Hay un mot�n a cada paso cuando se examinan las publicaciones
hist�ricas: en Brest-Litovsk, Trotsky no cumpli� las instrucciones
de Lenin; en el frente meridional, Trotsky procedi� en contra de
las normas de Lenin; en el frente oriental, Trotsky actu� en oposici�n
a las �rdenes de Lenin, y as� sucesivamente. En primer lugar,
debe advertirse que Lenin no pod�a darme normas personales. En el
Partido no se proced�a as�. Ambos �ramos miembros
del Comit� Central, que resolv�a todas las divergencias de
opini�n. Siempre que Lenin y yo disent�amos, y esto ocurr�a
m�s de una vez, la cuesti�n pasaba inmediatamente al Politbur�
del Comit� Central, el cual se encargaba de decidir. As�,
pues, en sentido estricto nunca pudo hablarse de que yo violase normas
de Lenin. Pero �se es s�lo un aspecto del asunto, el aspecto
formal. Entrando en lo esencial, es inevitable preguntar: �Era razonable
atenerse a las normas de Lenin, que hab�a colocado a la cabeza del
Departamento de Guerra a una persona que no hac�a sino cometer yerros
y cr�menes; al frente de la econom�a nacional a Rikov, "convicto"
restaurador del capitalismo y futuro agente del fascismo; al frente de
la Internacional Comunista a aquel futuro fascista y traidor, Zinoviev;
y en la direcci�n del peri�dico oficial del Partido y entre
los dirigentes de la Internacional Comunista a aquel futuro bandido fascista,
Bujarin?
Todos cuantos acaudillaron el Ej�rcito Rojo durante el per�odo
estalinista (Tujachevsky, Yegorov, Bl�cher, Budienny, Yakir, Uborevich,
Gamarnik, Dybenko, Fed'ko [Kork, Putna, Feldman, Alksnis, Eideman, Primakov
y muchos otros]), fueron promovidos cada cual a su tiempo a puestos militares
de responsabilidad cuando estuve regentando el Departamento de Guerra,
en la mayor�a de los casos ascendidos por m� personalmente
durante mis visitas a los frentes y mi directa observaci�n de su
labor castrense. Por muy defectuosa que fuere mi direcci�n, por
consiguiente, al parecer era bastante buena para haber elegido los jefes
militares mejores de que se dispon�a, puesto que durante diez a�os
Stalin no pudo hallar quien les remplazase. Es verdad que casi todos los
jefes del Ej�rcito Rojo de la guerra civil, todos los que m�s
tarde organizaron nuestro Ej�rcito, resultaron casualmente "traidores"
y "esp�as". Pero eso no altera la cuesti�n. Ellos fueron
quienes defendieron la Revoluci�n y el pa�s. Si en 1933 se
descubri� que fue Stalin y nadie m�s quien hab�a organizado
el Ej�rcito Rojo, entonces ser�a natural que la responsabilidad
de elegir semejante cuadro de mandos recayese sobre �l. De esta
contradicci�n, los historiadores oficiales se desembarazan no sin
cierta dificultad, pero con aplomo. La responsabilidad de la designaci�n
de traidores para ocupar puestos de mando recae enteramente sobre m�,
mientras que el honor de las victorias conseguidas por esos mismos traidores
precisamente pertenece a Stalin. Hoy no hay chico de la escuela que no
conozca, por una Historia, editada por el mismo Stalin, tan singular divisi�n
de funciones hist�ricas.
La labor militar presentaba dos aspectos en la �poca de la guerra
civil. Una era el de elegir los colaboradores necesarios, sacar de ellos
el mejor partido, montar la inspecci�n imprescindible sobre el personal
de mando, apartar a los sospechosos, presionar, castigar. Todas esas actividades
de la m�quina administrativa se ajustaban exactamente a los talentos
de Stalin. Pero hab�a otro aspecto, que era el de la necesidad de
improvisar un ej�rcito a expensas del material humano disponible,
apelando al coraz�n de los soldados y de los comandantes, despertando
en ellos lo mejor de su personalidad, e inspirarles confianza en la nueva
direcci�n. De eso era absolutamente incapaz Stalin. Es imposible,
por ejemplo, imaginarse a Stalin present�ndose a cielo abierto ante
un regimiento; para eso carec�a totalmente de aptitudes. Nunca se
dirigi� a las tropas con arengas escritas, sin duda por no fiarse
de su propia ret�rica de seminario. Su influencia en los sectores
del frente donde actu� fue insignificante. Permaneci� sin
personalidad, burocr�tico y polic�aco.
Si el frente atra�a a Stalin, tambi�n le repel�a.
La m�quina militar garantizaba la posibilidad de emitir �rdenes.
Pero Stalin no estaba a la cabeza de aquella m�quina. Al principio
tuvo a su cargo s�lo un ej�rcito entre veinte; m�s
tarde se ocup� de uno de los cinco o seis frentes. Impuso una disciplina
severa, empu�� firmemente todos los resortes, no toler�
la desobediencia. Al mismo tiempo, mientras estaba a la cabeza de un ej�rcito,
incitaba sistem�ticamente a los dem�s a violar las �rdenes
del frente. Al mando del frente Sur o Sudeste, infringi� �rdenes
del Mando en jefe. En el ej�rcito zarista, adem�s de su subordinaci�n
militar hab�a otra impl�cita; los grandes duques que desempe�aban
un alto puesto de mando o administrativo superior sol�an pasar por
alto a sus oficiales superiores e introducir el caos en la administraci�n
del Ej�rcito y de la Marina. Me acuerdo de haber advertido a Lenin
que Stalin, aprovech�ndose indebidamente de su posici�n como
miembro del Comit� Central del Partido, estaba introduciendo en
nuestro Ej�rcito el r�gimen de los grandes duques. (Diez
a�os despu�s) Vorochilov (reconoc�a volublemente en
su ensayo sobre Stalin y el Ej�rcito Rojo), que "Stalin contraven�a
f�cilmente toda regulaci�n, toda subordinaci�n". Los
gendarmes se reclutan entre los cazadores furtivos.
Los conflictos entre diversas categor�as est�n en el
orden natural de las cosas. El Ej�rcito suele estar casi siempre
descontento del frente; el frente se agita de continuo contra el Estado
Mayor general, sobre todo cuando los asuntos no van muy bien. Lo que caracteriza
a Stalin es que sistem�ticamente explotaba estas fricciones y las
hac�a degenerar en pleitos irreconciliables. Enredando a sus colaboradores
en conflictos peligrosos, Stalin los soldaba unos a otros y los colocaba
bajo su personal dependencia. Dos veces le hizo venir del frente una orden
directa del Comit� Central. Pero a cada nuevo giro de los acontecimientos
se le volv�a a enviar all�. A pesar de repetidas oportunidades
no consigui� ganar prestigio en el Ej�rcito. Sin embargo,
los colaboradores militares que estuvieron bajo sus �rdenes quedaron
luego �ntimamente relacionados con �l. El grupo de Tsaritsyn
se convirti� en el n�cleo de la facci�n estalinista.
El papel de Stalin en la guerra civil acaso pueda apreciarse mejor
por el hecho de que al terminar aqu�lla su autoridad personal no
hab�a aumentado lo m�s m�nimo. A nadie pod�a
caber por entonces en la cabeza decir o escribir que Stalin "salv�
el frente Sur o que hab�a desempe�ado una parte esencial
en el frente Este, o bien que hab�a salvado a Tsaritsyn de la ca�da.
En numerosos documentos, Memorias y antolog�as dedicadas a la guerra
civil, el nombre de Stalin no se cita para nada o figura entre otros muchos.
[Adem�s, la guerra con Polonia puso una mancha indeleble en su reputaci�n
(al menos en los c�rculos mejor informados del Partido). Rehuy�
participar en la campa�a contra Wrangel, ya por encontrarse realmente
enfermo, ya por otros motivos; dif�cil es ahora precisarlos. En
todo caso, de la guerra civil emergi� desconocido y extra�o
a las masas, como le sucedi� al acabar la Revoluci�n de octubre.]
"En aquel dif�cil per�odo, 1918-1920 -escriben dos historiadores
de ahora-, el camarada Stalin era trasladado de un frente a otro, a los
sitios de m�s riesgo para la Revoluci�n." En 1922, el comisario
popular de Educaci�n public� una Antolog�a de cinco
a�os, compuesta de quince art�culos, entre ellos uno titulado
"Organizando el Ej�rcito Rojo", y otro sobre "Dos a�os en
Ucrania", ambos relativos a la guerra civil. No hay una sola palabra de
Stalin en ninguno de los dos art�culos. Al a�o siguiente
se public� una antolog�a en dos vol�menes con el t�tulo
de La Guerra Civil. Consist�a en documentos y otro material referente
a la historia del Ej�rcito Rojo. En aquel tiempo nadie estaba interesado
en dar a una antolog�a as� car�cter tendencioso. En
toda ella no hay una palabra sobre Stalin. El mismo a�o 1923, el
Comit� Ejecutivo Central del Soviet public� un volumen de
400 p�ginas titulado Cultura Sovi�tica. En la secci�n
dedicada al Ej�rcito hay numerosos retratos bajo el ep�grafe
"Los creadores del Ej�rcito Rojo". No figura Stalin entre ellos.
En la secci�n denominada
Las fuerzas Armadas de la Revoluci�n
durante los primeros siete a�os de Octubre, no se menciona siquiera
el nombre de Stalin. Y, sin embargo, en dicha secci�n, adem�s
de mi fotograf�a, figuran las de Budienny y Bl�cher e incluso
de Vorochilov, y entre los jefes de la guerra civil que all� se
nombran no s�lo est�n Antonov-Ovsenko, Bybenko, Yegorov,
Tujachevski, Uborevich, Putna, Sharangovich, sino muchos otros, casi todos
los cuales han sido acusados m�s tarde de enemigos del pueblo y
fusilados. De los [mencionados, s�lo] dos (Frunze y S. Kamenev)
murieron de muerte natural [sin duda por haber acertado a morirse antes
de la gran depuraci�n]. Y a�n flota una nube sobre las circunstancias
de la muerte de Frunze. Entre los mencionados en este volumen, en concepto
de comandante de las flotas del B�ltico y del Caspio durante la
guerra civil, est� Raskolnikov (quien se neg� a volver a
la Uni�n Sovi�tica al ser llamado cuando desempe�aba
el cargo de ministro de los Soviets en Bulgaria en 1938, en los momentos
en que la depuraci�n de Stalin reca�a sobre el Cuerpo diplom�tico.
Despu�s de escribir una carta abierta acusando a Stalin, muri�
repentinamente en circunstancias misteriosas, al parecer envenenado).
Vorochilov sostiene descuidadamente que "en el per�odo 1918-1920,
Stalin era acaso el �nico hombre en el Comit� Central enviado
de una batalla a otra". La palabra "acaso" debe servir de b�lsamo
para la conciencia de Vorochilov, pues al escribir semejante cosa le constaba
bien que muchos miembros y agentes del Comit� Central desempe�aron
en la guerra civil una parte no menor que Stalin, y la de otros (entre
ellos I. N. Smirnov, Smilga, Sokolnikov, Lashevich, Muralov, Rosenholtz,
Ordzhonikidze, Frunze, Antonov-Ovsenko, Berzin, Gussev) fue infinitamente
mayor. Todos estos hombres, como �l sab�a, pasaron los tres
a�os enteros en los diversos frentes, ya como miembros de los consejos
revolucionarios de guerra de la rep�blica, los frentes y los ej�rcitos,
ya a la cabeza de ej�rcitos y de frentes, e incluso (como Sokolnikov
y Lashevich) como jefes militares, mientras que la permanencia total de
Stalin en los frentes fue de menos de un a�o en el curso de los
tres que dur� la guerra civil.
En algunas de las publicaciones oficiales se menciona de pasada, al
parecer a base de alg�n documento que consta en los archivos, que
Stalin perteneci� alguna vez al Consejo Revolucionario de Guerra
de la Rep�blica. No se hace referencia espec�fica al per�odo
concreto de su participaci�n en aquel supremo organismo militar.
En una monograf�a especial, El Consejo Revolucionario de Guerra
de la U.R.S.S. en diez a�os, compuesta por tres autores en 1938,
cuando todo el poder estaba ya concentrado en las manos de Stalin, se dice:
"El 2 de diciembre de 1919, el camarada Gussev fue incorporado al Consejo
Revolucionario de Guerra. M�s adelante, en todo el curso de la guerra,
fueron designados para el mismo en diversas ocasiones, los camaradas Stalin,
Podvoisky, Okulov, Antonov-Ovsenko y Serebryakov."
Una historia del Partido Comunista editada por N. L. Meshchervakov en
1934, despu�s de repetir locuazmente el embuste de que Stalin "pas�
el per�odo de la guerra civil sobre todo en el frente", declara
que Stalin "fue miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica
de 1920 a 1923". En el volumen XX de la miscel�nea de Lenin (p�g.
9), se menciona a Stalin como "miembro del Presidium del Consejo Revolucionario
de Guerra de la Rep�blica... desde 1920". En el n�mero de
Pravda dedicado en 1931 al aniversario del Ej�rcito Rojo, se publicaron
tres "documentos in�ditos", todos ellos telegramas del a�o
1920. Uno de estos telegramas es de Stalin, como miembro del Consejo Revolucionario
de Guerra de la Rep�blica, a Budienny y Vorochilov, fechado el 3
de junio; el segundo, un informe corriente de la situaci�n en el
frente, que dirigen Budienny y Vorochilov a Stalin, en su citada calidad,
con fecha 25 de junio; el tercer telegrama es de Frunze, comandante del
frente Sur, a Lenin, presidente del Consejo de Defensa, anunciando la terminaci�n
de las operaciones militares contra Wrangel (esto es, al final de la guerra
civil propiamente dicha, el 15 de noviembre). A base de estos documentos,
�nico testimonio publicado hasta ahora podr�a parecer que
Stalin fue efectivamente miembro del Consejo Supremo de Guerra de la Rep�blica
por lo menos desde el 3 de junio al 25 del mismo mes, o sea durante poco
m�s de tres semanas, en 1920. No se aduce prueba alguna de que perteneciera
al mismo antes o despu�s de estas dos fechas de junio del citado
a�o. �Por qu� no? Cierto es que los cinco tomos publicados
por el Departamento de Guerra en que se recog�an mis �rdenes,
proclamas y discursos, no s�lo se han confiscado y destruido, sino
que se han convertido en "tab�" las referencias o simples citas
de ellos. La Revoluci�n Proletaria, peri�dico hist�rico
oficial del Partido, en su n�mero de octubre del a�o 1924,
hablaba de estos cinco vol�menes, que s�lo conten�an
documentos de la guerra civil: "En estos... vol�menes, los historiadores
de la revoluci�n hallar�n una gran cantidad de material de
enorme valor documental."
Pero en los archivos del Departamento de Guerra se conservan rese�as
taquigr�ficas de las sesiones del Consejo de Guerra. Las actas de
aquella instituci�n se conservaron con escrupuloso cuidado y se
guardaron en completa seguridad. �Por qu� no se citan estas
actas para fijar el per�odo en que realmente fue Stalin miembro
del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica? La respuesta
es muy sencilla: porque Stalin no se menciona en las minutas de sus sesiones
entre los presentes, salvo una o dos veces como peticionario en cuestiones
de orden local, y nunca como miembro efectivo del Consejo, y menos de su
Presidium, que no exist�a. Sin embargo, Stalin fue nombrado miembro
de aquel organismo por orden del Comit� Central del Partido en la
primavera de 1920.
La explicaci�n de este rompecabezas, por lo que recuerdo es bastante
reveladora del car�cter de Stalin. Durante todo el curso de la guerra
civil, a cada conflicto con Stalin, trat� de moverle a que formulase
sus opiniones sobre los problemas militares de un modo claro y definido.
Trat� de convertir su cazurra y subrepticia oposici�n en
abierto antagonismo, o remplazarla por su articulada participaci�n
en un �rgano militar rector. De acuerdo con Lenin y Kretinsky, quienes
sosten�an cordialmente mi pol�tica militar, consegu�
por fin (no recuerdo ahora con qu� pretexto), que se designara a
Stalin miembro del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica.
No quedaba a Stalin m�s recurso que aceptar el nombramiento. Pero
encontr� modo de soslayarlo; bajo pretexto de estar abrumado de
trabajo, no asisti� a una sola sesi�n de (aquel organismo
supremo militar).
Ahora bien, puede parecer extra�o que nadie, en el curso de
los primeros doce a�os de r�gimen sovi�tico, haya
mencionado la supuesta "direcci�n" de Stalin en cuestiones militares
o incluso su "activa" participaci�n en la guerra civil. Pero esto
se explica f�cilmente por el hecho sencillo de que hubo otros muchos
miles de militares alrededor que sab�an lo que ocurri� efectivamente
y c�mo ocurri�.
Incluso en el n�mero de Pravda dedicado en 1930 al aniversario
del Ej�rcito Rojo, no se pretend�a a�n que Stalin
hubiese sido el principal organizador del Ej�rcito Rojo en conjunto,
sino s�lo de la Caballer�a Roja. Exactamente ocho a�os
antes, el 23 de febrero de 1922, Pravda hab�a publicado un relato
algo diferente de la formaci�n de la Caballer�a Roja en un
art�culo sobre la guerra civil:
* Mamontov ocup� Kolzov y Tambov una temporada, causando gran
estrago. "�Proletarios, a caballo!" Aquella consigna del camarada
Trotsky para la formaci�n de masas montadas fue acogida con entusiasmo,
y el 10 de octubre el ej�rcito de Budienny estaba asestando golpes
a Mamontov por debajo de Voronej.
[Ya en] 1926, no s�lo despu�s de mi separaci�n
del Departamento de Guerra, sino despu�s de haber sido objeto de
crueles persecuciones, la Escuela de Guerra public� una obra de
investigaci�n hist�rica, C�mo se luch� en la
Revoluci�n, en la que los autores, conocidos estalinistas, escrib�an:
"La consigna del camarada Trotsky: "�Proletarios, a caballo!",
fue el est�mulo que llev� a la organizaci�n del Ej�rcito
Rojo en este respecto", es decir, en el de crear la Caballer�a Roja.
En 1926, a�n no se mencionaba a Stalin como organizador de la Caballer�a.
[Vorochilov insiste en] la gran participaci�n de Stalin en la
organizaci�n de las fuerzas montadas. "�ste fue -escribe
Vorochilov- el primer experimento de unir divisiones de Caballer�a
en una sola unidad tan grande como un ej�rcito. Stalin previ�
la potencia de las masas montadas en la guerra civil. Comprendi�
perfectamente su enorme importancia para una maniobra de asolamiento. Pero
anteriormente nadie tuvo una experiencia tan excepcional como la acci�n
de ej�rcitos a caballo, Nada consta sobre ello en obras cient�ficas,
y en consecuencia tal medida suscitaba asombro o franca oposici�n.
Especialmente opuesto a ella era Trotsky." [Arguyendo as�, Vorochilov
expone simplemente su ignorancia en asuntos militares, que s�lo
queda por debajo de sus aptitudes de prevaricador. Lo cierto es que la
cuesti�n de] unir dos cuerpos y una brigada de tiradores en un ej�rcito
especial montado o dejar estas tres unidades a disposici�n del mando
del frente, era un problema que nada ten�a de com�n con la
apreciaci�n general o la falta de apreciaci�n de la importancia
de la Caballer�a. El punto m�s esencial era el del mando:
�Ser� Budienny capaz de manejar tal masa de jinetes? �Podr�
elevarse de tareas t�cticas a empresas de estrategia? Sin un excepcional
comandante del frente, que conociera y comprendiera la Caballer�a,
y sin medios seguros de comunicaci�n, la creaci�n de un ej�rcito
montado especial podr�a haber resultado insensata, pues una aglomeraci�n
excesiva de Caballer�a siempre amenaza con mermar la ventaja b�sica
de la unidad, [que es su] movilidad. Las desavenencias sobre este particular
tuvieron car�cter epis�dico, y si la historia no se repitiese,
yo volver�a a tener mis dudas. [No obstante, las circunstancias
espec�ficas eran tales que] creamos el ej�rcito montado.
[En realidad, la] campa�a para crear la Caballer�a Roja
constituy� la mayor parte de mi labor durante muchos meses en 1919:
Como ya he dicho (en otro lugar), el Ej�rcito Rojo fue obra del
trabajador que movilizaba al campesino. El trabajador ten�a una
ventaja sobre el labriego, no s�lo en su nivel general de cultura,
sino especialmente en su destreza para manejar armas de nueva t�cnica.
Esto aseguraba a los obreros una doble ventaja en el Ej�rcito. En
cuanto a la Caballer�a, ya era distinto. La patria de los jinetes
eran las estepas rusas. Los mejores hombres a caballo eran los cosacos,
y en segundo lugar los ricos campesinos de las estepas que pose�an
caballos y sab�an andar con ellos. La Caballer�a era la parte
m�s reaccionaria del antiguo Ej�rcito y defendi� el
r�gimen zarista m�s tiempo que ning�n otro sector
del servicio. Por eso fue doblemente dif�cil reclutar un ej�rcito
montado. Era necesario acostumbrar a los trabajadores a montar. Era necesario
que los obreros de Petrogrado y de Mosc� cabalgasen en efecto, aunque
s�lo fuese como comisarios o soldados de �ltima fila. Su
misi�n consist�a en crear c�lulas revolucionarias
s�lidas y seguras en los escuadrones y regimientos de Caballer�a.
Tal era el sentido de mi consigna: "�Proletarios, a caballo!" Todo
el pa�s, todas las ciudades industriales se vieron cubiertas de
carteles con esa consigna. Recorr� el pa�s de una punta a
otra, y confi� tareas relativas a la formaci�n de escuadrones
y regimientos (de Caballer�a) a trabajadores bolcheviques de confianza.
Uno de mis secretarios, Poznansky, se ocupaba personalmente (y con gran
fortuna, puedo agregar) de la formaci�n de unidades de Caballer�a
Roja. S�lo esta labor de proletarios montados a caballo pudo transformar
los titubeantes destacamentos de guerrilleros en unidades de Caballer�a
bien entrenadas (e hizo posible la creaci�n de un ej�rcito
montado eficaz).
Tres a�os de r�gimen sovi�tico fueron a�os
de guerra civil. El Departamento de Guerra determin� la labor de
gobierno de todo el pa�s. El resto de la actividad gubernamental
depend�a de esto. Y el segundo en importancia era el Comisariado
de Abastos. La industria trabajaba principalmente para la guerra. Todos
los dem�s departamentos e instituciones estaban sujetos a constante
contracci�n o reducci�n, y algunos llegaron a suprimirse
por completo. Todos los hombres activos v valientes estaban sujetos a movilizaci�n.
Miembros del Comit� Central, comisarios del Pueblo y otros (bolcheviques
prominentes), pasaban la mayor parte de su tiempo en el frente como miembros
de Comit�s Revolucionarios de Guerra, y a veces como comandantes
de Ej�rcito. La guerra misma era una dura escuela de disciplina
gubernamental para un partido revolucionario que tan s�lo unos meses
antes hab�a salido de la ilegalidad. La guerra, con sus despiadadas
exigencias, separaba el grano de la paja dentro del Partido y de las m�quinas
del Estado. Pocos miembros del Comit� permanecieron en Mosc�:
Lenin, que era el centro pol�tico; Sverdlov, que era no s�lo
presidente del Comit� Ejecutivo Central del Soviet, sino tambi�n
secretario general del Partido, aun antes de ser creado (formalmente tal)
puesto; Bujarin, como director de Pravda; Zinoviev, a quien todo el mundo,
incluso �l mismo, consideraba inepto para asuntos militares, se
qued� en Petrogrado como director pol�tico; Kamenev, el dirigente
de Mosc�, fue enviado varias veces al frente, aunque tambi�n
�l era decididamente hombre civil por naturaleza. Lashevic, Smilga,
I. N. Smirnov, Sokolnikov, Serebryakov, (todos) miembros dirigentes del
Comit� Central, estaban de continuo en el frente.
Nos llevar�a demasiado lejos enumerar siquiera sucintamente
las carreras de �stos y otros muchos militares en la clandestinidad
revolucionaria, en octubre y durante la guerra civil. Cualquiera de ellos
no es nada inferior a Stalin v algunos le superaban en esas cualidades
que m�s aprecian los revolucionarios: claridad pol�tica,
valor moral, habilidad como agitadores, propagandistas v organizadores.
Baste recordar que cuando estaba organiz�ndose el Ej�rcito
Rojo se consider� a otros hombres m�s aptos para tal finalidad
que a Stalin. El Consejo Supremo de Guerra, creado el 4 de marzo de 1918,
se compon�a de: Trotsky, presidente; Podvoisky, Sklyansky y Danishevsky,
vocales; Bonch-Bruyevich, oficial mayor, y una plantilla de oficiales zaristas
como especialistas militares. Cuando se reorganiz� el 2 de septiembre
de 1918, para convertirse en Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica,
lo formaban Trotsky, presidente; Vatzeris, comandante en jefe de las fuerzas
armadas, y los siguientes vocales: Ivan Smirnov, Rosenholtz, Raskolnikov,
Sklyansky, Muralov y Yurenev. Al decidir el 8 de julio de 1919 contar con
un cuadro m�s reducido y compacto, el Consejo Revolucionario de
Guerra se form� con Trotsky como presidente: Sklyansky, vicepresidente;
Rikov, Smilga y Gussev, vocales, y, S. Kamenev en calidad de comandante
en jefe. Como otros, tambi�n Stalin encontr� puesto en el
Ej�rcito Rojo, y �ste hizo adecuado uso de sus talentos.
Lo que no se ajusta a los hechos es el pretendido papel preminente que
ahora se trata de asignarle en la organizaci�n del Ej�rcito
Rojo y en la direcci�n de la guerra civil.
El Ej�rcito se organiz� en pleno combate. Los m�todos
seguidos, en los que predomin� la improvisaci�n, se vieron
sometidos a inmediata prueba en el campo de batalla. Para resolver cada
nuevo problema de orden castrense, era necesario organizar regimientos
y divisiones partiendo de la nada. El Ej�rcito (creciendo a capricho,
por saltos y rebotes) fue creado por el trabajador que movilizaba al campesino
y atra�a al antiguo oficial y le colocaba bajo su vigilancia. No
era aquella tarea f�cil. Las condiciones materiales eran sumamente
dif�ciles. La industria y los transportes estaban completamente
desorganizados, no hab�a suministros de reserva, ni econom�a
agr�cola, y todos los procesos de la disociaci�n industrial
iban cada vez peor. En tal situaci�n, no pod�a hablarse de
servicio militar obligatorio y movilizaci�n forzada. Por el momento,
al menos, hab�a que recurrir al voluntariado.
Aquellos que hab�an recibido instrucci�n militar estaban
cansados de luchar en las trincheras, y para ellos la Revoluci�n
significaba la liberaci�n de la guerra. No era cosa f�cil
movilizarlos de nuevo para otra guerra. M�s f�cil resultaba
atraer a los mozalbetes que nada sab�an de combates; pero hab�a
que instruirlos, y el n�mero de nuestros propios oficiales, relacionados
de un modo u otro con el Partido y de absoluta confianza, era insignificante;
por eso desempe�aron en el Ej�rcito un grandioso papel pol�tico.
Pero su visi�n militar era miope. Cuando su capacidad resultaba
insuficiente, sol�an usar sin prudencia de su autoridad revolucionaria
y pol�tica, estorbando as� la tarea de constituir el Ej�rcito.
El mismo Partido, que nueve meses antes hab�a surgido de la clandestinidad
zarista y pocos meses despu�s se vio sometido a la persecuci�n
del Gobierno provisional, encontraba dif�cil, despu�s de
la brillante victoria de octubre, ajustarse a la idea de que a�n
quedaba por delante la guerra civil. En suma, eran casi insuperables las
dificultades que se opon�an a la creaci�n del Ej�rcito
Rojo. A veces parec�a que las discusiones fueran a consumir toda
la energ�a aplicada. �Seremos o no capaces de crear un Ej�rcito?
La suerte de la Revoluci�n se ventilaba en tal pregunta.
La transici�n de la lucha revolucionaria contra el viejo Estado
a la fundaci�n de un Estado nuevo, de la demolici�n del Ej�rcito
zarista a la creaci�n de un Ej�rcito Rojo, fue acompa�ada
de una crisis del Partido, o m�s bien de una serie de crisis. A
cada paso, los viejos modos de discurrir y los viejos estilos ven�an
a chocar con las tareas de la hora. Era necesario rearmar al Partido. Puesto
que el Ej�rcito es la m�s necesaria de todas las organizaciones
del Estado, y puesto que durante los primeros a�os del r�gimen
sovi�tico el centro de atenci�n era la defensa de la Revoluci�n,
no es extra�o que todas las discusiones, conflictos y agrupaciones
dentro del Partido girasen en torno a los problemas de organizar el Ej�rcito.
Surgi� una oposici�n casi desde el momento en que hicimos
nuestros primeros esfuerzos por pasar de destacamentos armados inconexos
a un Ej�rcito centralizado. La mayor�a del Partido y del
Comit� Central, en definitiva, defend�an a la direcci�n
militar, ya que victoria tras victoria hablaban en su favor. Sin embargo,
no faltaban ataques v titubeos. En el Partido exist�a completa libertad
de cr�tica y oposici�n en lo m�s denso de la guerra
civil. Aun en el mismo frente, en reuniones estrictas del Partido, los
comunistas hac�an a menudo objeto de furibundos ataques al mando
militar. A nadie se le ocurri� por aquellos d�as perseguir
a los cr�ticos. Los castigos en el frente eran muy rigurosos (incluso
trat�ndose de comunistas), pero s�lo se impon�an por
incumplimiento de obligaciones militares. Dentro del Comit� Central,
la oposici�n revest�a car�cter menos duro, pues yo
contaba con el apoyo de Lenin. En general, debe decirse que cuando Lenin
y yo est�bamos de acuerdo, lo que suced�a casi siempre, los
dem�s miembros del Comit� Central nos secundaban en general
un�nimemente; la experiencia de la Revoluci�n de octubre
se hab�a infiltrado en la vida del Partido como una poderosa lecci�n.
Sin embargo, debe advertirse que el apoyo de Lenin no era incondicional.
Lenin vacil� m�s de una vez, y en algunas ocasiones se equivoc�
palmariamente. Mi ventaja sobre �l estaba en que yo viajaba casi
de continuo por todos los frentes, me pon�a en contacto con un sinn�mero
de gentes, desde campesinos locales, prisioneros de guerra y desertores,
hasta los m�ximos jefes del Ej�rcito y del Partido que se
encontraban all�. Esta masa de variadas impresiones era de inestimable
valor. Lenin nunca sal�a de Mosc�, y todos los hilos estaban
concentrados en sus manos. Ten�a que juzgar de asuntos militares,
que eran nuevos para todos nosotros, a base de la informaci�n que
en su mayor parte proced�a de los miembros destacados del Partido.
Nadie era tan experto en comprender voces individuales de los de abajo
como Lenin. Pero estas voces s�lo llegaban hasta �l en ocasiones
excepcionales.
En agosto de 1918, estando yo en el frente cerca de Sviazhsk, Lenin
solicit� mi opini�n respecto a una proposici�n presentada
por uno de los miembros m�s prominentes del Partido, de remplazar
a todos los oficiales del Estado Mayor por comunistas. Yo respond�
categ�ricamente en sentido negativo. "Es verdad -repliqu�
por hilo directo desde Sviazhsk al Kremlin el 23 de agosto- el que muchos
de los oficiales son traidores. Pero hay pruebas de sabotaje tambi�n
en los ferrocarriles, durante los movimientos de tropas, y a nadie se le
ocurre proponer que se sustituya a los ingenieros ferroviarios por comunistas.
Considero completamente inadecuada la proposici�n de Larin. Estamos
ahora creando condiciones bajo las cuales realizamos una inflexible selecci�n
de oficiales; por una parte, campos de concentraci�n, y por otra,
la campa�a en el frente del Este. Las medidas catastr�ficas
cual la que Larin propone est�n s�lo dictadas por el p�nico...
Las victorias en el frente nos permitir�n mejorar nuestros m�todos
actuales de selecci�n, y nos dar�n cuadros de hombres seguros
para el Estado Mayor. Los que m�s protestan contra el empleo de
oficiales, o son asustadizos o est�n muy alejados del mecanismo
militar, o bien se trata de esos activistas militares del Partido que son
peores que cualquier saboteador; no saben c�mo hacer las cosas,
se comportan como s�trapas, no hacen nada por su parte, y cuando
todo les sale mal, echan la culpa a los del Estado Mayor."
Lenin no insisti�. Entretanto, las victorias empezaron a alternar
con las derrotas. Las victorias reforzaron la confianza en mi pol�tica
militar; los reveses, al multiplicar inevitablemente el n�mero de
traiciones, suscitaban una nueva oleada de cr�ticas y protestas
en el Partido. En marzo de 1918, en la sesi�n nocturna del Consejo
de Comisarios del Pueblo, con relaci�n a un despacho referente a
la traici�n de ciertos jefes del Ej�rcito Rojo, Lenin me
escribi� una nota: "�No ser�a mejor echar a todos
esos especialistas y nombrar a Lashevich comandante en jefe?" Comprend�
que los adversarios de la pol�tica del Departamento de Guerra, y
particularmente Stalin, hab�an hecho presi�n con especial
insistencia sobre Lenin durante los d�as anteriores, y hab�an
despertado en �l ciertas dudas. Escrib� mi respuesta en el
reverso de su misma nota: "Puerilidades." Al parecer, esta tajante r�plica
caus� impresi�n. Lenin gustaba de las formulaciones categ�ricas.
Al d�a siguiente, con el informe del Estado Mayor General en mi
bolsillo, entr� en el despacho de Lenin en el Kremlin y le pregunt�:
"-�Sabes cu�ntos oficiales zaristas tenemos en el Ej�rcito?"
"-No, no lo s� -respondi�, interesado."
"-�Aproximadamente?"
"-No lo s� -insisti� decidido a abstenerse de conjeturas."
"-�No menos de treinta mil! -La cifra le sorprendi� visiblemente-.
Ahora -prosegu�-, cuenta la proporci�n de traidores y desertores
entre ellos y ver�s que no es tan grande. Entretanto, hemos organizado
un Ej�rcito a partir de la nada. Este Ej�rcito est�
creciendo y fortaleci�ndose."
Pocos d�as despu�s, en un mitin celebrado en Petrogrado,
Lenin expuso el balance de sus propias dudas sobre la cuesti�n pol�tica
militar. "Cuando recientemente el camarada Trotsky me refer�a que...
el n�mero de oficiales se eleva a varias decenas de millares, me
di perfectamente cuenta de c�mo aprovechar mejor a nuestros enemigos;
de c�mo obligar a los adversarios del Comunismo a edificarlo; de
c�mo levantar el Comunismo a expensas de los ladrillos acumulados
por los capitalistas en contra nuestra... No tenemos otros ladrillos."
La pedanter�a y los lugares comunes no eran extra�os.
Recurr�amos a todo g�nero de combinaciones y experimentos
en nuestra marcha hacia el �xito. Mandaba un ej�rcito un
antiguo suboficial, con un general al frente del Estado Mayor. Otro ej�rcito
estaba a las �rdenes de un antiguo general, y su lugarteniente era
un guerrillero. Un antiguo soldado raso era jefe de divisi�n y la
de al lado ten�a a la cabeza a un coronel de Estado Mayor. Este
"eclecticismo" ven�a impuesto por las circunstancias. Sin embargo,
la proporci�n considerable de oficiales instruidos ejerc�a
una influencia sobremanera favorable en el nivel general del mando' Los
comandantes legos aprend�an sobre la marcha, y muchos de ellos se
convirtieron en excelentes oficiales. En 1918, un 76 por 100 de todo el
mando y administraci�n del Ej�rcito Rojo consist�a
en antiguos oficiales del Ej�rcito zarista, y s�lo el 12,8
por 100 eran novatos comandantes rojos, que, naturalmente, ocupaban los
puestos de segunda fila. Al final de la guerra civil, los cuadros de comandantes
estaban integrados por trabajadores y campesinos sin otra instrucci�n
militar que la experiencia directa de la guerra, que los hab�a promovido
desde simples soldados en el curso de la lucha civil; antiguos soldados
y suboficiales del Ej�rcito imperial; j�venes comandantes
que hab�an hecho un brev�simo curso de estudios en las Escuelas
militares del Soviet; y, finalmente, oficiales diplomados y reservistas
del Ej�rcito del zar. M�s del 43 por 100 de los comandantes
no ten�an instrucci�n militar; 13 por 100 eran antiguos suboficiales;
10 por 100 hab�an pasado por los cursos de la Escuela Militar sovi�tica,
y 34 por 100 eran oficiales del Ej�rcito zarista.
Del antiguo cuerpo de oficiales se pasaron al Ej�rcito Rojo,
por un lado, elementos progresivos que comprend�an el sentido de
la nueva �poca (una peque�a minor�a), un buen n�mero
de elementos inertes y de pocas luces, que se incorporaban al Ej�rcito
sencillamente porque no sab�an hacer otra cosa; y, por otro lado,
contrarrevolucionarios activos que acechaban el momento oportuno para traicionarnos.
Los suboficiales del antiguo Ej�rcito se reclutaban por medio de
una movilizaci�n especial. De ellos salieron bastantes jefes militares
excepcionales, entre ellos, como m�s famoso, el antiguo sargento
mayor de Caballer�a, Sime�n Budienny. Pero tampoco ellos
eran muy de fiar como clase, pues antes de la Revoluci�n los suboficiales
eran principalmente hijos del campesinado rico y de la burgues�a
de las ciudades. De su n�mero salieron no pocos desertores, que
desempe�aron importante papel en levantamientos contrarrevolucionarios
y en el Ej�rcito Blanco. A cada comandante se asignaba un comisario,
por lo general un trabajador bolchevique con experiencia de la guerra mundial.
Est�bamos resueltos a preparar un cuerpo de oficiales seguros.
"La instituci�n de los comisarios -declar� cuando estaba
al frente del Departamento de Guerra, en diciembre de 1919- ha de servir
de andamio... Poco a poco podremos ir retirando este andamiaje." Por entonces
nadie se imaginaba que veinte a�os m�s tarde resucitar�a
la instituci�n de los comisarios, y esta vez con fines diametralmente
opuestos. Los comisarios de la Revoluci�n eran representantes del
proletariado victorioso que vigilaban a los comandantes procedentes en
su mayor�a de las clases burguesas; los comisarios de hoy eran representantes
de la casta burocr�tica que vigilan a oficiales procedentes en su
mayor�a de la base misma.
[El 22 de abril de 1918 se public� un decreto referente a la
centralizaci�n de los comisarios de guerra de pueblos, regiones
y territorios.] En julio inform� al V Congreso de los Soviets (el
Congreso que ratific� el tratado de Brest-Litovsk y el plan de creaci�n
del Ej�rcito Rojo) que muchos de los comisarios inferiores no se
hab�an organizado a�n por falta de militares competentes.
Nuestro objetivo consist�a en centralizar los �rganos militares
administrativos para movilizar y formar unidades del Ej�rcito regular.
Al frente de cada regi�n militar hab�a un Consejo Revolucionario
de Guerra compuesto de tres miembros: un representante del Partido, otro
del Gobierno y un especialista militar. Como un considerable n�mero
de especialistas militares estaban asignados simult�neamente al
frente y a comisariados de guerra regionales, provinciales, territoriales
y de ciudad, est�bamos naturalmente en gran medida caminando a oscuras.
Organizamos un Comit� de garant�a militar. Pero no ten�a
a su disposici�n la informaci�n necesaria para evaluar debidamente
a los antiguos generales y oficiales desde el punto de vista de su lealtad
al nuevo r�gimen revolucionario. No olvidemos que la tarea se emprendi�
en la primavera de 1918 (esto es, pocos meses despu�s de la conquista
del Poder), y que la m�quina administrativa se estaba montando en
medio del m�ximo caos, con ayuda de las improvisaciones de auxiliares
de ocasi�n admitidos en buena parte a base de recomendaciones accidentales.
Ciertamente, no hubiese podido hacerse de otro modo en aquellas circunstancias.
El examen de los especialistas militares, su selecci�n definitiva
v otras tareas an�logas, todo se fue haciendo gradualmente.
Entre los oficiales hab�a muchos, quiz� la gran mayor�a,
que no sab�an ellos mismos el terreno que pisaban. Los reaccionarios
declarados hab�an huido al principio, los m�s activos hacia
la periferia, donde se estaban organizando los frentes blancos. Los restantes
vacilaron, se tomaron tiempo, no se resolvieron a abandonar a sus familias,
ni sab�an qu� iba a ser de ellas, y por inercia se encontraron
en los aparatos de mando o de administraci�n del Ej�rcito
Rojo. La conducta ulterior de muchos de ellos deriv� del trato de
que se les hizo objeto. Los comisarios prudentes, en�rgicos y h�biles
(que eran los menos), se ganaron a los oficiales en seguida y �stos
que por la fuerza de la costumbre, los hab�an mirado con desd�n,
se vieron sorprendidos por su decisi�n, arrojo y firmeza pol�tica.
Tales uniones entre comandantes y comisarios sol�an durar largo
tiempo, y se distingu�an por una gran estabilidad. Cuando el comisario
era ignorante y tosco y hostigaba al especialista militar, comprometi�ndole
sin miramiento ante los soldados del Ej�rcito Rojo, no hab�a
que pensar en amistad, y el oficial, vacilante, acababa por inclinarse
hacia el enemigo del nuevo r�gimen.
La atm�sfera de Tsaritsyn, con su anarqu�a administrativa,
su esp�ritu guerrillero, su desacato al Centro, ausencia de orden
administrativo y r�stica agresividad frente a los especialistas
militares, no era, naturalmente la m�s propicia para ganar la voluntad
de estos �ltimos y hacerlos leales servidores del nuevo r�gimen.
Indudablemente, ser�a un error pretender que Tsaritsyn se arregl�
sin especialistas militares. Cada uno de los comandantes hab�a de
tener al lado un oficial que conociese la rutina de los asuntos militares.
Pero la clase de especialistas de Tsaritsyn se hab�a reclutado de
la hez de la oficialidad: dips�manos desprovistos de todo vestigio
de dignidad humana, hombres sin estimaci�n propia, dispuestos a
arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y a abstenerse de toda contradicci�n,
etc. Esta es la especie de especialista que encontr� en Tsaritsyn;
precisamente de este tipo era el jefe de Estado Mayor de Vorochilov. En
ninguna parte se ha mencionado el nombre de aquel insignificante oficial,
y nada s� de su suerte. [Era] un ex capit�n del Ej�rcito
zarista, d�cil y sumiso, entregado sin remedio a las bebidas alcoh�licas.
Frente a este jefe de Estado Mayor, el comandante del X Ej�rcito
nunca ten�a que inclinar la cabeza desconcertado.
Para ascender a los comandantes m�s afectos al r�gimen
sovi�tico, se hizo una movilizaci�n especial de suboficiales
del antiguo Ej�rcito zarista. 1,a mayor�a de ellos hab�an
sido promovidos a empleos de suboficial durante la �ltima parte
de la guerra, de manera que sus conocimientos castrenses no eran muy considerables.
Sin embargo, los antiguas suboficiales, sobre todo en Caballer�a
y Artiller�a, ten�an excelente idea de los asuntos militares
y estaban realmente mejor informados y eran m�s expertos que los
oficiales de carrera a cuyas �rdenes hab�an servido. A esta
categor�a pertenec�an hombres como Budienny, Bl�cher,
Dybenko y muchos otros. En tiempos del zarismo, estos hombres se reclutaban
entre los m�s letrados, los mejor instruidos, los m�s habituados
a mandar. De ah� que no causara sorpresa encontrar que aquellos
suboficiales eran casi exclusivamente hijos de campesinos acomodados, de
nobles de segundo orden, burgueses de ciudad, maestros, tenedores de libros,
etc. Los suboficiales de ese tipo se encargaban gustosos de los mandos,
pero no estaban propicios a someterse y a tolerar la superior autoridad
de oficiales de carrera.
Tampoco lo estaban a reconocer la autoridad del Partido Comunista,
allanarse a su disciplina y simpatizar con sus objetivos, especialmente
en la esfera de la cuesti�n agraria. Las compras a precios fijos
y, sobre todo, la expropiaci�n de grano a los campesinos, despertaban
en ellos una furiosa hostilidad. Entre �stos se contaba Dumenko,
de Caballer�a, comandante de Cuerpo de Ej�rcito en Tsaritsyn
e inmediato superior de Budienny (�ste mandaba por entonces una
divisi�n). Dumenko era m�s inteligente que Budienny; pero
acab� por sublevarse, mat� a todos los comunistas de su Cuerpo
de Ej�rcito, intent� unirse a las fuerzas de Denikin, y fue
capturado y ejecutado. Budienny y los comandantes pr�ximos a �l
atravesaron igualmente un per�odo de vacilaci�n. Uno de los
comandantes de brigada en Tsaritsyn, subordinado de Budienny, se sublev�;
muchos de los soldados de Caballer�a se unieron a los verdes. La
traici�n del antiguo oficial zarista Nossovich, que ocupaba un cargo
administrativo puramente burocr�tico, produjo, naturalmente, menos
da�o que la de Dumenko. Pero como la oposici�n militar (el
vivero de la facci�n de Stalin) depend�a en el frente de
elementos del tipo de Dumenko, este mot�n no se menciona para nada
hoy.
El lector que no est� familiarizado con el curso verdadero de
los acontecimientos y que en la actualidad no pueda tener acceso a los
archivos, hallar� dificultades para imaginarse hasta qu�
punto se han tergiversado sus proporciones. Todo el mundo ha o�do
hablar hoy de la defensa de Tsaritsyn, del viaje de Stalin al frente de
Perm y de la discusi�n llamada de los Sindicatos. Estos episodios
descuellan hoy como cumbres de la cordillera hist�rica de los sucesos.
Pero estas supuestas cumbres han sido creadas artificialmente. De la enorme
cantidad de material que colma los archivos, se han destacado ciertos episodios
especiales, rode�ndolos de efectos teatrales hist�ricos impresionantes.
Obras subsiguientes de la historiograf�a oficial han acumulado nuevas
exageraciones, basadas en las precedentes; y a ellas se agregan de vez
en cuando intenciones descaradas. El efecto total es producto de tramoya
m�s que hecho hist�rico. Pr�cticamente no se encuentra
una sola referencia a documentos. La Prensa extranjera, e incluso historiadores
eruditos, han llegado a considerar estas f�bulas como fuentes originales.
En varios pa�ses pueden encontrarse especialistas de Historia que
conocen versiones de tercera mano de Tsaritsyn y de la discusi�n
de los Sindicatos, pero no tienen pr�cticamente idea de sucesos
que tuvieron importancia y significaci�n enormemente mayores. La
falsificaci�n en este respecto ha alcanzado proporciones de alud.
[Pero es sencillamente] asombrosa la escas�sima cantidad de documentos
y otros materiales aut�nticos que se han publicado con relaci�n
a la actividad de Stalin en el frente y, en general, durante el per�odo
de la guerra civil.
En rese�as publicadas durante los a�os de la guerra civil,
el relato de Tsaritsyn fue uno de los muchos sin la menor relaci�n
con el nombre de Stalin. Su actuaci�n tras la cortina, que fue ef�mera
a lo sumo, s�lo era conocida de un corto n�mero de personas,
no brind� en absoluto ocasi�n a muchas palabras. En el art�culo
que Ordzhonikidze escribi� con ocasi�n del aniversario del
X Ej�rcito, no se menciona a Stalin, a pesar de que su autor es
un antiguo camarada de Stalin que le fue leal hasta el suicidio. Lo mismo
ocurre con otros art�culos de este tenor. El bolchevique Minin,
alcalde de Tsaritsyn a la saz�n, y m�s tarde miembro del
Consejo titulado "La Ciudad Sitiada", donde se alude tan poco a Stalin
con relaci�n a los acontecimientos de Tsaritsyn que Minin termin�,
al fin, por ser tildado de "enemigo del pueblo". El p�ndulo de la
historia habr�a de oscilar mucho antes de que Stalin fuese elevado
a las alturas de un h�roe de la epopeya de Tsaritsyn.
Desde hace a�os se ha hecho tradicional presentar las cosas
como si en la primavera de 1918, Tsaritsyn fuese de gran importancia estrat�gica
y Stalin hubiera sido enviado all� para salvar la situaci�n
militar. Nada de eso es cierto. Se trataba simplemente de una cuesti�n
de provisiones. En la sesi�n del Consejo de Comisarios del Pueblo,
de 28 de mayo de 1918, Lenin discut�a con Tsuryupa, encargado entonces
de los abastecimientos, de los m�todos extraordinarios entonces
en boga para proporcionar v�veres a las capitales (Mosc�
y Petrogrado) y a los centros industriales. Al terminar la reuni�n,
Lenin escribi� a Tsuryupa: "Ponte hoy mismo en contacto con Trotsky,
por tel�fono, para que ma�ana pueda tenerlo todo en marcha."
Adem�s, en la misma comunicaci�n, Lenin informaba a Tsuryupa
del acuerdo del Sovnarkom de que el comisario popular de Abastos, Shlyapnikov,
saliera inmediatamente hacia el Kuban para coordinar las actividades de
abastecimiento en el Sur, en beneficio de las regiones industriales. Tsuryupa
respondi�, entre otras cosas: "Stalin est� conforme en ir
al norte del C�ucaso. Enviadle. Conoce las condiciones locales all�
y Shlyapnikov encontrar� �til tenerle cerca." Lenin asinti�:
"Mando a los dos hoy." Durante los d�as siguientes, Shlyapnikov
y Stalin tomaron varias medidas complementarias. Por �ltimo, seg�n
se registra en la Miscel�nea, de Lenin, "Stalin fue enviado al norte
del C�ucaso y a Tsaritsyn como encargado general de actividades
de abastecimientos en el sur de Rusia".
Lo que ocurri� a Stalin fue lo mismo que a otros funcionarios
sovi�ticos, a muchedumbre de ellos. Sal�an destinados a diversas
provincias para movilizar los excesos de grano recogidos. Una vez all�
se encontraban envueltos en insurrecciones blancas, con lo que sus destacamentos
de intendencia se trocaban en destacamentos militares. Muchos activistas
de los Comisariados de Educaci�n, Agricultura y otros, se vieron
absorbidos por el remolino de la guerra civil en regiones distantes y,
por decirlo as�, a la fuerza hubieron de dejar sus respectivas profesiones
por la de las armas. L. Kamenev, con la sola excepci�n de Zinoviev,
era entre los miembros del Comit� Central el menos militar, fue
enviado en abril de 1919 a Ucrania para acelerar el movimiento de provisiones
hacia Mosc�. Se encontr� con que Lugansk se hab�a
entregado, y amenazaba peligro a toda la cuenca del Don; adem�s,
la situaci�n en la reci�n recuperada Ucrania se hac�a
cada vez m�s desfavorable. Exactamente igual que Stalin en Tsaritsyn,
Kamenev en Ucrania se encontr� envuelto en operaciones militares.
Lenin telegrafi� a Kamenev: "Absolutamente necesario que t�
personalmente... no s�lo inspecciones y despaches asuntos, sino
que lleves los refuerzos a Lugansk y a toda la cuenca del Don, pues, de
otro modo, la cat�strofe ser�, sin duda, enorme y escasamente
remediable; seguramente pereceremos si no limpiamos por completo la cuenca
del Don en poco tiempo..." �ste era el estilo habitual de Lenin
en aquellos d�as. A base de estas citases posible demostrar que
Lenin consideraba la suerte de la Revoluci�n dependiente de la direcci�n
militar de Kamenev en el Sur. En diversas ocasiones, el poco belicoso Kamenev
desempe�� importante papel en varios frentes.
Mediante una concentraci�n totalitaria de todos los instrumentos
de propaganda oral y escrita, es posible crear una reputaci�n falsa
tanto a una ciudad como a un hombre. Hoy, muchos heroicos episodios de
la guerra civil se han olvidado. Ciudades en que Stalin intervino, para
nada apenas se recuerdan, en tanto que el nombre de Tsaritsyn se ha investido
de m�tica importancia. Es necesario tener presente que nuestra posici�n
central y la disposici�n del enemigo en un amplio c�rculo
nos permit�a actuar a lo largo de l�neas de operaciones interiores,
y reduc�a nuestra estrategia a una sencilla idea: la consecutiva
liquidaci�n de los frentes, seg�n su relativa importancia.
En aquella guerra de maniobra, profundamente m�vil, varias zonas
del pa�s alcanzaron excepcional significaci�n en ciertos
momentos cr�ticos, y luego la volvieron a perder. Sin embargo, la
lucha por Tsaritsyn no pudo llegar a ser tan trascendente por ejemplo,
como la lucha por Kazan, de donde arranca la carretera a Mosc�,
o la lucha por Oryol, de donde sale una carretera que por Tula va hasta
Mosc�, o la lucha por Petrogrado, cuya p�rdida hubiera sido
por s� sola un golpe fatal y, adem�s, habr�a abierto
el camino a Mosc� por el Norte. Adem�s, a despecho de las
afirmaciones de los historiadores de la hora presente, que dicen que Tsaritsyn
fue "el embri�n de la Escuela de Guerra, donde se crearon los cuadros
de mandos para otros muchos frentes, mandos que hoy est�n a la cabeza
de las unidades b�sicas del Ej�rcito", el hecho es que los
organizadores y jefes militares mejor dotados no proced�an de Tsaritsyn.
Y no me refiero s�lo a figuras centrales, como Sklyansky, el aut�ntico
Carnot del Ej�rcito Rojo; o Frunze, jefe militar de gran talento,
que m�s tarde fue colocado a la cabeza del Ej�rcito Rojo;
o Tujachersky, el futuro reorganizador del Ej�rcito; o Yegorov,
el futuro jefe del Estado Mayor; o Yakir, o Uborevich, o Kork, sino a muchos,
much�simos m�s. Cada uno de ellos se prob� y adiestr�
en otros ej�rcitos y en otros frentes. Todos ellos adoptaron una
actitud decididamente negativa respecto a Tsaritsyn; en sus labios, hasta
la palabra "tsaritsynita" ten�a un sentido despectivo.
El 23 ese mayo de 1918, Sergio (Ordzhonikidze) telegrafiaba a Lenin:
"La situaci�n es mala. Necesitamos adoptar medidas en�rgicas...
Los camaradas aqu� son demasiado flojos. Todo deseo de ayudar les
parece ingerencia en los asuntos locales. Seis trenes de grano preparados
para Mosc� est�n detenidos en la estaci�n... Insisto
en que necesitamos medidas sumamente rigurosas..."
Stalin lleg� a Tsaritsyn en junio de 1918, con un destacamento
de guardias rojos, dos trenes blindados y plenos poderes para tratar de
abastecer de cereales a los fam�licos centros pol�ticos e
industriales. Poco despu�s de su llegada, varios regimientos de
cosacos y del Kuban se hab�an levantado contra el Gobierno de los
Soviets. El ej�rcito voluntario (de los blancos), que hab�a
estado vagando y dando vueltas por las estepas del Kuban, era ya bastante
numeroso. El Ej�rcito sovi�tico del Norte del C�ucaso
(�nico granero de la Rep�blica Sovi�tica por entonces)
sufr�a mucho por efecto de sus depredaciones.
No era misi�n de Stalin quedarse en Tsaritsyn. Ten�a
el encargo de (organizar la expedici�n de v�veres a Mosc�)
y proseguir hacia el norte del C�ucaso. Pero no llevaba en Tsaritsyn
una semana, cuando el 13 de junio telegrafi� a Lenin que la situaci�n
en aquella ciudad "hab�a cambiado mucho, pues un destacamento de
cosacos se hab�a presentado a unas cuarenta verstas de all�".
De este telegrama de Stalin se desprende que Lenin esperaba que fuese a
Novorosisk y se encargase de resolver la situaci�n cr�tica
relacionada con el hundimiento de la flota del mar Negro. Durante las dos
semanas siguientes, sigui� confi�ndose en que fuera a Novorosisk.
En su discurso del 28 de junio de 1918, en la IV Conferencia de los Comit�s
de Sindicatos y F�bricas de Mosc� [Lenin dijo:]
* "�Camaradas! Ahora... contestar� a la pregunta relativa
a la flota del mar Negro... He de deciros que fue el camarada Raskolnikov
quien intervino all�... El camarada Raskolnikov vendr� en
persona y os dir� que �l instig� a que prefiri�semos
destruir la flota a consentir que las tropas alemanas la emplearan contra
Novorosisk... Tal era la situaci�n, y los comisarios del Pueblo,
Stalin, Shlyapnikov y Raskolnikov vendr�n pronto a Mosc�
y os dir�n c�mo ocurri� todo."
[Sin embargo, en vez de seguir viaje hasta el norte del C�ucaso,
o, si los planes se alteraron por el cambio de la situaci�n militar,
hasta Novorosisk] Stalin permaneci� en Tsaritsyn hasta que la ciudad
fue cercada en julio por los blancos.
Stalin hab�a esperado encontrar pocas dificultades y mucho lucimiento
enviando millones de sacos de grano a Mosc� y a otros centros. Pero
todo lo que consigui� enviar, a pesar de su dureza, fue una expedici�n
de tres gabarras, a que se refiere en su telegrama de 26 de junio. Si hubiese
enviado m�s, se hubieran publicado y comentado hace mucho tiempo
otros telegramas referentes a ello. Lejos de eso, se encuentran confesiones
impl�citas de su fracaso como abastecedor de grano en sus propios
informes, que culminan el 4 de agosto al reconocer que era in�til
esperar m�s provisiones de Tsaritsyn. Incapaz de cumplir su jactanciosa
promesa de suministrar alimentos al centro, Stalin se pas� del "frente
de abastos" al "frente militar". Se hizo dictador de Tsaritsyn y del frente
del norte del C�ucaso. Se adjudic� facultades amplias y pr�cticamente
ilimitadas, como representante autorizado del Partido y del Gobierno. Ten�a
derecho de llevar a cabo la movilizaci�n local, requisar propiedades,
militarizar f�bricas, detener, y juzgar, admitir y despedir. Stalin
ejerc�a autoridad con mano dura. Todos los esfuerzos se concentraron
en la tarea de la defensa. H�zose cargo de todas las organizaciones
locales del Partido y de los trabajadores, complet�ndolos con nuevas
fuerzas; se equiparon las partidas de guerrilleros. La vida de toda la
ciudad fue sometida a la presi�n de-una dictadura inflexible. "En
las calles y en las encrucijadas hab�a patrullas del Ej�rcito
Rojo -escribe Tarassov-Rodionov-, y en medio del Volga, anclada, con su
negra panza muy fuera del agua, hab�a una gran barcaza, a la que
miraba de soslayo un desmadejado funcionario de deste�ido uniforme,
mientras cuchicheaba con angustia a las viejecitas de la orilla: "�Ah�...
est� la Checa!" Pero aquello no era la Checa misma, sino s�lo
su c�rcel flotante. La Checa trabajaba en el interior de la ciudad,
junto a la comandancia del Ej�rcito. Estaba trabajando... a todo
gas. No pasaba d�a sin que descubriera toda suerte de conspiraciones
en los sitios que parec�an de m�s seguridad y respeto. "
[El 7 de julio, aproximadamente un mes despu�s de su llegada
a Tsaritsyn, Stalin escrib�a a Lenin (en la carta hay una nota que
dice: "Salgo escapado al frente... Escribo s�lo oficialmente").]
* "La l�nea sur de Tsaritsyn a�n no se ha restablecido.
Estoy apremi�ndoles, y reprendiendo a todo el que debo. Espero que
la tendremos pronto restaurada. Puedes estar seguro de que no tendr�
con nadie miramientos, ni siquiera conmigo. Pero tendr�is el grano.
Si nuestros "especialistas" militares (�los zapateros!) no estuviesen
durmiendo, no habr�an roto la l�nea, y si �sta se
rehace no ser� gracias a los militares, sino a pesar suyo."
[El 11 de julio volvi� a telegrafiar Stalin a Lenin:
* "Las cosas se han complicado porque el Estado Mayor de la Regi�n
Militar del norte del C�ucaso ha resultado ser completamente incapaz
para luchar contra la contrarrevoluci�n. No es s�lo que nuestros
"especialistas" sean psicol�gicamente ineptos para hacer frente
con entereza a la contrarrevoluci�n, sino tambi�n que por
ser lo que son s�lo saben hacer copias al ferroprusiato y proponer
planes de reforma, y cuanto significa acci�n no les interesa...,
aparte de que se sienten al margen... No creo tener derecho a contemplar
esto con indiferencia, cuando el frente de Kaledin ha quedado cortado del
punto de abastecimiento y el norte de la regi�n cerealista. Continuar�
corrigiendo �stas y otras deficiencias, donde quiera que las encuentre:
estoy tornando una serie de medidas y as� seguir�, aunque
haya de destituir a todos los altos funcionarios y comandantes que sean
hostiles, a pesar de los inconvenientes formalistas, que pasar�
por alto siempre que haga falta. Es natural que asuma toda la responsabilidad
ante los organismos supremos."
[El 4 de agosto, Stalin escribi� desde Tsaritsyn a Lenin, Trotsky
y Tsuryupa:]
* "La situaci�n en el Sur dista de ser halag�e�a.
El Consejo de Guerra se ha encontrado con una herencia de extremo desorden,
debida en parte a intrigas de personas a quienes aqu�l situ�
en los diversos departamentos de la regi�n militar... Tuvimos que
comenzar de nuevo... Derogamos todo lo que yo llamar�a el antiguo
orden criminal, y s�lo despu�s de comenzar nuestro avance..."
La tarea de abastecer, en escala algo grande result� imposible
de resolver a causa de la situaci�n militar: "Los contactos con
el Sur y con sus cargas de provisiones est�n interrumpidos -escrib�a
Stalin el 4 de agosto-, y la misma regi�n de Tsaritsyn, que conecta
el Centro con el C�ucaso septentrional, est� cortada a su
vez, o casi cortada del Centro." Stalin explicaba la causa de la extrema
agravaci�n de la situaci�n militar, de una parte por la mudanza
del ac�rrimo campesino, "que en octubre hab�a combatido por
el Gobierno de los Soviets, y ahora est� en contra suya (odia con
todo su coraz�n el monopolio de cereales, los precios estables,
la requisa, la pelea con los recaudadores); y de otra por el lastimoso
estado de las tropas... En general he de decir -conclu�a- que hasta
no reanudar el contacto con el norte del C�ucaso no podemos contar...
con la regi�n de Tsaritsyn en cuanto a provisiones".
La arrogaci�n por parte de Stalin de las funciones de gestor
de todas las fuerzas militares del frente hab�a sido confirmada
por Mosc�. El telegrama del Consejo Revolucionario de Guerra de
la Rep�blica, que llevaba anotado su env�o con la conformidad
de Lenin, expresamente delegada en Stalin para "imponer orden, agrupar
todos los destacamentos en unidades regulares, organizar los mandos debidamente,
despu�s de sustituir a todos los insubordinados". As�, los
derechos asignados a Stalin fueron firmados y hasta formulados por m�,
en cuanto puede juzgarse por el texto de la disposici�n correspondiente.
Nuestra tarea com�n a la saz�n consist�a en subordinar
las provincias al Centro, imponer disciplina y someter todos los grupos
de voluntarios y guerrilleros al Ej�rcito y a los servicios del
frente. Por desgracia, la actividad de Stalin en Tsaritsyn tom�
una direcci�n totalmente distinta. Por entonces no sab�a
yo que Stalin hab�a puesto en uno de mis telegramas la anotaci�n
de "no hacer caso", va que no tuvo nunca el suficiente valor para informar
de ello al Centro. Mi impresi�n era que Stalin no luchaba con firmeza
suficiente contra la autonom�a local, las guerrillas comarcales
y la insubordinaci�n general de la gente de la regi�n. Le
acus� de ser demasiado tolerante con la equivocada pol�tica
de Vorochilov y otros, pero nunca me cupo en la cabeza que fuese �l
el instigador de tal pol�tica. Esto se puso en evidencia poco despu�s,
por sus propios telegramas y por las confesiones de Vorochilov y dem�s
enterados.
Stalin pas� en Tsaritsyn varios meses. Su trabajo de zapa contra
m�, que ya entonces constitu�a buena parte de sus actividades,
iba de la mano con la oposici�n solapada de Vorochilov, que era
su m�s �ntimo asociado. Sin embargo, Stalin se condujo de
tal modo, que en cualquier momento pudiera retroceder sin comprometerse.
Lenin conoc�a a Stalin mejor que yo, y, al parecer, sospech�
que la pertinacia de los tsaritsynitas pod�a explicarse por la actuaci�n
de Stalin detr�s de la cortina. Me resolv� a arreglar de
una vez los asuntos de Tsaritsyn. Despu�s de un nuevo choque con
el mando, decid� que Stalin regresara. Esto se hizo por mediaci�n
de Sverdlov, que sali� en persona en un tren especial para traerse
a Stalin. Lenin deseaba reducir el conflicto a proporciones m�nimas,
y en tal respecto ten�a raz�n, como es natural.
Por entonces, mientras que el Ej�rcito Rojo hab�a conseguido
victorias de consideraci�n en el frente del Este, dejando el Volga
en franqu�a, las cosas continuaban mal en el Sur, donde todo iba
de mal en peor a consecuencia de no obedecerse las �rdenes. El 25
de octubre, en Kozlov, dict� una orden relativa a la unificaci�n
de todos los ej�rcitos y grupos del frente Sur bajo el mando del
Consejo Revolucionario de Guerra del mismo, compuesto por el antiguo general
[Syton y tres bolcheviques: Shlyapnikov, Mejonoshin y Lazimir]: "Todas
las �rdenes e instrucciones del Consejo han de ser objeto de ejecuci�n
incondicional e inmediata." La orden conminaba a los insubordinados con
severas penas. Luego telegrafi� a Lenin:
"Insisto categ�ricamente en que se deponga a Stalin. Las cosas
van mal en el frente de Tsaritsyn, a pesar de contar all� con fuerzas
sobradas. Vorochilov es capaz de mandar un regimiento, no un ej�rcito
de 50.000 hombres. Sin embargo, le dejar� el mando del X Ej�rcito
en Tsaritsyn, siempre que d� informes al comandante del Ej�rcito
del Sur, Sytin. Hasta ahora, Tsaritsyn no ha mandado partes de operaciones
a Kozlov. He dispuesto que se informe respecto a reconocimientos y operaciones
dos veces al d�a. Si no se hace ma�ana, llevar� a
Vorochilov y a Minin a un Consejo de guerra, y publicar� el hecho
en una orden del Ej�rcito. Seg�n los Estatutos del Consejo
Revolucionario de Guerra de la Rep�blica, Stalin y Minin, mientras
permanezcan en Tsaritsyn, no son m�s que miembros del Consejo Revolucionario
de Guerra del X Ej�rcito. Nos queda poco tiempo para tomar la ofensiva
antes de que comiencen los lodazales de oto�o, en que los caminos
locales est�n impracticables, tanto para la infanter�a como
para los cuerpos montados. No ser� posible ninguna acci�n
seria sin coordinar con Tsaritsyn. No puede perderse tiempo en negociaciones
diplom�ticas. O Tsaritsyn se somete, o deber� afrontar las
consecuencias. Tenemos una superioridad de fuerzas enorme, pero reina absoluta
anarqu�a en las alturas. Puedo terminar con esto en veinticuatro
horas, si cuento con tu firma y tu concurso declarado. En todo caso, es
el �nico recurso que concibo."
[Al d�a siguiente] recib�a Lenin este telegrama directo:
* He recibido el siguiente telegrama: "La orden militar de Stalin, n�mero
118, debe ser aislada. He mandado instrucciones completas al comandante
del frente Sur, Sytin. Las actividades de Stalin socavan todos mis planes...
Vatzetis, comandante en jefe; Danishevsky, miembros del Consejo Revolucionario
de Guerra."
[Stalin fue separado de Tsaritsyn en la segunda mitad de octubre. Esto
es lo que] escribi� en Pravda (30 de octubre de 1918) [respecto
al frente Sur]:
* "El objetivo del principal ataque del enemigo era Tsaritsyn. Se comprende
esto, porque la toma de Tsaritsyn y el corte de comunicaciones con el Sur
hubiera asegurado el cumplimiento de todos los prop�sitos del enemigo,
uniendo a los contrarrevolucionarios del Don con el sector Norte de los
cosacos de los Ej�rcitos de Astrac�n y Ural, creando un frente
continuo contrarrevolucionario desde el Don a los checoslovacos, Habr�a
dado a los contrarrevolucionarios el dominio del sur del Caspio, dentro
y fuera; y las tropas sovi�ticas del norte del C�ucaso se
hubiesen visto desamparadas..."
[�"Confesaba" as� Stalin que era culpable de haber agravado
la situaci�n con sus intrigas y su indisciplina? Nada de eso. Sin
embargo, cuando regresaba a Mosc� desde Tsaritsyn, Sverdlov pregunt�]
cautamente cu�les eran mis intenciones, y luego me propuso que hablara
con Stalin, que, por lo visto, iban en su tren.
"-�Piensas realmente en destituirles a todos? -me pregunt�
Stalin en tono de exagerada sumisi�n-. Son unos muchachos excelentes.
"-Esos muchachos excelentes est�n comprometiendo la Revoluci�n,
que no puede esperar a que adquieran juicio -le contest�-. Lo que
pretendo es s�lo rescatar Tsaritsyn para la Rusia de los Soviets."
A partir de entonces, siempre que hube de lastimar predilecciones,
amistades o vanidades personas, Stalin iba reuniendo h�bilmente
a toda la gente agraviada. Ten�a mucho tiempo para ello, puesto
que as� favorec�a sus �ntimas ambiciones. Los esp�ritus
dominantes de Tsaritsyn se convirtieron, en adelante, en sus instrumentos
principales. Tan pronto como Lenin cay� enfermo, Stalin, por medio
de sus sat�lites, hizo cambiar el nombre de Tsaritsyn por el de
Stalingrado.
[Los oposicionistas de Tsaritsyn eran una curiosa colecci�n.
El hombre que m�s detestaba a los especialistas militares era Vorochilov
("el cerrajero de Lugansk", como le llamaron los cronistas de �ltima
hora), un sujeto campechano y descarado, no extremadamente intelectual,
pero ladino y poco escrupuloso. Nunca pudo hacer la carrera de la teor�a
del arte militar, pero ten�a el de saber fruncir el ce�o
y no tener el menor reparo en sacar partido de las ideas de subordinados
m�s ingeniosos, ni falsa modestia en cuanto a presentar como propios
sus aciertos. Su candidez intelectual en materia de teor�a militar
y de marxismo hab�a de demostrarse ampliamente en 1921, en que],
siguiendo sin discernimiento las orientaciones de alg�n oscuro ultraizquierdista,
manifest� que la agresividad y la t�ctica de la ofensiva
eran consecuencia de "la condici�n de clase del Ej�rcito
Rojo", presentando a la vez como "prueba de la necesidad de tomar la ofensiva"
algunas citas de los reglamentos militares franceses de 1921.
Su "fiel mano derecha" era Shchadenko [comisario pol�tico del
X Ej�rcito, sastre de oficio, a quien los cronistas de hoy hab�an
de inmortalizar como sigue]: "Frunciendo con enfado sus aquilinas cejas,
mirando con expertos ojos a derecha e izquierda, iba por todo el frente,
inflamado en su esfuerzo de ser la fiel mano derecha de Klim."
Igualmente celoso, pero muy distinto de los otros dos, era Sergio Minin.
[Una curiosa mixtura de poeta y demagogo, que se hab�a entregado
con alma y vida a la causa y padec�a una ciega fobia contra todos
los oficiales zaristas.] Popular entre los trabajadores de Tsaritsyn desde
que, siendo un joven estudiante, particip� en la Revoluci�n
de 1905, Tsaritsyn se enorgullec�a de tener en �l su m�s
conspicuo y apasionado orador. Era, con mucho, el m�s honesto del
grupo, pero acaso el menos razonable. Sincero en su intransigencia, puso
toda su parte de da�o en la agravaci�n de la situaci�n
militar de Tsaritsyn. [Era un instrumento inocente, pero por lo visto el
m�s eficaz, de la intriga de Stalin en Tsaritsyn, y fue apartado
tan pronto como ya no pudo serle de utilidad.]
Hab�a, adem�s, el ingeniero Rujimovich, antiguo Comisario
Popular de Guerra de la Rep�blica de Donetz-Krivirog [una de las
ef�meras rep�blicas rojas de los primeros d�as de
la Revoluci�n], que dio a Vorochilov su primer encargo de organizar
un ej�rcito proletario. Puesto al frente de la Independencia, el
provinciano Rujimovich no comprend�a otras necesidades que las del
X Ej�rcito. No hab�a Ej�rcito que se tragara tantos
fusiles y municiones, y en cuanto se le negaban, levantaba el grito contra
la traici�n de los especialistas de Mosc�. [�l, como
el vocal m�s joven del Consejo de Guerra, Valerio] Mezhlauk, ascendieron
a astros de segundo orden en la jerarqu�a estaliniana, para eclipsarse
luego [por razones desconocidas. Estaban asimismo] Zhloba, Jarchenko, Gorodovich,
Savitsky, Parhomenko y otros, cuyas aportaciones al Ej�rcito Rojo
y al Estado sovi�tico no sobrepujaban las de otros cientos de miles,
pero cuyos nombres se salvaron del m�s completo olvido s�lo
por su previa relaci�n con Stalin en Tsaritsyn. "Trotsky -escribi�
m�s tarde Tarasov-Radionov- habl� en el Consejo Revolucionario
de Guerra, enojado y altivo. Solt� una granizada de punzantes reproches
por el enorme derroche de material... Trotsky no ten�a o�dos
para explicaciones..."
El 1 de noviembre telegrafi� a Sverdlov y a Lenin desde Tsaritsyn:
"La situaci�n, por lo que respecta al X Ej�rcito, es
la siguiente: Hay muchas fuerzas aqu�, pero no hay quien dirija
las operaciones. El Estado Mayor del frente Sur y Vatzetis est�n
por un cambio de comandante. Ver� si es posible conservar a Vorochilov,
d�ndole un Estado Mayor experimentado y eficaz. �l no est�
conforme, pero conf�o en que el asunto pueda arreglarse... El �nico
obst�culo serio es Minin, que est� llevando una pol�tica
sumamente perniciosa. Insisto seriamente en que se le traslade. �Cu�ndo
estar�n listas las medallas?"
Despu�s de inspeccionar todos los sectores del Ej�rcito
de Tsaritsyn, en una orden especial de 5 de noviembre de 1918, reconoc�a
los servicios de muchas de las unidades y de sus jefes, haciendo notar
al mismo tiempo que algunas partes del Ej�rcito consist�an
en unidades que se llamaban a s� propias divisiones sin serlo en
realidad; que "el trabajo pol�tico en ciertas unidades no se hab�a
iniciado a�n", que "el empleo de reservas militares no se efect�a
siempre con la debida precauci�n"; que "en ciertos casos, el comandante,
reacio a dar cumplimiento a una orden de operaciones, la hace discutir
en una reuni�n...", etc. "Como ciudadanos -dec�a la orden-,
los soldados son libres durante sus horas francas para celebrar reuniones
sobre cualquier asunto. Como soldados, deben obedecer las �rdenes
militares sin la menor objeci�n."
Despu�s de visitar el frente Sur, incluso Tsaritsyn, inform�
al VI Congreso de los Soviets de 9 de noviembre de 1918. "No todos los
funcionarios del Soviet han comprendido que nuestra administraci�n
se ha centralizado y que todas las �rdenes emanadas de arriba son
terminantes... Hemos de ser inflexibles con los funcionarios del Soviet
que no han comprendido eso a�n; los depondremos, los expulsaremos
de nuestras filas, los extirparemos a fuerza de reprensiones." Esto se
refer�a a Stalin mucho m�s que a Vorochilov, contra quien
iban en aquella ocasi�n dirigidas las palabras ostensiblemente.
Stalin estaba presente en el Congreso y guard� silencio. Callado
permaneci� tambi�n en la sesi�n de Politbur�.
No pod�a defender abiertamente su conducta. A lo sumo, lo que hizo
fue almacenar c�lera. En aquellos d�as (depuesto de Tsaritsyn,
con profundo rencor y sed de venganza en el coraz�n) escribi�
su art�culo sobre el primer aniversario de la Rep�blica.
La finalidad del mismo era atacar mi prestigio, volviendo contra m�
la autoridad del Comit� Central encabezado por Lenin. En aquel art�culo
de aniversario, dictado por una ira contenida, Stalin tuvo, sin embargo,
que escribir lo siguiente:
"Toda la labor de organizaci�n pr�ctica de la insurrecci�n
fue realizada bajo la inmediata direcci�n del presidente del Comit�
de Petrogrado, camarada Trotsky. Es posible declarar con seguridad que
al camarada Trotsky debe el Partido principalmente, y en primer lugar,
que la guarnici�n se pasara tan pronto al lado del Soviet y que
se ejecutara con tal atrevimiento la labor del Comit� Revolucionario
Militar."
El 30 de noviembre, por iniciativa del Comisariado de Guerra de organizar
un Consejo de Defensa, el Comit� Ejecutivo Central de toda Rusia
aprob� una resoluci�n en el sentido de convocar el Consejo
de Defensa, compuesto de Lenin, el que escribe, Krassin, el comisario de
V�as y Comunicaci�n, el comisario de Abastecimientos y el
presidente de la Comisi�n Permanente del Comit� Ejecutivo
Central, Sverdlov. De acuerdo con Lenin, propuse que se incluyera tambi�n
a Stalin. Lenin deseaba dar a Stalin alguna satisfacci�n por haberse
retirado del Ej�rcito de Tsaritsyn; yo quer�a darle ocasi�n
de formular abiertamente sus cr�ticas y propuestas, sin mojar la
p�lvora en el Departamento de Guerra. La primera sesi�n,
que deline� nuestras tareas en sentido general, se celebr�
durante las horas del d�a, el 1 de diciembre. De las notas que tom�
Lenin en aquella reuni�n, resulta que Stalin habl� seis veces;
Krassin, nueve; Skylyansky, nueve; Lenin, ocho. No se permit�a hablar
m�s de dos minutos cada vez. La direcci�n del trabajo del
Consejo de Defensa, no s�lo en lo tocante a cuestiones de relieve,
sino en cuestiones de detalle, se concentr� enteramente en manos
de Lenin. Se confi� a Stalin la misi�n de redactar una tesis
sobre la lucha contra el regionalismo, y otra sobre el modo de combatir
el expedienteo. No hay prueba alguna de que se redactase una u otra. Adem�s,
con objeto de facilitar el trabajo, se convino en que "los decretos de
la Comisi�n designada por el Comit� de Defensa, firmados
por Lenin, Stalin y los representantes del Departamento interesado, tendr�n
la fuerza de un decreto del Consejo de Defensa". Pero en cuanto afectaba
a Stalin, todo aquello se redujo a otro ep�grafe que nada ten�a
que ver con el trabajo efectivo.
[A pesar de todas estas concesiones, Stalin continu� apoyando
en secreto a la oposici�n de Tsaritsyn, anulando los esfuerzos del
Departamento de Guerra por imponer orden y disciplina en aquel sector.
En Tsaritsyn, su principal instrumento era Vorochilov; en Mosc�,
Stalin mismo ejerc�a toda la presi�n que pod�a sobre
Lenin. Se hizo necesario, en consecuencia, enviar el siguiente telegrama
desde Kursk, el 14 de diciembre: ]
"Al presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo: Lenin. La cuesti�n
de deponer a Okulov no puede resolverse por s� misma. Okulov se
design� para tener a raya a Vorochilov, como garant�a del
cumplimiento de las �rdenes militares. Es imposible dejar que Vorochilov
contin�e despu�s de haber inutilizado todos los intentos
de guerra, con un nuevo comandante, y Vorochilov debe ir a Ucrania.
"El presidente del Consejo Revolucionario de la Rep�blica, Trotsky."
[Vorochilov fue entonces trasladado a Ucrania. La capacidad combativa
del X Ej�rcito aument� como por ensalmo. No s�lo el
nuevo comandante, sino tambi�n el sucesor de Stalin en el Consejo
de Guerra, Shlyapnikov, resultaron infinitamente m�s eficaces, y
mejor� la situaci�n militar en Tsaritsyn.]
[Pocos d�as despu�s de la sustituci�n de Vorochilov,
y tras los meses de forzosa abstenci�n de un asunto tan sumamente
tentador como el de intervenir en cuestiones militares, desde su propia
deposici�n de Tsaritsyn, Stalin hall� nueva ocasi�n
de actuar en el frente, esta vez por un par de semanas, y la aprovech�
para clavar a Trotsky un cuchillo en la espalda. El incidente comenz�
con el siguiente cambio de telegramas entre Lenin y Trotsky:]
1
* Telegrama cifrado al camarada Trotsky, en Kursk o cualquier otro lugar
en que pueda hallarse el presidente del Comit� Revolucionario de
Guerra de la Rep�blica.
"Mosc�, 13 de diciembre de 1918.
"Noticias sumamente alarmantes de las proximidades de Perm. Est�
en peligro. Temo que nos hayamos olvidado de los Urales. �Se mandan
refuerzos con suficiente intensidad a Perm y a los Urales? Lashevich dijo
a Zinoviev que s�lo deben mandarse unidades ya fogueadas. - Lenin."
2
* A Trotsky, en Kozlov o dondequiera que se encuentre el presidente
del Comit� Revolucionario de Guerra de la Rep�blica.
"Mosc�, 31 de diciembre de 1918.
"Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el
estado catastr�fico del Ej�rcito y sobre embriaguez. Te lo
transmito. Piden que vayas all�. Pens� en enviar a Stalin.
Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer tambi�n
bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden. Telegraf�a
tu opini�n.-Lenin."
[66.847.]
3
* Por hilo directo en cifra a Mosc�, Kremlin, para el presidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo, Lenin.
Respuesta a [66.847].
"Voronej, 1 de enero de 1919, a las 19 (7 tarde).
"De los partes de operaciones del III Ej�rcito he deducido que
la direcci�n est� completamente desconcertada, y propuse
un cambio de mando. La decisi�n se aplaz�. Ahora considero
inaplazable la sustituci�n.
"Estoy completamente de acuerdo sobre la excesiva blandura del camarada
enviado all�. De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido
y del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica para restablecer
el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los
culpables. El nuevo comandante se nombrar� de acuerdo con Serpujov.
Propongo nombrar a Lashevich miembro del Consejo Revolucionario de Guerra
del frente Norte, donde no tenemos una persona responsable del Partido,
y el frente puede adquirir pronto mayor importancia.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica,
Trotsky."
[9.]
[El asunto pas� entonces al Comit� Central, que resolvi�:]
* "Designar una Comisi�n investigadora del Partido, compuesta
de los miembros del Comit� Central, Stalin y Dzerzhinsky, para que
realice una minuciosa investigaci�n de los motivos de la rendici�n
de Perm y de las recientes derrotas en el frente del Ural, y aclare todas
las circunstancias concernientes a los mencionados hechos."
[El III Ej�rcito hab�a rendido Perm a las tropas del almirante
Koltchak, que avanzaban, y tomado posiciones en Viatka, donde se sosten�a
a duras penas. Stalin y Dzerzhinsky llegaron a Viatka mientras el III Ej�rcito
la defend�a de los ataques enemigos. El d�a de su llegada
all�, 5-I-1919, Stalin y Dzerzhinsky telegrafiaron a Lenin].
* "Comenz� la investigaci�n. Te informaremos de vez en
cuando sobre el curso de la misma. Entretanto, creemos n darte cuenta de
las necesidades del III Ej�rcito que no admiten aplazamiento. El
caso es que de este ej�rcito, que constaba de m�s de 30.000
hombres, s�lo quedan 1.100 soldados aspeados y exhaustos, que apenas
pueden resistir la presi�n del enemigo. Las unidades enviadas por
el comandante en jefe no son de confianza, incluso en parte hostiles a
nosotros, y necesitan una seria criba. Para salvar los restos del III Ej�rcito
y evitar el r�pido avance del enemigo sobre Viatka (seg�n
la informaci�n del Estado Mayor del frente y del mismo Ej�rcito,
este peligro es completamente real), es absolutamente necesario enviar
al momento desde Rusia y poner a disposici�n del comandante del
Ej�rcito por lo menos tres regimientos de absoluta confianza. Insistimos
con apremio que hagas la debida presi�n en este sentido sobre la
instituci�n militar competente. Lo repetimos: sin esta medida espera
a Viatka la misma suerte de Perm."
[El 15 de enero, Stalin y Dzerzhinsky informaban al Consejo de Defensa:
]
* "Se enviaron al frente 1.200 bayonetas y sables de confianza; al d�a
siguiente, dos escuadrones de Caballer�a. El d�a 10 sali�
tambi�n el 62 Regimiento de la 3.ª Brigada (bien tamizada previamente).
Estas unidades nos permiten contener el avance del enemigo, levantar la
moral del III Ej�rcito y comenzar nuestro avance sobre Perm, hasta
ahora afortunada. A retaguardia del ej�rcito se efect�a una
detenida depuraci�n de las instituciones del Soviet y del Partido.
Se han organizado comit�s revolucionarios en Viatka y en las cabezas
de partido. Tambi�n se ha comenzado a organizar y contin�an
organiz�ndose fuertes cuadros revolucionarios en los pueblos. Se
est� restaurando todo el trabajo del Partido y del Soviet sobre
nuevas l�neas. El control militar se ha renovado y reorganizado.
Asimismo ha sido depurada la checa provincial, a cuyo frente se han puesto
nuevos activistas..."
[Despu�s de investigar las causas de la cat�strofe, Stalin
y Dzerzhinsky informaron a Lenin que eran: ]
* "La fatiga y el agotamiento del Ej�rcito en el momento de avanzar
el enemigo, nuestra falta de reservas a la saz�n, la falta de contacto
del Estado Mayor con el Ej�rcito, el desconcierto del comandante
del Ej�rcito, los m�todos intolerablemente criminales de
administrar el frente el Comit� Revolucionario de Guerra de la Rep�blica,
que paralizaban la posibilidad de ofrecer oportuna ayuda al III Ej�rcito;
la falta de confianza en los refuerzos enviados de retaguardia, a causa
de los viejos m�todos de reclutamiento, y la absoluta inseguridad
de la retaguardia en virtud de la completa ineptitud e incapacidad de las
organizaciones locales del Soviet y del Partido."
[Casi todos los extremos de este informe constitu�an un golpe
contra Trotsky. Si Lenin, el Consejo de Defensa, el Comit� Central
y su Politbur� hubiesen tomado en serio estos cargos contra Trotsky,
no habr�a habido m�s remedio que destituirle de su cargo.
Pero Lenin conoc�a demasiado bien a Stalin para estimar este informe
suyo de su asociado en Viatka, menos conforme a los hechos que incriminatorio,
como una venganza por haberle relevado de Tsaritsyn, y por haberse negado
a darle otra oportunidad en el frente Sur, donde pudiera volverse a reunir
con Vorochilov y los otros tsaritsynitas.
Mientras tanto, en Ucrania, utilizando sus prerrogativas pol�ticas
y su categor�a de comandante del ej�rcito, Vorochilov continuaba
chocando con los especialistas militares, deshaciendo el trabajo del Estado
Mayor y estorbando la ejecuci�n de las instrucciones del Cuartel
General. Con ayuda de Stalin y de otros, pronto hizo su presencia en el
frente Sur tan intolerable que el 10 de enero de 1919 fue necesario telegrafiar:]
* "A Mosc�.
"Al presidente del Comit� ejecutivo Central, Sverdlov.
" ...Debo manifestar categ�ricamente que la pol�tica
de Tsaritsyn, que ha ocasionado la total desmembraci�n del Ej�rcito
de aquella zona, no puede tolerarse en Urania... Okulov sale para Mosc�.
Propongo que Lenin y t� prest�is la m�xima atenci�n
a su informe sobre la labor de Vorochilov. La l�nea de Stalin, Vorochilov
y Rujimovich significa la ruina de todo lo que estamos haciendo.
"Presidente del Consejo Revolucionario de Guerra de la Rep�blica,
Trotsky."
[Mientras Stalin intrigaba con ayuda de Dzerzhinsky en Viatka], Lenin
insisti� en que era necesario que llegase a una inteligencia con
Stalin.:
* "Stalin ir�a con mucho gusto a trabajar al frente Sur... Stalin
espera que el resultado de su labor nos convencer� de la justeza
de sus puntos de vista... Al informarte, Le�n Davidovich, de estas
declaraciones de Stalin, te ruego que las estudies con detenimiento y me
contestes, en primer lugar, si est�s de acuerdo con que Stalin explique
en persona el asunto, sobre el cual se halla dispuesto a informarse; y
en segundo lugar, si crees posible, a base de ciertas condiciones concretas,
arreglar el conflicto anterior y llegar a una colaboraci�n que Stalin
ver�a complacido. En cuanto a m�, creo que es necesario hacer
todo lo posible por trabajar conjuntamente con �l.-Lenin."
Evidentemente, Lenin hab�a escrito esta carta apremiado por la
insistencia de Stalin. �ste buscaba el convenio, la conciliaci�n,
m�s trabajo de orden militar, aun a costa de una capitulaci�n
pasajera y fingida. El frente le atra�a porque aqu� pod�a
trabajar por primera vez con la m�quina administrativa m�s
acabada de todas, que es la m�quina militar. Como miembro del Consejo
Revolucionario de Guerra y a la vez del Comit� Central del Partido,
era inevitablemente la figura cumbre en todos los Consejos de Guerra, en
todos los ej�rcitos, en todos los frentes. Cuando los dem�s
dudaban, �l decid�a. Pod�a mandar, y cada orden suya
iba seguida de su ejecuci�n pr�cticamente autom�tica,
no como en la Junta del Comisariado de Nacionalidades, donde ten�a
que ocultarse de sus antagonistas en la cocina del comandante.
En 11 de enero contest� a Lenin por l�nea directa:
* "La transacci�n es naturalmente necesaria, pero no someti�ndose
a todo. El hecho es que todos los tsaritsynitas se han congregado ahora
en Jarkov. Puedes darte cuenta de lo que son por el informe de Okulov,
hecho enteramente de material demostrable, y de los partes de los comisarios.
Considero que la defensa que hace Stalin de la tendencia tsaritsynita es
una �lcera sumamente peligrosa, peor que cualquier traici�n
o perfidia de especialistas militares... Rujimovich es un alias de Vorochilov.
Dentro de un mes tendremos que salir de otro atolladero como el de Tsaritsyn,
pero esta vez no tendremos enfrente a los cosacos, sino a los ingleses
y a los franceses. Y no es Rujimovich el �nico. Est�n firmemente
ligados entre ellos, erigiendo la ignorancia en principio. Vorochilov,
m�s las guerrillas de Ucrania, m�s el bajo nivel de la poblaci�n,
m�s la demagogia... no podemos tolerar esto de ning�n modo.
Que designen a Artemio, pero no a Vorochilov ni a Rujimovich... De nuevo
insisto en que se examine con atenci�n el informe de Okulov sobre
el Ej�rcito de Tsaritsyn y c�mo se desmoraliz� Vorochilov
con la cooperaci�n de Stalin."
Con relaci�n a este primer per�odo de actividad de Stalin
en el frente Sur no se ha publicado nada. La cuesti�n es que el
tal periodo no dur� mucho y termin� para �l de un
modo muy desagradable. Es una l�stima que no pueda basarme en ning�n
escrito que complete mis recuerdos de este episodio, pues no dej�
traza alguna en mis archivos personales. Naturalmente, los archivos oficiales
han quedado en el Comisariado de Guerra. En el Consejo Revolucionario de
Guerra del frente Sur, con Yegorov de comandante, estaban Stalin y Berzin,
que despu�s se dedic� por completo al trabajo militar y desempe��
un importante papel, aunque no rector, en las operaciones militares de
la Espa�a republicana. Una vez, por la noche (siento no poder puntualizar
la fecha exacta), Berzin me llam� a la l�nea directa y me
pregunt� si estaba "obligado a firmar una orden de operaciones del
comandante del frente, Yegorov". Seg�n las normas, la firma del
comisario o miembro pol�tico del Consejo de Guerra en una orden
de operaciones significaba simplemente que la orden no ten�a ning�n
m�vil contrarrevolucionario. En cuanto al sentido de la orden, era
por completo de la responsabilidad del comandante. En este caso, la orden
del comandante del frente consist�a en interpretar otra del comandante
en jefe y transmitirla al Ej�rcito bajo su mando. Stalin declar�
que la orden de Yegorov no era v�lida, y que no la firmaba. En vista
de la negativa de un miembro del Comit� Central a firmarla, Berzin
no se determinaba a poner su propia firma en ella. Y, por otra parte, una
orden de operaciones firmada s�lo por el jefe militar no ten�a
fuerza de obligar.
�Qu� objeci�n suscitaba Stalin contra una orden
que, por lo que puedo recordar, era de importancia secundaria, aunque he
olvidado totalmente de qu� se trataba? Ninguna. Simplemente no quer�a
firmarla. Le hubiera sido perfectamente posible llamarme por hilo directo
y explicarme sus razones, o, si lo prefer�a, dirigirse a Lenin con
la consulta. El comandante del frente, si no estaba conforme con Stalin,
por la misma norma pod�a haber expuesto sus propios argumentos al
comandante en jefe o a m�. La objeci�n de Stalin se habr�a
discutido inmediatamente en el Politbur�, y se hubieran solicitado
entonces del comandante en jefe explicaciones suplementarias. Pero, lo
mismo que en Tsaritsyn, Stalin prefer�a obrar de muy distinto modo:
"No quiero firmarla", declar�, para alardear de su importancia ante
sus colaboradores y subordinados. Yo repliqu� a Berzin: "La orden
del comandante en jefe certificada por un comisario es obligatoria para
ti. F�rmala inmediatamente; de lo contrario, habr�s de comparecer
ante el Tribunal". Inmediatamente, Berzin puso su firma en la orden del
comandante.
El asunto se llev� al Politbur�. Lenin dijo, no sin cierto
embarazo: "�Qu� podemos hacer? �Otra vez Stalin metido
en un l�o!" Se decidi� retirar a Stalin del frente Sur. �sta
era ya la segunda vez que le fallaba el tiro. Recuerdo que volvi�
sumiso, pero no parec�a resentido. Por el contrario, incluso manifest�
que hab�a conseguido su prop�sito de llamar la atenci�n
sobre las relaciones impropias entre el Mando supremo y el del frente,
y que si bien la orden del comandante en jefe no conten�a nada hostil,
se hab�a dictado sin sondear antes la opini�n del frente
Sur, lo que no estaba bien. �sta era, seg�n explic�,
la raz�n de su protesta. Se sent�a completamente satisfecho
de s� mismo. Mi impresi�n fue la de que hab�a querido
abarcar demasiado. Cogido en la trampa de una baladronada casual, no hab�a
podido desenredarse luego. En todo caso, era evidente que hac�a
todo lo posible por disimular el resbal�n y por dar a entender que
no hab�a pasado nada. (Para dejarle en buen lugar, se propuso despu�s,
probablemente por iniciativa de Lenin, destinarle al frente Sudoeste. Pero
Stalin replic�: ]
* "4 de febrero de 1919.
"Al Comit� Central del Partido, camaradas Lenin y Trotsky:"
...Tengo la profunda convicci�n de que nada puede cambiar en la
situaci�n mi presencia all�... - Stalin."
[Durante tres o cuatro meses despu�s de aquello, refren�
su af�n de trabajar en la m�quina militar y volvi�
a colaborar en La Vida de las Nacionalidades.]
[La liquidaci�n de los tsaritsynitas era m�s aparente
que real. De hecho, Stalin y sus aliados hab�an variado simplemente
de campo de acci�n y de m�todos de ataque. El nuevo campo
era el Partido, y los m�todos se ajustaron al mismo.] Como en 1912-1913,
con referencia a los conciliadores, y como durante la temporada anterior
a octubre con respecto a la oposici�n de Zinoviev y Kamenev, as�
tambi�n en el VIII Congreso [del Partido, Stalin, ostensiblemente
ajeno en absoluto a la oposici�n militar, trabajaba de firme por
reforzarla, y la utiliz� como palanca contra Trotsky].
La oposici�n militar constaba de dos grupos. Estaban all�
los numerosos activistas ilegales totalmente agotados por la prisi�n
y el destierro, y que no pudieron encontrar puesto adecuado en la organizaci�n
del Ej�rcito y del Estado. Miraban con honda malquerencia toda clase
de advenedizos, de los que no pocos ocupaban cargos responsables Pero en
aquella oposici�n hab�a tambi�n muchos trabajadores
avanzados, elementos de lucha con una nueva reserva de energ�a,
que temblaban de aprensi�n pol�tica al ver a ingenieros,
oficiales, maestros, Catedr�ticos del d�a anterior ocupando
otra vez puestos de direcci�n. Esta oposici�n de trabajadores
reflejaba en definitiva falta de confianza en sus propias fuerzas, y recelo
de que la nueva clase que hab�a subido al Poder fuera capaz de dominar
y controlar los amplios c�rculos de la vieja intelectualidad.
Durante el primer per�odo, cuando la Revoluci�n iba propag�ndose
de los centros industriales hacia la periferia, se organizaron destacamentos
armados de trabajadores, marineros y ex soldados, para establecer el r�gimen
sovi�tico en varias localidades. Estos destacamentos ten�an
que librar, en ocasiones, encuentros de menor cuant�a. Como gozaban
de la simpat�a de las masas, les era f�cil quedar victoriosos.
Adquirieron as� cierto temple, y sus jefes alguna autoridad. No
hab�a enlaces regulares entre tales destacamentos. Su t�ctica
ten�a el car�cter de incursiones de guerrilleros, y, por
lo pronto, con aquello bastaba. Pero las clases derrocadas, con ayuda de
sus protectores extranjeros, comenzaron a organizar sus propios ej�rcitos.
Bien armados y dirigidos, pronto les toc� el turno de emprender
la ofensiva. Acostumbrados a victorias f�ciles, los destacamentos
de guerrilleros no tardaron en poner en evidencia su inutilidad; no ten�an
secciones adecuadas de informaci�n, ni enlaces entre ellos, ni eran
capaces de ejecutar una maniobra de relativa complejidad. De aqu�
que en varias ocasiones y en distintos puntos del pa�s, la guerra
de partidas no produjese m�s que desastres. No era f�cil
incluir aquellos destacamentos aislados en un sistema centralizado. La
capacidad militar de sus comandantes no era grande, y, adem�s, miraban
con hostilidad a los oficiales antiguos, parte por no tener confianza pol�tica
en ellos, y parte por disimular su falta de confianza en s� mismos.
Sin embargo, todav�a en julio de 1918, los essars de izquierda segu�an
insistiendo en que pod�amos defendernos con guerrilleros, sin necesidad
de un ej�rcito centralizado. "Esto es tanto como decirnos -repuse
yo- que no necesitamos ferrocarriles, y que podemos arreglarnos con carros
de caballos para el transporte."
Nuestros frentes tend�an a contraerse en un cerco de m�s
de 8.000 kil�metros de circunferencia. Nuestros enemigos eleg�an
la direcci�n, creaban una base en la periferia, recib�an
ayuda del exterior, y descargaban el golpe apuntando al centro. La ventaja
de nuestra situaci�n consist�a en ocupar una posici�n
central y actuar a lo largo de l�neas de operaciones internas. Tan
pronto como el enemigo eleg�a su direcci�n de ataque, pod�amos
nosotros escoger la nuestra para el contraataque. Est�bamos en condiciones
de mover fuerzas y acumularlas para acometer en las direcciones m�s
importantes en cualquier momento dado. Pero esta ventaja s�lo pod�a
aprovecharse si consegu�amos una centralizaci�n completa
de gesti�n y de mando. Para sacrificar temporalmente alguno de los
sectores m�s remotos o menos importantes a fin de salvar los m�s
pr�ximos e importantes, ten�amos que proceder de manera que
las �rdenes de arriba se cumplieran en vez de someterse a discusi�n.
Todo esto es demasiado elemental para que necesitemos explicarlo aqu�.
El no comprenderlo, obedec�a a aquellas tendencias centr�fugas
nacidas de la Revoluci�n, al provincialismo del vasto pa�s
de comunidades aisladas, al esp�ritu elemental de independencia
que todav�a no hab�a tenido tiempo u oportunidad de madurar.
Basta decir que al principio, no s�lo provincias, sino hasta regi�n
tras regi�n tuvieron su propio Consejo de Comisarios del Pueblo,
con su correspondiente comisario de Guerra. Los �xitos de la organizaci�n
regular, indujeron a los dispersos destacamentos a adaptarse a ciertas
normas y condiciones, a consolidarse en regimientos y en divisiones. Pero
el esp�ritu y el m�todo continuaron a menudo como antes,
Un jefe de divisi�n, no seguro de s� mismo, se manten�a
demasiado condescendiente con sus coroneles. Vorochilov, como jefe de ej�rcito,
era sobradamente indulgente con los jefes de sus divisiones. Pero tanto
m�s rencorosa era su actitud hacia el Centro, que no se daba por
satisfecho con la transformaci�n externa de las partidas de guerrilleros
en regimientos y divisiones, sino que insist�a en los requisitos
m�s fundamentales de la organizaci�n militar. En controversia
con uno de los guerrilleros de Stalin escrib�a yo en enero de 1919:
"En uno de nuestros ej�rcitos se consideraba se�al de
supremo revolucionarismo no hace mucho, chancearse vulgar y est�pidamente
de los "especialistas militares", esto es, de todos cuantos hubieran estudiado
en escuelas militares; pero en el mismo ej�rcito que as�
proced�a no se desarrollaba el menor trabajo pol�tico. La
actitud no era menos hostil all�, o acaso lo era m�s, contra
los comisarios comunistas que contra los especialistas. �Qui�n
sembraba esa hostilidad? Los peores entre los nuevos comandantes: los militarmente
ineptos, gente entre guerrillera y del Partido, que no deseaba tener a
nadie en torno, ya fueran activistas del Partido, ya expertos y serios
militares. Aferrados de por vida a sus puestos, execraban con furor hasta
la menci�n de estudios militares... Muchos de ellos, metidos por
�ltimo en un l�o irremediable, terminaban simplemente rebel�ndose
contra el Gobierno de los Soviets."
En un momento de grave peligro, el 2.11 Regimiento de Petrogrado, que
ocupaba un sector decisivo, abandon� el frente por su propia iniciativa,
capitaneado por su comandante y su comisario, tom� un vapor fluvial
y baj� por el Volga desde las cercan�as de Kazan en direcci�n
a Nijni-Novgorod. El barco fue detenido orden m�a, y los desertores
sometidos a un Consejo de guerra. El comandante y el comisario del regimiento
fueron fusilados. Este fue el primer caso de fusilamiento de un comunista,
el comisario Panteleyev, por violaci�n de los deberes militares.
En diciembre de 1918, Pravda public� un art�culo que, sin
mencionar mi nombre, pero sin duda aludi�ndome, se refer�a
al fusilamiento de los "mejores camaradas sin formaci�n de causa".
El autor del art�culo, un tal A. Kamensky, era en s� una
figura de escasa importancia, ostensiblemente un mero pe�n, un testaferro.
Parec�a incomprensible que un art�culo que encerraba acusaciones
tan duras y trascendentes pudiera publicarse en el �rgano central.
Su director era Bujarin, comunista de izquierda y, por ello, opuesto al
empleo de "generales" en el Ej�rcito. Pero, especialmente entonces,
era incapaz de intrigar. El enigma se resolvi� cuando pude descubrir
mediante la oportuna investigaci�n, que el autor del art�culo,
o m�s bien su firmante, A. Kamensky, estuvo en la Plana Mayor del
X Ej�rcito, y a la saz�n se hallaba bajo la influencia directa
de Stalin. No cabe duda de que Stalin gestion� subrepticiamente
la publicaci�n del art�culo. La misma terminolog�a
de la acusaci�n; la descarada referencia al fusilamiento de "los
mejores camaradas", y, adem�s, "sin formaci�n de causa",
era sorprendente por la monstruosidad de la invenci�n y por su inherente
absurdidad. Pero, precisamente esta desvergonzada exageraci�n de
cargos, revelaba a Stalin, el organizador de los futuros juicios de Mosc�.
El Comit� Central arregl� el asunto. Recuerdo que se reprendi�
al Consejo de direcci�n y a Kamensky, pero la mano intrigante de
Stalin permaneci� invisible.
[M�s tarde, estando en el frente Sur, Stalin continu�
utilizando esta desacreditada f�bula por mediaci�n de sus
instrumentos en el Congreso del Partido. Cuando llegaron a Trotsky noticias
de ello, mientras se hallaba en el frente durante las sesiones del VIII
Congreso, se vio obligado a recurrir al Comit� Central por segunda
vez, solicitando "abrir una investigaci�n sobre el caso del fusilamiento
de Panteleyev", como consta en las minutas de la sesi�n del Comit�
Central del 18 de abril de 1919, "en vista de que el asunto se hab�a
llevado de nuevo al Congreso del Partido". Con Stalin presente en la reuni�n
del Comit� Central, la demanda pas� al Orgbur�, donde,
tambi�n en presencia de Stalin (era vocal de ambos organismos),
el Orgbur� decidi� igualmente por unanimidad] designar una
Comisi�n compuesta por Krestinky, Serebryakoc y Smilga, los tres
miembros del Orgbur� y del Comit� Central, para que estudiaran
todo el asunto. Naturalmente, la Comisi�n lleg� a la conclusi�n
de que Panteleyev fue fusilado despu�s de un juicio, y no por comunista
y [comisario], sino por ruin desertor, "no porque su regimiento abandonara
la posici�n, sino porque �l abandon� la posici�n
a la par que el regimiento" [con palabras del comandante Slavin, jefe del
Ej�rcito a que pertenec�a el regimiento de Panteleyev]. Diez
a�os m�s tarde, este episodio habr�a de figurar tambi�n
como parte de la campa�a de Stalin en contra m�a bajo el
mismo t�tulo de "El fusilamiento de los mejores comunistas sin formaci�n
de causa".
El VIII Congreso del Partido celebr� sesiones desde el 18 hasta
el 23 de marzo de 1919, en Mosc�. La v�spera misma del Congreso
los blancos nos infligieron una fuerte derrota cerca de Ufa. Dando de lado
al Congreso, resolv� acudir inmediatamente al frente oriental. Despu�s
de sugerir el regreso de los delegados militares al frente, sin demora
me prepar� para ir a Ufa. Algunos de los delegados estaban descontentos:
hab�an ido a la capital con unos d�as de licencia, y no quer�an
desperdiciarlos. Alguien ide� el rumor de que yo trataba de evitar
debates sobre pol�tica militar. Aquel embuste me sorprendi�.
Present� una propuesta en el Comit� Central el 16 de marzo
de 1919, para anular la orden de regreso inmediato al frente de los delegados
militares, confi� la defensa de la pol�tica militar a Sokolnikov
y part� en el acto para el Este. La discusi�n de los asuntos
militares en el VIII Congreso, a pesar de la presencia de una oposici�n
muy crecida, no me disuadi�: la situaci�n del frente me parec�a
mucho m�s importante que las maniobras electorales en el Congreso,
especialmente porque no ten�a duda de que la pol�tica que
consideraba la �nica correcta hab�a de triunfar por sus propios
m�ritos. El Comit� Central aprob� la tesis que previamente
hab�a presentado yo, y nombr� a Sokolnikov informante oficial
sobre ella. El informe de la oposici�n corri� a cargo de
V. M. Smirnov, viejo bolchevique y ex oficial de Artiller�a en la
Guerra Mundial. Smirnov era uno de los dirigentes de la izquierda comunista,
adversarios resueltos de la paz de Brest-Litovsk, y hab�a pedido
que se emprendiese una guerra de guerrillas contra el Ej�rcito regular
alem�n. Esto constituy� siempre la base de su programa hasta
1919, aunque a decir verdad, algo se hab�a enfriado en el intervalo.
La formaci�n de un Ej�rcito centralizado y regular era imposible
sin especialistas militares y sin sustituir la improvisaci�n por
una direcci�n apropiada y sistem�tica. Los comunistas de
izquierda, calmados ya hasta cierto punto, trataban de adaptar sus opiniones
de ayer al crecimiento de la m�quina estatal y las necesidades del
Ej�rcito regular. Pero ced�an su terreno palmo a palmo, utilizando
cuanto pod�an de su antiguo bagaje, y cubriendo sus tendencias esencialmente
guerrillistas bajo nuevas f�rmulas.
Al comenzar el Congreso tuvo lugar un episodio de importancia secundaria,
pero muy caracter�stica, relacionado con la composici�n de
la Mesa. Indicaba en cierto modo la �ndole del Congreso, aunque
s�lo fuera en su fase inicial. En el orden del d�a figuraba
la ardua cuesti�n militar. No era un secreto para Lenin que, detr�s
de la cortina, Stalin estaba realmente a la cabeza de la oposici�n
respecto a aquel extremo. Lenin hab�a llegado a un acuerdo con la
delegaci�n de Petrogrado acerca de la composici�n de la Mesa.
Los oposicionistas propusieron vanas candidaturas suplementarias con varios
pretextos, incluyendo en ellas no s�lo oposicionistas, sino tambi�n
otros nombres. Por ejemplo, inclu�an a Sokolnikov, el principal
portavoz del punto de vista oficial. Sin embargo, Bujarin, Stassova, Oborin,
Rikov y Sokolnikov rehusaron, estimando como obligaci�n personal
el acuerdo a que se hab�a llegado extraoficialmente sobre la cuesti�n
de la Mesa presidencial. Pero Stalin no rehus�. Aquello demostr�
palmariamente su actitud oposicionista. Parec�a haberse afanado
mucho por llenar el Congreso de partidarios suyos y mu�ir entre
los delegados. Lenin lo sab�a, pero con objeto de evitar dificultades,
hizo cuanto pudo para evitar a Stalin la prueba de un voto en favor o en
contra suya. Por mediaci�n de uno de los delegados plante�
Lenin la cuesti�n previa siguiente: "�Hacen alguna falta
candidatos suplementarios a miembros de la Mesa?" Y sin el menor esfuerzo
consigui� una respuesta negativa. Stalin sufri� una derrota,
pero Lenin la hizo tan impersonal e inofensiva como le fue humanamente
posible. Hoy, la versi�n oficial es que Stalin apoy� la posici�n
de Lenin sobre la cuesti�n en el VIII Congreso. �Por qu�
no se publican ahora las actas, puesto que ya no es necesario guardar [tales]
secretos militares?
En la Conferencia de Ucrania, en marzo de 1920, Stalin me defendi�
formalmente, al informar en representaci�n del Comit� Central;
al mismo tiempo, vali�ndose de gente suya incondicional, hizo todo
lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran. En el VIII Congreso
del Partido era dif�cil maniobrar as�, pues todos los tr�mites
estaban bajo la directa observaci�n de Lenin, varios otros miembros
del Comit� Central y activistas militares responsables. Pero, en
lo esencial, aqu� tambi�n tuvo Stalin una intervenci�n
parecida a la de la Conferencia de Ucrania. Como miembro del Comit�
Central, o hablaba ambiguamente en defensa de la pol�tica militar
oficial, o se manten�a callado, pero por mediaci�n de sus
�ntimos amigos, Vorochilov o Rujimovich y otros tsaritsynitas, que
eran las tropas de choque de la oposici�n en el Congreso, continu�
socavando no tanto la pol�tica militar como a su principal portavoz.
Incit� a dichos delegados al m�s vil de los ataques personales
contra Sokolnikov, que hab�a asumido la defensa del Comisariado
de Guerra sin la menor reserva. El n�cleo de la oposici�n
era el grupo de Tsaritsyn, en el que destacaba sobre todo Vorochilov. Durante
alg�n tiempo antes del Congreso estuvieron en continua relaci�n
con Stalin, quien les daba instrucciones y refrenaba su impaciencia, centralizando
a la vez su intriga contra el Departamento de Guerra. Esta fue la suma
y sustancia de su actitud en el VIII Congreso.
"Hace un a�o -informaba Sokolnikov al VIII Congreso del Partido-,
en el momento del colapso completo del Ej�rcito, cuando no hab�a
organizaci�n militar para defender la revoluci�n proletaria,
el Gobierno sovi�tico acudi� al sistema de formaciones de
voluntarios, y en su d�a este Ej�rcito voluntario cumpli�
su misi�n. Ahora, volviendo la vista a. aquel periodo, como a una
fase ya pasada, debemos considerar sus aspectos positivo y negativo. La
esencia de su lado positivo radica en que participaban all� los
mejores elementos de la clase trabajadora... Pero junto a estos aspectos
brillantes del per�odo de guerrillas hay que contar las facetas
oscuras, que en definitiva sobrepujaron lo que el sistema pudiese tener
de bueno. Los mejores elementos se retiraron, murieron o cayeron prisioneros...
Qued� tan s�lo una aglomeraci�n de los peores elementos...
Y estos elementos perniciosos se vieron completados por quienes se decid�an
a alistarse en el ej�rcito voluntario porque el hundimiento catastr�fico
del orden social los hab�a arrojado a la calle... Y a unos y otros
se agreg� el desecho de la desmovilizaci�n del antiguo Ej�rcito.
Por eso, durante el per�odo de guerrillas en nuestra organizaci�n
militar se desarrollaron tales fuerzas que nos vimos obligados a liquidar
aquel sistema de defensa. A la postre, los destacamentos peque�os
e independientes se agruparon en torno a jefes diversos. Y, en suma, no
s�lo se dedicaron a luchar en defensa del Gobierno sovi�tico,
en defensa de las conquistas de la Revoluci�n, sino tambi�n
al bandolerismo y al saqueo. Se convirtieron en guerrillas que eran el
baluarte de los aventureros. En cambio, en el presente per�odo -continuaba
Sokolnikov-, la edificaci�n del Estado... el Ej�rcito...
marcha adelante..."
"Se discuti� mucho y con vehemencia -dec�a Sokolnikov,
pasando a otro apartado de su informe- sobre la cuesti�n de los
especialistas militares... Ahora, este asunto se ha resuelto esencialmente
en teor�a y en la pr�ctica. Aun los adversarios del empleo
de especialistas militares admiten que esta pol�mica es cosa pasada...
Los especialistas militares se utilizaron para convertir el Ej�rcito
de guerrillas en Ej�rcito regular... As� conseguimos estabilizar
el frente y obtuvimos �xitos militares. En cambio, donde no se aprovecharon
los servicios de estos especialistas, desmenuzamos nuestras fuerzas hasta
la m�xima disgregaci�n... El problema de los especialistas
militares supone para nosotros no s�lo un problema puramente militar,
sino un problema especial general. Cuando se plante� la cuesti�n
de invitar a los ingenieros a encargarse de las f�bricas, de solicitar
la colaboraci�n de los antiguos organizadores capitalistas, �no
record�is c�mo los comunistas de izquierda, ultrarrojos,
nos vejaban con sus despiadadas cr�ticas "supercomunistas"..., diciendo
que la vuelta de los ingenieros a las f�bricas era el retorno �
la plana mayor de mandos de la burgues�a? Y aqu� se nos vuelve
a hacer objeto de una cr�tica semejante, aplicada ahora a la organizaci�n
del Ej�rcito. Se nos dice que al volver los ex oficiales al Ej�rcito
restaurar�n la antigua casta de oficiales y el antiguo Ej�rcito.
Pero esos Camaradas olvidan que junto a esos comandantes hay comisarios,
representantes del Gobierno sovi�tico; que estos especialistas militares
est�n en los cuadros de un ej�rcito dedicado �ntegramente
al servicio de la revoluci�n proletaria... Este Ej�rcito,
que tiene decenas de millares de antiguos especialistas, ha demostrado
en la pr�ctica ser el Ej�rcito de la revoluci�n proletaria."
El informante de la oposici�n, Smirnov, contestando directamente
a la declaraci�n de Sokolnikov de que "algunos parec�an ser
partidarios de un ej�rcito de guerrillas, y otros del ej�rcito
regular", hizo resaltar que sobre la cuesti�n de usar especialistas
militares "no hay desavenencias entre nosotros con relaci�n a la
tendencia general en nuestra pol�tica militar". La discrepancia
b�sica estaba en la necesidad de ampliar las funciones de los comisarios
y de los miembros del Consejo Revolucionario de Guerra, con el fin de asegurar
su participaci�n en la direcci�n del Ej�rcito y en
materias concernientes a operaciones, reduciendo as� la influencia
de los mandos. El Congreso acogi� esta cr�tica a medias.
Se decidi� seguir reclutando a los antiguos especialistas militares
con igual intensidad, pero poniendo de relieve la necesidad de preparar
cuadros nuevos de mando como instrumento de absoluta confianza para el
sistema sovi�tico. Que �sta y todas las dem�s decisiones
se adoptaron un�nimemente, con una sola abstenci�n, se explica
por el hecho de que la oposici�n hab�a renunciado entretanto
a la mayor�a de sus prejuicios principales. Impotente para oponer
su l�nea a la de la mayor�a del Partido, tuvo que asociarse
a la conclusi�n general. Sin embargo, algunos de los efectos del
guerrillerismo del per�odo anterior siguieron en evidencia durante
todo el a�o 1919, particularmente en el Sur: en Ucrania, el C�ucaso
y Transcaucasia, donde eliminar la tendencia guerrillista fue tarea �mproba.
En 1920, un eminente activista militar escrib�a: "A pesar de
todos los esfuerzos, lamentaciones y ruido que ha costado nuestra Pol�tica
militar, en cuanto al reclutamiento de especialistas militares en el Ej�rcito
Rojo y otros extremos, el encargado del departamento de Guerra, camarada
Trotsky, ha demostrado tener raz�n. Con mano de hierro ha ido desarrollando
la pol�tica militar indicada, desde�ando todas las amenazas...
Las victorias del Ej�rcito Rojo en todos los frentes constituyen
la mejor prueba de la justeza de esa pol�tica militar." Sin embargo,
hasta hoy mismo persisten sin remisi�n en innumerables libros y
art�culos las viejas leyendas de la traici�n de los generales"
a quienes yo nombr�. Estas acusaciones suenan a necias, sobre todo
al recordar que veinte a�os despu�s de la Revoluci�n
de octubre, Stalin acus� de traici�n y extermin� a
casi todos los mandos que �l mismo nombr�. Puede a�adirse
adem�s que Sokolnikov, el informante oficial, y V. M. Smirnov, portavoz
de la oposici�n, y ambos participantes activos en la guerra civil,
cayeron tambi�n m�s tarde v�ctimas de la depuraci�n
estalinista.
Durante el Congreso tuvo lugar una conferencia militar especial cuyas
actas se conservaron, sin publicarse nunca. La finalidad de tal conferencia
era dar oportunidad a todos los concurrentes, en especial a los descontentos
de la oposici�n, para manifestarse con toda amplitud, libertad y
franqueza. Lenin pronunci� un en�rgico discurso en esta conferencia,
defendiendo la pol�tica militar. �Qu� dijo Stalin?
�Habl� en pro de la posici�n del Comit� Central?
Es dif�cil contestar esta pregunta en t�rminos categ�ricos.
No hay duda de que actu� tras la cortina, incitando a varios oposicionistas
en contra del Comisariado de Guerra. No puede dudarse de ello, teniendo
en cuenta las circunstancias y los recuerdos de quienes asistieron al Congreso.
Una prueba flagrante es el hecho mismo de no haberse publicado todav�a
las actas de la conferencia militar del VIII Congreso, bien porque en ella
no hablase Stalin una sola palabra, bien porque su intervenci�n
no le sea muy c�moda en la actualidad. [Stalin, junto con Zinoviev,
era tambi�n miembro de una] Comisi�n especial de conciliaci�n
para redactar los acuerdos definitivos. Lo que hiciera all� permanece
ignorado, salvo el mero hecho de que un sat�lite suyo, Yarolavsky,
fue presentado como informante de ella.
Poco despu�s del VIII Congreso contest� a la declaraci�n
de Zinoviev, quien, sin duda de acuerdo con Stalin, se hab�a encargado
de defender al "insultado" Vorochilov, en una carta al Comit� Central,
lo siguiente: "La sola culpa que me puedo reprochar con referencia a �l
(Vorochilov) es haber invertido demasiado tiempo, sobre todo dos o tres
meses, esforz�ndome en actuar por medio de negociaciones, persuasiones,
combinaciones personales, cuando en inter�s de la causa lo que importaba
era una firme decisi�n organizadora. Pues, en �ltimo t�rmino,
la tarea pertinente en cuanto al X Ej�rcito no consist�a
en convencer a Vorochilov, sino en conseguir �xitos militares en
el m�nimo tiempo posible." [Y eso, naturalmente, depend�a
de la m�xima coordinaci�n de planes en todo el] pa�s,
que estaba dividido en ocho distritos militares compuestos de 46 comisarios
militares de provincia y 344 de regi�n.
[Stalin hizo cuanto pudo por envenenar el esp�ritu del Congreso
respecto a la posici�n adoptada por el Comisariado de Guerra sobre
la cuesti�n militar.] Todos los documentos disponibles prueban que
en virtud de su posici�n en el Comit� Central y en el Gobierno,
era �l quien capitaneaba la oposici�n. Si yo lo hab�a
sospechado antes, ahora estoy plenamente convencido de que las maquinaciones
de Stalin con los ucranianos, sus intrigas en el Comit� Central
del Partido Comunista ucraniano y otras semejantes est�n directamente
relacionadas con las maniobras de la oposici�n militar. [No habiendo]
cosechado laureles en Tsaritsyn, trataba de vendimiar su venganza [en la
sombra].