Leon Trotsky - STALIN

CAPITULO VII

EL A�O 1917
 
Este fue el a�o m�s importante en la vida del pa�s y de la generaci�n de revolucionarios a que pertenec�a Jos� Djugashvili. Como piedra de toque, aquel a�o puso a prueba ideas, partidos, hombres.
En San Petersburgo, llamada desde entonces Petrogrado, Stalin hall� un estado de cosas que no hab�a esperado. El bolchevismo hab�a dominado el movimiento obrero antes de estallar la guerra, especialmente en la capital. En marzo de 1917, los bolcheviques en el Soviet eran una minor�a insignificante. �C�mo hab�a ocurrido aquello? La imponente masa que hab�a participado en el movimiento de 1911-1914 no ascend�a realmente m�s que a una peque�a fracci�n de la clase trabajadora. La Revoluci�n hab�a hecho ponerse en pie a millones de hombres, no a centenares de miles solamente. A causa de la movilizaci�n, casi un cuarenta por ciento de esos trabajadores eran gente nueva. Los veteranos estaban en el frente, poniendo su parte en el fermento revolucionario; sus puestos en las f�bricas pasaban a extra�os novatos reci�n venidos del campo, mozos y mozas de labranza. Estos novicios ten�an que pasar por los mismos trances revolucionarios, aunque m�s breves, que la vanguardia del per�odo precedente. La Revoluci�n de febrero en Petrogrado fue dirigida por trabajadores bien pertrechados de conciencia de clase, bolcheviques en su mayor�a, pero no por el Partido bolchevique. La direcci�n en manos de bolcheviques de la base pod�a asegurar la victoria a la insurrecci�n, pero no el Poder al Partido.
Menos propicios a�n se presentan los asuntos en las provincias. La avenida de alborozadas ilusiones y de fraternizaci�n promiscua, asociada a la candidez pol�tica de las masas reci�n despiertas, abonaban las condiciones apropiadas para el florecimiento del socialismo peque�oburgu�s, del menchevismo y del populismo. Los trabajadores (y a su zaga, tambi�n los soldados) eleg�an para el Soviet a quienes, por lo menos de palabra, no s�lo eran opuestos a la monarqu�a, sino tambi�n al r�gimen burgu�s. Los mencheviques y los populistas, que hab�an acogido en su seno a la totalidad de los intelectuales, contaban con un infinito n�mero de agitadores, y todos ellos proclamaban la necesidad de uni�n, fraternidad y otras virtudes c�vicas igualmente atractivas. Los portavoces del Ej�rcito eran en su mayor�a los essars, esos tradicionales protectores del campesinado, que se bastaban solos para apuntalar aquella autoridad del Partido entre los proletarios de la �ltima vendimia. Por consiguiente, el predominio de los partidos acomodadizos parec�a asegurado..., al menos para ellos.
Lo peor de todo es que el curso de los acontecimientos hab�a sorprendido al Partido bolchevique en plena siesta. Ninguno de sus dirigentes probados y acreditados estaba en la capital. El Bur� del Comit� Central en Petrogrado s�lo constaba de dos trabajadores, Shlyapnikov y Zalutsky, y un estudiante, Molotov. El "manifiesto" que publicaron en nombre del Comit� Central despu�s de la victoria de febrero "convocaba a los trabajadores de instalaciones y f�bricas y a las tropas insurrectas asimismo, para que eligieran inmediatamente sus representantes en el Gobierno provisional revolucionario". Sin embargo, los autores de aquel "manifiesto" no atribu�an importancia pr�ctica a su llamamiento. Muy lejos de sus intenciones estaba emprender una lucha independiente por la conquista del Poder. M�s bien estaban dispuestos a resignarse al papel m�s modesto de oposici�n izquierdista por muchos a�os todav�a.
Desde el principio las masas repudiaron a la burgues�a liberal, consider�ndola poco distinta de la nobleza y de la burocracia. Era cosa descartada, por ejemplo, que los trabajadores o los soldados votasen a un cadete. El poder estaba por completo en manos de los complacientes socialistas, respaldados por el pueblo en armas. Pero, faltos de confianza en s� mismos, los transaccionistas cedieron sus poderes a la burgues�a. Esta �ltima era detestada por las masas, y se hallaba pol�ticamente aislada. El r�gimen se basaba en un quid pro quo. Los trabajadores, y no �nicamente los bolcheviques, ve�an en el Gobierno provisional un enemigo. En los m�tines de f�bricas se aprobaban por unanimidad los acuerdos exigiendo la cesi�n del Poder gubernamental a los Soviets. El bolchevique Dingelstead, otra v�ctima ulterior de la purga, ha dejado escrito: "No hab�a una sola reuni�n de trabajadores capaz de negarse a adoptar un acuerdo que nosotros propusi�semos..." Pero, cediendo a la presi�n de los transaccionistas, el Comit� de Petrogrado del Partido bolchevique suspendi� su campa�a. Los trabajadores avanzados hicieron lo posible por sacudirse la tutela de los de arriba, pero no sab�an c�mo parar los eruditos argumentos de aquellos acerca del car�cter burgu�s de la revoluci�n. Varios matices de opini�n entrechocaron dentro del propio bolchevismo, pero no se sacaron las necesarias deducciones de los diversos debates. El Partido atravesaba una etapa de insondables caos. "Nadie sab�a cu�les eran las consignas de los bolcheviques -recordaba m�s tarde el destacado bolchevique Antonov, de Saratov-. Era un espect�culo deplorable."
Los veintid�s d�as que pasaron entre la llegada de Stalin de Siberia (domingo, 12 [25] de marzo) y la de Lenin de Suiza (lunes, 3 [16] de abril) tienen excepcional inter�s por la luz que arrojan sobre la contextura pol�tica de Stalin. Se vio de repente empujado a un campo de lucha abierta. Ni Lenin ni Zinoviev estaban a�n en Petrogrado. Kamenev s�, el Kamenev comprometido por su reciente conducta en la vista de su causa, y generalmente conocido por sus tendencias oportunistas. Tambi�n estaba el joven Sverdlov, apenas notorio en el Partido, m�s organizador que pol�tico. El fogoso Spandaryan ya no exist�a; hab�a sucumbido en Siberia. Como en el a�o 1912, de nuevo era Stalin, si no el principal, al menos uno de los dos principales bolcheviques en Petrogrado. El Partido, desorientado, esperaba instrucciones claras. No era ya posible evadir las decisiones permaneciendo quietos. Stalin ten�a que dar la respuesta a las cuestiones m�s urgentes: sobre los Soviets, el Gobierno, la guerra, la tierra. Sus respuestas se publicaron, y hablan por ellas mismas.
Tan pronto como lleg� a Petrogrado, que era un solo mitin monstruo de masas en aquellos d�as, Stalin se dirigi� inmediatamente al cuartel general bolchevique. Los tres miembros del Bur� Central, ayudados por varios escritores, estaban tomando acuerdos sobre el sesgo que hab�a de darse al peri�dico. Aunque ten�an la direcci�n del Partido en sus manos, ellos no acertaban a llevar adelante la tarea. Dejando a los dem�s enronquecer dirigiendo arengas en los m�tines de obreros y soldados, Stalin se atrincher� en las oficinas del Partido. Hac�a m�s de cuatro a�os, tras la Conferencia de Praga, que hab�a sido incluido por cooptaci�n en el Comit� Central. Desde entonces hab�a pasado mucha agua por la presa. Pero el deportado Kureika tuvo la mafia de apoderarse de la m�quina del Partido; segu�a considerando v�lido su viejo mandato. Ayudado por Kamenev y Muranov, apart� ante todo de la direcci�n al Bur� "izquierdista" del Comit� Central y al Consejo de redacci�n de Pravda. Y lo hizo sin contemplaciones, pues no ten�a miedo de hallar resistencias y le corr�a prisa demostrar que era el amo.
"Los camaradas que llegaron -escrib�a m�s tarde Shlyapnikov- se mostraron exigentes y negativos en su actitud hacia nuestra labor." No les pareci� mal por su falta de br�o y su indecisi�n, sino, al contrario, por su persistente esfuerzo en trazar la l�nea entre ellos y los transaccionistas. Como Kamenev, Stalin estaba m�s cerca de la mayor�a del Soviet. Pravda, despu�s de pasar a manos del nuevo Consejo de redacci�n, declaraba ya el 15 (28) de marzo que los bolcheviques apoyar�an resueltamente al Gobierno provisional "siempre que �ste se opusiera a la reacci�n o a la contrarrevoluci�n". La paradoja de esta declaraci�n est� en que el �nico agente importante de la contrarrevoluci�n era el Gobierno provisional. La posici�n de Stalin respecto a la guerra era del mismo temple; mientras el Ej�rcito alem�n permaneciese fiel a su emperador, el soldado ruso deb�a "continuar firme en su puesto, contestando un tiro con otro, una descarga con otra". �Como si todo el problema del imperialismo consistiese en el emperador! El art�culo era de Kamenev, pero Stalin no opuso la menor objeci�n a �l. Si alguna diferencia acus� con Kamenev en aquellos d�as, consisti� precisamente en expresarse de un modo m�s evasivo a�n que �l. "Todo derrotismo -explicaba en Pravda-, o m�s bien lo que la Prensa venal estigmatiza bajo ese nombre tras el escudo de la censura zarista, hab�a muerto tan pronto como el primer regimiento revolucionario apareci� en las calles de Petrogrado."
Esto era una franca desautorizaci�n de Lenin, que hab�a predicado el derrotismo fuera del alcance de la censura zarista, y al mismo tiempo una reafirmaci�n de lo declarado por Kamenev en el juicio contra la fracci�n de la Duma. Pero en esta ocasi�n iba refrendado por Stalin. En cuanto al "primer regimiento revolucionario", todo lo que significaba su aparici�n era el tr�nsito del barbarismo bizantino a la civilizaci�n imperialista.
"El d�a en que apareci� transformado Pravda... -relata Shlypnikov-, fue un d�a de triunfo para los defensistas. Todo el palacio Taurid, desde la Comisi�n de la Duma al Comit� Ejecutivo, el coraz�n mismo de la democracia revolucionaria, resonaban con una sola noticia: el triunfo de los bolcheviques moderados y sensatos sobre los extremistas. En el propio Comit� Ejecutivo nos saludaron con maliciosas sonrisas... Cuando aquel n�mero de Pravda lleg� a las f�bricas, sembr� all� la confusi�n y la indignaci�n entre los miembros de nuestro Partido y sus simpatizantes, y una satisfacci�n maligna entre nuestros adversarios... La indignaci�n en los distritos de las afueras fue enorme, y cuando los trabajadores se enteraron de que Pravda era llevada a remolque por tres de sus antiguos directores reci�n venidos de Siberia, pidieron que se les expulsara del Partido."
La rese�a de Shlypnikov fue retocada y suavizada por �l mismo en el a�o 1925, a instancias de Stalin, Kamenev y Zinoviev, el "triunvirato" que entonces reg�a el Partido. Pero describe con bastante claridad los primeros pasos de Stalin en el palenque de la Revoluci�n y el modo de reaccionar frente a ellos la clase trabajadora. La en�rgica protesta de los viborgitas que Pravda hubo de publicar bien pronto en sus propias columnas, oblig� al Consejo de redacci�n a formular en adelante sus opiniones de un modo m�s circunspecto, aunque no a cambiar de pol�tica.
La pol�tica del Soviet se vela cada vez m�s adulterada por la transacci�n y el error. Lo que las masas necesitaban ante todo era encontrar a alguien que llamase a las cosas por su verdadero nombre; esto es, naturalmente, la suma v compendio de la pol�tica revolucionaria. Todo el mundo rehu�a hacerlo, temiendo quebrantar la delicada estructura del poder dual.
El mayor volumen de falsedades se acumul� en torno al asunto de la guerra. El 14 (27) de marzo, el Comit� Ejecutivo propuso al Soviet la redacci�n del manifiesto A los Pueblos del Mundo. Este documento exhortaba a los trabajadores de Alemania y de Austria-Hungr�a a negarse "a servir de instrumento de conquista y violencia en manos de reyes, terratenientes y banqueros". Pero los mismos dirigentes del Soviet no ten�an la menor intenci�n de romper con los reyes de la Gran Breta�a y de B�lgica, con el emperador del Jap�n y con los banqueros y terratenientes, suyos y de los pa�ses de la Entente. El peri�dico del ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov, se�alaba con satisfacci�n que "en aquel llamamiento se desplegaba la ideolog�a compartida por nosotros y nuestros aliados". Aquello era verdad..., y se ajustaba exactamente al esp�ritu de los ministros socialistas franceses desde el comienzo de las hostilidades. Pr�cticamente a la misma hora, Lenin escrib�a a Petrogrado: por intermedio de Estocolmo, que la revoluci�n estaba amenazada por el riesgo de continuar la vieja pol�tica imperialista encubierta tras nuevas frases revolucionarias. "Prefiero incluso romper con todo el mundo dentro del Partido antes de someterme al socialpatriotismo..." Pero en aquellos &u las ideas de Lenin no contaban con un solo campe�n.
Adem�s de apuntar un triunfo al imperialista Miliukov sobre los dem�cratas peque�oburgueses, la adopci�n un�nime del citado manifiesto por el Soviet de Petrogrado significaba el de Stalin y Kamenev sobre los bolcheviques del ala izquierda. Todos inclinaron la cabeza ante la disciplina de la hipocres�a pol�tica. "Damos nuestro cordial parabi�n -escrib�a Stalin en Pravda- al llamamiento del Soviet del d�a de ayer... Este llamamiento, si llega a las grandes masas, restituir� indudablemente a cientos de trabajadores a su olvidada consigna: �Trabajadores de todos los pa�ses del mundo, un�os!" En realidad, no eran llamamientos de parecido jaez lo que faltaba en el Oeste, y toda su utilidad consist�a en ayudar a las clases dominantes a mantener el espejismo de una guerra por la democracia.
El art�culo de Stalin sobre el manifiesto, no s�lo aclara perfectamente su posici�n sobre este extremo, sino su manera de pensar en general. Su oportunismo org�nico, forzado por el momento y las circunstancias a buscar apoyo temporal en principios revolucionarios abstractos, prescinda de tales principios cuando llegaba la ocasi�n. Comenzaba su art�culo repitiendo casi a la letra la argumentaci�n de Lenin de que, aun despu�s de derribado el zarismo, la participaci�n de Rusia en la guerra continuar�a siendo imperialista. Sin embargo, al llegar al terreno de las conclusiones pr�cticas, no s�lo encontraba plausible el manifiesto socialpatri�tico y le atribu�a virtudes equivocas, sino que, en pos de Kamenev, rechazaba como improcedentes la movilizaci�n revolucionaria de las masas contra la guerra. "Ante todo -escrib�a-, es innegable que la mera consigna "�Abajo la guerra!" es completamente inaplicable como soluci�n pr�ctica..." Y la soluci�n que suger�a era: "presionar al Gobierno provisional exigi�ndole que inmediatamente exprese estar dispuesto a emprender negociaciones de paz...". Con ayuda de una "presi�n" amistosa sobre la burgues�a, para quien la conquista es la finalidad integral de la guerra, Stalin pretend�a conseguir la paz "sobre la base de la autodeterminaci�n de las naciones". Desde el comienzo de la guerra, Lenin hab�a estado dirigiendo sus propios golpes m�s duros precisamente contra esta especie de utopismo positivista. No hay "presi�n" bastante para que la burgues�a deje de ser burguesa: hay que derrocarla, sencillamente. Pero Stalin rehu�a llegar a esta conclusi�n, de puro miedo, exactamente lo mismo que los transaccionistas.
La Conferencia de bolcheviques de toda Rusia, convocada por el Bur� del Comit� Central, se inaugur� en Petrogrado el 28 de marzo, a, la vez que la Conferencia de los Soviets m�s importantes de Rusia. Aunque hab�a pasado ya un mes desde la Revoluci�n, el Partido estaba a�n en las angustias de una extrema confusi�n, aumentada a�n por la direcci�n impuesta durante las dos �ltimas semanas, La diferenciaci�n de las tendencias pol�ticas no hab�a cristalizado a�n. En el destierro hab�a requerido la llegada de Spandaryan; ahora, el Partido ten�a que esperar la llegada de Lenin. Chauvinistas furibundos como Voitinsky y Eli'ava, entre otros, continuaban llam�ndose bolcheviques y tomaron parte en la Conferencia del Partido junto a los que se ten�an por internacionalistas. Los patriotas daban aire a sus sentimientos del modo m�s expl�cito y atrevido que los semipatriotas, que constantemente se retractaban y daban excusas. Como una mayor�a de los delegados pertenec�an al Pantano (expectantes, de opini�n intestable), su portavoz natural fue Stalin. "Todos pensamos lo mismo del Gobierno provisional", dijo el delegado Vassiliev, de Saratov. "No hay diferencias en cuanto a medidas pr�cticas entre Stalin y Voitinsky", convino Krestinsky alborozado. No m�s tarde del d�a siguiente, Voitinsky se uni� a los mencheviques, y siete meses despu�s luch� al frente de un destacamento de cosacos contra los bolcheviques.
Al parecer, la conducta de Kamenev en el acto de la vista no se hab�a olvidado. Es posible que los delegados hablaran tambi�n del misterioso telegrama al gran duque. Tal vez Stalin se tom� la molestia de recordar a los otros estos errores de su amigo. Sea como fuere, el caso es que no fue Kamenev, sino Stalin, mucho menos conocido, quien result� delegado para exponer el principal informe pol�tico sobre la actitud frente al Gobierno provisional. Se ha conservado el acta de aquel informe; es un documento que no tiene precio para historiadores y bi�grafos. Su tema era el problema central de la Revoluci�n, esto es, las relaciones entre los Soviets apoyados directamente por los trabajadores armados y los soldados, y el Gobierno burgu�s, que s�lo exist�a por merced de los dirigentes de los Soviets. "El Gobierno -dec�a Stalin en parte- est� escindido en dos �rganos, ninguno de los cuales tiene plena soberan�a... Cierto es que el Soviet ha tomado la iniciativa de los cambios revolucionarios; el Soviet es el �nico dirigente revolucionario del pueblo en armas, el �rgano que controla el Gobierno provisional. El Gobierno provisional se ha encargado de la tarea de reforzar de manera efectiva las realizaciones del pueblo revolucionario. El Soviet moviliza las fuerzas y ejerce el control, en tanto que el Gobierno provisional, inseguro y claudicante, se reserva el papel de defensor de las conquistas que el pueblo ya ha conseguido." �Este extracto vale por todo un programa!
El informante expon�a las relaciones entre las dos clases b�sicas de la sociedad como una divisi�n de trabajo entre dos "�rganos". Los Soviets, esto es, los trabajadores y los soldados, hacen la Revoluci�n; el Gobierno, es decir, los capitalistas y los hacendados rurales, la "fortifican" o consolidan. Durante 1905-1907, Stalin mismo hab�a escrito una y otra vez, parafraseando a Lenin: "La burgues�a rusa es antirrevolucionaria; no puede ser primer m�vil, y menos directora de la Revoluci�n; es enemiga jurada de la Revoluci�n, y con ella habr� que librar una lucha tenaz." Y la idea pol�tica mentora del bolchevismo no hab�a sido anulada en, sentido alguno por la marcha de la Revoluci�n de febrero. Miliukov, el jefe de la burgues�a liberal, dijo en la conferencia de, su partido pocos d�as antes del levantamiento: "Estamos caminando sobre un volc�n... Sea cual fuere el car�cter del Gobierno (bueno o malo), necesitamos un Gobierno fuerte, ahora m�s que nunca." Cuando el levantamiento comenz�, a pesar de la resistencia de la burgues�a, no les qued� a los liberales m�s recurso que asentarse en el terreno preparado por su triunfo. Ning�n otro, sino Miliukov, que habiendo declarado la v�spera ser preferible una monarqu�a rasputiniana que una erupci�n volc�nica, dirig�a ahora el Gobierno provisional que, en concepto de Stalin, hab�a de "fortificar" las conquistas de la Revoluci�n, pero que, en realidad, hac�a todo lo posible por estrangularla. Para las masas insurgentes, el sentido de la Revoluci�n estaba en la abolici�n de las antiguas formas de propiedad, que precisamente el Gobierno provisional defend�a. Stalin presentaba la lucha irreconciliable de clases que, a despecho de todos los esfuerzos de los transaccionistas, se iba haciendo cada vez m�s violenta para convertirse en guerra civil, como una mera divisi�n de trabajo entre dos m�quinas pol�ticas. Ni siquiera el menchevique de izquierda, Martov, habr�a planteado el caso de tal manera. Esta era la teor�a de Tseretelli (y Tseretelli era el or�culo de los transaccionistas) en su m�s vulgar forma de expresi�n: fuerzas "moderadas" y otras m�s "resueltas" act�an en un palenque llamado "democracia", y se dividen la tarea, unas "conquistando" y las otras "consolidando". Aqu�, preparada para nosotros, tenemos la f�rmula de la futura pol�tica staliniana en China (1924-1927), en Espa�a (1936-1939), y, en general, en todos sus malhadados "Frentes Populares".
"No nos conviene forzar ahora el curso de los acontecimientos -continuaba el informante- acelerando la secesi�n de las capas burguesas... Tenemos que ganar tiempo frenando la secesi�n de las capas intermedias de la burgues�a para estar dispuestos a la lucha contra el Gobierno provisional." Los delegados escuchaban estos argumentos con vagos recelos. "No espantar a la burgues�a" hab�a sido siempre la consigna de Plejanov, y, en el C�ucaso, de Jordania. El bolchevismo alcanz� su madurez luchando fieramente contra aquella tendencia. Es imposible "frenar la secesi�n" de la burgues�a sin frenar a la vez la lucha de clases proletaria; en esencia, ambas cosas son simplemente los dos aspectos de un mismo proceso. "La ch�chara sobre la cuesti�n de no asustar a la burgues�a... -hab�a escrito Stalin mismo en 1913, poco antes de ser detenido-, s�lo suscitaba sonrisas, porque era evidente que la tarea de la Socialdemocracia no era s�lo "asustar" a la mism�sima burgues�a, sino desalojarla en la persona de sus abogados, los cadetes." Incluso es dif�cil comprender c�mo ning�n antiguo bolchevique pod�a haber olvidado los catorce a�os de historia de su facci�n para recurrir en el momento m�s cr�tico a la m�s odiosa de las f�rmulas mencheviques. La explicaci�n ha de encontrarse en el modo de discurrir de Stalin; no tiene capacidad para las ideas generales, v su memoria no las conserva. Las usa de vez en cuando, seg�n se necesitan, y las arroja a un lado sin el menor remordimiento, casi como un reflejo. En su art�culo de 1913 se refer�a a las elecciones para la Duma. "Desalojar" a la burgues�a significaba s�lo arrebatar actas a los liberales. La referencia del momento afectaba a la deposici�n revolucionaria de la burgues�a. Aqu�lla era una faena que Stalin relegaba al remoto futuro. Por lo pronto, justamente igual que los mencheviques, cre�a necesario "no espantarlos".
Despu�s de leer la resoluci�n del Comit� Central, que hab�a contribuido a redactar, Stalin declar� m�s bien de improviso que no estaba totalmente de acuerdo con la resoluci�n propuesta por el Soviet de Krasnoyarsk. El secreto significado de esta maniobra no est� claro. En su viaje desde Siberia, Stalin pudo haber participado en la redacci�n del acuerdo del Soviet de Krasnoyarsk. Es posible que, d�ndose cuenta de la actitud de los delegados, pensara lo mejor no disentir de Kamenev en lo m�s m�nimo. Sin embargo, la resoluci�n de Krasnoyarsk a�n era de calidad peor que el documento de Petrogrado: "...poner bien de manifiesto que la �nica fuente del poder y la autoridad del Gobierno provisional, es la voluntad popular, a la que el Gobierno provisional debe someterse en absoluto, y sostener al Gobierno provisional... s�lo en tanto siga la pauta de satisfacer los anhelos de la clase trabajadora y del campesinado revolucionario". La panacea acarreada de Siberia resultaba muy sencilla: la burgues�a "debe someterse en absoluto" al pueblo y "seguir la pauta" de los obreros y campesinos. Pocas semanas m�s tarde, la f�rmula de apoyar a la burgues�a "en tanto, etc., habr�a de convertirse en el blanco de las burlas de todos los bolcheviques. Pero ya algunos de los delegados protestaban contra la idea de apoyar al Gobierno del pr�ncipe Lvov; s�lo el pensarlo chocaba con excesiva crudeza con la constante tradici�n del bolchevismo. Al d�a siguiente, el socialdem�crata Steklov partidario tambi�n de la f�rmula del "en tanto, etc.", y al mismo tiempo miembro de la "Comisi�n de contacto" inmediata a las esferas rectoras, tuvo en la Conferencia de los Soviets la poca habilidad de pintar las maquinaciones reales del Gobierno provisional con tan negras tintas (oposici�n a las reformas sociales, esfuerzos en favor de la monarqu�a y de las anexiones), que la Conferencia de los bolcheviques se apart� alarmada de la f�rmula de apoyo. "Ahora se ve -dijo el delegado moderado Nogin, expresando los sentimientos de muchos otros- que no debemos discutir el apoyo, sino la oposici�n." El delegado del ala izquierda, Skrypnik, manifest� el mismo criterio: "Mucho ha cambiado desde el informe que ayer hizo Stalin... El Gobierno provisional est� intrigando contra el pueblo y la Revoluci�n..., y, no obstante, la resoluci�n habla de apoyo." El alica�do Stalin, cuya manera de apreciar la situaci�n no pod�a resistir la prueba del tiempo siquiera veinticuatro horas, "propuso instruir al Comit� para alterar la cl�usula relativa al apoyo". Pero la Conferencia adopt� un acuerdo mejor: "Por una mayor�a contra cuatro, se suprime de la resoluci�n la cl�usula relativa al apoyo."
Pudiera pensarse que, en adelante, todo el esquema del informante sobre la divisi�n del trabajo entre el proletariado y la burgues�a quedar�a relegado al olvido. En realidad, de la resoluci�n desaparecieron las palabras, pero no la idea. El temor de "espantar a la burgues�a" subsisti�. En sustancia, la resoluci�n era una apelaci�n al Gobierno provisional exhort�ndole a "emprender la lucha m�s en�rgica para liquidar por completo el viejo r�gimen", en el mismo momento en que se dispon�a a emprender "la lucha m�s en�rgica" para restaurar la monarqu�a. La conferencia no se arriesg� m�s all� de una presi�n amistosa sobre los liberales. No se hablaba para nada de una lucha independiente para la conquista del Poder, aunque no fuese m�s que en aras de objetivo democr�ticos. Como de prop�sito para exponer a la luz m�s atrayente el verdadero esp�ritu encerrado en las resoluciones aprobadas, Kamenev declar� en la Conferencia de los Soviets, que se celebraba al mismo tiempo, que en cuanto a la cuesti�n del Poder, ten�a el "gusto" de agregar el voto de los bolcheviques a la resoluci�n oficial que hab�a sido presentada y patrocinada por el dirigente derechista menchevique Dan. A la vista de estos hechos, la escisi�n de 1903, que hizo permanente la Conferencia de Praga en 1913, debe de haber parecido una ligera disenci�n. 
As�, pues, no fue por casualidad por lo que en la sesi�n del d�a siguiente la Conferencia bolchevique estaba discutiendo la propuesta del dirigente menchevique de la derecha, Tseretelli, de fusionar los dos partidos. Stalin reaccion� a ello con simpat�a: "Deb�amos hacerlo. Es necesario definir nuestras proposiciones en cuanto a los t�rminos de una unificaci�n. �sta no es posible sino sobre la l�nea de Zimmerwald-Kienthal". Se alud�a con estas palabras a la "l�nea" de dos conferencias socialistas celebradas en Suiza, donde hab�an preponderado pacifistas moderados. Molotov, que dos semanas antes hab�a sido reprendido por su izquierdismo, sali� al paso con t�midas objeciones: "Tseretelli desea unir elementos divergentes... La unidad sobre tal l�nea equivocada..." M�s resuelta fue la protesta de Zalutsky: "S�lo un posibilista puede sentirse impulsado por el mero deseo de unidad, no un socialdem�crata... Es imposible unirse sobre la base de una adhesi�n superficial a Zimmerwald-Kienthal... Es necesario proponer una plataforma definida." Pero Stalin que hab�a sido tildado de posibilista, se atuvo a lo suyo: "No debemos anticiparnos a se�alar discrepancias. La vida del Partido es imposible sin que las haya. Hemos de dirimir estas menudas discordias dentro del Partido." Apenas puede uno creer a sus ojos: Stalin calificaba las diferencias con Tseretelli, inspirador del bloque dominante del Soviet, de menudas discordias que pod�an "dirimirse" dentro del Partido. La discusi�n tuvo lugar el 1 (14) de abril. Tres d�as despu�s, Lenin hab�a de declarar guerra a muerte a Tseretelli. Y dos meses despu�s, Tseretelli estar�a desarmando y deteniendo a bolcheviques
La conferencia de marzo de 1917 es de extraordinaria importancia en cuanto a percepci�n del estado de �nimo de los miembros prominentes del Partido bolchevique inmediatamente despu�s de la Revoluci�n de febrero, y particularmente de Stalin, que acababa de regresar de Siberia despu�s de cuatro a�os de cavilar por su cuenta. De la sucinta cr�nica de las actas, emerge como un vulgar dem�crata y un provinciano obligado por el sesgo de la hora a adoptar el color marxista. Sus art�culos y discursos de esas semanas proyectan una luz clara y sin manchas sobre su posici�n durante los a�os de guerra: si hubiera derivado lo m�s m�nimo hacia las ideas de Lenin durante su permanencia en Siberia, como alegan Memorias escritas veinte a�os despu�s de los hechos, no se habr�a hundido de modo tan irremediable en el fango del oportunismo como lo hizo en marzo de 1917. La ausencia de Lenin y la influencia de Kamenev, hicieron posible que Stalin apareciese al estallar la revoluci�n como realmente era, mostrando sus caracter�sticas m�s hondamente arraigadas: desconfianza en las masas, falta total de imaginaci�n, miop�a, propensi�n a buscar la l�nea de menor resistencia. Por eso, la conferencia de marzo, en la que Stalin se revel� a s� mismo tan expl�citamente como pol�tico, se suprime hoy de la historia del partido, y sus actas se guardan bajo siete llaves. En 1923 se prepararon secretamente tres copias para los miembros da, "triunvirato": Stalin, Zinoviev y Kamenev. S�lo en 1926, cuando Zinoviev y Kamenev se unieron a la oposici�n contra Stalin, pude procurarme de ellos este notable documento, lo que me permiti� publicarlo en el extranjero, en ruso y en ingl�s.
Pero, despu�s de todo, este documento no difiere en nada esencial de sus art�culos en Pravda, a los que sirve tan s�lo de suplemento. Ni una simple declaraci�n, propuesta o protesta en que Stalin opusiera m�s o menos articuladamente el punto de vista bolchevique a la pol�tica de los dem�cratas peque�oburgueses ha llegado hasta nosotros de aquellos d�as. Un testigo presencial de aquellos tiempos, el menchevique de izquierda Sujanov (autor del manifiesto A los Trabajadores del Mundo, ya mencionado), escrib�a en sus inestimables Notas sobre la Revoluci�n: "Adem�s de Kamenev, los bolcheviques ten�an entonces a Stalin en el Comit� Ejecutivo... Durante su rara actuaci�n... daba (y no s�lo a m�) la impresi�n de una mota gris que, de vez en cuando, se hac�a levemente visible, sin dejar rastro. Realmente, de �l no hay nada m�s que decir." Tal descripci�n, que hemos de reconocer bastante parcial, cost� a Sujanov la vida tiempo despu�s.
El 3 (16) de abril, despu�s de atravesar Alemania en guerra, Lenin, Krupskaia, Zinoviev y otros cruzaban la frontera de Finlandia y llegaron a Petrogrado... Un grupo de bolcheviques, con Kamenev al frente, acudieron a recibir a Lenin en Finlandia. Stalin no estaba entre ellos, y este ligero dato muestra mejor que nada la inexistencia de cuanto significara intimidad personal entre �l y Lenin. "Tan pronto como lleg� Vladimiro Ilich y se sent� en la otomana -refiere Raskolnikov-, la emprendi� con Kamenev: "�Qu� hab�is estado escribiendo en Pravda? Hemos visto varios n�meros, y nos pusieron de muy mal humor..."" Durante los a�os que pas� junto a Lenin en el extranjero, Kamenev se hab�a acostumbrado a aquellas duchas fr�as. No eran obst�culo para que estimase a Lenin, y aun le adorase por entero con su vehemencia, su profundidad, su sencillez, sus salidas, que le hac�an re�r aun antes de o�rlas, y su car�cter de letra, que imitaba sin darse cuenta de ello. Muchos a�os m�s tarde, alguien recordaba que durante el viaje, Lenin hab�a preguntado por Stalin. Aquella pregunta natural (Lenin preguntar�a indudablemente por todos los miembros de la plana mayor bolchevique), sirvi� despu�s como punto de partida para urdir una pel�cula sovi�tica.
Un rese�ador minucioso y consciente de la revoluci�n escribi� lo siguiente acerca de la primera aparici�n de Lenin en p�blico ante los bolcheviques reunidos al efecto: "Nunca olvidar� aquel discurso que, como el trueno, conmovi� y asombr� no a m� solamente, un hereje a quien la casualidad hab�a llevado all� sino incluso a todos los creyentes. Seguro es que nadie se esperaba aquello".
No se trataba de un trueno ret�rico, que no era cosa del agrado de Lenin, sino de todo el sesgo de sus ideas. "�No necesitamos una rep�blica parlamentaria, ni una democracia burguesa; no necesitamos Gobierno alguno que no sea el Soviet de los diputados de los obreros, los soldados y los campesinos pobres!" En la coalici�n de los socialistas con la burgues�a liberal (esto es, en el "frente popular" de nuestros d�as), Lenin s�lo ve�a traici�n al pueblo. Hizo despiadada mofa de la frase de moda "democracia revolucionaria", que confund�a en una mezcolanza a los trabajadores y a la peque�a burgues�a, a populistas, mencheviques y bolcheviques. Los partidos transaccionistas que predominaban en los Soviets no eran para �l aliados, sino enemigos irreconciliables. "�S�lo aquello -advierte Sujanov- era suficiente entonces para que al auditorio le diese vueltas la cabeza!"
El Partido estaba tan falto de preparaci�n para Lenin como lo hab�a estado para la Revoluci�n de febrero. Todos los juicios, consignas y giros verbales acumulados durante las cinco semanas de revoluci�n quedaron reducidos a a�icos. "Atac� resueltamente las t�cticas de los grupos situados a la cabeza del Partido y de los camaradas individuales, ya antes de llegar -escribe Raskolnikov, refiri�ndose ante todo a Stalin y Kamenev-. Los activistas m�s responsables del Partido estaban presentes. Pero aun para ellos result� algo totalmente nuevo el discurso de Ilich." No hubo discusi�n. Estaban todos demasiado confusos para ello. Ninguno quiso exponerse a los golpes de aquel intr�pido l�der. Por los rincones cuchicheaban que Ilich hab�a pasado demasiado tiempo en el extranjero, que hab�a perdido contacto con Rusia, que no comprend�a la situaci�n, y, lo que es peor, que se hab�a pasado a la oposici�n del trotskismo. Stalin, informante de la v�spera en la Conferencia, permanec�a callado. Se daba cuenta de haber cometido un terrible error, mucho m�s grave que en aquella ocasi�n del Congreso de Estocolmo en que hab�a defendido la divisi�n de la tierra, o un a�o despu�s, cuando transitoriamente form� entre los boicotistas. Decididamente, lo mejor era no prodigarse. Nadie se inquietaba por conocer la opini�n de Stalin sobre el asunto, en modo alguno. Despu�s, nadie pudo recordar la menor cosa para sus memorias de lo que Stalin hizo durante las semanas que sucedieron.
Entretanto, Lenin, estaba lejos de perder el tiempo: pasaba revista a la situaci�n con sus perspicaces ojos, atormentaba a sus amigos con preguntas, y sonsacaba a los trabajadores. Al d�a siguiente mismo present� al Partido un resumen de sus impresiones, que vinieron a ser m�s tarde el documento m�s- importante de la Revoluci�n, famoso por el nombre de Las tesis del 4 de abril. Lenin no s�lo no se asustaba de "espantar" a los liberales sino tampoco a los miembros del Comit� Central bolchevique, no jugaba al escondite con los presuntuosos dirigentes del partido bolchevique. Pon�a al desnudo la l�gica de la guerra de clases. Arrojando a un lado la cobarde y f�til f�rmula del "en tanto, etc.", situ� al Partido frente a la tarea de incautarse del Gobierno. Pero lo primero y principal era determinar qui�n fuese el enemigo. Los mon�rquicos de las centurias negras, acurrucados en sus rincones y encrucijadas, no ten�an la menor importancia. La plana mayor de la contrarrevoluci�n burguesa se compon�a del Comit� Central del partido cadete y del Gobierno provisional que �l inspiraba. Pero este �ltimo exist�a por gracia de los social-revolucionarios y los mencheviques, que, a su vez, ejerc�an el Poder por la credulidad de las masas. En tales condiciones no hab�a que pensar en la aplicaci�n de violencias revolucionarias. Lo primero que interesaba era conquistar a las masas. En lugar de unirse y fraternizar con los populistas y los mencheviques, era necesario desenmascararlos ante los trabajadores, los soldados y los campesinos como agentes de la burgues�a. "El Gobierno aut�ntico es el Soviet de delegados de los trabajadores... Nuestro Partido es una minor�a en el Soviet... �No se puede evitar! A nosotros toca explicar, pacientemente con persistencia, de un modo sistem�tico, lo err�neo de su t�ctica. Mientras no seamos m�s que una minor�a, nuestra tarea consiste en criticar, para desenga�ar a las masas." Todo aquel programa era sencillo y seguro, y cada clavo estaba firmemente clavado. Estas tesis llevaban s�lo una firma: "Lenin". Ni el Comit� Central del Partido ni el Consejo de redacci�n de Pravda consintieron en poner su r�brica al pie de aquel explosivo documento.
El mismo 4 de abril, Lenin compareci� ante la misma Conferencia del Partido en que Stalin hab�a explicado su teor�a de la divisi�n pac�fica del trabajo entre el Gobierno Provisional y los Soviets. El contraste era demasiado cruel. Para moderarlo, Lenin, abandonando su costumbre, no someti� a an�lisis las resoluciones que se hab�an tomado, sino que les volvi� la espalda. Lo que hizo fue elevar la Conferencia a un plano mucho m�s alto. Le hizo ver nuevas perspectivas que los supuestos l�deres no hab�an sospechado siquiera. "�Por qu� no os apoderasteis del Poder?", preguntaba el nuevo ponente, y procedi� a resumir las explicaciones de rigor: la revoluci�n se consideraba burguesa, estaba s�lo en su fase inicial; la guerra creaba dificultades imprevistas, y otras por el estilo. Todo eso es desatinado. El punto est� en que el proletariado no tiene suficiente conciencia ni est� bien organizado. Esto debe admitirse. La fuerza material est� en manos del proletariado, pero la burgues�a se halla alerta y preparada. Lenin desvi� la cuesti�n de la esfera de seudo objetivismo en que Stalin, Kamenev y otros trataban de ocultar las tareas de la revoluci�n, a la esfera de apercibimiento y acci�n. El proletariado hab�a dejado de incautarse del Poder en febrero, no porque la toma del Poder estuviese proscrita por la Sociolog�a, sino porque su incapacidad permiti� a los transaccionistas defraudar al proletariado en inter�s de la burgues�a..., �y eso era todo! "Incluso nuestros bolcheviques -continu�, sin mencionar nombres para nada- muestran confianza en el Gobierno. Esto s�lo puede explicarse por haberse embriagado con la revoluci�n. Es el fin del socialismo... Si esto es as�, no puedo seguir adelante. Prefiero quedarme en minor�a." No era dif�cil para Stalin y Kamenev reconocer la alusi�n a ellos. Todos los presentes se dieron cuenta de qui�nes eran los aludidos por el informante. Los delegados no ten�an la menor duda Lenin hablaba en serio al decir que se apartaba. Aquello e muy distinto de la f�rmula "en tanto, etc.".
El eje de la cuesti�n relativa a la guerra se desvi� con no menos resoluci�n. El Gobierno provisional hab�a medio prometido una rep�blica. Pero, �cambiaba esto el car�cter de la guerra? Francia llevaba mucho tiempo de rep�blica, y lo hab�a sido m�s de una vez, pero su participaci�n en la guerra segu�a siendo imperialista. La �ndole de la guerra se determina por el car�cter de la clase que gobierna. "Cuando las masas declaran que no quieren ning�n g�nero de conquista, yo lo creo. Cuando Guchkov y Lvov declaran que no quieren conquistas, mienten con todo descaro." Este sencillo juicio es profundamente cient�fico y, al mismo tiempo, comprensible para todos los soldados de las trincheras. Lenin asest� luego un golpe directo al llamar a Pravda por su verdadero nombre. "Pedir de un Gobierno de capitalistas que repudie las anexiones es una simpleza, una burla a voces..." Estas palabras afectaban directamente a Stalin. "Es imposible terminar esta guerra sin una paz de violencia, a menos que el capitalismo sea derrocado." Y, sin embargo, los partidarios de la transacci�n segu�an apoyando a los capitalistas, y Pravda los apoyaba a ellos. "La petici�n del Soviet... no contiene una sola palabra que revele conciencia de clase. Toda ella es pura fraseolog�a." Esto se refer�a a aquel mismo manifiesto saludado por Stalin como la voz del internacionalismo. Las frases pacifistas, a la vez que manten�an las viejas alianzas, los viejos tratados, los viejos objetivos, s�lo ten�an por finalidad enga�ar a las masas. "Lo que es �nico en Rusia es la transici�n inconcebiblemente r�pida de la violencia irreprimible a la decepci�n m�s sutil." Tres d�as antes, Stalin hab�a declarado estar dispuesto a unirse con el partido de Tseretelli. "Re o�do que existe en Rusia una tendencia a la unificaci�n; la unidad con un defensista es traici�n al socialismo. Creo que es mejor quedarse solo, como Liebknecht, �uno contra ciento diez!" Ya no se pod�a tolerar siquiera llevar el mismo nombre de los mencheviques, el nombre de Socialdemocracia. "Por mi parte, propongo que cambiemos de nombre el Partido, que en adelante nos llamemos Partido Comunista." Ni uno siquiera de los asistentes a la Conferencia, ni el mismo Zinoviev, que acababa de llegar con Lenin, apoy� esta propuesta, que perec�a una ruptura sacr�lega con su propio pasado.
Pravda, que continuaba dirigiendo Kamenev y Stalin, declar� que las tesis de Lenin reflejaban su personal opini�n, que no compart�a el Bur� del Comit� Central, y que Pravda continuar�a su pol�tica de siempre. Aquella declaraci�n llevaba la firma de Kamenev. Stalin le apoyaba con su silencio. Tuvo que permanecer as� durante mucho tiempo. Las ideas de Lenin le parec�an ilusiones de un emigrado, pero �l permanec�a atento esperando la reacci�n del Partido. "Debe reconocerse abiertamente -escrib�a m�s tarde el bolchevique Angarsky, que hab�a pasado por la misma evoluci�n que los otros- que muchos de los viejos bolcheviques... manten�an las opiniones bolcheviques de 1905 respecto al car�cter de la Revoluci�n de 1917, y que no era cosa f�cil repudiar tales opiniones." En realidad, no se trataba de "muchos de los viejos bolcheviques", sino de todos, sin excepci�n. En la Conferencia de marzo, donde se reunieron los cuadros del Partido de todo el pa�s, no se alz� una sola voz en favor de esforzarse en recabar el Poder para los Soviets. Todos ellos ten�an que reeducarse. De los diecis�is miembros del Comit� de Petrogrado, s�lo dos apoyaron las tesis, y aun no lo hicieron desde el primer momento. "Muchos de los camaradas insinuaron -recordaba Tsijon- que Lenin hab�a perdido contacto con Rusia, que no ten�a en cuenta las condiciones actuales, etc�tera." El bolchevique de provincias, Lebedev, refiere que al principio los bolcheviques condenaban la agitaci�n de Lenin, "que parec�a ut�pica y que se explicaba s�lo por su prolongada falta de contacto con la vida rusa". Uno de los inspiradores de tales juicios fue sin duda Stalin, que siempre hab�a mirado con desd�n a los emigrados". Algunos a�os despu�s, Raskolnikov recordaba que "la llegada de Vladimiro Ilich plante� un marcado Rubic�n en la t�ctica de nuestro Partido... La tarea de tomar posesi�n del poder del Estado se conceb�a como un ideal remoto... Se consideraba suficiente apoyar al Gobierno provisional en una u otra forma... El Partido no ten�a dirigente de autoridad capaz de soldarle en una firme unidad y llevarlo adelante." En 1922, no pod�a hab�rsele ocurrido a Raskolnikov ver a Stalin el "dirigente de autoridad". Escrib�a el trabajador de los Urales, Markov, a quien la revoluci�n hab�a encontrado junto a su torno: "Nuestros dirigentes marchaban a tientas hasta que lleg� Vladimiro Ilich... La posici�n de nuestro Partido fue haci�ndose clara al aparecer sus famosas tesis." "Recordad la recepci�n dispensada a las tesis de abril de Vladimiro Ilich -dec�a Bujarin poco despu�s de morir Lenin-, cuando parte de nuestro propio Partido las miraba como una traici�n virtual a la ideolog�a marxista consagrada." Esa "parte de nuestro propio Partido" era toda su direcci�n, sin exceptuar a: nadie. "Con la llegada de Lenin a Rusia en 1917 -escrib�a Molotov en 1924-, nuestro Partido comenz� a pisar terreno firme... Hasta aquel momento s�lo hab�a ido caminando inseguro y vacilante... El Partido carec�a de la claridad y la resoluci�n que requer�a el momento revolucionario..." Antes que los dem�s, de un modo m�s concluyente y preciso, Ludmila Stahl define el cambio ocurrido. "Hasta la llegada de Lenin, todos los camaradas erraban en la oscuridad...", dec�a el 4 (17) de abril de 1917, en el momento m�s culminante de la crisis del Partido. "Al ver la inventiva independiente del pueblo no pod�amos menos de tenerla en cuenta... Nuestros camaradas se contentaban con meros preparativos para la Asamblea Constituyente, a base de m�todos parlamentarios, y no admit�an siquiera la posibilidad de ir m�s lejos. Aceptando las consignas de Lenin, haremos lo que la vida misma nos empuja a hacer."
El rearme del Partido en abril fue un rudo golpe para el prestigio de Stalin. Hab�a venido de Siberia con la autoridad de un viejo bolchevique, con la categor�a de miembro de Comit� Central, ayudado por Kamenev y Muranov. Tambi�n �l inici� su propio estilo de "rearme", rechazando la pol�tica de los dirigentes locales como excesivamente radical y comprometi�ndose mediante varios art�culos de Pravda, un informe en la Conferencia y la resoluci�n del Comit� de Krasnoyarsk. En medio de esta actividad, que por su misma �ndole era labor de un dirigente, apareci� Lenin. Se present� en la Conferencia como entra un inspector en el aula. Despu�s de escuchar varias frases volvi� la espalda al maestro y con una esponja mojada borr� del encerado todos sus f�tiles garabatos. Los sentimientos de asombro y protesta -de los delegados se resolvieron en una expresi�n admirativa. Pero Stalin no ten�a admiraci�n que ofrecer. Hab�a sido el suyo un golpe muy duro, una sensaci�n de desamparo y de profunda envidia. Le hab�an humillado delante de todo el Partido mucho m�s que en la Conferencia reservada de Cracovia despu�s de su desgraciada direcci�n de Pravda. Era in�til luchar contra ello. Tambi�n �l entreve�a ahora nuevos horizontes que no hubiera sido capaz de presentir el d�a antes. No le quedaba otro remedio que rechinar los dientes y aparentar calma. El recuerdo de la revoluci�n provocada por Lenin en abril del a�o 1917, qued� grabado para siempre en su conciencia, y all� se encon�. Se apoder� de las actas de la conferencia de marzo y trat� de ocultarlas al Partido y a la historia. Pero aquello no puso arreglo en nada. Segu�a habiendo en las bibliotecas colecciones de Pravda. Adem�s, aquellas ediciones de Pravda se reimprimieron m�s tarde, y los art�culos de Stalin hablaban por s� mismos. Durante los primeros a�os de r�gimen sovi�tico, innumerables Memorias referentes a la crisis de abril llenaron todos los peri�dicos hist�ricos y las ediciones conmemorativas de los diarios. Todo ello ten�a que ser retirado gradualmente de la circulaci�n, falseado y sustituido por nuevo material. La misma palabra "rearme" del Partido, usada por m� casualmente, en 1922, fue a su tiempo objeto de ataques cada vez m�s furiosos de Stalin y sus sat�lites.
Verdad es que en 1924 Stalin a�n estim� lo m�s sensato admitir, con la debida indulgencia para s� mismo, el error de sus m�todos al comienzo de la Revoluci�n, "El Partido -escrib�a- acept� la pol�tica de presionar desde los Soviets al Gobierno en la cuesti�n de la paz y no decidi� al momento dar un paso hacia adelante... hacia la nueva consigna del poder para los Soviets... Aqu�lla fue una posici�n profundamente err�nea, pues multiplicaba las ilusiones pacifistas, vert�a agua en el molino del defensismo y estorbaba la educaci�n revolucionaria de las masas. Yo compart�a aquella posici�n err�nea en aquella ocasi�n con otros camaradas del Partido, y no la repudi� por completo hasta mediados de abril, despu�s de suscitar las tesis de Lenin." Este reconocimiento p�blico, necesario para proteger su propia retaguardia en su lucha contra el trotskismo, que comenzaba por entonces, result� muy limitado dos a�os m�s tarde. En 1926, Stalin negaba categ�ricamente el car�cter oportunista de su pol�tica en marzo de 1917 ("�No es cierto, camaradas eso no es m�s que comadreo!") y admit�a solamente que tuvo "algunas vacilaciones..., pero, �qui�n entre nosotros no las tuvo pasajeramente?". Cuatro a�os despu�s, Yarolavsky, que en su calidad de historiador mencion� el hecho de que Stalin hab�a asumido al iniciarse la revoluci�n "una posici�n err�nea", se vio sometido a una feroz persecuci�n de todos lados. Ya no era tolerable mencionar siquiera "vacilaciones moment�neas". �El �dolo del prestigio es un monstruo voraz! Finalmente, en la "historia" del Partido, dirigida por el mismo Stalin, �ste se atribuye la posici�n de Lenin, cargando las propias opiniones a sus enemigos. Kamenev y ciertos activistas de la organizaci�n de Mosc�, como Rikov, Bubnov, Nogin, proclama esta notable historia, "se mantuvieron en la posici�n semimenchevique de apoyo condicional al Gobierno provisional y a la pol�tica de los defensistas. Stalin, que acababa de regresar del destierro, Molotov y otros as� como la mayor�a del Partido, defend�an la pol�tica de no confiar en el Gobierno provisional y se manifestaban contra el defensismo", y as� por el estilo. De este modo, por cambios graduales del hecho a la ficci�n, lo negro se convirti� en blanco. Semejante m�todo, que Kamenev llam� "dosificar la mentira", transpira en toda la biograf�a de Stalin, y halla su expresi�n cumbre y al mismo tiempo su colapso en los juicios de Mosc�.
Analizando las ideas b�sicas de las dos facciones de la Socialdemocracia en 1909, escrib�a yo: "Los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo se destacan ya en toda su fuerza; las caracter�sticas antirrevolucionarias del bolchevismo son una amenaza de gran peligro s�lo en el caso de un triunfo revolucionario." En marzo de 1907, despu�s de derrocado el zarismo, los antiguos cuadros del Partido llevaron estas caracter�sticas antirrevolucionarias del bolchevismo a su extrema expresi�n: hasta la distinci�n entre bolchevismo y menchevismo parec�a haberse esfumado. Era imperativo un rearme radical del Partido. Lenin, el �nico hombre de talla para la tarea, lo hizo en el curso de abril. Al parecer, Stalin no deseaba oponerse en p�blico a Lenin; pero tampoco sali� en su favor. Sin meter mucho ruido, se deslig� de Kamenev como diez a�os antes hab�a abandonado a los boicotistas y como en la Conferencia de Cracovia dej� a, los conciliadores entregados a su suerte. No estaba habituado a defender idea alguna que no prometiese un �xito inmediato. La Conferencia de la organizaci�n de Petrogrado celebr� sesiones desde el 14 al 22 de abril. Aunque ya predominaba la influencia de Lenin, los debates eran bastante movidos en ocasiones. Entre los que intervinieron se cuentan Zinoviev, Tomsky, Molotov y otros bolcheviques muy conocidos. Stalin ni siquiera se dej� ver; sin duda trataba de refugiarse en el olvido una temporada.
La Conferencia de toda Rusia se reuni� en Petrogrado el 24 de abril. Se propon�a dilucidar todos los asuntos que quedaron en suspenso en la Conferencia de marzo. Unos 150 delegados representaban a 79.000 miembros del Partido, de ellos, 15.000 de la capital. No es una marca desde�able para un Partido antipatri�tico que apenas hab�a salido de la ilegalidad. La victoria de Lenin se apreci� desde un principio en las elecciones a la Presidencia de cinco miembros, pues entre los elegidos no estaban Kamenev ni Stalin, los dos responsables de la pol�tica oportunista de marzo. Kamenev tuvo suficiente valor para pedir la concesi�n de un informe de minor�a en la Conferencia. "Reconociendo que formalmente y de hecho el remanente cl�sico del feudalismo, la propiedad de la tierra por los hacendados, no ha sido a�n liquidada..., es demasiado pronto para aseverar que la democracia burguesa ha agotado todas sus posibilidades." Tal fue la idea b�sica de Kamenev y de Rikov, Nogin, Dzerhinsky, Angarsky y otros. "El �mpetu para la revoluci�n social -dec�a Rikov-, debi� haber venido del Oeste." La revoluci�n democr�tica no hab�a terminado, dec�an los oradores de la oposici�n, apoyando a Kamenev. Era verdad. Sin embargo, la misi�n del gobierno provisional no consist�a en dar cima a la revoluci�n, sino en invertir su curso. Por consiguiente, la revoluci�n democr�tica s�lo podr�a completarse bajo el mando de la clase trabajadora. Los debates eran animados, pero apacibles, puesto que en lo esencial todo hab�a sido decidido de antemano y Lenin hac�a lo posible por facilitar la retirada de sus antagonistas.
Durante estos debates, Stalin intervino con una breve declaraci�n contra su aliado de ayer. En su informe de minor�a, Kamenev arguy� que no exigiendo nosotros la ca�da inmediata del Gobierno provisional lo procedente era pedir autoridad sobre �l; de otro modo, las masas no nos comprender�an. Lenin opuso que el "control" del proletariado sobre un Gobierno burgu�s, especialmente en tiempos de revoluci�n, ser�a ficticio o se reducir�a a una simple colaboraci�n con aqu�l. Stalin crey� llegado el momento de hacer constar su disconformidad con Kamenev. Para dar una especie de explicaci�n sobre su cambio de actitud, se sirvi� de una nota emitida el 19 de abril por el ministro de Negocios Extranjeros, Miliukov.
La extrema franqueza imperialista de este �ltimo, empuj� literalmente a los soldados a la calle y origin� una crisis gubernamental. El concepto de Lenin acerca de la revoluci�n se basaba en la correlaci�n de clases, y no en una nota diplom�tica o de otros actos del Gobierno. Pero Stalin no estaba interesado en ideas generales. Todo lo que necesitaba era un pretexto evidente para cambiar de postura con el menor quebranto para su vanidad. Estaba "dosificando" su retirada. Al principio, seg�n dec�a, "era el Soviet quien traz� el programa, mientras que ahora lo hac�a el Gobierno provisional". Despu�s de la nota de Miliukov, "el Gobierno se adelanta al Soviet, y �ste pierde terreno. Hablar entonces de control era desatinar". Aquello: sonaba a forzado y falso. Pero surti� efecto: Stalin se las compuso de este modo para separarse a tiempo de la oposici�n, que obtuvo s�lo siete votos al hacer el escrutinio.
En su informe sobre la cuesti�n de las minor�as nacionales, Stalin hizo todo lo posible por salvar el bache entre su informe de marzo, que ve�a el origen de la opresi�n nacional meramente en la aristocracia hacendada, y la nueva posici�n el Partido estaba asimilando. "La opresi�n nacional -dijo, arguyendo inevitablemente contra s� mismo- no s�lo est� sostenida por la aristocracia terrateniente, sino tambi�n por otra fuerza: los grupos imperialistas, que aplican el m�todo de esclavizar a las naciones, aprendido en las colonias, a su propio pa�s tambi�n..." Adem�s, la gran burgues�a lleva tras ella a "la peque�a burgues�a, a parte de los intelectuales y a parte de la aristocracia del trabajo, que disfrutan asimismo de los despojos de este latrocinio". �ste era el tema en que precisamente hab�a insistido Lenin durante los a�os de guerra. "As� -continuaba el informe-, hay todo un coro de fuerzas sociales que apoyan la opresi�n nacional." Para poner fin a tal opresi�n, era necesario "apartar a este coro de la escena pol�tica". Situando en el poder a la burgues�a imperialista, la Revoluci�n de febrero no preparaba ciertamente el camino para la liberaci�n de las minor�as nacionales. Por ejemplo, el Gobierno provisional se resist�a con todas sus fuerzas a los intentos de ampliar la autonom�a de Finlandia. "�A qu� lado hemos de estar? Sin duda alguna, al lado del pueblo fin�s..." El ucraniano Pyatakov y el polaco Dzerzhinsky se pronunciaron en contra del programa de autodeterminaci�n nacional, como ut�pico y reaccionario. "No deber�amos plantear la cuesti�n nacional -dec�a con ingenuidad Dzerzhinsky- porque �sta retrasa el momento de la revoluci�n social. Por consiguiente, propondr�a suprimir de la resoluci�n el punto relativo a la independencia de Polonia." "La Socialdemocracia -replic� Stalin-, puesto que sigue una ruta que conduce a la revoluci�n socialista, debe apoyar el movimiento revolucionario de los nacionalistas contra el imperialismo." Entonces, por primera vez en su vida, dijo Stalin algo a prop�sito de "una ruta que conduce a la revoluci�n socialista". La hoja del calendario juliano llevaba aquel d�a la fecha de 29 de abril de 1917.
Habiendo asumido las prerrogativas de un Congreso, la Conferencia eligi� nuevo Comit� Central, compuesto de Lenin, Zinoviev, Kamenev, Milutin, Nogin, Sverdlov, Smilga, Stalin, Fedorov; y como suplentes Teodorovich Bubnov, Glebov-Avilov y Pravdin. De los 133 delegados, por alguna raz�n s�lo 109 tomaron parte en la votaci�n secreta con pleno voto; es posible que algunos de ellos se hubieran marchado ya de la capital. Lenin obtuvo 104 votos (�ser�a acaso Stalin uno de los delegados que no le dio el suyo?); Zinoviev, 101; Stalin, 97, y Kamenev, 95. Por primera vez era elegido Stalin para el Comit� Central por el procedimiento usual del Partido. Iba ya a cumplir los treinta y ocho a�os. Rikov, Zinoviev y Kamenev ten�an veintitr�s o veinticuatro cuando fueron elegidos por Congresos del Partido para formar parte de la plana mayor bolchevique.
En la Conferencia hubo un intento de dejar a Sverdlov fuera del Comit� Central. Lenin habl� de ello despu�s del fallecimiento de aqu�l, juzg�ndolo como una notoria equivocaci�n suya. "Por fortuna -a�adi�-, nos rectificaron desde abajo." Es dif�cil que Lenin tuviese motivo alguno para oponerse a la candidatura de Sverdlov; s�lo le conoc�a por correspondencia como un revolucionario profesional incansable. No es improbable que la oposici�n procediera de Stalin, que no hab�a olvidado c�mo Sverdlov anduvo enderezando entuertos tras �l en San Petersburgo y reorganizando Pravda; su vida en com�n en Kureika no consigui� m�s que agravar su enemistad. Stalin nunca olvidaba nada. Al Parecer, trat� de vengarse en la Conferencia, y de un modo u otro (no podemos sino figur�rnoslo) consigui� ganarse el apoyo de Lenin. Pero su tentativa no dio resultado. Si en 1912, Lenin tropez� con la resistencia de los delegados cuando trat� de incorporar a Stalin al Comit� Central, esta vez no fue menor la que le opusieron para no excluir a Sverdlov. De los miembros de este Comit� Central elegido en la Conferencia de abril, s�lo Sverdlov lleg� a morir de muerte natural. Todos los dem�s (con excepci�n del mismo Stalin), as� como los cuatro suplentes, han sido oficialmente fusilados o suprimidos sin tr�mites oficiales.
Sin Lenin nadie hubiera sabido afrontar aquella situaci�n sin precedentes; todos estaban esclavizados por viejas f�rmulas. Pero trepar hasta la consigna de la dictadura democr�tica supon�a ahora, seg�n dec�a Lenin, "pasar realmente por encima de la peque�a burgues�a". Es muy posible que la ventaja de Stalin sobre los dem�s estuviese en su falta de escr�pulos para hacerlo as� y en su disposici�n a acercarse a los transaccionistas y a fusionarse con los mencheviques. No le impon�a lo m�s m�nimo la reverencia a las viejas f�rmulas. El fetichismo ideol�gico le era extra�o; as�, sin el menor remordimiento, reneg� de la teor�a, largo tiempo sostenida, del papel contrarrevolucionario de la burgues�a rusa. Como siempre, Stalin actuaba de un modo emp�rico, presionado por su oportunismo natural, que siempre le hab�a empujado a buscar la l�nea de menor resistencia. Pero no hab�a estado solo en su postura; en el curso de las tres semanas que precedieron a la llegada de Lenin, su expresi�n traduc�a fielmente las ocultas convicciones de muchos de los "viejos bolcheviques".
No debe olvidarse que la m�quina pol�tica del partido bolchevique se compon�a principalmente de la intelectualidad, que era de origen y ambiente peque�oburgu�s, y marxista en sus ideas y en sus relaciones con el proletariado. Los trabajadores que pasaban a ser revolucionarios profesionales se unieron a aquel grupo con mucho af�n, y dentro de �l perdieron su identidad. La peculiar estructura social de la m�quina del Partido y su autoridad sobre el proletariado (ambas nada accidentales, y s� dictadas por estricta necesidad hist�rica) fueron, una vez m�s, causa de la vacilaci�n del Partido, y finalmente se convirtieron en origen de su degeneraci�n. El Partido persist�a en la doctrina marxista, que expresaba los intereses hist�ricos del proletariado en conjunto; pero los seres humanos de la m�quina del Partido asimilaban s�lo proporciones dispersas de tal doctrina, de acuerdo con su propia experiencia, relativamente limitada. Muchas veces, como se lamentaba Lenin, s�lo aprend�an maquinalmente f�rmulas hechas de antemano, y cerraban los ojos a los cambios de situaci�n. En la mayor�a de los casos, carec�an de diario contacto independiente con las masas obreras, as� como de apreciaci�n comprensiva del proceso hist�rico. De este modo, quedaban expuestos a la influencia de las otras clases. Durante la guerra, los capitostes del Partido se vieron seriamente afectados por tendencias transaccionistas emanadas de c�rculos burgueses, en tanto que los trabajadores bolcheviques de la base desplegaban una estabilidad mucho m�s firme para resistir el histerismo patri�tico que se hab�a propagado por todo el pa�s.
Al abrir un amplio campo de acci�n a procesos revolucionarios, la revoluci�n estaba dando mucha m�s satisfacci�n a los "revolucionarios profesionales" de todos los partidos que a los soldados de las trincheras, a los campesinos de las aldeas y a los trabajadores de las f�bricas de municiones. Los oscuros hombres de la clandestinidad de la v�spera se convert�an de repente en figuras pol�ticas rectoras. En vez de Parlamentos ten�an Soviets y estaban en libertad de discutir y gobernar. Por lo que a ellos afecta, las contradicciones de clase que hab�an sido causa de la revoluci�n parec�an haberse liquidado bajo los rayos del sol democr�tico. Por eso, casi en todas partes de Rusia, bolcheviques y mencheviques se dieron la mano. Incluso donde continuaron separados, como en Petrogrado, los apremios hacia la unidad eran resueltamente imperiosos en ambas organizaciones. Mientras tanto, en las trincheras, en los pueblos y en las f�bricas, los antagonismos cr�nicos tomaban un car�cter abierto y m�s intenso, presagio de guerra civil m�s que de unidad. Como sucede con frecuencia, se abr�a una profunda sima entre las clases en movimiento y los intereses de las m�quinas de partido. Hasta los cuadros del Partido bolchevique, que ten�an la ventaja de una excepcional preparaci�n revolucionaria, estaban decididamente resueltos a dar de lado a las masas e identificar sus propios y especiales intereses con los de la m�quina al d�a siguiente mismo del derrocamiento de la monarqu�a. �Qu� pod�a, pues, esperarse de aquellos cuadros cuando se convirtiesen en una burocracia estatal todopoderosa? No es veros�mil que Stalin dedicase, un solo pensamiento a esta cuesti�n. Era carne de la carne de la m�quina, y el m�s duro de sus huesos.
Pero, �por qu� milagro consigui� Lenin cambiar en pocas semanas el curso del Partido, llev�ndolo por otro cauce? La respuesta debe buscarse simult�neamente en dos direcciones: los atributos personales de Lenin y la situaci�n objetiva. Lenin era fuerte, no s�lo porque comprend�a las leyes de la lucha de clases, sino porque ten�a el o�do perfectamente acordado a la agitaci�n de las masas en movimiento. Para �l no era tanto la m�quina del Partido como la vanguardia del proletariado. Estaba convencido en absoluto de que millares de aquellos trabajadores que hab�an sobrellevado lo m�s duro del trabajo ilegal estar�an ahora a su lado. Las masas, a la saz�n, eran m�s revolucionarias que el Partido, y el Partido m�s revolucionario que su m�quina. Ya en marzo, la actitud real de los trabajadores y de los soldados se hab�a manifestado en forma tumultuosa, y difer�a mucho de las instrucciones dictadas por todos los partidos, incluyendo al bolchevique. La autoridad de Lenin no era absoluta, pero s� enorme, porque toda la experiencia recogida confirmaba su presencia. Por el contrario, la autoridad de la m�quina del Partido, como su conservadurismo estaba en formaci�n por entonces. Lenin ejerc�a influencia, no tanto como individuo, sino como encarnaci�n de la influencia de la clase sobre el Partido y del Partido sobre su m�quina. En tales circunstancias, quien trataba de resistir perd�a pronto pie. Los vacilantes se alineaban con los de enfrente, y los precavidos se un�an a la mayor�a. As�, con p�rdidas relativamente escasas, Lenin consigui� orientar a tiempo al Partido y prepararlo para la nueva revoluci�n. 
Cada vez, que los dirigentes del bolchevismo ten�an que actuar sin Lenin incurr�an en error, inclin�ndose por lo com�n a la derecha. Entonces surg�a Lenin como un deus ex machina, y se�alaba el camino recto. �Significa esto que Lenin lo fuese todo dentro del Partido bolchevique, y los dem�s nada? Tal conclusi�n, muy extendida en los c�rculos democr�ticos, es sumamente parcial, por ello falsa. Lo mismo pudiera decirse de la ciencia. La mec�nica sin Newton y la biolog�a sin Darwin parecieron no ser nada durante muchos a�os. Esto es a la vez cierto y falso. Represe la labor de miles de hombres de ciencia sencillos al reunir los hechos, agruparlos, plantear los problemas y preparar el terreno para las soluciones inteligentes de un Newton o un Darwin. Y cada soluci�n, a su vez, afectaba a la labor de otros miles de investigadores modestos. Los genios no crean la ciencia; no hacen sino acelerar el proceso de la reflexi�n colectiva. El Partido bolchevique ten�a un dirigente de genio, y no por accidente. Un revolucionario de la contextura y los arrestos de Lenin s�lo pod�a estar al frente del partido m�s intr�pido, capaz de llevar sus ideas y acciones a su l�gica conclusi�n. Pero el genio en s� es la m�s rara de las excepciones. Un dirigente genial se orienta m�s aprisa, aprecia la situaci�n m�s plenamente, ve m�s all� que los otros. Era inevitable que se abriese una ancha sima entre el l�der genial y sus m�s �ntimos colaboradores. Hasta puede concederse que en cierto grado la perspicacia de Lenin actuase como freno sobre el desarrollo de la confianza de sus colaboradores en sus propias aptitudes. Sin embargo, esto no significa que Lenin lo fuese "todo y que el Partido sin Lenin no fuese nada. Sin el Partido, Lenin se hubiese visto tan desvalido como Newton y Darwin sin el trabajo cient�fico colectivo. Por consiguiente, no se trata de efectos especiales inherentes al bolchevismo, y producto probable de la centralizaci�n, la disciplina, etc., sino del problema del genio dentro del proceso hist�rico. Los escritores que intentan desacreditar el bolchevismo sobre la base de que el Partido bolchevique tuvo la fortuna de contar con un dirigente genial, no hacen otra cosa que confesar su propia vulgaridad mental.
La direcci�n bolchevique hubiera llegado a encontrar el camino recto sin Lenin, pero despacio, a costa de fricciones y luchas intestinas. Los conflictos de clase habr�an seguido condenando y rechazando las consignas ins�pidas de la vieja guardia bolchevique. Stalin, Kamenev y los dem�s segundones se hallaban ante la alternativa de dar una expresi�n consistente a las tendencias de la vanguardia proletaria o de desertar pas�ndose al otro lado de la barricada. No hemos de olvidar que Shlyapnikov, Zalutsky y Molotov trataron de seguir un rumbo m�s izquierdista desde el primer momento de la revoluci�n.
Pero esto no quiere decir que el verdadero camino se hubiese encontrado de todos modos. El factor tiempo desempe�a un papel decisivo en pol�tica, especialmente en una revoluci�n. La lucha de clases dif�cilmente ha de esperar indefinidamente a que los dirigentes pol�ticos descubran lo que procede hacer. El l�der genial es importante porque, al abreviar el plazo de aprendizaje mediante lecciones objetivas, permite al Partido influir en el desarrollo de los acontecimientos en el instante adecuado. Si Lenin no hubiera llegado a primeros de abril, sin duda el Partido habr�a ido tanteando su ruta hasta coincidir tal vez con la orientaci�n se�alada en sus Tesis. Pero, �exist�a ning�n otro capaz de haber preparado al Partido para el desenlace de octubre? Esta interrogaci�n no puede contestarse categ�ricamente. Una cosa es cierta: en esta situaci�n (que exig�a oponer resueltamente a la perezosa m�quina del Partido las masas e ideas de movimiento), Stalin no habr�a podido actuar con la necesaria iniciativa creadora, y hubiera sido m�s bien freno que impulsor. Su poder comenz� s�lo cuando se hizo posible aparejar a las masas con ayuda de la m�quina.
Es dif�cil seguir el rastro de las actividades de Stalin durante los dos meses siguientes. De pronto se vio replegado a una posici�n de tercer orden. El mismo Lenin estaba ahora directamente encargado del cuadro de redacci�n de Pravda casi a diario (no por intervenci�n desde lejos, como antes de la guerra), y Pravda marcaba el comp�s a todo el Partido. Zinoviev era due�o y se�or en materia de agitaci�n. Stalin no participaba a�n en m�tines. Kamenev, algo moh�no ante la nueva pol�tica, representaba al Partido en el Comit� Ejecutivo Central del Soviet y en el terreno -del Soviet. Stalin desapareci� pr�cticamente de aquella liza y apenas se le vio ni aun en Smolny. Sverdlov asumi� la alta direcci�n de la actividad organizadora m�s destacada, se�alando tareas a los activistas del Partido, tratando con los de provincias, resolviendo conflictos. Adem�s de sus obligaciones corrientes en Pravda y su asistencia a las sesiones del Comit� Central, se confiaron a Stalin eventuales misiones de car�cter administrativo, t�cnico o diplom�tico, nada numerosas, por cierto. Perezoso por naturaleza, Stalin puede trabajar a presi�n s�lo cuando est�n en juego sus propios intereses; de otro modo, prefiere fumar una pipa y pasar el rato. Durante una temporada se sinti� muy a disgusto. En todas partes se encontraba sustituido por hombres m�s importantes o mejor dotados. Su vanidad sent�a en lo vivo la punzada de los d�as de marzo y abril. Violando su propia integridad, fue lentamente dando vuelta al rumbo de sus ideas. Pero, a fin de cuentas, s�lo dio media vuelta.
En la Conferencia de las organizaciones militares bolcheviques celebrada en junio, despu�s de los discursos pol�ticos fundamentales de Lenin y Zinoviev, Stalin inform� sobre "el movimiento nacionalista en los regimientos de este matiz". En el Ej�rcito activo, influido por el despertar de las nacionalidades oprimidas, hubo una espont�nea reagrupaci�n de unidades armadas de acuerdo con la nacionalidad. As� surgieron regimientos ucranianos, musulmanes, polacos, etc. El Gobierno provisional se opuso abiertamente a esta "desorganizaci�n del Ej�rcito", mientras que los bolcheviques, como siempre, se pusieron de parte de las nacionalidades oprimidas. El discurso de Stalin no se conserva; pero dif�cilmente pod�a agregar nada nuevo.
El primer Congreso de los Soviets de toda Rusia, el 3 de junio, se prolong� durante casi tres semanas. Los veinte o treinta delegados bolcheviques de las provincias, perdidos entre la masa de transaccionistas, constitu�an un grupo nada homog�neo y sujeto a�n a las corrientes de marzo. No era f�cil acaudillarlos. En este Congreso hizo una referencia de inter�s un populista a quien ya conocemos, y que en alguna ocasi�n pudo observar a Koba en una c�rcel de Bak�. "Tratar� de esforzarme para comprender el papel de Stalin y Sverdlov en el Partido bolchevique -escrib�a Vereshchak en el a�o 1928-. Mientras que Kamenev, Zinoviev, Nogin y Krylenko se hallaban sentados a la mesa presidencial del Congreso, y Lenin, Zinoviev y Kamenev eran los principales oradores, Sverdlov y Stalin dirig�an en silencio a la fracci�n bolchevique. Ellos eran la fuerza t�ctica. Entonces me di cuenta por vez primera del pleno significado del hombre." Vereshchak no estaba equivocado. Stalin era muy valioso tras la cortina, preparando a la fracci�n para votar. Nunca recurri� a argumentos de principios. Pero se daba ma�a para convencer a los dirigentes de talla normal, excepcionalmente a los de provincias; si bien incluso en esa tarea el lugar preeminente correspond�a a Sverdlov, que era presidente permanente de la fracci�n bolchevique en el Congreso.
Entretanto, el Ej�rcito ven�a siendo objeto de una preparaci�n "moral" para la ofensiva, que enervaba a las masas en la retaguardia como en el frente. La fracci�n bolchevique protest� resueltamente contra aquella aventura militar y vaticin� la cat�strofe. La mayor�a del Congreso apoy� a Kerensky. Los bolcheviques decidieron responder con una manifestaci�n callejera, pero mientras se estudiaba el asunto se exteriorizaron diferencias de opini�n. Volodarsky, sost�n principal del Comit� de Petrogrado, no estaba seguro de que los trabajadores quisieran echarse a la calle. Los representantes de las organizaciones militares insistieron en que los soldados no saldr�an sin armas. Stalin opin� que "exist�a fermento entre los soldados, pero no se advert�a lo mismo entre los trabajadores"; no obstante, supon�a que era necesario oponer resistencia al Gobierno. La manifestaci�n se acord� por �ltimo para el domingo, 10 de junio. Los transaccionistas estaban alarmados, y en nombre del Congreso prohibieron la manifestaci�n. Los bolcheviques se sometieron. Pero, asustados de la mala impresi�n que su propio veredicto caus� entre las masas, el propio Congreso convoc� una manifestaci�n general para el 18 de junio. El resultado fue inesperado: todas las f�bricas y todos los regimientos se presentaron con letreros bolcheviques. Aquello fue un rudo golpe para la autoridad del Congreso. Los trabajadores y los soldados de la capital se dieron cuenta de su propio poder. Dos semanas m�s tarde intentaron hacerlo efectivo. As� se desarrollaron los "d�as de julio", lindero el m�s importante entre las dos revoluciones.
El 4 de mayo escrib�a Stalin en Pravda: "La Revoluci�n crece en anchura y profundidad... Las provincias marchan a la cabeza del movimiento. As� como Petrogrado iba delante en los primeros d�as de la Revoluci�n, ahora comienza a quedarse rezagado." Exactamente dos meses despu�s, los "d�as de julio" demostraban que las provincias iban muy a la zaga de Petrogrado. Lo que Stalin ten�a presente al escribir as� eran las organizaciones, no las masas. "Los Soviets de la capital -observaba Lenin ya en la Conferencia de abril- dependen pol�ticamente m�s del Gobierno central burgu�s que los Soviets provinciales." Mientras que el Comit� ejecutivo Central trataba con todas sus fuerzas de concentrar el poder en manos del Gobierno, los Soviets provinciales, constituidos por mencheviques y essars, en muchos casos se incautaron de los gobiernos locales contra la voluntad de �stos, y aun intentaron regular la vida econ�mica. Pero el "atraso" de las instituciones sovi�ticas en la capital obedec�a al hecho de que el proletariado de Petrogrado hab�a ido tan lejos, que el radicalismo de sus peticiones asustaba a los dem�cratas peque�oburgueses. Cuando se discut�a el asunto de la manifestaci�n de julio, Stalin arg��a que los trabajadores no ten�an deseos de refriega. Este argumento qued� desmentido por los mismos d�as de julio, en que, desafiando la proscripci�n de los transaccionistas y aun las advertencias del Partido bolchevique, el proletariado se volc� en las calles, dando el hombro a la guarnici�n. Ambos errores de Stalin son caracter�sticos suyos, sin duda alguna: no respiraba el ambiente de lo s m�tines obreros, no estaba en contacto con las masas ni confiaba en ellas. La informaci�n le llegaba a trav�s de la m�quina. Pero las masas eran incomparablemente m�s revolucionarias que el Partido, que, a su vez, lo era m�s que sus hombres de Comit�. Como en otras ocasiones, Stalin expresaba las inclinaciones conservadoras de la m�quina del Partido, y no la fuerza din�mica de las masas.
A primeros de julio, Petrogrado estaba ya por completo de parte de los bolcheviques. Informando al nuevo embajador franc�s de la situaci�n actual de la capital, el periodista Claude Anet se�alaba por encima del Neva hacia el distrito de Viborg, donde estaban concentradas las f�bricas m�s importantes: "All�, Lenin y Trotsky son los amos. Los regimientos de la guarnici�n eran bolcheviques o vacilaban en la misma direcci�n. Si Lenin y Trotsky quisieran apoderarse de Petrogrado, �qui�n podr�a imped�rselo?" Tal pintura de la situaci�n era justa. Pero a�n no era posible tomar el poder porque, a pesar de lo que Stalin hab�a escrito en mayo, las provincias estaban a gran distancia detr�s de la capital.
El 2 de julio, en la Conferencia bolchevique de todas las ciudades rusas, donde Stalin representaba al Comit� Central, dos soldados de ametralladoras aparecieron muy excitados declarando que sus regimientos hab�an acordado salir a la calle inmediatamente, armados por completo. La Conferencia se pronunci� contra tal decisi�n. Stalin, en nombre del Comit� Central, sostuvo este parecer de la Conferencia. Trece a�os despu�s, Pestkovsky, uno de los colaboradores de Stalin y oposicionista contrito, recordaba esta conferencia. "All� conoc� a Stalin. El local en que se celebraba la Conferencia no pod�a albergar a todos los concurrentes; parte del p�blico segu�a el curso de los debates desde el pasillo, a trav�s de la puerta abierta. Yo estaba entre aquella parte del p�blico, y, por consiguiente, no pude o�r el informe muy bien... Stalin intervino en nombre del Comit� Central. Como hablaba en voz baja, no percib� gran cosa de lo que dijo desde mi sitio del pasillo. Pero s� me di cuenta de una cosa: cada frase de Stalin era tajante y rotunda, y sus declaraciones se distingu�an por la claridad con que las formulaba..."
Los miembros de la Conferencia se separaron y fueron a sus regimientos y f�bricas para disuadir a las masas de una manifestaci�n p�blica. "Alrededor de las cinco -informaba Stalin despu�s del suceso-, en la sesi�n del Comit� Ejecutivo Central, declar�, oficialmente, en nombre suyo en la Conferencia, que decid�amos no salir." No obstante, la manifestaci�n se efectuaba alrededor de las seis. "�Ten�a el Partido derecho a lavarse las manos... y quedar al margen...? Como Partido del proletariado, debimos haber intervenido en su manifestaci�n p�blica y haberle dado un car�cter pac�fico y organizado, sin tender a una toma del poder por las armas." Algo m�s tarde, dijo Stalin en un Congreso del Partido, a prop�sito de los d�as de julio: "El Partido no deseaba la manifestaci�n; el Partido deseaba dar tiempo a que la pol�tica de la ofensiva en el frente se desacreditara. Sin embargo, hubo manifestaci�n, provocada por el caos en que se hallaba el pa�s, por las �rdenes de Kerensky y por el env�o de destacamentos al frente." El Comit� Central decidi� dar a la manifestaci�n un car�cter pac�fico. "A la cuesti�n planteada por los soldados de si era permisible salir con armas, el Comit� Central contest� que no. Pero los soldados replicaron que no pod�an salir desarmados..., que llevar�an las armas solamente para su propia defensa."
Sobre este punto, sin embargo, nos encontramos con el enigm�tico testimonio de Dyemyan Byendy. En un tono muy alborozado, el laureado poeta dijo en 1929 que en las oficinas de Pravda llamaron a Stalin por tel�fono desde Kronstadt, y �ste, respondiendo a lo que le preguntaban, respecto a si saldr�an con armas o sin ellas, dijo: "�Fusiles...? �Vosotros sabr�is! Los oficinistas siempre llevamos encima nuestras armas, los l�pices, adonde quiera que vamos. �En cuanto a vosotros y vuestras armas, es cosa vuestra...!" Probablemente, el lance est� estilizado; pero se percibe un grano de verdad en ello. Por lo general, Stalin se sent�a inclinado a menospreciar la disposici�n de los trabajadores y los soldados a luchar: siempre recelaba de las masas. Pero tan pronto estallaba una trifulca, fuese en una plaza de Tiflis, en la c�rcel de Bak� o en las calles de Petrogrado, invariablemente se inclinaba a darle el car�cter de m�xima violencia posible. �La decisi�n del Comit� Central? Pod�a perfectamente volverse del rev�s por medio de la palabra de los l�pices. Con tondo, no debe exagerarse la importancia de aquel episodio. La pregunta proced�a sin duda del Comit� Central del Partido de Kronstadt. En cuanto a los marineros, habr�an salido armados de todos modos.
Sin degenerar en insurrecci�n, los d�as de julio traspasaron el marco de una simple manifestaci�n. Hubo disparos de provocaci�n desde ventanas y tejados. Se produjeron algunos choques armados sin plan ni finalidad, pero con muchos muertos y heridos. Los marineros de Kronstadt se apoderaron accidentalmente a medias de la fortaleza de Petropavlosk y el palacio de Taurid estuvo sitiado. Los Bolcheviques demostraron ser los due�os de la situaci�n, pero deliberadamente repudiaron la insurrecci�n como una aventura. "Podr�amos haber tomado el Poder el 3 y el 4 de julio -dijo Stalin en la Conferencia de Petrogrado-. Pero contra nosotros se hubieran levantado los frentes, las provincias, los Soviets. Sin el apoyo en las provincias, nuestro Gobierno hubiera estado sin manos ni pies." Falto de una finalidad inmediata, el movimiento fue extingui�ndose. Los trabajadores volvieron a sus f�bricas y los soldados a sus cuarteles. Quedaba el problema de la fortaleza de Petropavlosk, que segu�a ocupada por los kronstadtitas. "El Comit� Central me envi� como delegado a la fortaleza -ha dicho Stalin-, donde pude convencer a los marineros presentes para que rehuyesen el combate... Como representante del Comit� Ejecutivo Central, fui con Bogdanov (menchevique) a ver a Kozmin (oficial comandante). Estaba preparado a luchar... Le persuadimos a que no recurriese a la fuerza... Era evidente para m� que el ala derecha quer�a sangre para dar una "lecci�n" a los trabajadores, soldados y marineros. Pero pudimos malograr sus deseos." Stalin logr� desempe�ar con �xito su delicada misi�n s�lo porque no era una figura odiosa a los ojos de los transaccionistas: el odio de �stos se dirig�a hacia otras personas. Adem�s, era capaz como nadie de adoptar en tales negociaciones el tono de un bolchevique moderado, que hu�a de los excesos y propend�a a la transigencia. Seguramente, nada dijo de su consejo a los marineros, a prop�sito de "los l�pices".
 

A pesar de la evidencia de los hechos, los transaccionistas calificaron la manifestaci�n de julio de sublevaci�n armada, y acusaron a los bolcheviques de conspirar. Cuando el movimiento hab�a pasado ya, llegaron del frente tropas reaccionarias. En la Prensa se publicaron noticias basadas en los "documentos" del ministro de Justicia, Pereverzev, seg�n los cuales Lenin y sus colaboradores eran colaboradores declarados del Estado Mayor alem�n. Comenzaron d�as de calumnia, persecuciones y tumulto. Las oficinas de Pravda fueron destruidas. Las autoridades promulgaron una orden de detenci�n contra Lenin, Zinoviev y otros responsables de la "insurrecci�n". Los burgueses y los transaccionistas, en su Prensa, ped�an, amenazadores, que los culpables se entregaran en manos de la justicia. Hubo conferencias en el Comit� Central de los bolcheviques: �Comparecer�a Lenin ante las autoridades, para dar franca batalla a los calumniadores, o era mejor que se ocultase? �Llegar�a el asunto hasta un Consejo de Guerra? No faltaron los titubeos, inevitables en medio de una soluci�n de continuidad tan brusca en la situaci�n.
La cuesti�n de qui�n "salv�" a Lenin en aquellos d�as y qui�n deseaba "hundirle" ocupa no poco espacio en la literatura sovi�tica, Dyemyan Bynedy dijo hace alg�n tiempo que acudi� precipitadamente con un coche a ver a Lenin, dici�ndole que no imitara a Cristo "entreg�ndose por s� mismo a sus enemigos". BronchBruyevich, el ex gerente del Sovnakon (Consejo de Comisarios del Pueblo), contradijo en absoluto a su amigo, diciendo en la Prensa que Dyemyan Byedny pas� aquellas horas cr�ticas en su residencia campestre de Finlandia. La alusi�n a que el honor de haber convencido a Lenin "correspond�a a otros camaradas", indica claramente que Bronch se vio obligado a molestar a su buen amigo para dar satisfacci�n a alguien m�s influyente.
En sus Memorias, dice Krupskaia: "El 7 de julio visit� a Ilich en su habitaci�n del piso de los Alliluyev, en compa��a de Mar�a Ilinichna (la hermana de Lenin). En aquel preciso momento Ilich estaba indeciso. Expon�a un argumento tras otro en pro de la necesidad de comparecer en juicio. Mar�a Ilinichna le contradijo con vehemencia. "Gregory Zinoviev y yo hemos decidido presentarnos. Ve a dec�rselo a Kamenev", me dijo Ilich. Lo hice apresuradamente. "Despid�monos -me dijo Vladimiro Ilich-, es posible que no nos volvamos a ver." Nos despedimos. Fui a ver a Kamenev y le di el mensaje de Vladimiro Ilich. Por la noche, Stalin y otros disuadieron a Ilich de presentarse, y as� le salvaron la vida."
Ordzhonikidze ha descrito con m�s detalle estas horas de prueba. "Comenz� la furiosa caza de nuestros dirigentes... Algunos camaradas sosten�an el punto de vista de que Lenin no deb�a ocultarse, sino comparecer... As� razonaban muchos bolcheviques prominentes. Encontr� a Stalin en el palacio Taurid. Fuimos juntos a ver a Lenin..." Lo primero que salta a la vista es el hecho de que en aquellos momentos en que se desarrollaba "una furiosa caza de los dirigentes del Partido", Ordzhonikidze y Stalin se encontraran tranquilamente en el palacio Taurid, cuartel general enemigo, y salieran de all� sin quebranto. El mismo argumento se reprodujo en el piso de Alliluyev: �Entregarse o esconderse? Lenin supon�a que no se le juzgar�a en p�blico. M�s categ�rico que los dem�s contra la presentaci�n se manifest� Stalin: "Los junkers (cadetes de la Academia Militar) no le llevar�n siquiera a la c�rcel, le matar�n en el camino..." En aquel momento lleg� Stassova y les inform� de un nuevo rumor: de que Lenin, seg�n los informes del Departamento de Polic�a, era un agente provocador. "Aquellas palabras produjeron en Lenin una profund�sima impresi�n. Contrajo nerviosamente el rostro y declar� categ�ricamente que deb�a ir a la c�rcel." Ordzhonikidze y Nogin fueron enviados al palacio Taurid para tratar de arrancar de los partidos del Gobierno la garant�a de que Ilich no ser�a linchado... por los junkers. Pero los espantados mencheviques estaban buscando garant�as para ellos mismos. Stalin, por su parte, inform� en la Conferencia de Petrogrado: "Personalmente, plante� la cuesti�n de hacer una declaraci�n a Lieber y Anisinov (mencheviques, miembros del Comit� Ejecutivo Central del Soviet), y ellos replicaron que no pod�an dar garant�as de ning�n g�nero." Despu�s de esa tentativa en el campo enemigo, se decidi� que Lenin abandonara Petrogrado y se ocultase con toda seguridad. "Stalin se encarg� de organizar la partida de Lenin."
La raz�n que asist�a a los adversarios de la entrega de Lenin a las autoridades se demostr� m�s tarde por el relato del jefe de las tropas, general Polovtsev. "El oficial enviado a Terioki (Finlandia) con la misi�n de capturar a Lenin me pregunt� si deseaba recibir a aquel caballero en una sola pieza o en varias... Le contest� sonriendo que los detenidos suelen tratar de huir." Para los organizadores de intrigas judiciales, no se trataba en aquel caso de hacer "justicia", sino de atrapar a Lenin y darle muerte, dos a�os m�s tarde hicieron en Alemania con Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo. Stalin estaba a�n m�s convencido que los otros de lo inevitable de una sangrienta represalia; tal soluci�n concordaba en absoluto con su propio modo de pensar. Adem�s, estaba lejos de inquietarse por lo que dijese la "opini�n p�blica". Otros, incluso el mismo Lenin y Zinoviev, vacilaban. Nogin y Lunacharsky se pusieron en contra de la entrega en el curso del d�a, despu�s de haber sido partidarios de ella al principio. Stalin se mantuvo con m�s tenacidad que los otros, y demostr� estar en lo cierto. 
Veamos ahora lo que el postrer histori�grafo sovi�tico ha hecho de este episodio dram�tico. "Los mencheviques, los essar y Trotsky, que luego se convirti� en un bandido fascista -dice una publicaci�n oficial de 1938-, ped�an que Lenin compareciese voluntariamente en juicio. Tambi�n pensaban lo mismo los que m�s tarde se han revelado como enemigos del pueblo, los mercenarios fascistas Kamenev y Rikov. Stalin les hizo frente con tes�n", etc. En realidad, personalmente no intervine en aquellas conferencias, pues en aquellos momentos yo me tuve que ocultar tambi�n. El 10 de julio me dirig� por escrito al Gobierno de los mencheviques y los essars, declarando mi completa solidaridad con Lenin, Zinoviev y Kamenev, y el 22 de julio fui detenido. En una carta a la Conferencia de Petrogrado, Lenin consideraba necesario hacer constar particularmente que "durante los dif�ciles d�as de julio (Trotsky) supo estar a la altura de la situaci�n". Stalin no fue detenido, ni aun formalmente inculpado en este caso, por la sencilla raz�n de que pol�ticamente no exist�a por lo que afectaba a las autoridades y a la opini�n p�blica. Durante la enconada persecuci�n contra Lenin, Zinoviev, Kamenev, el que esto escribe y otros, Stalin apenas fue objeto de menci�n en la Prensa, auque era redactor de Pravda y firmaba sus art�culos. Nadie prestaba la m�s m�nima atenci�n a estos art�culos, ni se interesaba por su autor.
Lenin se escondi� primero en casa de Alliluyev, y luego fue a Sestroretsk, donde vivi� con el trabajador Emelyanov, en quien ten�a plena confianza, y a quien se refiere con respeto, sin mencionar su nombre, en uno de sus art�culos. "Cuando Vladimiro Ilich parti� para Sestroretsk (la noche del 11 de julio), el camarada Stalin y yo -relata Alliluyev- le acompa�amos a la estaci�n de Sestroretsk. Durante su estancia en la tienda de Razliv, y despu�s en Finlandia, Vladimiro Ilich enviaba notas a Stalin por mediaci�n m�a de vez en cuando. Las notas me llegaban a casa; y como hab�a que contestarlas inmediatamente, Stalin vino a vivir con nosotros en agosto y ocup� la misma habitaci�n en que hab�a estado oculto Vladimiro Ilich durante los d�as de julio." All�, por lo visto, conoci� a su futura mujer, Nadezhda (Esperanza), hija de Alliluyev, una adolescente a la saz�n. Otro de los activistas bolcheviques veteranos, Rahia, fin�s rusificado, refiri� en letras de molde c�mo Lenin le encarg� en cierta ocasi�n de "llevarle a Stalin la siguiente noche. Me dijo que le encontrar�a en la redacci�n de Pravda. Estuvieron hablando largo rato". Con Krupskaia, Stalin fue durante aquella temporada un importante instrumento de enlace entre el Comit� Central y Lenin, quien indudablemente confiaba en �l por completo como conspirador precavido. Por otra parte, todo contribu�a de un modo natural a confiarle tal misi�n: Zinoviev estaba oculto, Kamenev y yo en presidio, y Sverdlov encargado de la labor organizadora. Stalin ten�a m�s libertad que otros, y no era tan conocido de la Polic�a.
Durante el per�odo de reacci�n que sigui� al movimiento de julio, el papel de Stalin creci� considerablemente en importancia. Pestkovsky escrib�a en sus Memorias apolog�ticas, a prop�sito de las actividades de Stalin durante el verano de 1917: "Las masas obreras de Petrogrado no conoc�an apenas a Stalin entonces. Ni �l buscaba tampoco la aclamaci�n popular. Como no ten�a aptitudes de orador, evitaba intervenir en m�tines de masa. Pero no hab�a Conferencia del Partido ni reuni�n organizadora seria que transcurriera sin un discurso pol�tico de Stalin. Por eso los activistas del Partido le conoc�an bien. Cuando se suscit� la cuesti�n de presentar candidatos bolcheviques de Petrogrado para la Asamblea Constituyente, los activistas del Partido le propusieron en uno de los primeros puestos." El nombre de Stalin en la lista de Petrogrado figuraba en sexto lugar... Todav�a en 1936, para explicar por qu� Stalin no gozaba de popularidad, segu�a juzg�ndose necesario advertir que carec�a de "talento ret�rico". Hoy, semejante expresi�n ser�a totalmente inadmisible. Stalin ha sido proclamado �dolo de los trabajadores de Petrogrado y orador cl�sico. Pero es cierto que, a�n no present�ndose ante las masas, Stalin, en compa��a de Sverdlov, desempe�aron en julio y agosto una labor de suma responsabilidad en la oficina central, en reuniones y conferencias, en contactos con el Comit� de Petrogrado, etc.
En cuanto al director del Partido durante aquel lapso, Lunacharsky escrib�a en 1923: "...Hasta los d�as de julio, Sverdlov estuvo, por decirlo as�, en la oficina central de los bolcheviques, encargado de todo, con Lenin, Zinoviev y Stalin. Durante los d�as de julio se puso a la cabeza." As� es la verdad. En medio de la dura ofensiva que se abati� sobre el Partido, aquel hombrecillo moreno, con sus lentes, se comportaba como si nada hubiera pasado. Continu� se�alando a cada cual su respectiva tarea, animaba a los que lo requer�an, daba consejos, y cuando hac�a falta, tambi�n �rdenes. Era el aut�ntico "secretario general" del a�o revolucionario, aunque no llevara ese t�tulo. Pero era el secretario de un Partido cuyo l�der pol�tico indiscutible, Lenin, permanec�a en la clandestinidad. Desde Finlandia, Lenin escrib�a art�culos, cartas, minutas de resoluciones, sobre las cuestiones pol�ticas fundamentales. Aunque el hecho de hallarse alejado le condujese no raras veces a errores de t�ctica, ello le permit�a definir con tanta mayor seguridad la estrategia del Partido. La direcci�n cotidiana reca�a sobre Sverdlov y Stalin, y sobre los miembros m�s influyentes del Comit� Central que permanec�an en libertad. El movimiento de masas, entretanto, hab�a disminuido mucho. La mitad del Partido se hab�a acogido a la ilegalidad. En correspondencia, hab�a crecido la preponderancia de la m�quina. Dentro de la m�quina, el papel de Stalin se ampli� autom�ticamente. Esta ley rige invariablemente a lo largo de toda su biograf�a pol�tica, y forma, como si dij�ramos, su venero principal.
En los d�as 21 y 22 de julio se celebr� en Petrogrado una conferencia de importancia excepcional, que permaneci� ignorada de las autoridades y de la Prensa. Despu�s del tr�gico fracaso de la arriesgada ofensiva, comenzaron a llegar a la capital, cada vez con m�s frecuencia, delegados del frente, con protestas contra la supresi�n de libertades en el Ej�rcito y contra la prosecuci�n de la guerra. No fueron admitidos ante el Comit� Ejecutivo Central, porque los transaccionistas nada ten�an que decirles. Los soldados que ven�an del frente se conocieron lino unos a otros en los pasillos y en las antesalas, y cambiaban impresiones sobre los magnates del Comit� Ejecutivo Central con vigorosas palabras de soldados. Los bolcheviques, que ten�an habilidad para introducirse por todas partes, aconsejaron a los enfurecidos delegados que se entrevistasen con los trabajadores, los soldados y los marineros de la capital. La conferencia as� provocada reuni� a representantes de 29 regimientos del frente, de 90 f�bricas de Petrogrado, de marineros de Kronstadt y de varias guarniciones circunvecinas. Los soldados del frente hablaron de la est�pida ofensiva, de la matanza, y de la colaboraci�n entre los comisarios transaccionistas y los oficiales reaccionarios, que se hab�an vuelto de nuevo arrogantes. Aunque la mayor�a de los soldados del frente continuaban consider�ndose essars, la en�rgica resoluci�n propuesta por los bolcheviques se aprob� por unanimidad. Desde Petrogrado, los delegados regresaron a las trincheras como agitadores incomparables para una revoluci�n de trabajadores y campesinos. Podr�a parecer que los papeles de direcci�n en la organizaci�n de esta notable Conferencia correspondieron a Sverdlov y Stalin.
La Conferencia de Petrogrado, que en vano hab�a intentado disuadir a las masas de manifestarse, se prolong�, despu�s de una larga interrupci�n, hasta la noche del 20 de julio. El curso de sus actividades arroja considerable luz sobre la labor de Stalin y su puesto en el Partido. La direcci�n de organizaci�n en nombre del Comit� Central corr�a a cargo de Sverdlov, quien sin pretensiones ni falsa modestia dej� la esfera de las teor�as y las cuestiones importantes de pol�tica a otros. La conferencia se ocup� principalmente de examinar la situaci�n pol�tica derivada del desastre de julio. Volodarsky, miembro prominente del Comit� de Petrogrado, declar� al empezar: "En este momento s�lo Zinoviev puede informar... Ser�a bueno o�r a Lenin..." Nadie mencion� a Stalin. La Conferencia, interrumpida bruscamente por el movimiento de masas, no se reanud� hasta el 6 de julio. Pero entonces, Zinoviev y Lenin estaban escondidos, y el informe fundamental sobre pol�tica correspondi� a Stalin, en sustituci�n de Zinoviev. "A mi parecer -dijo-, de momento, la contrarrevoluci�n nos ha vencido. Estamos aislados, traicionados por los mencheviques y los essars, que se han confabulado..." El punto principal para el informante era la victoria de la contrarrevoluci�n burguesa. Sin embargo, era un triunfo inestable; mientras la guerra continuase, mientras el colapso econ�mico no se hubiera superado, mientras los campesinos no hubieran recibido su parte de tierra, "habr�a seguramente crisis, las masas se echar�n una y otra vez a la calle y, adem�s, tendremos choques violentos. El per�odo apacible de la revoluci�n ha pasado...". De ah� que la consigna: "Todo el Poder para los Soviets", no fuese ya pr�ctica. Los Soviets Transaccionistas hab�an ayudado a la contrarrevoluci�n burguesa militarista a aplastar a los bolcheviques y a desarmar a los obreros y a los soldados, y de ese modo hab�an perdido su derecho al Poder. La v�spera misma habr�an podido apartar al Gobierno provisional con un simple decreto; dentro de los Soviets, los bolcheviques podr�an haberse asegurado el Poder en sencillas elecciones parciales. Pero aquello no era ya posible. Ayudada por los transaccionistas, la contrarrevoluci�n se hab�a pertrechado. Los Soviets no eran m�s que una mera pantalla de la contrarrevoluci�n. �Ser�a bobo pedir el Poder para esos Soviets! "No es la instituci�n lo que importa, sino la pol�tica de clase que desarrolle." La conquista pac�fica del Poder hab�a dejado de ser cuesti�n discutible. No cab�a ya m�s que prepararse para un alzamiento armado, que se har�a posible tan pronto como los aldeanos m�s humildes, y con ellos los soldados de los frentes, se aliasen con los trabajadores. Pero esta atrevida perspectiva estrat�gica iba seguida de una directiva t�ctica en extremo prudente para el per�odo inmediato. "Nuestra tarea es reunir fuerzas, reforzar las organizaciones ya existentes, y prevenir a las masas contra manifestaciones prematuras: Esta es la l�nea t�ctica general del Comit� Central."
Aunque muy elemental en la forma, este informe conten�a un estudio completo de la situaci�n desarrollada en los �ltimos d�as. Los debates agregaron poca cosa al contenido del informe. En 1927, el Consejo de edici�n de las actas consignaba: "Las proposiciones b�sicas de este informe se han convenido con Lenin y trazado de acuerdo con el art�culo de Lenin, Tres crisis, que a�n no ha habido ocasi�n de editar." Adem�s, los delegados sab�an, seguramente por mediaci�n de Krupskaia, que Lenin hab�a escrito tesis especiales para el informante. "El grupo de los asistentes a la conferencia -dicen las actas- solicit� que las tesis de Lenin se hicieran p�blicas. Stalin manifest� que las tesis no estaban en su poder..." La petici�n de los delegados era bien comprensible: el cambio de orientaci�n era tan radical que deseaban o�r la aut�ntica voz de su l�der. Pero lo que no se comprende es la contestaci�n de Stalin: Si hab�a dejado las tesis en casa, pudo haberlas presentado en la siguiente sesi�n; sin embargo, las tesis no aparecieron nunca. La impresi�n as� creada fue la de que se hab�an sustra�do a la Conferencia. A�n es m�s sorprendente el hecho de que las "tesis de julio", al contrario de todos los dem�s documentos escritos por Lenin en la clandestinidad, no se hayan publicado hasta la fecha. Como el �nico ejemplar estaba en posesi�n de Stalin, es de presumir que las perdiera. Sin embargo, �l mismo nada dice de haberlas extraviado. El Consejo de edici�n mencion� expresamente la suposici�n de que las tesis de Lenin estuvieran redactadas con sujeci�n al esp�ritu de sus art�culos Tres crisis y Sobre consignas, escritos antes de la Conferencia, pero publicados despu�s en Kronstadt, donde segu�a habiendo todav�a libertad de Prensa.
En efecto, una yuxtaposici�n de textos demuestra que el informe de Stalin no era m�s que una sencilla exposici�n de ambos art�culos, sin una sola palabra de su propia cosecha. Evidentemente, Stalin no hab�a le�do los art�culos e ignoraba su existencia; pero se sirvi� de las tesis, que eran id�nticas a los art�culos en cuanto a contenido, y esta circunstancia explica suficientemente por qu� el informante "olvid�" llevar las tesis de Lenin a la Conferencia y por qu� no se ha conservado el documento. El car�cter de Stalin hace esta hip�tesis no solamente admisible, sino probable.
Dentro del Comit� de la Conferencia, donde se agitaba una furiosa contienda, Volodarsky, que se neg� a admitir que la contrarrevoluci�n hab�a logrado un triunfo decisivo en julio, consigui� atraerse a la mayor�a. La resoluci�n que sali� entonces del Comit� no fue ya defendida por Stalin ante la Conferencia, sino por Volodarsky. Stalin no solicit� informe de minor�a, ni tom� parte en el debate. Entre los delegados hab�a confusi�n. Al cabo, la resoluci�n de Volodarsky fue apoyada por 28 delegados contra 3 y 28 abstenciones. El grupo de los delegados de Viborg explic� su abstenci�n por el hecho de que "las tesis de Lenin no se hab�a hecho p�blicas, y la resoluci�n no hab�a sido defendida por el informante". La alusi�n a la ocultaci�n indebida de las tesis no puede ser m�s clara. Stalin nada dijo. Hab�a sufrido una doble derrota, pues adem�s de suscitar descontento ocultando las tesis, no hab�a podido conseguir para ellas mayor�a.
En cuanto a Volodarsky, segu�a defendiendo en sustancia el esquema bolchevique para la Revoluci�n del a�o 1905: primero, la dictadura democr�tica; luego, la inevitable ruptura con el campesinado; y, en el caso de triunfar el proletariado en el Oeste, la lucha por la dictadura socialista. Stalin, con la ayuda de Molotov y de otros varios, defendi� la nueva concepci�n de Lenin: la dictadura del proletariado, con el concurso de los campesinos m�s pobres, era lo �nico que pod�a asegurar la soluci�n de las tareas de la revoluci�n democr�tica y al mismo tiempo abrir la era de las transformaciones sociales. Stalin ten�a raz�n oponi�ndose a Volodarsky, pero no supo demostrarlo. En cambio, al negarse a reconocer que la contrarrevoluci�n burguesa hubiera ganado una victoria decisiva, Volodarsky demostr� estar m�s en lo cierto que Lenin y Stalin. Aquel debate estaba destinado a reproducirse en el Congreso del Partido varios d�as despu�s. La Conferencia termin� aprobando una proclama escrita por Stalin: "A todos los trabajadores", que dec�a, entre otras cosas: "... Los corrompidos mercenarios y cobardes calumniadores osan acusar abiertamente a los dirigentes de nuestro Partido de "traici�n...". �Nunca como ahora han sido los nombres de nuestros dirigentes tan queridos y tan familiares a la clase trabajadora como en este momento, en que la imprudente chusma burguesa lanza contra ellos fango! Aparte Lenin, las principales v�ctimas de la persecuci�n y de la calumnia eran Zinoviev, Kamenev v el que esto escribe. Estos nombres eran especialmente caros a Stalin "cuando la chusma burguesa" lanzaba fango contra ellos. 
 

La Conferencia de Petrogrado fue como una especie de ensayo general para el Congreso del Partido que se reuni� el 27 de julio. Por entonces, casi todos los Soviets del distrito de Petrogrado estaban en manos de los bolcheviques. En los centros de los Sindicatos, lo mismo que en los Comit�s de f�bricas y almacenes, la influencia de los bolcheviques hab�a llegado a dominar. Los preparativos de organizaci�n del Congreso estaban concentrados en manos de Sverdlov. La preparaci�n pol�tica derivaba de Lenin, desde su escondite ilegal. En las cartas al Comit� Central y publicadas en la Prensa bolchevique, que comenzaba a publicarse de nuevo, dilucidaba la situaci�n bajo diversos aspectos. �l fue quien redact� las minutas de las resoluciones fundamentales para el Congreso, pesando con cuidado todos los razonamientos en entrevistas efectuadas clandestinamente con los diversos informantes.
El Congreso se denomin� de "Unificaci�n", porque en �l hab�a de tener lugar la fusi�n en el Partido de la organizaci�n com�n a los distritos de Petrogrado (Mezhrayonnaya), a la que pertenec�an Joffe, Uritsky, Ryazanov, Lunacharsky, Pokrovsky, Manuilsky, Yurenev, Karajan y el autor, as� como otros revolucionarios que de un modo u otro se incorporaron a la historia de la Revoluci�n sovi�tica. "Durante los a�os de la guerra -dice una nota de pie de p�gina en las obras de Lenin-, los de la organizaci�n interdistritos (Mezhrayontsy) estuvieron muy en contacto con el Comit� bolchevique de San Petersburgo." En la �poca del Congreso, la organizaci�n sumaba unos cuatro mil trabajadores.
Noticias del Congreso, que se reuni� semilegalmente en dos diferentes distritos obreros, se publicaron en los peri�dicos. En los c�rculos gubernamentales se habl� de disolverlo. Pero, al llegar a los hechos, Kerensky decidi� que era mejor dejar tranquilo el distrito de Viborg. En cuanto al p�blico en general, no conoc�a a los organizadores del Congreso. Entre los bolcheviques asistentes al mismo, que despu�s se hicieron famosos, se cuentan Sverdlov, Bujarin, Stalin, Molotov, Vorochilov, Ordzhonikidze, Yurenev, Manuilsky... La mesa presidencial estaba formada por Sverdlov, Olmisky, Lomov, Yurenev y Stalin. Aun as�, con las figuras m�s destacadas del bolchevismo ausentes, figura Stalin en �ltimo lugar. El Congreso resolvi� enviar saludos a "Lenin, Trotsky, Zinoviev, Lunacharsky, Kamenev, Kollontai y a todos los dem�s camaradas detenidos o perseguidos". Estos fueron elegidos para la presidencia de honor. La edici�n de 1938 s�lo registra la elecci�n de Lenin.
Sverdlov inform� sobre la labor de organizaci�n del Comit� Central. Desde la Conferencia de abril, el Partido hab�a aumentado de 80.000 a 240.000 miembros, es decir, hab�a triplicado la cifra. Este crecimiento bajo los golpes de julio, era reconfortante. Asombrosa por su insignificancia era la circulaci�n conjunta de la Prensa bolchevique: �s�lo 320.000 ejemplares para un pa�s tan inmenso! Pero la exaltaci�n revolucionaria es el�ctrica: las ideas bolcheviques se abrieron paso en la conciencia de millones.
Stalin repiti� dos de sus informes, sobre la actividad pol�tica del Comit� Central y sobre el estado del pa�s. Refiri�ndose a las elecciones municipales, en las que los bolcheviques lograron alrededor del veinte por ciento de los votos en la capital, Stalin manifest�: "El Comit� Central... hizo lo posible por luchar, no s�lo contra los cadetes, fuerza de la contrarrevoluci�n, sitio tambi�n contra los mencheviques y los essars, quienes de grado o por fuerza iban a la zaga de los cadetes." Mucha agua hab�a pasado por el puente desde los d�as de la Conferencia de marzo, cuando Stalin hab�a considerado a mencheviques y essars como parte de "la democracia, revolucionaria" y confiando en los cadetes para "consolidar" las conquistas de la Revoluci�n.
Contra la costumbre, las cuestiones relativas a la guerra, al patriotismo socialista, al colapso de la II Internacional y a los grupos dentro del socialismo mundial, se excluyeron del informe pol�tico y se confiaron a Bujarin, ya que Stalin no sab�a desenvolverse en materia de pol�tica internacional. Bujarin manifest� que la campa�a por la paz mediante "presi�n" sobre el Gobierno provisional y los otros Gobiernos de la Entente hab�a resultado infructuosa por completo, y que solo la ca�da del Gobierno provisional pod�a traer consigo un modo r�pido de liquidar democr�ticamente la guerra. Despu�s de intervenir Bujarin, Stalin hizo un informe sobre las tareas del Partido. Los debates versaron conjuntamente sobre amos informes, aunque pronto se advirti� que los dos informantes no se hallaban de acuerdo.
"Algunos camaradas han opinado -dec�a Stalin- que porque el capitalismo est� poco desarrollado en nuestro pa�s es una utop�a plantear el problema de la revoluci�n socialista. Hubieran tenido raz�n de no haber habido guerra, ni desplome, de no haberse desmoronado hasta los cimientos mismos de la econom�a nacional. Pero hoy, esas cuestiones de intervenci�n en la esfera econ�mica se plantean en todos los pa�ses como cuesti�n imperativa..." Adem�s, "en ninguna parte ten�an los trabajadores organizaciones tan vastas como los Soviets... Todo esto excluye la posibilidad de que las masas obreras renuncien a intervenir en la vida econ�mica. Ah� radica el fundamento realista para plantear la cuesti�n de la revoluci�n socialista en Rusia."
Durante los debates, Bujarin trat� en parte de defender el viejo esquema bolchevique: en la primera revoluci�n, el proletariado ruso marcha unido con el campesino, en nombre de la democracia; en la segunda revoluci�n, unido con el proletariado de Europa, en nombre del socialismo. "�Cu�l es el sentido de la perspectiva de Bujarin? -replic� Stalin-. Seg�n �l estamos trabajando por una revoluci�n campesina durante la primera fase. Pero eso... no puede menos de coincidir con la revoluci�n de los trabajadores. Es imposible que la clase obrera, vanguardia de la revoluci�n, deje de combatir, adem�s, por sus propias reivindicaciones. Por eso considero el esquema de Bujarin inconsistente." Esto era rigurosamente cierto. La revoluci�n campesina no pod�a ganar sino colocando al proletariado en el Poder. El proletariado no pod�a tomarlo sin iniciar la revoluci�n socialista. Stalin emple� contra Bujarin las mismas reflexiones que, expuestas por primera vez en los comienzos de 1905, fueron calificadas de "ut�picas" hasta abril de 1917. Pero a los pocos a�os, Stalin habr�a de olvidar tales argumentos por �l defendidos en el VI Congreso; en su lugar, juntamente con Bujarin habr�a de revivir la f�rmula de la "dictadura democr�tica", que desempe�ar�a importante papel en el programa del Komintern y tendr�a una influencia fatal en el movimiento revolucionario de China Y de otros pa�ses.
En una publicaci�n de 1938, relativa al VI Congreso, leemos: "Lenin, Stalin, Sverdlov, Dzerzhinsky y otros, fueron elegidos miembros del Comit� Central." S�lo tres difuntos se citan al lado de Stalin. Sin embargo, las actas del Congreso nos informan que se eligieron 21 miembros y 10 suplentes para el Comit� Central. Por la semiilegalidad en que se hallaba el Partido, los nombres de las personas elegidas por voto secreto, no se dieron a conocer en el Congreso, con excepci�n de los cuatro que obtuvieron el n�mero mayor de votos, Lenin, 133 de un posible 134; Zinoviev, 132; Kamenev, 131. Adem�s, fueron elegidos los siguientes: Nogin, Kollontai, Stalin, Sverdlov, Rikov, Bobnov, Artem, Uritsky, Milutin, Berzin, Dzerzhinsky, Kerestinsky, Muranov, Smilga, Sokolnikov y, Sha'umyan. Los nombres se han ordenado seg�n el n�mero de votos recibidos. Los de ocho suplentes, a saber: Lomov, Joffe, Strassova, Yakovieva, Dzhaparidze, Kisselev, Preobrazhenky y Skrypink, se han podido reconstituir definitivamente.
El Congreso termin� sus sesiones el 3 de agosto. Al siguiente d�a sali� de la c�rcel Kamenev. Desde entonces, no s�lo habl� regularmente en instituciones sovi�ticas, sino que ejerci� una influencia inconfundible sobre la pol�tica general del Partido y sobre la personalidad de Stalin. Aunque en diverso grado ambos se hab�an adaptado a la nueva l�nea, no les era f�cil liberarse de sus propios h�bitos mentales. Siempre que pod�a, Kamenev redondeaba las agudas aristas de la pol�tica de Lenin. Stalin no hac�a objeciones; sencillamente se manten�a a cubierto de posibles da�os. Un conflicto abierto surgi� corno resultado de la Conferencia socialista de Estocolmo, convocada a la iniciativa de los socialdem�cratas alemanes. Los patriotas transaccionistas rusos, inclinados a agarrarse a un clavo ardiendo, vieron en aquella Conferencia una oportunidad excelente para "luchar por la paz". Pero Lenin, que hab�a sido acusado de inteligencia con el Estado Mayor alem�n, se declar� resueltamente opuesto a toda participaci�n en tal empresa, patrocinada sin posible duda por el Gobierno alem�n. En la sesi�n del Comit� Ejecutivo Central del 6 de agosto, Kamenev se manifest� partidario de intervenir en la Conferencia. Stalin no pens� siquiera en defender la posici�n del Partido en el Proletariom (que era entonces el nombre de Pravda); lejos de eso, retuvo sin publicar un en�rgico art�culo de Lenin contra Kamenev, que no apareci� sino diez d�as m�s tarde, y s�lo por insistentes demandas de su autor, reforzadas por su apelaci�n a otros miembros del Comit� Central. Sin embargo, aun entonces, Stalin no se puso francamente de parte de Kamenev.
Inmediatamente despu�s de la liberaci�n de Kamenev, el ministro democr�tico de Justicia hizo correr un rumor que le acusaba de mantener ciertas relaciones con la polic�a secreta del zar. Kamenev solicit� una investigaci�n. El Comit� Central encarg� a Stalin "discutir con Gotz (uno de los dirigentes essars) el caso de Kamenev". Ya en otras ocasiones se le hab�an confiado gestiones an�logas: "discutir con el menchevique Bogdanov el caso de los kronstadtitas", "discutir" con el menchevique Anissimov el asunto de las garant�as para Lenin. Como permanec�a detr�s del escenario, Stalin estaba mejor situado que otros para toda clase de misiones escabrosas. Adem�s, el Comit� Central siempre estaba seguro de que discutiendo con adversarios, Stalin no se dejar�a enga�ar por nadie.
"El silbido de reptil de la contrarrevoluci�n -escrib�a Stalin el 13 de agosto, refiri�ndose a la calumnia contra Kamenev- va haci�ndose o�r otra vez. La odiosa serpiente de la reacci�n proyecta de nuevo sus venenosos colmillos desde detr�s de la esquina. Y despu�s de morder, volver� a recogerse en su tenebroso cubil...", y as�, sucesivamente, en el estilo de los "camaleones" de Tiflis. Pero el art�culo es interesante, no s�lo por su estilo. "La infame a�agaza, la bacanal de mentiras y calumnias, la desvergonzada defraudaci�n, el fraude y la falsificaci�n de baja estofa -continuaba el autor- alcanzan proporciones hasta ahora desconocidas en la historia... Al principio trataron de manchar a las probadas figuras revolucionarias con el dictado de esp�as alemanes, y, visto su fracaso, pretenden convertirlos ahora en esp�as zaristas. As� intentan estigmatizar a quienes llevan dedicando toda su vida consciente a la causa de la lucha revolucionaria contra el r�gimen zarista... como lacayos del zarismo... La intenci�n pol�tica de todo ello es evidente: los jefes de la contrarrevoluci�n est�n decididos a toda costa a incapacitar a Kamenev y a extirparlo en su calidad de uno de los l�deres reconocidos del proletariado revolucionario." Es una pena que este art�culo no figurase en el material del fiscal Vichinsky durante la causa contra Kamenev en 1936.
La reanimaci�n del movimiento de masas y la vuelta a la actividad de los miembros del Comit� Central que hab�an estado temporalmente alejados de ella, naturalmente desaloj� a Stalin de la posici�n de prominencia en que hab�a permanecido durante el Congreso de julio. Desde entonces, sus actividades se desenvolvieron en la oscuridad, desconocido de las masas, inadvertido por el enemigo. En 1924, la Comisi�n de historia del Partido public� una copiosa cr�nica de la Revoluci�n en varios vol�menes. Las 422 p�ginas del IV tomo, que tratan de agosto a septiembre, registran todos los sucesos, ocurrencias, disputas, resoluciones, discursos, art�culos, etc., que en alg�n sentido merecen anotarse. Sverdlov, entonces pr�cticamente desconocido, aparece citado tres veces en dicho volumen; Kamenev, 46 veces; yo, que estuve todo el mes de agosto y los primeros d�as de septiembre preso, 31 veces; Lenin, que estaba oculto, 16 veces; Zinoviev, que comparti� la suerte de Lenin, 6 veces; Stalin no se menciona una sola vez. Su nombre no se incluye siquiera en el �ndice de 500, aproximadamente, que lleva el libro. En otras palabras, en el transcurso de aquellos dos meses, la Prensa no se ocup� de nada de cuanto hiciera, ni de un solo discurso que pronunciara, y ni uno solo de los participantes m�s o menos destacados en los acontecimientos de aquellos d�as le nombr� siquiera una vez.
Afortunadamente, es posible seguir el papel de Stalin en la vida del Partido, o m�s bien de su plana mayor, examinando m�s o menos detenidamente las actas del Comit� Central relativas a siete meses (agosto de 1917 a febrero de 1918), pues se han conservado, aunque ciertamente incompletas. Durante la ausencia de los dirigentes pol�ticos, Milutin, Smilga, Glebov, figuras de escasa influencia, pero m�s aptas para presentarse en p�blico que Stalin, actuaban como delegados en conferencias y congresos. El nombre de Stalin rara vez suena en decisiones del Partido. Uritsky, Sokolnikov y Stalin fueron delegados para organizar un Comit� de elecciones a la Asamblea Constituyente. Los mismos tres recibieron encargo de redactar la "resoluci�n de la Conferencia de Estocolmo". Stalin fue delegado para negociar con una imprenta acerca de la reaparici�n del �rgano central. Tambi�n figur� en otro Comit� para redactar una resoluci�n, etc. Despu�s del Congreso de julio, se aprob� una moci�n de Stalin para organizar el trabajo del Comit� Central con sujeci�n al principio de "estricta asignaci�n de funciones". Sin embargo, tal moci�n fue m�s f�cil de aprobar que de llevar a la pr�ctica: la marcha de los acontecimientos hizo que continuaran confundidas las funciones y trastocadas las decisiones. El 2 de septiembre el Comit� Central design� Consejos le redacci�n para el semanario y el diario, y en ambos figuraba Stalin. El 6 de septiembre (despu�s de salir yo de la c�rcel), Stalin y Riazanov fueron sustituidos en el Consejo de redacci�n del peri�dico te�rico por Kamenev y por m�. Pero aquella decisi�n no pas� tampoco de las actas. En realidad, ambas publicaciones no editaron m�s que un n�mero cada una, y el Consejo de redacci�n efectivo fue distinto por completo del designado.
El 5 de octubre, el Comit� Central nombr� un Comit� para redactar un esbozo de programa del Partido con destino a la Convenci�n inmediata. Compon�amos aquel Comit�, Lenin, Bujarin, yo, Kamenev, Sokolnikov y Kollontai. Stalin no fue incluido en �l, no porque hubiese oposici�n a su candidatura, sino simplemente porque a nadie se le ocurr�a su nombre cuando se trataba de redactar un documento te�rico del Partido de gran importancia. Pero el Comit� de programas no se reuni� ni una sola vez. Hab�a tareas muy distintas en el orden del d�a. El Partido venci� en la insurrecci�n y lleg� al Poder sin un programa definido. Aun en las cuestiones puramente de Partido, los acontecimientos no encontraron siempre gente a la altura de la perspicacia y de los planes de la jerarqu�a del Partido. El Comit� Central designaba Consejos de redacci�n, Comit�s, grupos de tres, de cinco, de siete, que, antes de poder reunirse, quedaban desbaratados por nuevos sucesos, y cada cual se olvidaba de lo resuelto el d�a anterior. Adem�s, por razones de conspiraci�n, las actas se manten�an bien escondidas, y nadie hac�a a ellas la menor alusi�n.
Algo extra�as eran las ausencias de Stalin, relativamente frecuentes. Falt� seis veces en veinticuatro sesiones del Comit� Central, durante agosto, septiembre y la primera semana de octubre. La lista de participantes en otras sesiones, no aparece. Esta falta de puntualidad, es tanto m�s inexcusable en Stalin cuanto que no intervino en la labor del Soviet y de su Comit� Ejecutivo Central, ni habl� nunca en reuniones p�blicas. Evidentemente, �l no daba entonces a su propia participaci�n en las sesiones del Comit� Central la importancia que hoy se le atribuye. En varios casos, su ausencia se explica, sin duda, por susceptibilidad e irritaci�n: siempre que no puede imponer su criterio se siente inclinado a pasar el berrinche escondido y pensando en el desquite. Es de inter�s el orden en que se rese�a en las actas la asistencia de los miembros del Comit� Central: 13 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sverdlov y otros; 15 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Rikov, Nogin, Stalin, Sverdlov y otros; 20 de septiembre: Trotsky, Uritskl, Bubnov, Bujarin y otros (Stalin y Kamenev, ausentes); 21 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Stalin, Sokolnikov y otros; 23 de septiembre: Trotsky, Kamenev, Zinoviev, etc. (Stalin, ausente). El orden de los nombres no estaba regulado, naturalmente, en ocasiones, se alteraba. Pero no es casual, especialmente cuando se considera que en el per�odo anterior el nombre de Stalin, figuraba a veces en primer t�rmino. Claro es que �stas son cuestiones triviales. Pero nada de m�s importancia puede encontrarse con relaci�n a Stalin; adem�s, estas menudencias reflejan imparcialmente la vida diaria del Partido y el lugar que en ella ocupaba Stalin.
Cuanto mayor campo abarcaba el movimiento, m�s peque�a era la posici�n de Stalin dentro de �l, y m�s dif�cil que destacase entre los miembros habituales del Comit� Central. En octubre, el mes decisivo del a�o decisivo, Stalin descoll� a�n menos que de ordinario. El Comit� Central truncado, su �nica base sustancial, estuvo exento de confianza en s� mismo durante esos meses. Sus decisiones quedaban con demasiada frecuencia anuladas por la iniciativa de fuera. En junto, la m�quina del Partido no se vio nunca firmemente cimentada en el torbellino revolucionario. Cuanto m�s amplia y profunda era la influencia de las consignas bolcheviques, tanto m�s dif�cil era para los hombres del Comit� captar el movimiento. A medida que los Soviets iban cayendo bajo la influencia del Partido, la m�quina iba qued�ndose m�s falta de sitio. �sa es una de las paradojas de la revoluci�n.
Transfiriendo a 1917 situaciones que cristalizaron, mucho despu�s, cuando las aguas de la marea hab�an refluido a su cauce, muchos historiadores, aun de los m�s concienzudos, se expresan como si el Comit� Central hubiera encarrilado directamente la pol�tica del Soviet de Petrogrado, que se hizo bolchevique a principios de septiembre. En realidad, no sucedi� as�. Las actas muestran de modo indiscutible que con excepci�n de algunas sesiones plenarias, en las que Lenin, Zinoviev y yo participamos, el Comit� Central no intervino pol�ticamente. No asumi� la iniciativa en ning�n asunto de importancia. Muchas decisiones del Comit� Central de aquella fecha quedaron flotando en el aire, por haber chocado con las decisiones del Soviet. Las resoluciones m�s importantes de �ste se transformaban en acci�n antes de que el Comit� Central tuviera tiempo de estudiarlas S�lo despu�s de conquistado el Poder, terminada la guerra civil y establecido un r�gimen estable, podr�a ir al Comit� Central empezando a concentrar la direcci�n de la actividad sovi�tica en sus manos. Entonces le llegar�a el turno a Stalin.
 

El 8 de agosto, el Comit� Central emprendi� una vigorosa campa�a contra la Conferencia del Gobierno convocada por Kerensky en Mosc�, y descaradamente ama�ada en provecho de la burgues�a. La Conferencia se inaugur� el 12 de agosto bajo la tensi�n de la huelga general que traduc�a la protesta de los trabajadores de Mosc�. Al no ser admitidos en la Conferencia, los bolcheviques encontraron un medio m�s eficaz de exhibir su fuerza. La burgues�a estaba asustada y furiosa. Habi�ndose rendido Riga a los alemanes el 21, el comandante en jefe, Kornilov, inici� su marcha sobre Petrogrado el 25, con el prop�sito de instaurar una dictadura personal. Kerensky, que se hab�a equivocado en sus c�lculos respecto a Kornilov, declar� al comandante en jefe "traidor a la patria". Incluso en aquel momento cr�tico, el 27 de agosto, Stalin no compareci� en el Comit� Ejecutivo Central del Soviet. Sokolnikov se present� all� en nombre de los bolcheviques. Hizo constar que los bolcheviques estaban dispuestos a tratar de las medidas militares procedentes con los �rganos de la mayor�a del Soviet. Los mencheviques y los essars aceptaron la oferta, dando las gracias y rechinando los dientes, porque los soldados y los trabajadores segu�an ahora a los bolcheviques. La r�pida e incruenta liquidaci�n del mot�n de Kornilov restauraron por completo el Poder que los Soviets hab�an perdido parcialmente en julio. Los bolcheviques volvieron a exhibir la consigna de "Todo el Poder para los Soviets". En la Prensa, Lenin propuso un arreglo a los transaccionistas: que los Soviets se incautasen del Poder y garantizasen completa libertad de propaganda, y los bolcheviques se mantendr�an en absoluto dentro de la legalidad sovi�tica. Los transaccionistas, belicosos, rehusaron pactar con los bolcheviques, y siguieron buscando sus aliados en la derecha.
La desp�tico repulsa de los transaccionistas s�lo sirvi� para fortificar a los bolcheviques. Como en 1905, la preponderancia que la primera oleada revolucionaria aport� a los mencheviques se disip� pronto en la atm�sfera de la aleccionadora lucha de clases. Pero en oposici�n a la tendencia observada en la primera Revoluci�n, el crecimiento del bolchevismo correspond�a ahora m�s bien a la subida que a la declinaci�n del movimiento de masas. El mismo proceso esencial adoptaba forma distinta en los pueblos: del partido Essar, dominante entre el campesinado, se desgaj� un ala izquierda, que trat� de ir al comp�s de los bolcheviques. Las guarniciones de las ciudades grandes estaban casi por completo del lado de los trabajadores. "Realmente, los bolcheviques trabajaron con af�n y sin descanso -atestiguaba Sujanov, menchevique izquierdista-. Estaban entre las casas, junto al torno, diariamente, de contrato... La masa viv�a y respiraba con los bolcheviques. Estaba en las manos del Partido de Lenin y Trotsky." En las manos del Partido, pero no en las manos de la m�quina del Partido.
 

El 31 de agosto, el Soviet de Petrogrado aprob�, por primera vez, una resoluci�n pol�tica de los bolcheviques. Decididos a no ceder, los transaccionistas determinaron probar de nuevo su fuerza. Nueve d�as despu�s la cuesti�n se dilucid� en el Soviet. La antigua presidencia y la pol�tica de coalici�n obtuvieron 414 votos frente a 519 y 67 abstenciones. Los mencheviques y los essars recog�an la cosecha de su pol�tica de pactos con la burguesa. Los Soviets dieron la bienvenida al nuevo Gobierno de coalici�n que organizaron con un acuerdo que di a conocer yo como nuevo presidente. "El nuevo Gobierno... entrar� en la historia de la revoluci�n como el Gobierno de la guerra civil... El Congreso de los Soviets en Rusia organizar� un Gobierno genuinamente revolucionario." Aqu�lla era una declaraci�n franca de guerra a los transaccionistas que hab�an rechazado nuestra propuesta de "transacci�n".
La Conferencia llamada democr�tica, convocada por el Comit� Ejecutivo Central del Soviet, ostensiblemente para contrarrestar la Conferencia del Gobierno, pero en realidad para sancionar la misma vieja coalici�n desacreditada, comenz� en Petrogrado el 14 de septiembre. Los transaccionistas perd�an los estribos. Unos d�as antes, Krupskaia fue secretamente a ver a Lenin a Finlandia. En un vag�n de ferrocarril lleno de soldados, no se hablaba de coalici�n, sino de insurrecci�n. Cuando le refer� a Ilich esta conversaci�n de los soldados, se qued� pensativo; despu�s, se hablara de lo que se hablase, aquella expresi�n preocupada no se borr� de su cara. Era evidente que estaba diciendo una cosa y pensando en otra muy distinta: en la insurrecci�n y en el modo de prepararse para ella. 
El d�a en que se inaugur� la Conferencia democr�tica (el m�s necio de todos los seudoparlamentos de la democracia), Lenin escribi� al Comit� Central del Partido sus famosas cartas Los bolcheviques deben tomar el Poder y El marxismo y la insurrecci�n. Esta vez ped�a que se actuara inmediatamente: sublevaci�n de regimientos y f�bricas, detenci�n del Gobierno y de la Conferencia democr�tica, e incautaci�n del Poder. Naturalmente, el plan no pod�a llevarse a efecto aquel mismo d�a; pero orient� el pensamiento y la actividad del Comit� Central hacia nuevos rumbos. Kamenev insisti� en que se rechazara categ�ricamente la proposici�n de Lenin... �por desastrosa! Temiendo que estas cartas pudieran circular por el Partido lo mismo que en el Comit� Central, Kamenev consigui� reunir seis votos en favor de que se destruyeran todos los ejemplares, salvo el destinado a los archivos. Stalin propuso "enviar las cartas a las m�s importantes organizaciones y sugerir que se discutieran". El comentario m�s moderno pone de relieve que la finalidad de la proposici�n de Stalin era "organizar la influencia de los Comit�s locales del Partido sobre el Comit� Central y que le apremiaran a realizar las directivas de Lenin". De haber sido esto cierto, Stalin se hubiera pronunciado desde un principio en pro de las instrucciones de Lenin, oponi�ndose a la propuesta de Kamenev. Pero aquello estaba lejos de su pensamiento. La mayor�a de los hombres de Comit� en provincias eran m�s derechistas que el Comit� Central. Enviarles las cartas de Lenin sin el aval del Comit� Central era tanto como expresar la disconformidad de �ste con ella. La proposici�n de Stalin se hizo para ganar tiempo, y, en caso de conflicto, asegurarse la posibilidad de alegar que los Comit�s locales estaban indecisos. El Comit� Central qued� paralizado por efecto <-le las vacilaciones. Se decidi� diferir el asunto de las cartas de Lenin para la pr�xima sesi�n. Lenin estaba esperando la respuesta con febril impaciencia. Pero Stalin ni siquiera se present� en la siguiente sesi�n, que no se celebr� hasta cinco d�as despu�s, y el asunto de las cartas tampoco figuraba en el orden del d�a. Cuanto m�s calor hay en la atm�sfera, m�s fr�os son los manejos de Stalin.
La Conferencia democr�tica resolvi� organizar, de acuerdo con la burgues�a, una especie de instituci�n representativa, a la que Kerensky prometi� asignar funciones consultivas. �Cu�l deber�a ser la actitud de los bolcheviques respecto a este Consejo de la Rep�blica o Parlamento previo? Esta fue al punto la cuesti�n cr�tica de t�ctica entre los bolcheviques. �Participar�an en �l, o har�an caso omiso de su existencia, en su marcha hacia la insurrecci�n? Como informante del Comit� Central en la futura fracci�n del Partido dentro de la Conferencia democr�tica, propuse la idea de un boicot. El Comit� Central, que se dividi� en dos mitades sobre este punto discutible (nueve en favor del boicot y ocho en contra), transfiri� la cuesti�n a la facci�n para que ella decidiera. Con el fin de explicar los puntos de vista contradictorios "se propusieron dos informes: el de Trotsky y el de Rikov". En realidad -insist�a Stalin en 1925-, hubo cuatro informantes: dos en favor del boicot al Parlamento previo (Trotsky y Stalin), y dos partidarios de la participaci�n (Kamenev y Nogin)." Esto es casi cierto: Cuando la fracci�n decidi� terminar los debates, se convino en permitir que por cada bando hablara, adem�s, otro representante: Stalin por los boicotistas, y Kamenev (pero no Nogin) por los partidarios de participar. Rikov y Kamenev, obtuvieron 77 votos; Stalin y yo, 50. La derrota de la t�ctica del boicot se debi� a los de provincias, cuya separaci�n de los mencheviques era reciente en muchos puntos del pa�s.
En el aspecto superficial puede parecer que las discrepancias no ten�an gran relieve. Pero es lo cierto que se trataba de si el Partido estaba en condiciones de servir de oposici�n en una rep�blica burguesa o de atribuirse la tarea de tomar el Poder por asalto. Stalin recordaba despu�s su intervenci�n como informante por considerar de importancia el episodio dentro de la historiograf�a oficial. El obsequioso editor a�ad�a de su cosecha que yo me hab�a pronunciado por una posici�n intermedia". En ediciones sucesivas se ha suprimido mi nombre por completo. La nueva historia proclama: "Stalin se alz� resueltamente contra la participaci�n en el Parlamento previo." Pero, adem�s del testimonio de las actas, est� el de Lenin. "Hemos de boicotear el Parlamento previo -escrib�a el 23 de septiembre-. Iremos... a las masas. Tenemos que darles una consigna clara y justa: derribar la pandilla bonapartista de Kerensky y a su pretendido Parlamento previo." Y en una nota al pie: "Trotsky estaba por el boicot. �Bravo, camarada Trotsky!" Pero, naturalmente, el Kremlin ha prescrito la eliminaci�n de todos esos pecados en la nueva edici�n de las obras de Lenin.
El 7 de octubre, la fracci�n bolchevique se retir� con ostentaci�n del Parlamento previo. "Apelamos al pueblo. �Todo el Poder para los Soviets!" Aquello significaba predicar la insurrecci�n. El mismo d�a, en la sesi�n del Comit� Central, se decret� organizar una Oficina de Informaci�n sobre el modo de combatir la contrarrevoluci�n. Este nombre, deliberadamente vago, cubr�a una tarea concreta: reconocer y preparar la insurrecci�n. Sverdlov, Bubnov y yo fuimos encargados de organizar dicha Oficina. Por el laconismo de las rese�as y la ausencia de otros documentos, el autor se ve obligado a fiarse a este prop�sito de su memoria. Stalin rehus� participar en ella, recomendando en su lugar a Bubnov, persona de escasa autoridad. Su actitud era de reserva, cuando no de escepticismo, respecto a la idea en s�. �l era partidario de una insurrecci�n; pero no cre�a que los trabajadores y los soldados estuvieran ya en condiciones de actuar. Viv�a aislado no s�lo de las masas, sino tambi�n de su representaci�n dentro del Soviet, y se contentaba con las impresiones reflejadas por la m�quina del Partido. Por lo que se refiere a las masas, las experiencias de julio no hab�an pasado sin dejar huella. La presi�n ciega hab�a desaparecido para dejar sitio a la precauci�n. En cambio, la confianza en los bolcheviques aparec�a ya matizada de recelos: �ser�n capaces de hacer lo que han prometido? Los agitadores bolcheviques se quejaban a veces de cierta frialdad por parte de las masas hacia ellos. Y es que las masas se iban cansando de esperar, de tanta indecisi�n y de meras palabras. Pero en la m�quina aquel cansancio se calificaba con frecuencia de "falta de �nimos de lucha". De ah� la sombra de escepticismo que se advert�a en muchos hombres del Comit�. Adem�s, incluso los m�s arrojados sienten algo de fr�o en la boca del est�mago en v�speras de una insurrecci�n. No siempre se reconoce as�, pero es la verdad. El mismo Stalin se hallaba en un estado de �nimo algo equ�voco. No se le olvidaba abril, con su terrible fracaso de ciencia "pr�ctica". En compensaci�n, Stalin confiaba en la m�quina mucho m�s que en las masas. En todas las ocasiones de m�s importancia, se aseguraba votando con Lenin. Pero no mostraba ninguna iniciativa en favor de los acuerdos aprobados, se absten�a de emprender ninguna acci�n decisiva, preparaba sus l�neas de retirada, influ�a sobre otros como amortiguador, y al final desperdici� la Revoluci�n de octubre por hallarse desviado sobre una tangente.
Cierto es que nada sali� de la Oficina para combatir la contrarrevoluci�n, pero no fue culpa de las masas. El d�a 9, Smolny entr� de nuevo en serio conflicto con el Gobierno, que hab�a decretado el transporte de las tropas revolucionarias de la capital al frente. La guarnici�n se agrup� m�s de cerca en torno a su protector, el Soviet. De repente, los preparativos de la insurrecci�n adquirieron una base concreta. El que la v�spera fue iniciador de la Oficina, traslad� toda su atenci�n a crear un Estado Mayor en el mismo Soviet. El primer paso se dio aquel mismo d�a 9 de octubre. "Para contrarrestar los intentos del Estado Mayor General de conducir a las tropas fuera de Petrogrado", el Comit� Ejecutivo decidi� crear el Comit� Revolucionario Militar. As�, por la l�gica de los hechos, sin discusi�n alguna en el Comit� Central, casi inesperadamente, comenz� la insurrecci�n en el palenque del Soviet, y se inici� la recluta del Estado Mayor de �ste, mucho m�s eficaz que la Oficina del 7 de octubre.
La sesi�n inmediata del Comit� Central, con participaci�n de Lenin disfrazado bajo una peluca, tuvo lugar el 10 de octubre, y alcanz� resonancia hist�rica. El punto central de la discusi�n fue la moci�n de Lenin, quien propuso la insurrecci�n armada como tarea pr�ctica urgente. La dificultad, incluso para el m�s convencido partidario de la insurrecci�n, era la cuesti�n de tiempo. Ya en los d�as de la Conferencia democr�tica, el transaccionista Comit� Ejecutivo Central, bajo la presi�n de los bolcheviques, hab�a se�alado el 20 de octubre corno fecha para el Congreso. Por lo menos en Petrogrado, la insurrecci�n ten�a que producirse antes del d�a 20; de otro modo, el Congreso no estar�a en condiciones de empu�ar las riendas del Poder, y corr�a el riesgo de ser dispersado. Se resolvi� en la reuni�n del Comit� Central, sin trasladarlo al papel, comenzar la insurrecci�n en Petrogrado hacia el 15. Quedaban, por consiguiente, unos cinco d�as para prepararla. Todo el mundo se daba cuenta de que esto no bastaba. Pero el Partido estaba prisionero de la fecha que �l mismo hab�a impuesto a los transaccionistas en otra ocasi�n. Mi aviso de que el Comit� Ejecutivo hab�a decidido organizar un Estado Mayor propio caus� gran impresi�n pues era mas bien asunto de plan que de realidad. La atenci�n de todos estaba concentrada en las pol�micas con Zinoviev y Kamenev, quienes se pronunciaban decididamente contra la insurrecci�n. Al parecer, Stalin no habl� una sola palabra en aquella ocasi�n, o se limit� a una ligera observaci�n; el hecho es que en las actas nada se registra de lo que dijese. La moci�n se aprob� por diez votos contra dos. Pero todos se quedaron algo recelosos en cuanto a la fecha.
Hacia el final de aquella sesi�n, que dur� hasta bien pasadas las doce de la noche iniciativa m�s bien casual de Dzerzhinsky, se convino en "organizar para la orientaci�n pol�tica de la insurrecci�n un Bur� constituido por Lenin, Zinoviev, Trotsky, Stalin, Sokolkov y Bubnov". Pero esta importante decisi�n, sin embargo, no condujo a nada: Lenin y Zinoviev continuaron escondidos, y Zinoviev y Kamenev se mostraron irreconciliablemente opuestos a la decisi�n del 10 de octubre. "El Bur� para la orientaci�n pol�tica de la insurrecci�n", no se reuni� una sola vez. S�lo ha quedado su nombre consignado con tinta al pie del acta inconexa recogida a l�piz. Bajo la denominaci�n abreviada de "los siete", este Bur� fantasma entr� en la ciencia oficial de la historia.
La labor de organizar el Comit� Revolucionario Militar del Soviet avanzaba r�pidamente. Como es natural, la pesada maquinaria de la democracia del Soviet imped�a cualquier impulso decisivo.
Y, sin embargo, quedaba poco tiempo hasta el Congreso. No sin motivo tem�a Lenin un retraso. Por petici�n suya se convoc� otra reuni�n del Comit� Central para el 16 de octubre, en presencia de los m�s importantes organizadores de Petrogrado. Zinoviev y Kamenev persistieron en su oposici�n, Exteriormente, su posici�n se hab�a hecho m�s s�lida que nunca: al cabo de seis d�as la insurrecci�n a�n no hab�a comenzado. Zinoviev solicit� que la decisi�n se aplazara hasta que se reuniese el Congreso de los Soviets, a fin de "conferenciar" con los delegados que acudieron de las provincias: en el fondo de su coraz�n confiaba en su apoyo. Las pasiones se desataron durante el debate. Por primera vez intervino en esta discusi�n Stalin. "La oportunidad debe decidir el d�a de la insurrecci�n -dijo-. S�lo �se es el sentido del acuerdo... Lo que Kamenev y Zinoviev proponen conduce objetivamente a la oportunidad para que se organice la contrarrevoluci�n; si continuamos retir�ndonos sin cesar, perderemos la revoluci�n. �Por qu� no fijar nosotros el d�a y las circunstancias, para no dar lugar a que la contrarrevoluci�n se organice?" Estaba defendiendo el derecho abstracto del Partido a escoger su momento para el golpe, cuando el problema radicaba en fijar una fecha definida. Si el Congreso bolchevique de los Soviets se hubiese mostrado incapaz de tomar las riendas del Gobierno al instante, hubiera comprometido sencillamente la consigna de "Todo el Poder para los Soviets", convirti�ndola en una frase hueca. Zinoviev insisti�: "Tenemos que confesarnos francamente que no intentaremos una insurrecci�n en estos cinco d�as pr�ximos." Kamenev tend�a a lo mismo. Stalin no se opuso concretamente a esta posici�n; antes bien la soslay� con las sorprendentes palabras que siguen: "El Soviet de Petrogrado ha elegido ya el camino de la insurrecci�n al negarse a sancionar el traslado de las tropas." No hac�a m�s que reiterar la f�rmula, ajena en absoluto a su propia intervenci�n abstracta, defendida hac�a poco por los dirigentes del Comit� Revolucionario Militar. Pero, �qu� significaba lo de "estar ya en el camino de la insurrecci�n"? �Era cuesti�n de d�as o de semanas? Stalin se abstuvo cautelosamente de especificarlo. No estaba dentro de s� muy seguro de la situaci�n.
El acuerdo del 10 de octubre fue refrendado por una mayor�a de veinte votos contra dos y tres abstenciones. Sin embargo, nadie hab�a respondido a la cuesti�n crucial de si la decisi�n de comenzar la insurrecci�n en Petrogrado antes del 20 de octubre segu�a siendo v�lida. Era dif�cil hallar esa respuesta. Pol�ticamente, el acuerdo de que comenzara antes del Congreso era justo en absoluto; pero quedaba demasiado poco tiempo para hacerlo as�. La reuni�n del 16 de octubre no acert� tampoco a conciliar aquella contradicci�n. Pero en este punto los transaccionistas aportaron la soluci�n: el mismo d�a siguiente, acordaron, por razones que ellos sabr�an, demorar la fecha del Congreso, que no les era nada grato, hasta el 25 de octubre. Los bolcheviques recibieron este inesperado aplazamiento con una protesta expresa, pero con t�cita satisfacci�n. Cinco d�as suplementarios resolv�an por completo las dificultades del Comit� Revolucionario Militar.
Las actas del Comit� Central v los n�meros de Pravda correspondientes a las �ltimas semanas que precedieron a la insurrecci�n marcan la carrera pol�tica de Stalin sobre el fondo de �sta con suficiente relieve. As� como antes de la guerra se hab�a puesto de parte de Lenin, buscando a la vez apoyo en los conciliadores contra el emigrado "que trepaba por la pared", esta vez form� con la mayor�a oficial del Comit� Central, apoyando simult�neamente la oposici�n derechista. Como siempre, proced�a con cautela; sin embargo, la amplitud de los acontecimientos y la agudeza de los conflictos le forzaron en ocasiones a aventurarse m�s lejos de lo que hubiera deseado.
El 11 de octubre, Zinoviev y Kamenev publicaron en el peri�dico de M�ximo Gorki una carta contra la insurrecci�n. En el acto, la situaci�n entre los dirigentes del Partido se hizo sumamente violenta. Lenin renegaba indignado en su escondite. Para quedar en libertad de exponer su parecer respecto a la insurrecci�n, Kamenev dimiti� su cargo en el Comit� Central. Se discuti� el asunto en la sesi�n del 20 de octubre. Sverdlov dio a conocer la carta de Lenin que tildaba a Zinoviev y a Kamenev de rompehuelgas y ped�a su expulsi�n del Partido. La crisis se complic� inesperadamente por el hecho de publicar Pravda aquel mismo d�a una declaraci�n del Consejo de redacci�n en defensa de Zinoviev y Kamenev: "La aspereza de tono del art�culo del camarada Lenin no altera el hecho de que, en lo esencial, seguimos compartiendo su opini�n." El �rgano central juzgaba oportuno censurar "la aspereza" de la protesta de Lenin antes que la p�blica actitud del Partido en pro de la insurrecci�n, y, adem�s, expresaba su solidaridad con Zinoviev y Kamenev en puntos "fundamentales". �Como si en aquel momento hubiera algo m�s fundamental que la cuesti�n del levantamiento! Los miembros del Comit� Central se frotaban los ojos con extra�eza.
El �nico asociado de Stalin en la redacci�n era Sokolnikov, el futuro diplom�tico de los Soviets y m�s tarde v�ctima de la "purga". Sin embargo, Sokolnikov declar� que �l nada ten�a que ver con aquel reproche a Lenin; y que lo consideraba err�neo. As�, pues, Stalin solo (enfrente del Comit� Central y de su propio colega de redacci�n) defendi� a Kamenev y a Zinoviev cuatro d�as justos antes de la insurrecci�n. El Comit� Central contuvo su indignaci�n por miramiento de no hacer mayor la crisis.
Continuando sus manejos entre los protagonistas y los adversarios de la insurrecci�n, Stalin se manifest� opuesto a admitir la dimisi�n de Kamenev, alegando que "toda nuestra situaci�n era inconsistente". Por cinco votos contra el de Stalin y otros dos, se acept� la dimisi�n de Kamenev. Y por seis, tambi�n contra Stalin, se aprob� una resoluci�n prohibiendo a Kamenev y a Zinoviev empe�ar combate contra el Comit� Central. En las actas se lee: "Stalin declar� que dejaba el Consejo de redacci�n." En su caso, aquello significaba abandonar el �nico puesto que era capaz de desempe�ar en las circunstancias del momento revolucionario. Pero el Comit� Central se neg� a aceptar la retirada de Stalin, cortando as� el paso a otra nueva desgajadura.
La conducta de Stalin pudiera parecer inexplicable a la luz de la leyenda que se ha creado en su torno; pero, en realidad, est� perfectamente de acuerdo con su contextura interna. La desconfianza en las masas y su recelosa cautela le fuerzan, en momentos de decisiones hist�ricas, a sumirse en las tinieblas, esperando su hora, y, a ser posible, asegurarse yendo y viniendo. Su defensa de Zinoviev y Kamenev no obedec�a ciertamente a consideraciones sentimentales. En abril, Stalin hab�a cambiado de posici�n oficial, pero no de estructura mental. Aunque vot� con Lenin, por sus ideas estaba mucho m�s cerca de Kamenev. Adem�s, el descontento con su propio papel le inclinaba naturalmente a unirse con otros descontentos, aunque en pol�tica no estuviese por completo de acuerdo con ellos.
Durante toda la �ltima semana anterior a la insurrecci�n, Stalin estuvo maniobrando entre Lenin, Sverdlov y yo, por un lado, y Kamenev y Zinoviev, por otro. En la sesi�n del Comit� Central del 21 de octubre, restableci� el reci�n alterado equilibrio proponiendo designar a Lenin para preparar las tesis destinadas al pr�ximo Congreso de los Soviets, y a m� para disponer el informe pol�tico. Ambas mociones se aprobaron por unanimidad. Si entonces hubiera habido la menor desavenencia entre el autor y el Comit� Central (infundio ideado varios a�os despu�s), �me hubiera confiado �ste, por iniciativa de Stalin, el informe m�s importante en el momento m�s cr�tico? Habi�ndose ganado as� a la izquierda, Stalin volvi� a hundirse en las sombras y a esperar su momento.
El bi�grafo, no importa si de grado, nada tiene que decir respecto a la participaci�n de Stalin en la Revoluci�n de octubre. En ninguna parte encuentra menci�n de su nombre: ni en los documentos ni en las numerosas memorias publicadas. A fin de colmar de alg�n modo esta laguna tan patente, el histori�grafo oficial le hace participar en la insurrecci�n relacionando �sta con cierto misterioso "centro" del Partido que, al parecer, hab�a organizado �l mismo. Pero nadie nos dice una palabra acerca de la actividad de ese "centro", el lugar y la fecha de sus reuniones, los medios que utiliz� para encauzar la insurrecci�n. Y no es de extra�ar: nunca existi� semejante "centro". Pero el relato de esta leyenda es digno de anotarse.
En la XVI Conferencia del Comit� Central con algunos de los principales organizadores del Partido en Petrogrado, celebrada en octubre, se decidi� organizar "un centro revolucionario militar" de cinco miembros del Comit� Central. "Este centro -dice la resoluci�n, escrita a toda prisa por Lenin en un rinc�n del vest�bulo- formar� en su d�a parte del Comit� Revolucionario del Soviet." As�, en el sentido real de lo acordado, "el centro" no se creaba para dirigir separadamente la insurrecci�n, sino para completar la plana mayor del Soviet. Sin embargo, como muchas otras improvisaciones de aquellos d�as febriles, esta idea estaba destinada a no realizarse jam�s. Durante las horas en que, ausente yo, el Comit� Central organizaba un nuevo "centro" en una hoja de papel, el Soviet de Petrogrado, bajo mi presidencia, cre� definitivamente el Comit� Revolucionario Militar, que desde su mismo nacimiento se hizo cargo de todos los preparativos para la insurrecci�n. Sverdlov, cuyo nombre figuraba en primer lugar (y no el de Stalin, como falsamente se hace constar en recientes publicaciones sovi�ticas) en la lista de miembros del "centro", trabaj� antes y despu�s de la resoluci�n de 16 de octubre en estrecho contacto con el presidente del Comit� Revolucionario Militar. Otros tres miembros del "centro", Uritsky, Dzerzhinsky y Bubnov, fueron designados para trabajar con el Comit� Revolucionario Militar, cada cual por separado, el 24 de octubre, como si el acuerdo del 16 no se hubiese aprobado. En cuanto a Stalin, conforme a su l�nea de conducta pol�tica durante aquel per�odo, se mantuvo tercamente a distancia del Comit� Ejecutivo del Soviet de Petrogrado y del Comit� Revolucionario Militar, y no hizo acto de presencia en ninguna de sus sesiones. Todas estas circunstancias se confirman f�cilmente a base de las actas oficialmente publicadas.
En la sesi�n del Comit� Central de 20 de octubre, el "centro" creado cuatro d�as antes deb�a presentar un informe de su labor o mencionar al menos lo que hubiese comenzado a hacer; s�lo quedaban cinco d�as hasta el Congreso de los Soviets, y se supon�a que la insurrecci�n se anticipara a la inauguraci�n del Congreso. Stalin estaba demasiado ocupado para eso. En defensa de Zinoviev y Kamenev dimiti� su puesto en la direcci�n de Pravda en aquella misma sesi�n. Pero ninguno de los otros miembros del "centro" que asist�an a la sesi�n (Sverdlov, Dzerzhinsky, Uritsky) se molestaron en decir lo m�s m�nimo sobre ello. El acta de la sesi�n de 16 de octubre se hab�a retirado evidentemente por precauci�n, a fin de ocultar todo rastro de la participaci�n "ilegal" de Lenin en ella, y durante los cuatro dram�ticos d�as siguientes el "centro" pas� al olvido tanto m�s f�cilmente cuanto que la intensa actividad del Comit� Revolucionario Militar descart� en absoluto la necesidad de cualquier instituci�n auxiliar o suplementaria.
En la reuni�n siguiente, el 21 de octubre, con asistencia de Stalin, Sverdlov y Dzerzhinsky, tampoco hubo informe a prop�sito del "centro", ni la menor menci�n del mismo. El Comit� Central continuaba desenvolvi�ndose como si no hubiese habido tal acuerdo de creaci�n del "centro". De pasada, dir� que en esta ocasi�n se resolvi� incorporar otros diez bolcheviques destacados, entre ellos Stalin, al Comit� Ejecutivo del Soviet de Petrogrado, para incrementar su actividad. Pero tambi�n �ste fue un acuerdo que no pas� del papel.
Los preparativos para la insurrecci�n adelantaban mucho, pero por un cauce totalmente distinto. El due�o efectivo de la guarnici�n de la capital, o sea el Comit� Revolucionario Militar, andaba buscando una excusa para romper abiertamente con el Gobierno. Este pretexto fue suministrado el 22 de octubre por el oficial que mandaba las tropas del distrito, al negarse a que los comisarios del Comit� inspeccionara las dependencias de su Plana Mayor. Hab�a que batir el hierro caliente. El Bur� del Comit� Revolucionario Militar, del que form�bamos parte Sverdlov y yo, decidi� reconocer la ruptura con la Plana Mayor de la guarnici�n como un hecho consumado y emprender la ofensiva. Stalin no estuvo en esta conferencia. Cuando se trataba de quemar todos los puentes, no hubo quien aludiese a la existencia del llamado "centro".
La sesi�n del Comit� Central, que efectivamente inici� la insurrecci�n, se celebr� en Smolny, transformada ya en fortaleza, en la ma�ana del 24 de octubre. Apenas comenz� se aprob� una moci�n de Kamenev: "Ning�n miembro del Comit� Central podr� ausentarse hoy de Smolny sin especial permiso." En el orden del d�a figuraba el informe del Comit� Revolucionario Militar. Justamente al empezar la insurrecci�n nadie mencion� el llamado "centro". El acta dice as�: "Trotsky propuso que se pusieran dos miembros del Comit� Central a disposici�n del Comit� Revolucionario Militar para mantener contacto con los servicios de Correos y Tel�grafos y con los ferroviarios; y un tercero para vigilar al Gobierno provisional." Dzerzhinsky fue designado para entenderse con los funcionarios de Correos y Tel�grafos, y Bubnov para enlazar con los ferroviarios. La vigilancia del Gobierno provisional se confi� a Sverdlov. Y m�s adelante: "Trotsky propuso establecer un Estado Mayor suplente en la fortaleza de Petropavlovsky, y enviar all� con tal fin a un miembro del Comit� Central." Acordado: "Sverdlov, delegado para mantener contacto constante con la fortaleza." De modo que tres miembros del "centro" quedaban por primera vez colocados a disposici�n directa del Comit� Revolucionario Militar. Naturalmente, esto no hubiera sido necesario de existir el "centro" y hallarse ocupado con los preparativos de la insurrecci�n. El acta hace constar que un cuarto miembro del "centro", Uritsky, hizo algunas sugerencias de orden pr�ctico. Pero, �d�nde estaba el quinto miembro, Stalin?
Lo m�s notable de todo es el hecho de que Stalin no estuvo en esta sesi�n decisiva. Los miembros del Comit� Central se obligaban a no salir de Smolny. Pero Stalin ni siquiera se present� all�. Esto lo consignan de manera irrefutable las actas publicadas en 1929. Stalin no ha explicado nunca su ausencia, verbalmente, para no dar lugar a innecesarias molestias. Todas las decisiones de importancia sobre el modo de llevar adelante la insurrecci�n se tomaron sin Stalin, incluso, sin su m�s m�nima intervenci�n directa. Cuando se asignaron las partes a los diversos actores de aquel drama, nadie mencion� a Stalin ni propuso confiarle misi�n alguna. Simplemente qued� fuera de la partida. �Es que dirigi� su "centro" desde alg�n lugar oculto? Pero los dem�s miembros del "centro" permanecieron continuamente en Smolny...
Durante las horas en que hab�a comenzado ya la insurrecci�n abierta, Lenin, que estaba consumido de impaciencia en su aislamiento, apel� a los dirigentes de distrito: "�Camaradas! Estoy escribiendo estas l�neas la v�spera del 24... Os aseguro de todo coraz�n que ahora todo pende de un hilo, que estamos frente a cuestiones que no pueden decidirse en conferencias ni en congresos (ni siquiera en congresos de Soviets), sino exclusivamente de la lucha de las masas en armas..." De esta carta se desprende claramente que hasta la misma v�spera del 24 de octubre, Lenin se manten�a principalmente por medio de Stalin, porque era uno de los que menos inquietaban a la Polic�a. Es inevitable deducir de aqu� que no habiendo asistido a la sesi�n matutina del Comit� Central ni acudido a Smolny en todo el resto del d�a, Stalin no se enter� de que la insurrecci�n hab�a empezado y se hallaba en pleno curso hasta la �ltima hora de aquella noche. No es que fuese cobarde. No hay base para acusar a Stalin de cobard�a. Simplemente, era cuco en materia de pol�tica. El cauteloso intrigante prefer�a estar en la valla en el momento cr�tico. Esperaba ver el giro que tomaba la insurrecci�n antes de adoptar una postura definida. En caso de que fallara, podr�a decir a Lenin, a m� y a nuestros adeptos: "�Todo es culpa vuestra!" Hay que evocar claramente el temple rojo vivo de aquellos d�as para evaluar conforme a sus m�ritos la sangre fr�a del hombre, o, si se prefiere, su insidiosidad.
No, Stalin no dirigi� la insurrecci�n, ni personalmente ni por medio de "centro" alguno. En las actas, en las memorias, en los incontables documentos, obras de referencia y tratados de historia publicados en vida de Lenin, y aun despu�s, el llamado "centro" no se mencion� jam�s, ni mencion� nadie el nombre de Stalin como dirigente o destacado participante en la insurrecci�n por cualquier otro concepto, La Memoria del Partido lo pas� por alto. S�lo en 1924, el Comit� de Historia del Partido, al coleccionar toda suerte de datos, sac� el texto de la resoluci�n de organizar un "centro" pr�ctico. La lucha contra la oposici�n de izquierda y contra m� personalmente, entonces en pleno apogeo, reclamaba una nueva versi�n de la historia del Partido y de la Revoluci�n. Recuerdo que Serebryakov, que ten�a amigos y relaciones en todas partes, me dijo una vez que reinaba gran regocijo en la secretar�a de Stalin por el descubrimiento del "centro".
"�Qu� importancia puede tener eso?", pregunt� extra�ado.
"Algo se proponen devanar en torno a ese carrete", me contest� el ladino Serebryakov.
Pero incluso el asunto del "centro" no pas� de ser una reimpresi�n del: acta y vagas referencias a la misma. Los sucesos de 1917 estaban todav�a demasiado frescos en la memoria de todos. Los participantes en la Revoluci�n no hab�an sido a�n liquidados. Dzerzhinsky y Bubnov, que figuraban como miembros del "centro", segu�an con vida. Por puro fanatismo de facci�n, Dzerzhinsky era sin duda muy capaz de atribuir a Stalin proezas que �ste nunca hab�a realizado; pero no de atribu�rselas a s� mismo: eso era superior, a sus fuerzas. Dzerzhinsky se muri� a tiempo. Una de las causas de que Bubnov cayera en desgracia y le liquidaran fue sin duda su negativa a dar falso testimonio. Nadie m�s recordaba absolutamente nada de la existencia del "centro". El fantasma de las actas continu� arrastrando su documental existencia..., sin huesos ni carne, sin ojos ni o�dos.
Esto no las libr� de ser incorporadas al meollo de una nueva versi�n de la Revoluci�n de octubre. En 1925 ya arg��a Stalin: "Es extra�o que el camarada Trotsky, el "inspirador", la "figura principal" y el "�nico l�der" de la insurrecci�n no fuese mimbro del centro pr�ctico llamado a dirigir la insurrecci�n. �C�mo es posible conciliar eso con la opini�n corriente acerca de la misi�n especial del camarada Trotsky?" El argumento era il�gico sin duda alguna: de conformidad con el sentido preciso de la resoluci�n, el "centro" estaba destinado a convertirse en parte del mismo Comit� Revolucionario Militar que yo presid�a. Stalin exhib�a de lleno su intenci�n de "devanar" una nueva historia de la insurrecci�n en torno a aquellas actas. Lo que no acert� a explicar fue la fuente de la "opini�n corriente acerca de la misi�n especial del camarada Trotsky". Sin embargo, esto vale la pena de traerlo a consideraci�n.
Lo siguiente se incluye bajo mi nombre en las notas a la primera edici�n de las obras de Lenin: "Despu�s de pasar el Soviet de San Petersburgo a manos de los bolcheviques (Trotsky) fue elegido presidente, y como tal, organiz� y dirigi� la insurrecci�n del 25 de octubre." La "leyenda" encontr�, pues, sitio apropiado en las obras de Lenin mientras vivi� �ste. Nunca pens� nadie en discutirlo hasta 1925. Adem�s, el mismo Stalin rindi� en cierta ocasi�n tributo a esta "opini�n corriente". En el art�culo del primer aniversario, en 1918, escrib�a: "Todo el trabajo de organizaci�n pr�ctica de la insurrecci�n se efectu� bajo la direcci�n inmediata del presidente del Soviet de Petrogrado, camarada Trotsky. Puede decirse con certeza que el r�pido paso de la guarnici�n a favor del Soviet, y la atrevida ejecuci�n de la labor del Comit� Revolucionario Militar, aseguran la gratitud del Partido principalmente al camarada Trotsky; los camaradas Antonov y Podvoisky fueron los principales auxiliares del camarada Trotsky." Hoy, tales palabras suenan como un paneg�rico. En realidad, lo que el autor estaba pensando al escribirlas era recordar al Partido que durante los d�as de la insurrecci�n, adem�s de Trotsky, exist�a tambi�n un Comit� Central, del que Stalin era miembro. Pero obligado a dar a su art�culo siquiera una apariencia de objetividad, Stalin no pudo menos de decir en 1918 lo que dijo. De todos modos, en el primer aniversario del Gobierno de los Soviets atribuy� a Trotsky "la organizaci�n pr�ctica de la insurrecci�n". Entonces, �qu� misterioso papel era el del "centro"? Stalin no lo menciona siquiera; hab�an de pasar a�n seis a�os hasta que se descubrieran las actas del 16 de octubre.
En 1920, sin mencionar a Trotsky, Stalin presentaba a Lenin en contra del Comit� Central, como autor de un plan equivocado de insurrecci�n. As� lo repet�a en 1922, pero, sustituyendo a Lenin por "una parte de los camaradas", y cautamente insinuaba que �l (Stalin) ten�a algo que ver con la abolici�n del plan err�neo que compromet�a el �xito de la insurrecci�n. Pasaron otros dos a�os, y parece que Trotsky fue el inventor de la especie relativa al equivocado plan de Lenin; lo cierto era que Trotsky mismo lo hab�a propuesto, y que por fortuna lo rechaz� el Comit� Central. Por �ltimo, la "historia" del Partido, publicada en 1938, presenta a Trotsky como furibundo adversario de la Revoluci�n de octubre, que, en realidad, fue dirigida por Stalin. Paralelo a todo esto es lo ocurrido con la movilizaci�n de las artes: la poes�a, la pintura, el teatro, el cine, descubrieron de pronto la urgente necesidad de infundir al m�tico "centro" aliento de vida, aunque los historiadores m�s asiduos se vieron incapaces de hallar el menor rastro de �l con una buena lupa. Actualmente, Stalin consta como l�der de la Revoluci�n de octubre en las pantallas del mundo, para no citar las publicaciones del Komintern.
Los hechos de la historia se revisaron de igual modo, aunque acaso no con tanto descaro, respecto a todos los viejos bolcheviques una y otra vez, seg�n las combinaciones pol�ticas cambiantes. En 1917, Stalin defendi� a Zinoviev y Kamenev, intentando utilizarlos contra Lenin y contra m�, y como preparaci�n de su futuro "triunvirato". En 1924, cuando el "triunvirato" era ya due�o de la m�quina pol�tica, Stalin dec�a en la Prensa que las diferencias de opini�n con Zinoviev y Kamenev antes de octubre eran de car�cter pasajero y secundario. "Las divergencias duraron s�lo unos d�as, y esto s�lo porque en las personas de Kamenev y Zinoviev ten�amos leninistas, bolcheviques." Cuando el "triunvirato" se deshizo, la conducta de Zinoviev y Kamenev en 1917 figur� durante varios a�os como motivo principal para denunciarlos como "agentes de la burgues�a", hasta que por �ltimo se incluy� en la fatal acusaci�n que condujo a ambos ante el pelot�n.
Por fuerza tiene uno que detenerse asombrado ante esta persistencia fr�a, paciente y a la vez cruel encaminada a una finalidad personal invariable. Exactamente como en cierta ocasi�n, en Bak�, el joven Koba hab�a minado con perseverancia la reputaci�n de los miembros del Comit� de Tiflis, que eran sus superiores; como en la prisi�n y en el destierro hab�a incitado a algunos papanatas contra sus rivales, as� en Petrogrado intrigaba infatigable con las gentes y las circunstancias, con el prop�sito de apartar, borrar, oscurecer y empeque�ecer a cualquiera que de un modo u otro le eclipsara o estorbara su ambici�n.
Naturalmente, la Revoluci�n de octubre, como fuente del nuevo r�gimen, ha ocupado la posici�n central en la ideolog�a de los nuevos c�rculos rectores. �C�mo ha ocurrido todo ello? �Qui�n dirigi� por el centro y en las ramas? Stalin ten�a que contar pr�cticamente con veinte a�os para imponer al pa�s un panorama hist�rico en el que remplaz� a los efectivos organizadores de la insurrecci�n y les atribuy� el papel de traidores a la Revoluci�n. Ser�a injusto pensar que comenz� con un plan de acci�n ya perfilado para su personal engrandecimiento. Circunstancias hist�ricas extraordinarias han dado a su ambici�n un vuelo asombroso aun para �l mismo. En un sentido se ha mantenido firme: prescindiendo de otras consideraciones, aprovech� toda situaci�n concreta para consolidar su propia posici�n a expensas de sus camaradas..., paso a paso, piedra a piedra, pacientemente, sin alterarse, �pero tambi�n sin conmoverse! En la tarea de urdir constantemente intrigas, en la cauta dosificaci�n de verdades y mentiras, en el ritmo org�nico de sus falsificaciones, es donde mejor se refleja Stalin como personalidad humana y jefe de la nueva capa privilegiada.
Habiendo comenzado mal en marzo, sin enmendarse en abril, Stalin se qued� tras la cortina durante todo el a�o de la Revoluci�n. Nunca conoci� la frecuentaci�n directa de las masas, ni se sinti� responsable de la suerte de aqu�llas. En ciertos momentos fue jefe de Estado Mayor, pero nunca comandante en jefe de la Revoluci�n. Dado a conservar su tranquilidad, aguardaba a que otros tomasen la iniciativa, apuntaba sus debilidades y errores, y �l iba a la zaga de los acontecimientos. Ten�a que contar con cierta estabilidad de relaciones y mucho tiempo por delante para triunfar. La revoluci�n le dej� sin ambas cosas.
Como nunca se vio forzado a analizar los problemas de la Revoluci�n con aquella presi�n mental que engendra s�lo el sentido de responsabilidad inmediata y directa, Stalin no lleg� a adquirir un concepto �ntimo de la l�gica inherente a la Revoluci�n de octubre. Por eso sus recuerdos de ella son tan emp�ricos, dispersos y faltos de coordinaci�n, tan contradictorios sus juicios de �ltima hora sobre la estrategia revolucionaria, y tan monstruosos sus errores en varias revoluciones contempor�neas (Alemania, China, Espa�a). En verdad, la Revoluci�n no es el elemento de este antiguo "revolucionario profesional".
Sin embargo, 1917 fue una etapa de suma importancia en el desarrollo del futuro dictador. �l mismo dijo m�s tarde que en Tiflis fue un escolar, en Bak� se hizo aprendiz y en Petrogrado oficial artesano. Despu�s de cuatro a�os de invernada pol�tica e intelectual en Siberia, donde descendi� al nivel de los mencheviques de izquierda, el a�o de la Revoluci�n, durante el cual estuvo bajo: la inmediata direcci�n de Lenin, en el c�rculo de camaradas muy calificados, tuvo importancia enorme en su desenvolvimiento pol�tico. Por primera vez tuvo la oportunidad de aprender mucho que hasta entonces hab�a estado fuera del radio de su experiencia. Escuchaba y observaba con malevolencia, pero atento y vigilante. En la medula de la vida pol�tica estaba el problema del Poder. El Gobierno provisional, apoyado en los mencheviques y en los populistas, camaradas de anta�o en la clandestinidad la c�rcel y el destierro, le permiti� explorar m�s a fondo aquel misterioso laboratorio, donde, como saben todos, no son dioses precisamente los alquimistas. La distancia insalvable que en la �poca del zarismo separaba a los revolucionarios clandestinos del Gobierno, se hab�a convertido en nada. El Gobierno pas� a ser algo contiguo, un concepto familiar. Koba arroj� de s� buena parte de su provincianismo, si no en h�bitos y costumbres, s� al menos en lo tocante a sus ideas pol�ticas. Advert�a (acremente, resentido) lo que le faltaba como individuo, pero al mismo tiempo tom� el pulso a una compacta colecci�n de revolucionarios expertos y capaces, dispuestos a luchar hasta el fin. Lleg� a ser un miembro reconocido en la plana mayor del Partido que las masas iban a elevar al Poder. Dej� de ser Koba y se convirti� definitivamente en Stalin.

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