La vida personal de los revolucionarios clandestinos estaba siempre
relegada a un segundo t�rmino, reprimida. Pero persist�a.
Como las palmeras en un paisaje de Diego Rivera, el amor se abr�a
camino hacia el sol desde debajo de pesadas rocas. Casi siempre estaba
identificado con la revoluci�n. Las mismas ideas, los mismos afanes,
el mismo riesgo, un aislamiento en com�n del resto del mundo, unidos
por s�lidos lazos. Las parejas se sum�an unidas en la ilegalidad,
eran separadas por la c�rcel, y volv�an a buscarse al volver
del destierro. Conocemos poca cosa de la vida personal de Stalin, pero
lo poco que conocemos es tanto m�s valioso por la luz que arroja
sobre su personalidad como hombre.
"Se cas� en 1903 -nos dice Iremashvili-. Su matrimonio, seg�n
sus puntos de vista, fue venturoso. Verdad es que resultaba dif�cil
advertir en su propia casa aquella igualdad de sexos que defend�a
como forma b�sica del matrimonio en el nuevo Estado. Pero no estaba
en su car�cter compartir Iguales derechos con ninguna otra persona.
Su matrimonio fue afortunado porque su mujer, que no pod�a competir
con �l en cuestiones generales de mentalidad, le consideraba un
semidi�s, y porque, siendo georgiana, hab�a sido criada en
la sacrosanta tradici�n que hac�a de la mujer georgiana esencialmente
una esclava dom�stica. Las caracter�sticas que atribuye a
la mujer de Koba son las mismas que atribu�a a su madre, Keke: "Aquella
mujer genuinamente georgiana... de todo coraz�n cuidaba del bienestar
de su marido. Se pasaba noches sin cuento en ardientes plegarias, aguardando
el regreso de su Soso, ocupado en secretas conferencias. Rogaba por que
Koba se apartase de sus ideas, que no eran gratas a Dios, y se reintegrase
a una apacible vida dom�stica de trabajo y contento."
No sin extra�eza, nos enteramos por estas l�neas de que
Koba, que hab�a renegado de la religi�n a los trece a�os,
se cas� luego con una mujer ingenua y profundamente religiosa. Eso
puede parecer un caso vulgar y corriente en un medio burgu�s estable,
en que el marido, se tiene por agn�stico o se distrae con ritos
mas�nicos, mientras que su mujer, despu�s de consumar su
postrer adulterio, se arrodilla devotamente en el confesionario ante su
director espiritual. Pero entre los revolucionarios rusos, tales asuntos
eran much�simo m�s importantes. No hab�a un an�mico
agnosticismo en el meollo de su filosof�a revolucionaria, sino un
ate�smo militante. �C�mo pod�an tener la menor
tolerancia personal frente a la religi�n, inextricablemente ligada
a todo aquella que se hab�an comprometido a combatir arrostrando
continuos riesgos? Entre los trabajadores, que se casan pronto, podr�an
encontrarse no pocos casos de un marido que se hace revolucionario despu�s
de la boda, mientras que la mujer contin�a tercamente aferrada a
la vieja fe. Pero aun esto sol�a dar lugar a conflictos dram�ticos.
El marido manten�a su nueva vida oculta y secreta, y cada vez se
iba alejando m�s de ella. En otros casos, el marido consegu�a
convertir a su mujer a sus propias opiniones, apart�ndola del parecer
de sus propios familiares. Los trabajadores j�venes sol�an
quejarse con frecuencia de que les era dif�cil encontrar muchachas
emancipadas de las viejas supersticiones. Entre la juventud estudiantil,
la elecci�n de pareja era mucho m�s f�cil. Casi no
se daban ejemplos de intelectual revolucionario que se casara con una creyente;
y no porque hubiera normas que lo dispusieran as�. Pero tales cosas
no, estaban de acuerdo con las costumbres, las ideas y los sentimientos
de esas gentes. Koba fue indudablemente una rara excepci�n.
Al parecer, la disparidad de opiniones no dio lugar a ning�n
conflicto dram�tico. "Este hombre, de esp�ritu tan inquieto,
que se sent�a constantemente vigilado, bajo la constante mirada
de la polic�a secreta zarista, en todos sus pasos y en todo cuanto
hac�a, no pod�a encontrar cari�o m�s que en
su empobrecido hogar. S�lo su mujer, su hijo y su madre escapan
al rencor que prodigaba a todos los dem�s." El id�lico cuadro
familiar que traza Iremashvili permite deducir que Koba era tolerante hasta
la indulgencia con las creencias de su compa�era. Pero como eso
est� en contradicci�n con su car�cter tir�nico,
lo que parece tolerancia debe ser indiferencia moral. Koba no buscaba en
su mujer una amiga capaz de compartir sus ideas o, al menos, sus ambiciones.
Le bastaba encontrar en ella una mujer sumisa y amante. Por sus opiniones
era marxista y por sus sentimientos y necesidades espirituales, era hijo
del osetino Bezo, de Didi-Lilo. No solicitaba de su mujer m�s de
lo que su padre hab�a hallado en Keke.
La cronolog�a de Iremashvili, que no puede equivocarse, es m�s
de fiar en cuestiones personales que en el campo de la pol�tica.
Pero la fecha que da del matrimonio suscita alguna duda. �l lo fija
en 1903, y Koba fue preso en abril de 1902 y volvi� del destierro
en febrero de 1904. Es posible que el enlace se efectuara en la c�rcel.
Tales casos no eran raros. Pero tambi�n es posible que la boda se
celebrara s�lo despu�s de su fuga del destierro, a principios
de 1904. En tal caso, una boda eclesi�stica ofrec�a ciertas
dificultades para quien ya se encontraba en "estado ilegal"; no obstante,
considerando las costumbres primitivas de por entonces, especialmente en
el C�ucaso, las dificultades polic�acas no eran imposibles
de salvar. Si Koba se cas� despu�s de su deportaci�n,
esto puede explicar en parte su pasividad pol�tica durante 1904.
La mujer de Koba
(ni siquiera sabemos su nombre) muri� en 1907,
seg�n ciertos informes, de pulmon�a. Por entonces, ambos
Sosos no estaban ya en buenas relaciones. Iremashvili se lamenta: "Lo m�s
recio de su lucha se dirigi� desde entonces contra nosotros, sus
antiguos amigos. Nos atacaba en todo mitin y en toda discusi�n del
modo m�s salvaje y desconsiderado, tratando de sembrar veneno y
odio contra nosotros en todas partes. De haberle, sido posible, nos hubiera
exterminado a sangre y fuego... Pero la inmensa mayor�a de los marxistas
georgianos continuaron con nosotros, y aquello era lo que m�s le
enardec�a y pon�a furioso." Ahora bien, las costumbres georgianas
eran tan dominantes, por lo visto, que la enemistad pol�tica no
impidi� a Iremashvili visitar a Koba al morir su mujer, para darle
el P�same: "Estaba muy deca�do, pero me recibi� amistosamente,
como en otros tiempos. La cara p�lida de aquel hombre reflejaba
la profunda pena que le caus� la muerte de la fiel compa�era
de su vida. Su aflicci�n... deb�a de ser muy grande y tenaz,
pues era incapaz de contenerla ya ante los extra�os."
La difunta fue enterrada seg�n todas las regias del rito ortodoxo.
Sus parientes insistieron en ello, y Koba no se opuso. "Cuando el modesto
cortejo lleg� a la puerta del cementerio -refiere Iremashvili-,
Koba me apret� fuertemente la mano, y se�alando el f�retro,
dijo: "Soso, esa criatura abland� mi coraz�n de piedra; al
morir, se lleva con ella todo el afecto que a�n sent�a por
mis semejantes." Y, poni�ndose la mano derecha, sobre el pecho,
a�adi�: "�Est� todo tan vac�o, tan inexplicablemente
vac�o aqu� dentro!"" Estas palabras pueden sonar a teatralmente
pat�ticas e inhumanas pero no es improbable que sean ciertas, no
s�lo por referirse a un hombre joven abrumado por su primer pesar
sincero, sino tambi�n porque en ocasiones futuras hemos de encontrar
de nuevo en Stalin la misma propensi�n al �nfasis forzado,
rasgo no raro en personas de car�cter rudo. La torpeza de estilo
con que expresa sus sentimientos, proced�a de sus pr�cticas
de homil�ctica en el Seminario.
Al morir, su mujer dej� a Koba un ni�ito de finas y delicadas
facciones. En 1919-1920 era alumno del Instituto de Tiflis, donde Iremashvili
ejerc�a de profesor. Poco despu�s su padre traslad�
a Yasha (Jaime) a Mosc�. Volveremos a encontrarle en el Kremlin.
Todo esto es cuanto conocemos de aquel matrimonio, que en materia de tiempo
encaja bastante bien en el cuadro de la primera Revoluci�n. No es
coincidencia fortuita: los ritmos de la vida personal del revolucionario
estaban demasiado estrechamente trabados con los de los grandes acontecimientos.
"A partir del d�a en que enterraron a su mujer -insiste Iremashvili-
perdi� el �ltimo vestigio de sentimientos humanos. Su coraz�n
se llen� del odio inexplicablemente maligno que su cruel padre hab�a
comenzado a engendrar en �l cuando todav�a era un ni�o.
Reprim�a con sarcasmo sus impulsos morales cada vez m�s espaciados.
Implacable consigo mismo, se hizo implacable con los dem�s." As�
era durante el per�odo de la reacci�n, que entretanto se
hab�a ense�oreado del pa�s.
El comienzo de las huelgas de masas en la segunda mitad de la postrera
d�cada del siglo, significaba la proximidad de la revoluci�n.
Pero el promedio de huelguistas era a�n menos de 50.000 al a�o.
En 1905, ese n�mero ascendi� de un salto a 2.750.000; en
1906 baj� a un mill�n; en 1907, a 750.000, incluyendo las
de ensayo. �stas fueron las cifras de los ellos de la Revoluci�n.
�Nunca antes hab�a presenciado el mundo una oleada de huelgas
semejante! El per�odo de reacci�n comenz� en 1908.
El n�mero de huelguistas baj� al punto a 174.000; en 1909,
a 64.000; en 19101 a 30.000. Pero mientras el proletariado iba estrechando
r�pidamente sus filas, los campesinos a quienes hab�a levantado
no s�lo continuaban, sino que reforzaban su ofensiva. La devastaci�n
de las haciendas de los terratenientes se extendi� particularmente
durante los meses en que funcion� la primero Duma. Sobrevino una
serie de motines de soldados. Despu�s de sofocados los intentos
de sublevaci�n de Sveaborg y Kronstadt en julio de 1906, el monarca
se hizo osado, instituy� Consejos de Guerra y, con ayuda del Senado,
adulter� la ley electoral. Pero no consigui� el objeto pretendido.
La segunda Duma result� m�s radical que la primera.
En febrero de 1907, Lenin caracteriz� la situaci�n pol�tica
del pa�s con las siguientes palabras: "La ilegalidad m�s
desenfrenada y c�nica... La ley electoral m�s reaccionaria
de Europa. El cuerpo de representantes populares m�s revolucionario
de Europa en el pa�s m�s atrasado." De ah� su conclusi�n:
"Estamos en v�speras de una nueva crisis revolucionaria m�s
amenazadora." Esta conclusi�n no se confirm�. Aunque la revoluci�n
a�n ten�a fuerza bastante para dejar sus huellas en la liza
del seudoparlamentarismo zarista, estaba ya quebrantada. Sus convulsiones
iban siendo cada vez m�s tenues.
El partido socialdem�crata atravesaba un proceso an�logo.
Continuaba creciendo en n�mero de miembros, pero su influencia sobre
las masas declinaba. Cien socialdem�cratas ya no eran capaces de
sacar a la calle tantos trabajadores como diez socialdem�cratas
lo hubieran sido el a�o precedente. Los diversos aspectos de un
movimiento revolucionario, como proceso hist�rico homog�neo
y, en general, como acontecimiento de valor persistente, no son uniformes
ni arm�nicos en contenido o en movimiento. No s�lo los trabajadores,
sino tambi�n los peque�oburgueses intentaron vengar su derrota
por el zarismo en campo abierto; votando en favor de las izquierdas; pero
ya no eran capaces de una nueva insurrecci�n. Privados del aparato
de los Soviets y de contacto directo con las masas, que pronto sucumbieron
a una negra apat�a, los trabajadores m�s activos sintieron
la necesidad de un partido revolucionario. As�, esta vez el ala
izquierda de la Duma y el crecimiento de la socialdemocracia eran s�ntomas
del descenso de la revoluci�n, no de su auge.
El quinto Congreso del Partido, celebrado en Londres, en mayo de 1907,
fue de notar por el n�mero de personas que concurrieron a �l.
En la nave de la Iglesia "socialista" hab�a 302 delegados (un delegado
por cada 500 miembros del Partido), medio centenar con voz consultiva,
y no pocos invitados. De �stos, 90 eran bolcheviques y 85 mencheviques.
Las delegaciones nacionales formaban el "centro" entre estos dos flancos.
En el Congreso anterior estuvieron representados 13.000 bolcheviques y
18.000 mencheviques (un delegado por cada 300 miembros del partido). Durante
los doce meses transcurridos entre el Congreso de Estocolmo y el de Londres,
la secci�n rusa del Partido hab�a aumentado de 31.000 a 77.000
miembros, esto es, dos veces y media. Era inevitable que la agudeza mayor
de la pugna faccional repercutiese en el n�mero. Pero, indudablemente,
los trabajadores avanzados continuaron engrosando las filas del Partido
durante aquel a�o. Al mismo tiempo, el ala izquierda se reforz�
con mucha m�s rapidez que su antagonista. En el Soviet de 1905,
los mencheviques preponderaban; los bolcheviques eran una modesta minor�a.
A principios de 1906, las fuerzas de ambas facciones en San Petersburgo
eran aproximadamente iguales. Durante el intervalo entre la primera y la
segunda Duma, los bolcheviques comenzaron a adelantarse. En tiempos de
la segunda Duma, hab�an alcanzado un completo predominio entre los
trabajadores avanzados. A juzgar por la �ndole de los acuerdos tomados,
el Congreso de Estocolmo fue menchevique y bolchevique el de Londres.
La desviaci�n del Partido hacia la izquierda fue tenida en cuenta
por las autoridades. Poco antes del Congreso, el Departamento de Polic�a
instru�a a sus dependencias locales que "los grupos mencheviques,
en su estado actual de �nimo, no representan un peligro tan serio
como los bolcheviques". En el informe regular de la marcha del Congreso
presentado al Departamento de Polic�a por uno de sus agentes en
el extranjero, se hac�a la siguiente apreciaci�n: "Entre
los oradores que en el curso de la discusi�n intervinieron en favor
del punto de vista revolucionario, se cuentan, Stanislav (bolchevique),
Trotsky, Pokrovsky (bolchevique) y Tyszko (socialdem�crata polaco);
en defensa del criterio oportunista, Martov y Plejanov (dirigentes de los
mencheviques). Hay claros indicios -continuaba el agente de la
Ojrana-
de que los socialdem�cratas est�n girando hacia m�todos
revolucionarios de lucha... El menchevismo, que floreci� gracias
a la Duma, declin� a su hora, cuando la Duma demostr� su
impotencia, dando amplio campo al bolchevismo, o, m�s bien, a las
tendencias revolucionarias extremistas." En realidad, como ya se ha indicado,
el sesgo sentimental del proletariado era mucho m�s complicado e
inconsistente. As�, mientras que la vanguardia, sostenida por su
propia experiencia, se desvi� hacia la izquierda, la masa, descorazonada
por las derrotas, vir� hacia la derecha. El h�lito de la
reacci�n se cern�a ya por encima del Congreso. "Nuestra Revoluci�n
atraviesa momentos de prueba -dijo Lenin en la sesi�n del 12 de
mayo-. Necesitamos toda la fortaleza y la resoluci�n, toda la cautela
y la perseverancia de un partido proletario unido, si hemos de resistir
frente a los insidiosos caprichos de la duda, la defecci�n, la apat�a,
el sometimiento."
"En Londres -escrib�a un bi�grafo franc�s-, Stalin
conoci� a Trotsky. Pero �ste apenas repar� en �l.
El l�der del Soviet de San Petersburgo no es de las personas que
entablan f�cilmente relaciones o entran en intimidad sin una afinidad
espiritual genuina." Sea esto o no cierto, el hecho es que no me enter�
de la asistencia de Koba al Congreso de Londres, sino por el libro Suvarin,
y m�s tarde lo vi confirmado en las actas oficiales. Como en Estocolmo,
Ivanovich no figuraba entre los 302 delegados con derecho a voto, sino
entre los 42 cuya participaci�n era s�lo a t�tulo
consultivo o deliberante. �El bolchevismo era a�n tan d�bil
en Georgia que Koba no pudo reunir los 500 votos necesarios en todo Tiflis!
"Ni siquiera en la ciudad nativa de Koba y m�a, Gori -escribe Iremashvili-,
hab�a un solo bolchevique." El absoluto predominio de los mencheviques
en el C�ucaso fue confirmado en el curso de los debates del Congreso
por el rival de Koba, Sha'umyan, dirigente bolchevique del C�ucaso
y futuro miembro del Comit� Central. "Los mencheviques cauc�sicos
-se lamentaba-, aprovechando su aplastante peso num�rico y su dominio
oficial en el C�ucaso, hacen cuanto pueden por impedir que los bolcheviques
sean elegidos." En una declaraci�n firmada por el mismo Sha'umyan
e Ivanovich, leemos: "Las organizaciones mencheviques cauc�sicas
se componen casi enteramente de la peque�a burgues�a de la
ciudad y del campo." De los 18.000 miembros de Partido en el C�ucaso,
no eran trabajadores m�s de seis mil; pero aun de �stos,
la mayor�a estaban de parte de los mencheviques.
La designaci�n de Koba como delegado meramente consultivo fue
acompa�ada de un incidente no exento de mordacidad. Cuando toc�
a Lenin el turno de presidir el Congreso, propuso que se adoptara sin discusi�n
un acuerdo de la Comisi�n de credenciales recomendando conceder
participaci�n deliberante a cuatro delegados, entre ellos a Ivanovich.
El infatigable Martov vocifer� desde su sitio: "Quisiera saber a
qui�n se concede voz deliberante. Qui�nes son esos hombres,
de d�nde vienen, etc." A lo que respondi� Lenin: "Ciertamente
no lo s�, pero el Congreso puede confiar en la opini�n un�nime
del Comit� de Credenciales." Es muy posible que Martov tuviera alguna
informaci�n secreta respecto a la �ndole espec�fica
del historial de Ivanovich, ya hablaremos de esto con m�s detalle,
y que por esto precisamente Lenin se apresurara a cortar la ominosa alusi�n
refiri�ndose a la unanimidad de la Comisi�n de credenciales.
En todo caso, Martov juzg� oportuno referirse a "esos hombres" como
si no fueran nadie: "Qui�nes son, de d�nde vienen, etc.",
mientras que Lenin, por su parte, no s�lo no hizo objeciones a tal
caracterizaci�n, sino que la confirm�. En 1907, Stalin era
a�n totalmente desconocido, no s�lo del Partido en general,
sino, incluso, de los trescientos delegados del Congreso. El acuerdo del
Comit� de admisi�n fue adoptado con la abstenci�n
de un buen n�mero de delegados.
Pero es muy de notar el hecho de que Koba no hizo uso ni una sola vez
del derecho de palabra que se le hab�a concedido. El Congreso dur�
cerca de dos semanas y las discusiones fueron sumamente extensas y prolijas.
Pero el nombre de Ivanovich no se hace constar siquiera una vez entre los
numerosos oradores. Su firma aparece s�lo en dos breves informes
de bolcheviques cauc�sicos a prop�sito de sus conflictos
locales, con los mencheviques, y aun esto s�lo en tercer lugar.
No dej� otras se�ales de su presencia en el Congreso. Para
apreciar debidamente lo que esto significa, es necesario conocer la mec�nica
de tramoya del Congreso. Cada una de las facciones y de las organizaciones
nacionales se reun�an por separado durante los intervalos de las
sesiones oficiales, trazaban su propia l�nea de conducta y designaban
de su seno a quienes hab�an de intervenir. De modo que en el curso
de tres semanas de debates, en que tomaron parte todos los miembros del
Partido de alg�n renombre, la facci�n bolchevique no juzg�
oportuno confiar una sola intervenci�n a Ivanovich.
Hacia el final de una de las �ltimas sesiones del Congreso habl�
un joven delegado de San Petersburgo. Todos hab�an abandonado r�pidamente
sus asientos y nadie le escuchaba. El orador se vio obligado a subirse
en una silla para llamar la atenci�n. Pero, a pesar de circunstancias
tan desfavorables, consigui� atraerse un corro cada vez m�s
crecido de delegados, y no tard� mucho en calmarse el auditorio.
Aquel discurso hizo del novicio un miembro del Comit� Central. Ivanovich,
condenado al silencio, tom� nota del �xito del reci�n
llegado (Zinoviev s�lo ten�a veinti�n a�os),
probablemente horro de simpat�a, pero no de envidia. Ni un alma
hizo el menor caso del ambicioso cauc�sico, con su derecho de voz
no utilizado. El bolchevique Gandurin, soldado de fila en el Congreso,
consign� en sus Memorias: "Durante las pausas sol�amos rodear
a uno u otro de los principales activistas, abrum�ndolos a preguntas."
Gandurin menciona entre los delegados a Litvinov, Vorochilov, Tomsky y
otros bolcheviques relativamente oscuros de por entonces; pero no a Stalin,
ni siquiera una, vez. Y, sin embargo, escribi� sus Memorias en 1931,
cuando era mucho m�s dif�cil olvidar a Stalin que recordarle.
Entre los miembros electos del nuevo Comit� Central, los bolcheviques
eran Myeshkovsky, Rozhkov, Teodorovich y Nogin, con Lenin, Bogdanov, Krassin,
Zinoviev, Rikov, Shanter, Sammer, Leitheisen, Taratuta y A. Smirnov, como
suplentes. Los m�s destacados dirigentes de la facci�n fueron
elegidos suplentes porque interesaba promover a la vanguardia a las personas
capaces de trabajar en Rusia. Pero Ivanovich no estaba entre los titulares
ni entre los suplentes. No seria justo buscar la raz�n de ello en
las tretas de los mencheviques; en realidad, cada bando eligi� a
sus propios candidatos. Algunos de los bolcheviques del Comit� Central,
como Zinoviev, Rikov, Taratuta y A. Smirnov, eran de la misma generaci�n
que Ivanovich y a�n m�s j�venes.
En la sesi�n final de la facci�n bolchevique, despu�s
de clausurado el Congreso, se eligi� un Centro secreto bolchevique,
el llamado "C. B.", compuesto de quince miembros. Entre ellos estaban los
te�ricos y los "literarios" de la �poca y del futuro, como
Lenin, Bogdanov, Pokrovsky, Rozhkov Zinoviev y Kamenev, as� como
los m�s conocidos organizadores: como Krassin, Rikov, Dubronsky,
Nogin y otros. Ivanovich tampoco pertenec�a a aquel grupo. No puede
negarse la importancia de este hecho. Stalin no pod�a ser elegido
miembro del Comit� Central sin ser conocido de todo el Partido.
Otro obst�culo (admit�moslo por esta vez) era que los mencheviques
cauc�sicos estaban particularmente en contra suya. Pero si hubiera
tenido alg�n peso e influencia dentro de su propio bando no hubiera
podido menos de incorporarse al centro de direcci�n bolchevique,
que tan necesitado estaba de un representante autorizado del C�ucaso.
El mismo Ivanovich so�ar�a, sin duda, en lograr un puesto
en el "C. B."; pero no lo hubo para �l.
En vista de todo esto, �para qu� fue Koba a Londres,
en suma? No pudo levantar el brazo como delegado con voto. Result�
innecesario como deliberante. Ciertamente, no desempe�� ning�n
papel en las reuniones reservadas de la facci�n bolchevique. Es
inconcebible que acudiese all� por mera curiosidad, para escuchar
y echar una ojeada. Tendr�a otras misiones. Pero, �cu�les
fueron �stas?
El Congreso termin� el 19 de mayo. No m�s tarde del 1
de junio, el primer ministro Stolypin plante� a la Duma su petici�n
de expulsar inmediatamente a cincuenta y cinco diputados socialdem�cratas
y sancionar el arresto de diecis�is de ellos. Sin esperar la autorizaci�n
de la Duma, la polic�a procedi� a practicar detenciones en
la noche del 2 de junio. Al d�a siguiente, la Duma fue suspendida,
y en el curso de este acto de fuerza por parte del Gobierno se promulg�
una nueva ley electoral. En todo el pa�s hubo simult�neas
detenciones en masa, cuidadosamente preparadas, con ferroviarios entro
los sometidos a custodia, en un esfuerzo por prevenir una huelga general.
Los motines en la Flota del mar Negro y en un regimiento, de Kiev, no pasaron
de una intentona. La monarqu�a triunfaba. Cuando Stolypin se mir�
al espejo, contempl� en �l la imagen de san Jorge, victorioso.
La desintegraci�n evidente de la revoluci�n trajo consigo
varias crisis en el Partido y en el mismo bando bolchevique, decidido por
gran mayor�a en favor de la posici�n boicotista. Esto era
casi una reacci�n instintiva contra la violencia gubernamental,
pero, al mismo tiempo, era un intento de disimular su propia impotencia
con un gesto radical. Mientras reposaba despu�s del Congreso de
Finlandia, Lenin reflexion� sobre el asunto en todos sus aspectos,
y se decidi� resueltamente en contra del boicot. Su situaci�n
dentro de su propio bando lleg� a ser bastante dif�cil. No
era cosa f�cil pasar de los d�as de apogeo revolucionario
a los tediosos de dificultades y obst�culos. "Con excepci�n
de Lenin y Rozhkov -escrib�a Martov-, todos los representantes de
talla de la facci�n bolchevique (Bogdanov, Kamenev, Lunacharsky,
Volsky y otros) estaban por el boicot." La cita es, en cierto modo, interesante,
pues incluye entre los representantes de talla no s�lo a Lunacharsky,
sino incluso al olvidado Volsky, pero se olvida de Stalin. En 1924, cuando
el peri�dico hist�rico oficial de Mosc� reprodujo
el testimonio de Martov, no se le ocurri� al Consejo de redacci�n
mostrar inter�s por el parecer de Stalin en aquella ocasi�n.
Sin embargo, Koba estaba entre los boicotistas. Adem�s de testimonios
directos sobre el caso, que, por otra parte, proceden de mencheviques,
hay cierta evidencia indirecta que es la m�s convincente: ni siquiera
uno de los historiadores oficiales presentes dice una sola palabra a prop�sito
de la posici�n de Stalin cuanto a las elecciones a la tercera Duma.
En un folleto titulado Sobre el boicot a la tercera Duma, publicado poco
despu�s de la Revoluci�n, y en el que Lenin defend�a
la participaci�n en las elecciones, fue Kamenev quien defendi�
el punto de vista de los partidarios del boicot. Hubiera sido tanto m�s
f�cil para Koba conservar el inc�gnito, cuanto que a nadie
se le hubiera ocurrido en 1907 pedirle que se manifestara por medio de
un art�culo. El viejo bolchevique Piryeiko recuerda que los boicotistas
"reconvinieron al camarada Lenin por su menchevismo". No hay motivo para
dudar de que Koba no se qued� atr�s en su c�rculo
de �ntimos con ep�tetos bastante incisivos en ruso y en georgiano.
En cuanto a Lenin, pidi� a su facci�n desembarazo y habilidad
para afrontar las realidades. "El boicot es una declaraci�n de abierta
guerra contra el antiguo Gobierno, un ataque directo contra �1.
A menos de un amplio resurgir revolucionario... no hay que contar con el
�xito del boicot." Mucho m�s tarde, en 1920, Lenin escrib�a:
"Fue un error... para los bolcheviques haber boicoteado la Duma en 1906."
Fue un error, porque despu�s de la derrota de diciembre era imposible
esperar una ofensiva revolucionaria en el futuro inmediato; por consiguiente,
no ten�a sentido despreciar una tribuna como la Duma para movilizar
las filas de la Revoluci�n.
En la Conferencia del Partido que se celebr� en Finlandia, en
julio, los nueve delegados bolcheviques, con excepci�n de Lenin,
se pronunciaron por el boicot. Ivanovich no tom� parte en aquella
Conferencia. Los boicotistas tuvieron su portavoz en Bogdanov. El acuerdo
afirmativo sobre la cuesti�n de participar en las elecciones se
tom� por los votos unidos de "los mencheviques, los de la Liga jud�a
(budistas), los polacos, uno de los letones y un bolchevique", escrib�a
Dan. "Un bolchevique", esto es, Lenin. "En una casita de verano -recuerda
Krupskaia-, Ilich defendi� ardientemente su posici�n; Krassin
sub�a en su bicicleta, y parado ante la ventana, escuchaba con atenci�n
a Ilich. Luego, sin entrar en la casa, se alejaba meditabundo..." Krassin
se alej� de aquella ventana por m�s de diez a�os.
No volvi� al Partido sino despu�s de la Revoluci�n
de octubre, y ni siquiera inmediatamente. Poco a poco, a influjo de nuevas
lecciones, los bolcheviques fueron sum�ndose al parecer de Lenin,
aunque, como veremos, no en su totalidad. En silencio, Koba tambi�n
repudi� el boicotismo. Sus discursos en el C�ucaso en favor
del boicot han quedado magn�nimamente relegados al olvido.
La tercera Duma comenz� su infausta actividad en el mes de noviembre.
La alta burgues�a y los terratenientes ricos se hab�an asegurado
de antemano una mayor�a en ella. Entonces empez� el per�odo
m�s sombr�o de la vida de "Rusia renovada". Las organizaciones
obreras fueron dispersadas, sofocada la Prensa revolucionaria, y los Consejos
de Guerra iban a la zaga de las expediciones de castigo. Pero M�s
terrible que los golpes exteriores era la reacci�n interior. La
deserci�n alcanz� car�cter de masas. Los intelectuales
dejaban la pol�tica por la ciencia, el arte, la religi�n
y el misticismo er�tico. El toque final de este cuadro fue la epidemia
de suicidios. El trastrueque de valores iba en primer lugar, dirigido contra
los partidos revolucionarios y sus dirigentes. El brusco cambio de actitud
hall� una reflexi�n brillante en los archivos del Departamento
de Polic�a, donde censuraban las cartas dudosas, conservando as�
las m�s interesantes para la historia.
En Ginebra, Lenin recibi� una carta de San Petersburgo que dec�a
lo siguiente: "La calma reina por arriba y por abajo, pero el silencio
de abajo est� infectado. Bajo su capa asoma tal ira que har�
bramar a los hombres, porque tienen que hacerlo. Pero, de momento, hasta
nosotros sufrimos lo m�s necio de esa ira..." Un tal Zajarov escrib�a
a un amigo suyo de Odesa: "Hemos perdido en absoluto la fe en aquellos
a quienes en tanto ten�amos... �Imag�nate que, a fines
de 1905, Trotsky dec�a seriamente que la revoluci�n pol�tica
hab�a culminado en un �xito grande, y que ser�a inmediatamente
seguida por el comienzo de la revoluci�n social...! �Y qu�
decir de la portentosa t�ctica de la revoluci�n armada que
tanto han divulgado los bolcheviques...? De veras, he perdido toda fe en
nuestros dirigentes y en todos los llamados intelectuales revolucionarios."
Ni siquiera la Prensa liberal y la radical se guardaron de herir a los
vencidos con su sarcasmo.
Las deserciones se produc�an no s�lo entre los intelectuales,
no s�lo entre los que llegan hoy para alejarse ma�ana, y
para quienes el movimiento no era m�s que una causa a medio camino,
sino incluso entre los trabajadores avanzados, que hab�an sido u�a
y carne del Partido durante a�os. La religiosidad, por un lado,
y la embriaguez, el juego y otros factores por el estilo, por otro, medraban
m�s que nunca entre las capas atrasadas de la clase trabajadora.
En la mejor preparada, comenzaban, a imponer el tono los individualistas,
que se esforzaban por elevar su situaci�n personal, cultural y econ�mica
por encima de la masa de sus compa�eros de trabajo. Los mencheviques
encontraban su sost�n en esa capa de la aristocracia obrera, compuesta
principalmente de metal�rgicos y tip�grafos. Los trabajadores
de las capas medias, a quienes la revoluci�n hab�a acostumbrado
a leer peri�dicos, acusaban una mayor estabilidad. Pero, habi�ndose
incorporado a la vida pol�tica bajo la direcci�n de intelectuales,
al quedarse solos se sintieron como petrificados y no hac�an m�s
que marcar el paso.
No todo el mundo desert�. Pero los revolucionarios que no estaban
dispuestos a rendirse tropezaron con insuperables obst�culos. Una
organizaci�n ilegal necesita un ambiente de simpat�a y una
renovaci�n constante de reservas. En una atm�sfera de decadencia,
no s�lo era duro, sino virtualmente imposible atenerse a las reglas
indispensables de conspiraci�n y mantener contactos revolucionarios.
"El trabajo clandestino continuaba l�nguidamente. Durante 1909 hubo
incursiones polic�acas contra las imprentas del Partido en Rostov
del Don, Mosc�, Tyumen, San Petersburgo... -y en otros puntos-,
los repuestos de proclamas en San Petersburgo, Bialystok, Mosc�;
los archivos del Comit� Central en San Petersburgo. En todos estos
lances, el Partido perd�a excelentes activistas." Esto lo refiere
casi en tono de lamentaci�n el general de la gendarmer�a
Spiridovich.
"No tenemos gente -escrib�a Krupskaia con tinta invisible en
Odesa, en los comienzos de 1909-. Todos est�n desperdigados por
las c�rceles y los centros de deportaci�n." Los gendarmes
hicieron usado de la carta, y aument� la poblaci�n visible
el texto disimulado de la carta, y aument� la poblaci�n de
los presidios. La escasez de afiliados revolucionarios condujo inevitablemente
a un descenso en los valores del Comit�. La insuficiencia de selecci�n
hizo posible que los agentes secretos subieran los escalones de la jerarqu�a
ilegal. Con un sencillo adem�n, el provocador condenaba al arresto
a todo revolucionario que estorbara su avance. Las; tentativas de purgar
la organizaci�n de elementos dudosos conduc�an inmediatamente
a prisiones en masa. Una atm�sfera de sospecha y rec�proco
recelo paralizaba toda iniciativa. Despu�s de un buen n�mero
de detenciones h�bilmente calculado, el provocador Kukushin a principios
de 1910, se convirti� en cabeza de la organizaci�n en el
distrito de Mosc�. "El ideal de la Ojrana est� en v�as
de realizaci�n -escrib�a un participante activo del movimiento-.
Agentes secretos est�n al frente de todas las organizaciones de
Mosc�." La situaci�n en San Petersburgo no era mucho mejor.
"La direcci�n parec�a haberse desbaratado, no hab�a
modo de restaurarla, la provocaci�n nos ro�a las entra�as,
las organizaciones disminu�an... En 1909, Rusia ten�a a�n
cinco o seis organizaciones activas; pero incluso ellas no tardaron en
hundirse en la inactividad. El n�mero de miembros de la organizaci�n
del distrito de Mosc�, que era de 500 hacia fines de 1908, baj�
a 250 a mediados del siguiente a�o, y a 150 seis meses despu�s;
en 1910 la organizaci�n dej� de existir.
El ex diputado de la Duma, Samoilov, refiere c�mo a principios
de 1910 la organizaci�n de Ivanov-Voznesensk, que hasta entonces
hab�a sido bastante influyente y activa, se desmembr�. Poco
despu�s de ella se desvanecieron los sindicatos. Sus puestos fueron
ocupados por cuadrillas de las Centurias negras. El r�gimen prerrevolucionario
iba siendo gradualmente restaurado en las factor�as textiles, lo
que significaba rebajas de jornales, multas abusivas, despidos y otras
gangas por el estilo. "Los trabajadores que segu�an trabajando lo
aguantaban en silencio." Pero no pod�a haber vuelta al orden pasado.
En el extranjero, Lenin se�alaba las cartas de los trabajadores,
que al hablar de la renovada opresi�n y persecuci�n por parte
de los fabricantes, a�ad�an: "�Esperad, 1905 ha de
volver!"
Al terror de arriba correspond�a el terror de abajo. La lucha
de los derrotados insurrectos continu� convulsivamente por mucho
tiempo en forma de dispersas explosiones locales, incursiones de guerrillas
y actos de terrorismo individuales o de grupo. El curso de la revoluci�n
se caracterizaba con notable claridad por estad�sticas del terror.
En 1905 fueron asesinadas 233 personas; 168 en 1906, y 1.231 en 1907. El
n�mero de heridos segu�a una progresi�n algo distinta,
desde que los terroristas hab�an aprendido a tener punter�a.
La ola terrorista alcanz� su culminaci�n en 1907. "Hab�a
d�as -escribe un observador liberal- en que varios actos importantes
de terror iban acompa�ados de veintenas de otros de menor cuant�a
y de asesinatos de oficiales subalternos... Hab�a laboratorios de
bombas en todas las ciudades, y a veces destrozaban a sus mismos inexpertos
fabricantes...", y contin�a en este tono. La alquimia de Krassin
se democratiz� intensamente.
En suma, el trienio de 1905 a 1907 es particularmente notable por los
actos de terrorismo y las huelgas. Pero lo que, destaca es la divergencia
entre sus informes estad�sticos: en tanto que el n�mero de
actos terroristas sub�a con la misma rapidez. Evidentemente, el
terrorismo individual crec�a conforme declinaba el movimiento de
masas. Pero el terrorismo no pod�a crecer indefinidamente. El �mpetu
desencadenado por la revoluci�n estaba destinado a consumirse en
terrorismo como se hab�a consumido en otras esferas de actividad.
En efecto, los 1.231 asesinatos de 1907 disminuyeron a 400 en 1908 y a
un centenar en 1909. La proporci�n creciente de los simples heridos
mostraba, adem�s, que ahora los disparos proced�an de aficionados
sin ejercicio, en su mayor�a adolescentes novatos.
En el C�ucaso, con sus rom�nticas tradiciones de bandidaje
y sangrientas querellas a�n bastante vivas, la guerra de guerrillas
encontr� buen n�mero de imp�vidos partidarios. M�s
de un millar de estos actos de sino de toda �ndole se produjeron
en Transcaucasia solamente entre 1905 y 1907, los a�os de la primera
Revoluci�n. Destacamentos de combatientes encontraron tambi�n
buen campo de actividades en los Urales, bajo la direcci�n de los
bolcheviques, y en Polonia bajo la bandera, del Partido Socialista polaco.
El 2 de agosto de 1906, veintenas de polic�as y soldados sucumbieron
en las calles de Varsovia y otras ciudades polacas. Seg�n la explicaci�n
de los dirigentes, la finalidad de esos ataques era "mantener despierto
el �nimo revolucionario del proletariado". El jefe de aquellos dirigentes
era Jos� Pilsudski, el futuro libertador de Polonia, y su opresor.
Comentando los sucesos de Varsovia, Lenin escrib�a: "Aconsejamos
a los grupos combatientes de nuestro Partido que cesen en su inactividad
e inicien algunas operaciones de guerrillas..." "Y estas llamadas de los
dirigentes bolcheviques -comenta el general Spiridovich-, no quedaron desatendidas,
a pesar de la acci�n antagonista del Comit� Central (menchevique)."
De gran importancia en los sangrientos choques de los terroristas con
la polic�a era la cuesti�n de dinero, nervio de toda guerra,
incluso civil. Antes del manifiesto constitucional de 1905, el movimiento
revolucionario estaba sostenido principalmente por la burgues�a
liberal y los intelectuales radicales. Eso suced�a as� tambi�n
en el caso de los bolcheviques, a quienes la oposici�n liberal juzgaba
simplemente como dem�cratas revolucionarios algo m�s osados.
Pero cuando la burgues�a puso sus esperanzas en la futura Duma,
comenz� a mirar a los revolucionarios como un obst�culo a
sus afanes de avenirse con la monarqu�a. Aquel cambio de actitud
asest� un potente golpe a los fondos de la revoluci�n. Los
cierres de f�bricas y el paro interrumpieron la aportaci�n
de dinero a los trabajadores. Entretanto, las organizaciones revolucionarias
hab�an desarrollado grandes m�quinas pol�ticas con
sus propias imprentas, editoriales, cuadros de agitadores y, por �ltimo,
destacamentos de choque en constante penuria de armamento. En tales circunstancias,
no hab�a manera de seguir sufragando los gastos de la revoluci�n
como no fuera procur�ndose fondos a viva fuerza. La iniciativa,
como casi siempre, vino de abajo. Las primeras expropiaciones se desenvolvieron
m�s bien pac�ficamente, a menudo con una t�cita inteligencia
entre los "expropiadores" y los empleados de las instituciones expropiadas.
As� est� la historia de los empleados de la Compa��a
de Seguros "Nadezhda" (Esperanza) animando a los vacilantes expropiadores
con las palabras: "�No os apur�is, camaradas!" Pero este id�lico
per�odo no dur� mucho. Tras la burgues�a, los intelectuales,
incluso los empleados bancarios, se apartaron de la revoluci�n.
Aumentaban las bajas por ambos lados. Faltas de apoyo y simpat�a,
las "organizaciones combatientes" se desvanecieron pronto como el humo
o se disgregaron con la misma rapidez.
Un ejemplo t�pico de c�mo hasta los destacamentos m�s
disciplinados degeneraron, se encuentra en las Memorias del ya citado Samoilov
el primer diputado en la Duma por los trabajadores textiles de Ivanovo-Voznesensk.
El destacamento, actuando al principio "bajo las directivas del Centro
del Partido", comenz� a "obrar mal" durante el segundo semestre
de 1906. Cuando ofreci� al Partido s�lo la mitad del dinero
robado en una f�brica (despu�s de asesinar al cajero), el
Comit� del Partido se neg� a aceptarlo y reprendi�
a los combatientes. Pero ya era demasiado tarde; se disgregaron r�pidamente
y pronto se redujo toda su actuaci�n "a ataques de bandidaje del
tipo criminal m�s vulgar". Siempre con grandes sumas de dinero,
los combatientes comenzaron a preocuparse de francachelas, en el curso
de las cuales ca�an a menudo en manos de la polic�a. As�,
poco a poco, todo el destacamento de combatientes tuvo un final ignominioso.
"Sin embargo, hemos de admitir -escribe Samoilov-, que en las filas hab�a
no pocos... camaradas genuinamente afectos, leales a la causa de la revoluci�n,
y algunos de coraz�n limpio como el cristal..."
El prop�sito original de las organizaciones combatientes era
asumir la direcci�n de las masas rebeldes, ense��ndoles
a usar armas y asestar al enemigo eficaces golpes. El principal teorizante,
si no el �nico, en ese campo de actividades, era Lenin. Despu�s
de aplastada la insurrecci�n de diciembre, el primer problema era
qu� hab�a de hacerse con las organizaciones de combate. Lenin
fue al Congreso de Estocolmo con un esbozo de acuerdo, por el que, aun
reconociendo el inter�s de las actividades de las guerrillas y como
parte de la preparaci�n para la futura gran ofensiva contra el zarismo,
permit�a las llamadas "expropiaciones" de fondos "bajo el control
del Partido". Pero los bolcheviques retiraron esta proposici�n suya
obligados por la presi�n de la disconformidad dentro de su propio
seno. Por una mayor�a de sesenta y cuatro votos por cuatro en contra
y veinte abstenciones, se aprob� la proposici�n menchevique,
por la que se prohib�an categ�ricamente las "expropiaciones"
de personas e instituciones particulares, tolerando la confiscaci�n
de fondos del Estado s�lo en el caso de que los �rganos del
Gobierno revolucionario se instituyesen en una localidad dada; es decir,
s�lo en conexi�n directa con un levantamiento popular. Los
veinticuatro delegados que se abstuvieron o votaron en contra de esta resoluci�n
compon�an la mitad leninista irreconciliable de la facci�n
bolchevique.
Como, es natural, no se trataba de una cuesti�n de moralidad
abstracta. Todas las clases y todos los partidos examinan el problema del
asesinato no desde el punto de vista del mandamiento b�blico, sino
desde el punto de vista de la conveniencia de los intereses hist�ricos
en juego. Cuando el Papa y sus cardenales bendec�an las armas de
Franco, ninguno de los Gobernantes conservadores sugiri� la idea
de encarcelarlos por incitar al homicidio. Los moralistas oficiales se
alzan contra la violencia cuando �sta es revolucionaria. En cambio,
quienquiera que luche efectivamente contra la opresi�n de clase
tiene que reconocer por fuerza la revoluci�n. Y quien reconoce la
revoluci�n reconoce la guerra civil. Por �ltimo, "la guerra
de guerrillas es una ineludible forma de lucha... Siempre que transcurran
m�s o menos largos intervalos entre encuentros de m�s volumen
de una guerra civil" [Lenin]. Desde el punto de vista de los principios
generales de la lucha de clases, todo esto era completamente irrefutable.
Las divergencias vinieron con la evaluaci�n de Circunstancias hist�ricas
concretas. Cuando entre dos batallas importantes de la guerra civil transcurren
dos o tres meses, ese intervalo tiene que colmarse con actuaci�n
de guerrillas contra el enemigo. Pero si la "pausa" se prolonga a�os
enteros, entonces la guerra de guerrillas deja de ser una preparaci�n
para la batalla, y se convierte en una simple convulsi�n consecutiva
a la derrota. No es f�cil, ciertamente, determinar el momento de
la ruptura.
Las cuestiones de boicotismo y de actividades guerrilleras estaban
�ntimamente relacionadas. Es permisible boicotear las asambleas
representativas s�lo en el caso de que el movimiento de masas sea
suficientemente fuerte para derrumbarlas o para pasarlas por alto. Pero
cuando las masas est�n en plena retirada, la t�ctica del
boicot pierde su sentido revolucionario. Lenin comprendi� esto y
lo explic� mejor que otros. Ya en 1906 repudiaba el boicot de la
Duma. Despu�s del golpe del 3 de junio de 1907, entabl� una
lucha decidida contra los boicotistas precisamente porqu� a la pleamar
hab�a sucedido la bajamar. Era incuestionable que las actividades
guerrilleras se hab�an convertido en puro anarquismo, cuando hac�a
falta utilizar hasta el palenque del "parlamentarismo" zarista para preparar
el terreno a la movilizaci�n de las masas. En el apogeo de la guerra
civil, las actividades de las guerrillas aumentaron y estimulaban as�
el movimiento de masas; en el per�odo de reacci�n intentaron
remplazarlo, pero, de hecho, lo que hicieron fue desconcertar al Partido
y acelerar su disgregaci�n. Olminsky, uno de los m�s relevantes
compa�eros de armas de Lenin, arroja luz cr�tica sobre aquel
per�odo desde la perspectiva de los tiempos del Soviet. "No pocos
de los mejores j�venes -escrib�a- perecieron en el cadalso;
otros degeneraron, y otros perdieron su fe en la revoluci�n. Al
mismo tiempo, la gente en general comenz� a confundir a los revolucionarios
con bandidos vulgares. M�s tarde, cuando comenz� a reanimarse
el movimiento obrero revolucionario, este resurgir fue m�s lento
en las ciudades donde las "exse" (expropiaciones) hab�an sido m�s
numerosas. (Como ejemplo puedo citar Bak� y Saratov.)" Tengamos
presente esta referencia a Bak�.
La suma total de las actividades de Koba durante los a�os de
la primera Revoluci�n parece ser tan insignificante, que, queramos
o no, se suscita la pregunta: �Es posible que fuera esto todo? En
el v�rtice de los sucesos que pasaban a su alrededor, Koba no hubiera
podido menos de acudir a procedimientos de acci�n que le hubieran
permitido demostrar su val�a. La participaci�n de Koba en
actos de terrorismo y expropiaci�n no puede dudarse. Y sin embargo,
es dif�cil determinar el car�cter de tal participaci�n.
"El principal inspirador e inspector general... de la actividad combatiente
-escribe Spiridovich- era Lenin mismo, ayudado por gente de confianza muy
adicta a �l." �Qui�n era esa gente? El antiguo bolchevique
Alexinsky, que al estallar la guerra se hizo especialista en desenmascarar
a los bolcheviques, consign� en la Prensa extranjera que dentro
del Comit� Central hab�a un "peque�o Comit�
cuya existencia ignoraban no s�lo la polic�a zarista, sino
hasta los miembros del Partido. Aquel peque�o Comit� constituido
por Lenin, Krassin y una tercera persona... se ocupaba especialmente de
la hacienda del Partido". Ocuparse de finanzas significaba para Alexinsky
dirigir las expropiaciones. La "tercera persona" no nombrada era el naturalista,
f�sico, economista y fil�sofo Bogdanov, a quien ya conocemos.
Alexinsky no ten�a por qu� ser reticente sobre la participaci�n
de Stalin en las operaciones de combate. Nada dice de ello porque nada
se sabe a este prop�sito. Por aquellos a�os Alexinsky no
s�lo estaba en estrechas relaciones con el Centro bolchevique, sino
en contacto con el mismo Stalin. Por regla general, aquel difamador dec�a
m�s de lo que sab�a.
Las notas a las obras de Lenin dicen a prop�sito de Krassin:
"Gui� la oficina t�cnica de combate del Comit� Central."
Krupskaia escribi� a su vez: "Los miembros del Partido se enteran
ahora de la importante labor que Krassin realiz� en la �poca
de la Revoluci�n de 1905, armando a los combatientes, inspeccionando
la fabricaci�n de explosivos, etc. Todo ello se hac�a en
secreto, sin la menor ostentaci�n, pero empleando en tal empe�o
una enorme energ�a. Vladimiro Ilich sab�a de aquella labor
de Krassin m�s que nadie, y desde entonces siempre le alababa."
Vointinsky, que durante la primera Revoluci�n fue un bolchevique
destacado, escrib�a: "Tengo una clara impresi�n de que Nikitich
[Krassin] era el �nico hombre, dentro de la organizaci�n
bolchevique, a quien Lenin miraba con genuino respeto y absoluta confianza."
Es cierto que Krassin concentr� sus esfuerzos principalmente en
San Petersburgo. Pero si Koba hubiera llevado a cabo en el C�ucaso
operaciones de tipo similar, Krassin, Lenin y Krupskaia no hubieran dejado
de enterarse de ello. Sin embargo, Krupskaia, que para mostrar su lealtad
trat� de mencionar a Stalin con la mayor frecuencia posible, no
dijo nunca nada respecto a su participaci�n en las actividades combatientes
del Partido.
El 3 de julio de 1938, Pravda, de Mosc�, casi inesperadamente,
declar� que "el auge sin precedentes del movimiento revolucionario
en el C�ucaso" en 1905 estaba relacionado con la "direcci�n
de las organizaciones m�s militantes de nuestro Partido, creadas
all� por vez primera directamente por el camarada Stalin". Pero
la simple aserci�n oficial de que Stalin tuvo algo que ver con las
"organizaciones m�s militantes" se refiere al principio de 1905,
antes de que surgiese el problema de la expropiaci�n; no da informes
sobre la labor real de Koba; finalmente, es dudoso por la naturaleza misma
de las cosas, pues no hab�a organizaci�n bolchevique en Tiflis
ni la hubo hasta la segunda mitad de 1905.
Veamos lo que dice Iremashvili sobre el particular. Hablando con indignaci�n
sobre actos terroristas, "exes" y otros parecidos, declara: "Koba fue el
iniciador de los cr�menes cometidos por los bolcheviques en Georgia,
que redundaron en provecho de la reacci�n." Despu�s de la
muerte de su mujer, cuando Koba "perdi� los �ltimos residuos
de sentimiento humano", se volvi� "un apasionado defensor y organizador...
del est�pido y sistem�tico asesinato de pr�ncipes,
popes y burgueses". Ya hemos tenido ocasi�n de convencemos de que
el testimonio de Iremashvili deja m�s que desear a medida que pasa
de los asuntos personales al terreno pol�tico, y de la infancia
y la juventud a a�os m�s maduros. Los v�nculos pol�ticos
entre estos dos amigos de los a�os mozos terminaron al comienzo
de la primera Revoluci�n. S�lo por azar el d�a 17
de octubre, cuando se public� el Manifiesto constitucional, Iremashvili
vio en las calles de Tiflis (vio, pero no oy�) que Koba, suspendido
de un farol de hierro (aquel d�a todo el mundo se encaramaba a los
faroles), arengaba a una multitud. Como �l era menchevique, s�lo
de segunda o tercera mano pod�a averiguar Iremashvili qu�
clase de actividades terroristas eran las de Koba. Por consiguiente, este
testimonio es poco fidedigno. Iremashvili cita dos ejemplos: la famosa
expropiaci�n de Tiflis en 1907, que tendremos ocasi�n de
discutir m�s adelante, y la muerte del popular escritor georgiano
pr�ncipe Chavchavadze. Con referencia a la expropiaci�n,
que situ� err�neamente en 1905, observa Iremashvili: "Koba
pudo burlar a la polic�a en aquella ocasi�n tambi�n;
no hubo pruebas suficientes que demostraran su iniciativa en aquel cruel
atentado. Pero aquella vez el Partido Socialdem�crata de Georgia
expuls� a Koba oficialmente... " Iremashvili no aduce la menor prueba
de que Stalin tuviese nada que ver con el asesinato del pr�ncipe
Chavchavadze, limit�ndose a esta observaci�n equ�voca:
"Indirectamente, Koba era partidario de la violencia. Fue el instigador
de todos los cr�menes aquel agitador transido de odio." Los recuerdos
de Iremashvili en esta parte interesan �nicamente por arrojar luz
sobre la reputaci�n de Koba entre sus adversarios pol�ticos.
El documentado autor de un art�culo publicado en un peri�dico
alem�n Volksstimme (La Voz del Pueblo), de Mannheim, 2 de setiembre
de 1932, muy probablemente un menchevique georgiano, hace resaltar que
tanto los amigos como los enemigos exageraban mucho las aventuras terroristas
de Koba. "Es verdad que Stalin pose�a una extraordinaria habilidad
e inclinaci�n "m organizar ataques de tal lava... Pero en tales
asuntos sol�a desempe�ar el papel de organizador, inspirar,
inspector, pero no el de participante directo." Por consiguiente, ciertos
bi�grafos pecan de inexactos al representarle "corriendo de un lado
a otro con bombas y rev�lveres y realizando las m�s arriesgadas
empresas". La historia de la pretendida a participaci�n de Koba
en el asesinato del dictador militar de Tiflis, general Gryaznov, el 17
de enero de 1906, parece ser una especie de invenci�n. "Aquel hecho
fue ejecutado de acuerdo con la decisi�n del Partido Socialdem�crata
de Georgia (mencheviques), por medio de terroristas del Partido especialmente
designados a tal efecto. Stalin, como otros bolcheviques, no ten�a
influencia alguna en Georgia y no tom� parte directa ni indirecta
en el asunto." Este testimonio del autor an�nimo merece consideraci�n.
Pero en su aspecto positivo es virtualmente equ�voco: si bien reconoce
en Stalin "extraordinaria habilidad e inclinaci�n" para expropiaciones
y asesinatos, no expone dato alguno en apoyo de tal caracterizaci�n.
El viejo terrorista bolchevique georgiano, Kotè Tsintsadze,
testigo concienzudo y veraz, afirma que Stalin, descontento de la irresoluci�n
de los mencheviques en el asunto del atentado para asesinar al general
Gryaznov, invit� a Kotè a ayudarle a organizar con tal objeto
un destacamento de combate por su cuenta. El mismo Kotè recuerda
que en 1906 se le ocurri� organizar un grupo armado de bolcheviques
para robar las cajas del Estado. "Nuestros camaradas de relieve, especialmente
Koba-Stalin, aprobaron mi iniciativa." Este testimonio tiene doble inter�s:
en primer lugar, muestra que Tsintsadze consideraba a Koba "un camarada
de relieve", esto es, un dirigente local; y en segundo, nos da margen para
sacar la conclusi�n de que en estos asuntos no pasaba Koba de aprobar
las iniciativas de
otros.
Contra la resistencia del Comit� Central menchevique, pero con
la activa cooperaci�n de Lenin, los grupos armados del Partido consiguieron
convocar una Conferencia especial en Tammerfors, en noviembre del a�o
1906. Entre los principales participantes de esa Conferencia estaban revolucionarios
que m�s tarde desempe�aron un papel importante o notable
dentro del Partido, como Krassin, Yarolavsky, Zemachka, Lalayants, Trilisser
y otros. Stalin no se encuentra entre ellos, aunque por entonces estaba
en libertad en Tiflis. Puede suponerse que prefer�a no arriesgarse
present�ndose en la conferencia, atendiendo a consideraciones de
conspiraci�n. Sin embargo, en ella, tom� parte importante
Krassin, que por aquel tiempo estaba a la cabeza de las actividades combativas
del Partido y por su fama estaba expuesto a mayor riesgo que ning�n
otro.
El 18 de marzo de 1918 (esto es, pocos meses despu�s de plantado
el r�gimen sovi�tico), el dirigente menchevique Julius Martov
escribi� en un peri�dico de Mosc�: "Que los bolcheviques
cauc�sicos se dedicaron a toda clase de empresas arriesgadas de
�ndole expropiatoria es cosa que ten�a que conocer bien el
mismo ciudadano Stalin, que a su tiempo fue expulsado de la organizaci�n
de su Partido por tener algo que ver con las expropiaciones." Stalin juzg�
necesario hacer comparecer a Martov ante el tribunal revolucionario: "Nunca
en mi vida -dijo al tribunal y a los presentes que llenaban la sala- tuve
que ser juzgado por la organizaci�n de mi Partido, ni expulsado
de ella. Eso es un libelo infame." Pero Stalin nada dijo a prop�sito
de expropiaciones "Con acusaciones como la de Martov, tiene derecho uno
a presentarse s�lo con documentos en la mano. Pero es deshonroso
arrojar fango a base de rumores, sin tener la menor prueba." �D�nde
est� la fuente pol�tica de la indignaci�n de Stalin?
No es ning�n secreto que los bolcheviques en conjunto estuvieron
relacionados con las expropiaciones: Lenin las defendi� abiertamente
en la Prensa. En cambio, la expulsi�n de una organizaci�n
menchevique apenas podr�a considerarse por parte de un bolchevique
como antecedente vergonzoso, especialmente diez a�os despu�s.
Por lo tanto, Stalin pudo no tener motivo alguno que le indujese a negar
las "acusaciones" de Martov si hubiesen correspondido a la actualidad.
Por otra parte, provocar a un adversario diestro e ingenioso a comparecer
en juicio en tales condiciones era exponerse a darle una ocasi�n
de ponerle en evidencia. �Significaba esto entonces que las acusaciones
de Martov eran falsas? Hablando en general, Martov, llevado de su temperamento
de periodista y su antipat�a hacia los bolcheviques, hab�a
traspasado m�s de una vez los l�mites que debiera haberle
trazado la nobleza, de su car�cter. Pero en este caso, el punto
de debate era el juicio. Martov se mantuvo categ�rico en su afirmaci�n,
y pidi� que fueran citados varios testigos: "En primer lugar, el
conocido hombre p�blico, socialdem�crata georgiano, Isidoro
Ramishvili, que presid�a el tribunal revolucionario que decidi�
la participaci�n de Stalin en la expropiaci�n del vapor Nicol�s
I en Bak�; No� Jordania; el bolchevique Sha'umyan, y otros
miembros del Comit� del distrito transcauc�sico, en 1907-1908.
En segundo lugar, un grupo de testigos encabezado por Gukovsky, actual
comisario de Hacienda, bajo cuya presidencia se juzg� el caso de
la tentativa de asesinato del trabajador Zharinov, quien, ante la organizaci�n
del Partido, hab�a acusado al Comit� de Bak� y a su
l�der Stalin de estar relacionados con una expropiaci�n."
En su respuesta, Stalin nada dijo respecto a la expropiaci�n del
vapor ni a la tentativa de asesinato de Zharinov, a la vez que insist�a:
"Nunca fui juzgado; si Martov lo dice, es un ruin calumniador."
En el sentido estrictamente legal de la palabra, era imposible expulsar
a "expropiadores", puesto que ya, ellos se hab�an separado prudentemente
del Partido, anticip�ndose. Pero era posible plantear la cuesti�n
de su reingreso. La expulsi�n inmediata s�lo pod�a
servir de norma para los instigadores que quedaban en las filas del Partido;
ahora bien, al parecer no hab�a cargos directos contra Koba. Es,
pues, posible que hasta cierto punto Martov estuviera en lo cierto al afirmar
que Koba hab�a sido expulsado; "en principio", as� hab�a
sido. Pero tambi�n Stalin ten�a raz�n: individualmente
nunca hab�a sido juzgado. No era cosa f�cil para el tribunal
resolver el litigio, especialmente por falta de testigos. Stalin se negaba
a que los citasen, alegando la dificultad y la inseguridad de comunicaciones
con el C�ucaso en aquellos cr�ticos d�as. El tribunal
revolucionario no escudri�� el fondo del asunto, declarando
que la difamaci�n no entraba en sus atribuciones, pero sentenci�
a Martov a "censura social" por insultar al Gobierno sovi�tico ("el
Gobierno de Lenin y Trotsky", c�mo dec�a ir�nicamente
la revista de la causa en la publicaci�n menchevique). Es imposible
no detenerse con aprensi�n ante el alegato del atentado contra la
vida del trabajador Zharinov por su protesta contra las expropiaciones.
Aunque nada conocemos sobre este episodio, proyecta un reflejo ominoso
sobre el futuro.
En 1925, el menchevique Dan escrib�a que expropiadores tales
como Ordzhonikidze y Stalin en el C�ucaso prove�an de recursos
a la facci�n bolchevique; pero esto es simplemente una repetici�n
de lo que Martov hab�a dicho, y sin duda a base de los mismos informes.
No hay nadie que nos suministre datos concretos. Sin embargo, no faltaron
tentativas para descorrer la cortina que cubre aquel per�odo rom�ntico
de la vida de Koba. Con la insinuante ligereza que le caracteriza, Emil
Ludwig solicit� de Stalin durante su entrevista en el Kremlin que
le contase "todo" acerca de sus aventuras de juventud, por ejemplo, del
robo de un Banco. En respuesta, Stalin entreg� a su curioso interlocutor
un folleto biogr�fico en el que se supon�a que constaba todo;
pero all� no hab�a una sola palabra sobre robos.
El mismo Stalin nada ha dicho nunca ni en parte alguna, ni siquiera
una palabra, sobre sus aventuras combativas. Dif�cil es decir por
qu�. Nunca se ha distinguido por su modestia autobiogr�fica.
Lo que no considera propio para dicho por �l, lo encarga decir a
otros. A partir de su vertiginosa ascensi�n, puede haber obedecido
su silencio a la consideraci�n de "prestigio" gubernamental. Pero
en los primeros a�os que siguieron a la Revoluci�n de octubre,
tales consideraciones le eran completamente ajenas. Los antiguos combatientes
nada dijeron de ello en letra impresa durante aquel per�odo en que
Stalin a�n no era el inspirador y rector de los recuerdos hist�ricos.
Su reputaci�n como organizador de actividades b�licas no
encuentra apoyo en otros documentos: ni en archivos polic�acos ni
en declaraciones de traidores o renegados. Verdad es que Stalin tiene a
buen recaudo los expedientes de la polic�a; pero si los archivos
de la gendarmer�a contuviesen datos concretos sobre Djugashvili
como expropiador, los castigos a que hubiera sido sometido ser�an
inmensamente m�s duros que los que all� constan.
De todas las hip�tesis, s�lo una tiene cierta verosimilitud.
"Stalin no se refiere, ni permite que lo hagan otros, a actos terror�ficos
relacionados de un modo cualquiera con su nombre -escribe Suvarin-; en
otro caso, resultar�a inevitablemente claro que eran los dem�s
quienes tomaban parte en ellos, mientras �l se reservaba solamente
la misi�n de inspeccionarlos desde lejos." Al mismo tiempo, es muy
posible (y ello concuerda con el car�cter de Koba) que atenuando
y acentuando en caso necesario, con suma circunspecci�n se atribuye
lo que en realidad no tiene derecho a alegar como realizaci�n propia.
Era imposible verificar su labor en las condiciones de conspiraci�n
clandestina. De aqu� la ausencia de inter�s por parte suya
en cuanto a extenderse en pormenores. En cambio, los participantes efectivos
en expropiaciones y las personas pr�ximas a �l no mencionan
a Koba en sus Memorias, simplemente porque nada tienen que decir. Otros
combatieron; Stalin era el inspector a distancia.
Con referencia al Congreso de Londres, Ivanovich escribi� lo
siguiente en su peri�dico ilegal de Bak�:
"De los acuerdos mencheviques, s�lo el relativo a las actividades
de guerrillas se aprob�, y eso por accidente: los bolcheviques no
recogieron el guante en aquella ocasi�n, o m�s bien no deseaban
llevar la pugna al extremo l�mite, simplemente por el deseo de dar
a los mencheviques al menos una ocasi�n de alegrarse por algo."
La explicaci�n sorprende por absurda: "por dar a los mencheviques
una ocasi�n de alegrarse"; tan filantr�pico solicitud no
figura entre las costumbres de Lenin. En realidad, los bolcheviques "no
recogieron el guante" s�lo porque en aquella ocasi�n ten�an
enfrente no s�lo a los mencheviques, los budistas y las izquierdas,
sino tambi�n a sus �ntimos aliados, los polacos. Adem�s,
hab�a serias discrepancias entre los mismos bolcheviques a prop�sito
de las expropiaciones. Sin embargo, ser�a equivocado suponer que
el autor del art�culo hablaba demasiado por hablar, sin m�viles
ulteriores. Lo cierto es que encontraba necesario quitar relieve a la decisi�n
del Congreso a los ojos de los combatientes. Esto, como es natural, no
da tampoco sentido a una explicaci�n que de �l. Y, sin embargo,
�stos son los m�todos de Stalin: siempre que se propone ocultar
sus m�viles, no vacila en recurrir a las tretas m�s toscas.
Y no pocas veces, la misma evidente tosquedad de sus argumentos basta para
sus fines, libr�ndole de la necesidad de buscar motivos m�s
hondos. Un miembro consciente del Partido se hubiera contentado con encogerse
de hombros con enfado despu�s de leer que Lenin hab�a dejado
de recoger el guante para "dar a los mencheviques algo que les alegrase";
pero el sencillo luchador convino alegremente en que la restricci�n
"accidental" contra las expropiaciones no era para tomarse en serio. Para
la siguiente operaci�n de guerra bastaba aquello.
A las nueve menos cuarto de la ma�ana del 12 de junio (1907),
en la plaza de Erivan, en Tiflis, tuvo lugar un ataque excepcionalmente
audaz contra un convoy de cosacos que acompa�aban un carruaje cargado
de dinero. El desarrollo de la operaci�n estaba calculado con la
precisi�n de un reloj. En sucesi�n apropiada se lanzaron
varias bombas de enorme potencia. Hubo numerosos disparos de rev�lver.
La valija del dinero (341.000 rublos) desapareci� con los atacantes.
La polic�a no pudo capturar a uno solo de ellos. Tres hombres del
convoy resultaron muertos en el acto, y unas cincuenta personas heridas,
la mayor�a leves. El principal organizador de la sorpresa, protegido
por un uniforme de oficial, iba y ven�a por la plaza observando
todos los movimientos de la escolta y de los atacantes, a la vez que con
atinadas observaciones manten�a alejado al p�blico de la
escena del ataque en curso, para que no hubiese v�ctimas innecesarias.
En el momento cr�tico, cuando pod�a creerse que todo estaba
perdido, el seudooficial se hizo cargo del saco de dinero con gran serenidad
y de momento lo ocult� en un canap� perteneciente al director
del Observatorio, del mismo Observatorio en que, el joven Koba hab�a
estado en otro tiempo empleado como tenedor de libros. Este dirigente era
el guerrillero armenio Petrosyan, que llevaba el sobrenombre de Kamo.
Habiendo llegado a Tiflis a fines del pasado siglo, cay� en
manos de propagandistas, entre ellos de Koba. Como apenas sab�a
ruso, Petrosyan insisti� una vez en preguntar a Koba: "�Kamo
(en vez de komu, que significa "�a qui�n?") he de llevar
esto?" Koba se ech� a re�r: "�Eh, t�! Kamo,
kamo...!" De esa indelicada chanza provino un alias revolucionario que
lleg� a ser hist�rico. As� nos lo define la viuda
de Kamo, Medvedeva, sin a�adir nada m�s sobre las relaciones
entre los dos hombres. Pero s� habla del profundo afecto que Kamo
sent�a por Lenin, a quien visit� en 1906 por primera vez
en Finlandia. "Aquel luchador intr�pido, de ilimitada audacia y
fuerza de voluntad inquebrantable -escribe Krupskaia-, era al mismo tiempo
una persona en extremo sensible, algo ingenua, y un camarada cari�oso.
Apreciaba apasionadamente a Ilich, Krassin y Bogdanov... Se hizo amigo
de mi madre, a quien hablaba de su t�a y de sus hermanas. Kamo fue
a menudo de Finlandia a San Petersburgo, siempre con armas, y cada vez
mi madre le sujetaba cuidadosamente los rev�lveres a la espalda."
Esto es tanto m�s notable cuanto que la madre de Krupskaia era viuda
de un oficial zarista y no renunci� a la religi�n hasta edad
muy avanzada.
En los c�rculos del Partido, la participaci�n personal
de Koba en la expropiaci�n de Tiflis se ha considerado hace mucho
tiempo como indudable. El antiguo diplom�tico sovi�tico Bessedovsky,
que hab�a o�do muchos relatos en salones burocr�ticos
de segunda y tercera categor�a, dice que Stalin, "seg�n instrucciones
de Lenin", no tomaba parte directa en las expropiaciones, pero que al parecer,
"m�s tarde alardeaba de haber sido �l quien elabor�
el plan de acci�n hasta en sus menores detalles, y que �l
arroj� la primera bomba desde el tejado de la casa del pr�ncipe
Sumbatov". Dif�cil es decir si efectivamente ha alardeado Stalin
de su participaci�n o si es Bessedovsky el que alardea tan s�lo
de estar bien informado. En todo caso, durante la �poca del Soviet
nunca confirm� ni neg� Stalin estos rumores. Es evidente
que no le disgustaba en modo alguno haber asociado a su nombre el tr�gico
romanticismo de las expropiaciones, en la inconsciencia de la juventud.
En 1932 no ten�a yo a�n la menor duda sobre el papel director
de Stalin en el ataque armado de la plaza de Erivan, y alud� a ello
incidentalmente en uno de mis art�culos. Sin embargo, un estudio
m�s minucioso de las circunstancias de aquellos me obliga a rectificar
mi opini�n sobre la verdad tradicional.
En la cronolog�a aneja al XII volumen de las obras de Lenin,
con fecha de 12 de junio de 1907, leemos: "Expropiaci�n de Tiflis
(341.000 rublos), organizada por Kamo-Petrosyan." Y esto es todo. En una
antolog�a dedicada a Krassin, en que se habla mucho de la famosa
imprenta ilegal del C�ucaso y de las actividades marciales del Partido,
no se menciona una sola vez a Stalin. Un viejo militante, bien enterado
de las actividades de aquel per�odo, escribe: "Los planes para todas
las expropiaciones organizadas por este �ltimo (Kamo) en las canciller�as
de Kvirili y Dushet y en la plaza de Erivan se trazaron y fueron estudiadas
por �l en uni�n de Nikitich (Krassin)." Tampoco una palabra
de Stalin. Ni una sola vez figura �ste en el libro de Bibineishvili,
que contiene todos los pormenores de la preparaci�n y pr�cticas
de las expropiaciones. De estas omisiones se deduce evidentemente que Koba
no estaba en contacto directo con los miembros de los destacamentos, ni
los instru�a, y que, por lo tanto, no era organizador de los actos
en el verdadero sentido de la palabra, ni cabe suponerlo, realizador directo
de los mismos.
El Congreso de Londres finaliz� el 27 de abril. La expropiaci�n
de Tiflis tuvo lugar el 12 de junio (25 de n. c.), mes y medio despu�s.
Stalin dispuso de demasiado poco tiempo desde su vuelta del extranjero
hasta el d�a del suceso para inspeccionar la preparaci�n
de una empresa tan complicada. Es m�s probable que los combatientes
se hubieran seleccionado y reunido en el curso de varias aventuras precedentes
del mismo jaez. Es posible que estuvieran a la expectativa aguardando la
decisi�n del Congreso. Algunos de ellos pudieran haber dudado respecto
al concepto que a Lenin merec�an las expropiaciones. Los combatientes
esperaban la se�al. Stalin pudo muy bien llev�rsela. �Pero
fue esta participaci�n a�n m�s lejos?
Nada sabemos virtualmente sobre las relaciones entre Kamo y Koba. Kamo
sent�ase inclinado a apreciar a la gente. Pero nadie habla de su
afecto por Koba. La reticencia en cuanto a sus relaciones hace pensar que
no exist�a tal afecto, sino m�s bien conflictos, nacidos
de los intentos de Koba por dominar a Kamo o atribuirse lo que no ten�a
derecho a pretender. Bibineishvili dice en su libro sobre Kamo que "un
desconocido misterioso" apareci� en Georgia despu�s del establecimiento
del Soviet, y con falsos pretextos se apoder� de la correspondencia
de Kamo y otro material valioso. �Qui�n necesitaba esto,
y con qu� fin? Los documentos, as� como el hombre que huy�
con ellos, desaparecieron sin dejar rastro. �Ser�a demasiado
temerario suponer que Stalin, por medio de uno de sus agentes, haya arrebatado
a Kamo ciertas pruebas que por uno u otro motivo juzgase molestas? Esto
no excluye, naturalmente, la posibilidad de una estrecha colaboraci�n
entre ambos por el mes de junio de 1907; ni hay nada que nos impida admitir
que la relaci�n entre ellos pueda haberse enfriado despu�s
del "asunto" de Tiflis, en que Koba pudo bien ser el consejero de Kamo
en cuanto a la elaboraci�n de los detalles finales. Adem�s,
el consejero pod�a haber alentado, en el extranjero, una versi�n
sumamente espaciosa de su propia intervenci�n. Despu�s de
todo, no es m�s dif�cil atribuirse la direcci�n de
una expropiaci�n que la direcci�n de la Revoluci�n
de octubre. Y Stalin no vacilar�a en hacer incluso esto �ltimo.
Barbusse declara que en 1907, Koba fue a Berl�n y estuvo all�
alg�n tiempo "conversando con Lenin". El autor no sabe de qu�
clase de conversaciones se trataba. El texto del libro de Barbusse contiene
errores en su mayor parte. Pero la referencia al viaje de Berl�n
nos llama la atenci�n tanto m�s cuanto que en el di�logo
con Ludwig, Stalin tambi�n habla de haber estado en Berl�n
en 1907. Si Lenin hizo un viaje a prop�sito para dicha entrevista
a la capital de Alemania, en ning�n caso pudo ser para "conversaciones"
te�ricas. La reuni�n pudo haber tenido lugar inmediatamente
antes o con m�s probabilidades inmediatamente despu�s del
Congreso, y casi de seguro se dedic� a la expropiaci�n en
proyecto, los medios para transportar el dinero, etc. �Por qu�
estas negociaciones se realizaron en Berl�n y no en Londres? Es
muy veros�mil que Lenin juzgara imprudente encontrarse con Ivanovich
en Londres, donde estaba completamente a la vista de los otros delegados
y de numerosos esp�as zaristas y de otras especies atra�dos
por el Congreso. Tambi�n es posible que se pensase en que asistiese
a aquellas conferencias una tercera persona que nada ten�a que ver
con el Congreso.
De Berl�n regres� Koba a Tiflis, pero poco despu�s
se traslad� a Bak�, desde donde, seg�n Barbusse, "march�
de nuevo al extranjero para entrevistarse con Lenin". Uno de los cauc�sicos
de confianza (Barbusse estuvo en el C�ucaso, y durante su estancia
tom� notas de varios relatos que le prepar� Beria) dijo al
parecer algo sobre las dos entrevistas de Stalin con Lenin en el extranjero,
con el fin de ensalzar la intimidad de sus relaciones. La cronolog�a
de esas entrevistas es muy significativa: una precede a la expropiaci�n,
y la otra la sigue muy de cerca. Esto determina, suficientemente su finalidad.
La segunda entrevista se relacionaba con el problema: �continuar
o detenerse?
Iremashvili escribe: "La amistad de Koba-Stalin con Lenin comenz�
ah�." La palabra "amistad" es patentemente inadecuada. La distancia
que separaba a estos dos hombres exclu�a toda amistad personal.
Pero parece ser que precisamente por entonces comenzaron a tratarse. Si
se admite la suposici�n de que Lenin hab�a convenido previamente
con Koba los planes para la expropiaci�n de Tiflis, es muy natural
que estuviera lleno de admiraci�n por el hombre a quien consideraba
director de aquel golpe. Es probable que al leer el telegrama dando cuenta
de la captura del bot�n sin perder un solo revolucionario, Lenin
exclamara para s�, o dijera a Krupskaia: "�Espl�ndido
georgiano!" �stas son las palabras que hemos de encontrar en una
de sus cartas a Gorki. El entusiasmo por quienes demostraban arrojo o simplemente
ten�an �xito al llevar a cabo alguna misi�n que se
les confiara, fue muy caracter�stico de Lenin hasta su �ltima
hora. Por encima de todo apreciaba a los hombres de acci�n. Basando
su opini�n sobre Koba en el relato que �ste le hiciera de
las expropiaciones del C�ucaso, Lenin lleg� a considerarle,
por lo visto, como una persona capaz de hacer algo �til o de dirigir
a otros sin vacilar. Y qued� convencido de que el "espl�ndido
georgiano" habr�a de ser �til.
El bot�n de Tiflis no sirvi� para nada. Toda la suma
estaba en billetes de quinientos rubios. No hab�a posibilidad de
poner en circulaci�n papel moneda de tanto valor nominal. Despu�s
de la propaganda adversa recibida de la desgraciada escaramuza de la plaza
de Erivan, era insensato tratar de cambiar aquellos billetes en ning�n
Banco ruso. La operaci�n se transfiri� al extranjero. Pero
el provocador Jitomirsky, que previno a tiempo de ello a la polic�a,
particip� en la organizaci�n de las operaciones de cambio.
El futuro comisario de Asuntos Exteriores, Litvinov, fue detenido al intentar
cambiar parte de los billetes en Par�s. Olga Ravich, que m�s
tarde se cas� con Zinoviev, cay� en manos de la polic�a
de Estocolmo. El futuro comisario popular de Sanidad, Semashko, fue detenido
en Ginebra, al parecer por azar. "Yo era uno de los bolcheviques -escrib�a-
que por entonces se opon�an por principio a las expropiaciones."
Los contratiempos a que dio lugar el cambio de aquel dinero aumentaron
el n�mero de aquellos bolcheviques: "La gente en Suiza -dice Krupskaia-
estaba muy asustada. No hablaba m�s que de los expropiadores rusos.
Hablaban de aqu�llos con horror en la pensi�n donde Ilich
y yo acud�amos a comer." Es digno de notar que Olga Ravich, lo mismo
que Semashko, desaparecieron durante las recientes "purgas" del Soviet.
La expropiaci�n de Tiflis no pod�a en modo alguno considerarse
como un choque de guerrillas entre dos batallas de una guerra civil. Lenin
no pod�a menos de ver que la insurrecci�n hab�a sido
diferida hasta un nebuloso futuro. En cuanto a �l afectaba, el problema
consist�a entonces en intentar simplemente procurar medios de sostenimiento
al Partido a expensas del enemigo, para cubrir el per�odo inmediato
de incertidumbre. Lenin no pudo resistir la tentaci�n; aprovech�
una oportunidad favorable, una "excepci�n" afortunada. En este sentido,
hay que reconocer francamente que la idea de la expropiaci�n de
Tiflis llevaba consigo un apreciable tanto de aventura que, como norma,
era ajeno a los m�todos pol�ticos de Lenin. Con Stalin suced�a
lo contrario. Las consideraciones hist�ricas amplias ten�an
poco valor para �l. El acuerdo del Congreso de Londres era s�lo
un fastidioso trozo de papel, que pod�a reducirse a la nada con
una burda treta. El �xito justificar�a el riesgo. Suvarin
arguye que no es l�cito desviar la responsabilidad del l�der
de la facci�n a una figura secundaria. No se trata aqu� de
desviar la responsabilidad. Los bolcheviques, en mayor�a, eran por
entonces adversarios de Lenin en el asunto de las expropiaciones. Ellos,
en contacto directo con los destacamentos de choque, pose�an elementos
de juicio propios muy convincentes, de que Lenin carec�a por su
condici�n de emigrado. Sin las rectificaciones de abajo, el dirigente
de m�ximo talento est� expuesto a cometer crasos errores.
El hecho es que Stalin no figuraba entre los que conceptuaban inadmisibles
las acciones de guerrilla en la fase de retirada revolucionaria. Y eso
no era por casualidad. Para �l, el Partido era ante todo una m�quina.
La m�quina requer�a recursos financieros para subsistir,
y �stos pod�an obtenerse con ayuda de otra m�quina
independiente de la vida y de la lucha de las masas. All� se encontraba
Stalin en su propio elemento.
Las consecuencias de esta tr�gica aventura, que sirvi�
de remate a una fase entera de la vida del Partido, fueron muy serias.
La querella a prop�sito de la expropiaci�n de Tiflis envenen�
las relaciones internas del Partido y aun de la facci�n bolchevique
misma durante mucho tiempo. Desde entonces, Lenin cambi� de frente
y se puso m�s resueltamente que nunca en contra de la t�ctica
de expropiaciones, que por una temporada se convirti� en herencia
del ala "izquierda" entre los bolcheviques. Por �ltima vez, el Comit�
Central del Partido revis� oficialmente el "asunto" de Tiflis en
enero del a�o 1910, a instancias reiteradas de los mencheviques.
El acuerdo conden� severamente la expropiaci�n como una violaci�n
inadmisible de la disciplina del Partido, aun reconociera que los participantes
no hab�an tenido prop�sito de perjudicar el movimiento obrero,
sino que procedieron "guiados solamente por una falsa comprensi�n
de los intereses del Partido". No se expuls� a nadie ni se mencion�
ning�n nombre. As� fue amnistiado Koba en uni�n de
otros, como "guiado por una falsa comprensi�n de los intereses del
Partido".
Mientras tanto, segu�a la disgregaci�n de las organizaciones
revolucionarias. No m�s tarde de octubre de 1907; el "literario"
menchevique Petressov escrib�a a Axelrod: "Estamos pasando por una
completa disgregaci�n y una desmoralizaci�n extrema... No
s�lo no hay organizaci�n alguna, sino tampoco elementos para
ella. Y esta falta de existencia se encomia incluso como principio..."
Esta alabanza de la disgregaci�n como principio se convirti�
pronto en la tarea de la mayor�a de los dirigentes del menchevismo,
incluyendo al propio Potressov. Declaraban liquidado de una vez y para
siempre al Partido ilegal, y calificaban de utop�a revolucionaria
el intento de reorganizarlo. Martov insist�a en que eran precisamente
"lances escandalosos como el del cambio de los billetes de Tiflis los que
forzaban a los elementos m�s activos de la clase trabajadora y a
los partidos m�s adictos" a evitar todo contacto con una m�quina
pol�tica ilegal. Los mencheviques, conocidos ahora por los liquidadores,
ve�an en el espantoso desarrollo de la provocaci�n otro argumento
de peso en favor de la "necesidad" de renegar de la clandestinidad mef�tica.
Atrincher�ndose en los sindicatos, las instituciones educativas
y las sociedades de previsi�n, continuaron su labor como propagandistas
culturales, no como revolucionarios. Para salvaguardar sus tareas, los
funcionarios de las filas obreras comenzaron a recurrir a la matizaci�n
protectora. Evitaban la lucha huelgu�stica para no comprometer los
sindicatos, apenas tolerados. En la pr�ctica, la legalidad a cualquier
precio significaba repudiar en absoluto los m�todos revolucionarios.
Los liquidadores estuvieron en vanguardia durante los a�os m�s
desolados. "Sufr�an menos por persecuciones polic�acas -escribe
Olminsky-. Ten�an a muchos de los escritores, a buena parte de los
lectores y, en conjunto, a la mayor�a de los intelectuales. Eran
los gallitos, y bien lo cacareaban." Las tentativas del bando bolchevique,
cuyas filas iban aclar�ndose sin cesar, por conservar su m�quina
ilegal, tropezaban a cada paso con circunstancias hostiles. El bolchevismo
parec�a definitivamente acabado. "Toda la evoluci�n de esos
tiempos -escrib�a Martov- convierte en una pat�tica utop�a
revolucionaria la formaci�n de cualquier secta de partido duradera."
En aquel pron�stico fundamental, Martov, y con �l todo el
menchevismo ruso, se equivocaron radicalmente. Las perspectivas y las consignas
de los liquidadores resultaron ser la utop�a reaccionaria. No hab�a
sitio para un trabajo abierto de partido en el r�gimen del 3 de
junio. Aun al partido de los liberales le negaron la inscripci�n.
"Los liquidadores han prescindido del partido ilegal -escrib�a Lenin-,
pero no han cumplido la obligaci�n de fundar tampoco uno legal."
Precisamente por mantenerse el bolchevismo leal a las tareas de la revoluci�n
en el per�odo de su decadencia y degradaci�n, prepar�
su inusitado resurgimiento en los a�os del nuevo brote revolucionario.
Mientras tanto, en el polo opuesto al de los liquidadores, en el ala
izquierda de la facci�n bolchevique, se form� un grupo extremista
que tercamente se neg� a reconocer el cambio de situaci�n
y continu� defendiendo la t�ctica de acci�n directa.
Despu�s de las elecciones, las diferencias de parecer que surgieron
acerca del boicot a la Duma condujeron a la formaci�n del bando
"revoquista", que ped�a la retirada de los diputados socialdem�cratas
de la Duma. Los revoquistas eran sin duda el suplemento sim�trico
de los liquidadores. Mientras que los mencheviques siempre y en todas partes,
aun bajo el �mpetu irresistible de la revoluci�n juzgaban
necesario participar en cualquier parlamento, aunque fuese puramente fortuito
y modelado por el zar los revoquistas pensaban que boicoteando el parlamento
establecido a consecuencia de la derrota de la Revoluci�n ser�an
capaces de dar vida a una nueva presi�n de masas. Puesto que las
descargas el�ctricas van acompa�adas de truenos, los "irreconciliables"
intentaban producir descargas el�ctricas por medio de truenos artificiales.
El per�odo de los laboratorios de dinamita ejerc�a a�n
su poderosa influencia sobre Krassin. Aquel hombre sagaz y comprensivo
se uni� por alg�n tiempo a la secta de los revoquistas, para
abandonar por completo la Revoluci�n a�os despu�s.
Bogdanov, otro de los m�s �ntimos colaboradores de Lenin
en la trinidad secreta bolchevique, se desvi� asimismo hacia la
izquierda. Pero Lenin no se inmut�. En el verano de 1907, la mayor�a
de la facci�n era partidaria del boicot. En la primavera de 1908,
los revoquistas eran ya minor�a en San Petersburgo y en Mosc�.
La preponderancia de Lenin se hac�a evidente sin la menor duda.
Koba tom� en, seguida nota de ello. Su desgraciada experiencia con
el problema agrario, al ponerse abiertamente en contra de Lenin, lo hizo
m�s circunspecto. Sin ruido y discretamente reneg� de sus
compa�eros de boicot. Desde entonces, su conducta regular en cada
viaje consisti� en permanecer apartado mientras cambiaba de posici�n.
El continuo cuarteamiento del Partido en grupos diminutos, que libraban
�speras batallas en el vac�o, despert� en algunos
un ansia de reconciliaci�n, de concordia, de unidad a toda costa.
Fue precisamente entonces cuando apareci� en vanguardia otro aspecto
de "trotskismo"; no la teor�a de la revoluci�n permanente,
sino la "reconciliaci�n" del Partido. De esto es necesario hablar,
aunque sea concisamente, para ayudar a comprender el subsiguiente conflicto
entre stalinismo y trotskismo. En el a�o 1904 (esto es, desde el
momento en que se manifestaron diferencias de opini�n sobre el car�cter
de la burgues�a liberal), romp� con la minor�a del
segundo congreso (los mencheviques), y durante los siguientes trece a�os
no pertenec� a ninguna facci�n. Mi posici�n en el
conflicto interno del Partido vino a ser la siguiente: mientras los intelectuales
revolucionarios dominasen entre los bolcheviques y tambi�n entre
los mencheviques, y mientras ambos bandos no se aventurasen m�s
all� de la revoluci�n democr�tico burguesa, no hab�a
motivo para un cisma entre ellos; en la nueva revoluci�n, por la
presi�n de las masas trabajadoras, ambas facciones se ver�an
impelidos en todo caso a asumir una posici�n revolucionaria id�ntica,
como hicieron en 1905. Ciertos cr�ticos del bolchevismo siguen considerando
mi antigua posici�n conciliadora como la voz de la prudencia Y,
sin embargo, su falsedad profunda ha quedado demostrado hace mucho tiempo,
tanto en la teor�a como en la pr�ctica. Una sencilla conciliaci�n
de bandos s�lo es posible a base de una especie de l�nea
"intermedia". Pero, �d�nde est� la garant�a
de que esa l�nea diagonal trazada artificialmente coincida con las
necesidades del desarrollo objetivo? La tarea de los pol�ticos cient�ficos
consiste en deducir un programa y una t�ctica del an�lisis
de la lucha de clases, no del paralelogramo (siempre en movimiento) de
fuerzas tan secundarias y transitorias como son las facciones pol�ticas.
Verdad es que la posici�n de la reacci�n era tal que contra�a
la actividad pol�tica de todo el Partido dentro de l�mites
sumamente estrechados. Por entonces, podr�a parecer que las diferencias
de opini�n eran de poca monta y que los dirigentes emigrados exageraban
su importancia. Pero precisamente durante el per�odo de reacci�n
era cuando el Partido revolucionario no estaba en condiciones de ejercitar
a sus cuadros sin una perspectiva m�s amplia. La preparaci�n
para el ma�ana era un elemento muy significativo en la pol�tica
del momento. La pol�tica de conciliaci�n descansaba en la
esperanza de que en el curso mismo de los acontecimientos impondr�a
la t�ctica necesaria. Pero aquel optimismo fatalista significaba
en la pr�ctica no s�lo repudiar la lucha faccional, sino
la idea misma de un partido, porque si "el curso de los acontecimientos"
es capaz de dictar directamente a las masas la pol�tica justa, �para
qu� sirve ninguna unificaci�n especial de la vanguardia proletaria,
la elaboraci�n de un programa, la elecci�n de l�deres,
el ejercitarse en un esp�ritu de disciplina?
M�s adelante, en 1911, Lenin observaba que el conciliatorismo
estaba indisolublemente unido a la esencia misma de la tarea hist�rica
del Partido durante los a�os de la contrarrevoluci�n. "Algunos
socialdem�cratas -escrib�a- incurrieron en aquel per�odo
en el af�n conciliador, partiendo de los motivos m�s diversos.
La exposici�n m�s consistente de esta tendencia procede de
Trotsky, casi el �nico que trat� de aducir un fundamento
te�rico de tal pol�tica." Precisamente porque en esos a�os
el conciliatorismo se hizo epid�mico, Lenin vio en- �l la
amenaza m�xima para el desenvolvimiento de un partido revolucionario.
Le constaba bien que los conciliadores alegaban "los motivos m�s
diversos", oportunistas tanto como revolucionarios. Pero en su cruzada
contra aquella peligrosa tendencia se negaba todo derecho a establecer
distinciones entre, varias fuentes subjetivas. Por el contrario, atac�
con redoblada furia a los conciliadores cuyas posiciones b�sicas
estaban m�s cerca del bolchevismo. Soslayando el conflicto p�blico
con el ala conciliativista del mismo bando bolchevique, Lenin tuvo a bien
dirigir sus pol�micas contra el "trotskismo", especialmente porque
yo, como queda dicho, trataba de suministrar "un fundamento te�rico"
al conciliatorismo. Las citas de aquella violenta pol�mica hab�an
de prestar m�s tarde a Stalin un servicio que dif�cilmente
hubiera esperado nunca.
La labor de Lenin durante los a�os de reacci�n (minuciosa
y detenida en los detalles, audaz en su amplitud de intenci�n),
constituir� siempre una gran lecci�n de preparaci�n
revolucion� "Aprendimos en el tiempo de la revoluci�n -escrib�a
Lenin en julio de 1909- a hablar franc�s, esto es..., a despertar
la energ�a y la amplitud de la lucha directa de masas. Ahora, en
la �poca del estancamiento, de reacci�n, de disgregaci�n,
hemos de aprender a hablar alem�n, esto es..., a obrar despacio...,
ganando pulgada a pulgada." El l�der de los mencheviques, Martov,
escribi� en 1911: "Lo que hace dos o tres a�os antes s�lo
en principio reconoc�an los dirigentes del movimiento abierto, esto
es, los liquidadores, a saber, la necesidad de montar el Partido "en alem�n...
ahora se reconoce como tarea para cuya realizaci�n pr�ctica
es ahora el momento de disponemos." Aunque Lenin y Martov hab�an
comenzado a "hablar alem�n", su lenguaje era completamente distinto
en realidad. Para Martov, "hablar alem�n" significaba adaptarse
al semiabsolutismo ruso con idea de "europeizarlo" gradualmente; para Lenin,
esa expresi�n quer�a decir tanto como utilizar, mediante
el partido ilegal, las m�nimas posibilidades legales de preparar
una nueva revoluci�n. Como demostr� la subsiguiente degeneraci�n
oportunista de la socialdemocracia alemana; los mencheviques reflejaron
con m�s exactitud el esp�ritu "del habla alemana" en pol�tica.
Pero Lenin comprendi� mucho m�s acertadamente el curso objetivo
de la evoluci�n en Alemania como en Rusia: la �poca de reformas
pac�ficas iba siendo remplazada por la de las cat�strofes.
En cuanto a Koba, no sab�a franc�s ni alem�n.
Sin embargo, todas sus inclinaciones le impel�an hacia la posici�n
de Lenin. Koba no buscaba el palenque abierto como los oradores y los periodistas
del menchevismo, porque el palenque abierto dejaba al aire sus atributos
d�biles m�s bien que los s�lidos. Ante todo, necesitaba
una m�quina centralizada. Pero en las condiciones de un r�gimen
contrarrevolucionario aquella m�quina no pod�a ser m�s
que ilegal. Aunque Koba carec�a de perspectiva hist6rica, estaba
m�s que ampliamente dotado de perseverancia. Durante los a�os
de reacci�n no fue uno de las decenas de millares que desertaron
del Partido, sino uno de los poqu�simos centenares que, a pesar
de todo, permanecieron leales a �l.
Poco antes del Congreso de Londres, los j�venes Zinoviev, que
hab�a sido elegido miembro del Comit� Central, y Kamenev,
que fue miembro del Centro Bolchevique, tuvieron que emigrar. Koba se qued�
en Rusia. M�s tarde alardeaba de ello como de una haza�a
extraordinaria. En realidad, no era as�. La selecci�n de
sitio y clase de trabajo depend�a en poqu�simo de la voluntad
de cada individuo. Si el Comit� Central hubiese visto en Koba un
joven te�rico y publicista capaz de dedicarse a cosas de m�s
monta en el extranjero, indudablemente le hubiera ordenado emigrar y no
habr�a tenido ocasi�n ni deseos de renunciar. Pero nadie
le llam� al extranjero. Desde que en las altas esferas del Partido
se fijaron en �l fue tenido siempre por un "pr�ctico", esto
es, por un revolucionario subalterno, �til en principio la actividad
organizadora regional. Y Koba mismo, que hab�a ensayado sus propias
aptitudes en los Congresos de Tammerfors. Estocolmo y Londres, se sent�a
poco inclinado a unirse a los emigrados, entre los cuales se le hubiera
relegado a tercer t�rmino. Despu�s, al morir Lenin, la necesidad
se transform� en virtud, y la palabra "emigrado" son� en
los labios de la nueva burocracia casi como hab�a sonado en los
de los conservadores de tiempos del zarismo.
Al volver al destierro, Lenin tuvo la impresi�n, seg�n
sus propias palabras, de que iba hundi�ndose en su tumba. "Aqu�
estamos horriblemente aislados de todo... -escrib�a desde Par�s
en el oto�o de 1909-. Estos a�os han sido realmente dif�ciles..."
En la Prensa burguesa de Rusia comenzaron a aparecer art�culos en
desdoro de la emigraci�n, que, al parecer, compendiaban la revoluci�n
vencida, repudiada por los c�rculos cultivados. En el a�o
1912, Lenin replic� a aquellos libelos en el peri�dico bolchevique
de San Petersburgo: "S�, hay mucho duro que soportar en el ambiente
de la emigraci�n... Hay aqu� m�s necesidad y pobreza
que en parte alguna. Entre nosotros es particularmente elevada la proporci�n
de suicidios... Sin embargo, s�lo aqu� y en ninguna otra
parte se han planteado y considerado las m�s importantes cuestiones
fundamentales de la Democracia rusa en su conjunto durante los a�os
de confusi�n e interregno." Las ideas directrices de la Revoluci�n
de 1917 estaban siendo preparadas en el transcurso de las tediosas y agotadoras
batallas de los grupos de emigrados. En aquella labor, Koba no tom�
la m�s m�nima parte.
Desde el oto�o de 1907 hasta marzo de 1908, Koba sigui�
desplegando actividad revolucionaria en Bak�. Es imposible fijar
la fecha de su traslado all�. Es posible que saliera de Tiflis en
el mismo momento en que Kamo se hallaba cargando su, �ltima bomba:
la circunspecci�n era el aspecto dominante del car�cter de
Koba. Bak�, ciudad de muchas y diversas razas, que a principios
de siglo ten�a ya una poblaci�n de, m�s de cien mil
habitantes, segu�a creciendo con rapidez, atrayendo a la industria
petrol�fera masas de t�rtaros de Azerbaij�n. Las autoridades
zaristas contestaron, no sin cierto �xito, al movimiento revolucionario
de 1905 instigando a los t�rtaros contra los armenios, m�s
adelantados. Sin embargo, la revoluci�n gan� incluso a los
atrasados azerbaijanos. Tard�amente, en relaci�n con el resto
de la comarca, participaron en masa en las huelgas de 1907.
En la "ciudad negra", Koba pas� unos ocho meses, de los que
ha de deducirse el tiempo que invirti� en su viaje a Berl�n.
"Bajo la direcci�n del camarada Stalin -escribe Beria, no muy sobrado
de inventiva-, la organizaci�n bolchevique de Bak� creci�,
tom� fuerzas y se templ� durante su lucha contra los mencheviques."
Koba era enviado a regiones donde los adversarios eran especialmente fuertes.
"Bajo la direcci�n del camarada Stalin, los bolcheviques quebrantaron
la influencia de los mencheviques y los essars...", y as� sucesivamente.
Poco m�s sabemos por Alliluyev. La concentraci�n de fuerzas
bolcheviques despu�s del destrozo ocasionado por la polic�a,
tuvo lugar, seg�n �l, "bajo la inmediata direcci�n
y con la activa ayuda del camarada Stalin... Su talento organizador, su
entusiasmo genuinamente revolucionario, su inagotable energ�a, firme
voluntad y persistencia bolchevique...", etc. Por desgracia, las Memorias
del suegro de Stalin est�n escritas en 1937. La f�rmula de
"bajo la inmediata direcci�n y con la activa ayuda" traslucen sin
la menor duda la marca de f�brica de Beria. El essar Vereshchak,
que trabajaba por entonces en Bak� y observaba a Koba con ojos de
adversario pol�tico, reconoce en �l un talento organizador
excepcional, pero niega en absoluto que tenga influencia alguna personal
entre los trabajadores. "Su personalidad -escribe- produc�a mala
impresi�n a primera vista. Koba lo sab�a muy bien. Nunca
hablaba abiertamente en m�tines de masas... La presencia de Koba
en este o el otro distrito obrero era siempre cosa secreta, y s�lo
se advert�a por la renovada actividad de los bolcheviques." Esto
es m�s veros�mil. Ya tendremos ocasi�n de encontrar
de nuevo a Vereshchak.
Las memorias de bolcheviques escritas antes de la era totalitaria dan
el primer puesto en la organizaci�n de Bak� no a Koba, sino
a Sha'umyan y a Dzhaparidze, dos revolucionarios excepcionales muertos
por los ingleses durante la ocupaci�n de Transcaucasia por ellos,
el 20 de setiembre de 1918. "De los viejos camaradas de Bak� -dice
Karimpan, bi�grafo de Sha'umyan-, los camaradas A. Yenukidze, Koba
(Stalin), Timofei (Spandaryan), Alyosha (Dihaparidze) eran entonces activistas.
La organizaci�n bolchevique... ten�a una amplia base de trabajo
en el Sindicato de los trabajadores de la industria petrol�fera.
El verdadero organizador y secretario de todo el trabajo de Sindicato era
Alyosha (Dzhaparidze)"; Yenukidze se menciona delante de Koba; el papel
principal se asigna a Dzhaparidze. M�s adelante: "Ambos (Sha'umyan
y Dzhaparidze) eran los dirigentes m�s queridos del proletariado
de Bak�." A�n no se le hab�a ocurrido a Karimyan,
que escrib�a esto en 1924, nombrar a Koba entre "los dirigentes
m�s queridos".
El bolchevique Stopani, de Bak�, nos cuenta c�mo le lleg�
a absorber en 1907 el trabajo de Sindicato, "la tarea m�s candente
para el Bak� de aquellos d�as". El Sindicato estaba dirigido
por los bolcheviques. En �l "desempe�aba prominente papel
el insustituible Alyosha (Dzhaparidze), y algo menor el camarada Koba (Djugashvili),
quien dedicaba el m�ximo esfuerzo sobre todo al trabajo de partido,
que le estaba confiado...". Stopani no especifica en qu� consist�a
este "trabajo de partido", aparte de "la tarea m�s candente" de
dirigirlos Sindicatos. Pero hace una observaci�n casual muy interesante
relativa a disensiones entre los bolcheviques de Bak�. Todos ellos
conven�an en la necesidad de "consolidar" de un modo organizado
la influencia del Partido en los Sindicatos, pero en cuanto "al grado y
a la forma de aquella consolidaci�n hab�a tambi�n
discordia entre nosotros mismos: ten�amos nuestra propia "izquierda"
(Koba - Stalin) y "derecha" (Alyosha-Dzhaparidze y otros, incluy�ndome
yo); las divergencias no versaban sobre cuestiones fundamentales, sino
sobre t�ctica o m�todos de establecer aquel contacto". Las
palabras de Stopani, deliberadamente vagas (Stalin era ya entonces muy
poderoso) nos permiten imaginar sin posible error la disposici�n
real de las figuras. Por la oleada tard�a del movimiento huelgu�stico,
el Sindicato hab�a adquirido una importancia primordial. Los dirigentes
del mismo resultaron ser, naturalmente, aquellos que sab�an hablar
a las masas y guiarlas: Dzhaparidze y Sha'umyan. Relegado de nuevo a segundo
t�rmino, Koba se atrincher� en el Comit� clandestino.
La lucha del Partido por asegurarse creciente influencia dentro del Sindicato,
significaba para Koba que los dirigentes de las masas, Dzhaparidze y, Sha'umyan,
hab�an de someterse a su predominio. En la contienda por esta especie
de "consolidaci�n" de su propio poder personal, Koba, seg�n
se desprende claramente de las palabras de Stopani, levant� contra
s� a todos los dirigentes bolcheviques. La actividad de las masas
no era favorable a los planes del intrigante solapado.
Lleg� a ser excepcionalmente agria la rivalidad entre Koba y
Sha'umyan. Las cosas llegaron a tal extremo que despu�s de la detenci�n
de Sha'umyan, seg�n el testimonio de los mencheviques georgianos,
los trabajadores sospechaban que Koba hubiese denunciado a su contendiente
a la polic�a, y solicitaron que le juzgase un tribunal del Partido.
Su campa�a termin� s�lo al ser detenido Koba. No es
probable que los acusadores tuviesen pruebas definidas. Su sospecha puede
haberse basado en algunas coincidencias circunstanciales. Baste decir,
de todos modos, que los camaradas del Partido de Koba le juzgaban capaz
de hacerse confidente, si a ello le arrastraba una ambici�n contraria.
�Tales cosas no se han dicho nunca de otro alguno!
Respecto al sostenimiento econ�mico del Comit� de Bak�
en la �poca en que Koba formaba parte de �l, hay pruebas
circunstanciales, pero no indudables, ni mucho menos, referentes a la "expropiaci�n"
armada; tributos financieros impuestos a los industriales bajo amenaza
de muerte o de incendiar sus pozos de petr�leo; fabricaci�n
y circulaci�n de moneda falsa, y otros arbitrios por el estilo.
Es dif�cil decidir si estos hechos, que realmente se produjeron,
se achacaban a la iniciativa de Koba ya en aquellos remotos a�os,
o si la mayor�a de ellos tuvieron relaci�n por primera vez
con su nombre mucho despu�s. En todo caso, la participaci�n
de Koba en empresas tan arriesgadas, no hubiera podido ser directa; de
otro modo, se hubiera descubierto sin remedio. Lo m�s probable es
que guiase las operaciones militantes como hab�a tratado de guiar
el Sindicato, desde el margen. Merece tenerse en cuenta, a este prop�sito,
que se conoce muy poco de la vida de Koba durante aquel, per�odo
de Bak�. Los insignificantes episodios que se consignan siempre
tienden a realzar la fama del "Maestro", pero su actividad revolucionaria
s�lo se refleja en frases de sentido general. El grado de omisi�n
no puede ser accidental.
El essar Vereshchak, siendo a�n joven, ingres� en el
a�o 1909 en la llamada c�rcel Bailov, de Bak�, donde
pas� tres a�os y medio. Koba, que fue detenido el 25 de marzo,
estuvo all� seis meses y sali� despu�s deportado;
regres� a los nueve meses a Bak�, clandestinamente; le volvieron
a detener en marzo de 1910, y estuvo nuevamente medio a�o preso
en aquella c�rcel, junto a Vereshchak. En 1912, ambos camaradas
de presidio se encontraron otra vez en Narym, Siberia. Finalmente, despu�s
de la Revoluci�n de febrero, Vereshchak, delegado entonces de la
guarnici�n de Tiflis, coincidi� con su antiguo conocido en
el primer Congreso de los Soviets en Petrogrado.
Despu�s del auge de la estrella pol�tica de Stalin, Vereshchak
hizo un relato detallado de su vida conjunta en prisiones, que se public�
en la Prensa de los emigrados. Acaso no todo es fidedigno en su narraci�n,
ni convincentes todos sus juicios. As�, Vereshak asegura, sin duda
por referencias, que el mismo Koba hab�a reconocido que "por m�viles
revolucionarios" hab�a traicionado a varios de sus compa�eros
seminaristas; ya se ha apuntado la inverosimilitud de tal aserto. Lo que
el autor populista discurre acerca del marxismo de Koba es sumamente ingenuo.
Pero Vereshchak tuvo la inapreciable ventaja de observar a Koba en un ambiente
en que, se quiera o no, llegan a atrofiarse las costumbres y condiciones
de la coexistencia culta. Destinada para albergar cuatrocientos presos,
la c�rcel de Bak� alojaba por entonces m�s de mil
quinientos. Los reclusos dorm�an en las celdas atestadas, en los
corredores, en los rellanos y los pelda�os de las escaleras. No
pod�a haber aislamiento de ninguna clase en tales condiciones de
aglomeraci�n. Todas las puertas, salvo las de las celdas de castigo,
estaban abiertas de par en par. Los presos comunes y los pol�ticos
iban y ven�an libremente de una celda a otra, de pabell�n
a pabell�n, o paseaban por el patio. "Era imposible sentarse o echarse
sin pisar a alguien." En tales circunstancias, se ve�an unos a otros,
y algunos a s� mismos, bajo aspectos completamente inesperados.
Aun personas fr�as y retra�das, descubr�an rasgos
de car�cter que en la vida ordinaria sol�an mantener ocultos.
"Koba era una persona sumamente sectaria -escribe Vereshchak-. No ten�a
principios generales ni fondo de educaci�n adecuado. Por su mismo
car�cter, hab�a sido siempre una persona poco culta, tosca.
Todo esto se hallaba asociado en �l a una astucia peculiarmente
estudiada, que al principio velaba, aun para quien fuese muy buen observador,
los otros rasgos disimulados bajo �ste." Por "principios generales",
el autor parece entender principios morales: como populista, era un adicto
a la escuela del socialismo "�tico". Vereshchak se vio sorprendido
por la flema de Koba. En aquella prisi�n era una costumbre cruel
la de poner fren�tico al adversario en las llamadas discusiones,
a tuertas o a derechas; a esto lo llamaban "hinchar la burbuja". "Nunca
fue posible hacer perder a Koba la serenidad... -afirma Vereshchak-; nada
era capaz de exasperarle..."
Aquel juego era inocente comparado con el que corr�a de cuenta
de las autoridades. Entre los presos hab�a personas condenadas a
muerte m�s o menos recientemente, y que aguardaban de un momento
a otro la culminaci�n de su destino. Los condenados com�an
y dorm�an con los dem�s. A la vista de todos se llevaban
por la noche y los colgaban en el patio de la prisi�n, de modo que
desde las celdas "se o�an los gritos y gemidos de los ahorcados".
Todos los presos padec�an por efecto de la tensi�n nerviosa.
"Koba dorm�a profundamente -dice Vereshchak-, o estudiaba tan tranquilo
esperanto (estaba convencido de que el esperanto era el idioma del porvenir)."
Ser�a necio creer que Koba era indiferente, a las ejecuciones; pero
ten�a nervios resistentes. No sent�a por los dem�s
como por �l mismo. Nervios como los suyos eran de por s�
una buena cualidad.
A pesar del caos, de los ahorcados, de los conflictos personales y
de partido, la c�rcel de Bak� era una importante escuela
revolucionaria. Koba destacaba entre los dirigentes marxistas. No participaba
en discusiones particulares, y prefer�a hablar en p�blico,
signo seguro de que en educaci�n y experiencia Koba era superior
a la mayor�a de sus compa�eros de prisi�n. "El aspecto
exterior de Koba y su brusquedad pol�mica hac�an siempre
desagradable su presencia. Sus peroratas carec�an de donaire, y
en cuanto a forma era una exposici�n seca y formalista." Vereshchak
recuerda cierta discusi�n "agraria", durante la cual Ordzhonikidze,
compa�ero de Koba, "dio un bofet�n a su antagonista, el essar
El�as Kartesevadz, y fue por eso cruelmente golpeado por los otros
essars". Esto no es invenci�n: Ordzhonikidze era muy fogoso, y conserv�
su predilecci�n por los argumentos f�sicos hasta el tiempo
en que lleg� a ser un prominente dignatario sovi�tico. Una
vez Lenin propuso expulsarle del Partido por esta causa.
Vereshchak estaba asombrado de la "memoria mec�nica" de Koba,
cuya cabeza peque�a, de "frente poco desarrollada", conten�a,
al parecer, todo el Capital de Marx. "El marxismo era su elemento; en eso
era invencible... Sab�a arreglarlo todo con las f�rmulas
apropiadas de Marx. Aquel hombre causaba una fuerte impresi�n en
la gente joven del Partido poco versada en pol�tica." Vereshchak
mismo estaba entre los "poco versados". El bagaje marxista de Koba debi�
de parecer demasiado imponente a es joven populista, educado en la dom�stica
sociolog�a literaria rusa. En realidad, era bastante modesto. Koba
no ten�a curiosidad te�rica, perseverancia en el estudio
ni disciplina mental, Ni siquiera es justo hablar de su "memoria mec�nica".
Es estrecha emp�rica, utilitaria, pero, a despecho de la preparaci�n
seminarista, no tiene nada de mec�nica. Es una memoria de campesino,
exenta de vuelo y de s�ntesis, pero firme y tenaz, especialmente
en encono. No es nada cierto que Koba tuviera la cabeza repleta de citas
preparadas para todas las ocasiones. Koba no fue nunca un erudito ni escol�stico.
A trav�s de Plejanov y Lenin recogi� del marxismo las expresiones
m�s elementales relativas a la lucha de clases y la importancia
secundaria de las ideas con relaci�n a los factores materiales.
Aunque por su cuenta simplific� hasta el exceso estas proposiciones,
nunca fue capaz de aplicarlas con �xito contra los populistas, ni
siquiera como una persona armada de un rev�lver anticuado puede
luchar con �xito contra un individuo provisto de un bumerang. Koba
permaneci�, en esencia, indiferente a la doctrina marxista.
Durante su encierro en las c�rceles de Batum y Kutais, seg�n
recordamos, Koba intent� descubrir los misterios de la lengua alemana:
por entonces, la influencia de la socialdemocracia alemana sobre la rusa
era sumamente grande. Pero Koba tuvo a�n menos fortuna con el idioma
de Marx que con su doctrina. En la prisi�n de Bak� empez�
a aprender esperanto como "lengua del porvenir". Este rasgo expone muy
significativamente la calidad del equipo intelectual de Koba, que en la
esfera del estudio buscaba siempre la l�nea de m�nima resistencia.
Aunque pas� ocho a�os en la c�rcel y en el destierro,
nunca consigui� aprender una sola lengua extranjera, sin exceptuar
su malhadado esperanto.
Por regla general, los presos pol�ticos evitaban la compa��a
de los criminales. Koba, por el contrario, "siempre se exhib�a con
rufianes, chantajistas, y andaba entre los rateros". Se sent�a en
pie de igualdad con ellos. "Siempre le hac�a impresi�n la
gente expedita en los "negocios". Y la pol�tica era para �l
un "negocio" en que conven�a saber a ciencia cierta hacer y deshacer."
He aqu� una observaci�n muy pertinente. Pero esta misma observaci�n
refuta mejor que todo lo dem�s las observaciones sobre su "memoria
mec�nica", llena de citas preparadas. La compa��a
de gente de miras intelectuales m�s elevadas que las suyas era fastidiosa
para Koba. En el Politbur� del tiempo de Lenin casi siempre pasaba
las horas sentado, hosco e irritable. Por el contrario, se hac�a
m�s sociable, sosegado y humano entre personas de mentalidad primitiva,
no refrenados por ninguna predilecci�n de orden intelectual. Durante
la guerra civil, cuando ciertas secciones del Ej�rcito, habitualmente
los cuerpos de Caballer�a, se desbordaban lanz�ndose a la
bravata y la violencia, Lenin sol�a decir: "�No har�amos
mejor mandando a Stalin all�? �l sabe c�mo hay que
hablar a gente de �sa."
Koba no era el iniciador de protestas o manifestaciones carcelarias,
pero siempre apoyaba a los iniciadores. "Esto le convert�a en un
excelente camarada a los ojos de los encerrados." Tambi�n es pertinente
esta observaci�n. Koba nunca fue un iniciador de nada ni en parte
alguna. Pero era muy capaz de utilizar la iniciativa de otro, empujar a
los iniciadores, reserv�ndose la libertad de decisi�n. Esto
no quiere decir que le faltase valor; simplemente, es que prefer�a
no malgastarlo. El r�gimen carcelario era una mezcla de laxitud
y crueldad. Los reclusos gozaban de considerable libertad dentro de los
muros de la prisi�n. Pero cuando se traspon�a cierta ilusoria
barrera, la administraci�n recurr�a a la fuerza militar.
Vereshchak nos refiere que en 1909 (sin duda quiere decir 1908), el primer
d�a de Resurrecci�n, una compa��a del Regimiento
de Salyan maltrat� a todos los presos pol�ticos, someti�ndolos
a una carrera de baquetas. "Koba marchaba sin bajar la cabeza aguantando
los culatazos, con un libro en las manos. Y cuando se dio la voz de escapar,
Koba forz� las puertas de su celda con el cubo del agua sucia, despreciando
la amenaza de las bayonetas." Aquel hombre reservado (aunque en raras ocasiones),
era capaz de un cierto furor.
El "historiador" moscovita Yaroslavsky plagiaba a Vereshchak como sigue:
"Stalin pas� las baquetas entre los soldados leyendo a Marx..."
El nombre de Marx se introduce aqu� por igual raz�n que se
pone una rosa en las manos de la Virgen Mar�a. Toda la historiograf�a
del Soviet est� hecha con rosas de �stas. Koba, con un libro
de Marx aguantando culatazos, se ha convertido en tema de ense�anza
sovi�tica, en prosa y en verso. Pero tal conducta no era en modo
alguno excepcional. Las palizas carcelarias, como el hero�smo del
cautiverio, estaban en el orden del d�a. Pyatnitsky refiere que
despu�s de detenerle en Wilno, en 1902, siendo a�n muchacho,
la polic�a propuso enviarle al funcionario de polic�a del
distrito, famoso por sus vapuleos, a fin de arrancarle una declaraci�n.
Pero el agente m�s veterano replic�: "Nada dir� all�
tampoco. Es de la Iskra." Ya en aquellos lejanos d�as, los revolucionarios
de la escuela de Lenin ten�an fama de ser firmes. Para asegurarse
de que Kamo hab�a perdido realmente la sensibilidad, como se alegaba,
los m�dicos le clavaban alfileres bajo las u�as, y s�lo
despu�s de resistir como duro diariamente tales pruebas durante
a�os enteros, le declararon, al fin, loco incurable. �Qu�
valor tienen unos cuantos culatazos, en comparaci�n con esto? No
hay por qu� menospreciar el valor de Koba, pero debe confinarse
dentro de los l�mites de su tiempo y lugar.
Por las condiciones del encierro, Vereshchak no tuvo dificultad en
advertir cierta particularidad de Stalin que le permiti� seguir
ignorando durante tan largo tiempo. "�sta era su habilidad para
iniciar sigilosamente a otros, mientras �l permanec�a al
margen." Luego siguen dos ejemplos. En una ocasi�n estaban golpeando
a un joven georgiano en un pasillo del pabell�n de "pol�ticos".
La injuriosa palabra "provocador" resonaba por todo el edificio. �nicamente
los soldados de la guardia consiguieron poner fin al escarmiento; el cuerpo
ensangrentado fue conducido en una camilla al hospital. �Era un
provocador, en efecto? Y si lo era, �por qu� no lo mataron?
"En la c�rcel de Bailov, los provocadores, como se probase que lo
eran, no sol�an escapar con vida -advierte Vereshchak, de pasada-.
Nadie sab�a nada ni acertaba a explicarse aquello, y s�lo
mucho despu�s nos enceramos de que el rumor hab�a partido
de Koba." Nunca se supo si el golpeado era realmente un provocador. �No
pudo haber sido sencillamente uno de los trabajadores que se opon�an
a las expropiaciones, o el que acus� a Koba de haber denunciado
a Sha'umyan?
Otro ejemplo. En los pelda�os de la escalera que daba acceso
al pabell�n de "pol�ticos", cierto preso conocido por "el
griego" apu�al� a un joven trabajador reci�n ingresado
en la c�rcel. El "griego" mismo consideraba a su v�ctima
como un confidente, aunque no le conoc�a de antes. Este suceso sangriento,
que conmovi� a toda la c�rcel, continu� siendo un
misterio durante mucho tiempo. Al cabo, el "griego" comenz� a insinuar
que, por lo visto, le hab�an "descarriado" con mala intenci�n:
el descarr�o era obra de Koba.
Vereshchak menciona adem�s, esta vez sin duda por referencias,
diversas y arriesgadas empresas de Koba durante sus actividades en Bak�:
la organizaci�n de falsificaciones, el robo de tesorer�as
del Estado y otras an�logas.
"Nunca fue juzgado por ninguno de estos asuntos, aunque los falsificadores
y los expropiadores estaban en la c�rcel lo mismo que �l."
Si los otros hubieran conocido su misi�n, alguno de ellos le habr�a
traicionado inevitablemente. "La habilidad de ejecutar sus planes por medio
de los dem�s, permaneciendo por su parte completamente ignorado,
hac�a de Koba un taimado arbitrista que no reparaba en medios y
se hurtaba a la justificaci�n p�blica y a la responsabilidad."
As� aprendemos m�s de la vida de Koba en la c�rcel
que de sus actividades fuera de ella. Pero en ambos sitios sigue siendo
fiel a s� mismo. Entre discusiones con los populistas y alguna que
otra charla con atracadores, no se olvidaba de su organizaci�n revolucionaria.
Beria nos informa de que Koba consigui� establecer contacto regular
desde la c�rcel con el Comit� de Bak�. Esto es muy
posible: donde no hab�a separaci�n entre presos comunes y
pol�ticos, y �stos comunicaban entre s�, era imposible
quedar totalmente aislado del exterior. Uno de los n�meros del peri�dico
ilegal se prepar� en su totalidad dentro de la prisi�n. El
pulso de la revoluci�n, aunque muy debilitado, continuaba latiendo.
La c�rcel puede no haber estimulado el inter�s de Koba por
la teor�a; pero tampoco quebr� su esp�ritu combativo.
El 20 de setiembre, Koba fue trasladado a Solvychegodsk, en la parte
norte de la provincia de Vologda. Aquello era un destierro privilegiado;
s�lo por dos a�os, y no en Siberia, sino en Rusia europea;
no en un poblado, sino en una peque�a ciudad de dos mil habitantes,
con grandes oportunidades para huir. Esto significaba que los gendarmes
no ten�an pruebas de gravedad siquiera moderada contra Koba. Dado
el reducid�simo coste de la vida en aquellos confines remotos, no
era muy dif�cil para los desterrados arreglarse con los contados
rublos al mes que el Gobierno les conced�a; para extraordinarios
recib�an ayuda de sus amigos y de la Cruz Roja revolucionaria. No
sabemos c�mo pas� Koba sus nueve meses en Solvychegodsk,
lo que all� hizo ni si estudi�. No se han publicado documentos
de ning�n g�nero: ni sus ensayos, ni sus diarios, ni sus
cartas. En el "caso de Jos� Djugashvili", se lee: "grosero, imprudente,
irrespetuoso con sus superiores". La "irresponsabilidad" era atributo com�n
a todos los revolucionarios; la "groser�a", el suyo personal.
En la primavera de 1909, Alliluyev, que ya estaba en San Petersburgo,
recibi� una carta de Koba, entonces en el destierro, pregunt�ndole
por su direcci�n. "A fines de aquel verano huy� Stalin del
destierro y fue a San Petersburgo, donde le encontr� por casualidad
en una de las calles del distrito de Lityeiny." Sucedi� que Stalin
no encontr� a Alliluyev en su casa ni en su lugar de trabajo, y
se vio obligado a vagar por las calles durante mucho tiempo sin tener d�nde
refugiarse. "Cuando le encontr� de improviso en la calle estaba
sumamente cansado." Alliluyev procur� a Koba alojamiento en casa
de un conserje de uno de los regimientos de la guardia, simpatizante de
la revoluci�n. "All� vivi� Stalin tranquilamente una
temporada, vio a algunos miembros de la facci�n bolchevique de la
tercera Duma, y luego se march� al Sur, a Bak�."
�Otra vez a Bak�! No es f�cil que hacia all�
le empujara el patriotismo local. Ser�a m�s acertado suponer
que Koba no era conocido en San Petersburgo, que los diputados de la Duma
no le hicieron mucho caso, que nadie le pidi� quedarse ni le ofrecieron
la ayuda que tan indispensable era a un residente ilegal. "Al regresar
a Bak�, se consagr� de nuevo con energ�a a reforzar
las organizaciones bolcheviques... En octubre de 1909 fue a Tiflis, y organiz�
y dirigi� la lucha de la organizaci�n bolchevique local contra
los liquidadores mencheviques." El lector reconocer� sin duda el
estilo de Beria.
En la Prensa ilegal, public� Koba varios art�culos, que
s�lo interesan por haberlos escrito el futuro Stalin. A falta de
cosa m�s notable, actualmente se atribuye excepcional importancia
a la correspondencia escrita por Koba en diciembre de 1909 para el peri�dico
extranjero del Partido. Al parangonar el activo centro industrial de Bak�
con Tiflis, paralizada con sus funcionarios p�blicos, tenderos y
artesanos, su "Carta del C�ucaso" explica muy bien el dominio de
los mencheviques en Tiflis, en t�rminos de estructura social. Sigue
luego una pol�mica contra el perenne dirigente de la socialdemocracia
georgiana, Jordania, que de nuevo proclamaba la necesidad de "unir las
fuerzas de la burgues�a y del proletariado". Los obreros deb�an
renunciar a su pol�tica de intransigencia, porque, como dec�a
Jordania, "cuanto m�s d�bil sea la lucha de clases entre
el proletariado y la burgues�a, tanto mayor ser� la victoria
de �sta...". Koba opon�a a esto la proposici�n diametralmente
antag�nica: "Cuanto m�s se apoye la revoluci�n en
la lucha de clases del proletariado, que conducir� a los pobres
de la aldea contra los terratenientes y la burgues�a liberal, m�s
completo ser� el triunfo de la revoluci�n." Todo esto era
perfectamente justo en esencia, pero no conten�a una sola palabra
nueva; a partir de la primavera de 1905, tales pol�micas se repitieron
innumerables veces. Si esta correspondencia tuvo alg�n valor para
Lenin, no fue por la ampulosa reproducci�n de sus propios pensamientos,
sino porque era una voz viviente de Rusia en una �poca en que se
hab�an extinguido la mayor�a de ellas. Sin embargo, en 1937,
esta "Carta del C�ucaso" fue proclamada "el ejemplo cl�sico
del la t�ctica leninista-stalinista". "En nuestros escritos y en
todas nuestras ense�anzas -escribe uno de tales panegiristas-, no
poca luz se ha proyectado sobre este art�culo, extraordinario por
su fondo, su riqueza deductiva y su importancia hist�rica." Lo m�s
generoso es darlo de lado.
"En marzo y abril de 1910 fue posible al fin -nos informa el mismo
historiador, un tal Rabichev-, crear una filial (collegium) rusa del Comit�
Central. Entre sus miembros se contaba Stalin. Pero, antes de que dicha
filial comenzara a trabajar, sus componentes fueron detenidos." Si esto
es verdad, Koba, al menos en la forma, se incorpor� al Comit�
Central en 1910. �Un hito de importancia en su biograf�a!
Pero no lo es. Quince a�os antes que Rabichev, el viejo bolchevique
Germanov (Frumkin) refer�a lo siguiente: "En la conferencia entre
el autor de estas l�nea y Nogin se decidi� proponer que el
Comit� Central confirmase la siguiente lista de cinco nombres como
Secci�n rusa del Comit� Central: Nogin, Dubrovinsky, Malinovsky,
Stalin y Milyutin." Por consiguiente, no se trataba de una decisi�n
del Comit� Central, sino solamente del proyecto de los bolcheviques.
"Ambos conoc�amos a Stalin -sigue diciendo Germanov- como uno de
los mejores y m�s activos trabajadores de Bak�. Nogin fue
a Bak� para cambiar impresiones con �l; pero, por diversas
razones, Stalin no pudo asumir el cargo de miembro del Comit� Central."
Germanov nada dice del motivo exacto de la dificultad. Dos a�os
m�s tarde, el mismo Nogin escribi�, con relaci�n a
su viaje a Bak�, lo que sigue: "... en la clandestinidad m�s
profunda se hallaba Stalin (Koba), muy conocido en el C�ucaso en
aquellos d�as, y obligado a permanecer escondido en los campos petrol�feros
de Balajana." De aqu� se desprende que Nogin no lleg� siquiera
a ver a Koba.
La reticencia respecto a las razones que impidieron a Stalin entrar
en la filial rusa del Comit� Central sugiere algunas deducciones
interesantes. El a�o 1910 fue el per�odo de m�xima
degeneraci�n del movimiento y de m�s fusi�n de tendencias
conciliatorias. En enero se celebr� en Par�s un pleno del
Comit� Central, y en �l los conciliadores ganaron una batalla
muy inestable. Se decidi� restaurar el Comit� Central en
Rusia, con participaci�n de los liquidadores. Nogin y Germanov eran
conciliadores bolcheviques. El resurgimiento de la Secci�n "rusa"
(esto es, del que hab�a de actuar ilegalmente en Rusia) era tarea
de Nogin. A falta de figuras prominentes, se hicieron varias tentativas
para atraer a las de provincias. Entre �stas se contaba Koba, a
quien Nogin y Germanov conoc�an "como uno de los mejores trabajadores
de Bak�". Sin embargo, nadie pens� en �l. El documentado
autor del art�culo alem�n a que nos hemos referido en otro
lugar manifiesta que aunque "los bi�grafos oficiales bolcheviques
tratan de presentar (sus) expropiaciones y expulsi�n del Partido
como inexistentes..., sin embargo, los mismos bolcheviques dudaban de situar
a Koba en ning�n puesto notable de direcci�n". Puede suponerse
con seguridad que el motivo del fracaso de la misi�n de Nogin fue
la reciente participaci�n de Koba en "actividades militantes". El
pleno de Par�s hab�a tildado a los expropiadores de personas
guiadas por "una falsa comprensi�n de los intereses del Partido".
Luchando por la legalidad, los mencheviques no pod�an consentir
de ning�n modo en colaborar con un declarado cabecilla de expropiadores.
Nogin vino a comprender esto, al parecer, s�lo en el curso de sus
negociaciones con destacados mencheviques del C�ucaso. No se organiz�
filial ninguna con Koba entre sus miembros. Advi�rtase que de los
conciliadores que proteg�an a Stalin, Germanov es de los desaparecidos
sin dejar rastro; en cuanto a Nogin, s�lo su muerte prematura en
1924 le salv� de la suerte de Rikov, Tomsky, Germanov y otros amigos
�ntimos suyos.
La actividad de Koba en Bak� tuvo sin duda mucho m�s
�xito que en Tiflis, ya desempe�ara all� un papel
de primero, segundo o tercer orden. Pero la idea de que la organizaci�n
de Bak� fue la �nica fortaleza inexpugnable del bolchevismo
es un mito. A fines de 1911, Lenin mismo dio accidentalmente pie a este
mito citando la organizaci�n de Bak� junto a la de Kiev,
entre las "ejemplares y progresivas de Rusia en 1910 y 1911", esto es,
en los a�os de la disgregaci�n total del partido y del comienzo
de su resurgimiento. "La organizaci�n de Bak� existi�
sin interrupci�n durante los a�os dif�ciles del dominio
reaccionario, y desempe�� una parte sumamente activa en todas
las manifestaciones del movimiento obrero", dice una de las citas del volumen
XV de las obras de Lenin. Ambas opiniones, que actualmente se relacionan
muy de cerca con las actividades de Koba, han resultado ser completamente
err�neas al investigar los hechos. A decir verdad, despu�s
de resurgir, Bak� pas� por las mismas fases de declinaci�n
que los dem�s centros industriales del pa�s, algo m�s
tarde, pero, en cambio, de un modo mucho m�s rudo.
Stopani escribe en sus Memorias.- "A partir de 1910, la vida del Partido
y del Sindicato de Bak� se extingui� por completo." Quedaron
restos desperdigados del Sindicato languideciendo por alg�n tiempo,
pero aun �stos ten�an a su frente una mayor�a de mencheviques.
"Pronto se apag� virtualmente toda actividad bolchevique, gracias
a constantes fracasos por detenciones, falta de activistas y desorden general"
La situaci�n era a�n peor en 1911. Ordzhonikidze, que visit�
en marzo de 1912, cuando la marea iba comenzando a subir de nuevo apreciablemente
por todo el pa�s, escribi� desde el extranjero: "Ayer pude
reunir por fin a unos cuantos trabajadores... No hay organizaci�n,
esto es, del centro local; por lo tanto, nos tuvimos que contentar con
conferencias en privado..." Estos dos testimonios son suficientes. Recordemos
adem�s la aseveraci�n de Olminsky, ya citada, de que "el
resurgimiento fue m�s remiso en las ciudades donde las "exes" hab�an
sido m�s numerosas (como ejemplo, puedo citar Bak� y Saratov)".
El error de Lenin al evaluar la organizaci�n de Bak� es un
ejemplo corriente del error de un emigrado que ha de juzgar desde lejos
a base de informaciones parciales o inciertas, entre las cuales pod�an
contarse las noticias excesivamente optimistas suministradas por el mismo
Koba.
El cuadro general as� trazado es bastante claro. Koba no tom�
parte activa en el movimiento sindical, que en aquel tiempo era palenque
principal de la contienda (Kariyan, Stopani). No habl� en los m�tines
de trabajadores (Vereshchak), sino que se hallaba en "la m�s profunda
clandestinidad" (Nogin). No pudo, "por diversos motivos", entrar a formar
parte de la filial rusa del Comit� Central (Germanov). En Bak�,
las "exes" hab�an sido m�s numerosas que en parte alguna
(Olminsky), igual que los actos de terrorismo individual (Vereshchak).
Se atribu�a a Koba la direcci�n inmediata de las actividades
"militantes" de Bak� (Vereshchak, Martov y otros). Tales actividades
exig�an sin duda apartarse de las masas y sumirse en la m�s
"profunda clandestinidad". Durante alg�n tiempo, la existencia de
la organizaci�n ilegal se sostuvo con los medios obtenidos del robo
de dinero. De ah� que fuese m�s fuerte el golpe de la reacci�n
y el resurgimiento m�s atrasado. Esta conclusi�n no tiene
s�lo importancia biogr�fica, sino tambi�n te�rica,
pues contribuye a proyectar claridad sobre ciertas leyes generales del
movimiento de masas.
El 24 de marzo de 1919, el capit�n de gendarmes Martynoc declar�
haber arrestado a Jos� Djugashvili, conocido por el alias de Koba,
miembro del Comit� de Bak�, trabajador sumamente activo,
que ocupaba una posici�n dirigente (admitiendo que el documento
no haya sido corregido por mano de Beria). Con relaci�n a este arresto,
otro gendarme informaba de oficio: "En vista de la persistente participaci�n
de Djugashvili en la actividad revolucionaria, y de sus "dos escapatorias",
�l, capit�n Galimbatovski, "se permit�a proponer el
castigo m�s severo"." Pero no hay que pensar que se refiera con
esto a la ejecuci�n: "el castigo m�s severo" en el orden
administrativo significaba la deportaci�n a puntos remotos, de Siberia
por t�rmino de cinco a�os.
Entretanto, Koba permanec�a en la c�rcel de Bak�,
que conoc�a muy bien. La situaci�n pol�tica del pa�s
y el r�gimen penitenciario hab�an sufrido profundos cambios
en el curso del a�o y medio transcurrido. Alboreaba el 1910. La
reacci�n estaba triunfando en toda la l�nea. No s�lo
el movimiento de masas, sino tambi�n las expropiaciones, el terrorismo
y los actos de desesperaci�n individual disminuyeron. La c�rcel
se hizo m�s severa y reposada. No hab�a siquiera conversaciones
ni discusiones colectivas. Koba tuvo tiempo bastante para aprender esperanto,
si es que no hab�a perdido la ilusi�n por el idioma del porvenir.
El 27 de agosto, por orden del gobernador general del C�ucaso, se
prohibi� a Djugashvili vivir en Transcaucasia durante los siguientes
cinco a�os. Pero las propuestas del capit�n Galimbatovski,
que por lo visto no pudo alegar cargos muy graves, encontraron o�dos
sordos en San Petersburgo: Koba fue enviado de nuevo a la provincia de
Vologda para cumplir el resto de su destierro de dos a�os.