Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO III

LA PRIMERA REVOLUCI�N
 
De acuerdo con nuestras conjeturas, Koba no se uni� a los bolcheviques hasta alg�n tiempo despu�s de la Conferencia de noviembre, celebrada en Tiflis. Aquella Conferencia acord� tomar parte activa en los preparativos, ya en curso, de un nuevo Congreso del Partido obrero socialdem�crata. Sin objeci�n alguna aceptamos la simple aserci�n de Beria seg�n la cual Koba hab�a salido de Bak� en diciembre en viaje de propaganda en favor de dicho Congreso. Esto no es improbable. Era evidente para todos que el Partido estaba escindido en dos. Por aquel tiempo, la fracci�n bolchevique hab�a adquirido tal fuerza, que desde el punto de vista de organizaci�n era superior a la menchevique. Forzado a elegir entre ambas, veros�milmente Koba se decidi� por la primera. Pero nos ver�amos en dificultades para probar de modo positivo que Koba era ya miembro de la facci�n bolchevique a fines de 1904. Beria llega al extremo de exhibir varias citas de octavillas publicadas por aquellos d�as, pero no se atreve a afirmar que Koba escribiera ninguna de ellas. Esa t�mida reticencia respecto a la paternidad de tales octavillas es m�s elocuente que las palabras. Los pasajes que Beria reproduce de prospectos escritos por otros que no son Koba, sirven, naturalmente, al prop�sito expl�cito de llenar una laguna en la biograf�a de Stalin. 
Entretanto, las diferencias de opini�n entre mencheviques y bolcheviques pasaron del terreno de los Estatutos del Partido al dominio de la estrategia revolucionaria. La campa�a de banquetes emprendida por trabajadores del zemstvo y otros liberales, intensificada durante el oto�o de 1904, en parte porque las aturdidas autoridades zaristas eran demasiado negligentes para intervenir en ello, plante� resueltamente la cuesti�n de las relaciones entre la socialdemocracia y la burgues�a de oposici�n. El plan menchevique abogaba por una tentativa para transformar a los obreros en un coro democr�tico corno pedestal de solistas liberales, un coro suficientemente considerado y circunspecto, no s�lo para "abstenerse de asustar" a los liberales, sino m�s a�n, para reforzar la fe de los liberales en ellos mismos. Lenin acometi� en el acto su ofensiva. Ridiculiz� la mera idea de semejante plan, esto es, la idea de prestar un apoyo diplom�tico a una oposici�n impotente, abandonando la lucha revolucionaria contra el zarismo. La victoria de la revoluci�n s�lo puede asegurarse por la presi�n de las masas. S�lo un atrevido programa social puede levantar a las masas por la acci�n; y precisamente eso es lo que temen los liberales. "Hubi�ramos sido unos locos preocup�ndonos de sus temores." Un peque�o folleto de Lenin, que apareci� en noviembre de 1904, templ� los �nimos de sus camaradas y tuvo gran influencia en el desarrollo de las ideas t�cticas del bolchevismo. �No ser�a este folleto el que decidi� la conversi�n de Koba? No nos atrevemos a contestar afirmativamente. En a�os posteriores, siempre que tuvo ocasi�n de situarse por su cuenta con relaci�n -a los liberales, invariablemente se ha inclinado hacia la noci�n menchevique de la importancia de "abstenerse de asustar" a los liberales. (As� lo prueban las revoluciones de Rusia en 1917, de China, de Espa�a y dondequiera.) No es de excluir la posibilidad, sin embargo, de que en v�speras de la primera revoluci�n, el plebeyo dem�crata pareciese estar sinceramente indignado con el plan oportunista, que despert� gran descontento aun entre las masas mencheviques. Debe decirse que, en conjunto, entre los intelectuales radicales no hab�a tenido tiempo de extinguirse la tradici�n de mantener una actitud desde�osa hacia el liberalismo Pero tambi�n es posible que s�lo el domingo sangriento de San Petersburgo y la oleada de huelgas que barri� el pa�s en su estela pudiese haber movido al cauto y suspicaz cauc�sico a sumarse al bolchevismo.
Los dos viejos bolcheviques Stopani y Lehman, en sus Memorias, minuciosamente detalladas enumeran a todos los revolucionarios con quienes tuvieron ocasi�n de tratar en Bak� y Tiflis fines de 1904 y principios de 1905; Koba no est� en esa lista. Lehman cita a la gente que "estaba a la cabeza" de la Uni�n cauc�sica; tampoco figura Koba aqu�. Stopani nombra a los bolcheviques que, unidos a los mencheviques, dirigieron la famosa huelga de Bak� en diciembre de 1904; Koba s�lo est� entre los que no menciona. Y, sin embargo, Stopani deb�a de saber a qu� atenerse, puesto que �l mismo fue miembro de aquel Comit� de huelga. Las Memorias de ambos autores se publicaron en el peri�dico oficial de historia comunista, y tanto el uno como el otro, lejos de ser "enemigos del pueblo", eran buenos stalinistas pero ambos escribieron sus obras en 1925, antes de que la falsificaci�n planeada por indicaci�n superior se constituyera en sistema. En un art�culo publicado no m�s lejos de 1926, Taratuta, antiguo miembro del Comit� Central bolchevique, al tratar de "La V�spera de la Revoluci�n de 1905 en el C�ucaso", no hace menci�n alguna de Stalin. En los comentarios a la correspondencia de Lenin y Krupskaia con la organizaci�n del C�ucaso, el nombre de Stalin no aparece ni una sola vez en el curso de las cincuenta nutridas p�ginas. Es sencillamente imposible hallar alrededor de la �ltima parte de 1904 y la primera de 1905, traza alguna de las actividades de quien hoy se pinta como el padre y fundador del bolchevismo cauc�sico.
Tampoco pretende esta conclusi�n oponerse a la m�s reciente de las interminables aseveraciones acerca de la implacable campa�a de Stalin contra los mencheviques. Todo lo que hace falta para reconciliar estas aparentes contradicciones, es correr la fecha un par de arios, lo cual no es muy dif�cil, puesto que no hay necesidad de citar documentos ni de recelar refutaciones. Por otra parte, no hay motivos para dudar que, una vez tomada su decisi�n, Koba emprendi� su lucha contra los mencheviques del modo m�s �spero, crudo y desaprensivo que pueda concebirse. Aquella inclinaci�n hacia los procedimientos disimulados y las intrigas de que se le hab�a acusado cuando formaba parte de los c�rculos seminaristas, o en su tiempo de propagandista del Comit� de Tiflis o de miembro del grupo de Batum, encontraba ahora una expresi�n m�s amplia y atrevida en la lucha de facciones.
Beria cita Tiflis, Batum, Chituary, Kutais y Poti como lugares en que Stalin hab�a sostenido debates contra No� Jordania, Heraclio Tseretelli, No� Ramishvili y otros dirigentes mencheviques, as� como contra los anarquistas y los federalistas. Pero Beria prescinde caballerosamente de las fechas, y no sin intenci�n. En realidad, la primera de esas discusiones, que fija con cierta apariencia de exactitud, tuvo lugar en mayo de 1905. La situaci�n es exactamente la misma que en el caso de los escritos publicados por Koba. Su primera composici�n bolchevique, un folletito de escasas p�ginas, apareci� en mayo de 1905, bajo el t�tulo un tanto singular de Peque�eces sobre diferencias de Partido. Beria estima necesario advertir, sin decir el motivo, que este folleto se escribi� "a principios de 1905", descubriendo as� de modo m�s flagrante que nunca su intento de cerrar la brecha de dos a�os. Uno de los corresponsales, evidentemente Litvinov, que no conoc�a a ning�n georgiano, inform� sobre la aparici�n en Tiflis de un folleto "que caus� sensaci�n". Esta "sensaci�n" puede explicarse s�lo por la circunstancia de que el auditorio georgiano nada hab�a o�do hasta entonces fuera de la voz de los mencheviques. En sustancia, dicho folleto no es m�s que un sumario ampuloso de los escritos de Lenin. No es extra�o que no se haya vuelto a imprimir. Beria cita de �l pasajes meticulosamente seleccionados, que explican f�cilmente por qu� el autor mismo se satisfac�a en echar sobre ese folleto, como sobre los dem�s trabajos literarios suyos de la �poca, el velo del olvido.
En agosto de 1905, Stalin reprodujo el cap�tulo "�Qu� hacer?", de la obra de Lenin que trataba de explicar la correlaci�n del movimiento obrero elemental con la conciencia de clase socialista. Seg�n la exposici�n de Lenin, el movimiento obrero, abandonado a sus propios recursos, propend�a irrevocablemente al oportunismo; la conciencia de clase revolucionaria se aportaba a los trabajadores desde fuera, por medio de los intelectuales marxistas. No es lugar �ste de criticar tal concepto, que en su integridad m�s corresponde a una biograf�a de Lenin que a la de Stalin. El mismo autor de "�Qu� hacer?" reconoci� m�s tarde el car�cter tendencioso, y, en consecuencia, lo err�neo de su teor�a, que hab�a intercalado a modo de par�ntesis como una bater�a en la batalla contra el "economismo", y su respeto por la naturaleza elemental del movimiento obrero. Despu�s de su rompimiento con Lenin, Plejanov dio a conocer una cr�tica tard�a, pero tanto m�s dura, a prop�sito de "�Qu� hacer?" La cuesti�n de introducir conciencia de clase revolucionaria en el proletariado "desde fuera" volvi� a estar sobre el tapete. El �rgano central del Partido bolchevique anot� "el espl�ndido planteamiento de la cuesti�n" relativa a la introducci�n de la conciencia de "clase desde el exterior" en un art�culo an�nimo aparecido en un peri�dico de Georgia. Aquel elogio se cita hoy como una especie de testimonio de la madurez de Koba como "te�rico". En realidad, no se trataba m�s que de una de tantas observaciones alentadoras que sol�a hacer notar por su defensa de las ideas de los dirigentes de su propia facci�n. En cuanto a la calidad del art�culo, puede dar una idea suficiente la cita siguiente que figura en la traducci�n de Beria al ruso:
"La vida contempor�nea est� montada seg�n normas capitalistas. En ella existen dos grandes clases: la burgues�a y el proletariado; entre ambas est� entablada una lucha a vida o muerte. Las circunstancias de la vida empujan a la primera a sostener el orden capitalista. Las mismas circunstancias impelen a la otra para minar y destruir el orden capitalista. En correspondencia con estas dos clases, hay una doble conciencia de clase, burguesa y socialista. La segunda se ajusta a la situaci�n del proletariado... Pero, �qu� significaci�n puede tener por s� sola la conciencia de clase socialista, si no se difunde entre el proletariado? �Se queda reducida a una frase vac�a, y nada m�s! Las cosas tomar�n un rumbo bien distinto cuando esa conciencia de clase se abra paso entre las filas del proletariado: �ste se dar� entonces cuenta de su situaci�n y marchar� cada vez m�s de prisa hacia la realizaci�n del sistema de vida socialista..."

Y as� sucesivamente. Art�culos tales se han salvado del olvido que merec�an s�lo por el destino ulterior de quien los escribi�. Sin embargo, es perfectamente obvio que no explican por s� mismos semejante destino, m�s bien lo hacen m�s enigm�tico.
Despu�s de romper con el Consejo de redacci�n de Iskra, Lenin, que por entonces ten�a cuarenta y cuatro a�os, vivi� durante meses vacilante (lo que era doblemente dif�cil para �l, por estar tan en contradicci�n con su car�cter), hasta que se convenci� de que sus adeptos eran relativamente numerosos y su joven autoridad bastante fuerte. La culminaci�n afortunada de las disposiciones para el nuevo Congreso atestiguaba sin la menor duda que las organizaciones socialdem�cratas eran preponderantemente bolcheviques. El Comit� Central conciliador, dirigido por Krassin, acab� capitulando ante el Bur� "ilegal" de los Comit�s de la Mayor�a, y particip� en el Congreso que no pudo evitar. As�, el tercer Congreso, que se reuni� en abril de 1905 en Londres, y del que los mencheviques se mantuvieron deliberadamente apartados, content�ndose con una Conferencia en Ginebra, vino a ser el Congreso constituyente del bolchevismo. Los veinticuatro delegados, votantes y los catorce consultivos eran, sin excepci�n, aquellos bolcheviques que hab�an sido fieles a Lenin desde el momento de la escisi�n en el segundo Congreso y hab�an levantado a los Comit�s del Partido contra la autoridad conjunta de Plejanov, Axelrod, Vera Zasulich, Martov y Potresov. En este Congreso qued� legitimada aquella opini�n sobre las fuerzas en movimiento de la Revoluci�n rusa que Lenin desarroll� en el curso de su honrada lucha contra sus antiguos maestros y m�s �ntimos colaboradores en la Iskra, y que desde entonces adquiri� mayor significaci�n pr�ctica que el programa del Partido trazado en com�n con los mencheviques.
La malhadada y oprobiosa guerra contra el Jap�n iba acelerando la desintegraci�n del r�gimen zarista. Despu�s de la primera oleada grande de huelgas y demostraciones, el tercer Congreso pudo reflejar la proximidad del desenlace revolucionario. "Toda la historia del pasado a�o ha demostrado -dec�a Lenin en su informe a los delegados reunidos- que hemos menospreciado la importancia y la inevitabilidad de la revoluci�n." El Congreso dio resueltamente un paso adelante sobre el problema agrario al reconocer la necesidad de ayudar al movimiento campesino entonces en curso, incluso hasta el extremo de confiscar las tierras de los hacendados. M�s concretamente que nunca, perfil� la perspectiva general de la lucha revolucionaria y la conquista del Poder, particularmente en cuanto al Gobierno revolucionario como organizador, de la guerra civil. Como dijo Lenin: "Aunque nos apoderemos de San Petersburgo y guillotinemos a Nicol�s, habremos de enfrentamos con varias Vend�es." El Congreso emprendi�, con m�s br�os que nunca, los preparativos t�cnicos para la insurrecci�n. "Sobre la cuesti�n de crear grupos especiales de combate -dijo Lenin- he de decir que los considero indispensables."
Cuanta m�s importancia se da al tercer Congreso, m�s se advierte la ausencia de Koba en �l. Por aquel tiempo ten�a en su haber unos siete a�os de actividad revolucionaria, incluso c�rcel, destierro y evasi�n. Si hubiera sido persona de alguna entidad entre los bolcheviques, seguramente su historial le hubiera asegurado al menos su candidatura para delegado. Adem�s, Koba estuvo en libertad todo el a�o 1905 y, seg�n Beria, "tom� la parte m�s activa en la organizaci�n del tercer Congreso de los bolcheviques". Si esto es verdad, indudablemente tendr�a que haber sido jefe de la delegaci�n cauc�sica. Entonces, �por qu� no lo fue? Si por enfermedad u otra causa de excepci�n no hubiese podido salir al extranjero, los bi�grafos oficiales hubieran sabido encontrar el modo de decirlo as�. Su silencio sobre el caso se explica s�lo porque no tienen a su disposici�n ni una leve explicaci�n fidedigna de la ausencia del "l�der de los bolcheviques del C�ucaso" en un Congreso de tanta importancia hist�rica. Los asertos de Beria a prop�sito de "la parte m�s activa" que Koba tom� en la organizaci�n del Congreso es una de tantas frases sin sentido de que est� repleta la historiograf�a oficial sovi�tica. En un art�culo dedicado al XIII aniversario del tercer Congreso, el bien informado Osip Pyatnitsky no dice absolutamente nada sobre la participaci�n de Stalin en los preparativos para el Congreso, mientras que el historiador cortesano Yaroslavsky se limita a una vaga observaci�n, cuya sustancia es que el trabajo de Stalin en el C�ucaso "tuvo indudablemente considerable importancia" para el congreso, sin esclarecer la �ndole exacta de tal importancia. Sin embargo, de cuanto hemos podido averiguar hasta ahora, la situaci�n aparece evidente: despu�s de vacilar durante bastante tiempo, Koba se uni� a los bolcheviques poco antes del tercer Congreso; no tom� parte en la Conferencia de noviembre en el C�ucaso; nunca fue miembro del Bur� establecido por aquella y siendo un reci�n llegado, no le era dable esperar una credencial de delegado. La delegaci�n estaba constituida por Kamenev, Nevsky, Tsjakaya y Dzhaparidze; �stos eran los dirigentes del bolchevismo cauc�sico por aquella �poca. Su ulterior destino afecta a nuestra narraci�n hasta cierto punto: Dzhaparidze fue fusilado dieciocho a�os m�s tarde por Stalin; Nevsky fue tildado de "enemigo del pueblo" por orden de Stalin, y desapareci� sin (tejar rastro; y s�lo el anciano Tsjakaya se ha sobrevivido a s� mismo.
El aspecto negativo de las tendencias centr�petas del bolchevismo se pusieron por primera vez de relieve en el tercer Congreso de la socialdemocracia rusa. Los h�bitos peculiares de una m�quina pol�tica se iban ya formando en la clandestinidad. Ya iba surgiendo como tipo el joven bur�crata revolucionario. Las condiciones de conspiraci�n, es cierto, ofrec�an escaso margen, para formalidades democr�ticas tales como electividad, responsabilidad y control. Pero no cabe duda de que los hombres del Comit� restringieron estas limitaciones mucho m�s de lo necesario, y eran m�s intransigentes y severos con los trabajadores revolucionarios que con ellos mismos, prefiriendo imponer su voluntad aun en aquellas ocasiones que requer�an prestar atento o�do a la voz de las masas. Krupskaia observa que, como en los Comit�s bolcheviques, tampoco en el mismo Congreso hubo apenas delegados obreros. Los intelectuales predominaban. El "hombre de Comit� -escrib�a Krupskaia- sol�a ser persona presumida; estaba pose�do de la enorme influencia que las actividades del Comit� ejerc�an sobre las masas; por regla general, al "hombre de Comit�" no reconoc�a democracia alguna dentro del Partido; intr�nsecamente, sent�a desd�n por el "centro extranjero", que rabiaba y gritaba y armaba trifulcas: "deber�a probar las condiciones del trabajo en Rusia para variar...". Al mismo tiempo, no era partidario de innovaciones: el "hombre de Comit�" no deseaba adaptarse, ni sab�a c�mo hacerlo, a situaciones que cambiaban r�pidamente". Esta concisa, pero expresiva caracterizaci�n ayuda much�simo a comprender la psicolog�a pol�tica de Stalin, pues �l era el "hombre de Comit�" por antonomasia. Ya en 1901, al comienzo de su carrera revolucionaria en Tiflis, se opuso a que entraran trabajadores en su Comit�. Como "pr�ctico" (esto es, como empirista pol�tico), reaccionaba con indiferencia, y luego con desd�n, frente a los emigrados, frente al "centro extranjero". Desprovisto de cualidades personales para influir directamente en las masas, se aferraba con redoblada tenacidad a la m�quina pol�tica. El jefe de su universo era su Comit� (el de Tiflis, el de Bak�, el cauc�sico, antes de llegar a ser el Comit� Central). Con el tiempo, su ciega lealtad a la m�quina del Partido habr�a de desarrollarse con extraordinaria fuerza; el hombre de Comit� se hizo hombre superm�quina, secretario general del Partido, genuina representaci�n de la burocracia e incomparable director de ella. 
En el folleto Nuestros problemas pol�ticos, escrito por m� en 1904, y que contiene no poco de prematuro y err�neo en mi cr�tica de Lenin, hay, no obstante, p�ginas que ofrecen una caracterizaci�n bastante justa del modo de pensar de los "hombres de Comit�" de aquellos d�as, que "se hab�an adelantado a la necesidad de contar con los trabajadores despu�s de haber encontrado �stos apoyo en los "principios del centralismo"". La pugna que Lenin se vio obligado a sostener el a�o siguiente en el Congreso contra los altos y poderosos "hombres de Comit�", confirm� cumplidamente la justeza de mi cr�tica. "Los debates asumieron un car�cter m�s apasionado -refiere Lyadov, uno de los delegados-. Comenzaron a surgir all� agrupamientos, como te�ricos y pr�cticos, "literarios" y "hombres de Comit�". En el curso de estas disputas, el trabajador Rikov uno de los m�s j�venes, se destac� resueltamente. Consigui� reunir en tomo suyo una mayor�a de, los "hombres de Comit�". Las simpat�as de Lyadov estaban con Rikov. "No pude contenerme -exclam� Lenin en sus concluyentes observaciones- al o�r que no hab�a obreros aptos para miembros de Comit�." Recordemos aqu� la insistencia de Koba al pedir trabajadores de Tiflis que reconociesen "con la mano sobre el coraz�n" que entre ellos ninguno hab�a en condiciones de recibir las �rdenes sagradas de la casta sacerdotal. "La cuesti�n se est� dilatando -persist�a Lenin-. Evidentemente hay una enfermedad en el Partido." Esta enfermedad era el despotismo de la m�quina pol�tica, el comienzo de la burocracia.
Lenin comprend�a mejor que nadie la necesidad de una organizaci�n centralizada; pero ve�a en ella, sobre todo, una palanca para realzar la actividad de los trabajadores avanzados. La idea de hacer un fetiche de la m�quina pol�tica no s�lo le era ajena, sino que repugnaba a su naturaleza. En el Congreso se burl� de la tendencia de casta de los "hombres de Comit�", desde un principio, y le declar� apasionada guerra. "Vladimiro Ilich estaba muy excitado -confirma Krupskaia-, y otro tanto suced�a con los hombres de Comit�." En aquella ocasi�n, �stos consiguieron el triunfo, y a su frente Rikov, futuro sucesor de Lenin en el cargo de presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. La resoluci�n de Lenin proponiendo que cada Comit� constase necesariamente de una mayor�a de obreros, no pudo aprobarse. Y tambi�n contra la voluntad de Lenin, los hombres de Comit� acordaron colocar el Consejo de redacci�n en el extranjero bajo el control del Comit� Central. Un a�o antes, Lenin hubiera preferido una escisi�n a consentir en que la direcci�n del Partido dependiese del Centro ruso, expuesto a los registros polic�acos e inestable por eso en su composici�n. Pero entonces estaba persuadido de que la palabra decisiva ser�a la suya. Habi�ndose fortalecido en la lucha contra los antiguos dirigentes autoritarios de la Socialdemocracia rusa, estaba mucho m�s seguro de s� mismo que en el segundo Congreso, y m�s sereno, en consecuencia. Si, como dice Krupskaia, se excit� durante los debates, o m�s bien parec�a excitado, tanto m�s circunspecto se mantuvo en las medidas de organizaci�n que acometi�. No s�lo acept� en silencio su derrota respecto a dos cuestiones sumamente importantes, sino que incluso ayud� a incluir a Rikov en, el Comit� Central. No ten�a la menor duda de que la Revoluci�n, la gran maestra de las masas en cuestiones de Iniciativa y empresa, ser�a bastante para derrumbar, simult�neamente y sin gran dificultad, el juvenil y ya inestable conservadurismo de la m�quina pol�tica del Partido.
Adem�s de Lenin, para el Comit� Central fueron elegidos el ingeniero Le�nidas Krassin y el naturalista A. A. Bogdanov, f�sico y fil�sofo, coet�neos de Lenin ambos; Postolovsky, que abandon� poco despu�s el Partido, y Rikov. Los suplentes eran el "literario" Rumyantsev y los dos pr�cticos Gussev y Bour. No hace falta decir que nadie pens� en proponer a Koba para miembro del primer Comit� Central bolchevique.
En 1934, el Congreso del Partido Comunista de Georgia, sirvi�ndose como base del informe de Beria, declar� que "nada de cuanto hasta ahora se ha escrito refleja el verdadero y aut�ntico papel del camarada Stalin, quien realmente dirigi� la lucha de los bolcheviques en el C�ucaso durante buen n�mero de a�os". El Congreso no explic� los pormenores. Pero todos los viejos autores de Memorias e historiadores hab�an sido proscritos, y algunos incluso fusilados. Luego, para rectificar todas las iniquidades del pasado, se decidi� fundar un "Instituto Stalin" especial. As� t� dio Origen a una purga inexorable de todos los viejos pergaminos, que inmediatamente se cubrieron de nuevos textos. Jam�s ha habido bajo la b�veda celeste una invenci�n de falsedades en tan gran escala. Mas la situaci�n del bi�grafo no queda por eso totalmente desamparada.
Sabemos que Koba volvi� del destierro a Tiflis en febrero de 1904, siempre invariable y triunfalmente "dirigiendo la actividad de los bolcheviques". Con la excepci�n de breves escapadas, pas� la mayor parte de los a�os 1904 v 1905 en Tiflis. Seg�n las Memorias m�s recientes, los obreros sol�an decir: "Koba est� desollando vivos a los mencheviques." Sin embargo, parece ser que los mencheviques de Georgia apenas se resintieron de tal intervenci�n quir�rgica. S�lo en la segunda mitad del a�o 1905 entraron los bolcheviques de Tiflis en la fase de "formar en l�nea" y "pensaron" en editar noticiarios. �Cu�l era, pues, la �ndole de la organizaci�n a que Koba perteneci� durante la mayor parte de 1904 y la primera mitad de 1905? Si no es que se mantuvo apartado por completo del movimiento obrero, lo que es incre�ble, a pesar de todo cuanto hemos o�do de Beria, tiene que haber sido miembro de la organizaci�n menchevique. A principios de 1906, el n�mero de pros�litos de Lenin en Tiflis hab�a aumentado hasta trescientos; pero los mencheviques contaban con unos tres mil. La simple correlaci�n de fuerzas condenaba a Koba a una oposici�n literaria en el punto cr�tico del desarrollo revolucionario.
"Dos a�os (1905-1907) de labor revolucionaria entre los trabajadores de la industria petrol�fera -atestigua Stalin- me endurecieron." Es decididamente improbable que en un texto cuidadosamente redactado y revisado de su propio discurso, el orador s�lo acertase a confundirse respecto al lugar exacto en que estuvo durante el a�o en que el pa�s sufri� su bautismo de fuego revolucionario, y tambi�n durante el a�o 1906, en que toda Rusia continuaba en las angustias de las convulsiones y viv�a en constante temor del desenlace. �Tales acontecimientos no se pueden olvidar! Es imposible librarse de la impresi�n de que Stalin evit� deliberadamente aludir a la primera revoluci�n porque sencillamente nada ten�a que decidirse acerca de ella. Como Bak� le ofrec�a un fondo m�s hermoso que Tiflis, retrospectivamente se traslad� a Bak� dos a�os y medio antes de lo que era justo. En verdad, no tiene por qu� temer objeciones de historiadores sovi�ticos. Pero la pregunta: "�Qu� hizo en realidad Koba durante 1905?", sigue sin contestar.
El primer a�o de la Revoluci�n se inici� con el fusilamiento de los trabajadores de San Petersburgo cuando marchaban con una petici�n al zar. El llamamiento escrito por Koba con ocasi�n de los sucesos de 22 de enero tiene por remate el siguiente conjuro:
Juntemos nuestras manos y agrup�monos en torno a los Comit�s, de nuestro Partido. No debemos olvidar un solo minuto que los Comit�s del Partido pueden guiarnos dignamente, que s�lo ellos pueden iluminar nuestra ruta hacia la Tierra Prometida...

Y as� por el estilo. �Qu� seguridad hay en la voz de este "hombre de Comit�"! Durante aquellos mismos d�as, horas quiz�, Lenin escrib�a en un art�culo de uno de sus colaboradores la siguiente arenga a las masas insurgentes:

�Abrid paso al furor y al odio que se han acumulado en vuestros corazones durante tantos siglos de explotaci�n, sufrimiento y martirio!

Todo Lenin est� en la anterior frase. Odia y se rebela en uni�n de las masas, siente la rebeli�n en sus huesos, y no pide a los rebeldes que obren s�lo con el permiso de los "Comit�s". El contraste entre estas dos personalidades en su actitud frente a lo que un�a a ambas pol�ticamente (frente a la Revoluci�n) no pod�a expresarse m�s concisa ni m�s expresivamente.
La creaci�n de los Soviets comenz� cinco meses despu�s del tercer Congreso, en el que no hab�a habido sitio para Koba. La iniciativa parti� de los mencheviques, quienes, sin embargo, nunca pensaron en la direcci�n que su hechura hab�a de tomar. La facci�n menchevique predominaba en los Soviets. Los mencheviques de filas fueron arrastrados por los acontecimientos revolucionarios; los dirigentes cavilaban perplejos sobre la s�bita oscilaci�n a la izquierda de su propia facci�n. El Comit� de San Petersburgo de los bolcheviques se asust� al principio ante la innovaci�n de una representaci�n neutral de las masas en armas, y nada pudo encontrar mejor que ofrecer al Soviet su ultim�tum: adoptar inmediatamente un programa socialdem�crata o disolverse. El Soviet de San Petersburgo en su totalidad incluso el contingente de obreros bolcheviques, acogieron este ultim�tum sin inmutarse y no hicieron caso de �l. S�lo despu�s de llegar Lenin en noviembre se produjo un cambio radical en la pol�tica de los "hombres de Comit�" hacia el Soviet. Pero el ultim�tum hab�a causado estragos al debilitar decididamente la posici�n de los bolcheviques. En aquel trance, como en los dem�s, las provincias siguieron el ejemplo de la capital. Por aquel tiempo, las profundas diferencias de criterio al estimar la importancia hist�rica de los Soviets hab�a comenzado ya. Los mencheviques trataban de evaluar el Soviet simplemente como una forma fortuita de representaci�n obrera: un "parlamento proletario", un "�rgano de autonom�a revolucionaria", etc. Todo aquello era sumamente vago. Lenin, por el contrario, sab�a escuchar atentamente a las masas de San Petersburgo que llamaban al Soviet "el Gobierno proletario", y al punto dio su verdadero valor a aquella nueva forma de organizaci�n, consider�ndola la palanca de la lucha por el Poder.
En los escritos de Koba del a�o 1905, escasos en forma y contenido, no encontramos absolutamente nada a prop�sito de los Soviets. Esto no obedece s�lo a que no los hubiera en Georgia, sino simplemente a que no par� mientes en ellos, no les dio importancia. �No es sorprendente? El Soviet, como m�quina pol�tica poderosa, debi� de haber causado impresi�n en el futuro secretario general a primera vista. Pero es que lo miraba como una m�quina pol�tica extra�a, que representaba directamente a las masas. El Soviet no se somet�a a la disciplina del Comit�, y requer�a m�todos de direcci�n m�s complejos y flexibles. En cierto modo, el Soviet era un potente competidor del Comit�. As�, durante la Revoluci�n de 1905, Koba estuvo de espaldas a los Soviets. En lo esencial, estuvo de espaldas a la Revoluci�n misma, como cobijado a su sombra.
La raz�n de su resentimiento era su incapacidad para hallar su propia ruta hacia la Revoluci�n. Los bi�grafos y artistas moscovitas se esfuerzan constantemente por presentar a Koba a la cabeza de una u otra manifestaci�n, "como blanco de tiro", como fogoso orador, como tribuno. Todo eso es puro embuste. Aun en sus a�os �ltimos, Stalin no lleg� a ser un orador; nadie le ha o�do pronunciar discursos "fogosos". En todo el a�o 1907, cuando todos los oradores del Partido, comenzando por Lenin, iban por todas partes roncos de tanto hablar, Stalin no tom� parte en un solo mitin. No pod�a ser de otro modo en 1905. Stalin no era orador ni aun en la escala modesta en que lo eran otros j�venes revolucionarios del C�ucaso, como Knunyants, Zurabov, Kamenev, Tseretelli. En una reuni�n del Partido, a puerta cerrada, sab�a explicar bastante bien ideas que hab�a hecho firmemente suyas.
Pero no ten�a nada de agitador. Sol�a hacerse violencia para emitir frases con gran dificultad, sin tonalidad, calor ni �nfasis. La debilidad org�nica de su naturaleza, el lado inverso de su pujanza, consiste en su absoluta incapacidad de entusiasmarse, de elevarse sobre el nivel rutinario de las trivialidades, de hacer surgir un v�nculo vital entre �l mismo y su auditorio, destacar entre su auditorio lo mejor de su persona. Y como no sab�a enardecerse, tampoco era capaz de enardecer a otros. La fr�a malevolencia no es bastante para adue�arse del alma de las masas.
El a�o 1905 tuvo sellados sus labios. El pa�s que hab�a estado callado durante mil a�os comenz� a hacerse o�r por primera vez. Todo aquel que era capaz de expresar su aborrecimiento contra la burocracia y el zar encontraba oyentes infatigables y agradecidos. No cabe duda de que Koba tambi�n ensayar�a; pero la comparaci�n con otros oradores extempor�neos result� adversa para �l. No pod�a soportar aquello. Aunque insensible a los sentimientos ajenos, Koba es en extremo susceptible, muy delicado en sus propios afectos y, por muy extra�o que parezca, caprichoso hasta la extravagancia. Sus reacciones son primitivas. Como se figure olvidado o descuidado por alguien, se siente propenso a volver la espalda a los hechos y a las personas, acurrucarse en un rinc�n, fumarse malhumorado una pipa y so�ar en la venganza. Por eso, en 1905 se retir� a la sombra con secreto resentimiento y se convirti� en una especie de redactor. Pero Koba estaba lejos de ser periodista. Discurre despacio, sus juicios son extremadamente simplistas y su estilo demasiado laborioso e infecundo. Cuando desea producir un efecto contundente, recurre a expresiones soeces. Ninguno de los art�culos que escribi� entonces hubiera sido aceptado por un Consejo de redacci�n algo escrupuloso o exigente. Verdad es que las publicaciones clandestinas no sol�an ser notables por sus excelencias literarias, pues en su mayor parte estaban escritas por gentes que recurr�an a la pluma por necesidad y no por ser aqu�lla su profesi�n. De todos modos, Koba no se destac�. Su estilo revelaba un esfuerzo por lograr una sistem�tica exposici�n del tema; pero aquel esfuerzo se manifestaba generalmente por una disposici�n esquem�tica de material, la enumeraci�n de argumentos, preguntas ret�ricas artificiales y pesadas repeticiones recargando el aspecto did�ctico. La ausencia de ideas propias, de forma original, de v�vida imaginaci�n, marca una por una sus l�neas con el sello de lo trivial. Aqu� tenemos a un autor que nunca expresa libremente sus propios pensamientos, sino que t�midamente hace uso de los ajenos. La palabra "t�midamente" puede parecer extra�a aplicada a Stalin: y, no obstante, le caracteriza en su titubeante estilo de escritor con suma precisi�n, desde sus tiempos del C�ucaso hasta los actuales.
Naturalmente, ser�a equivocado suponer que tales art�culos no encauzaban hacia la acci�n. Eran muy necesarios. Respond�an a una necesidad perentoria. Su fuerza proven�a de la necesidad, pues expresaban las ideas y consignas de la Revoluci�n. Para el lector de la masa, que no pod�a hallar nada de aquel g�nero en la Prensa burguesa, aquello era nuevo y flamante. Pero su pasajera influencia se limitaba al c�rculo para el cual eran escritos. Ahora, es imposible leer esas frases formuladas de una manera seca, torpe y no siempre gramaticalmente correctas, singularmente decoradas con las flores artificiales de la ret�rica, sin sentirse cohibidos, turbados, molestos, ni re�r a veces al observar destellos de un humorismo inconsciente. Todos los escritores bolcheviques, destacados u oscuros de la capital o de las provincias, colaboran en el primer peri�dico legal de los bolcheviques, Novaya Zhizn (Vida Nueva), que comenz� a publicarse en octubre de 1905, en San Petersburgo, bajo la orientaci�n de Lenin. Pero el nombre de Stalin no figuraba entre ellos. Fue Kamenev, y no Stalin, el designado para representar al C�ucaso como redactor en aquel peri�dico. Koba no naci� escritor, y nunca ha llegado a serio. Que utilizara la pluma con m�s diligencia de la acostumbrada durante 1905, s�lo pone de relieve el hecho de que el otro m�todo de comunicar con las masas a�n era en �l menos innato.
Muchos de los hombres del Comit� resultaron cortos de talla para el per�odo de m�tines interminables, huelgas tumultuosas, manifestaciones callejeras. Los agitadores ten�an que arengar a las multitudes en la plaza p�blica, escribir repentizando, tomar graves decisiones en el momento mismo. Ninguna de las tres cosas puede contarse entre las aptitudes de Stalin; su voz es tan d�bil como su imaginaci�n; el don de improvisar es ajeno a este pensador de torpe mente, que avanza a tientas. Otras luminarias mucho m�s brillantes apagaron sus modestas luces en el firmamento cauc�sico. Por eso contempl� la Revoluci�n con envidiosa alarma, y casi con hostilidad; no era su elemento. "Continuamente -escribe Yenikidze-, adem�s de ir a mitines y atender un mont�n de asuntos en los locales del Partido, pasaba las horas sentado en su peque�o cubil, lleno de libros y peri�dicos, o en la redacci�n, igualmente "espaciosa", del peri�dico bolchevique." Basta evocar por un momento el torbellino del "a�o loco" y recordar la grandeza de su patetismo, para valorar debidamente este retrato de un joven solitario y ambicioso, que se encerraba, pluma en ristre, en un cuartucho (que seguramente tampoco estar�a excesivamente aseado), entregado a la est�ril b�squeda de la frase esquiva que en cierta tenue medida pudiera estar a tono con el momento.
Los sucesos se sucedieron incesantes. Koba permaneci� al margen, descontento de todo el mundo y de s� mismo. Todos los bolcheviques de nota, entre ellos muchos que por aquellos a�os eran los dirigentes del movimiento en el C�ucaso (Krassin, Postolovsky, Stopani, Lehman, Halperin, Kamenev, Taratuta y otros), dieron de lado a Stalin, sin mencionarle en sus Memorias, y �l mismo nada tiene que decir acerca de los otros. Algunos como Kurnatovsky y Kamenev, indudablemente estuvieron en relaci�n con �l en el curso de sus actividades revolucionarias. Otros pueden haberle conocido, pero no le conceptuaron distinto del promedio de los "hombres de Comit�". Ni uno siquiera de ellos le distingui� tan s�lo con una palabra de estimaci�n o de camarader�a, y tampoco dio a los futuros bi�grafos oficiales el menor punto de apoyo en forma de una referencia ben�vola.
En 1926, la Comisi�n oficial de historia del Partido public� una edici�n revisada (esto es, adaptada a la nueva tendencia posleninista) de materiales de origen sobre el a�o 1905. Entre m�s de cien documentos, unos treinta eran art�culos de Lenin; otros tantos eran art�culos de diversos autores. Y, a pesar del hecho de que la campa�a contra el trotskismo se aproximaba por entonces al paroxismo do su furor, el Consejo de redacci�n de fieles creyentes no pudo menos de incluir en la antolog�a cuatro art�culos m�os. Sin embargo, en las 455 p�ginas del libro no figura una sola l�nea de Stalin. En el �ndice alfab�tico, que comprend�a varios centenares de nombres, sin omitir a ninguno de los destacados de alg�n modo durante los a�os revolucionarios, el de Stalin no aparece siquiera una vez; s�lo Ivanovich se menciona como asistente a la Conferencia del Partido en Tammerfors, en diciembre de 1905. Es de notar que en 1926 el Consejo de redacci�n a�n no sab�a que Ivanovich y Stalin eran la misma persona. Esos detalles imparciales son mucho m�s convincentes que todos los paneg�ricos retrospectivos.
Stalin parece estar al margen del a�o revolucionario, 1905. Su noviciado transcurri� durante los a�os prerrevolucionarios, que pas� en Tiflis, Batum y luego en la c�rcel y deportado o desterrado. Seg�n su propia confesi�n, se hizo "aprendiz" en Bak�, eso es, en 1907-1908. As� queda el per�odo de la primera Revoluci�n totalmente eliminado como per�odo de entrenamiento en el desarrollo del futuro "operario". Dondequiera que interviene como autobi�grafo, Stalin no menciona aquel a�o grande, que dio personalidad y molde� a los m�s distinguidos l�deres de la vieja generaci�n. Esto deb�a tenerse siempre presente, pues dista mucho de ser accidental, en su autobiograf�a, el siguiente a�o revolucionario de veras, 1917, hab�a de constituir un punto tan nebuloso como el de 1905. Nuevamente encontramos a Koba, ahora Stalin, en una modesta oficina de redacci�n, esta vez Pravda, de San Petersburgo, escribiendo sin apresuramiento comentarios ins�pidos sobre hechos llenos de sabor. Aqu� hay un revolucionario constituido de manera que una revoluci�n aut�ntica de las masas le trastorna haci�ndole saltar de su rutina y despidi�ndole a un lado. Nunca fue tribuno, ni estratega o dirigente de una rebeli�n, sino tan s�lo un bur�crata de la revoluci�n. Por eso, para encontrar campo adecuado a sus peculiares talentos, se vio condenado a pasar el tiempo en un estado semicomatoso hasta que se aplacaron los furiosos torrentes de aquel acontecimiento.
La escisi�n entre mayor�a y minor�a se hab�a ratificado en el tercer Congreso, que declar� a los mencheviques "una porci�n escondida del Partido". �ste se hallaba en un estado de extrema desuni�n cuando los sucesos preliminares de oto�o de 1905 ejercieron su beneficiosa influencia y en cierto modo suavizaron la hostilidad entre ambas facciones. En v�speras d� su partida del destierro en Suiza, tan largo tiempo esperada para ir a Rusia en octubre de aquel a�o, Lenin escribi� a Plejanov una afectuosa y conciliadora carta, en la que se refer�a a su antiguo maestro y oponente, como "el ascendiente m�s eficaz entre los socialdem�cratas rusos", y solicitaba su cooperaci�n, declarando que "nuestras diferencias t�cticas de opini�n van siendo r�pidamente orilladas por la misma revoluci�n...". Y as� era. Pero no por mucho tiempo, pues la misma revoluci�n no resisti� gran cosa.
No cabe duda de que en un principio los mencheviques tuvieron m�s iniciativa que los bolcheviques para establecer y utilizar organizaciones de masas. Pero como partido pol�tico, flotaban tan s�lo con la corriente, y casi se ahogaron en ella. Los bolcheviques, en cambio, se ajustaron m�s despacio al curso del movimiento; pero lo enriquecieron con sus vibrantes consignas, producto de su estimaci�n realista de las fuerzas revolucionarias. Los mencheviques predominaban en el Soviet; pero la direcci�n general de la pol�tica del Soviet se desenvolv�a por lo general sobre pautas bolcheviques. Oportunistas hasta la misma medula de sus huesos, los mencheviques fueron transitoriamente capaces de adaptarse a�n a la propia subversi�n revolucionaria; pero no supieron guiarla ni permanecer fieles a sus tareas hist�ricas durante el reflujo de la Revoluci�n.
Despu�s de la huelga general de octubre (que arranc� el manifiesto constitucional de manos del zar, y engendr� en los distritos obreros un ambiente de optimismo y audacia), las tendencias unitarias cobraron irresistible vigor en ambas facciones. Por todas partes surgieron Comit�s federativos o de unificaci�n de bolcheviques y mencheviques. Los dirigentes sucumbieron a esta tendencia. Como paso preliminar hacia la fusi�n completa, cada facci�n convoc� su Conferencia previa. Los mencheviques se reunieron en San Petersburgo hacia fines de noviembre. En aquella ciudad, las "libertades" de nuevo cu�o se respetaban a�n. Pero los bolcheviques se reunieron en diciembre, cuando la reacci�n estaba de nuevo en todo su apogeo y se vieron obligados a celebrar su conclave en tierra finesa, en Tammerfors.
De primera intenci�n, la Conferencia bolchevique se concibi� como un Congreso extraordinario del Partido. Pero la huelga ferroviaria, el levantamiento de Mosc� y toda una serie de incidentes excepcionales en las provincias, obligaron a muchos delegados a quedarse en casa, haciendo la representaci�n muy poco representativa. Los cuarenta y un delegados que llegaron al punto de destino llevaban el mandato de veintis�is organizaciones con un total de votos de cuatro mil, aproximadamente. La cifra parece insignificante para un Partido que se propon�a derribar al zarismo y asumir su puesto en el inminente Gobierno revolucionario. Pero aquellos cuatro mil hab�an aprendido ya a expresar la voluntad de centenares de miles. Sin embargo, por su escaso n�mero, el Congreso se transform� en una sencilla Conferencia. Koba, usando el seud�nimo de Ivanovich, y el obrero Telia fueron como representantes de las organizaciones bolcheviques de Transcaucasia. Los bulliciosos sucesos que acontec�an por entonces en Tiflis no impidieron a Koba abandonar su redacci�n.
Las minutas de las discusiones de Tammerfors, que se desenvolv�an mientras San Petersburgo estaba siendo ca�oneado, no se han podido hallar. La memoria de los delegados, abrumada por la grandeza de los episodios de aquellos d�as, ha retenido bien poco. "Es una l�stima que las minutas de aquella Conferencia no se hayan conservado -escrib�a Krupskaia treinta a�os despu�s-. �Fue una reuni�n tan entusiasta! Se celebr� en el momento cr�tico de la revoluci�n, cuando todos los camaradas se dispon�an para la lucha. Hicieron pr�cticas de tiro entre las sesiones... Ninguno de los delegados a la Conferencia podr�a haber olvidado aquello. Estaban all� Lozvsky, Baransky, Yarolavsky y muchos otros. Recuerdo a esos camaradas porque sus informes sobre la situaci�n en sus distritos fueron de excepcional inter�s." Krupskaia no nombra a Ivanovich; no se acordaba de �l. En las Memorias de Gorev, miembro de la Mesa de la Conferencia, leemos esto: "Entre los delegados estaban Sverdlov, Lozovsky, Stalin, Nevsky y otros." No carece de inter�s el orden en que se citan estos nombres. Tambi�n es sabido que Ivanovich, que habl� en favor del boicot de las elecciones a la Duma del Estado, fue elegido miembro del Comit� encargado de dicho asunto.
La marejada levantaba olas tan altas, que aun los mencheviques, asustados por sus propios errores oportunistas recientes, no se atrev�an a confiarse del todo a la fr�gil tabla del parlamentarismo. En inter�s de la agitaci�n propusieron tomar parte solamente en la fase inicial de las elecciones, sin llegar a ocupar sus asientos en la Duma. La tendencia predominante entre bolcheviques era de "boicot activo". En su peculiar estilo, Stalin describ�a la posici�n de Lenin por entonces, en la sencilla celebraci�n del quincuag�simo aniversario de �ste, con las siguientes palabras:

"Recuerdo c�mo aquel gigante, Lenin, reconoci� por dos veces los errores de sus m�todos. El primer episodio sucedi� en. Finlandia, en 1905, en diciembre, con ocasi�n de la Conferencia de bolcheviques de toda Rusia. Entonces se plante� la cuesti�n de la conveniencia de boicotear la Duma de White... Abierta la discusi�n, comenzaron el ataque los provincianos, los de Siberia, los del C�ucaso. Pero, �cu�l no fue nuestra sorpresa cuando al final de nuestros discursos, Lenin se adelant� y declar� que �l hab�a sido partidario de participar en las elecciones, pero que ahora vela su error y estaba dispuesto a apoyar nuestro bando! Nos quedamos perplejos. Aquello produjo la impresi�n de una descarga el�ctrica. Y le dedicamos una estruendoso ovaci�n."

Nadie m�s ha mencionado aquella "descarga el�ctrica" ni la "estruendoso ovaci�n" de cincuenta pares de manos. Sin embargo, es posible que la versi�n que da Stalin de la ocurrencia sea exacta. En aquellos d�as, la "firmeza" bolchevique a�n no se hab�a llegado a asociar con la flexibilidad t�ctica, especialmente entre los "pr�cticos" desprovistos de fondo y de perspectiva mental. El mismo Lenin podr�a haber flaqueado: la presi�n de los provincianos pudo hab�rsele figurado la presi�n de los elementos revolucionarios mismos. Pero fuera eso as� o de otro modo, la Conferencia resolvi� "tratar de minar esta Duma polic�aca, rechazando toda participaci�n en ella". Lo �nico extra�o del caso es que Stalin continuara viendo en 1920 el "error" de Lenin en su inicial tendencia a tomar parte en las elecciones; por aquel tiempo, Lenin hab�a llegado a reconocer por entonces que su verdadero error consisti� en haberse allanado a la pretensi�n del boicot.
Koba ten�a exactamente veintis�is arios cuando, al fin, pudo abrir a picotazos la c�scara de su huevo provincial y emergi� en la �rbita del Partido como conjunto. En verdad aquella salida suya no fue apenas advertida, y hubieron de pasar otros siete a�os antes de que llegara a ser miembro del Comit� Central. No obstante, la Conferencia de Tammerfors constituy� un importante hito en su vida. Visit� San Petersburgo, conoci� a la plana mayor del Partido, observ� su mecanismo, se compar� con otros delegados, tom� parte en los debates, fue elegido por un Comit� y (seg�n hace constar en su biograf�a oficial) "se asoci� definitivamente con Lenin". Por desgracia nuestra, se conoce muy poco a este prop�sito.
Fue posible reunir el Congreso de unificaci�n en Estocolmo, pero no antes de abril de 1906. Por aquel tiempo, el Soviet de San Petersburgo hab�a sido detenido, aplastada la sublevaci�n de Mosc� y el rulo de la represi�n hab�a rodado sobre todo el partido. Los mencheviques se desbandaron hacia la derecha. Plejanov expres� su estado de �nimo con su al�gera frase: "�No debimos alzarnos en armas!" Los bolcheviques siguieron fieles a su m�todo de insurrecci�n. Sobre los restos de la revoluci�n, el zar convocaba la primera Duma, en la cual se advirti� claramente desde el primer d�a la victoria de los liberales sobre la reacci�n francamente mon�rquica. Los mencheviques, que apenas una semana antes hablan sostenido un semiboicot de la Duma, ahora pon�an sus esperanzas en las conquistas constitucionales, abandonando la lucha revolucionaria. Por la �poca del Congreso de Estocolmo, el apoyo de los liberales les parec�a la m�s importante tarea de la Socialdemocracia. Los bolcheviques esperaban el ulterior desarrollo de las revueltas campesinas, confiando en que ayudar�an a la lucha del proletariado para reanudar la ofensiva barriendo al mismo tiempo la Duma del zar. En oposici�n a los mencheviques, continuaron defendiendo el boicot. Como siempre despu�s de una derrota, las diferencias de opini�n tomaron en seguida un car�cter agudo. Con tan malos auspicios comenz� sus sesiones el Congreso de unificaci�n.
El n�mero de delegados votantes en el Congreso era de 113, de ellos 62 mencheviques y 42 bolcheviques. Como te�ricamente cada delegado representaba a 300 socialdem�cratas organizados, puede decirse que todo el Partido ten�a unos 33.000 miembros, de los cuales 19.000 eran mencheviques y 14.000 bolcheviques. Considerando la vehemencia con que se trabajaban las elecciones, estas cifras se consideran indudablemente exageradas. En todo caso, cuando el Congreso se reuni�, el Partido no estaba creciendo, sino do lo contrario. De los 113 delegados, Tiflis ten�a once, de ellos diez mencheviques y un solo bolchevique. Aquel �nico bolchevique era Koba, por seud�nimo Ivanovich. La relaci�n de fuerzas se expresa aqu� en la exacta terminolog�a de aritm�tica simple. Beria tuvo la temeridad de afirmar que "bajo la direcci�n de Stalin", los bolcheviques del C�ucaso hab�an aislado a los mencheviques de las masas. Estas cifras poco lo confirman. Y, adem�s, los mencheviques cauc�sicos, bien trabados, desempe�aron un enorme papel en su propia facci�n dentro del Congreso.
La participaci�n de Ivanovich en el Congreso, bastante activa, se reflej� en las actas. Pero, a menos de saber durante su lectura que Ivanovich era Stalin, no prestar�a uno la m�s m�nima atenci�n a sus discursos y observaciones. No m�s lejos de diez a�os, nadie citaba esos discursos, y aun los historiadores del Partido no hab�an ca�do en la cuenta de que Ivanovich y el secretario general del Partido eran una misma persona. Ivanovich fue incorporado a uno de los Comit�s t�cnicos designados para revisar los nombramientos de los delegados al Congreso. Aparte su significaci�n, dicho nombramiento era sintom�tico: Koba estaba en su verdadero elemento cuando se trataba de sutilezas de la m�quina. A este prop�sito, los mencheviques le acusaron por dos veces de mentir en el curso de su informe. Es imposible responder de la objetividad de los mismos acusadores; pero tampoco puede dejarse de consignar que tales incidentes fueron siempre asociados al nombre de Koba.
En la medula del programa del Congreso estaba la cuesti�n agraria. El movimiento campesino hab�a sorprendido al Partido virtualmente dormitando. El viejo programa agrario, que apenas hab�a hecho intrusiones en las grandes propiedades, se vino abajo. La confiscaci�n de las tierras de los hacendados se hac�a inminente. Los mencheviques estaban luchando por la "municipalizaci�n", esto es, la transferencia de la tierra a las manos de los �rganos democr�ticos de la administraci�n local aut�noma. Lenin se pronunciaba por la nacionalizaci�n de la tierra, pero Stalin recomendaba no fiarse del futuro Gobierno central ni armarle con las heredades del pueblo. "Esa rep�blica -dec�a- con que Lenin ha so�ado, una vez establecida no se mantendr�a para siempre. No podemos obrar a base de que en un pr�ximo futuro se ha de establecer en Rusia la misma clase de orden democr�tico que en Suiza, en Inglaterra y en Estados Unidos. Considerando las posibilidades de restauraci�n, la nacionalizaci�n es peligrosa..." �As� de circunspectas y modestas eran las expectativas del fundador del marxismo rojo! En su opini�n, la transferencia de la tierra a las manos del Estado s�lo hubiera sido admisible en el caso de que el Estado mismo perteneciese a los trabajadores. "...La apropiaci�n del Poder nos hace falta -dec�a Plejanov- cuando estamos haciendo una revoluci�n proletaria. Pero como la revoluci�n inminente ahora s�lo puede ser peque�oburguesa, estamos obligados a renunciar a la toma del Poder." Plejanov subordinaba la cuesti�n de la lucha por el Poder (y aquello era el tal�n de Aquiles de su estrategia doctrinal) a una definici�n o m�s bien a una nomenclatura sociol�gica a priori de la revoluci�n, y no a la correlaci�n real de sus fuerzas inherentes.
Lenin luchaba por la incautaci�n de las tierras de los hacendados por Comit�s de campesinos revolucionarios y por sancionar tal incautaci�n desde la Asamblea constitucional por medio de una ley sobre nacionalizaci�n. "Mi programa agrario -esribi� y dec�a- es enteramente un programa de insurrecci�n campesina y la realizaci�n completa de la revoluci�n democr�tica burguesa." Sobre el punto b�sico segu�a de acuerdo con Plejanov: la Revoluci�n no s�lo comenzar�a, sino que culminar�a tambi�n como revoluci�n burguesa. El l�der del bolchevismo no s�lo consideraba a Rusia incapaz de establecer el socialismo independientemente (nadie hubiera sido capaz de plantear tal cuesti�n antes de 1924), sino que cre�a imposible retener siquiera las futuras conquistas democr�ticas en Rusia sin una revoluci�n socialista en Occidente. Precisamente en aquel Congreso de Estocolmo fue donde expres� este criterio con m�s claridad. "La Revoluci�n (democr�tica burguesa) rusa puede vencer con sus propias fuerzas -dijo-, pero de ning�n modo podr� retener y reforzar sus conquistas con su propia mano. No puede lograrlo, a menos que se produzca un levantamiento socialista en Occidente." Ser�a equivocado pensar que, en concordancia con la reciente interpretaci�n de Stalin, Lenin pensaba en el peligro de la intervenci�n militar desde el exterior. No, �l hablaba de la inevitabilidad de una restauraci�n desde dentro, a consecuencia de que el campesino, convertido en propietario, se volviera contra la revoluci�n despu�s del levantamiento agrario. La restauraci�n es igualmente ineludible en el caso de municipalizar, nacionalizar o dividir la tierra, pues el peque�o propietario rural, en cualquiera y en todas las formas de posesi�n y propiedad sigue siendo el sost�n principal de la restauraci�n. "Despu�s de la victoria completa de la revoluci�n democr�tica -insist�a Lenin-, el peque�o propietario se volver� inevitablemente contra el proletario, y cuanto antes se derroque al enemigo com�n del proletariado y del peque�o propietario, tanto m�s pronto volver�... Nuestra revoluci�n democr�tica no tiene otra fuerza de reserva que el proletariado socialista de Occidente."
Ahora bien, para Lenin, que colocaba el sino de la Democracia rusa en dependencia directa del socialismo europeo, el llamado "objetivo final" no estaba separado del levantamiento democr�tico por una �poca hist�rica indefinida. Dentro mismo del per�odo de lucha por la democracia aspiraba �l a desplegar los puntos de apoyo para el avance m�s r�pido hacia la meta socialista. El sentido de la nacionalizaci�n de la tierra estaba en el hecho de que abr�a una ventana hacia el futuro: "En la �poca de la revoluci�n democr�tica y de la sublevaci�n campesina -dec�a-, no es posible limitarse a la mera confiscaci�n de la tierra de los hacendados. Es necesario ir m�s all�, asestar el golpe fatal a la propiedad privada de la tierra con el fin de allanar el camino a, la lucha por el socialismo."
Ivanovich no estaba de acuerdo con Lenin en esta cuesti�n crucial de la Revoluci�n. En aquel Congreso se manifest� resueltamente contra la nacionalizaci�n y en favor de distribuir las tierras confiscadas entre los campesinos. Hasta hoy, pocas personas en la Uni�n Sovi�tica conocen esta diferencia de opini�n, que est� enteramente recogida en las p�ginas de las actas, porque a nadie se permite ni siquiera citar o comentar el discurso de Ivanovich durante el debate sobre el programa agrario. Y, no obstante, es digno de nota. "Puesto que estamos sellando una uni�n revolucionaria pasajera con el campesino en lucha -dec�a Stalin-, como justamente por eso no podemos desconocer las demandas de ese campesinado, hemos de apoyarlas, si en conjunto y de modo general no est�n en pugna con las tendencias de desenvolvimiento econ�mico y con el progreso de la revoluci�n. Los campesinos piden el reparto; este reparto no es incompatible con los fen�menos aludidos (?); por lo tanto, debemos defender la completa confiscaci�n y distribuci�n. Desde este punto de vista, la nacionalizaci�n y la municipalizaci�n son igualmente inaceptables." A�os despu�s, Stalin hab�a de decir que en Tammerfors, Lenin hab�a pronunciado un insuperable discurso acerca de la cuesti�n agraria, que hab�a despertado general entusiasmo, sin revelar que �l, no s�lo hab�a hablado en contra del programa agrario de Lenin, sino que lo hab�a declarado "igualmente" inaceptable que el de Plejanov. (Adem�s, en 1924, pretend�a haberse sentido fuertemente impresionado por �l en 1906.)
En primer lugar, el solo hecho de que un joven cauc�sico, que no conoc�a Rusia en absoluto, se atreviese a contender de modo tan irresponsable con el dirigente de su facci�n sobre el programa agrario, campo en el cual la autoridad de Lenin era considerada particularmente formidable, no puede menos de suscitar sorpresa. El precavido Koba, por regla general, no gustaba de aventurarse por el hielo no explorado ni de quedar en minor�a. Sol�a participar en los debates s�lo cuando sent�a que la mayor�a estaba tras �l, o, como a�os m�s tarde, cuando la m�quina le aseguraba la victoria, sin tener en cuenta la mayor�a. Tanto m�s imperiosos tuvieron que ser los motivos que le impelieron a hablar en aquella ocasi�n en defensa del reparto de la tierra, no muy popular. Esos motivos, en la medida en que es posible descifrarlo treinta a�os y pico despu�s, eran dos, y ambos caracter�sticos de Stalin.
Koba vino a la revoluci�n como dem�crata plebeyo, provinciano y empirista. Las ideas de Lenin sobre la �ndole internacional de la revoluci�n le eran a la vez remotas y extra�as. Buscaba garant�as" m�s pr�ximas. El acceso individualista a la propiedad de la tierra se impon�a m�s sutilmente y encontraba una expresi�n mucho m�s espont�nea entre los georgianos que entre los dem�s rusos, porque los primeros no ten�an experiencia directa con los predios comunales. De donde el hijo de campesinos de la aldea de Didi-Lilo conclu�a que dotando a esos peque�os propietarios de parcelas adicionales de tierra, ellos ser�an la garant�a principal frente a la contrarrevoluci�n. Se ve, pues, claramente que, en su caso, el "divisionismo" no era una convicci�n doctrinal (de hecho, se inclinaba m�s bien a rechazar convicciones derivadas de doctrinas, con la mayor facilidad), sino antes bien su programa org�nico, en perfecta armon�a con las inclinaciones fundamentales de su naturaleza, su educaci�n y su medio social. En efecto, veinte a�os m�s tarde, hemos de descubrir en �l una reversi�n at�vica al "divisionismo".
Casi tan inconfundible se revela el segundo motivo de Koba. A sus ojos, el prestigio de Lenin se hab�a reducido patentemente a causa de la derrota de diciembre: �l siempre daba m�s importancia al hecho que a la idea. En aquel Congreso, Lenin estaba en minor�a; Koba no pod�a ganar a su lado. Aquello s�lo disminu�a considerablemente su inter�s por el programa de nacionalizaci�n. Tanto bolcheviques como mencheviques consideraban la distribuci�n de la tierra como mal menor en parang�n con el programa de la facci�n de enfrente. Por lo tanto, Koba ten�a motivos para esperar que la mayor�a del Congreso vendr�a a concertarse a la postre sobre la base del mal menor. As�, las inclinaciones org�nicas del dem�crata radical coincidieron con los c�lculos t�cticos del arbitrista. Pero Koba err� en sus c�lculos: los mencheviques ten�an una mayor�a sobrada, de modo que no necesitaban decidirse por el mal menor, supuesto que quer�an el mayor.
Es importante anotar para posterior referencia que durante el Congreso de Estocolmo, siguiendo las huellas de Lenin, Stalin conceptuaba la uni�n del proletariado con los campesinos como "pasajera", limitada simplemente a tareas democr�ticas comunes. Ni siquiera se le ocurri� mantener que el campesinado como tal podr�a en todo momento llegar a ser un aliado de los obreros en la causa de la revoluci�n social. Veinte a�os m�s tarde, aquella "incredulidad" en el campesinado habr�a de proclamarse la herej�a principal del "trotskismo". En efecto, mucho hab�a de reaparecer alterado en este aspecto veinte a�os despu�s. Declarando el programa agrario de los mencheviques y el de los bolcheviques "igualmente inaceptables" en 1906, Stalin consideraba la divisi�n de la tierra "no en pugna con las tendencias de desenvolvimiento econ�mico". En lo que realmente pensaba era en las tendencias del desenvolvimiento capitalista. En cuanto a la inminente revoluci�n socialista, a la que no dedic� ni un solo pensamiento serio en aquellos d�as, estaba completamente seguro de que habr�an de transcurrir veinte a�os antes de que tuviera probabilidad de realizarse, y entretanto el capitalismo, con sus leyes naturales, se encargar�a de concentrar y proletarizar la estructura econ�mica de la aldea. No sin raz�n se refer�a Koba en sus folletos a la remota meta socialista con las b�blicas palabras "la Tierra de Promisi�n".
El principal informe por parte de los partidarios del reparto no fue, como es natural, el del virtualmente desconocido Ivanovich, sino el del m�s autorizado bolchevique, Suvorov, quien desarroll� el punto de vista de su grupo con amplitud suficiente. "Se dice que �sta es una medida burguesa -arg��a-, y si es posible que ayudemos a los campesinos deberemos hacerlo s�lo en ese sentido. Comparada con la servidumbre, la independencia econ�mica del campesinado representa un paso adelante; pero m�s tarde se ha de ver desbordado por nuevos progresos." La transformaci�n socialista de la sociedad estar� en condiciones de intervenir s�lo cuando el desarrollo capitalista deje "rezagados" (esto es, arruinado y expropiado) al labrador independiente creado por la revoluci�n burguesa.
El autor original del programa de la divisi�n de la tierra no era, naturalmente, Suvorov, sino el historiador radical Rozhkov, que se hab�a unido a los bolcheviques poco antes de la revoluci�n. Si no apareci� como informante en el Congreso, es porque entonces estaba en la c�rcel. Seg�n el parecer de Rozhkov, desarrollado en su pol�mica contra el autor del presente libro, no s�lo Rusia, sino hasta los pa�ses m�s adelantados estaban lejos de hallarse aprestados para una revoluci�n socialista. El capitalismo mundial a�n tiene la perspectiva de una larga etapa de trabajo progresivo, cuya culminaci�n se perd�a en las tinieblas del futuro. Para subvertir los obst�culos que se oponen al esfuerzo creador del capitalismo ruso, el m�s atrasado de los sistemas capitalistas, el proletariado estaba condenado a pagar el precio de la divisi�n de la tierra si quer�a unirse con los campesinos. El capitalismo sabr�a hacer luego tabla rasa de tales ilusiones de nivelaci�n agraria concentrando gradualmente la tierra en las manos de los terratenientes m�s poderosos y progresivos. Lenin hab�a calificado a los defensores de este programa, que directamente predicaba confianza en el labrador burgu�s, de "rozhkovistas", de acuerdo con el nombre de su dirigente. No es superfluo a�adir que el mismo Rozhkov, cuya actitud era seria en cuestiones de doctrina, se pas� durante los a�os de reacci�n al lado de los bolcheviques.
En la primera votaci�n, Lenin se uni� a los partidarios del reparto, seg�n �l mismo explic�, "a fin de no disgregar votos contra la municipalizaci�n". Consideraba el programa de divisi�n como mal menor, agregando, sin embargo, que si bien el reparto ofrec�a cierta defensa contra la restauraci�n de los hacendados ricos y el zar, por desgracia, podr�a crear tambi�n la base de una dictadura bonapartista. Acus� a los partidarios del reparto de ser "parciales al juzgar el movimiento campesino s�lo desde el punto de vista del pasado y del presente, sin tener en cuenta el futuro" del socialismo. Hab�a mucha confusi�n y no poco individualismo disfrazado de misticismo en el modo de apreciar los campesinos la tierra como "de Dios" o "de nadie"; pero inherente a tal apreciaci�n hab�a una tendencia progresiva y era por eso necesario descubrir c�mo apoderarse de ella y aprovecharla contra el orden social burgu�s. Los partidarios de la divisi�n no sab�an c�mo hacerlo. "Los pr�cticos... vulgarizar�n este programa..., har�n de un error peque�o otro mayor... Gritar�n a la multitud campesina que la tierra es de nadie, de Dios, del Gobierno, encomiar�n las ventajas del reparto, y as� difamar�n y vulgarizar�n el marxismo." En labios de Lenin, la palabra "pr�cticos" significa, en este caso, revolucionarios de estrechas miras, propagandistas de lindas formulitas. Aquel golpe da tanto m�s en el clavo si consideramos que en el curso del siguiente cuarto de siglo Stalin hab�a de calificarse orgullosamente a s� mismo de "pr�ctico", a diferencia de los "literarios" y de los "emigrados". Llegar�a a proclamarse te�rico s�lo despu�s de que la m�quina pol�tica asegurara su victoria pr�ctica y le pusiera a cubierto de toda cr�tica.
Plejanov ten�a raz�n, naturalmente, cuando situaba el problema agrario en directa e inseparable relaci�n con la cuesti�n del Poder. Pero tambi�n Lenin comprend�a la naturaleza de aquella conexi�n, y bastante m�s a fondo que Plejanov. Seg�n �l lo expresaba, para hacer posible la nacionalizaci�n, la revoluci�n ten�a forzosamente que establecer la "dictadura democr�tica del proletariado y de los campesinos", que distingu�a estrictamente de la dictadura socialista del proletario. A diferencia de Plajanov, Lenin cre�a que la revoluci�n agraria ser�a consumada, no por manos liberales, sino por manos plebeyas, o no se consumar�a en absoluto. Sin embargo, la �ndole de la "dictadura democr�tica" que �l predicaba quedaba algo confusa y parad�jica. Seg�n Lenin, si los representantes de los peque�os propietarios llegaran a obtener una posici�n dominante en un Gobierno revolucionario (eventualidad improbable de una revoluci�n burguesa del siglo XX), ese mismo Gobierno amenazar�a convertirse en instrumento de fuerzas reaccionarias. Pero aceptar la proposici�n de que el proletariado estaba obligado a tomar posesi�n del Gobierno a la zaga de la revoluci�n agraria, derriba las barreras entre la revoluci�n democr�tica y la revoluci�n socialista, pues la una se encajar�a naturalmente en la otra haci�ndose as� la revoluci�n "permanente". Lenin no dispon�a de respuesta a punto frente a este argumento. Pero no hace falta decir que Koba, el "pr�ctico" y el "divisionista", mostraba un ol�mpico desd�n por la perspectiva de la revoluci�n permanente.
Arguyendo contra los mencheviques en defensa de los Comit�s revolucionarios de campesinos como instrumentos para apoderarse de las tierras de los hacendados, Ivanovich dec�a: "Si la liberaci�n del proletariado puede ser obra del proletariado mismo, la liberaci�n de los campesinos puede ser igualmente obra de los mismos campesinos." En realidad, esta f�rmula sim�trica es una parodia del marxismo. La misi�n hist�rica del proletariado proviene en gran medida justamente de la incapacidad de la peque�a burgues�a para liberarse por sus propias fuerzas. La revoluci�n campesina es imposible, desde luego, sin la activa participaci�n de los campesinos en forma de destacamentos armados, Comit�s locales, etc. Pero la suerte de la revoluci�n campesina se decide no en la aldea, sino en la ciudad. Resto informe del medievalismo en la sociedad contempor�nea, el campesino no puede tener una pol�tica independiente; necesita un director extr�nseco. Dos clases nuevas compiten para adue�arse de esa direcci�n. Si el campesinado siguiera a la burgues�a liberal, la revoluci�n se detendr�a a mitad de camino, para retroceder a rengl�n seguido. Y si encontraba su gu�a en el proletariado, la revoluci�n ha de traspasar necesariamente los l�mites burgueses. Precisamente en esta peculiar correlaci�n de clases dentro de una sociedad burguesa hist�ricamente demorada se fundaba la perspectiva de la revoluci�n permanente.
Sin embargo, nadie en el Congreso de Estocolmo defendi� esta perspectiva, que yo trat� de esclarecer de nuevo mientras ocupaba una celda de la c�rcel de San Petersburgo. EI levantamiento hab�a sido ya sofocado: la Revoluci�n retroced�a. Los mencheviques suspiraban por formar un bloque con los liberales. Los bolcheviques estaban en minor�a; y, adem�s, divididos. La perspectiva de revoluci�n permanente se hallaba en riesgo. Habr�a de tener que esperar otra oportunidad pareja once a�os. Por sesenta dos votos contra cuarenta y dos, y seis abstenciones, el Congreso adopt� de programa de municipalizaci�n de los mencheviques. Aquello no signific� absolutamente nada en el futuro curso de los acontecimientos. Los campesinos hicieron o�dos sordos a tal programa, y los liberales no lo velan con buenos ojos. En 1917, los campesinos aceptaron la nacionalizaci�n de la tierra como aceptaron el Gobierno de, los Soviets y la direcci�n de los bolcheviques.
El Congreso de Estocolmo, llamado "de unificaci�n", como ya hemos dicho, logr� reunir las dos facciones principales del Partido y las organizaciones nacionales: la socialdemocracia de Polonia y Lituania, la socialdemocracia lapona y la Liga jud�a. Justific�, pues, su nombre. Pero su importancia real, como dijo Lenin, estaba m�s bien en el hecho d� que "contribuy� a hacer m�s patente la hendedura entre las alas derecha e izquierda de la socialdemocracia". Si la escisi�n en el segundo Congreso no fue m�s que un "anticipo" y pudo remediarse m�s tarde, la "unificaci�n" en el Congreso de Estocolmo no pas� de ser un hito en el camino hacia la escisi�n final y definitiva que ocurri� seis a�os despu�s. Sin embargo, durante aquel Congreso, Lenin estaba muy lejos de pensar que tal cisma fuese inevitable. La experiencia de los turbulentos meses de 1905, en que los mencheviques hab�an dado un fuerte viraje hacia la izquierda, estaba a�n muy reciente. A pesar de que luego, como escribe Krupskaia, "ense�aron francamente la oreja", Lenin, seg�n ella afirma, sigui� confiando en que "el nuevo auge de la oleada revolucionaria, del que no ten�a la menor duda, los abrumar�a, oblig�ndoles a reconciliarse con la l�nea bolchevique". Pero el nuevo auge de la Revoluci�n no se present�.
Inmediatamente despu�s del Congreso, Lenin escribi� un llamamiento al Partido, en el que se consignaba una cr�tica resumida pero nada ambigua, de la resoluciones adoptadas. El llamamiento iba suscrito por delegados pertenecientes a "la antigua facci�n de bolcheviques", que se consideraba disuelta en el papel. Lo m�s notable es que de los cuarenta y dos bolcheviques que asistieron al Congreso, s�lo veintis�is firmaron aquel documento. La firma de Ivanovich no figura en �l, ni tampoco la de quien encabezaba el grupo, Suvorov. Al parecer, los partidarios del reparto atribu�an tanta importancia a sus diferencias de opini�n con Lenin que no quisieron aparecer junto a �l ante el Partido, a pesar de aludirse a la cuesti�n de la tierra con mucha moderaci�n en aquel llamamiento. Ser�a in�til buscar comentarios sobre este hecho en las actuales publicaciones oficiales del Partido. Pero tampoco hizo Lenin ni una sola referencia a ninguna de las Intervenciones de Ivanovich en su extenso informe impreso acerca del Congreso de Estocolmo, en el que daba minuciosa cuenta de los debates y mencionaba a los principales oradores, mencheviques y bolcheviques; evidentemente, Lenin no consideraba los discursos de Ivanovich tan esenciales para el debate como se ha querido presentarlos treinta a�os despu�s. La posici�n de Stalin dentro del Partido (exteriormente, en todo caso) no hab�a cmbailo. Nadie le propuso para el Comit� Central, compuesto de siete mencheviques y de los tres bolcheviques Krassin, Rikov y Desnitsky. Despu�s del Congreso de Estocolmo, igual que antes del mismo, Koba sigui� siendo un activista del Partido de "calibre meramente cauc�sico".
Durante los dos �ltimos meses del a�o revolucionario, el C�ucaso era una caldera en ebullici�n. En diciembre de 1905, el Comit� de huelga, que se hab�a hecho cargo del ferrocarril y el servicio postal en Transcaucasia, comenz�, a regular el transporte y la vida econ�mica de Tiflis. Los suburbios estaban en poder de los trabajadores armados; pero no por mucho tiempo. Las autoridades rechazaron prontamente a sus enemigos. El Gobierno de Tiflis qued� sometido a la ley marcial. Hubo encuentros sangrientos en Kutais, Chituary y otras poblaciones. Georgia occidental pasaba por las angustias de una sublevaci�n de campesinos. El 10 de diciembre, el jefe de polic�a Shirnkin, del C�ucaso, informaba al director de su Departamento en San Petersburgo: "El Gobierno de Kutais est� en situaci�n dif�cil..., los gendarmes han sido desarmados, los rebeldes se han apoderado del sector occidental del ferrocarril, y ellos mismos se encargan de expender los billetes y de asegurar el orden p�blico... No he recibido informes de Kutais. Los gendarmes han sido retirados de la l�nea y se han concentrado en Tiflis. Los correos enviados con despachos son registrados por los revolucionarios, que les confiscan la documentaci�n; la situaci�n all� es insufrible... El gobernador general est� enfermo de agotamiento nervioso... Mandar� detalles por correo y, de no ser posible, por un mensajero..."
Todos estos sucesos no ocurrieron por generaci�n espont�nea. La iniciativa, conjunta de las masas sublevadas era, naturalmente, la causa m�s importante; y a cada paso se necesitaban elementos para emplearlos como agentes, organizadores, jefes... Koba no estaba entre ellos. Sin apresurarse, comentaba los acontecimientos despu�s de ocurridos. S�lo eso pudo permitirle ir a Tammerfors en los momentos de mayor agitaci�n. Nadie advirti� su ausencia, ni tampoco su regreso.
La pugna se hab�a decidido al aplastarse la sublevaci�n de Mosc�. Por entonces, los trabajadores de San Petersburgo, agotados por las luchas y los cierres de f�bricas anteriores, se ten�an ya en actitud pasiva. Pacificado Mosc� fueron luego sofocadas las rebeliones de Transcaucasia, de la regi�n transb�ltica y de Siberia. La reacci�n volv�a por sus fueros. Los bolcheviques se resist�an, sin embargo, a reconocerlo as�, tanto m�s cuanto que el oleaje tard�o del temporal a�n se agitaba en medio del general reflujo. Todos los partidos revolucionarios estaban resueltos a creer que la novena ola estaba a punto de romper. Cuando algunos de los m�s esc�pticos seguidores de Lenin le sugirieron la posibilidad de que la reacci�n se hubiese afirmado, respondi�: "�Ser� el �ltimo en admitirlos!" Los latidos de la Revoluci�n rusa segu�an teniendo a�n su expresi�n m�s pat�tica en huelgas obreras, eterno m�todo b�sico de movilizar a las masas. El n�mero de huelguistas baj� de cerca de tres millones en 1905 a alrededor de un mill�n en 1906; la aguda regresi�n no pod�a ser m�s patente.
Seg�n la explicaci�n de Koba, el proletariado hab�a sufrido una derrota epis�dica, "ante todo porque no ten�a armas, o muy pocas a lo sumo; �por mucha conciencia de clase que se tenga, no se puede responder a las balas con las manos nada m�s!" Evidentemente, esa explicaci�n simplificaba m�s de la cuenta el problema. Es natural que resulta bastante duro "responder" a les balas con las manos nada m�s. Pero hab�a otras causas m�s profundas de la derrota. Los campesinos no se levantaron en su totalidad; el levantamiento fue mucho menor en el centro del pa�s que en los aleda�os. El Ej�rcito no estaba ganado sino a medias. El proletariado no conoc�a a�n bien su propia fortaleza, ni la de su contrario. El a�o 1905 pas� a la historia (y en ello reside su inmensa importancia) como "el ensayo general". Pero Lenin s�lo pudo caracterizarlo as� despu�s del hecho. En 1906, �l mismo confiaba en una s�bita revelaci�n. En enero, Koba, parafraseando a Lenin, escrib�a en t�rminos por dem�s simplistas, como de costumbre: "Tenemos que rechazar de una vez y para siempre toda vacilaci�n, prescindir de vaguedades y asumir irrevocablemente el punto de vista de atacar... Un Partido unido, una sublevaci�n armada organizada por el Partido, y la pol�tica de ataque; esto es lo que pide de nosotros el triunfo de la sublevaci�n." Ni siquiera los mencheviques se atrev�an a decir en voz alta que la Revoluci�n hab�a terminado. En el Congreso de Estocolmo, Ivanovich tuvo oportunidad, de declarar sin riesgo de contradicci�n: "Y as�, estamos en v�speras de una nueva explosi�n... Nadie entre nosotros lo duda." En rigor, por entonces la "explosi�n" era ya cosa del pasado. La "pol�tica de ataque" se iba haciendo cada vez m�s la pol�tica de choques de Guerrillas y de golpes dispersos. El pa�s estaba extensamente inundado de las llamadas "expropiaciones": asaltos armados a Bancos, tesorer�as y otras reservas de dinero.
La disgregaci�n de la Revoluci�n iba extinguiendo la iniciativa de ataque, y �sta pasaba a manos del Gobierno, que por entonces se esforzaba en calmar sus propios nervios deshechos. En oto�o e invierno, los partidos revolucionarios comenzaron a resurgir de la ilegalidad. Las justas continuaron a visera levantada. Los agentes de la polic�a zarista vinieron a conocer al enemigo por su fisonom�a, en conjunto e individualmente. El reinado del terror comenz� el 3 de diciembre de 1905, con la detenci�n del Soviet de San Petersburgo. Todos los comprometidos que no pudieron esconderse cayeron a su tiempo en las garras de la polic�a. El triunfo del almirante Dubassov sobre los combatientes de Mosc� a�adi� m�s ruindad a los actos corrientes de represi�n. Entre enero de 1905 y la convocatoria de la primera Duma el 27 de abril (10 de mayo) de 1906, el Gobierno zarista, seg�n c�lculos aproximados, hab�a matado a m�s de catorce mil hombres, ejecutado a m�s de mil, herido a veinte mil y detenido, deportado y encarcelado a unos sesenta mil. La mayor�a de las v�ctimas sucumbieron en diciembre de 1905 y durante los primeros meses de 1906. Koba no se ofreci� como "blanco de tiro". No fue herido, ni deportado o detenido. Ni siquiera tuvo necesidad de esconderse. Permaneci� como antes en Tiflis. Esto no puede explicarse en modo alguno como habilidad personal o accidente afortunado. Le fue posible acudir a la Conferencia de Tammerfors secretamente, a hurtadillas. Pero no era posible en absoluto conducir el movimiento de masas de 1905 a escondidas. Ning�n "afortunado accidente" pudo haber preservado a un agitador activo en el peque�o Tiflis. En realidad, Koba se mantuvo apartado de los importantes sucesos a tal punto que la polic�a no fij� en �l su atenci�n. A mediados del a�o 1906 continuaba vegetando en la redacci�n de un peri�dico bolchevique legal.
Mientras tanto, Lenin estaba oculto en Finlandia, en Kuokalla, en constante contacto con San Petersburgo y con todo el pa�s. Los otros miembros del Centro bolchevique estaban con �l. All� se recogieron los rotos hilos de la organizaci�n ilegal para entrelazarlos de nuevo. "De todos los rincones de Rusia -escrib�a Krupskaia- ven�an camaradas, con los cuales discut�amos nuestra labor." Krupskaia menciona varios nombres, incluso el de Sverdlov, quien "goza de, enorme influencia" en los Urales, el de Vorochilov, y otros m�s. Pero, a pesar de las ominosas imprecaciones de la cr�tica oficial, no menciona una sola vez a Stalin durante aquel per�odo. Y no porque se guarde de citar su nombre; por el contrario, siempre que ten�a el m�s ligero fundamento de hecho, se esforzaba por destacarlo. Es que, sencillamente, en su memoria no guardaba de �l el menor recuerdo.
La primera Duma fue disuelta el 8 de julio de 1906. La huelga de protesta que los partidos del ala izquierda propugnaron no lleg� a materializarse; los trabajadores hab�an aprendido que una huelga por s� sola no bastaba, y que no hab�a tampoco fuerzas para otra cosa. El intento de los revolucionarios de estobar la movilizaci�n de los reclutas del Ej�rcito fracas� lamentablemente. La sublevaci�n de la fortaleza de Sveaborg, con participaci�n de los bolcheviques, result� un estallido aislado, y fue dominada pronto. La reacci�n ganaba fuerzas. El Partido fue hundi�ndose cada vez m�s en la clandestinidad. "Desde Kuokalla, Ilich dirig�a de hecho toda la actividad de los bolcheviques", escrib�a Krupskaia. Y cita de nuevo cierto n�mero de nombres y episodios, sin aludir tampoco a Stalin. Ni se le menciona con relaci�n a la sesi�n de noviembre del Partido, en Terioki, donde se decid�a la cuesti�n relativa a las elecciones a la segunda Duma. Koba no fue a Kuokalla. No hay el menor vestigio de la pretendida correspondencia entre Lenin y �l durante el a�o 1906. Tampoco hubo contacto personal entre ambos, a pesar de haber coincidido en Tammerfors. El segundo encuentro en Estocolmo no los aproxim� m�s. Krupskaia, hablando de un paseo por la capital de Suecia en que participaron Lenin, Rikov, Stroyev, Alexinsky y otros, no dice nada de que Stalin estuviese entre ellos. Tambi�n es posible que las relaciones personales reci�n iniciadas sufrieran un eclipse a causa de las diferencias de opini�n sobre el problema agrario; Ivanovich no firm� el llamamiento, y por eso Lenin no mencion� a Ivanovich en su informe.
De conformidad con los acuerdos adoptados en Tammerforx y en Estocolmo, los bolcheviques del C�ucaso se unieron con los mencheviques. Koba no fue elegido miembro del Comit� Regional Unificado. Pero entonces, si hemos de creer a Beria, le hicieron miembro del Bur� bolchevique del C�ucaso, que exist�a secretamente en el a�o 1906, paralelo al Comit� Oficial del Partido. Sin embargo, no hay pruebas de la actividad de aquel Bur� ni del papel que en el mismo cupo a Koba. Una cosa es cierta: las ideas sobre organizaci�n del "hombre de Comit�" de los d�as del per�odo Tiflis-Batum sufrieron un cambio si no en su esencia, s� al menos en su forma de expresi�n. Ya no se atrevi� Koba a pedir a los trabajadores que confesasen no estar a�n suficientemente maduros para prestar servicio en Comit�s. Los Soviets y los Sindicatos elevaban a los trabajadores revolucionarios al primer plano de importancia, y generalmente demostraban estar mucho mejor preparados para guiar a las masas que la mayor�a de los intelectuales de la clandestinidad. Como Lenin hab�a previsto, los "hombres de Comit�" se vieron obligados a cambiar de opini�n bastante de prisa, o, al menos, de argumentos. Ahora defend�a Koba en la Prensa la necesidad de democracia del Partido; m�s a�n, de la clase de democracia en que la "masa misma decide lo que ha de hacerse y act�a por s� misma". La mera democracia electiva no era suficiente. "Napole�n III fue elegido por sufragio universal; pero, �qui�n no sabe que este emperador elegido fue el m�ximo sojuzgador del pueblo?" Si Besoshvili (seud�nimo de Koba por aquel entonces) hubiese previsto su propio porvenir, se hubiera guardado bien de referirse a un plebiscito bonapartista. Pero hab�a muchas cosas que �l no previ�. Su don de previsi�n era bueno pata corta distancia solamente. En ello estribaba, como veremos, no s�lo su debilidad, sino tambi�n su fuerza, al menos para cierta �poca.
Las derrotas del proletariado forzaron al marxismo a retirarse a posiciones defensivas. Enemigos y adversarios, enmudecidos durante los meses de tormenta, volvieron a levantar la cabeza. La izquierda, como la derecha, hicieron responsable al materialismo y a la dial�ctica de la furia de la reacci�n. A la derecha, los liberales, los dem�cratas, los populistas; a la izquierda, los anarquistas. El anarquismo no intervino para nada en el movimiento de 1905. S�lo hubo tres facciones en el Soviet de San Petersburgo: mencheviques, bolcheviques y essars. Los anarquistas encontraron mejor caja de resonancia en la atm�sfera de desilusi�n que sigui� a la ca�da de los Soviets. El reflujo dej� tambi�n su huella en el atrasado C�ucaso, donde en muchos aspectos las condiciones eran m�s propicias al anarquismo que en ning�n otro lugar del pa�s. Como parte de su defensa de las posiciones marxistas entonces atacadas, Koba escribi� en su idioma vern�culo una serie de art�culos period�sticos sobre el terna Anarquismo y Socialismo. Estos art�culos que atestiguan las buenas intenciones de su autor, no se prestan a la reproducci�n porque, en realidad, constituyen a su vez una reproducci�n de trabajos ajenos. Ni tampoco es f�cil escoger citas de ellos, pues est�n levemente embadurnados de un gris uniforme que justamente dificulta m�s la selecci�n de ninguna expresi�n caracter�stica. Baste decir que estos trabajos suyos nunca volvieron a publicarse.
A la derecha de los mencheviques georgianos, que continuaban teni�ndose por marxistas, surgi� el partido de los federales, una parodia local entre essars y cadetes. Besoshvili, muy justamente, denunci� la tendencia de aquel partido a transacciones y maniobras cobardes, aunque al hacerlo recurri� a figuras de dicci�n bastante aventuradas: "Como es bien sabido -escrib�a-, cada animal tiene su color definido. Pero la naturaleza del camale�n no se conforma con eso; con un le�n, adopta el color de un le�n; con un lobo, de un lobo; con una rana, de una rana, seg�n el color que m�s le convenga..." Un zo�logo protestar�a quiz� contra una calumnia tan ofensiva para el camale�n. Pero, puesto que la cr�tica bolchevique era justa en esencia, podemos olvidar el estilo de quien fall� en sus intentos de ser pope de aldea.
Todo esto es cuanto hay que decir sobre las actividades de Koba-Ivanovich-Besoshvili durante la primera Revoluci�n. No es mucho, ni siquiera en el sentido puramente cuantitativo. Sin embargo, el autor se ha esforzado seriamente en no omitir nada digno de nota. El caso es que el intelecto de Koba, carente de imaginaci�n, no era muy productivo. La disciplina del trabajo intelectual le era extra�a. Se necesitaban m�viles personales preponderantes para estimularle a una atenci�n sostenida y sistem�tica. No hall� m�viles as� en la Revoluci�n, que le arroj� al margen. Por eso sus aportaciones a aquel movimiento resultan tan lamentablemente min�sculas en comparaci�n con lo que la Revoluci�n contribuy� a su medro personal.

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