Durante unos cinco a�os (1906-1911), Stolypin tuvo el pa�s
bajo sus plantas, y agot� todos los recursos de la reacci�n.
El r�gimen del 3 de junio supo hacer exhibici�n de su incapacidad
en todas las esferas, pero sobre todo en el dominio del problema agrario.
Stolypin tuvo que descender de las combinaciones pol�ticas al club
polic�aco. Y como para poner m�s de relieve la absoluta quiebra
de su sistema, el asesino de Stolypin proced�a de las filas de su
misma escolta secreta.
En 1910 la renovaci�n de la industria pas� a ser un hecho
indiscutible. Los partidos revolucionarios se encontraban ante esta cuesti�n:
�Qu� efecto tendr� este cambio de situaci�n
en las condiciones pol�ticas del pa�s? La mayor�a
de los socialdem�cratas manten�an su actitud esquem�tica:
la crisis revoluciona a las masas, y el resurgimiento de la industria las
pacifica. Ambos bandos, bolcheviques como mencheviques, ten�an,
pues, a menospreciar o a negar rotundamente este resurgimiento que hab�a
comenzado realmente. La excepci�n era el peri�dico de Viena
Pravda, que, a pesar de sus ilusiones conciliatorias, defend�a la
idea muy justa de que las consecuencias pol�ticas de la renovaci�n,
como de la crisis, lejos de ser autom�ticas, cada vez se determinan
de nuevo, seg�n el curso de la lucha precedente y la situaci�n
global del pa�s. As�, a la zaga del renacimiento industrial,
en el curso del cual se hab�a podido desarrollar una lucha huelgu�stica
muy amplia, un s�bito decaimiento de la situaci�n podr�a
requerir un despertar revolucionario inmediato, siempre que concurriesen
las dem�s condiciones necesarias. Por otra parte, despu�s
de un largo per�odo de lucha revolucionaria terminada en derrota,
una crisis industrial, dividiendo y debilitando al proletariado, podr�a
destruir por completo su esp�ritu de combate. O bien, un resurgimiento
industrial consecutivo a un largo per�odo de reacci�n es
capaz de reanimar el movimiento obrero, en gran parte a modo de lucha econ�mica,
despu�s de lo cual la nueva crisis puede desviar la energ�a
de las masas hacia carriles pol�ticos.
La guerra ruso-japonesa y las sacudidas de la revoluci�n impidieron
al capitalismo ruso participar en el resurgimiento industrial del mundo
entero durante el per�odo 1903-1907. Entretanto, las constantes
batallas revolucionarias, derrotas y represiones hab�an agotado
la resistencia de las masas. La crisis industrial mundial, que se inici�
en 1907, prolong� por otros tres a�os la ya larga depresi�n,
y lejos de mover a los obreros a emprender una nueva lucha, los dispers�
y debilit� m�s que nunca. Bajo los golpes de los cierres
patronales, del paro y de la miseria, las fatigadas masas se desanimaron
definitivamente. Tal fue la base material de las "proezas" de la reacci�n
de Stolypin. El proletariado necesitaba la fuente renovadora de otro resurgimiento
industrial para recuperar su fuerza, llenar sus filas y sentirse otra vez
el indispensable factor en la producci�n, lanz�ndose a una
nueva lucha.
A fines de 1910 hubo manifestaciones callejeras (cosa no vista hac�a
mucho tiempo), en relaci�n con las muertes del liberal Morumtsev,
que hab�a sido presidente de la primera Duma, y de Le�n Tolstoy.
El movimiento estudiantil entr� en una fase nueva. Superficialmente
(tal es la habitual aberraci�n del idealismo hist�rico),
podr�a haberse cre�do que la delgada capa de los intelectuales
era el lugar de incubaci�n de la insurrecci�n pol�tica,
y que por la fuerza de su ejemplo estaba comenzando a atraer a la capa
superior de los trabajadores. En realidad, la ola del resurgimiento no
iba de la c�spide a la base, sino al contrario. Gracias al revivir
de la industria, la clase trabajadora iba gradualmente saliendo de su estupor.
Pero antes de que los cambios, qu�micos que hab�an transformado
a las masas se hicieran perceptibles, pasaron a los estudiantes por medio
de los grupos sociales intercalados. Como la juventud estudiantil era m�s
f�cil de impulsar, la renovaci�n se manifest� ante
todo en forma de alborotos estudiantiles. Pero el observador debidamente
preparado pod�a ver de antemano que las manifestaciones de los intelectuales
no eran m�s que un s�ntoma de procesos mucho m�s profundos
e importantes dentro del mismo proletariado.
Efectivamente, la gr�fica del movimiento huelgu�stico
comenz� a ascender. Verdad es que el n�mero de huelguistas
en 1911 no excedi� de un centenar de millares (el a�o anterior
no hab�a llegado a la mitad de esa cifra siquiera), pero la lentitud
del resurgimiento mostraba qu� intenso era el estupor que se impon�a
vencer. De todos modos, a fines del a�o los distritos obreros presentaban
un aspecto muy distinto que a su comienzo. Despu�s de las fruct�feras
cosechas de 1909 y 1910, que dieron �mpetu al renacimiento industrial,
vino una desastrosa recolecci�n en 1911, que, sin detener el resurgimiento,
conden� a veinte millones de campesinos a morir de hambre. La inquietud,
iniciada en las aldeas, volvi� a poner el problema campesino en
primer t�rmino. La Conferencia bolchevique de enero de 1912 ten�a
justo motivo para referirse a "la iniciaci�n del renacimiento pol�tico".
Pero la ruptura s�bita no se produjo hasta la primavera de 1912,
despu�s de la famosa matanza de obreros en el r�o Lena. En
la profunda taiga, a m�s de cinco mil millas de San Petersburgo
y a m�s de cuatrocientas del ferrocarril m�s pr�ximo,
los parias de las minas de oro, que cada a�o proporcionaban millones
de rublos a los bolsillos de accionistas ingleses y rusos, reclamaban la
jornada de ocho horas, aumento de salarios y abolici�n de multas.
Los soldados, conducidos desde Irkutsk, hicieron fuego contra la multitud
desarmada: 150 muertos, 250 heridos; sin la menor asistencia m�dica,
veinte de �stos murieron.
Durante el debate de los sucesos del Lena, en la Duma, el ministro
del Interior, Makarov, est�pido funcionario, no peor ni mejor que
otros contempor�neos suyos, declar�, con el aplauso de los
diputados de la derecha: "�Esto es lo que ocurri� y lo que
volver� a ocurrir de nuevo!" Estas palabras de asombroso descaro
produjeron una descarga el�ctrica. Primero de las f�bricas
de San Petersburgo y luego de todo el pa�s empezaron a llegar noticias
de declaraciones y manifestaciones de protesta, por tel�fono y por
tel�grafo. La repercusi�n de los sucesos del Lena s�lo
pod�a compararse con la oleada de indignaci�n que hab�a
agitado a las masas trabajadoras siete a�os antes, despu�s
del domingo sangriento. "Tal vez desde los d�as de 1905 -escrib�a
un peri�dico liberal- no hab�an vuelto a estar tan animadas
las calles de la capital."
En aquellos d�as estaba Stalin en San Petersburgo, libre, entre
dos temporadas de destierro. "Los disparos del Lena rompieron el hielo
del silencio -escrib�a en el peri�dico Zvezda (La Estrella),
al que habremos de referirnos m�s adelante-, y el r�o del
resentimiento popular ha comenzado a moverse... Todo cuanto hay de malo
y destructivo en el r�gimen contempor�neo, todo cuanto ha
atormentado a la desdichada Rusia, se ha fundido en el solo hecho de los
sucesos del Lena. Por eso los disparos del Lena han servido de se�al
a huelgas y manifestaciones."
Las huelgas afectaron a unos 300.000 trabajadores. La huelga del 1.º
de mayo llev� a la formaci�n a 400.000. Seg�n datos
oficiales, el n�mero de huelguistas ascendi� en 1912 a 725.000.
El n�mero total de obreros subi� no menos del veinte por
ciento durante los a�os del renacimiento industrial, y en virtud
de la febril concentraci�n de la producci�n, su papel en
la econom�a asum�a una importancia a�n mayor. El revivir
de la clase trabajadora repercuti� en todas las dem�s capas
de la poblaci�n. La aldea hambrienta se agit� portentosamente.
Llamaradas de descontento se observaron en el Ej�rcito y en la Armada.
"En Rusia, el resurgimiento revolucionario -escrib�a Lenin a Gorki
en agosto de 1912-, no es sino resueltamente revolucionario."
El nuevo movimiento no era una repetici�n del pasado, sino su
continuaci�n. En 1905, la potente huelga de enero hab�a ido
acompa�ada de una ingenua petici�n al zar. En 1912, los trabajadores
presentaron desde un principio la consigna de una rep�blica democr�tica.
Las ideas, las tradiciones y la experiencia organizadora del a�o
1905, enriquecida por las duras lecciones aprendidas durante los a�os
de la reacci�n, fertilizaron el nuevo per�odo revolucionario.
Desde el primer instante, la misi�n directora correspondi�
a los trabajadores. Dentro de la vanguardia proletaria, la direcci�n
correspondi� a los bolcheviques. Esto, en esencia, determin�
el car�cter de la futura revoluci�n, aunque los bolcheviques
mismos no ten�an a�n clara conciencia de ello. Al reforzar
al proletariado y asegurar para �l un papel de enorme importancia
en la vida econ�mica y pol�tica del pa�s, el resurgimiento
industrial consolid� los cimientos para la perspectiva de la revoluci�n
permanente. La limpieza de los establos del viejo r�gimen no pod�a
realizarse de otro modo que con la escoba de la dictadura proletaria. La
revoluci�n democr�tica s�lo pod�a vencer transform�ndose
en la revoluci�n socialista, esto es, sobreponi�ndose a s�
misma.
La tercera deportaci�n de Koba dur� del 23 de setiembre
de 1910 al 6 de julio de 1911, en que fue puesto en libertad despu�s
de cumplir el resto de su condena de dos a�os. Un par de meses emple�
en la ruta de Bak� a Solvychegodsk, con paradas en varias c�rceles
del trayecto. Por lo tanto, esta vez Koba pas� m�s de ocho
meses residiendo como desterrado. Virtualmente nada se sabe respecto a
su vida en Solvychegodsk, los libros que leyera, los problemas que le interesaban.
De dos de sus cartas de entonces resulta que recib�a publicaciones
del extranjero y pudo seguir la vida del partido, o m�s bien hab�a
alcanzado una fase aguda. Plejanov, con un grupo inconsecuente de adictos,
rompi� de nuevo con sus mejores amigos y acudi� en defensa
del Partido ilegal contra los liquidadores. Aqu�lla fue la �ltima
llamarada de radicalismo en la vida de este hombre insigne, que iba ya
acerc�ndose r�pidamente a su declinaci�n. As�
surgi� el sorprendente, parad�jico y fugaz bloque de Lenin
con Plejanov. En cambio, hubo aproximaci�n entre los liquidadores
(Martov y otros), los progresistas (Bogdanov, Lunacharsky) y los conciliadores
(Trotsky). Este segundo bloque, enteramente horro de fundamento en principios,
se encontr� formado en cierto modo con sorpresa de los mismos participantes
en �l. Los conciliadores segu�an aspirando a "conciliar"
a los bolcheviques con los mencheviques; y como el bolchevismo, en la persona
de Lenin, rechazaba rotundamente la idea de toda clase de acuerdo con los
liquidadores, se desviaron naturalmente los conciliadores hacia la posici�n
de unirse o asociarse con los mencheviques y los progresistas. El cemento
de aquel bloque epis�dico, como Lenin escribi� a Gorki, era
"el aborrecimiento al Centro bolchevique por su lucha sin cuartel en defensa
de sus ideas". La cuesti�n de los dos bloques era objeto de viva
discusi�n en las mermadas filas del Partido por aquellos d�as.
El 31 de diciembre de 1910, Stalin escribi� a Par�s: "Camarada
Sime�n: Ayer recib� tu carta por mediaci�n de unos
camaradas. Ante todo, saludos fervorosos para Lenin, Kamenev y otros."
Este saludo no se ha vuelto a imprimir a causa del nombre de Kamenev. Luego
sigue su opini�n acerca de la situaci�n del Partido. "A mi
juicio, la l�nea del bloque (Lenin-Plejanov) es la �nica
normal posible... En el plan del bloque se ve claramente la mano de Lenin
(es un hombre listo, y sabe d�nde le aprieta el zapato). Pero esto
no quiere decir que sea bueno cualquier bloque viejo. El bloque trotskista
(hubiera debido decir "s�ntesis") no es m�s que p�trida
desaprensi�n... El bloque Lenin-Plejanov es vital por basarse en
principios profundos, por fundarse en la unidad de criterios sobre el modo
de reanimar al Partido. Pero precisamente por ser un bloque, y no una fusi�n,
justamente por eso los bolcheviques necesitan su propia facci�n."
Todo esto coincid�a con el modo de pensar de Lenin, y era en esencia
una simple par�frasis de sus art�culos, algo as� como
una autorrecomendaci�n en cuanto a principios. Habiendo proclamado
adem�s, como de pasada, que "lo principal" era, ante todo, no la
emigraci�n, sino el trabajo pr�ctico en Rusia, Stalin se
apresuraba seguidamente a explicar que el trabajo pr�ctico significa
"la aplicaci�n de principios". Reforzada as� su posici�n
por insistencia sobre la palabra m�gica "Principios", Koba iba concretando
m�s: "...En mi opini�n -escribe-, nuestra tarea primordial,
que no admite dilaciones, es organizar un grupo central (ruso), que coordine
el trabajo ilegal. Ese grupo es necesario como el aire, como el pan." No
hab�a nada nuevo en el plan mismo. Lenin hab�a hecho tentativas
m�s de una vez, desde el Congreso de Londres, para restablecer el
n�cleo ruso del Comit� Central, pero hasta entonces la dispersi�n
del Partido hab�a condenado todo al fracaso. Koba propon�a
que se convocase una Conferencia de activistas del Partido. "Es muy posible
que esta misma Conferencia haga destacar los elementos apropiados para
el grupo Central propuesto." Habiendo manifestado su prop�sito de
desviar el centro de gravedad del Partido del extranjero a Rusia, Koba
se esforzaba seguidamente por mitigar toda posible aprensi�n por
parte de Lenin: "Habr� que proceder firmemente y sin contemplaciones,
desafiando los reproches de los liquidadores, los trotskistas y los progresistas..."
Con calculada modestia escrib�a a Prop�sito del grupo central
de su proyecto: "Ll�melo como quiera ("Secci�n rusa del Comit�
Central" o "Grupo auxiliar del Comit� Central"), el nombre no importa."
La pretendida indiferencia ten�a por objeto disimular la ambici�n
personal de Koba. "En cuanto a m�, tengo seis meses por delante.
Cuando termine, puede disponer de m�. Si hacen mucha falta organizadores,
tratar� de largarme en seguida." La finalidad de la carta era evidente:
Koba, suger�a su propia candidatura. Deseaba llegar, por lo menos,
a miembro del Comit� Central.
La ambici�n de Koba, nada censurable, se vio inesperadamente
revelada por otra carta suya dirigida a los bolcheviques de Mosc�."
Soso el cauc�sico os escribe -as� comenzaba la carta-. Me
recordar�is de 04 (1904), en Tiflis y Bak�. En primer lugar,
mis afectuosos saludos a Olga, a ti, a Germanov. I. M. Golubev, con quien
estoy pasando mis d�as en el destierro, me ha hablado de vosotros
mucho. Germanov me conoce por K... b... a (�l lo entender�)."
Es curioso que ya en 1911, Koba se viese obligado a hacerse recordar de
los viejos miembros del Partido recurriendo a indicaciones indirectas y
puramente accidentales, todav�a era desconocido y se ve�a
en riesgo de que lo olvidaran f�cilmente. "Estoy terminando (el
destierro); para julio de este a�o -continuaba-. Ilich y Co. me
llaman a uno de dos centros, sin aguardar a que cumpla aqu�. Sin
embargo, me gustar�a terminar (una persona legal tiene m�s
oportunidades)... Pero si la necesidad apremia (estoy esperando su respuesta),
entonces, naturalmente, saldr� como pueda... Nos consumimos de inacci�n,
yo estoy literalmente ahog�ndome."
Desde el punto de vista de la circunspecci�n elemental, esta
parte de la carta parece asombrosa. Un desterrado, cuyas cartas corren
siempre peligro de caer en manos de la polic�a, sin raz�n
alguna aparente env�a por correo, a miembros del Partido con quienes
apenas tiene confianza, informaci�n acerca de su correspondencia
conspiratoria con Lenin, relativa al hecho de que urge escapar del destierro,
y que, en caso de necesidad, "recurrir�a, naturalmente, a la fuga".
Como veremos luego, la carta cay� efectivamente en manos de los
gendarmes, quienes sin gran trabajo identificaron al remitente y a todas
las personas a quienes mencionaba. No puede menos de ocurrirse una explicaci�n
de tal imprudencia: el af�n de alardear. "Soso el cauc�sico",
que acaso no hubiera sido bastante advertido en 1904; no puede resistir
la tentaci�n de informar a los bolcheviques de Mosc� que
Lenin mismo le ha incluido entre los activistas centrales del Partido.
Sin embargo, el motivo de la jactancia es s�lo secundario. La clave
de esta misteriosa carta est� en su final:
"Acerca de la "tempestad en un vaso de agua, del extranjero ya hemos
o�do algo, claro est�: los bloques de Lenin-Plejanov, por
un lado, y de Trotsky-Martov-Bordanov, por otro. La actitud de los trabajadores
hacia el primero, por lo que s�, es favorable. Pero, en general,
los trabajadores comienzan a mirar desde�osamente a la emigraci�n:
"dejadles subir por la pared lo que se les antoje; en cuanto a nosotros,
todos apreciamos el inter�s del momento..., trabajar; lo dem�s
vendr� por s� mismo. Esto creo que es lo mejor"."
�Sorprendentes l�neas! La lucha de Lenin contra los liquidadores
y los conciliadores no es para Stalin, m�s que una "tempestad en
un vaso de agua". "Los trabajadores (y con ellos Stalin) comienzan a mirar
con desd�n a la emigraci�n, incluyendo a la plana mayor de
los bolcheviques. Cada cual aprecia el inter�s del momento..., trabajar;
lo dem�s vendr� por s� mismo." El inter�s del
momento, por lo visto, ninguna relaci�n guardaba con la lucha te�rica
que estaba trazando el programa del movimiento.
A�o y medio despu�s, cuando, bajo la influencia del comienzo
del empuje, la lucha entre los emigrados se hizo m�s aguda que nunca,
el sentimental semibolchevique Gorki se lamentaba en una carta a Lenin
de las "querellas" en el extranjero, la tempestad en un vaso de agua. "En
cuanto a las querellas entre socialdem�cratas -le contest�
Lenin en tono de reprobaci�n-, eso es una queja favorita de los
burgueses, los liberales, los essars, cuya actitud frente a cuestiones
de fondo dista mucho de ser seria, y gustan de ir a remolque de otros,
de jugar a la diplomacia, de sostenerse con eclecticismo..." "La misi�n
de los que comprenden el arraigo que en las ideas encierran tales querellas...
-insist�a en una carta posterior-, es ayudar a la masa a buscar
esas ra�ces, y no justificar a la masa en su tendencia a contemplar
esos debates como "asunto personal de los generales"." "En Rusia ahora
-persist�a Gorki por su parte-, entre los trabajadores hay mucho
de bueno..., la juventud, pero est� muy hostil frente a la emigraci�n..."
Lenin replic�: "Esto es verdad, sin duda. Pero la culpa no es de
los "dirigentes"... Lo que est� roto debe ligarse; pero es de poco
m�rito, aunque in�til, increpar a los l�deres..."
Parece como si en sus reprimidas refutaciones a Gorki estuviese Lenin refutando
con indignaci�n a Stalin.
Una cuidadosa confrontaci�n de las dos cartas de Stalin, que
su autor nunca imagin� expuestas a cotejo, es sumamente valiosa
para ahondar en su car�cter y en sus m�todos. Su actitud
real en cuanto a "principios" se expresa con mucha m�s veracidad
en la segunda carta: "trabajar; el resto vendr� por s� mismo".
Esencialmente, tal era la actitud de m�s de un Conciliador no superdotado.
Stalin recurr�a a las expresiones crudamente desde�osas al
referirse a la "emigraci�n", no s�lo porque la rudeza es
una parte integrante de su naturaleza, sino ante todo por que contaba con
la simpat�a de los pr�cticos, especialmente de Germanov.
Conoc�a bien c�mo era �ste por Golubev, que acababa
de ser deportado desde Mosc�. Las actividades en Rusia iban bastante
mal, la organizaci�n ilegal hab�a declinado hasta lo �nfimo,
y los pr�cticos estaban muy propicios a cargarlo todo sobre los
emigrados por armar tanto ruido sin motivos serios.
Para comprender el objetivo pr�ctico disimulado tras la doble
maniobra de Stalin, recordaremos que Germanov, que hab�a propuesto
varios meses antes la candidatura de Koba para el Comit� Central,
estaba por su parte en relaci�n estrecha con otros conciliadores
de influencia asimismo entre los pr�ceres del Partido. Koba estim�
provechoso demostrar a aquel grupo su solidaridad con �l. Pero le
constaba bien la solidez de la Influencia de Lenin, y por eso comenzaba
con una declaraci�n de su lealtad a los "principios". En su carta
a Par�s se acomodaba a la posici�n irreconciliable de Lenin,
porque Stalin ten�a miedo de Lenin; en su carta a los moscovitas,
los pon�a frente a Lenin, quien "sub�a por la pared" sin
un motivo justo. La primera carta era una absurda reproducci�n de
los art�culos de Lenin contra los conciliadores; la segunda repet�a
los argumentos de �stos contra Lenin. Y todo ello en un lapso de
veinticuatro horas.
Es cierto que la carta al "camarada Sime�n" contiene la cautelosa
frase de que el centro en el extranjero "no lo es todo, ni siquiera lo
principal". "Lo principal es organizar actividades en Rusia." En cambio,
en la carta a los moscovitas se contiene lo que al parecer no es m�s
que una insinuaci�n casual: la actitud de los trabajadores respecto
al bloque Lenin-Plejanov, "por lo que yo s�, es, favorable". Pero
lo que en una carta es rectificaci�n subsidiaria, sirve en la otra
como punto de partida para desarrollar el razonamiento contrario. La finalidad
de los vagos apartes, que casi son reservas mentales, es suavizar la contradicci�n
entre ambas cartas. Aunque, en realidad, lo que hacen es traicionar la
culpable conciencia de su autor.
La t�cnica de cualquier intriga, aunque sea primitiva, es suficiente
dentro de su objetivo. De prop�sito no escribi� directamente
Koba a Lenin, prefiriendo hacerlo a "Sime�n". Esto le permit�a
referirse a Lenin en tono de intimidad admirativa, sin hacer ineludible
para �l calar en lo esencial de la cuesti�n. Sin duda, los
m�viles efectivos de Koba no eran un misterio para Lenin. Pero su
m�todo era el propio de un pol�tico. Un revolucionario profesional
que en el pasado hab�a dado pruebas de fuerza de voluntad y resoluci�n
sent�a ahora anhelos de adelantar dentro de la m�quina del
Partido. Lenin tom� nota de aquello. Por otra parte, tambi�n
Germanov record� que en la persona de Koba los conciliadores tendr�an
un, aliado. As� consigui� sus fines; en todo caso, de momento.
Koba ten�a muchas condiciones para convertirse en un miembro destacado
del Comit� Central. Su ambici�n estaba bien fundada. Pero
eran sorprendentes los m�todos de que se val�a el joven agitador
para acercarse a su meta..., los de duplicidad, falacia y deliberado cinismo.
En la vida de conspiraci�n, las cartas comprometedoras se destru�an;
el contacto personal con gente del extranjero era raro, de modo que Koba
no pod�a temer que sus dos cartas llegasen a ser cotejadas. El m�rito
de haber conservados estos inapreciables documentos humanos para el futuro
pertenece a los censores del servicio de Correos del zar. El 23 de diciembre
de 1925, cuando el r�gimen totalitario estaba a�n lejos de
haber alcanzado su actual automatismo, el peri�dico de Tiflis Zarya
Vostova, tuvo la insensatez de publicar una reproducci�n de la carta
de Koba a los moscovitas, tomada de los archivos polic�acos. �No
es dif�cil imaginarse el rapapolvo que le vali� al malhadado
Consejo de redacci�n semejante traspi�s! Despu�s no
se volvi� a reimprimir la carta, y ni uno solo de los bi�grafos
oficiales vuelve a mencionarla.
A pesar de la terrible necesidad de organizadores, Koba no "se dio
a la fuga en seguida", esto es, no se escap�, sino que esta vez
cumpli� su condena hasta el final. Los peri�dicos conten�an
informaci�n sobre m�tines estudiantiles y manifestaciones
callejeras. No menos de diez mil personas se api�aron en la Perspectiva
Nevsky. Los trabajadores comenzaron a juntarse con los estudiantes. "�No
es �ste el comienzo del cambio?", preguntaba Lenin en un art�culo,
unas semanas antes de recibir la carta que le envi� Koba desde el
destierro. Durante los primeros meses de 1911, el resurgimiento se hizo
indiscutible, pero Koba, que ya ten�a en su haber tres fugas, se
estuvo tranquilo esta vez aguardando el t�rmino de su destierro.
El despertar de la nueva primavera parec�a haberle dejado fr�o.
Recordando sus peripecias de 1905, �tendr�a acaso temor de
una nueva resurrecci�n?
Todos los bi�grafos, sin excepci�n, hacen referencia
a la nueva fuga de Koba. En realidad, no hab�a necesidad de tal
fuga; su destierro caducaba en julio de 1911. El peri�dico Ojrana,
de Mosc�, al mencionar de pasada a Jos� Djugashvili alud�a
a �l esta vez como uno que "cumpl�a su condena de destierro
administrativo en la; ciudad de Solvychegodsk". La Conferencia de los miembros
bolcheviques del Comit� Central, que entretanto se celebraba en
el extranjero, design� una comisi�n especial para preparar
una Conferencia del Partido, y parece ser que Koba entr� a formar
parte de ella con otros cuatro camaradas. Despu�s del destierro,
fue a Bak� y a Tiflis, para agitar a los bolcheviques locales e
inducirlos a participar en la Conferencia. No hab�a entonces organizadores
formales en el C�ucaso, por lo que hubo de empezar desde casi la
nada absoluta. Los bolcheviques de Tiflis aprobaron el llamamiento que
escribi� Koba sobre la necesidad de un partido revolucionario:
"Por desgracia, adem�s de los aventureros pol�ticos,
los provocadores y otra gentualla, los trabajadores avanzados en nuestra
propia causa de reformar nuestro partido socialdem�crata, se ven
obligados a tropezar con un nuevo obst�culo en nuestras filas, a
saber, con gentes de mentalidad burguesa."
Esto se refer�a a los liquidadores. La proclama terminaba con
una met�fora caracter�stica de nuestro autor:
"Las sombr�as nubes sangrientas de la negra reacci�n que
se cierne sobre el pa�s comienzan a dispersarse, comienzan a ser
reemplazadas por las tormentosas nubes del furor y la indignaci�n
del pueblo. El fondo negro de nuestra vida es sacudido por los rel�mpagos,
mientras all� a lo lejos flamea la aurora, y la tempestad se acerca..."
El objeto de aquella proclama era dejar sentada la urgencia de organizar
el grupo de Tiflis y asegurar as� para los poco bolcheviques locales
la participaci�n en la inmediata Conferencia.
Koba abandon� legalmente la provincia de Vologda. Es dudoso
que fuera en condiciones legales del C�ucaso a San Petersburgo:
era costumbre prohibir durante una temporada a los desterrados que viviesen
en ciudades importantes. Pero, con permiso o sin �l, el provinciano
sali� por �ltimo hacia el territorio de la capital. El Partido
comenzaba justamente a despertar de su letargo. Sus mejores elementos estaban
en la prisi�n, en el destierro, o hab�an emigrado. Por esto
precisamente se necesitaba a Koba en San Petersburgo. Pero su primera estancia
en la capital fue breve. S�lo dos meses pasaron entre el fin de
su destierro y su nueva detenci�n, y, de este lapso, tres a cuatro
semanas debi� de invertir en su viaje al C�ucaso. Nada sabemos
acerca de la adaptaci�n de Koba a su nuevo ambiente ni de c�mo
empez� a trabajar en el nuevo marco de actividad.
La �nica reminiscencia de aquel per�odo es la brev�sima
informaci�n que Koba envi� al extranjero relativa a la reuni�n
secreta de los cuarenta y seis socialdem�cratas del distrito de
Viborg. El pensamiento principal de un discurso pronunciado por un prominente
liquidador fue el siguiente: que "en un sentido de partido no se necesitan
organizaciones", pues para la actividad abierta bastaba s�lo con
tener "grupos de iniciaci�n" que se ocuparan de organizar charlas
p�blicas y reuniones legales sobre materias de seguros del Estado,
pol�tica municipal, etc. Seg�n la nota de Koba, este plan
de los liquidadores para adaptarse a la monarqu�a seudoconstitucional
encontr� una cordial resistencia en todos los trabajadores, incluyendo
a los mismos mencheviques. Al final de la reuni�n, todos, con la
excepci�n del orador principal, votaron en favor de un partido revolucionario
ilegal.
Lenin o Zinoviev pusieron a este mensaje de San Petersburgo la siguiente
nota editorial:
"La correspondencia del camarada K merece la m�xima atenci�n
de todos aquellos que aprecien al Partido... No podr�a esperarse
una repulsa mejor a las opiniones y esperanzas de nuestros pacificadores
y conciliadores. �Es excepcional el incidente descrito por el camarada
K? No, es t�pico..."
Sin embargo, raramente "recibe el Partido una informaci�n tan
definida, y por ello damos las gracias al camarada K". Con relaci�n
a este episodio period�stico, la Enciclopedia Sovi�tica escribe:
"Las cartas y los art�culos de Stalin atestiguan la inconmovible
unidad de esfuerzo combativo y l�nea pol�tica que ligaba
a Lenin y al genio que fue su compa�ero de armas."
Para llegar a esta conclusi�n fue necesario publicar una tras
otra varias ediciones de la Enciclopedia, liquidando entretanto a no escaso
n�mero de editores.
Alliluyev, nos refiere que un d�a de primeros de setiembre,
al regresar a su casa, observ� que hab�a esp�as en
la puerta, y al subir la escalera hacia su piso, encontr� all�
a Stalin y a otro bolchevique georgiano. Cuando Alliluyev les habl�
de la "cola" que dejaba abajo, Stalin contest�, no muy cort�smente:
"Y eso, �qu� te importa...? �Algunos camaradas se est�n
volviendo unos zamacucos, unos burgueses asustadizos! " Pero los esp�as
resultaron serlo efectivamente. El 9 de setiembre detuvieron otra vez a
Koba, y el 22 de diciembre ya estaba en su lugar de destierro; esta vez
la capital de la provincia de Vologda, es decir, en mejores condiciones
que antes. Es probable que este destierro fuese s�lo como castigo
por estancia ilegal en San Petersburgo.
El Centro bolchevique del extranjero continuaba enviando emisarios
a Rusia para preparar la Conferencia. El contacto entre los grupos socialdem�cratas
locales se fue estableciendo lentamente, y se interrump�a con frecuencia.
Sin embargo, la simpat�a con que la idea de celebrar una Conferencia
era acogida por los trabajadores progresivos mostr�, desde luego,
seg�n dice Olminsky, que "los trabajadores toleraban simplemente
el liquidacionismo, pero por dentro estaban muy lejos de desearlo". A pesar
de las circunstancias extraordinariamente dif�ciles, los emisarios
consiguieron ponerse en contacto con un gran n�mero de grupos locales
clandestinos. "Era como una r�faga de aire fresco", escrib�a
el mismo Olminsky.
A la Conferencia convocada en Praga el 5 de enero de 1912 asistieron
quince delegados de una veintena de organizaciones ilegales, en su mayor
parte poco numerosas. Los informes de los delegados ofrec�an un
cuadro bastante claro de la situaci�n del Partido; las pocas organizaciones
locales se compon�an casi exclusivamente de bolcheviques, con una
gran proporci�n de provocadores que traicionaban la organizaci�n
tan pronto como empezaba a sostenerse en pie. Particularmente sombr�a
era la situaci�n en el C�ucaso. "No hay organizaci�n
de ning�n g�nero en Chiatury -informaba Ordzhonikidze acerca
del �nico punto industrial de Georgia-. Ni tampoco la hay en Batum."
En Tiflis "sucede lo mismo. Durante estos �ltimos a�os no
hubo una simple octavilla ni trabajo ilegal en absoluto...". A pesar de
la evidente flaqueza de los grupos locales, la Conferencia reflej�
el nuevo esp�ritu de optimismo. Las masas iban poni�ndose
en movimiento, y el Partido sent�a el viento propicio en su velamen.
Las decisiones adoptadas en Praga se�alaron la ruta al Partido
por una larga temporada. En primer lugar, la Conferencia reconoci�
como necesario crear n�cleos socialdem�cratas rodeados por
una red tan extensa como fuese posible de toda �ndole de asociaciones
obreras legales. La mala cosecha, que hizo padecer hambre a veinte millones
de campesinos, confirm� una vez m�s, seg�n la Conferencia,
"la imposibilidad de conseguir ninguna clase de desenvolvimiento burgu�s
en Rusia mientras su pol�tica estuviese dirigida... por la clase
de terratenientes de mentalidad feudal". "La tarea de la conquista del
Poder por el proletariado, dirigiendo a los campesinos, es, como siempre,
la tarea de la revoluci�n democr�tica en Rusia." La Conferencia
declar� fuera del Partido a la facci�n de los liquidadores,
y apelaba a todos los socialdem�cratas, "sin distinci�n de
tendencias ni matices", para declarar la guerra a los liquidadores en nombre
de la reconstituci�n del Partido ilegal. Habi�ndose desarrollado
por completo sin intervenci�n de los mencheviques, la Conferencia
de Praga inici� la era de la existencia independiente del partido
bolchevique, con su propio Comit� Central.
La Historia nov�sima del Partido, publicada en 1938 bajo la
direcci�n editorial de Stalin, afirma:
"Los miembros de aquel Comit� Central eran Lenin, Stalin, Ordzhonikidze,
Sverdlov, Goloschekin y otros. Stalin y Sverdlov fueron elegidos en ausencia,
pues por entonces estaban deportados."
Pero en la colecci�n oficial de documentos del Partido (1926)
leemos:
"La Conferencia eligi� un nuevo Comit� Central, compuesto
de Lenin, Zinoviev, Ordzhonikidze, Spandaryan, V�ctor (Ordinsky),
Malinovsky y Goloschekin."
La Historia no incluye en el Comit� Central a Zinoviev ni al
provocador Malinovsky, pero s� a Stalin, que no estaba en la antigua
lista. La explicaci�n de este enigma puede proyectar alguna claridad
sobre la posici�n de Stalin en el Partido por aquellos d�as,
as� como sobre los actuales m�todos de historiograf�a
moscovita. En realidad, Stalin no fue elegido en la Conferencia, sino que
le hicieron miembro del Comit� Central poco despu�s de ella,
por medio de lo que se llamaba cooptaci�n. La mencionada fuente
oficial lo dice bien claramente:
"M�s tarde, los camaradas Koba (Djugashvili-Stalin) y Vladimir
(Belostotsky, antiguo obrero de los talleres Putilov) entraron por cooptaci�n
en el Comit� Central."
Asimismo, de acuerdo con los materiales de la Ojrana, de Mosc�,
Djugashvili fue elegido miembro del Comit� Central despu�s
de la Conferencia, a base del derecho de cooptaci�n reservado para
los miembros del mismo. La misma informaci�n se halla en todos los
libros de consulta del Soviet, sin excepci�n, hasta el a�o
1929, en que se public� fa instrucci�n de Stalin, que revolucion�
toda la ciencia hist�rica. En la publicaci�n conmemorativa
de 1937 dedicada a la Conferencia, leemos:
"Stalin no pudo participar en los trabajos de la Conferencia de Praga
porque a la saz�n estaba confinado en Solvychegodsk. Por entonces,
Lenin y el Partido conoc�an ya a Stalin como dirigente de importancia...
Por eso, de acuerdo con la proposici�n de Lenin, los delegados a
la Conferencia eligieron a Stalin para el Comit� Central, en ausencia."
La cuesti�n de si Stalin fue elegido en la Conferencia o designado
m�s tarde por cooptaci�n del Comit� Central, puede
parecer de escasa importancia. Pero no es as� en realidad. Stalin
deseaba ser nombrado miembro del Comit� Central. Lenin cre�a
necesario que se le nombrara. La selecci�n de candidatos disponibles
era tan limitada que hasta segundas figuras entraron a formar parte del
Comit� Central. Y, sin embargo, Koba no fue elegido. �Por
qu�? Lenin estaba lejos de ser un dictador en su Partido. Adem�s,
un Partido revolucionario no hubiera tolerado dictaduras. Despu�s
de algunas negociaciones preliminares con los delegados, Lenin, por lo
visto, juzg� m�s conveniente no plantear la candidatura de
Koba. "Cuando en 1912, Lenin llev� a Stalin al Comit� Central
del Partido -escribe Dmitrievsky-, produjo indignaci�n. Nadie se
opuso abiertamente. Pero entre ellos se manifestaron disgustados." La informaci�n
del antiguo diplom�tico, que por lo general no merece cr�dito,
tiene inter�s no obstante por reflejar recuerdos y chismes burocr�ticos.
Indudablemente Lenin tropez� con una oposici�n seria. S�lo
pod�a hacer una cosa: esperar a que la Conferencia terminase y acudir
luego al peque�o c�rculo dirigente, que, o bien confiaba
en la recomendaci�n de Lenin o compart�a su apreciaci�n
respecto al candidato. As� entr� por primera vez Stalin en
el Comit� Central, por la puerta trasera.
La historia relativa a la organizaci�n interna del Comit�
Central ha sufrido metamorfosis an�logas.
"El Comit� Central..., a propuesta de Lenin, cre� un
bur� del Comit� Central, presidido por el camarada
Stalin, para guiar la actividad del Partido en Rusia. Adem�s de
Stalin, formaban parte del bur� ruso del Comit� Central,
Sverdlov, Spandaryan, Ordzhonikidze y Kalinin."
As� lo dice Beria, a quien, mientras estaba yo redactando este
cap�tulo, nombraba Stalin jefe de su polic�a secreta; sus
esfuerzos eruditos no quedaron as� sin recompensa. En vano buscar�amos,
en cambio, una confirmaci�n documental de tal aserto, que se repite
en la �ltima Historia. En primer lugar, nadie era designado "presidente"
de instituciones del Partido: no exist�a en absoluto tal m�todo
de elecci�n. Seg�n los viejos libros oficiales de referencia,
el Comit� Central un "Bur� o Comisi�n compuesta de
Ordzhonikidze, Spandaryan, Stalin y Goloschekin". La misma lista figura
tambi�n en las notas a las obras de Lenin. Entre los papeles de
la Ojrana, de Mosc�, los primeros tres ("Timogei, Sergo y Koba")
se mencionan como miembros, del Bur� ruso del Comit� Central
por sus alias. No carece de inter�s que en todas las listas antiguas
figure siempre Stalin en �ltimo o pen�ltimo lugar, lo que
no hubiera sucedido, desde luego, de haber sido colocado "a la cabeza"
o nombrado "presidente". Goloschekin, expulsado de la m�quina del
Partido en una de �ltimas purgas, fue asimismo borrado del Bur�
en 1912, ocupando su puesto el afortunado Kalinin. La Historia se vuelve
arcilla, en manos del alfarero.
El 24 de febrero, Ordzhonikidze inform� a Lenin que en Vologda
hab�a visitado a Ivanovich (Stalin): "Legamos a un acuerdo completo.
Est� satisfecho del giro que tomaron las cosas." Esto se refiere
a la decisi�n de la Conferencia de Praga. Koba se enter�
de que, por fin, hab�a sido elegido por cooptaci�n miembro
del "centro" reci�n creado. El 28 de febrero se escap� del
destierro, en su nueva calidad de miembro del Comit� Central. Despu�s
de una breve estancia en Bak�, sigui� hasta San Petersburgo.
Dos meses antes hab�a cumplido treinta y dos a�os.
La promoci�n de Koba del palenque provincial al nacional, coincidi�
con el resurgir del movimiento obrero y el desarrollo relativamente extenso
de la Prensa obrera. Por presi�n de las fuerzas clandestinas, las
autoridades zaristas perdieron su aplomo al principio. La mano del censor
flaqueaba. Las posibilidades legales se hicieron m�s amplias. El
bolchevismo se lanz� a la plaza p�blica, al principio con
un semanario, y luego con un diario. Al punto aumentaron las ocasiones
y los modos de influir sobre los trabajadores. El Partido continuaba en
la sombra, pero los cuadros de redacci�n de sus peri�dicos
se convirtieron por el momento en los mandos legales de la revoluci�n.
El nombre de la Pravda en San Petersburgo, dio color a todo un per�odo
del movimiento obrero, en que comenz� a llamarse a los bolcheviques
pravdistas. Durante los dos a�os y medio de existencia del peri�dico,
el Gobierno lo suspendi� ocho veces, pero cada vez reaparec�a
bajo un nombre similar. En algunas de las cuestiones m�s decisivas,
Pravda se ve�a a menudo obligada a contenerse con rebajas e insinuaciones.
Pero sus agitaciones y proclamas clandestin�4 dec�an con
toda claridad lo que abiertamente era forzoso falsear o callar. Adem�s,
entretanto, los obreros avanzados hab�an aprendido a leer entre
l�neas. Una circulaci�n de cuarenta mil ejemplares puede
parecer demasiado modesta comparada con las cifras usuales en Europa occidental
o en Norteam�rica; pero en la hipersensibilidad ac�stica
pol�tica de la Rusia zarista, el peri�dico bolchevique, por
medio de sus suscriptores directos y de sus lectores, hallaba un eco propicio
entre cientos de miles de trabajadores. As� la joven generaci�n
revolucionaria se agrup� en torno a Pravda bajo la direcci�n
de aquellos veteranos que hab�an resistido los a�os de redacci�n.
"La Pravda de 1912 estaba sentando los cimientos de la victoria del bolchevismo
en 1017", escribi� m�s tarde Stalin, aludiendo a su propia
participaci�n en aquella actividad.
Lenin, a quien todav�a no hab�a llegado la noticia de
la fuga de Stalin, se quejaba el 15 de marzo: "Nada de Ivanovich..., �qu�
le ocurre? �D�nde est�? �C�mo se encuentra...?"
Hab�a escasez de hombres. No se dispon�a de personas apropiadas,
ni siquiera en la capital. En la misma carta, Lenin escrib�a que
era "endiabladamente" necesaria una persona ilegal en San Petersburgo,
"porque las cosas no marchan bien all�. Hay una guerra dura y terrible.
No tenemos informaci�n ni direcci�n, ni inspecci�n
del peri�dico". "Lenin estaba sosteniendo "una guerra dura y terrible"
en el Consejo de redacci�n de Zvezda (La Estrella), que titubeaba
en librar batalla a los liquidadores. "Apresuraos a luchar con Zhivoye
Dyelo (La Causa Vital), peri�dico de los liquidadores, y el triunfo
est� asegurado. De otro modo, pasaremos grandes apuros. No os asust�is
de las pol�micas..." Lenin insist�a de nuevo en marzo de
1912. Aqu�l era el motivo cardinal de todas sus cartas por aquellos
d�as.
"�Qu� ocurre? �D�nde est�? �C�mo
se encuentra?", podemos repetir muy bien con Lenin. La misi�n real
de Stalin (como de costumbre, tras la cortina) no es f�cil de determinar:
hay que examinar a fondo hechos y documentos. Sus deberes como miembro
del Comit� Central en San Petersburgo (esto es, como uno de los
dirigentes oficiales del Partido) abarcaban, naturalmente, la Prensa ilegal
tambi�n. Pero antes de las instrucciones a los "historiadores",
tal circunstancia qued� relegada a un olvido absoluto. La memoria
colectiva tiene sus propias leyes, que no siempre coinciden con los reglamentos
del Partido. Zvezda se fund� en diciembre de 1910, cuando se hicieron
notar los primeros indicios del resurgimiento. "Lenin, Zinoviev y Kamenev
-consigna la noticia oficial- estaban muy estrechamente asociados, disponiendo
lo necesario para publicarlo y editarlo desde el extranjero." El cuadro
de redacci�n de las obras de Lenin menciona a once personas entre
sus colaboradores principales en Rusia, olvid�ndose de incluir a
Stalin entre ellos. Pero no hay duda de que pertenec�a a la redacci�n
del peri�dico en virtud de su posici�n influyente.
El mismo olvido (hoy podr�a denominarse sabotaje de memoria)
es caracter�stico de todas las antiguas Memorias y obras de referencia.
Incluso en una edici�n especial que en 1927 dedic� Pravda
a su propio XV aniversario, ni un solo art�culo, ni el editorial
siquiera, cita el nombre de Stalin. Estudiando las viejas publicaciones,
llega uno hasta dudar de sus propios ojos.
La �nica excepci�n se encuentra en las valiosas Memorias
de Olminsky, uno de los m�s �ntimamente asociados con Zvezda
y Pravda, quien describe la misi�n de Stalin con las siguientes
palabras:
"Stalin y Sverdlov aparecieron en San Petersburgo varias veces despu�s
de haber escapado del destierro... La presencia de ambos en San Petersburgo
(hasta su nueva detenci�n) fue breve, pero cada vez consigui�
producir considerable efecto en el trabajo del peri�dico, la facci�n,
etc."
Esta sencilla afirmaci�n, incorporada adem�s no al texto
principal, sino en una nota al pie, probablemente caracteriza la situaci�n
con gran exactitud. Stalin sol�a presentarse de vez en cuando en
San Petersburgo por temporadas cortas, apremiando a la organizaci�n,
a la facci�n de la Duma, al peri�dico, para desaparecer luego.
Sus apariciones eran excesivamente transitorias, y su influencia muy del
estilo de la maquinaria del Partido, y sus ideas y art�culos demasiado
vulgares para haber dejado una impresi�n perdurable en la memoria
de nadie. Cuando la gente escribe Memorias sin que nadie le coaccione,
no recuerda las funciones oficiales de los bur�cratas, sino la actividad
vital del pueblo que alienta, hechos reales, f�rmulas tajantes,
proposiciones originales. Stalin no se distingui� por nada de esto.
No es extra�o que la copia gris no se recordase al lado del v�vido
original. Ciertamente, Stalin no se limitaba a parafrasear a Lenin. Ligado
por su apoyo a los conciliadores, continu� ateni�ndose simult�neamente
a las dos l�neas que nos son familiares por sus cartas de Solvychegodsky:
con Lenin contra los liquidadores; con los conciliadores, contra Lenin.
La primera pol�tica era descarada, y subterr�nea la otra.
Tampoco la lucha de Stalin contra el Centro de los emigrados inspir�
a los autores de Memorias, aunque por una raz�n diferente: todos
ellos, activa o pasivamente, tomaron parte en la "conspiraci�n"
de los conciliadores contra Lenin, y por eso prefieren dar vuelta r�pida
a esa p�gina de la historia del Partido. S�lo despu�s
de 1929, la posici�n oficial de Stalin como presentante del Comit�
Central se convirti� en base de la nueva interpretaci�n del
per�odo hist�rico anterior a la guerra.
Stalin no pod�a haber dejado la impronta de su personalidad
en el peri�dico por la sencilla raz�n de que no es periodista
por naturaleza. Desde abril de 1912 a febrero de 1913, seg�n los
c�lculos de uno de sus �ntimos asociados, public�
en la Prensa bolchevique "no menos de una veintena de art�culos",
que vienen a ser dos art�culos mensuales por t�rmino medio.
Y eso en la pleamar de los acontecimientos, cuando la vida planteaba nuevos
problemas cada d�a de excitaci�n. Verdad es que en el curso
de aquel a�o pas� Stalin casi seis meses desterrado. Pero
era m�s f�cil colaborar en Pravda desde Solvychegodsk o Vologda
que desde Cracovia, de donde Lenin y Zinoviev enviaban art�culos
y cartas a diario. La pereza, una desordenada cautela, la falta absoluta
de recursos literarios, y, finalmente, una indolencia oriental extrema
se combinaban para mantener la pluma de Stalin poco menos que improductiva.
Sus art�culos, algo m�s firmes de tono que durante los a�os
de la primera Revoluci�n, continuaban ostentando el sello indeleble
de la mediocridad.
"A continuaci�n de las manifestaciones econ�micas de
los trabajadores -escrib�a Zvezda el 15 de abril-, vinieron sus
manifestaciones pol�ticas. Tras las huelgas por subida de salarios,
vinieron protestas, m�tines, huelgas pol�ticas fundadas en
los atropellos del Lena... No hay duda de que las fuerzas subterr�neas
del movimiento liberador han comenzado a actuar. �Os saludamos, primeras
golondrinas!"
La imagen de las "golondrinas" como s�mbolo de "las fuerzas
subterr�neas" es t�pica del estilo de nuestro autor. Pero,
despu�s de todo, est� claro lo que quiere decir. Sacando
"conclusiones" de los llamados "sucesos del Lena", Stalin analiza (como
siempre, esquem�ticamente, sin mirar la realidad viviente) la conducta
del Gobierno y de los partidos pol�ticos, acusa a la burgues�a
de derramar "l�grimas de cocodrilo" por el fusilamiento de los indefensos
trabajadores, y concluye con esta adminici�n: "Ahora que ya ha pasado
la primera oleada de la crecida, las fuerzas tenebrosas que han tratado
de ocultarse tras una cortina de l�grimas de cocodrilo, comienzan
de nuevo a dejarse ver." A pesar del llamativo efecto de esta met�fora,
"la cortina de l�grimas de cocodrilo", que parece particularmente
singular en contraste con el fondo m�s bien llano del texto, el
art�culo hace constar en l�neas generales lo que aproximadamente
hab�a que decir y que veintenas de otros hubieran dicho tambi�n.
Pero es justamente la "tosquedad" de su exposici�n (no s�lo
de su estilo, sino del mismo an�lisis) lo que hace la lectura de
los escritos de Stalin tan insoportable como la m�sica discordante
a un o�do delicado. En una proclama ilegal escrib�a:
"Es hoy, el d�a 1.º de mayo, cuando la Naturaleza despierta
del sopor invernal, los bosques y las monta�as est�n cubiertos
de c�sped, los campos y las praderas tapizados de flores, y el sol
comienza a calentar con m�s intensidad, y el gozo de la renovaci�n
se siente en el aire, mientras la Naturaleza se entrega a la danza y a
la alegr�a; es precisamente hoy cuando los trabajadores decidieron
proclamar ante el mundo que ellos traen a la Humanidad primavera y liberaci�n
de los grillos del capitalismo... El oc�ano del movimiento obrero
se extiende cada vez m�s... El mar de la c�lera proletaria
se agita en encrespadas olas... Seguros de su victoria, fuertes y serenos,
marchan arrogantes por la ruta hacia la tierra prometida, por la ruta hacia
el socialismo esplendoroso." Aqu� tenemos la revoluci�n de
San Petersburgo hablando en el lenguaje de las homil�cticas de Tiflis.
La oleada de huelgas se dilat�, y se multiplicaron los contactos
con los trabajadores. El semanario ya no pudo hacer frente a las necesidades
del movimiento. Zvezda comenz� a recoger dinero para un peri�dico
diario. "A fines del invierno de 1912 -escribe el antiguo diputado Poletayev-,
Stalin, que hab�a huido del destierro, lleg� a San Petersburgo.
La labor de organizar un peri�dico obrero se hizo m�s intensa."
En su art�culo de 1922 sobre el X aniversario de Pravda, Stalin
mismo escrib�a:
"Era a mediados de abril de 1912, por la noche, en la morada de Poletayev,
donde dos diputados de la Duma (Pokrovsky y Poletayev), dos literatos (Olminsky
y Baturin) y yo, miembro del Comit� Central..., nos pusimos de acuerdo,
sobre el programa de Pravda y dispusimos la primera edici�n del
peri�dico."
La responsabilidad de Stalin en cuanto al programa de Pravda resulta
as� reconocida por �l mismo. La esencia de aquel programa
puede concretarse en las palabras: "trabajo; el resto vendr� por
s� mismo". Cierto es que Stalin fue detenido el 22 de abril, fecha
de salida del primer n�mero de Pravda. Pero durante casi tres meses,
Pravda se mantuvo fiel al programa elaborado de acuerdo con Stalin. La
palabra "liquidador" se suprimi� en el l�xico del peri�dico.
"Una guerra inconciliable con el liquidacionismo era indispensable
-escribe Krupskaia-. Por eso estaba Vladimiro Ilich tan inquieto cuando,
desde el primer momento, Pravda suprimi� persistentemente en sus
columnas toda pol�mica con los liquidadores. Escribi� cartas
airadas a Pravda." Una parte de ellas (evidentemente, s�lo una peque�a
parte) ha logrado ver la luz. "En ocasiones, aunque esto era raro -se lamenta
en otro lugar-, los art�culos de Ilich se perd�an sin dejar
rastro. Otras veces, sus art�culos eran retenidos, no se publicaban
en el acto. Y entonces era cuando Ilich se pon�a nervioso y escrib�a
a Pravda cartas inflamadas, por cierto sin gran fruto."
La lucha con el cuadro de redacci�n de Pravda fue una continuaci�n
directa de la sostenida con el de Zvezda. "Es nocivo, desastroso y rid�culo
ocultar las diferencias de opini�n a los trabajadores", escrib�a
Lenin el 11 de julio de 1912. Unos d�as despu�s ped�a
que el secretario del Consejo de redacci�n, Molotov, el actual vicepresidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo y Comisario popular de Negocios Extranjeros,
explicara por qu� el peri�dico "suprime persistente y sistem�ticamente
de mis art�culos y de los de otros colegas toda menci�n de
los liquidadores". Entretanto, se aproximaban las elecciones para la cuarta
Duma. Lenin advert�a: "Las elecciones en las asambleas de trabajadores
de San Petersburgo ir�n sin duda acompa�adas por una lucha
en toda la l�nea contra los liquidadores. �sta habr�
de ser la decisi�n m�s vital para los trabajadores avanzados.
�Y, sin embargo, su peri�dico continuar� mudo, soslayando
la palabra "liquidador"...! Esquivar estas cuestiones es tanto como suicidarse."
Desde su retiro de Cracovia, Lenin se daba perfecta cuenta de la t�cita,
pero persistente conspiraci�n de los prebostes conciliadores del
Partido. Pero estaba firmemente convencido de que ten�a raz�n.
La r�pida reavivaci�n del movimiento obrero estaba obligada
a plantear francamente los problemas fundamentales de la revoluci�n,
dejando sin puntos de apoyo no s�lo a los liquidadores, sino tambi�n
a los conciliadores. La fortaleza de Lenin no estaba tanto en su habilidad
para construir una m�quina (aunque sab�a hacerlo tambi�n),
como en su aptitud para utilizar en el cr�tico momento la energ�a
viviente de las masas a fin de vencer las limitaciones y la caracter�stica
conservadora, de toda m�quina pol�tica. As� ocurri�
tambi�n en este caso. Ante la creciente presi�n de los trabajadores
y el l�tigo de Cracovia, Pravda, a rega�adientes y entre
continuos remoloneos, comenz� a abandonar su posici�n de
neutralidad dilatoria.
Stalin pas� poco m�s de dos meses en la c�rcel
de San Petersburgo. El 2 de julio, sali� de all� para su
nuevo destierro de cuatro a�os, esta vez al otro lado de los Urales,
en la parte septentrional de la provincia de Tomsk, regi�n de Narym,
famosa por sus bosques, lagos y pantanos. Vereshchak, a quien ya conocemos,
volvi� a coincidir con Koba en la aldea de Kolpashevo, donde el
�ltimo pas� varios d�as en ruta para su destierro.
All� estaban Sverdlov, I. Smirnov, Lashevich, todos ellos bolcheviques
cl�sicos. No era f�cil predecir entonces que Lashevich fuese
a morir deportado por Stalin, y Smirnov fusilado por orden suya, y que
s�lo una muerte prematura salvar�a a Sverdlov de un sino
an�logo. "La llegada de Stalin a la regi�n de Narym -escrib�a
Vereshchak- aviv� la actividad de los bolcheviques y se se�al�
por un peque��simo n�mero de fugas." Despu�s
de otros, el mismo Stalin se escap� tambi�n. "Se fue casi
de descaradamente en el primer vapor de primavera..." En realidad, la fuga
de Stalin tuvo lugar a fines de verano. Era la cuarta vez que se escapaba.
Despu�s de volver a San Petersburgo, el 12 de setiembre, encontr�
all� las cosas considerablemente alteradas. Hab�a en curso
huelgas tumultuosas. Los trabajadores aflu�an a las calles con consignas
revolucionarias. La pol�tica de los mencheviques estaba totalmente
desacreditada. La influencia de Pravda aumentaba por momentos. Adem�s,
las elecciones a la Duma se acercaban. Ya se hab�a marcado desde
Cracovia en tono para la campa�a electoral, y escogido las bases
de argumentaci�n. Los bolcheviques consagrados a las elecciones
luchaban separados de los liquidadores y en contra de �stos. Los
trabajadores hab�an de confundirse en un solo grupo bajo la bandera
de las tres consignas principales de la revoluci�n democr�tica:
rep�blica, jornada de ocho horas y confiscaci�n de las fincas
r�sticas. Liberar a los peque�oburgueses dem�cratas
de la influencia de los liberales, atraer a los campesinos al lado de los
obreros..., tales eran las ideas capitales del programa electoral de Lenin.
Combinando una minuciosa atenci�n a los detalles con un vuelo audaz
de pensamiento, Lenin era pr�cticamente el �nico marxista
que hab�a estudiado a fondo todas las posibilidades y trampas de
la ley electoral de Stolypin. Despu�s de inspirar pol�ticamente
la campa�a para las elecciones, la dirig�a t�cnicamente
un d�a tras otro. Para ayudar a San Petersburgo, enviaba desde el
extranjero art�culos e instrucciones, preparaba concienzudamente
a emisarios.
Safarov, hoy uno de los ausentes, en su viaje de Suiza a San Petersburgo,
durante la primavera de 1912, se detuvo en Cracovia, donde se enter�
de que Inessa, un conspicuo activista del Partido muy adicto a Lenin, iba
tambi�n a la capital para tomar parte, en la campa�a de las
elecciones. "Durante un par de d�as, por lo menos, Lenin nos llen�
bien la cabeza de instrucciones." La elecci�n de los representantes
de las asambleas de trabajadores en San Petersburgo se hab�a fijado
para el 16 de setiembre. Inessa y Safarov fueron detenidos el 14. "Pero
la polic�a no sab�a a�n -escrib�a Krupskaia-
que Stalin, huido del destierro, acababa de llegar el 12. Las elecciones
a compromisarios de los trabajadores fueron un gran �xito." Krupskaia
no dijo "gracias a Stalin". Se limit� a poner dos frases juntas,
como medida de autodefensa pasiva. "En m�tines extempor�neos
celebrados en diversas f�bricas -leemos en una nueva edici�n
de las Memorias del diputado de la primera Duma, Badayev (pues no consta
en la primera edici�n)-, Stalin, que acababa de escaparse del destierro
en Narym, habl�." Seg�n Alliluyev, que escribi� sus
Memorias ya en 1937, "Stalin tuvo a su cargo directo toda la enorme campa�a
electoral para la cuarta Duma... Como viv�a ilegalmente en San Petersburgo,
sin un cobijo permanente definido, y no queriendo molestar a ninguno de
sus �ntimos camaradas durante las altas horas de la noche, despu�s
de un mitin de trabajadores que se hab�a demorado y tambi�n
a causa de consideraciones de orden conspiratorio, Stalin sol�a
pasar el resto de la noche en alguna taberna, tomando un vaso de t�".
Tambi�n all� se las arreglaba a veces "para dar unas cabezadas,
sentado en la taberna que ol�a a humo de majorka (tabaco malo)".
Stalin no pudo ejercer gran influencia en el resultado de las elecciones
durante las primeras fases de la campa�a, cuando era necesario ponerse
en contacto directo con los votantes, no s�lo porque era un orador
mediocre, sino porque no tuvo m�s que cuatro d�as disponibles.
Lo compens� desempe�ando un papel importante en las siguientes
fases del complicado sistema electoral, siempre que era necesario desplegar
a los representantes de los trabajadores y manejarlos tirando de los hilos
desde detr�s de la cortina, contando con el aparato ilegal. En aquella
actividad, Stalin se mostr� indudablemente m�s apto que nadie.
Un documento importante de la campa�a electoral era "la instrucci�n
de los trabajadores de San Petersburgo a su diputado". En la primera edici�n
de sus Memorias, Badayev manifiesta que dicha instrucci�n fue fruto
colectivo, aunque la �ltima mano fuese de Stalin, como representante
del Comit� Central... "Creemos -se dice en la instrucci�n-
que Rusia vive en v�speras de inminentes movimientos de masas, probablemente
mucho m�s fundamentales que los de 1905... Como en 1905, el iniciador
de estos movimientos ser� la clase m�s progresiva de la sociedad
rusa, el proletariado ruso. Su aliado s�lo puede ser el sufrido
trabajador del campo, profundamente interesado por la liberaci�n
de Rusia." Lenin escribi� a Pravda, al Consejo de redacci�n:
"Publicad sin falta... esta instrucci�n... en caracteres grandes
y en sitio preferente." La asamblea de representantes provinciales adopt�
la instrucci�n bolchevique por una enorme mayor�a de votos.
En aquellos agitados d�as, Stalin figur� tambi�n m�s
activamente como publicista; cont� cuatro art�culos suyos
en Pravda en una sola semana.
Los resultados de las elecciones en San Petersburgo, como en todos
los distritos industriales, en general, fueron muy favorables. Los candidatos
bolcheviques fueron elegidos en seis de las provincias m�s importantes,
que comprend�an en conjunto unas cuatro quintas partes de la clase
trabajadora. Los siete liquidadores s�lo tuvieron los votos de la
peque�a burgues�a de las ciudades. "En contraste con las
elecciones de 1907 -escrib�a Stalin en su correspondencia al �rgano
central publicado en el extranjero-, las elecciones de 1912 coincidieron
con el resurgir revolucionario entre los trabajadores." Precisamente por
esta raz�n, los obreros, que estaban muy lejos de la tendencia boicotista,
lucharon activamente por sus derechos de sufragio. La Comisi�n gubernamental
hizo un intento de invalidar las elecciones en algunas de las m�s
importantes f�bricas de San Petersburgo. Los obreros contrarrestaron
la tentativa con una huelga un�nime, de protesta, que consigui�
su prop�sito. "No es superfluo a�adir -contin�a diciendo
el autor de esta correspondencia- que la iniciativa en esta campa�a
electoral fue la del representante del Comit� Central." Aqu�
la referencia es del mismo Stalin. Sus conclusiones pol�ticas respecto
a dicha campa�a eran: "La Socialdemocracia revolucionaria vive y
es potente; �sta es la primera conclusi�n. Los liquidadores
est�n en plena quiebra pol�tica; �sta es la segunda
conclusi�n." Y era verdad.
Los siete mencheviques, m�s bien intelectuales, trataron de
situar a los seis bolcheviques, trabajadores con poca experiencia pol�tica,
bajo su control. A fines de noviembre, Lenin escribi� personalmente
a Wassilyev (Stalin): "Si los seis nuestros proceden de las asambleas de
trabajadores, no deben someterse en silencio a una partida de siberianos.
Los seis deben manifestarse con una protesta categ�rica, si tratan
de dominarlos..." La respuesta de Stalin a aquella carta, como a otras,
sigue guardada bajo siete llaves. Pero la llamada de Lenin no encontr�
simpat�a; los mismos seis estaban por la unidad con los liquidadores,
que hab�an sido declarados "fuera del Partido" por encima de su
propia independencia pol�tica. En una resoluci�n especial
publicada en Pravda, la facci�n unida reconoc�a que "la unidad
de la Socialdemocracia es una urgente necesidad", se pronunciaba en favor
de fusionar Pravda con el peri�dico de los liquidadores, Lootch'
(El Rayo), y a modo de paso en tal direcci�n recomendaba a todos
sus miembros que colaborasen en ambos peri�dicos. El 18 de diciembre,
el menchevique Lootch' publicaba triunfalmente los nombres de los cuatro
diputados bolcheviques (por haber rehusado los otros dos) en su lista de
colaboradores; los nombres de los miembros de la facci�n menchevique
se publicaron a la vez en lo m�s alto de Pravda. De nuevo hab�a
ganado el conciliatorismo, lo que en esencia significaba una derrota para
el esp�ritu y la letra de la Conferencia de Praga.
Pronto apareci� en la lista de colaboradores de Lootch' otro
nombre m�s: el de Gorki. Aquello hac�a pensar en una conjura.
"�Y c�mo ocurri� que usted se uniera con Lootch'???
-escrib�a Lenin a Gorki, con tres signos de interrogaci�n-.
�Es posible que vaya siguiendo las huellas de los diputados? �Pero
es que ellos han ca�do sencillamente en una trampa!" Stalin estaba
en San Petersburgo durante este ef�mero triunfo de los conciliadores,
ejerciendo el control del Comit� Central sobre la facci�n
y sobre Pravda. Nadie ha dicho una palabra relativa a su protesta contra
decisiones que asestaban un cruel golpe a la pol�tica de Lenin,
se�al cierta de que tras las escenas de las maniobras conciliatorias
se ocultaba el mismo Stalin. Justificando despu�s su culpable conducta,
el diputado Badayev escrib�a: "Como en todas las dem�s ocasiones,
nuestra decisi�n... se tom� de acuerdo con la actitud de
los c�rculos del Partido en que tuvimos entonces ocasi�n
de tratar de nuestras actividades..." Esta excusa indirecta alude al Bur�
del Comit� Central en San Petersburgo, y en primer t�rmino
a Stalin. Badayev solicita en tono circunspecto que el desdoro no se desv�e
de los dirigentes a los dirigidos.
Hace varios a�os se observ� en la Prensa sovi�tica
que no se hab�a aclarado bastante la historia de la lucha interna
de Lenin con la fracci�n de la Duma y con el cuadro de redacci�n
de Pravda. En estos �ltimos arios se ha hecho lo posible por hacer
m�s dif�cil tal esclarecimiento. Todav�a no se ha
publicado por completo la correspondencia de Lenin relativa a aquel per�odo
cr�tico. A disposici�n de los historiadores s�lo estaban
los documentos que por una u otra raz�n han salido de los archivos
antes de instituirse el control totalitario. Sin embargo, aun de estos
fragmentos diseminados se destaca un cuadro intachable. La hura��a
de Lenin s�lo era el reverso de su perspicacia realista. Insist�a
en la divisi�n por la l�nea que en �ltima instancia
hab�a de convertirse en la l�nea de batalla de la guerra
civil. El empirista Stalin era incapaz, por constituci�n, de asumir
un punto de vista de gran amplitud. En�rgicamente combati�
a los liquidadores durante la campa�a electoral para conseguir sus
propios diputados; se trataba de asegurar un importante punto de apoyo.
Pero una vez realizada aquella tarea de organizaci�n, no conceptuaba
necesario levantar otra "tempestad en un vaso de agua", especialmente en
vista de que incluso los mencheviques, bajo la influencia de la marejada
revolucionaria, parec�an dispuestos a hablar un lenguaje diferente.
�En verdad, no val�a la pena de "trepar por la pared"! En
cuanto a Lenin, toda su pol�tica se encaminaba a la educaci�n
revolucionaria de las masas. La lucha de la campa�a electora nada
significaba para �l mientras despu�s de la elecci�n
permanecieran unidos los diputados socialdem�cratas en la Duma.
Cre�a necesario dar a los trabajadores todas las oportunidades posibles
(a cada paso, en cada acto) para convencerse de que en todas las cuestiones
fundamentales los bolcheviques se diferenciaban claramente de los dem�s
grupos pol�ticos, sin excepci�n. �ste era el principal
punto de litigio entre Cracovia y San Petersburgo.
Los titubeos de la facci�n de la Duma estaban �ntimamente
relacionados con la pol�tica de Pravda. "Durante aquel per�odo
-escrib�a Badayev en 1930-, Stalin, que se hallaba en la ilegalidad,
dirig�a Pravda." El documentado Savelyev escrib�a asimismo:
"Como estaba en la ilegalidad, Stalin llevaba personalmente el peri�dico
durante el oto�o de 1912 y el invierno de 1912-1913. S�lo
durante un breve intervalo dej� de hacerlo por ir al extranjero,
a Mosc� y a otros sitios." Estos informes de testigos directos,
concordantes con todas las circunstancias de hecho, no pueden reputarse.
Pero no era cierto que Stalin llevase el peri�dico en el sentido
real de la palabra. Quien lo llevaba era Lenin. A diario enviaba art�culos,
de otros, proposiciones, instrucciones, rectificaciones. Stalin, lento
de ideas, no pod�a de ning�n modo seguir el paso de aquella
corriente activa de sugerencias e iniciativas, de las cuales nueve d�cimas
partes se le antojaban superfluas o exageradas. En lo esencial, el Consejo
de redacci�n manten�a una posici�n defensiva. No ten�a
ideas pol�ticas propias, y trataba simplemente de mellar el cortante
filo de la pol�tica de Cracovia. Y Lenin, no s�lo sab�a
c�mo preservar el corte bien afilado, sino c�mo afilarlo
de nuevo. En tales condiciones, Stalin vino a ser naturalmente el inspirador
secreto de la oposici�n de los conciliadores a la presi�n
de Lenin.
"Nuevos conflictos -afirma el cuadro de redacci�n de las obras
de Lenin (Bujarin, Molotov, Savelyev)- surgieron a consecuencia de la debilidad
de la posici�n adoptada contra los liquidadores al final de la campa�a
electoral y tambi�n respecto a la invitaci�n hecha a los
progresistas para colaborar en Pravda. Estas relaciones empeoraron a�n
en enero de 1913, despu�s de salir J. Stalin de San Petersburgo..."
La expresi�n, por dem�s considerada, "empeoraron a�n",
atestigua que a�n antes de salir Stalin, las relaciones de Lenin
con el cuadro de redacci�n no se caracterizaban por lo amistosas
pero Stalin evitaba de todos modos convertirse en "blanco de tiro".
Los miembros del cuadro de redacci�n eran figuras de escasa
influencia en el sentido de Partido, y algunos de ellos figuras ocasionales.
No hubiera sido dif�cil para Lenin conseguir su sustituci�n.
Pero ten�an su apoyo en la actitud de los primates del Partido y
en la persona del representante del Comit� Central. Un conflicto
violento con Stalin, estrechamente relacionado con el Consejo de redacci�n
y la facci�n de la Duma, hubiera constituido una sacudida dentro
de la plana mayor del Partido. Por eso, a pesar de toda su persistencia,
la pol�tica de Lenin fue circunspecta. El 13 de noviembre estaba
"seriamente molesto" para reprochar al cuadro de redacci�n que hubiese
dejado de publicar un art�culo sobre el Congreso Socialista Internacional
de Basilea. "No hubiera sido muy dif�cil escribir este art�culo,
y el cuadro de redacci�n de Pravda sab�a que el Congreso
iba a abrirse el domingo. " Stalin, sin duda, se qued� sorprendido
de veras. �Un Congreso internacional? �En Basilea? Aquello
estaba muy lejos de sus preocupaciones. Pero el foco principal no eran
los errores incidentales, a despecho de su insistencia, sino m�s
bien la divergencia fundamental de criterios en cuanto al curso del desarrollo
del Partido. La pol�tica de Lenin ten�a sentido s�lo
para quien estuviese dotado de una perspectiva revolucionaria audaz; desde
el punto de vista de la circulaci�n del peri�dico o de la
construcci�n de una m�quina, no pod�a parecer sino
el colmo de la extravagancia. En lo profundo de su coraz�n, Stalin
continuaba considerando al "emigrado" Lenin como a un sectario.
No podemos dejar de anotar un delicado episodio que ocurri�
por entonces. Durante aquellos a�os, Lenin estaba muy necesitado.
Cuando Pravda se levant�, el cuadro de redacci�n fij�
para su inspirador y colaborador principal una retribuci�n, que,
a pesar de su modestia, era su principal sost�n. Pero cuando, el
conflicto lleg� al punto m�s agudo, los fondos dejaron de
envi�rsele. Aunque era sumamente escrupuloso en cuestiones de tal
�ndole, Lenin se vio obligado a recordarles con alguna insistencia
su propia situaci�n. "�Por qu� no se me env�an
mis honorarios? El retraso me pone en un verdadero aprieto, y agradecer�
que no se prolongue m�s." La retenci�n del dinero no puede
interpretarse f�cilmente como una especie de represalia financiera
(aunque m�s tarde, ya en el Poder, Stalin no vacil� en recurrir
a tales m�todos una y otra vez). Pero aun trat�ndose de un
caso de simple descuido, da una idea clara de las relaciones entre San
Petersburgo y Cracovia. En realidad, distaban mucho de ser cordiales.
La indignaci�n con Pravda se pone de relieve en las cartas de
Lenin que siguen inmediatamente a la marcha de Stalin para Cracovia, a
fin de tomar parte en la Conferencia preparada en el cuartel general del
Partido. Se impone la irresistible impresi�n de que Lenin estaba
esperando justamente que Stalin partiera para desbaratar el nido de conciliadores
de San Petersburgo, reserv�ndose al mismo tiempo la posibilidad
de una inteligencia pac�fica con Stalin. En el momento de quedar
al margen el adversario m�s influyente, Lenin desat� un ataque
devastador contra el cuadro de redacci�n de San Petersburgo. En
su carta de 12 de enero, dirigida a una persona de su confianza en dicha
capital, se refiere a la "imperdonable estupidez" cometida por Pravda con
relaci�n al peri�dico de los trabajadores de la industria
textil, insistiendo en que se corrija "su estupidez" y en otros extremos
por el estilo. La carta est� escrita enteramente en la letra de
Krupskaia. Adem�s, de su pu�o y letra, a�ade Lenin
lo siguiente: "Recibimos una carta est�pida y descarada del Consejo
de Redacci�n. No la contestaremos. Tienen que marcharse... Estamos
sumamente fastidiados por la ausencia de noticias referentes al plan de
reorganizaci�n del cuadro de redacci�n... Reorganizaci�n,
pero mejor a�n expulsi�n completa de todos los que van con
retraso, eso es lo que hace much�sima falta. Se est� llevando
de un modo absurdo. Elogian al Bund y al Zeit (una Publicaci�n
oportunista jud�a), que es sencillamente infame. No saben c�mo
proceder contra Lootch', y su actitud en cuanto a los art�culos
(se refiere a los suyos) es monstruosa. Sencillamente, he perdido la paciencia..."
El tono de la carta muestra que la indignaci�n de Lenin (y sab�a
muy bien contenerse cuando era necesario) hab�a llegado a su limite.
La cr�tica despiadada del peri�dico se refer�a a todo
el per�odo en que la responsabilidad de su inspecci�n directa
correspond�a a Stalin. La identidad de la, persona que escribi�
la "carta est�pida y descarada" del "Consejo de redacci�n"
no se ha descubierto a�n, y seguramente no, es por casualidad. Es
dif�cil que Stalin la escribiera: es demasiado cauto y, adem�s,
probablemente hab�a salido ya de San Petersburgo en aquella fecha.
M�s veros�mil es que su autor fuese Molotov, secretario del
Consejo de redacci�n, tan inclinado a la rudeza como Stalin, y carente
adem�s de la flexibilidad de �ste.
La resoluci�n con que Lenin puso entonces mano en el conflicto
cr�nico resulta evidente de otras l�neas de su carta: "�Qu�
se ha hecho respecto a la fiscalizaci�n del dinero? �Qui�n
recibi� los fondos de suscripci�n? �En poder de qui�n
est�n? �A cu�nto ascienden?" Al parecer, Lenin no
exclu�a la posibilidad de una ruptura, y se interesaba por guardar
por s� mismo los recursos financieros. Pero no se lleg� a
la ruptura; los desconcertados conciliadores dif�cilmente se hubieran
atrevido a pensar en ello. La resistencia pasiva era su �nica arma.
Ahora, incluso �sta se les iba a arrancar de las manos.
Replicando a la pesimista carta que le escribi� Shklovsky desde
Berna, y arguyendo que los asuntos de los bolcheviques no iban tan mal
como parec�a, Krupskaia comenzaba reconociendo que, "desde luego,
Pravda se lleva mal". Esa frase suena como cosa evidente, como algo indiscutible.
"Todo el mundo est� en aquella redacci�n, y la mayor�a
no saben escribir... Las protestas de los trabajadores contra Lootch' no
se han publicado, para evitar pol�micas." Sin embargo, Krupskaia
promete "reformas portantes" para pronto. Esta carta lleva fecha de 19
de enero. Al d�a siguiente, Lenin escribi� a San Petersburgo,
por medio de Krupskaia: "... tenemos que planear nuestro propio cuadro
de redacci�n de Pravda y echar al actual. Las cosas est�n
muy mal. La falta de una campa�a por la unidad desde abajo es est�pida
y ruin... �Puede llamarse redactores a esa gente? No son hombres,
sino lamentables gui�apos, y est�n echando a perder la causa".
�ste es el estilo a que acud�a Lenin cuando quer�a
dar a entender que estaba dispuesto a luchar hasta el l�mite.
Abri� un fuego de paralelas desde bater�as cuidadosamente
situadas contra el conciliatorismo de la facci�n de la Duma. Ya
el 3 de enero escrib�a a San Petersburgo: "Es imprescindible que
se publique la carta de los trabajadores de Bak� que os remitimos..."
La carta pide que los diputados bolcheviques rompan con Lootch'. Refiri�ndose,
a que en el curso de cinco a�os 105 liquidadores "han estado reiterando
en todas las formas que, el partido ha muerto", los trabajadores de Bak�
preguntaban: "�Por qu� tienen ahora tanta prisa por unirse
con un cad�ver?" La pregunta da justamente en mitad del blanco.
"�Cu�ndo se separar�n los cuatro diputados de Lootch'?"
Lenin insist�a por su parte "�Hemos de esperar mucho tiempo...?
Hasta del lejano Bak� protestan veinte trabajadores." No estar�
de m�s presumir que, no habiendo podido conseguir por correspondencia
que los diputados rompieron con Lootch', Lenin comenz� a movilizar
discretamente las filas rusas mientras Stalin continuaba en San Petersburgo.
Sin duda, por iniciativa suya protestaban los trabajadores de Bak�
(no por casualidad escogi� Lenin esta ciudad), y, adem�s,
enviaban su protesta, no a la redacci�n de Pravda, a cuyo frente
estaba Koba, dirigente de all�, sino a Lenin, en Cracovia. La compleja
mara�a del conflicto queda flagrante. Lenin avanza. Stalin maniobra.
Con los conciliadores renqueando, aunque no sin la inconsciente ayuda de
los liquidadores, que cada vez expon�an su oportunismo, Lenin consigui�
al poco tiempo inducir a los diputados bolcheviques a que renunciasen mediante
protesta como colaboradores de Lootch'. Pero siguieron sometidos a la mayor�a
liquidacionista de la facci�n de la Duma.
Prepar�ndose para lo peor, incluso para una escisi�n,
Lenin, como siempre, hizo cuanto pudo por conseguir su objetivo pol�tico
con el menor trastorno y las menos v�ctimas posible. Por eso, precisamente,
pidi� primero que Stalin saliese de Rusia, y le hizo luego comprender
que lo mejor para �l ser�a permanecer alejado de Pravda durante
las futuras "reformas". Entretanto, se envi� a San Petersburgo a
otro miembro del Comit� Central, Sverdlov, el futuro, primer presidente
de la Rep�blica de los Soviets. Aquel hecho significativo ha sido
atestiguado oficialmente. "Con el fin de reorganizar el Consejo de redacci�n
-afirma una nota al pie en el volumen XVI de las obras de Lenin-, el Comit�
Central envi� a Sverdlov a San Petersburgo." Lenin le escribi�:
"Hoy nos enteramos del comienzo de las reformas en Pravda. Mil gracias,
felicitaciones y auspicios de �xito... No puedes imaginarte lo cansados
que estamos de trabajar con un cuadro de redacci�n enteramente hostil."
Con estas palabras, en las que acumulaba acrimonia con un suspiro de
alivio, Lenin ajustaba cuentas con el Consejo de redacci�n por todo
el per�odo de las dificultades, durante el cual, como se nos ha
informado, "Stalin llevaba efectivamente el peri�dico".
"El autor de estas l�neas recuerda muy bien -escrib�a
Zinoviev en 1934, cuando la espada de Damocles pend�a ya sobre su
cabeza- qu� acontecimiento fue la llegada de Stalin a Cracovia..."
Lenin estaba doblemente satisfecho, porque, durante la ausencia de Stalin
de San Petersburgo, podr�a realizar su delicada operaci�n
all� y porque probablemente le ser�a posible hacerlo sin
originar una convulsi�n dentro del Comit� Central. En su
concisa y cauta rese�a de la estancia de Stalin en Cracovia, Krupskaia,
como insinu�ndolo, observaba: "Ilich estaba entonces muy nervioso
a causa de Pravda; tambi�n lo estaba Stalin. Estuvieron hablando
sobre el modo de arreglar las cosas." Estas l�neas tan significativas,
a pesar de su deliberada vaguedad, es todo lo que al parecer queda de un
texto m�s elocuente retirado a instancias del censor. En relaci�n
con circunstancias que ya conocemos, apenas cabe duda de que Lenin y Stalin
"estaban nerviosos" por diferentes motivos, cada uno tratando de defender
su pol�tica. Sin embargo, la lucha era demasiado desigual: Stalin
tuvo que ceder terreno.
La conferencia a que fue llamado dur� desde el 28 de diciembre
hasta el 1 de enero de 1913, y a ella asistieron trece personas, miembros
del Comit� Central, de la fracci�n de la Duma y dirigentes
locales destacados. Adem�s de los problemas de pol�tica general
derivados del resurgimiento revolucionario, la conferencia se ocup�
de las agudas cuestiones de la vida interna del Partido: la fracci�n
de la Duma, la Prensa del Partido, la actitud hacia los liquidadores y
hacia la consigna de "unidad". Los informes principales fueron los de Lenin.
Debe suponerse que los diputados de la Duma y Stalin se vieron obligados
a, escuchar no pocas verdades amargas, aunque se expresaran en tono cordial.
Parece ser que Stalin se mantuvo pac�fico en la conferencia; s�lo
eso puede explicar el hecho de que en la primera edici�n de sur
Memorias (1929), el deferente Badayev dejara incluso de mencionarle entre
los participantes. Guardar silencio en momentos de apuro es, adem�s,
el m�todo favorito de Stalin. Los registros y otros documentos de
la conferencia "no se han encontrado a�n". Es muy probable que se
adoptaran medidas especiales para asegurarse de que no se encontraran.
En una de las cartas de Krupskaia, de aquel per�odo, se dice lo
siguiente: "En esta conferencia, los informes de procedencia local fueron
muy interesantes. Todo el mundo dec�a que las masas aumentaban...
Durante las elecciones se ha puesto en evidencia que hab�a organizaciones
obreras espont�neas en todas partes... En su mayor�a, no
est�n en contacto con el Partido, pero son del Partido en esp�ritu."
En cuanto a Lenin, indicaba en una carta a Gorki que la conferencia "hab�a
sido un gran �xito" y "dar�a sus frutos". Por encima de todo,
su preocupaci�n era afirmar la pol�tica del Partido.
No sin un deje de iron�a, el Departamento de Polic�a
informaba a su agencia del extranjero que, a pesar de su �ltimo
informe, el diputado Poletayev no estuvo presente en la conferencia, y
que s� asistieron a ella las siguientes personas, Lenin, Zinoviev,
Krupskaia; diputados Malinovsky, Petrovsky, Dadayev; Lobov, el trabajador
Medvedev, el teniente de artiller�a Troyanovsky y su mujer, y
Koba. No carece de inter�s el orden en que se citan los nombres:
en la lista del Departamento, el de Koba figura en �ltimo lugar.
En las notas a las obras de Lenin (1929), se le menciona en quinto lugar,
despu�s de Lenin, Zinoviev, Kamenev y Krupskaia, aunque Zinoviev,
Kamenev y Krupskaia llevaban entonces bastante tiempo en desgracia. En
las listas de la nueva era, Stalin ocupa siempre el segundo lugar, inmediatamente
detr�s de Lenin. Estas barajaduras reflejan bastante bien la �ndole
de su carrera pol�tica.
Con esta carta, el Departamento de Polic�a de San Petersburgo
trataba de demostrar que all� estaban mejor enterados de lo que
pasaba en Cracovia que su agente en el extranjero. No es extra�o
que uno de los papeles de importancia en la reuni�n estuviese confiado
a Malinovsky, cuya personalidad real como provocador s�lo era conocida
de los conspicuos del Olimpo polic�aco. Verdad es que ciertos socialdem�cratas
que le conocieron tuvieron sospechas de �l ya en los a�os
de la redacci�n, pero no les fue posible apoyar sus aprensiones
con pruebas, y aqu�llas fueron extingui�ndose. En enero de
1912, los bolcheviques de Mosc� delegaron en Malinovsky para que
asistiese a la Conferencia de Praga. Lenin acogi� con ansia a este
trabajador en�rgico y capaz, y contribuy� a presentar su
candidatura a las elecciones de la Duma. Por su parte, la Polic�a
apoy� tambi�n a su agente deteniendo a todos sus posibles
rivales. Este representante de los trabajadores moscovitas impuso al punto
su autoridad en la fracci�n de la Duma. En cuanto recib�a
de Lenin los textos preparados de sus intervenciones parlamentarias, Malinovsky
transmit�a los manuscritos para su revisi�n al director del
Departamento de Polic�a. �ste trat� al principio de
introducir enmiendas, pero el r�gimen de la fracci�n bolchevique
confinaba la autonom�a de cada diputado dentro de l�mites
muy estrechos. En consecuencia, aunque Malinovsky era el mejor informador
de la Ojrana, el agente de la Ojrana lleg� a ser el orador m�s
militante de la fracci�n socialdem�crata.
Las sospechas sobre Malinovsky volvieron a despertarse en el verano
de 1913 entre varios prominentes bolcheviques; pero, por falta de pruebas,
se dej� nuevamente de lado el asunto. Luego, el mismo Gobierno se
inquiet� por la posible exposici�n y el consiguiente esc�ndalo
p�blico a que dar�a lugar el caso. Por orden de sus superiores,
en mayo de 1914, Malinovsky present� al presidente de la Duma una
declaraci�n de su deseo de renuncia a su mandato de diputado. Se
difundieron de nuevo los rumores sobre su papel, y m�s insistentes,
negando esta vez a las columnas de la Prensa. Malinovsky march�
al extranjero, visit� a Lenin y solicit� que se hiciera una
investigaci�n. Al parecer, hab�a trazado cuidadosamente su
l�nea de conducta en colaboraci�n con sus superiores de la
Polic�a. Dos d�as despu�s, el peri�dico del
Partido de San Petersburgo publicaba un telegrama que, indirectamente,
declaraba que el Comit� Central, despu�s de haber investigado
el caso Malinovsky, estaba convencido de su integridad personal. Al cabo
de unos d�as m�s, se public� un acuerdo en el sentido
de que por su renuncia voluntaria al mandato de diputado, Malinovsky "se
colocaba fuera de las filas de los marxistas organizados".
En el lenguaje del peri�dico legal, aquello significaba la expulsi�n
del Partido.
Los adversarios de Lenin le sometieron a un prolongado y cruel tiroteo
por "cubrir" a Malinovsky. La participaci�n de un agente de la Polic�a
en la fracci�n de la Duma, y especialmente en el Comit� Central
era, como es natural, una calamidad para el Partido. En realidad, Stalin
hab�a sido desterrado la �ltima vez a causa de la traici�n
de Malinovsky. Pero en aquellos d�as, las sospechas, complicadas
en ocasiones con la hostilidad de facci�n, envenenaban la atm�sfera
de la clandestinidad. Nadie present� pruebas concretas contra Malinovsky.
Despu�s de todo, era imposible condenar a un miembro del Partido
a la muerte pol�tica (y acaso a la muerte f�sica) a base
de una vaga sospecha. Y como Malinovsky ocupaba una posici�n de
responsabilidad y la reputaci�n del Partido depend�a en cierto
modo de su reputaci�n, Lenin crey� deber suyo defender a
Malinovsky con la energ�a que era siempre su caracter�stica.
Despu�s del derrumbamiento de la monarqu�a, el hecho de haber
servido Malinovsky en el Departamento de Polic�a se prob�
de manera concluyente. Despu�s de la Revoluci�n d�
octubre, el provocador, que volvi� a Mosc� desde un campo
alem�n de prisioneros de guerra, fue fusilado por orden del tribunal.
A pesar de la falta de hombres, Lenin no ten�a prisa por que
Stalin regresara a Rusia. Era necesario completar "las importantes reformas"
en San Petersburgo antes de su vuelta. En cambio, Stalin estaba m�s
bien deseoso de reintegrarse al lugar de sus anteriores trabajos despu�s
de la Conferencia de Cracovia, que, siquiera en forma indirecta, hab�a
condenado resueltamente su pol�tica. Como de costumbre, Lenin hizo
cuanto pudo por proporcionar al vencido una retirada honrosa. La, venganza
era totalmente, ajena a su car�cter. Para mantener a Stalin en el
extranjero durante el per�odo cr�tico, Lenin le interes�
en el estudio y soluci�n del problema de las nacionalidades menores;
un arreglo muy propio del esp�ritu de Lenin.
Un natural del C�ucaso, con sus docenas de nacionalidades semicultas
y primitivas, pero en r�pida marcha hacia el progreso, no necesitaba
que le demostraran la importancia del problema de las nacionalidades. La
tradici�n de independencia nacional continuaba floreciente en Georgia;
de ah� hab�a recibido el mismo Koba su primer impulso revolucionario.
Su propio seud�nimo evocaba la lucha de su pa�s por la independencia
nacional. Verdad es que, seg�n Iremashvili, durante los a�os
de su primera Revoluci�n, se hab�a enfriado algo respecto
al problema georgiano, "La liberaci�n nacional... ya no significaba
nada para �l. No le apetec�a se�alar l�mite
alguno a sus ansias de poder. Rusia y el mundo entero hab�an de
ser en adelante su aspiraci�n." Evidentemente, Iremashvili se anticipa
a los hechos y actitudes de una �poca muy posterior. Pero no cabe
duda de que, convertido en bolchevique, Koba abandon� el romanticismo
nacionalista, que continuaba viviendo en paz y armon�a con el socialismo
sin br�os de los mencheviques georgianos. Ahora bien, tras repudiar
la idea de la independencia de Georgia, Koba no pod�a, como muchos
gran-rusos, permanecer indiferente por completo al problema de las nacionalidades,
porque las relaciones entre georgianos, armenios, t�rtaros, rusos
y otros, complicaban constantemente las actividades revolucionarias en
el C�ucaso.
En sus opiniones, Koba se hizo internacionalista. �Pero le pas�
lo mismo en sus sentimientos? El gran-ruso Lenin no pod�a tolerar
ninguna chanza o an�cdota que pudiese herir la sensibilidad de una
nacionalidad oprimida. Stalin conservaba a�n mucho del campesino
de la aldea de Didi-Lilo. Durante los a�os prerrevolucionarios no
se atrevi�, naturalmente, a jugar con los prejuicios nacionales,
como hizo m�s tarde, cuando ya estaba en el Poder. Pero esa disposici�n
se trasluc�a ya entonces en peque�eces. Refiri�ndose
a la preponderancia de jud�os en la facci�n menchevique del
Congreso de Londres en 1907, Koba escrib�a:
"A prop�sito de eso, uno de los bolcheviques observ� bromeando
(creo que fue el camarada Alexinsky) que los mencheviques eran una facci�n
jud�a, mientras que los bolcheviques eran rusos aut�nticos,
y que, por lo tanto, no estar�a de m�s que los bolcheviques
instig�semos un pogrom en el Partido."
Es imposible no asombrarse a�n ahora de que en un art�culo
destinado a los trabajadores del C�ucaso, donde la atm�sfera
estaba cargada de animosidades nacionalistas, Stalin se aventurase a reproducir
una chanza de tan sospechoso gusto. Adem�s, no se trataba de una
cuesti�n de accidental falta de tacto, sino de c�lculo consciente.
En el mismo art�culo, el autor se solaza airosamente a prop�sito
del acuerdo del Congreso relativo a expropiaciones, con, el fin de disipar
las dudas de los luchadores del C�ucaso. Hay que suponer confiadamente
que la facci�n menchevique en Bak� estaba por entonces dirigida
por jud�os, y que con la chuscada alusiva al pogrom, el autor trataba
de desacreditar a sus adversarios pol�ticos a los ojos de los trabajadores
atrasados. Aquello era m�s f�cil que gan�rselos mediante
la persuasi�n y la educaci�n, y que Stalin siempre y en todo
buscaba la l�nea de menor resistencia. Puede agregarse que tampoco
fue accidental la "broma" de Alexinsky; aquel ultrabolchevique se hizo
m�s tarde un declarado reaccionario y antisemita.
Naturalmente, en sus actividades pol�ticas, Koba manten�a
la posici�n oficial del Partido. Pero, antes de su viaje al extranjero,
sus art�culos pol�ticos nunca hab�an sobrepasado el
nivel de la propaganda cotidiana. S�lo ahora, por iniciativa de
Lenin, se enfrent� con el problema de las nacionalidades desde un
punto de vista te�rico y pol�tico m�s amplio. El conocimiento
directo de las intrincadas relaciones nacionales en el C�ucaso le
hac�a sin duda m�s f�cil orientarse en aquel complicado
terreno, en el que las teor�as abstractas eran particularmente peligrosas.
En dos pa�ses de la Europa de anteguerra, la cuesti�n
nacional era de importancia pol�tica excepcional: en la Rusia zarista
y en la Austria-Hungr�a de los Habsburgo. En cada uno de ellos,
el partido de los trabajadores cre� su propia escuela. En la esfera
de las teor�as, la socialdemocracia austr�aca, en las personas
de Otto Bauer y Karl Renner, consideraba la nacionalidad independiente
del territorio, la econom�a y la clase, transform�ndola en
una especie de abstracci�n limitada por lo que llamaban "car�cter
nacional". En el campo de la pol�tica nacional, como, por lo dem�s,
en los restantes, no se aventuraba m�s all� de una rectificaci�n
del statu quo. Temiendo hasta la idea de desmembrar la monarqu�a,
la socialdemocracia austr�aca se esforzaba por adaptar su programa
nacional a los l�mites del Estado mosaico. El programa de la llamada
"econom�a cultura nacional" requer�a que los ciudadanos de
una misma nacionalidad, aunque estuvieran dispersos por todo el territorio
austroh�ngaro y, a pesar de las divisiones administrativas del Estado,
se unieran, sobre la base de atributos puramente personales, en una sola
comunidad, para resolver sus tareas "culturales" (el teatro, la Iglesia,
la escuela, etc.). Aquel programa era artificial y ut�pico, puesto
que trataba de separar la cultura del territorio y la econom�a en
una sociedad desgarrada por contradicciones sociales; era al mismo tiempo
reaccionario, puesto que conduc�a a una desuni�n forzada
en varias nacionalidades de los obreros de un �nico Estado, minando
as� su pujanza de clase.
El problema nacional era particularmente agudo en Polonia, agravado
por el destino hist�rico de ese pa�s. El llamado P. S. P.
(Partido Socialista Polaco), Encabezado por Jos� Pilsudski, propugnaba
con ardor la independencia de Polonia; el "socialismo" del P. S. P. no
era, m�s que un vago, ap�ndice de su nacionalismo militante.
En cambio, la socialdemocracia polaca, que acaudillaba, Rosa Luxemburgo,
contrapon�a a la consigna de la independencia polaca la petici�n
de autonom�a para la regi�n, polaca como parte integrante
de la Rusia democr�tica. Luxemburgo part�a de la consideraci�n
de que en la �poca del imperialismo era imposible econ�micamente
separar Polonia de Rusia..., e innecesario en la �poca del socialismo.
El "derecho de autodeterminaci�n" era para ella una huera abstracci�n.
La pol�mica sobre el particular se prolong� durante a�os.
Lenin insist�a en que el imperialismo no reinaba de modo an�logo
o uniforme en todos los pa�ses, regiones o esferas de la vida; en
que la herencia del pasado representaba una acumulaci�n y una compenetraci�n
de varias �pocas hist�ricas; en que si bien el capitalismo
de los monopolios se destaca sobre todas las cosas, no sustituye a todo;
en que, a pesar del dominio del imperialismo, los numerosos problemas nacionales
conservaban todo su vigor, y en que, contando con las coyunturas interna
y mundial, Polonia pod�a hacerse independiente aun en la �poca
del imperialismo.
El problema de las nacionalidades estaba considerablemente agudizado
en Rusia durante la �poca de reacci�n. "La oleada de nacionalismo
militante -escrib�a Stalin- llamaba la atenci�n desde arriba
por numerosos actos de represi�n cometidos por las autoridades,
que descargaban su venganza sobre Estados Unidos a causa de su amor a la
libertad, levantando en respuesta una marea de nacionalismo desde abajo,
que a veces se transformaba en franco patrioterismo." Esta fue la �poca
del juicio ritual del asesinato contra el jud�o Bayliss, de Kiev.
Retrospectivamente, a la luz de las �ltimas haza�as de la
civilizaci�n, sobre todo en Alemania y en la Uni�n Sovi�tica,
aquel juicio parece hoy casi un experimento humanitario. Pero en 1913 desazon�
a todo el mundo. El veneno del nacionalismo comenzaba a afectar a muchas
secciones de la clase trabajadora tambi�n. Alarmado, Gorki escribi�
a Lenin sobre la necesidad de contrarrestar este fanatismo patriotero.
"Respecto al nacionalismo, estamos enteramente de acuerdo -replica Lenin-
en que hemos de hacerle frente m�s seriamente que nunca. Tenemos
aqu� un espl�ndido georgiano que est� escribiendo
un largo art�culo para Proveshcheniye, (Ilustraci�n), despu�s
de acumular todo el material austr�aco y de otros sitios. Nos atendremos
a �l." Se refer�a a Stalin. Gorki, relacionado desde antiguo
con el Partido, conoc�a bien a todos sus cuadros de direcci�n.
Pero Stalin le era, sin duda, totalmente desconocido, puesto que Lenin
hubo de recurrir a una expresi�n tan impersonal, aunque halagadora,
como la de "un espl�ndido georgiano". Por cierto que �sta
es la �nica ocasi�n en que Lenin caracteriza a un prominente
revolucionario ruso por la marca de su nacionalidad. Naturalmente, no pensaba
en Georgia, sino en el C�ucaso: el factor de primitivismo atra�a
sin duda a Lenin; no es, pues, de extra�ar que tratase a Kamo con
tanta ternura.
Durante su estancia de dos meses en el extranjero, Stalin escribi�
un ensayo breve, pero tajante, titulado El marxismo y el problema nacional.
Como estaba destinado a una revista legal, el art�culo hac�a
gala de un vocabulario comedido, a pesar de lo cual se advert�an
perfectamente sus tendencias revolucionarias. El autor comenzaba por oponer
la definici�n historicomaterialista de naci�n a la psicolog�a
abstracta que animaba a la escuela austr�aca. "La naci�n
-escrib�a- es una comunidad permanente, formada a lo largo de la
historia, de lengua, territorio, vida econ�mica y composici�n
psicol�gica, que se sustenta en la comunidad de cultura." Esta definici�n
combinada, que asocia los atributos psicol�gicos de una naci�n
a las condiciones geogr�ficas y econ�micas de su desarrollo,
no s�lo es te�ricamente correcta, sino pr�cticamente
fecunda, pues, seg�n ella, la soluci�n del problema del destino
de cada naci�n hay que buscarlo por la fuerza en el sentido de cambiar
las condiciones materiales de su existencia, comenzando por el territorio.
El bolchevismo nunca se abscribi� a la adoraci�n fetichista
de unas fronteras estatales. Pol�ticamente, lo que importaba era
reconstruir el imperio zarista, esa prisi�n de naciones, en el orden
territorial pol�tico y administrativo, de acuerdo con las necesidades
y los deseos de las mismas naciones.
El Partido del proletariado no recomienda a las diversas nacionalidades
que permanezcan dentro de los l�mites de cierto Estado ni que se
separen de �l; esto es asunto de cada una de ellas. Pero se obliga
a ayudarlas a realizar su aut�ntica voluntad nacional. En cuanto
a la posibilidad de separarse de un Estado, esto depende de circunstancias
hist�ricas nacionales y de la correlaci�n de fuerzas. "Nadie
puede decir -escrib�a Stalin- que la guerra de los Balcanes sea
el final y no el comienzo de complicaciones. Es tan posible semejante combinaci�n
de circunstancias internas y externas, que una u otra nacionalidad dentro
de Rusia juzgue necesario postular y resolver el problema de su propia
independencia. Y, naturalmente, no es misi�n de los marxistas poner
barreras en tales casos. Pero, por esta misma raz�n, los marxistas
rusos no pueden prescindir del derecho de las naciones a la autodeterminaci�n."
Los intereses de las naciones que voluntariamente se queden dentro
de los l�mites de la Rusia democr�tica ser�n preservados
por medio de "las autonom�as de unidades autodeterminadas, tales
como Polonia, Lituania, Ucrania, el C�ucaso, etc. La autonom�a
regional conduce a una utilizaci�n m�s ventajosa de las riquezas
naturales de la regi�n; no divide a los ciudadanos conforme a pautas
nacionales, y les permite agruparse en partidos de clase". La autoadministraci�n
territorial de regiones en todas las esferas de la vida social se opone
a la extraterritorial (esto es, plat�nica) de nacionalidades en
cuestiones de "cultura" solamente.
Sin embargo, de importancia sumamente inmediata y aguda, desde el punto
de vista de la lucha del proletariado, era el problema de las relaciones
entre los trabajadores de diversas nacionalidades dentro del mismo Estado.
El bolchevismo se pronuncia por una completa e indivisible unificaci�n
de los trabajadores en todas las nacionalidades en el Partido y en el Sindicato,
a base de centralismo democr�tico. "El tipo de organizaci�n
no ejerce su influencia sobre la labor pr�ctica solamente, sino
que imprime un sello indeleble sobre toda la vida espiritual del trabajador.
El trabajador vive la vida de su organizaci�n, dentro de la cual
se desarrolla espiritualmente y es educado... El tipo internacional de
organizaci�n es una escuela de sentimientos de camarader�a,
de la m�xima agitaci�n en pro del internacionalismo."
El sitio de honor en este estudio se dedicaba a una pol�mica
contra su antiguo adversario No� Jordania, quien durante los a�os
de la reacci�n comenz� a inclinarse hacia el programa austr�aco.
Ejemplo tras ejemplo, Stalin demostraba que la econom�a cultural
nacional, "por lo com�n... se hace a�n m�s insensata
y rid�cula desde el punto de vista de las condiciones reinantes
en el C�ucaso". No menos resuelta era su cr�tica de la pol�tica
de la Liga jud�a, organizada a base del principio nacional, y no
sobre el territorial, y que tend�a a imponer tal sistema a todo
el Partido. "Una de dos: o el federalismo de la Liga, y entonces hay que
reconstruir la Socialdemocracia rusa sobre la base de "dividir" a los trabajadores
por nacionalidades, o un tipo internacional de organizaci�n, y entonces
hay que reconstruir la Liga seg�n el principio de la econom�a
territorial... No hay t�rmino medio: los principios vencen, nunca
pueden conciliarse."
El marxismo y el problema nacional es, indudablemente, la obra te�rica
de m�s importancia (m�s bien la �nica) de Stalin.
A base de aquel solo art�culo, que ocupaba cuarenta p�ginas
impresas, su autor merece ser reconocido como un destacado teorizante.
Lo que desconcierta un poco es que no haya escrito nada ni remotamente
comparable en calidad, antes ni despu�s. La clave del misterio est�
en que aquel trabajo de Stalin fue enteramente inspiraci�n de Lenin,
y se escribi� bajo su incesante inspecci�n, dirigi�ndolo
�l l�nea por l�nea.
Dos veces en su vida rompi� Lenin con colaboradores �ntimos
que eran te�ricos de primera fila. La primera vez en 1903-l904,
en que se apart� de todas las viejas autoridades de la socialdemocracia
rusa (Plejanov, Axelrod, Zasulich) y de los destacados marxistas j�venes,
Martov y Potressov; la segunda, durante los a�os de la reacci�n,
cuando le abandonaron Bogdanov, Lunacharsky, Pokrovsky, Rozhkov, todos
ellos escritores calificados. Zinoviev y Kamenev, sus colaboradores �ntimos,
no eran te�ricos. En tal sentido, el nuevo resurgimiento revolucionario
encontr� a Lenin embarrancado. No es extra�o que se aferrase
con af�n a cualquier camarada joven que pudiera ser �til
para trazar un problema cualquiera del programa del Partido.
"Esta vez -recuerda Krupskaia-, Ilich habl� mucho con Stalin
sobre el problema nacional, y estaba contento de encontrar a alguien seriamente
interesado en la cuesti�n y que conoc�a el terreno que pisaba.
Ya anteriormente, Stalin vivi� en Viena alrededor de dos meses,
estudiando all� el problema de las nacionalidades, y se relacion�
mucho con nuestro p�blico vien�s, con Bujarin, con Troyanovsky."
Algo qued� por decir. "Ilich habl� mucho con Stalin", lo
que significa que le dio ideas matrices, le aclar� todos los aspectos
de la cuesti�n, explic� los conceptos dudosos, sugiri�
la literatura, repas� los primeros borradores e hizo correcciones...
"Recuerdo, -refiere la misma Krupskaia- la actitud de Ilich para con autores
inexpertos. Pensaba en la sustancia, en lo fundamental, ideando el mejor
modo de ayudar, de encaminarlos bien. Pero lo hac�a con una especial
delicadeza de modo que el autor, en cada caso, no se diera cuenta de que
le correg�an. Verdaderamente, Ilich sab�a c�mo ayudar
a la gente en sus tareas. Si, por ejemplo, quer�a encomendar la
redacci�n de un art�culo a alguien, y no ten�a la
seguridad de que el designado supiera escribirlo bien, lo primero que hac�a
era entablar con �l una detallada conversaci�n sobre el tema,
desarrollando sus propios argumentos, despertando el inter�s de
su interlocutor, sonsac�ndole a conciencia y luego suger�a:
"�No te gustar�a escribir un art�culo sobre este tema?"
Y el autor ni siquiera advert�a cu�nto le hab�a ayudado
la conversaci�n preliminar con Ilich, ni se daba cuenta de que en
su art�culo incorporaba incluso las palabras y expresiones favoritas
de Ilich." Krupskaia, como es natural, no nombra a Stalin. Pero esta caracterizaci�n
de Lenin como inspirador y gu�a de j�venes autores figura
precisamente en el cap�tulo de sus Memorias en que hace menci�n
del trabajo de Stalin sobre el problema de las nacionalidades: Krupskaia
se vio no pocas veces forzada a recurrir a arbitrios indirectos para proteger
de la usurpaci�n a lo menos una parte de los derechos intelectuales
de Lenin.
El proceso del art�culo de Stalin se nos representa con suficiente
claridad. Primero, conversaciones preliminares con Lenin en Cracovia, esbozo
de las ideas dominantes y del material de consulta. Luego, la estancia
en Viena, en el coraz�n mismo de la "escuela austr�aca".
Como no sab�a alem�n, Stalin no pod�a sacar partido
de sus fuentes de consulta. Pero all� estaba Bujarin, que indiscutiblemente
dominaba la teor�a, conoc�a idiomas, as� como la literatura
relativa a la materia, y tambi�n era ducho en revolver papeles.
Bujarin, como Troyanovsky, ten�a instrucciones de Lenin de ayudar
al "espl�ndido" pero poco educado georgiano. Evidentemente, la selecci�n
de los extractos m�s importantes fue tarea suya. La construcci�n
l�gica del art�culo, no exenta de pedanter�a, se debe
muy probablemente a la influencia de Bujarin, inclinado a m�todos
de profesor, a diferencia de Lenin, para quien el inter�s pol�tico
o pol�mico determinaban la estructura de una composici�n.
La influencia de Bujarin no fue m�s all�, pues en el problema
de las nacionalidades se hallaba m�s cerca de Rosa Luxemburgo que
de Lenin. En cuanto a la aportaci�n de Troyanovsky, nada sabemos
de cierto; pero de entonces data el comienzo de su contacto con Stalin,
que algunos a�os m�s tarde, cuando cambiaron las circunstancias,
vali� al insignificante e inestable Troyanovsky uno de los puestos
diplom�ticos de m�s responsabilidad.
De Viena, Stalin volvi� con su material a Cracovia. All�
se reanud� la intervenci�n de Lenin, director atento e incansable.
La huella de su pensamiento y de su pluma se descubre f�cilmente
a cada p�gina. Ciertas frases, mec�nicamente incorporadas
por el autor, o ciertas l�neas, evidentemente escritas por el revisor,
parecen inesperadas o incomprensibles sin referirse a las obras correspondientes
de Lenin. "No es el problema nacional, sino el agrario el que decide la
suerte del progreso en Rusia -escribe Stalin sin m�s explicaciones-.
El problema nacional le est� subordinado." Este juicio exacto y
profundo sobre los efectos relativos de los problemas agrario y nacional
en el curso de la Revoluci�n rusa es enteramente de Lenin, quien
lo dilucid� innumerables veces durante los a�os de la reacci�n.
En Italia y en Alemania, la lucha por la liberaci�n nacional y la
unificaci�n era en otro tiempo el meollo de la revoluci�n
burguesa. No suced�a lo mismo en Rusia, donde la nacionalidad dominante,
los gran-rusos, no sufr�an opresi�n nacional, sino que oprim�an
a los dem�s; pero nadie, sino la vasta masa campesina de la misma
Gran Rusia hab�a experimentado la profunda opresi�n de la
servidumbre. Ideas tan complejas y tan seriamente consideradas nunca hubieran
sido expuestas por su verdadero autor como de pasada, como una generalidad
sin demostraciones ni comentarios.
Zinoviev y Kamenev, que vivieron largo tiempo junto a Lenin, adquirieron
no s�lo sus ideas, sino hasta sus modos de hablar, e incluso el
car�cter de letra. No puede decirse otro tanto de Stalin. Naturalmente,
tambi�n �l viv�a de las ideas de Lenin, pero a distancia,
lejos de �l, y no se serv�a de ellas sino cuando las necesitaba
pata sus propios fines independientes. Era demasiado tenaz, demasiado obstinado,
demasiado torpe y demasiado org�nico para adquirir los m�todos
literarios de su maestro. Por eso, las correcciones que Lenin introdujo
en su texto, para citar al poeta, parecen "remiendos flamantes en destrozados
andrajos". La exposici�n de la escuela austr�aca como "una
forma refinada de nacionalismo" es, sin duda, de Lenin, como muchas otras
f�rmulas sencillas y pertinentes. Stalin no escrib�a de ese
modo. Con referencia a la definici�n de Otto Bauer, seg�n
la cual la naci�n es "una comunidad relativa de car�cter",
leemos en el art�culo: "Entonces, �en qu� difiere
la naci�n de Bauer del "esp�ritu nacional" m�stico
y vano de los espiritualistas?" Esta frase es de Lenin, Nunca, ni antes
ni despu�s, ha sabido Stalin expresarse as�. Y en otro lugar,
cuando, refiri�ndose a las rectificaciones ecl�cticas de
Bauer respecto a su propia definici�n de naci�n, el art�culo
comenta: "As�, la teor�a cosida con hilos idealistas se refuta
a s� misma", no puede uno menos de reconocer la pluma de Lenin.
Lo mismo cabe decir de la caracterizaci�n del tipo internacional
de organizaci�n obrera como "una escuela de sentimientos de camarader�a".
Stalin no escrib�a de esa manera. En cambio, en todo el art�culo,
a pesar de sus numerosos recovecos, es in�til buscar camaleones
que adopten el aspecto de conejos, golondrinas subterr�neas, ni
cortinas de l�grimas: Lenin ha extirpado todas estas filigranas
seminaristas. El manuscrito original con sus correcciones puede estar oculto,
ciertamente. Pero es imposible de todo punto ocultar la mano de Lenin,
como es imposible ocultar el hecho de que en todos los a�os de su
prisi�n y destierro, nunca hizo Stalin nada que ni remotamente semeje
a lo que escribi� en el curso de pocas semanas en Viena y en Cracovia.
El 8 de febrero, estando a�n Stalin en el extranjero, Lenin felicit�
al Consejo de redacci�n de Pravda "por la enorme mejora que el peri�dico
hab�a experimentado en todos sus aspectos, seg�n se ha podido
apreciar en los �ltimos d�as". La mejora se refer�a
a la cuesti�n de principios, y se manifestaba principalmente por
la intensificaci�n de la lucha contra los liquidadores. Seg�n
Samoilov, quien ejerc�a entonces funciones de verdadero redactor
era Sverdlov; viviendo en estado ilegal, y sin salir nunca de la morada
de un diputado "inmune", se ocupaba todo el d�a con los manuscritos
del peri�dico. "Adem�s, era un excelente camarada en los
asuntos personales tambi�n." As� es la verdad, Samoilov no
dice nada parecido de Stalin, con quien estuvo en estrecho contacto y a
quien guarda gran respeto. El 10 de febrero, la polic�a entr�
en el piso "inmune", detuvo a Sverdlov y no tard� en desterrarle
a Siberia, sin duda a causa de la denuncia de Malinovsky. Hacia fines de
febrero, Stalin, que hab�a regresado de San Petersburgo, se instal�
en el domicilio de los mismos diputados: "�l llevaba la batuta en
la vida de nuestra fracci�n (de la Duma) y del peri�dico
Pravda -relata Samoilov-, y asist�a, no s�lo a todas las
conferencias que prepar�bamos en nuestro piso, sino muchas veces,
arriesg�ndose mucho, tambi�n a las sesiones de la fracci�n
socialdem�crata, donde sosten�a nuestra l�nea de argumentaci�n
contra los mencheviques e interven�a en varias otras cuestiones,
prest�ndonos gran ayuda."
Stalin encontr� en San Petersburgo muy cambiada la situaci�n.
Los trabajadores avanzados apoyaban firmemente las reformas de Sverdlov,
inspiradas por Lenin. Pravda contaba con una nueva redacci�n. Los
conciliadores hab�an sido pospuestos. Stalin no pens� siquiera
en defender las posiciones de las que hab�a sido separado dos meses
antes. No entraba en sus c�lculos. Ahora le interesaba s�lo
salir airoso del trance. El 26 de febrero public� en Pravda un art�culo
en el que convocaba a los trabajadores para "levantar su voz contra los
esfuerzos separatistas dentro de la fracci�n, viniesen de donde
vinieran". En esencia, el art�culo formaba parte de la campa�a
para preparar el cisma de la fracci�n de la Duma, cargando a la
vez la culpa sobre los adversarios. Desligado ya de su propio historial,
Stalin trataba de expresar su nuevo prop�sito con la fraseolog�a
vieja. De ah� su ambigua expresi�n sobre tentativas para
escindir la fracci�n, "viniesen de donde vinieran".
En todo caso, es evidente para quien lea el art�culo que, despu�s
de asistir a la escuela de Cracovia, el autor se esforzaba en cambiar de
l�nea y deslizarse en la nueva pol�tica con la m�xima
discreci�n posible. Pero no tuvo pr�cticamente oportunidad
de hacerlo, pues en seguida le detuvieron.
En marzo, la organizaci�n bolchevique, bajo el patrocinio legal
de Pravda, organiz� un concierto y una velada recreativa. Stalin
"deseaba ir all�", relata Samoilov, con idea de ver a muchos camaradas.
Pidi� consejo a Malinovsky. �Era prudente ir?, �no
ser�a arriesgado? El p�rfido consejero replic� que,
a su parecer, no hab�a peligro. Sin embargo, el mismo Malinovsky
se encarg� de que lo hubiera. Tan pronto como lleg� Stalin,
el vest�bulo se llen� de esp�as. Los camaradas trataron
de conducirle por la entrada al escenario, despu�s de vestirle con
una capa de mujer. Pero fue detenido. Esta vez para desaparecer de la circulaci�n
durante cuatro arios exactamente.
Dos meses despu�s de aquella detenci�n, Lenin escribi�
a Pravda: "Os felicito cordialmente por vuestro �xito..., la mejora
es enorme y considerable. Esperemos que sea permanente, definitiva y �ltima...,
�si un maleficio no la desbarata!" Con prop�sito de completar,
no podemos menos de citar asimismo la carta que Lenin envi� a San
Petersburgo en octubre de 1913, cuando ya Stalin estaba en el lejano destierro
y Kamenev al frente del Consejo de redacci�n: "Aqu� todos
est�n satisfechos del peri�dico y del director. En todo este
tiempo no he o�do una sola palabra de censura..., todo el mundo
est� contento, y yo especialmente, pues he resultado profeta. �Te
acuerdas? -Y al final de la carta-: Querido amigo, toda la atenci�n
se dedica ahora a la lucha de los seis por sus derechos. Te ruego que ayudes
con todas tus fuerzas para que ni el peri�dico ni la opini�n
p�blica marxista no vacilen ni un solo momento."
Todas las pruebas mencionadas conducen a una conclusi�n ineludible:
en opini�n de Lenin, el peri�dico marchaba muy mal cuando
Stalin estaba encargado de �l. Durante aquel per�odo, la
fracci�n de la Duma se inclinaba hacia el conciliatorismo. El peri�dico
comenz� a enderezarse pol�ticamente s�lo cuando Sverdlov,
en ausencia de Stalin, introdujo "importantes reformas". El peri�dico
mejor� cuando Kamenev se hizo cargo de �l. Asimismo bajo
su direcci�n, los diputados de la Duma consiguieron su independencia
pol�tica.
Malinovsky intervino activamente, incluso por partida doble, en la
tarea de escindir la fracci�n. El general Spiridovich, de la Gendarmer�a,
escribi� a este prop�sito: "Malinovsky, siguiendo las directivas
de Lenin y del Departamento de Polic�a, libr� en octubre
de 1913... la contienda final entre los "siete" y los "seis"." Despu�s,
los mencheviques, por su parte, se complac�an una y otra vez en
recalcar la "coincidencia" de la pol�tica de Lenin con la del Departamento
de Polic�a. Ahora que el curso de los acontecimientos ha pronunciado
su propio veredicto, el viejo argumento ha perdido su significaci�n.
El Departamento de Polic�a esperaba que la escisi�n de la
Socialdemocracia debilitar�a el movimiento obrero. En cambio, Lenin
contaba con que s�lo una escisi�n asegurar�a a los
trabajadores la direcci�n revolucionaria. Los maquiavelos de la
Polic�a se equivocaron. Los mencheviques estaban condenados a la
insignificancia. Los bolcheviques vencieron en toda la l�nea.
Stalin se dedic� a un trabajo intensivo en San Petersburgo y
en el extranjero antes de su �ltimo arresto. Ayud� a llevar
la campa�a electoral para la Duma, dirigi� Pravda, particip�
en una importante conferencia de la plana mayor del Partido fuera del pa�s,
y escribi� su ensayo sobre el problema de las nacionalidades. Aquel
semestre fue sin duda de gran importancia para su desenvolvimiento personal.
Por primera vez asum�a responsabilidad por actividades dentro de
la capital, por primera vez se puso en contacto con pol�ticos de
relieve, por primera vez tuvo trato �ntimo con Lenin. Aquella sensaci�n
de supuesta superioridad, que era parte tan esencial de �l como
"pr�ctico" realista, no pudo menos de sufrir una conmoci�n
al hallarse junto al gran "emigrado". Su propia estimaci�n habr�a
de hacerse m�s cr�tica y sobria, su ambici�n m�s
precavida y circunspecta. Su vanidad herida debi� de colorearse
a impulsos de la envidia, mitigada s�lo por la cautela.