Derechos 2005 Aleida March, Centro de Estudios Che Guevara y Ocean Press. Reproducido con su permiso. Este material no se debe reproducir sin el permiso de Ocean Press. Para mayor información contactar a Ocean Press a: [email protected] o a través de su sitio web en www.oceanbooks.com.au
y ya siento flotar mi gran raíz libre y desnuda... y
Estábamos en la cocina de la cárcel al abrigo de la tempestad que afuera se descargaba con toda furia. Yo leía y releía la increíble carta. Así, de golpe, todos los sueños de retorno condicionados a los ojos que me vieran partir de Miramar se derrumbaban, tan sin razón, al parecer. Un cansancio enorme se apoderaba de mi y como entre sueños escuchaba la alegre conversación de un preso trotamundos que hilvanaba mil extraños brebajes exóticos, amparado en la ignorancia que lo rodeaba. Oía su palabra cálida y simpática mientras los rostros de los circundantes se inclinaban para escuchar mejor la revelación, veía como a través de una distante bruma la afirmación de un médico americano que habíamos conocido allí, en Bariloche: “Ustedes llegarán donde se propongan, tienen pasta. Pero me parece que se quedarán en México. Es un país maravilloso.”
De pronto me sorprendí a mí mismo volando con el marinero hacia lejanos países, ajeno a lo que debía ser mi drama actual. Me invadió una profunda desazón: es que ni siquiera eso era capaz de sentir. Empecé a temer por mi mismo e inicié una carta llorona, pero no podía, era inútil insistir.
En la penumbra que nos rodeaba revoloteaban figuras fantasmagóricas pero “ella” no quería venir. Yo creí quererla hasta ese momento en que se reveló mi falta de sentimientos, debía reconquistarla con el pensamiento. Debía luchar por ella, ella era mía, era mía, era m... me dormí.
Un sol tibio alumbraba el nuevo día, el de la partida, la despedida del suelo argentino. Cargar la moto en la Modesta Victoria no fue tarea fácil pero con paciencia se llevó a cabo. Y bajarla también fue difícil por cierto. Sin embargo, ya estábamos en ese minúsculo paraje del lago, llamado pomposamente Puerto Blest. Unos kilómetros de camino, tres o cuatro a la sumo y otra vez agua, ahora, en las de una laguna de un verde sucio, laguna Frías, navegamos un rato, para llegar, finalmente, a la aduana y luego al puesto chileno del otro lado de la cordillera, muy disminuida en su altura en estas latitudes. Allí nos topamos con un nuevo lago alimentado por las aguas del río Tronador, que nace en el imponente volcán del mismo nombre. Dicho lago, el Esmeralda, ofrece, en contraste con los argentinos, unas aguas templadas que hacen agradable la tarea de tomar un baño, muy sentador, por otra parte, a nuestras interioridades personales. Sobre la cordillera, en un lugar llamado Casa Pangue, hay un mirador que permite abarcar un lindo panorama del suelo chileno, es una especie de encrucijada, por lo menos para mi lo era en ese momento. Ahora miraba el futuro, la estrecha faja chilena y lo que viera luego, musitando los versos del epígrafe.
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