Anton PANNEKOEK - Los Consejos Obreros - Capítulo segundo: La lucha
Como instrumento de lucha de la clase trabajadora contra el capital, los sindicatos están perdiendo su importancia. Pero la lucha misma no puede cesar. Las tendencias represivas se hacen más fuertes bajo el gran capitalismo, y por lo tanto la resistencia de los trabajadores también debe ser más enérgica. Las crisis económicas se hacen cada vez más destructivas y socavan un progreso aparentemente asegurado. La explotación se intensifica, para retrasar la disminución de la tasa de beneficio que percibe el capital, en rápido aumento. Así se provoca una y otra vez a los trabajadores a que opongan resistencia. Pero contra el poder grandemente acrecentado del capital ya no pueden servir los viejos métodos de lucha. Se requieren nuevos métodos, y muy pronto comienzan a aparecer por sí mismos. Brotan espontáneamente en la huelga (ilegal) salvaje, en la acción directa.
La acción directa significa acción de los trabajadores mismos sin intermediación de los funcionarios sindicales. Una huelga se llama salvaje (ilegal o no oficial), por contraste con la huelga declarada por el sindicato de acuerdo con las disposiciones y reglamentaciones. Los trabajadores saben que esta última no produce ningún efecto, pues los funcionarios se ven forzados a declararla contra su propia voluntad y punto de vista, pensando quizá que una derrota será una lección saludable para los insensatos trabajadores, y tratando, en todo caso, de ponerle término lo antes posible. Así, cuando la presión es demasiado intensa, cuando las negociaciones con los directores se prolongan sin ningún resultado, al final en grupos más pequeños o más grandes irrumpe la exasperación y se desencadena la huelga salvaje.
La lucha de los trabajadores contra el capital no es posible sin organización. Y la organización surge en forma espontánea, inmediata. No por supuesto en la forma en que se funda un nuevo sindicato, con una junta elegida y reglamentos formulados en párrafos ordenados. A veces, sin duda, se lo ha hecho de esta manera; al atribuir la ineficacia a deficiencias personales de los viejos líderes, y en su amargura contra el viejo sindicato, los trabajadores fundaron uno nuevo y pusieron a su frente a sus hombres más capaces y enérgicos. Entonces sí que al comienzo todo fue energía y febril acción; pero a la larga el nuevo sindicato, si sigue siendo pequeño carece de poder no obstante su actividad, y si crece y se agranda, desarrolla necesariamente las mismas características que el sindicato anterior. Luego de tales experiencias los trabajadores seguirán al final el camino inverso, de mantener enteramente en sus propias manos la dirección de su lucha.
La dirección en las propias manos, llamada también su propio liderazgo, significa que toda iniciativa, todas las decisiones, proceden de los trabajadores mismos. Aunque haya un comité de huelga, porque todo no lo pueden hacer siempre juntos, lo que se hace lo deciden los huelguistas; continuamente en contacto entre sí distribuyen el trabajo, planean todas las medidas y deciden directamente todas las acciones. Decisión y acción, ambas colectivas, son una sola cosa.
La primera y más importante tarea es la propaganda para ampliar la huelga. Debe intensificarse la presión sobre el capital. Contra el enorme poder del capital están inermes no sólo los obreros individuales, sino también los grupos separados. El único poder que equipara al capital es la firme unidad de toda la clase trabajadora. Los capitalistas saben o sienten esto perfectamente bien, y así lo único que los induce a hacer concesiones es el temor de que la huelga pueda difundirse y llegar a ser general. Cuanto más manifiestamente decidida sea la voluntad de los trabajadores, cuanto mayor sea el número de ellos que toma parte en la huelga, tanto más probable será el éxito.
Tal extensión es posible porque no se trata de la huelga de un grupo retrasado, en peores condiciones que otro, que trata de elevarse al nivel general. En las nuevas circunstancias el descontento será universal; todos los obreros se sentirán oprimidos bajo la superioridad capitalista; el combustible de las explosiones se habrá acumulado por todas partes. Si los obreros se unen a la lucha no será para otros sino para sí mismos. Mientras se sientan aislados, temerosos de perder su trabajo, inseguros respecto de lo que harán sus camaradas, sin firme unidad, se abstendrán de la acción. Sin embargo, asumirán nuevamente la lucha, cambiarán su vieja personalidad pqr una nueva; el miedo egoísta retrocederá al último plano y saldrán a la luz las fuerzas de la comunidad, la solidaridad y la abnegación, alentando el coraje y la perseverancia. Estas son contagiosas; el ejemplo de la actividad combativa provoca en otros, que sienten en sí idénticas fuerzas, el espíritu de la confianza recíproca y en sí mismos. Así, la huelga espontánea como el incendio de una pradera puede propagarse a las otras empresas y envolver masas cada vez más grandes de trabajadores.
Esto no puede ser trabajo de un pequeño número de líderes, se trate de funcionarios sindicales o de nuevos portavoces que se impongan por sí mismos, aunque el empuje de unos pocos camaradas intrépidos, por supuesto, puede dar fuerte impulso a los demás. Tiene que ser la voluntad y el trabajo de todos, en iniciativa común. Los trabajadores deben no sólo hacer, sino también idear, meditar cuidadosamente, decidido todo por sí mismos. No pueden derivar la decisión y la responsabilidad a un cuerpo a un sindicato, que se ocupe de ellas. Ellos son los enteramente responsables de su lucha, y el éxito o fracaso depende de ellos mismos. De pasivos se han transformado en seres activos, que toman con decisión su destino en sus propias manos. De individuos separados que se preocupan cada uno por sí mismo, se han transformado en una unidad sólida firmemente aglutinada.
Tales huelgas espontáneas presentan además otro aspecto importante; se borra la división de los trabajadores en sindicatos diferentes y separados. En el mundo sindical las tradiciones provenientes de la anterior época pequeño-capitalista desempeñan un importante papel en la separación de los trabajadores en corporaciones que a menudo compiten entre sí, se tienen celos y polemizan. En algunos países las diferencias religiosas y políticas actúan como planos de fractura en el establecimiento de sindicatos separados de tendencia liberal, católica, socialista u otras. En el taller, los miembros de los diferentes sindicatos están uno junto a otro. Pero incluso en las huelgas se los mantiene separados como para que no se infecten con demasiadas ideas de unidad, y la concordancia en la acción y en la negociación sólo se mantiene por obra de las juntas y los funcionarios sindicales. Sin embargo, en el caso de las acciones directas, estas diferencias de afiliación a sindicatos distintos se vuelven irreales y son como etiquetas meramente exteriores. Para tales luchas espontáneas lo primero que se requiere es la unidad; y hay unidad, pues de otra manera no se podría luchar. Todos los que están juntos en una fábrica, en la misma posición, como asociados directos sometidos a la misma explotación, contra el mismo dueño, se mantienen juntos en la acción común. Su comunidad real es el taller; son personal de la misma empresa, forman una unión natural de trabajo común, suerte común e intereses comunes. Como espectros del pasado, las viejas distinciones de diferentes afiliaciones pierden nitidez, casi olvidadas en la nueva realidad viviente de los camaradas que libran una lucha común. La vívida conciencia de la nueva unidad realza el entusiasmo y el sentimiento de poder.
Así, en estas huelgas espontáneas aparecen algunas características de las próximas formas que asumirá la lucha: primero, la acción por propia iniciativa, manteniendo en las propias manos toda la actividad y la decisión; y luego la unidad, sin distinción de antiguas afiliaciones, de acuerdo con el agrupamiento natural de las empresas. Estas formas se presentan no por un cuidadoso planeamiento, sino en forma espontánea, irresistible, impuestas por el pesado poder superior del capital contra el cual las viejas organizaciones ya no pueden luchar seriamente. Por consiguiente, esto no significa que ahora se haya dado vuelta la tortilla, que ahora ganen los trabajadores. También las huelgas salvajes terminan generalmente en una derrota. Su ámbito es demasiado estrecho. Sólo en algunos casos favorables tienen éxito, cuando se proponen impedir una degradación en las condiciones de trabajo. Su importancia consiste en que demuestran un nuevo espíritu de lucha que no puede ser reprimido. De los más profundos instintos de autoconservación, de deber frente a la familia y a los camaradas surge reiteradamente la voluntad de afirmarse a sí mismo. Hay una ventaja en el aumento de la confianza en sí mismo y en el sentimiento de clase. Tales disposiciones de ánimo presagian luchas de mayor alcance, cuando las grandes emergencias sociales, al ejercer una mayor presión y producir una desazón más profunda, impulsen a las masas a actuar con mayor energía.
Cuando irrumpen huelgas salvajes en gran escala, que incluyen grandes masas de trabajadores, ramas enteras de la industria, ciudades o distritos, la organización tiene que tomar nuevas formas. Es imposible deliberar en una sola asamblea; pero más que nunca es necesaria la comprensión mutua para la acción común. Se forman comités de huelga sobre la base de los delegados del personal de todas las fábricas, para que examinen continuamente todas las circunstancias. Tales comités de huelga son por completo distintos de las comisiones directivas de funcionarios de los sindicatos; ya muestran las características de los consejos obreros. Surgen de la lucha, para dade unidad de dirección. Pero no son líderes en el viejo sentido, no tienen ningún poder directo. Los delegados, que son a menudo personas diferentes, se reúnen para expresar la opinión y la voluntad de los (grupos) de personal que los han enviado. En efecto, ese personal defiende la acción en que se manifiesta la voluntad. Sin embargo, los delegados no son simples mensajeros de sus grupos mandantes; toman una parte preponderante en la discusión, encarnan las convicciones predominantes. En las asambleas de comité se discuten las opiniones y se las somete a la prueba de las circunstancias del momento; los delegados vuelven a llevar los resultados y las resoluciones a las asambleas de (grupos) de personal. A través de estos intermediarios los personales de las fábricas participan en las deliberaciones y decisiones. Así, se asegura la unidad de acción de grandes masas de trabajadores.
Esto no ocurre, sin duda, de modo que cada grupo se incline obediente ante las decisiones del comité. No hay ningún párrafo que le confiera tal poder sobre los grupos. La unidad en la lucha colectiva no es el resultado de una juiciosa reglamentación de competencias, sino de las necesidades espontáneas que surgen en una esfera de apasionada acción. Los trabajadores mismos deciden, no porque se les acuerde tal derecho en reglamentaciones aceptadas, sino porque deciden realmente, mediante sus acciones. Puede ocurrir que un grupo no logre convencer a otros grupos por medio de argumentos, pero que lo arrastre mediante su acción y su ejemplo. La autodeterminación de los trabajadores acerca de la acción de lucha no es un requerimiento planteado por la teoría, por argumentos de practicabilidad, sino afirmación de un hecho que surge de la práctica. Ocurrió a menudo en grandes movimientos sociales -y ocurrirá sin duda de nuevo- que las acciones no se compadecieron con las decisiones. A veces los comités centrales llamaron a una huelga general y sólo los siguieron, aquí y allá, pequeños grupos. En otros casos, los comités pesaron escrupulosamente la situación sin aventurarse a una decisión, y los trabajadores desencadenaron una lucha masiva. Puede ser incluso posible que los mismos trabajadores que resolvieron con entusiasmo declarar la huelga retrocedan cuando se enfrentan con los hechos. O, inversamente, que una prudente vacilación rija las decisiones y, sin embargo, estalle irresistiblemente una huelga no resuelta, impulsada por fuerzas internas. Mientras en su pensamiento consciente viejas consignas y teorías desempeñan un papel y determinan argumentos y opiniones, en el momento de la decisión, de la cual depende el bienestar o el infortunio, se abre paso una fuerte intuición de las condiciones reales, y determina las acciones. Esto no significa que tal intuición guíe siempre a los trabajadores en forma correcta; la gente puede equivocarse en su impresión acerca de las condiciones externas. Pero esa intuición decide; no se la puede reemplazar por un liderazgo externo, por guardianes que dirijan a los trabajadores, por más sagaces que aquéllos sean. Con sus propias experiencias en la lucha, en el éxito y la adversidad, los trabajadores deben adquirir la capacidad necesaria para cuidar correctamente de sus intereses.
Así, las dos formas de organización y lucha están en contraste, la antigua de los sindicatos y las huelgas reglamentarias, y la nueva de la huelga espontánea y los consejos obreros. Esto no significa que el mecanismo anterior sea simplemente sustituido, en algún momento, por el otro, como única alternativa. Pueden concebirse formas intermedias, intentos de corregir los males y la debilidad del sindicalismo y preservar sus principios correctos, de evitar el liderazgo de una burocracia de funcionarios, de evitar la separación por obra de un estrecho criterio según las especialidades y los intereses comerciales, y de preservar y utilizar las experiencias adquiridas en luchas anteriores. Esto podría hacerse manteniendo unido, después de una gran lucha, a un núcleo de los mejores luchadores, en un único sindicato general. Cuando una huelga estalle espontáneamente, este sindicato se presentará con sus propagandistas y organizadores fogueados, para ayudar a las masas inexpertas con su consejo, para instruirlas, organizadas y defenderlas. De esta manera cada lucha significará un progreso de organización, no en el sentido de conjunto de miembros que pagan una cuota, sino en el sentido de una creciente unidad de clase.
Un ejemplo de tal sindicato podría encontarse en el gran sindicato norteamericano Industrial Workers of the World[1]. A fines del siglo pasado, en contraste con los sindicatos conservadores de obreros especializados bien pagados, unidos en la American Federation of Labor[2], se desarroIló aquella organización debido a las especiales condiciones que reinaban en los Estados Unidos, en parte a raíz de encarnizadas luchas de mineros y leñadores, pioneros independientes en las tierras vírgenes del Lejano Oeste, contra el gran capital que había monopolizado las riquezas en madera y suelo productivo apoderándose de eIlas, y en parte por las huelgas de hambre de las masas miserables de inmigrantes que provenían de Europa oriental y Europa del sur, apiñadas y explotadas en las fábricas de las ciudades del Este y en las minas de carbón, despreciadas y descuidadas por los viejos sindicatos. La I. W. W. les proporcionó líderes y organizadores expertos en huelgas que les mostraron cómo enfrentar el terrorismo policial, que los defendieron ante la opinión pública y los tribunales, que les enseñaron la práctica de la solidaridad y la unidad y les abrieron perspectivas más amplias acerca de la sociedad, el capitalismo y la lucha de clases. En tales luchas de gran importancia decenas de millares de nuevos miembros se afiliaron a la I. W. W., de los cuales sólo se mantuvo en ella una pequeña fracci6n. Este gran sindicato único se adaptaba al desenfrenado desarrollo del capitalismo norteamericano en los días en que éste construy6 su poder sometiendo a las masas de pioneros independientes.
Formas similares de lucha y organizaci6n pueden propagarse y surgir en todas partes, cuando los trabajadores se levantan en grandes huelgas, sin tener aún la completa confianza en sí mismos como para tomar enteramente las cosas en sus propias manos. Pero sólo como formas temporarias de transición. Hay una fundamental diferencia entre las condiciones de la lucha futura en la gran industria y las de los Estados Unidos en el pasado. En este último caso se trataba del surgimiento, y ahora del ocaso del capitalismo. Antes, la ruda experiencia de los pioneros o el egoísmo primitivo de la lucha por la existencia de los inmigrantes eran la expresión de un individualismo de la clase media al que había que doblegar bajo el yugo de la explotación capitalista. Ahora, las masas entrenadas en la disciplina durante toda su vida por las máquinas y el capital, vinculadas por fuertes lazos técnicos y espirituales con el aparato productivo, organizarán su utilización sobre la nueva base de la colaboración. Estos trabajadores son cabalmente proletarios, pues todo remanente del individualismo de clase media fue desgastado y borrado desde hace largo tiempo por el hábito del trabajo en colaboración. Las fuerzas de la solidaridad y la devoción ocultas en ellos sólo esperan a que aparezca la perspectiva de grandes luchas para transformarse en un principio predominante de la vida. Además, incluso las capas más reprimidas de la clase trabajadora, que sólo se unen a sus camaradas en forma vacilante deseando apoyarse en su ejemplo, sentirán pronto que también crecen en ellas las nuevas fuerzas de la comunidad, y percibirán también que la lucha por la libertad les pide no sólo su adhesión sino el desarrollo de todos los poderes de actividad autónoma y confianza en sí mismos de que dispongan. Así, superando todas las formas intermedias de autodeterminación parcial, el progreso seguirá decididamente el camino de la organización de consejos.
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[1] I. W. W., Los Obreros Industriales del Mundo. Fundado oficialmente en 1905, este sindicato existe aún. En 1949, cuando no contaba con más de 1.500 miembros, fue la primera organización obrera anotada en la lista subversiva del Congreso norteamericano, que abría, así, el período llamado Maccarthista.
[2] A. F. L., Federación Norteamericana del Trabajo. Creada en 1886, este sindicato tuvo una historia accidentada. Una serie de expulsiones y escisiones, que se extendieron de 1936 a 1938, culmina en 1938 con la creación de un sindicato rival, el Congress of Industrial Organisations (C. I. O.). La reunificación -que tuvo lugar en 1955- da nacimiento a la A.F.L.-C.I.O., que agrupa a 14.000.000 de miembros y que es, sin duda, el sindicato más poderoso del mundo.
Last updated on: 5.30.2011