caído en una burda generalización que, al invéz de aportar hacia una mayor precisión y rigor conceptual y analítico, significan más bien un retroceso. Los análisis marxistas del capitalismo latinoamericano deben ser definitivamente sistematizados, partiendo de los importantes aportes que ya han dado, desarrollando su lógica interna y su demostrabilidad, con el objeto de que se pueda al fin consolidar definitivamente la teoría marxista de la dependencia. Esto es sumamente relevante pues es el análisis marxista del fenómeno de las relaciones de dependencia en América Latina lo que posibilita demostrar la existencia de las condiciones – objetivas para el socialismo en el continente.

II – Las Condiciones Objetivas Para El Socialismo

Hay todo un significativo número de científicos sociales en América Latina que, en base al análisis marxista (mejor logrado en algunos casos que en otros…) de las condiciones objetivas del capitalismo dependerte en el continente, pretende demostrar que el socialismo es una alternativa viable y necesaria.(5)

Por cierto, existen también los ideólogos burgueses que sencillamente no admiten la existencia de la alternativa socialista, la cual solo podría ser viable para ellos como resultado catastrófico de un mal manejo del poder por las cales dominantes. Estos últimos casos siquiera tomamos en consideración pues su postura no es científica sino estrictamente ideológica.

Trataremos de presentar primero una breve argumentación respecto de la existencia de las condiciones objetivas del socialismo en América Latina, para en seguida tratar de cuestionar la argumentación contraria pues creemos que es solo desde la perspectiva de la viabilidad y necesidad de la organización económico-social superior es que se puede discernir los límites y las posibilidades tanto teórica como políticas de las demás alternativas.

Las condiciones objetivas para el socialismo en América Latina se generan a partir de los años sesenta. Estas son un resultado de una agudización extrema de las contradicciones comunes a todo capitalismo y de aquellas que son típicas del capitalismo dependiente y que se manifiestan tanto en el nivel económico como en el del poder político.

Si nos detenemos a analizar el proceso de desarrollo dependiente y ,en la medida en que es posible, hacer generalizaciones para el continente en su conjunto, podemos destacar algunas profundas anomalías que caracterizaron el curso de la expansión histórica del sistema en las últimas décadas y que tendieron a agudizarse a partir de la última póst-guerra, cuando se procesa la integración monopólica mundial.

En primer lugar, hay que resaltar la imposibilidad de crecimiento y integración significativa de los mercados internos potenciales, debido a la supervivencia de relaciones de producción anacrónicas – como la latifundista – y al carácter excluyente del desarrollo económico. El capitalismo en América Latina no tuvo la oportunidad de desarrollarse como un resultado “normal” del crecimiento de sus fuerzas productivas. La vinculación, desde su cuna, con el capitalismo dominante, deformó muchas de sus tendencias, agravándolas. El hecho, por ejemplo, de la necesidad de importación de tecnología y del control de esa tecnología por empresas extranjeras al interior de las economías dependientes agudiza dos tipos de problemas: primero la descapitalización, a través de pagos de servicios, royalties, etc., segundo, su incidencia sobre el empleo, por tratarse de tecnologías ahorradoras de mano de obra. Tales fenómenos, coexistiendo con la mantención de relaciones de producción arcaicas tienden a profundizar el carácter excludente del sistema, a limitar la expansión de los mercados y, en definitiva, a contener las posibilidades de expansión del mismo.

En segundo lugar, la dependencia de la importación de tecnología, de maquinarias y materias primas, hace agudo el problema de los créditos de estos países, lo que acentúa los mecanismos acumulativos de la dependencia, haciéndolos cada vez más vulnerables a situaciones de depresión y a períodos de estancamiento.

En tercero lugar, la tendencia constante de crecimiento inflacionario como recurso para financiar proyectos de expansión industrial, obras públicas, etc. engendra como contra partida la necesidad de políticas de contención del gasto fiscal, salarial y de créditos, las políticas de estabilización monetaria acentúan el proceso de monopolización de la economía, favoreciendo siempre a las grandes empresas controladas directamente por el capital extranjero y profundizan la super-explotación de la fuerza de trabajo de la clase obrera, planteando, como necesidad imperiosa del sistema, la represión sistemática sobre el movimiento obrero para que este no tenga capacidad de reivindicar aumentos salariales.

En cuarto lugar, todos estos factores conducen a una agudización sustantiva, y permanente de la crisis económica y política que es intrínseca a los mecanismos de funcionamiento del sistema. Las manifestaciones y consecuencias de esa crisis son más graves en unos países que en otros. Pero de todos modos esta situación crítica no es solo coyuntural y por tanto no puede ser resuelta con reajustes en las políticas económicas o con la implementación de reformas sociales superficiales. Ella es el resultado intrínseco a los mecanismos de funcionamiento del capitalismo dependiente, es por tanto, una crisis estructural.

Si nos referimos a su aspecto económico, esto no significa por cierto que el desarrollo capitalista en América Latina se haya agotado y que no exista la posibilidad de que se siga logrando períodos de expansión. Estos son el resultado de la superación de las crisis coyunturales. No se justifica por tanto una visión catastrofista. Cualquiera que conozca cómo funciona el proceso de reproducción del sistema tiene bien claro que los períodos de crisis cíclicas son sucedidos por períodos de recuperación, pues aquellos crean las condiciones para una nueva etapa de acumulación. Esto ha ocurrido en varios países del continente y el caso más significativo fue el de Brasil, país que logró alcanzar significativas tasas de crecimiento por un período de aproximadamente seis años: 1968 a 1973.

Sin embargo, es muy claro que dadas las características del capitalismo dependiente, los períodos de desarrollo tienden a exacerbar violentamente las contradicciones del sistema y a prenunciar crisis cada vez más graves y profundas. Esto es así, como ha sido demostrado por varios autores, debido a ese carácter sumamente excluyente del desarrollo volcado hacia el consumo de pequeñas minorías lo que limita sus márgenes de expansión y por ser además dependiente del control de la tecnología y de los préstamos y financiamientos, tiende a profundizar irreversiblemente le dependencia estructural del capital extranjero. Por cierto en esta situación, aún en los períodos de relativa expansión, el sistema no puede solucionar los agudos problemas económicos y sociales. No puede promover la expansión del mercado interno de manera sustantiva y provechar ese inmenso potencial que reside en las zonas rurales pues, debido al compromiso histórico de los sectores modernos de las burguesías con los sectores tradicionales y, debido también al proceso de formación de nuevos sectores de propietarios de tierras – los nuevos latifundistas – el capitalismo dependiente no tiene condiciones de resolver, de manera significativa, el problema de la tierra, de la reforma agraria.

Frente a tal situación el descontento por parte de las clases dominadas es creciente, el límite de las posibilidades de concesiones de los gobiernos es cada vez más restricto, el problema de la mantención del poder se pone en el orden del día y se torna patente que ese descontento popular sólo puede ser contenido por medidas de fuerza, por regímenes de excepción. Es por esto que los golpes militares pasan a ser una constante en la vida latinoamericana y América Latina se transforma paulatinamente en el continente de los uniformados, vale decir, las F.F.A.A. asumen como tales la responsabilidad de implementar la política burguesa.

Pero tal realidad sin duda pone al desnudo la debilidad intrínseca y substantiva del capitalismo dependiente que destacamos en quinto y último lugar: el sistema para sobrevivir tiene que adoptar como método de gobierno la represión sistemática a las clases dominadas.

Para mantener su poder la burguesía acepta la alternativa golpista como una salida desesperada para una situación insostenible bajo la forma democrática. Si lo pudiera, evitaría el golpismo. Las clases dominantes prefieren, siempre que es posible, actuar bajo las formas democrático–parlamentarias. Sin embargo, la mantención de la democracia en América latina es un lujo que ya no se pueden dar las burguesías y el imperialismo en aproximadamente dos tercios de los países del continente. Este es un lujo demasiado peligroso cuando la inmensa mayoría de la población, pos su condición objetiva de miseria. representa una oposición manifiesta al régimen.

Los sectores más lúcidos de las burguesías tienen una clara conciencia de tal situación y no es por una perversidad gratuita, sino instinto de supervivencia, que adoptan el sistema de terror. Una de las manifestaciones más sintomáticas de este hecho es el asesinato de hombres que simbolizan, no propiamente una alternativa socialista, sino la democrática. Acordémonos, por su gran significado de algunos casos: el chileno Carlos Pratts, el boliviano Juan José Torres y el liberal nicaragüense, Chamorro.

Fué este mismo instinto de sobrevivencia que llevó al demócrata cristiano, Eduardo Frei, junto a toda corriente del mismo partido que él lideraba, a crear las condiciones políticas cruciales, junto a la extrema derecha, de lo que ha sido el más brutal y salvaje golpe militar de continente.

Los Pinochet, los Geisel, los Videla, los Banzer y otros tantos del mismo estilo no son meros tiranos que por una trágica conjuntura de la historia enlodan la vida de los pueblos. No: son expresiones desesperadas del instinto de conservación de un régimen a la muerte.

Es por todo eso que el socialismo se presenta en América Latina dialécticamente como la alternativa viable que impulsa el sistema a las contrarrevoluciones preventivas (es óbvio que los golpes no se dan por temor a las democracias burguesas, sino por la ineficacia de estas para contener la exacerbación de la lucha de clases), como la única salida capaz de permitir la liberación económica, política y social de los pueblos; en consecuencia, por antítesis, el socialismo se convierte en la única posibilidad efectiva de detener el curso del proceso de facistización del continente. El socialismo deja de ser un ideal doctrinario para convertirse en una absoluta necesidad histórica: una posibilidad de un desarrollo industrial integrado a nivel nacional y continental; de incorporación de la vasta masa campesina al proceso de producción y consumo modernos; de distribución racional más equitativa; de incrmeno de los recursos económicos, técnicos, culturales de los países; de resolución de los agudos problemas de habitación, salud, educación de los pueblos a través de la implementación de un sistema de planificación centralizada; de control nacional de las fuentes de riquezas naturales; de una democratización substancial a través de la implantación de formas superiores de poder popular, es decir, del control del poder político por “el proletariado organizado como clase dominante”.

Mientras el socialismo no se convierta en realidad en el continente el proceso de facistización tenderá a acentuarse progresivamente, a pesar que puedan existir cortos períodos en que el movimiento popular conquiste aperturas democráticas. Cabe preguntar: ¿No había deveras entre la alternativa socialismo o fascismo una tercera solución de corte nacionalista, democrática o socialdemocrática? Es importante detenernos por un momento más en contemplar esta alternativa “intermedia” pues su viabilidad ha sido planteada por varios analistas y políticos.

III – El Fascismo y la Redemocratización.

Naturalmente, cuando se cuestiona la viabilidad de la restauración de regímenes democráticos en los países que viven ya bajo un estado de excepción es necesario dejar bien claro que trátase del cuestionamiento de la posibilidad de que se logre en estos países una redemocratización substancial y duradera. Seria absurdo descartar la posibilidad de un proceso de redemocratización transitorio y efímero, que sin tendrá que ocurrir en el contexto de un ascenso del movimiento obrero y popular, y que podrá ser la antesala de la revolución socialista. Toda situación revolucionaria se prenuncia por la ruptura, más o menos radical, del cascarón institucional del antiguo régimen. En este ambiente las masas tienden a conquistar las libertades de prensa, de reunión, de asociación, etc. que son características de la democracia burguesa, pero que en una situación revolucionaria logran imponerse de manera efectiva. Por cierto que a una situación de este tipo no se llega por medio de concesiones otorgadas desde arriba por la burguesía, sino que se conquista a través de la lucha popular. Es una situación que no puede perdurar por un período muy largo pues tiene de ser resuelta con la victoria final de una u otra clase.

No es posible concebir un paso directo de un régimen de excepción hacia el triunfo de una revolución socialista, sin la mediación de una etapa intermedia, transitoria, en que las clases en confrontación se preparan, a través de soluciones temporales de compromisos, de la conformación de sistemas de alianzas, para la ofensiva final. Esto no significa de ninguna manera que la caída de las dictaduras – y esto solo es concebible por medio de la sistemática e intensa acción multifacética del movimiento popular, a través de la utilización de todas las formas posibles de lucha – dé origen a la retomada de los cauces normales de la democracia burguesa por un período prolongado. La razón es sencilla: el capitalismo dependiente no puede funcionar “normalmente”. No tiene más condiciones para hacer concesiones substanciales a las clases dominadas y no puede permitirles las libertades para reivindicarlas y para eso tiene que recurrir a la represión. Por esto, pese a que es indispensable saber entender las etapas y niveles de lucha de clases y contemplar la perspectiva de los momentos de aperturas democráticas que se avecinan y saber utilizarlos para una acumulación mayor de fuerzas, es crucial comprender sus límites que están dados, no por una postura voluntarista, sino por las condiciones de supervivencia del sistema.

Si descartamos la alterativa de redemocratización burguesa substancial y duradera con matices nacionalistas, neo-populistas, reformistas, socialdemócratas, sólo nos queda por contemplar las opciones radicales entre socialismo o fascismo. Las burguesías no pueden más implementar políticas nacionalistas, pues su destino está definitivamente unido a su asociación con el imperialismo; no pueden golpearlo parcialmente intentando retomar un curso neo-populista, pues eso supone un muy amplio control sobre el movimiento de masas y de allí provienen los límites de esa política (pese a que han existido y existen intentos de este tipo en el continente, en casos particulares que no son generalizables para la gran mayoría de los países y que, por lo demás, tienden a agudizar las contradicciones y a tener pues que retomar el curso de la represión en alta escala…); no puede ser reformista, pues también el límite de las reformas está dado por los fuertes intereses constituidos de sectores de clase burgueses.

La base para estas conclusiones fue entregada por los estudios sobre las relaciones de dependencia de América Latina y en esto reside, como lo señalábamos antes, su gran aporte y relevancia.

Es de esta inviabilidad histórica de la democracia burguesa en América Latina que surge la opción fascista.

Por cierto el fascismo en América Latina no es una copia fiel de sus máximas expresiones europeas. No se debe perder de vista que también en Europa cada experiencia fascista tenía sus propias especificidades y, más aún, que en América Latina el fascismo empieza a manifestarse en una época en que ya sus resabios en el viejo mundo estaban siendo superados. No es posible aquí exponer cuales son los elementos esenciales que permiten caracterizar al régimen estatal de algunos países del continente como neo-fascista.(6) Sin embargo, aunque sea posible la controversia en el diagnóstico de estos elementos en las condiciones actuales de países como Brasil y Chile, no existe ningún análisis científico, ni político, que pueda demostrar su inviabilidad.(7)

Una tarea de especial relevancia en este momento para los sociólogos y cientistas políticos latinoamericanos es el estudio, más en profundidad, de las condiciones y características que tienden a generar y a definir el fascismo en el continente. De la misma manera, y con mucha importancia, es preciso que los cientistas sociales en el continente tengan como objetivo de investigación la temática de la revolución socialista y de la transición socialista. Estas temáticas no han sido de ninguna manera agotadas. Al contrario. Hay distintas concepciones sobre el carácter de la revolución en América Latina y aunque eso sea inevitable y natural, pues siempre existirán concepciones en pugna, la demostración del carácter socialista de la revolución en América Latina debe ser más convincente y, para esto, debe ser más elaborada y fundamentada. Y como nadie podrá negar con un mínimo siquiera de argumentación que en América Latina están dadas las condiciones objetivas para el socialismo, su estudio debe adquirir un puesto destacado en el esfuerzo científico de la región; este debe incluso adquirir status académico en las facultades de ciencias sociales de los países en donde existía un mínimo de libertad de enseñanza e investigación, pues se hace imprescindible el conocimiento, al análisis y la divulgación de los resultados de los procesos históricos de construcción socialista, particularmente en Cuba, única experiencia latinoamericana. Divulgar y analisar lo más ampliamente posible la experiencia revolucionaria y de construcción socialista en Cuba, poner énfasis en las últimas conquistas político-institucionales logradas por el pueblo cubano en los últimos años – nueva constitución, poder popular, etc. – son tareas de suma importancia, pues significan una preparación relevante para la América Latina del futuro pero, más que eso, la relevancia es mucho más inmediata por sus implicaciones de carácter estratégico-táctico en la lucha revolucionaria para la conquista del poder. Hay que tener bien claro el porqué se lucha. ¿Por una democracia? i sí ! Pero , ¿por cual democracia? Por una democracia substantiva y éstas es sinónimo de democracia socialista. Por esto, hay que discutir a fondo la “nueva” concepción que a este respecto hoy está en moda en Europa y en Japón y que cuestiona un principio esencial del marxismo-leninismo: el concepto de dictadura del proletariado. En América Latina esta moda empieza a divulgarse. Nosotros creemos que el estudio del funcionamiento de la dictadura del proletariado en Cuba, país que tuvo, antes de la revolución muchos denominadores comunes con el resto del continente, sin duda contribuye de manera importante a través de su práctica a refrendar la esencia de la teoría marxista del Estado.

El marxismo-leninismo debe ser estudiado profundamente. Es imprescindible resgatar las enseñanzas del marxismo clásico. Hoy felizmente ya están pasando de moda las corrientes anarquistas, neo-espontaneistas, neo-foquistas y elitistas que tendieron a florecer en Europa y en los Estados Unidos, a partir de mediados de los años sesenta y que, partieron desde América Latina hacia el viejo continente, se desarrollaron allá y volvieron, sobre todo después del mayo francés de 1968 hacia nuestro continente, bajo la forma de marcusianismo y otras aberraciones. Sin embargo, ahora se están gestando nuevas concepciones tácticas – que en realidad no son tan nuevas, provienen de una larga tradición del movimiento obrero europeo desde la época de la II internacional – que preconizan la vía democrático-parlamentaria para la toma y ejercicio del poder.

Es importante resaltar que desde el punto de vista de las vías tácticas de la revolución no hay en el marxismo receptas pre-fabricadas. Cada pueblo tiene el derecho y el deber de elegir su propio camino que le conduzca a la toma del poder. En otras palabras, no hay en esto terreno cuestiones de principio. Lenin siempre valoró la actuación en los parlamentos burgueses y la única oportunidad en que llamó al boicot de la Duma zarista fue en 1905 porque Rusia estaba en plena revolución. A partir de entonces él tuvo que enfrentar la oposición de los izquierdistas al interior de su propio partido para justificar la participación en el parlamento como tribuna de lucha. Fue Lenin también quien consideró, hasta julio de 1917, la posibilidad de la toma pacífica del poder. Él tenía conciencia que esa era una posibilidad sumamente rara y sumamente preciosa en la historia y que si fuera posible consumar de esta manera la revolución había que empeñar todos sus esfuerzos para lograrla. Pero él tenía también la aguda conciencia de que una vez cancelada esa posibilidad había jugarse a fondo y de inmediato en la preparación y en la realización de la insurrección, con el objeto de no dejar pasar la situación revolucionaria. Es decir, la actitud de Marx, Engels, Lenin siempre fue no la de descartar la posibilidad del tránsito pacífico, sino de considerar su carácter absolutamente excepcional y no crear ilusiones en las masas respecto a esta eventualidad sumamente rara. Lenin y los bolcheviques se prepararon para la insurrección armada y esta se consumó al fin, en Petrogrado, sin necesidad de violencia; pero los obreros, la Guardia Roja, estaba armada y dispuesta a usar las armas. De hecho, la posibilidad de reducir o anular la violencia en el momento de la toma del poder está condicionada fundamentalmente por la decisión de la vanguardia y de las masas de utilizarlas si es necesario. Ahora bien, pese a que sea posible realizar técnicamente la toma del poder sin recurrir a la violencia – como en el caso de la Revolución Rusa – no es posible mantenerlo sin el uso de la misma. Esa afirmación ha sido demostrada tanto teórica como prácticamente. Su demostración teórica está contenida en la teoría del Estado elaborada por Marx, Engels y desarrollada sobre todo por Lenin; su demostración práctica fue realizada por todos los procesos revolucionarios que han triunfado y por los que han fracasado…

Pero la necesidad histórica de la violencia es solo uno de los aspectos que involucra el carácter científico y de principio del concepto de dictadura del proletariado.

Lenin ha dado un aporte definitivo hacia una comprensión más amplia de este concepto subrayando que las tareas de la dictadura del proletariado son mucho mayores que el mero aplastamiento de la resistencia de los explotadores. Por cierto, mientras existía contra-revolución, efectiva o potencial, la coerción es necesaria como instrumento de gobierno. Sin embargo, en la medida en que esta tiende a desaparecer, se desarrolla cada vez más una tendencia hacia una democracia amplia y generalizada. Es el caso, por ejemplo, de la formación del Poder Popular en Cuba que sin duda es una forma muy avanzada de democracia proletaria, de autogobierno, que encuentra su más lejana inspiración en la Comuna de París y su más próxima en los Soviets. Ahí se ejerce un sufragio casi universal, los representantes populares son elegidos por las masas, son revocables a todo momento; la justicia es ejercida fundamentalmente por los tribunales populares; se promueve una amplia descentralización económica y administrativa, las masas empiezan a participar por tanto en la gestión de gobierno, lo que es el remedio más eficaz para combatir las tendencias hacia la burocratización, y se pone en vigencia el principio básico del socialismo: el centralismo democrático. El Estado proletario, ya decía Lenin, tiende a transformase paulatina y gradualmente en un semi-estado. Naturalmente eso ocurre en el curso de un largo proceso histórico. Mientras tanto no hay que perder de vista la característica esencial de la dictadura del proletariado, vale decir, el período de transición del capitalismo al comunismo – propiamente tal, que es: una democracia mucho más efectiva para el proletariado y sus aliados y una dictadura en el sentido estricto para la burguesía. Pero, el aporte de Lenin consiste exactamente en precisar que, además de esta característica general, la dictadura del proletariado se define también por otras tareas que tiene de llevar a cabo. Son estas: una forma especial de alianza de clases, una forma particular de utilización de los servicios de la burguesía y la implementación de una nueva disciplina proletaria.

La alianza de clases bajo la dictadura del proletariado es aquella que este contrae con el campesinado. Esa alianza tiende, durante un largo período histórico, a asumir la forma de concesiones mutuas entre ambas clases, especialmente en los países que empiezan la construcción del socialismo partiendo de una estructura económico-social poco desarrollada, en donde predomina el sector primario exportador (como en el caso de Cuba) cuyo campesinado y proletariado agrícola componen aún la población más importante desde el punto de vista numérico y económico. En tales situaciones el proletariado tiene de hacer concesiones al campesinado, permitiendo la supervivencia de un sector de propiedad privada campesina, hasta que el desarrollo de las fuerzas productivas cree condiciones para la transformación industrial del campo y para su completa socialización. En Cuba, por ejemplo, tales concesiones se han hecho necesarias y supervive un significado sector de economía campesina. Ahora bien, de una cierta manera, esta economía campesina es controlada y regulada por el Estado proletario y así no tiene posibilidad de expansión más allá de los límites fijados por este.

La utilización de los servicios de los especialistas burgueses fue una necesidad particularmente aguda en las primeras etapas de la Revolución Bolchevique y también se presentó en todas las demás revoluciones, pese a que esta necesidad pudo ser mediatizada en las revoluciones posteriores por la utilización de profesionales soviéticos y de los demás países socialistas. De todas maneras, dado que la revolución se efectuó en países poco desarrollados y con premura de especialistas, hubo en todos los casos la necesidad de aprovechar intensivamente los conocimientos técnicos y profesionales de los especialistas burgueses. Este aprovechamiento por cierto tenía como contrapartida concesiones de parte de la clase obrera, que asumía, por ejemplo, la forma de pagos de salarios más altos a estos y, pese a que se ejercita sobre ellos el control obrero, este control se revestía de un clima de camaradería con el objeto de neutralizar sus aspiraciones contrarrevolucionarias y de incluso tratar de ganarlos para el socialismo.

En Cuba pese al gran éxodo de profesionales contra-revolucionarios hacia el exilio- aproximadamente un sesenta por ciento – se produjo también el fenómeno del aprovechamiento de los especialistas burgueses junto al otorgamiento de concesiones hacia estos. Esto se ha reflejado por ejemplo en la mantención de algunos gerentes en sus puestos, en el derecho de los médicos a conservar sus consultas privadas una vez cumplidas sus funciones sociales, etc.

Finalmente, la necesidad de imponer una nueva disciplina proletaria proviene del hecho de que la clase obrera tiene de someter a la pequeña burguesía a sus normas de organización, trabajo y de vida, tiene de implementar el principio rector de la sociedad socialista en su etapa preliminar, vale decir, “quien no trabaja no come”.

Naturalmente todas estas tareas de la dictadura del proletariado tienen que ser implementadas por el gobierno, que es ejercido por el Partido Comunista, utilizando, paralelamente a las concesiones, una necesaria dosis de coerción. Esta dosis de coerción no tiene porqué manifestarse solo de manera burocrática, debe ser ejercida fundamentalmente por lar propias masas, como parte de su gestión de gobierno. En Cuba, por ejemplo, la contrarrevolución era controlada fundamentalmente a través de la vigilancia organizada de las masas en los C.D.R. y otras organizaciones populares. Así, cuadra por cuadra, manzana por manzana, en cada fábrica, en cada empresa, en cada Granja del Pueblo, las masas protegían y hacían avanzar su revolución. Naturalmente las funciones de vigilancia masiva tienden a disminuir en la media en que los vestigios de la contra revolución van siendo liquidados. El énfasis en las funciones de las organizaciones de masas tiende a desplazarse hacia otras tareas, como en caso de los C.D.R., hacia actividades de asistencia social, vale decir, médica-sanitaria, control de la distribución de los productos, etc., y hacia el control de la delincuencia que por cierto sobrevive aún en el socialismo por un largo período.

Es necesario no perder de vista que la democracia proletaria no es una democracia y punto. Es una democracia revolucionaria. La democracia proletaria es una democracia-dictatorial pues está sometida a los intereses de la clase obrera.

Muchos intelectuales pequeño-burgueses tienen una gran susceptibilidad respecto a la necesidad de la coerción en el socialismo. Esta susceptibilidad es muy cómoda cuando se trata de contemplar los problemas desde el punto de vista teórico y no desde la perspectiva político-práctica. Los procesos de transición sólo podrían ser realizados de manera directa y completamente democrática, si las burguesías abdicasen de ser contrarrevolucionarias. Mientras tanto, las “vías pacíficas” y las “democracias para todos” no pasan de ser los más utópicos de los sueños pequeñoburgueses. Y es por esto que cuestionar la validez del principio esencial del marxismo-leninismo – la dictadura del proletariado – aunque sea como una medida táctica, no tiene absolutamente sentido. En primer lugar, porque una táctica se elabora en función de las posibilidades objetivas del proceso revolucionario y desde este punto de vista pierde sentido elaborarla sobre un engaño y una ilusión; en segundo lugar, porque esta conduce a rebajar el nivel de conciencia política de las masas y de su preparación efectiva para la lucha final que, más temprano o más tarde, tendrá que ser travada en contra de la contrarrevolución y, por último, esa táctica no tranquiliza ni desarma a la burguesía, sencillamente porque esta no cree en ella…

Después de la bancarrota de la II Internacional, que fue debido en gran parte a las ilusiones socialdemócratas respecto de la vía democrático-parlamentaria, Lenin y los bolcheviques inspiraron y crearon la III Internacional. En esta época, lo que dividió el movimiento comunista en nivel mundial fué substancialmente el rechazo por la II Internacional a la aceptación del concepto de dictadura del proletariado que había adquirido fuerza material en la primera revolución proletaria. Han pasado tantas décadas, el movimiento revolucionario ha acumulado valiosas experiencias, todas dentro de sus especificidades y dificultades han confirmado la ortodoxia marxista y, de repente es como si estuviéramos aún en la segunda década del siglo, en la época de la polémica de los bolcheviques en contra de los socialdemócratas. Renace de las cenizas el pensamiento de los Bernstein, del renegado Kautsky…

Esas someras consideraciones respecto del carácter de la transición socialista ilustran la importancia de tomarla como objeto de investigación y estudio pues su amplia comprensión es un marco teórico básico que alumbra la elaboración de las concepciones estratégico-tácticas del movimiento revolucionario. Así como solo desde la perspectiva de una formación económico-social superior se puede comprender plenamente una inferior, podemos decir que sólo desde la perspectiva de una etapa de lucha que se dá en el nivel más avanzado – vale decir, posterior a la toma del poder – se puede definir la estrategia y la táctica de las etapas menos desarrolladas de lucha que son las previas a la toma del poder. No fue por otra razón que Lenin se dedicó a formular su obra El Estado y la Revolución, justamente en un momento de reflujo pasajero del proceso revolucionario ruso, para orientar la concepción de la vanguardia en revolución que se avecinaba.

Si es correcto que en América Latina están dadas las condiciones objetivas para el socialismo su temática debe ser un objeto de profunda meditación.

Pero decir que está dadas las condiciones objetivas para el socialismo en América Latina es decir mucho y a la vez poco. Mucho porque es admitir que están creadas las condiciones materiales que hacen posible un nuevo modo de vida en esta parte importante del mundo que por sus recursos humanos y materiales tiene una situación estratégica pues el socialismo en América Latina representaría un golpe irreparable en el imperialismo. Pero es decir poco pues no bastan las condiciones objetivas. Lenin en 1915 decía que estas condiciones estaban dadas en Europa y él jamás hubiera soñado entonces que pasarían tantos años antes de que el socialismo se convirtiera en realidad en el viejo mundo. Es que en la Europa de entonces, como en América Latina de hoy, no estaban creadas aún las condiciones subjetivas, es decir, conciencia revolucionaria y organización para la lucha, lo que supone capacidad de los vanguardistas partidarios de definición estratégica y su implementación por medio de una amplia, variada, flexible y compleja concepción táctica. Estas condiciones son las que permiten el aprovechamiento de la situación revolucionaria cuando esta se produce y posibilitan iniciar la revolución. Pues bien, si son correctas las apreciaciones anteriores, otra de las relevantes tareas de los científicos sociales en América Latina, comprometidos con las transformaciones revolucionarias, es tratar de vislumbrar cuales han sido los límites del desarrollo de las condiciones subjetivas para la revolución socialista. Esto es de suma importancia porque solo a través de una clara conciencia crítica se puede lograr explicitar las principales debilidades y equivocaciones, definir los factores que las han condicionado, explicarlos y, por último, percibir sus modos de superación. Estos trabajos deben ser hechos más al estilo científico-publicista a la manera de los teóricos revolucionarios marxistas, que en los moldes sofisticados y pedantes de los académicos burgueses.

Para que esta tarea pueda ser cabalmente cumplida es necesario llevar a cabo una serie de investigaciones respecto de las nuevas tendencias del movimiento popular. Son, por ejemplo, temas de suma relevancia, el estudio de la situación actual de la clase obrera, con el objetivo de captar el sentido que tiende a asumir sus luchas actuales y en un futuro próximo. Es un hecho que en América Latina está desarrollando un nuevo proletariado industrial. En varios países como Bolivia, Ecuador y los centroamericanos, por ejemplo, solamente en las últimas décadas se empezó a configurar un proceso de industrialización, dando origen por tanto a un típico proletariado fabril. El surgimiento de estos nuevos sectores obreros por cierto ampliará y profundizará la lucha y la perspectiva revolucionaria de los demás sectores populares.

En otros países, como Brasil, México y Argentina, la industria ha pasado, en los últimos años por un intenso proceso de diversificación y se han expandido los sectores obreros con una más alta calificación y con una mayor capacidad de lucha reivindicativa. En estos sectores, concentrados en la gran industria – química, petroquímica, automotriz, metalúrgica, eléctrica y electrónica – puede brotar dos tipos de tendencias: una, de corte revolucionario, cuya expresión más inmediata seria el rechazo al control de la vieja burocracia sindical “amarilla”, bien como el rechazo también a la nueva burocracia creada por los gobiernos dictatoriales; el sostenimiento de una serie de reivindicaciones de defensa del poder aquisitivo, de la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de la clase; pero sobretodo una actitud de independencia frente al gobierno y a los patrones y un cuestionamiento abierto de la política burguesa, particularmente de la económica, impuesta por el F.M.I., y la reivindicación de las libertades democráticas más amplias. Si esta tendencia se transforma en la dominante – y han existido significativos síntomas en esta dirección, como fue el Cordobazo en Argentina; las grandes huelgas obreras de São Paulo y Minas Gerais y el surgimiento de la oposición sindical en Brasil, la Tendencia Democrática en México – el movimiento popular, liderado por estos nuevos sectores obreros, podrá elevar la calidad de su lucha, creando las condiciones más efectivas para la victoria de la revolución socialista.

Pero existe otra tendencia que podrá emergir y dominar la orientación de estos nuevos sectores: es la tendencia a la actuación particularista que consistirá en la defensa de sus propios intereses como sectores privilegiados de la clase obrera. En este segundo caso, pese a que igualmente se cuestionará la burocracia sindical impuesta desde arriba, se trataría de negociar con los patrones sin tomar en consideración los intereses de la clase en su conjunto. Ambas tendencias deben ser investigadas a fondo, en base a informaciones objetivas, para que se pueda actuar sobre ellas y discernir las formas de neutralización de la segunda.

De la misma manera, es crucial el estudio de un nuevo tipo de trabajador rural que está surgiendo en los últimos años en América Latina, sobre todo en los países en donde los complejos agro-industriales han tenido mayor expansión. El trabajo temporal se ha incrementado enormemente y hay un significativo percentaje de ex-campesinos, que vien en los pequeños poblados, en una situación de increíble miseria y cuya reivindicación básica no es la propiedad de la tierra, sino de un empleo estable y mejores remuneraciones. Esta masa de trabajadores rurales puede ser un elo de ligación importante entre la clase obrera y el campesinado.

También es de suma relevancia el estudio de las nuevas perspectivas de la pequeña burguesía. En los años sesenta sectores significativos de esta clase intentó liderar una lucha insurreccional en casi todos los países de continente. Esta lucha se frustró. Sin embargo, hasta hoy no existe un análisis en profundidad a su respecto y la propia izquierda sigue manejando, por lo general, interpretaciones parciales o simplistas sobre el fenómeno de la llamada izquierda revolucionaria. Como no puede caber dudas respecto de la importancia de la participación de la pequeña burguesía en el proceso revolucionario, el estudio de su comportamiento político, bien como de sus móviles económicos-sociales, es una tarea muy relevante.

Es necesario destacar también la importancia del estudio de la política económica que viene implementando los gobiernos en latinoamerica. Pese a las variaciones que esta sufre en cada país, su contenido es básicamente el mismo: es la política preconizada por el gran capital, cuyo carácter es nítidamente anti-popular y anti-obrero en especial, pero afecta también a intereses muy profundos de la pequeña burguesía. Es el análisis de la política económica que permite demostrar como, debido a sus consecuencias claramente represivas, el capitalismo dependiente tiende necesariamente a ser incompatible con la democracia burguesa. Hace falta demostrar, de manera más categórica y en base a la propia experiencia llevada a cabo en varios países por gobiernos de corte populista, la inviabilidad de otros tipos de política económica – como por ejemplo la que preconizaba la CEPAL – para resolver las contradicciones más agudas del capitalismo dependiente.

Toda esta temática está en el orden del día y debe ser objeto de investigación en profundidad por parte de los científicos sociales comprometidos con la transformación revolucionaria del continente.

A continuación trataremos de hacer someramente algunas consideraciones respecto de las condiciones subjetivas para el socialismo en América Latina.

IV – Las Condiciones Subjetivas Para El Socialismo y El Papel De Los Científicos Sociales.

En la mayoría de los países del continente los años sesenta marcan el comienzo de una nueva etapa de luchas de clases. El impacto de la Revolución Cubana y su evolución al socialismo demuestra que la lucha nacionalista para ser consecuente, tiene necesariamente de transformarse en lucha popular en contra del sistema de dominación capitalista dependiente, condición de la explotación imperialista.

Los sectores populares – entendiéndose por estos la clase obrera, la pequeña burguesía radicalizada y el campesinato, los trabajadores rurales – que se van liberando lenta pero progresivamente de la tutela del nacionalismo-populista, empiezan a comprender que sus intereses fundamentales son radicalmente contradictorios a los del sistema burgués-imperialista y empiezan ya a vislumbrar – en algunos países con más magnitud que otros – la necesidad de un alianza de las clases explotadas para una lucha revolucionaria. Esto se manifiesta, por ejemplo, en los últimos intentos de coordinación de organizaciones obreras, campesinas y estudiantiles, a través de pactos de unidad de acción, por medio también de la solidaridad muchas veces espontánea, de unas organizaciones clasistas respecto a otras, en luchas concretas; en suma, a través de la tendencia hacia la proliferación del planteamiento de la necesidad de alianza obrero-campesina que logra asumir formas más o menos avanzadas.

Sin embargo, durante los años sesenta esta nueva etapa de lucha de clases estaba solo recién empezando. Si bien se logra generar en el continente un nuevo clima político que tiene como punto de referencia básico el ejemplo de la Revolución Cubana, la conducción del movimiento popular, sea en los sectores que estaban bajo la dirección de los Partidos Comunistas, sea en aquellos que son hegemonizados por la llamada izquierda revolucionaria, no logra, por lo general, definir correctamente la concepción estratégica de la lucha y tampoco las tácticas adecuadas para conducirla a una culminación victoriosa.

Es de importancia esencial plantear con meridiana claridad – y conviene insistir en esto – cuales han sido las principales equivocaciones de carácter estratégico-táctico, sin temor, si es necesario, de herir susceptibilidades, pues este es el punto de partida, es la condición primera para la superación definitiva. Desde este punto de vista es también necesario rescatar en profundidad toda una vasta tradición marxista, que proviene de los análisis auto-críticos de Marx y Engels, en seguida del fracaso de sus posiciones en la revolución democrática en Alemania; bien como de la crítica objetiva y constructiva que ambos hicieron de la experiencia de la Comuna de París; así como de la actitud de los bolcheviques especialmente durante el período de descenso que sucede al fracaso de la revolución rusa de 1905, cuando se hace un balance de todas las experiencias tratando de destacar cuales han sido las principales debilidades del proceso revolucionario; es la actitud de Mao tse Tung durante el período de derrotas que imprimió al Ejército Rojo la contraofensiva del Kuomintang a partir de 1933; esta es en fin la conducta del M-26-7 después del fracaso del intento de huelga general en 1958, y siempre ha sido la norma básica de conducta en los períodos de recesión de todos los partidos y movimientos revolucionarios que han logrado triunfar. Lamentablemente la costumbre auto crítica no es muy usual sobre todo en las nuevas organizaciones de la izquierda latinoamericana.

Es necesario pues intentar precisar, de la manera más objetiva posible, cuales han sido estas equivocaciones (no a la manera de ciertos intelectuales pedantes que se lavan las manos de los errores cometidos y se dedican en los momentos de reflujo a tirar las orejas de los combatientes) y hacer que el resultado final de estos análisis críticos sea del más amplio conocimiento de los sectores populares, pues este también siempre ha sido el criterio de la política revolucionaria.

La estrategia de un proceso revolucionario se define en función del análisis científico de la estructura económico-social, es decir, de las clases sociales. Partiendo de esta apreciación se puede determinar las tareas, los aliados y enemigos principales, en suma cual clase debe asumir el control hegemónico del poder. Desde esta perspectiva y en función de los resultados de los estudios sobre el cambio sustancial que empieza a sufrir las relaciones de dependencia en América Latina a partir de la póst-guerra y que ya se manifiesta de manera completa a partir de los sesenta, estaba demostrado que, como lo hemos subrayado antes, debido a la estrecha asociación de las burguesías locales con el imperialismo y a consecuencia de esto, no era más posible plantear la posibilidad de un proceso de liberación nacional que no fuera anticapitalista y que no condujera al socialismo. Sin embargo, por lo general los más significativos partidos y movimientos revolucionarios del continente no desarrollaron ni asimilaron este avance del pensamiento científico latinoamericano y estuvieron pues incapacitados para sacar de él todas sus consecuencias político-estratégicas. Durante la mayor parte de los años sesenta se siguió insistiendo en el carácter imperialista y anti oligárquico de lucha pero no se llegó a concebirla programáticamente como antiburguesa y pró-socialista. No se comprendió que la burguesía nacional como clase independiente del imperialismo ya no existía (pese a que siguen existiendo y existirán sectores burgueses que no están asociados al imperialismo y que estarán dispuestos a participar de una lucha antiimperialista) y se mantuvo la ilusión de poder arrastrar a la “burguesía progresista” a apoyar una lucha democrática y de liberación nacional tal cual había ocurrido en la primera etapa del proceso revolucionario cubano.

Esta concepción orientó el horizonte político no solo de los partidos comunistas sino también de la gran mayoría de las nuevas organizaciones de la izquierda, pese a que sus concepciones tácticas variaron substancialmente en este período en la mayoría de los países. Mientras los partidos comunistas – con excepción durante algún tiempo del Partido Guatemalteco del Trabajo y del Partido Comunista de Venezuela – sacaban consecuencias tácticas que buscaban enfatizar las formas de lucha legales, democráticas, o por la redemocratización en los países en donde se habían consumado golpes militares, las nuevas organizaciones de izquierda por lo general planteaban una táctica de ofensiva inmediata a través de la lucha armada. Respecto de esta última, si bien es cierto que existieron intentos de combinar formas de lucha, el hecho es que en la gran mayoría de los casos se superestimó, se absolutizó la guerrillera, en su modalidad urbana y sobre todo rural. Tal hecho estaba pretensamente inspirado en un “modelo” de la Revolución Cubana y se creía que al detonar la lucha armada en algún o algunos puntos de una adecuada región se lograría, primero, un significativo apoyo del campesinado local y posteriormente, a través de ola sucesivas de insurgencias que tenderían a generalizarse se llegaría al fin a que se incorporara la clase obrera y los demás sectores explotados de la población para un ataque final fulminante a la fortaleza sitiada del poder burgués. La diferencia existente entre los que pretendían inspirarse más en el “modelo” cubano de los que buscaban su inspiración en el chino residía en el hecho de que los primeros concebían una lucha a más corto plazo mientras los segundos visualizaban como un proceso de guerra popular prolongada, pensando por la constitución de ejércitos campesinos.

Sin embargo, los intentos de construcción de modelos, al abandonar las especificidades y las complejidades de los procesos revolucionarios histórico-particulares, por lo general resultan en burdas simplificaciones de estos y son ineficaces porque son una inspiración mecánica de nuevas luchas. El análisis riguroso del proceso revolucionario cubano, por ejemplo, pone en claro una serie de características que son típicas de las grandes revoluciones victoriosas y que los revolucionarios latinoamericanos hasta hoy no han sabido asimilar cabalmente. Fueron factores de triunfo, por ejemplo, la capacidad de la vanguardia revolucionaria cubana de promover, utilizar y combinar varias formas de lucha; su capacidad de una inmensa flexibilidad táctica que expresaba por cierto en la concertación de alianzas, pero en base al principio marxista de ”marchar separados y golpear juntos” con los sectores vacilantes que se suman al proceso revolucionario en un sola parte de su recorrido; y, de saber utilizar el auge revolucionario de la lucha de las masas para promover el viraje de la historia. En fin, esa capacidad de una confianza enorme en la lucha del pueblo, de saber vincularse estrechamente a él, de arraigarse profundamente en su seno, siendo capaz, de esta manera, de conducir efectivamente a la clase obrera y al campesinado hacia sólida alianza de clases que ha sido el pilar esencial del éxito de la guerra revolucionaria.

Sería injusto decir que no han hecho esfuerzos para asimilar la experiencia de la lucha revolucionaria cubana bien como la de otras revoluciones. Sin embargo, la asimilación de estas experiencias ha sido indudablemente parcial. Algunos partidos y movimientos han tratado de aprender a implementar una política flexible de alianzas tácticas, pelo al concentrar tanto la atención en ese aspecto tendieron a subestimar el momento de las necesarias reagrupaciones de clases, de las rupturas radicales con los aliados de la víspera, la ocasión de pasar a la contra ofensiva; otros han supervalorizado la ofensiva a toda costa sin percatarse que esta supone una acumulación previa de fuerzas y han menospreciado las etapas intermedias de la lucha, menos heroicas y más rutinarias y grises pero, en todo caso, esenciales para preparar los grandes momentos de la contraofensiva.

Pese a todos los errores de carácter estratégico-táctico, desde la década pasada, el clima político en América Latina fue radicalizando debido a la tendencia a la generalización en las amplias masas de un descontento en relación a la política burguesa pró-imperialista y, en el contexto de esta radicalización, la alternativa socialista empieza a emergir y por esto, las burguesías y el imperialismo – que sin duda hasta ahora han demostrado mayor lucidez relativa que las direcciones de los movimientos populares – tuvieron que apelar, como ha sido señalado tantas veces, a los gobiernos de hecho.

El mayor avance del proceso revolucionario latinoamericano, después de la Revolución Cubana, ocurrió con el triunfo de la Unidad Popular en Chile en 1970. Durante sus tres años de existencia, la cuestión de la toma del poder, del avance hacia el socialismo, estuvo en el orden del día.

Después de la revolución Cubana la chilena fue sin duda la experiencia latinoamericana en donde la necesidad del socialismo se planteó de manera más obvia y más viable, no como un ideal doctrinario sino como una necesidad histórica, única vía capaz de superar la crisis económica y política que el proceso de cambios socioeconómicos, promovidos a medias y en los marcos de la democracia burguesa por la U. P., había demostrado ser capaz de implementar – al lograr constituir un amplia coalisión de fuerzas bajo un programa que por la primera vez en el continente preconizaba una lucha no solo antiimperialista y antioligárquica sino que explicitaba además su carácter antimonopólico, dejando claramente asentada su meta anticapitalista y hacia el socialismo – a partir de un cierto punto tendió a enriquecerse. Porque era patente que al agudizarse la lucha de clases durante el gobierno popular era indispensable el abandono de la táctica de la mera utilización de la legalidad burguesa que había sido de importancia crucial para llegar al gobierno, para implementar parte substancial de su programa, pero no para garantizar en sus marcos su sobrevivencia política. Y esto fue lo que no comprendió la U.P., pero sí la burguesía y el imperialismo quienes se encargaron de cuestionar la legalidad antes que se consumara el golpe de septiembre de 1973. El error histórico de la U.P. fue no haber sabido pasar a la contra-ofensiva – y esto por cierto suponía una preparación organizativa mucho más a fondo – cuando las clases dominantes optaron sin subterfugios por la conspiración, el terror, el boicot y la ilegalidad. La situación que se creó con el fracaso del intento golpista abortado el 29 de julio de 1973 exigía un cambio radical de la táctica de utilización de la legalidad burguesa ya hecha pedazos; planteaba como tarea inmediata la necesidad de una contra-ofensiva por parte del gobierno de la U.P., en el sentido de apoderarse del poder respaldado política y militarmente por el apoyo masivo de los sectores populares. Esto por cierto hubiera provocado una división vertical al interior del Ejército y quizás hubiera arrastrado al país a la guerra civil. En este contexto nadie, como en toda guerra, podría garantizar de ante mano quien saldría victorioso, pero es difícil suponer una pérdida más grande para el proceso revolucionario de la que hubo.

Es claro que a posteriori el análisis de esta posibilidad no deja de ser una especulación. En todo caso hay una enseñanza – y eso es lo que importa ahora – que emerge claramente de las vicisitudes temporales del proceso chileno y que es necesario sacarla como un legado para el futuro: saber desechar, en función del cambio de circunstancias, de la correlación de fuerzas, cierto tipo de táctica que es útil solo en determinadas etapas del proceso revolucionario y saber encontrar la nueva orientación táctica que se ajuste a las peculiaridades cambiantes de la lucha de clases. Lenin fue el maestro por excelencia de esta flexibilidad táctica y en este sentido hace falta a la izquierda latinoamericana un estudio mucho más acucioso de sus enseñanzas, sin perder nunca de vista la especificidad de los contextos históricos para los cuales estas lecciones fueron formuladas. De la misma manera, la práctica revolucionaria cubana, como la de todas grandes revoluciones, debe ser objeto de estudio sistemático.

Otro de los más relevantes acontecimientos histórico-revolucionarios que han ocurrido en América Latina fue la formación de la Asamblea Popular en Bolivia en el año de 1971. Esta se constituye bajo la hegemonía de la clase obrera y plantea programáticamente la necesidad del socialismo. Sin embargo, pese a la existencia de una clara consciencia socialista entre los obreros bolivianos, quedó pendiente la resolución de dos órdenes de problemas que eran de importancia esencial para el triunfo: la conquista del apoyo del campesinato, a través de su incorporación más significativa a la Asamblea Popular, para crear las condiciones subsiguientes de su apoyo irrestricto al proceso revolucionario, por medio de alianza obrero-campesina, y la preparación táctica de la lucha armada que posibilitara al movimiento revolucionario desplegar la contraofensiva. En Bolivia no se logró cumplir estas condiciones y el movimiento revolucionario como sabemos fue aplastado a hierro y fuego.

En ambos casos, en Chile como en Bolivia, pese a que estaban dadas de manera categórica las condiciones objetivas, pese a que se configuró, en ambos casos, una típica situación revolucionaria, y existía ya una consciencia pro-socialista bastante amplia, faltaba organización para la lucha, es decir, la preparación de una táctica insurreccional que pudiera unir, bajo la hegemonía de la clase obrera, gran parte del pueblo para la lucha por el poder.

No tenemos condiciones de referirnos aquí al ascenso del movimiento popular y revolucionario en Uruguay a comienzos de la presente década, bien como en Argentina.

Pero, todos los reveses que ha sufrido el movimiento revolucionario latinoamericano aportan experiencia que van acumulando y que van indicando las formas de superación de los errores cometidos y van creando las condiciones para el resurgimiento de un proceso revolucionario más maduro, más templado, más fuerte, en donde sean cumplidas las necesarias condiciones subjetivas que hacen para el triunfo del socialismo en toda América Latina.

En este período de descenso, y reflujo por el que atraviesa la lucha revolucionaria en la gran mayoría de los países, las tareas fundamentales que están planteadas son de dos órdenes: reorganización y estudio.

Estudio de las experiencias de las revoluciones victoriosas, para aprender con ellas, pero como decía Lenin respecto de la experiencia rusa en su último mensaje a la Internacional Comunista, no “como un ícono y rezar ante ella. Así no se conseguirá nada. Lo que necesitan es asimilar parte de la experiencia rusa”. Los estudios, insistía él, por parte de los revolucionarios “deben tener un carácter especial para que lleguen a comprender realmente la organización, la estructura, el método y el contenido de la labor revolucionaria”. También es indispensable estudiar las experiencias fracasadas con el objetivo de no volver a cometer los mismos errores. Y sobretodo es necesario el estudio constante de la realidad latinoamericana para que se pueda ser capaz de fundamentar correctamente la estrategia y tácticas adecuadas al viraje de la historia.

Es desde esta perspectiva que adquiere su sentido pleno el esfuerzo por analizar cabalmente las dos grandes temáticas que señalábamos: la de la lucha en contra del neo-fascismo y de la conquista del socialismo. En este esfuerzo, orientado en esta dirección, es donde entendemos que se debe centrar el papel de la ciencia social latinoamericana, como instrumento de comprensión crítica de la realidad con el objeto de transformarla.

Si su finalidad es comprender para transformar, la investigación científica no puede procesarse desde una torre de marfil. Por lo demás son raros los casos de Universidades latinoamericanas en donde no haya penetrado, de manera más o menos aguda y bajo sus múltiples formas y modalidades las temáticas relacionadas con la lucha concreta de las clases sociales. De una forma u otra las más relevantes investigaciones que se han realizado y que se están realizando en el campo de las ciencias sociales buscan entregar elementos que ayudan divisar las líneas de superación de los agudos problemas que están planteados hoy en el continente. Podemos decir, sin riesgo de exageración, que los trabajos en el campo de las ciencias sociales, particularmente en sociología y economía, más relevantes que han sido hechos en los últimos dieciséis años en América Latina, fueron producto de los científicos sociales comprometidos, de una forma u otra, con la perspectiva de la izquierda, aunque la mayor parte de ellos estaban más bien orientados por una concepción nacionalista. Y no es aleatorio que esto fuera así: el análisis objetivo de la realidad demostraba a sus propios ejecutores la evidencia de la necesidad del cuestionamiento de la dominación imperialista y, pode ende, aunque muchas veces no se sacaban todas las consecuencias analíticas, apuntaban hacia la necesidad de la superación del capitalismo dependiente. Empezó pues a ocurrir en el continente, de cierta manera, algo semejante a lo que ocurrió con mayor intensidad en la Rusia zarista desde fines del siglo XIX, a producirse todo un fecundo clima de efervencia teórica aunada a la práctica de contestación al régimen decadente. Por el hecho de que las universidades disponían ya de una autonomía respecto al Estado, el pensamiento contestario pudo expresarse en América Latina a través de ellas y los intelectuales comprometidos con la lucha revolucionaria no tuvieron aquí que restringir su labor al ambiente cerrado de los partidos. La burguesía perdió en buena medida a muchos de los científicos sociales y perdió junto con ellos buena parte del control sobre el pensamiento científico. En América Latina parte significativa de las ciencias sociales, incluso en muchas instituciones creadas por el régimen, pasan a tener utilidad no propiamente para este, sino para el movimiento popular. De allí proviene la persecución masiva a los científicos sociales, y la intervención en las universidades en los países que son víctimas de los gobiernos dictatoriales. Pero, si bien es cierto que en varios países las Universidades atraviesan por un período de intensa represión, aún sobreviven en otros, condiciones bastante satisfactorias para el desarrollo del trabajo científico desde la perspectiva objetiva de los verdaderos agentes del cambio social. Pese a toda la persecusión que han sido víctimas numerosos científicos sociales en América Latina, las ciencias sociales aún se pueden desarrollar en varias Universidades en un clima de libertad y hay que aprovecharlo intensamente, divulgando de la manera más amplia los resultados de las investigaciones y utilizando para eso un lenguaje el más accesible posible a los sectores populares. En la medida en que el pensamiento científico social no está circunscripto a la torre de marfil será un factor importante en el renacimiento de un nueva etapa de luchas sociales en el continente. Desde esta perspectiva, los intelectuales revolucionarios – y los sociólogos economistas y científicos políticos en particular – tienen también un aporte que ofrecer hacia la reorganización del movimiento revolucionario en la medida no sólo en que ofrezcan resultados de investigaciones científicas, sino en que hagan suya además la tarea de impulsar la lucha ideológica que debe ser llevada siempre en dos niveles: en contra de las múltiples manifestaciones de la ideología burguesa, tratando de desenmascararla, poniendo al desnudo sus procedimientos, móviles y fines; y al interior del propio pensamiento de la izquierda con el objeto de que sean desechados los análisis superficiales y poco rigurosos y los equívocos que provienen de estos. En la medida en que se aclaren los supuestos en que descansan determinadas orientaciones y las implicaciones que les son necesarias se puede colaborar de manera relevante a rectificar concepciones erróneas. Es necesario tener presente que la situación en la mayoría de los países es de descenso, es de repliegue. Pero los períodos de repliegues son también aquellos de acumulación de fuerzas, de preparación para una nueva oleada de ascenso de las luchas de clases. La lucha ideológica debe contribuir para precisar y consolidar concepciones que, en la medida que sean justas tendrán a ser las dominantes, a capitalizar la adhesión de los sectores mayoritarios y a superar la dispersión de las fuerzas populares. En esto reside un transcendental aporte a la lucha por el socialismo a que están llamados a dar los sociólogos, economistas, científicos políticos y historiadores latinoamericanos.

México, Ciudad Universitaria, agosto de 1976.


Notas de rodapé:

(1) Lenin, Obras Completas, Ed. Cartago, Buenos Aires, 1969, Tomo I, pag. 149. Subrayados de Lenin. (retornar ao texto)

(2) Op. Cit., pags. 150 y 151. (retornar ao texto)

(3) Op. Cit., pags. 151 y 152. (retornar ao texto)

(4) Op. Cit., pag. 153. (retornar ao texto)

(5) Entre estos se destacan Ruy Mauro Marini, Hector Silva Michelena, Theotonio Dos Santos, A. Gunder Frank, Aníbal Quíjano, Tomás A. Vasconi, Pablo González Casanova, bien como varios analistas cubanos. (retornar ao texto)

(6) Hemos tratado de analisar de manera sucinta esta cuestion, en el caso de Brasil conjuntamente con Theotonio Dos Santos en el ensayo “Brasil: Nacionalismo, Populismo y Dictadura – 50 años de crisis social”, en América latina: Historia de Medio Siglo, dirigida por el Dr. Pablo González Casanova, Siglo XXI, Editores, 1977. (retornar ao texto)

(7) Es muy significativa la apreciación de Patricio Alwin, quien no tiene ninguna autoridad teórica pero sí política: es dirigente del Partido Demócrata Cristiano de Chile Y ha sido uno de los principales cómplices ideológicos del golpe militar por su destacada actuación anticomunista. En una entrevista de prensa en Alemania Federal dijo que para Chile existían tres opciones: la marxista, la democrática y la fascista. Para él, descartar la redemocratización significaría firmar un auto-testado de defunsión política. Sin embargo, su opinión sobre el régimen de Pinochet es sintomática pues lo compara con el franquismo y, al fin de la entrevista pidió vanamente discreción al periodista alegando que en Chile ya no existía la ciudadanía. Acordémonos que la destrucción de la sociedad civil es una de las características esenciales del fascismo… Este comentario es muy interesante salido de tal boca, pues demuestra una vez más como la burguesía solo suporta el fascismo en condiciones que siente que su dominación de clase, está gravemente amezada y prefiere descartarlo cuando cré que la amenaza está conjurada. (retornar ao texto)

Inclusão: 16/11/2021